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EDITORIAL

Con-Texto | 28 mayo, 2019

Estimados lectores de con-texto

El papel en blanco es siempre un desafío. A pesar de ello intento  ordenar algunos  mojones para anteceder los artículos que les estoy mandando.

También en blanco está nuestro futuro inmediato, aunque nos parezca lleno de acontecimientos vertiginosos y cambiantes. El desafío es mantener la cordura en medio de esa vorágine.  Lo que aparece entre los intersticios es una profunda vacuidad, un descuido de la imaginación repitiéndose a sí misma, desconcertándonos y demoliendo nuestro ánimo y nuestra estabilidad psíquica. 

Fórmulas efectistas con pretensiones de liderazgo intentan un protagonismo efímero. Tan efímero como las opiniones de quienes las integran que, o son desmemoriados, o irremediablemente cínicos.  

Quien  pocos días atrás soltaba una ristra de improperios para denostar  al adversario de ese momento,  horas después, con una expresión imperturbable,  juraba amor eterno en  una reconciliación provisoriamente conveniente. 

Son personajes que desafían la certeza de los archivos. Más,  teniendo en cuenta  que cada palabra emitida en cualquier medio queda indefectiblemente registrada en el momento y ya no es necesario internarse entre las estanterías donde los documentos se encarpetan y se llenan de polvo, sino basta con hacer  un paseo por los distintos sitios de internet para toparse con ellos.  Las trayectorias están ahí, si se saben buscar.

Se puede estar con unos o con otros casi al mismo tiempo reemplazando por virtudes lo que horas antes eran pecados irredimibles.  Y todo se convierte en un lamentable  juego de acertijos,  un juego de suma cero donde la única certeza  es que de un todo a repartir unos pocos se quedarán con la mayor parte.

Ahora, ¿es posible sobrellevar esta tormentosa cotidianeidad manteniendo un relativo equilibrio? Consultados expertos en conducta humana, coinciden en que en la actualidad el estado anímico de la población de la Argentina se refleja en estados de estrés, insomnio, ansiedad y sobre todo y lo más desestabilizante, en la sensación de desamparo permanente.

Porque no hay a quien recurrir, cuando están todos los dirigentes ocupados en ver dónde pueden ubicarse para conseguir la mejor porción de  beneficio. Que siempre pasó. Que el poder fue constantemente una tentación antes de tenerlo y una adicción al conseguirlo. Es cierto. Pero el cambio está en la velocidad. En la velocidad de los cambios.  Como prestidigitadores los actores superponen sus caretas con tal habilidad que podemos llegar a la conclusión de que nunca sabremos si detrás hay un verdadero rostro.

Lo que sí podemos tener es la certeza de que en este teatro,  son representantes  de una farsa que  abarca a los que somos espectadores  arrastrándonos a una irremediable tragedia.

Ernestina Gamas

    Directora

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AL  BORDE  DEL  ABISMO por Jorge Marasco*

Con-Texto | 25 mayo, 2019

Aunque opinable, nos parece difícil abrir juicio hoy sobre el momento político que estamos viviendo apenas pongamos sobre la mesa la notoria confusión por exceso que construyen los medios de comunicación.

  Para el hombre común, para aquel que vive con o sin trabajo fijo y es el objetivo de noticieros, gacetillas, entrevistas, urgencias, operaciones varias, etc., es dificultoso diferenciar las ideas más o menos serias de las grotescas manifestaciones de la grieta cultural que supimos conseguir.  Y el hombre o mujer en tales condiciones – o aun peores – padece cuando menos los efectos de dos frentes que por vía de “ la patria locutora” , día a día  lo saturan y condicionan:  la repetición infinita de los mismos temas y opiniones y la obligada presencia en los medios de los mismos personajes actuantes en los últimos 40 años de la vida económica y política nacional.

De ideas, nada.

Claro está que abundan razones que contribuyen a conformar este escenario.  La grieta no nace hoy, ni siquiera en las últimas décadas, aunque ahora sus manifestaciones violentas e irracionales se repiten y tienden a agravarse.  A título de ejemplo y para no retrotraernos en demasía, recordemos que en una acertada descripción de la historia de la sociedad argentina el reconocido politólogo Carlos Floria escribía hace ya 30 años que nuestra situación se daba entre una  “tradición liberal fuerte, una tradición antiliberal fuerte, y una democracia débil”.

Aceptada en principio la definición de Floria es dable reconocer la factibilidad de que  la confrontación de las corrientes en pugna den lugar a esta débil democracia, mutilada, malversada, usada incluso por grupos y factores de poder que van camino de su propio beneficio con prescindencia del bien común; generalmente con el uso de la inmoral posverdad, herramienta útil para gravitar negativamente de forma deliberada sobre el corpus emocional de las gentes de uno u otro lado de la grieta.

 Para evitar confusiones y alertando sobre las consecuencias nefastas de aquel concepto, el ex Secretario de Cultura de la Nación José Nun, nos decía que la posverdad “ denota aquellas circunstancias en las cuales los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a las creencias personales.  Dicho de otra manera: para amplios sectores, que algo aparente ser verdad se vuelve más importante que la propia verdad, sobre todo si coincide con su sentido común”.  Sin ninguna intención de agregar a la brillante explicación de Nun, quizá convenga hacer memoria y recordar que el fallecido Manuel Mora y Araujo solía decir que  “en política el mensaje es el líder, tanto o más que lo que éste dice”.

Esta idea , trabajada décadas atrás por Karl Schmitt, permite pensar en la posible construcción de un entramado ideológico que, sobre la mentira que oculta la posverdad, sirva de basamento para una expresión electoral favorable a los fines deseados.  Y esto es válido para todas las corrientes políticas – autoritarias o no – ansiosas de ganar poder aun a costa de electorados cautivos presos del condicionamiento emocional y por lo tanto alejados de la reflexión racional que en sus orígenes alentaron viejos demócratas.

Si esto es así, si en verdad el humano es un ser emocional que a veces razona, los prolegómenos de un acto electoral de máximo nivel y en una difícil coyuntura económica, obliga a pensar cuáles son más allá del vano ruido del discurso, las propuestas ciertas, verosímiles y viables políticamente, que se hacen en tales circunstancias por candidatos a ganar el favor popular.

LAS  PROPUESTAS

En rigor no las hay, al punto que hemos invertido el  orden de las cosas y la economía condiciona y marca el rumbo de la política.

 Más allá de un retorno al pasado reciente – quizá más violento por causa de probables resentimientos y venganzas de algún sector de la sociedad – sólo se vislumbra una continuidad desfalleciente de la ineptitud política que exhibe el gobierno actual en caso de ser reelecto;  por otro lado, cierto es que eventuales terceros son hasta hoy sólo sombras chinescas sobre el escenario.

En la realidad, y más allá de la funambulesca retórica electoral que nos abruma, se percibe una total y abarcativa falta de propuestas, de ideas  y programas que no sólo permitan entrever una salida a este laberinto sino que sean capaces de mostrar caminos y objetivos que enamoren y movilicen a la sociedad toda.

  No se trata ya de teorizar sobre las virtudes de la democracia representativa frente a quienes pregonan una democracia deliberativa, sino de encontrar las herramientas útiles para levantar los cimientos de lo que económicamente nos falta construir sin olvidar el apoyo sustancial a lo que ya hemos construído.

Se trata de poner en marcha el enorme potencial de suelo y pueblo en una conjunción que asumida nos devuelva los atributos de una identidad nacional que sentimos como perdida y sin la cual por supuesto no hay nación. Declamar como se hace que la pobreza material y cultural que nos angustia puede resolverse con altas dosis de voluntarismo es una falsedad que omite plantear el esfuerzo cotidiano y perseverante que requiere el desarrollo cualitativo de nuestras vidas. Si por el contrario, la mentira y la deshonestidad vencen, es pertinente afirmar que la pobreza ha llegado para quedarse.

 Por nuestra parte, una vez más  reiteramos que una larvada guerra civil no puede ser nuestro destino.

Y esto requiere superar seriamente los destructivos entresijos de una fragmentación social que ahoga y destruye nuestro futuro.  Es nuestra responsabilidad entonces encontrar los atajos que nos lleven, no sin sacrificios ni parciales fracasos por cierto, a dar vida a la dualidad de educación y trabajo en un marco de convivencia, rescate y práctica de las instituciones de la democracia y la república.

Conviene hacerlo ya, antes que otros con otros fines, usando los recursos de la posverdad y la confianza ingenua del pueblo, cancelen el futuro nacional.

                                                                                                                  19 de marzo de 2019

*integrante del Grupo Ayacucho

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POSLIBERALISMO POLÍTICO por Albino Gómez*

Con-Texto | 25 mayo, 2019

Como pasamos la mayor parte del tiempo en  campaña política, muy difícilmente pudimos escuchar un debate de ideas, que pusieran  algo de altura al debate político, que siempre termina en diversas formas de la llamada y negativa grieta. Por eso recordé una nota en la que ya hace bastantes años decía el historiador español Javier Tussell, sobre un amigo suyo, que  parecía  haber encontrado la piedra filosofal para solucionar todos los problemas del presente y del futuro en la culpabilización, de entrada, al gobierno en abstracto, sea quien fuera, de todos los males inimaginables. Irrefrenable propensión que le recordaba a dos políticos españoles muy distintos por el tiempo en que les tocó ejercer su papel y muy distantes en su ideología. Uno se llamaba Joaquín Garrigues, un liberal que ironizó en un artículo famoso ('Piove. Porco governo!') no sólo sobre quienes esperaban demasiado del Estado sino a los que estaban encantados en encontrar en él una diana para todos sus odios. El otro se llamaba Indalecio Prieto, famoso diputado del PSOE que en 1933, debatiendo con las juventudes de su propio partido, les reprochó la tendencia a sujetar al estrecho molde de sus concepciones ideológicas extremistas la realidad política cotidiana.

Porque para Tussell, elegir al Gobierno como causante de todos los males podría ser tan sólo una anécdota si la opción no ocultara tras de sí un pensamiento. Y que en efecto ése era el caso, para quienes autodesignados  como liberales,  sostenían que es siempre el mínimo de intervención estatal o gubernamental el alcaloide medicinal para todas las enfermedades, y esta actitud no se debía a ligereza o a deseo de simplificación sino a una posición de fondo. Y como siempre, lo peligroso no es su manifestación con frases más o menos felices,  sino que los mismos conceptos fundamentales alimentados en la reflexión abstracta, más aparentemente alejada de cualquier circunstancia política concreta, pueden tener graves consecuencias.  En suma, que por tratarse  de una cuestión de principios de filosofía política, sus presupuestos deben ser analizados a fondo.

En primer lugar, desde el propio pensamiento liberal la idea de que es posible llegar a la piedra filosofal, es decir a esta solución omnicomprensiva y omniresolutoria es una peligrosa ilusión. Isaiah Berlin, una de las cumbres del pensamiento liberal del siglo XX,  decía que esa utopía no sólo era inalcanzable sino incluso ininteligible. Pero señalaba a la vez que, sin embargo, siempre existiría como tentación porque hay en el ser humano la pretensión de descubrir de forma completa y total la naturaleza fija e inalterable del Hombre y, una vez captada, proporcionarle soluciones que la dejen satisfecha por completo. Porque quien basa, de entrada, cualquier respuesta a un problema concreto en un genérico repudio del intervencionismo gubernamental o estatal, está demostrando en la práctica partir de una solución de fondo que se basa en que todo problema sólo puede tener una correcta solución, en todo tiempo y lugar, y que las demás, por definición, no lo son de ninguna manera. Pero eso nos remite a una actitud demasiado abstracta que, por eso mismo, puede resultar muy peligrosa. A Berlin le gustaba citar una frase de Constant que ha sido de aplicación habitual en contra de los totalitarismos. A menudo, decía el escritor francés, recordando los tiempos revolucionarios, que en ellos se había inmolado al Ser abstracto los seres reales y se había ofrecido al Pueblo en masa el sacrificio del pueblo en detalle.  Lo que importa es que en todo aquel que cree haber encontrado la piedra filosofal, la pócima o el ungüento mágico, ronda la amenaza señalada hace tanto tiempo por Constant. Al menos de esta forma de pensar puede derivarse la aparición de una manifiesta irresponsabilidad a la hora de aplicar aquello que se ha defendido en términos teóricos.

Frente a la idea autodestructiva de que se puede alcanzar la perfección mediante la aplicación de una fórmula, Berlin sugirió otra visión del liberalismo que bien podría denominarse 'agonística'. Este calificativo querría decir que hay respuestas plurales e históricas a los interrogantes que crean los grandes problemas morales o políticos. Lo conveniente sería, por tanto, practicar la tolerancia entre ellas y dejarlas que choquen entre sí dando, luego, a los problemas concretos las soluciones pragmáticas que correspondan. Estas soluciones podrán ser cambiantes según las circunstancias de tiempo y lugar pero también de grado. Así, los principios de libertad y de igualdad, ambos positivos, podrían ser compatibles. Sabemos, en cambio, que quienes han pretendido la igualdad absoluta han suprimido la libertad y ni siquiera han conquistado nada parecido a la primera. Hoy en día, sólo los más extremistas de los autodefinidos como liberales se siguen encabritando en contra del principio de igualdad. Pero tratar de hacerlos compatibles es posible y deseable, por más que ellos lo nieguen.

Se equivocan de nuevo porque no ven la cuestión en los términos históricos que corresponde. Hubo, en efecto, una derecha liberal que en un determinado momento consiguió una cierta hegemonía, nunca total ni universal, en la política democrática, principalmente en la anglosajona pero esos tiempos ya han pasado, y no implica su regreso las tendencias de incertidumbre con asomos de derechización  que han mostrado en Europa. Vivimos tiempos posliberales, que no niegan los valores verdaderamente trascendentales del liberalismo, que ni siquiera ya se discuten, como los derechos de la persona, la propiedad privada o la economía de mercado, la igualdad ante la ley… Pero el liberalismo extremo que pretendió hacer de sus valores una suerte de libro rojo de Mao redactado por Adam Smith, ese liberalismo,  ha muerto.

La actitud posliberal supone entonces creer en la sabiduría de la Historia y en el sofisticamiento, no en piedras filosofales o pócimas milagrosas. En un determinado momento del pasado pudo, sin duda, ser obligada una rectificación de un rumbo equivocado. Pero piedras filosofales no las tienen los políticos nunca y los filósofos de la política sólo en muy pocas ocasiones. En este último caso, si se trata de elegir, de entre la propia opción de clásicos, conviene volver a leer a Raymond  Aron, a Berlin o a Dahrendorff en vez de a Adam Smith. Porque además, el posliberalismo consiste también en reconocer los caminos complicados por los que transita la naturaleza humana en materias como la política. Por eso Berlin citaba con fruición una frase de Kant que le sirvió para titular uno de sus libros: 'Con un leño tan torcido como aquel del que ha sido hecho el ser humano nada puede forjarse que sea totalmente recto'. No hay frase más mortal para los amantes de simplificaciones.

Una derivación de los tiempos posliberales en los que vivimos es darse cuenta de que, si no existen pociones mágicas, hay al menos senderos confortables que son el producto de la experiencia largamente acumulada. Lo que llamamos 'sociedad civil' es una creación cultural nacida de doloroso parto tras muchos siglos; vale mucho más que los principios filosóficos de cualquier pensador liberal más o menos remoto. Los cambios beneficiosos que la Humanidad engendrará en el futuro de su convivencia política partirán, sin duda, de ella. Pero la 'sociedad civil' tiene también sus peligros: pueden nacer de un exceso de intervencionismo que coarte su espontaneidad y su capacidad creadora. Pero también es posible que surjan de la aplicación de una fórmula mágica que, supuestamente identificada con la esencia de la naturaleza humana, ponga en peligro su estabilidad y su capacidad para el progreso económico, cuestionando de ese modo, por los efectos de una política errada, la solidaridad en que se cimenta, deslegitimándola o fragmentándola, dando por resultado una concentración de poder que esté en la antítesis de lo que ella representa. ¿Sabemos qué es Cambiemos?

 

*Escritor, diplomático, ensayista

 

 

 

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