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EL OCASO DE LA MILITANCIA por Alberto Medina Méndez*

| 11 septiembre, 2015

 

El proceso ha sido progresivo. No ha ocurrido repentinamente.  La historia reciente muestra, en todo caso, un agravamiento de la situación y una profundización de esta tendencia indudablemente negativa.

El vaciamiento ideológico de los partidos políticos ha destruido lo poco que quedaba de mística en ellos. En otras etapas la gente se acercaba a estas estructuras porque entendía que desde allí transformaría a la sociedad, logrando cambios que mejorarían la calidad de vida de los ciudadanos.

Ingresar a una agrupación política significaba transitar un sendero de grandes emociones y de enorme satisfacción. Ese recorrido elogiable llenaba el alma y estaba repleto de actitudes muy positivas.

Poco a poco, pero sin interrupción, la política se fue complejizando y también corrompiendo. La acción cotidiana se delego a terceros, buscando quien solucione cada asunto y perdiendo buena parte de su esencia.

Todo se ha ido profesionalizando y los partidos no se han apartado de ese rumbo. Las organizaciones políticas, como casi todas las otras, han decidido que sean los terceros los que resuelvan problemas puntuales, contratando especialistas en diferentes tópicos para que ayuden a optimizar esfuerzos.

No es que eso sea incorrecto. Al contrario, es saludable contar con esa cooperación. Lo preocupante es que el único motor sean los rentados, los que reciben una retribución por asumir las tareas asignadas.

En una época, el militante pasaba largas horas de su vida en el partido, meditaba sobre la campaña, escribía panfletos, diseñaba carteles, los hacía imprimir, salía a colocarlos y distribuirlos con sacrificio personal, aportando no solo su tiempo y sus ganas, sino también dinero cuando fuera necesario.

El trabajo militante es sinónimo de compromiso a prueba de todo, de pasión sublime y de convencimiento absoluto. La disposición para hacer lo que sea preciso, sin importar la dificultad ni la envergadura de la labor, solo se puede encontrar en aquellos que sienten a la causa como propia y que su voluntad nace de las entrañas y no de especulaciones de coyuntura.

Lamentablemente eso viene desapareciendo a pasos agigantados y no se vislumbra nada diferente en el corto plazo. Tal vez una excepción a esa regla sea la que sucede en ciertos sectores de la izquierda más ortodoxa, en ese respetable socialismo. Allí aún persisten con bastante potencia estos vigorosos hábitos de la política tradicional.

Sin embargo en el resto de los partidos, casi todo se ha desvirtuado. En la inmensa mayoría de ellos la aniquilación de las ideologías ha hecho su parte con éxito. La estrategia premeditada de no fijar posiciones, de esa versatilidad a ultranza que ha abusado del pragmatismo, solo ha expulsado sistemáticamente a los más entusiastas y valiosos individuos.

En términos electorales ese plan ha funcionado en muchos casos y es por eso que su dinámica es imitada. No tener postura definida sobre casi ningún tema, ha permitido llegar a demasiados votantes. La contracara es que nadie defiende esas "ambiguas visiones", salvo que se los recompense.

Casi todos los partidos han elegido este indecente criterio de prescindir del contenido ideológico y apelar a reunir fondos para contratar los servicios de profesionales que se encarguen de todo. Esa es la matriz del presente.

Las personas que integran las filas de esos agrupamientos reciben salarios y en muchos casos son funcionarios. Sin ese incentivo no lo harían y estarían dedicados a otra actividad. Para ellos la política es un "trabajo", una profesión, un oficio, una mera ocupación en esta etapa de sus vidas.

En los espacios afines a las ideas de la libertad parece predominar una misteriosa modalidad. Allí abundan los que entienden que son "otros" los que deben ocuparse de hacer que las cosas sucedan.

Una exótica especie de extraños personajes alienta a otros a hacer lo que ellos no quieren, ni pueden. Proponen que los liberales se deben integrar a partidos ya existentes para cooptarlos, o crear nuevos espacios que surjan sin flancos débiles, o inclusive sueñan con recuperar antiguas instituciones formales para recomponerlas y poblarlas de dirigentes y votantes.

El problema es que siempre terminan hablando de lo que deben hacer los demás, y en casi ningún caso, asumen el trabajo de liderar esos audaces procesos que promueven. Un vicio de ese sector de las ideas, es que las responsabilidades primarias siempre son ajenas y no se hace autocrítica.

Es por eso, probablemente, que no florecen partidos con esa visión. Sin recursos suficientes, ni individuos dispuestos a colaborar con tiempo y esfuerzo con sus propias ideas parece imposible llegar a buen puerto. Lo que no existe en realidad es la decisión de tener una profunda actitud "militante", porque eso implicaría resignar tiempos personales y laborales.

El problema general es mucho más profundo de lo que parece. Si los que pueden poner su pasión y convicciones al servicio de una causa noble se abstienen de hacerlo, la política quedará siempre en manos de los inescrupulosos que solo se dedicarán a ello a cambio de una remuneración.

En ese escenario, la política solo representará a los intereses de los dirigentes mercantilizados, esos que no tienen ni ideología, ni principios y que solo buscan retener cargos o conseguirlos. Así la política seguirá siendo una actividad muy redituable para algunos y no un modo de transformar genuinamente el presente. La política vive ahora una transición hacia otras formas, pero no necesariamente mejores. Mientras tanto resulta absolutamente inocultable el ocaso de la militancia.

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013

 

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ANOMIAS por Ernestina Gamas*

| 11 septiembre, 2015

           "Toda moral de alta cultura depende en último  término de la profundidad de la internalización              de la prohibición del homicidio”                                                                                                                                                                    Peter Sloterdijk

“Sí yo hiciera mi mundo todo sería un disparate. Porque todo sería lo que no es. Y entonces al revés, lo que es, no sería y lo que no podría ser si sería”. 

 Lewis Carroll “Alicia en el país de las                                                           maravillas”

Tratemos de imaginarnos un estado pre-social. Un mundo de permanentes colisiones, sin  ley, sin tabúes. Un mundo  sin acuerdos racionales para la convivencia, carente de moral.  A través de la historia, la reflexión recurrió a ese hipotético estado de naturaleza como una plataforma desde donde proponer  la constitución del orden social.   

Teniendo en cuenta  que en la naturaleza no se registran reglas que regulen la relación de los animales, la existencia de  normas nos daría el indicio de la aparición de la cultura, con la implantación de  límites para lo permitido y por tanto castigo para lo prohibido. No se podría hablar  entonces   de una situación pre-social, ya que en toda agrupación humana, aún en sus  formas rudimentarias han existido regulaciones.   

Para  vincular la naturaleza con la cultura,  el antropólogo francés contemporáneo Claude Levy Strauss,  en su obra “Estructuras elementales del parentesco” analizó el tabú de la prohibición del incesto, situación recurrente en regiones del mundo alejadas unas de otras y en sociedades profundamente diferentes en cuanto a formas de parentesco, pero con el que se ponía límite a la posibilidad  de relacionarse entre consanguinidades muy cercanas. Esas reglas que dan origen a las prescripciones matrimoniales son una  forma muy antigua de ordenamiento social. 

La cultura entonces,  viene  a introducir un orden, esto es decir un orden moral que nos permita ser libres, siempre que nos atengamos al orden de la ley. Las sociedades modernas de la  cultura occidental,  han apostado por los valores que han creído los mejores. De ahí sus legislaciones  con sus prohibiciones fundamentales.  No se mata, no se tortura, no se persigue por creencias, no se roba.  Pero para poder ser libres, para defendernos unos de otros,  es necesaria  la ley.

La ley,  para todos por igual,  limita los excesos del poder, la discrecionalidad, los atropellos a la dignidad humana, a la libertad de expresión y de creencia. Reglas =  nomos = ley son imprescindibles  para evitar el atropello de unos hacia otros. Las reglas ponen medida, proporción, equilibrio.  Con la degradación de las reglas el riesgo es la desmesura que nos arroja por el barranco de   la  anomia.

“Para la sociología, la anomia es un estado que surge cuando las reglas sociales se ha degradado o directamente se han eliminado y ya no son respetadas por los integrantes de la comunidad……

Cada integrante de una sociedad   es una  unidad biopsicosocial que está en constante interacción  y cuyas partes no se pueden separar del entorno donde vive. Desde hace tiempo, en la Argentina  venimos transitando el camino hacia la ignorancia de las reglas y por lo tanto a su cumplimiento. La ausencia de reglas  resquebraja lo colectivo y conduce al  estado de disgregación en el que vivimos, la falta de tolerancia se torna exasperación que va formando subjetividades.   No se intercambian argumentos sino acusaciones. Desde la cúpula del gobierno los exabruptos caen como latigazos sobre espectadores cuya única defensa termina siendo  la indiferencia.  Hay castigos para  los que no comparten sus  políticas,   premios y  prebendas para los adeptos. La sociedad dividida entre amigos y enemigos.

……….Para la psicología, la anomia  es un trastorno del lenguaje que imposibilita a una persona a llamar a las cosas por su nombre”

El relato reitera que no pasa lo que pasa sino lo que  dice que pasa y dibuja un paisaje irreal  que  enrostra a los de “afuera”,  cualquier mal que nos aqueje,  enemigos del modelo y  causantes de su desestabilización.  Para ellos, “ni justicia”.

Es un relato también  retrospectivo.  Tenemos nuevos héroes que reemplazan a los que construyeron la Nación,    ahora traidores y vende patrias.

Denostados los que proyectaron la ley de educación pública, laica y gratuita, ahora  son tildados de  genocidas y extranjerizantes. Se recurre a una revisión histórica sin investigación ni debate, instalada por mercenarios  también como relato distorsionador. Estos son los nuevos contenidos que se enseñan en los programas escolares y que bajan línea desde programas infantiles con apariencia inocente. Un universo paralelo donde nada es verificable pues todo se basa en la más pura ficción que seduce  y confunde.

El 18 de enero del 2015 fue encontrado muerto en su departamento el Fiscal Alberto Nisman quien al día siguiente iba a exponer,  frente a una comisión de legisladores en el Congreso de la Nación, el resultado    de una investigación donde aparecían implicadas las cúpulas del Gobierno. El límite de la prohibición del homicidio  había sido traspasado. Pero el  relato trató hacernos creer que hay suicidas prolijos que después  de eliminarse y antes de morir,  limpian sus propias manchas de sangre. No es que este haya sido el único homicidio. Hay una larga lista de muertes dudosas perpetradas por los dueños del poder. En las últimas semanas, se difundió el asesinato en Jujuy de Ariel Velázquez. Era un joven militante radical baleado por la espalda, se sospecha que por integrantes de la Tupac Amaru, ejército paramilitar que lidera la dirigente social   Milagro Sala. Una vez más el relato dio su versión contándonos que el joven era militante de esta agrupación,  por tanto asesinado por sus enemigos radicales.

Pero nada de esto pasa.  No hay inflación pese a que los precios suben en forma escandalosa. No hay desempleo ni pobreza. Los parados estarán tomándose un año sabático y los  que revuelven la basura en plena ciudad de Buenos Aires, lo  hacen para ayudar al CEAMSE en el cuidado del medio ambiente. El relato no contesta en cuanto al aumento patrimonial de la familia presidencial, sus ministros y colaboradores. La Presidenta abusando de las cadenas nacionales, nos cuenta de un mundo feliz, de una década ganada,  de un gobierno  que se basó en la defensa de los derechos humanos y  que  fundó el país  en el año 2003 y lagrimea pensando en el pobre niño muerto en playas lejanas mientras no se conmueve con los cientos de desnutridos que abundan en este país.  

Las reglas se van desvaneciendo. Hemos caído en la desmesura, porque regla es normativa y precepto, pero también una herramienta que permite realizar mediciones. Donde hay desmesura, no hay  noción de medida No se  puede decir qué es grande, qué es pequeño, qué es mucho y qué es poco. Dádivas, fraude electoral, exacciones impositivas. Sin nada que regule o mida. Desmesura también  en las palabras para encubrir la ignorancia de ley.   

Los que no creemos en el relato aspiramos a vivir bajo el imperio de la ley. Tenemos la certeza de que al  fiscal lo mataron oportunamente y  percibimos que nada va tan bien como lo cuentan.  Condenamos todo homicidio.

 El homicidio de un Fiscal que estaba a punto de poner en el banquillo de los acusados a quienes nos gobiernan y el homicidio simbólico que eliminó la realidad.

                                                                                                                                                                                           Septiembre de 2015

*directora de con-texto y escritora

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EL SÍNDROME DE ESTOCOLMO K por Francisco M. Goyogana*

| 11 septiembre, 2015

       Si bien se ha interpretado al síndrome de Estocolmo como la reacción psicológica que experimentan las víctimas de una agresión, al desarrollar una relación de complicidad que puede alcanzar inclusive la aparición de un vínculo afectivo con el vector agresor, dentro del conjunto de fenómenos que caracterizan una situación determinada se destaca, por sobre todo,  la interpretación de una ausencia de violencia por parte de las víctimas, al sentir  el hecho como una calidad de acto de humanidad.

      Las víctimas del síndrome de Estocolmo muestran esencialmente, dos tipos de reacción. Una de ellas, la expresión de sentimientos positivos hacia el agente agresivo y, paradójicamente, una aversión en contra del control de la agresión por parte de personas o instituciones.

      De manera similar en cuanto a la naturaleza del mecanismo del síndrome, y también paradójicamente, pero a la inversa, son los propios agresores quienes expresan sentimientos positivos hacia los agredidos.

      Dentro de ese horizonte, la víctima abandona su condición de sujeto protagonista de su propia vida, para convertirse en objeto de la bondad por la maldad ajena.

      Por ese acto, la víctima entrega su dignidad, elemento imprescindible para rescatar de la esclavitud del síndrome a las víctimas condenadas, que de otra manera solamente dispondrán de la derrota.

      La fatalidad presente en la realidad, muestra que para quienes aparecieran en la vida como sujetos víctimas por agresiones populistas, determinadas opciones han dejado de ser optativas para transformarse en aspectos que los actores llegan a entender como un orden natural de las cosas, clima del que en caso de quererlo, no pueden salir sino al costo de abandonar lo que son. En suma, que el agredido termina por aceptar y justificar la agresión, al tiempo que por la parte agresora aparece un sentimiento positivo hacia el agredido.

      Afortunadamente, el éxito de provocar una generalización del síndrome de Estocolmo en el orden político, parece haber quedado limitado a un tercio de la población argentina víctima de la agresión populista. Las víctimas, generalmente enroladas en el rubro de los carenciados, han sido infectadas con presuntas asistencias a través de planes sociales adictivos, que, por otra parte, no han alcanzado a remediar las patologías sociales.

      El sistema populista ha dado un pésimo ejemplo en la aplicación de la terapéutica para transformar a los sectores desposeídos más enfermos de la sociedad. Pero en su práctica equívoca, se ha encontrado con el triunfo, otra vez paradójico, de haber alcanzado la victimización, fenómeno que se traduce en las elecciones para designar cargos políticos donde parte del electorado vota por hábito o por complicidad, como manifestaciones del síndrome de Estocolmo en su forma alternativa K.

      La realidad nacional del tercio poblacional que padece el síndrome citado, no parece tener soluciones a la vista para una reversión enérgica del cuadro populista y las complicaciones derivadas que deberá afrontar ante las nuevas terapéuticas que se apliquen  para encontrar la solución.

      Un síndrome representa al conjunto de síntomas característicos de una enfermedad, entidad que tiende a precisar el diagnóstico y eventual cura de la patología, pero en el caso de la actitud de una persona secuestrada psicológicamente que termina por comprender las razones de sus captores, resulta primordialmente enigmática la resolución  de esa psicopatología, agravada por su naturaleza populista. Sólo la enfermedad populista  puede explicar que los dirigentes y funcionarios aplaudan las políticas que han llevado a simplificar los problemas más graves, apelando a un falso nacionalismo con desastrosas consecuencias para el mediano y largo plazo, aplicando el truco del psicópata que cree que las reglas sólo valen para los otros, sin aclarar que el problema central en el que la inmensa mayoría de la población todavía sana tiene la peor opinión de la clase política populista y no sabe que hacer con el tercio restante que sigue el sistema electoral desde muy atrás en el tiempo. Mientras tanto, los índices de pobreza se han ido convirtiendo en delincuencia con la reducción en parte de la sociedad argentina a la servidumbre de sus captores a cambio de dádivas, con poco pan y mucho circo. La educación se ha reducido a un Sarmiento despreciado, que con proclamado 6% del PBI en educación, en las pruebas del Program for International Student Assessment  ( PISA ) han servido, para conducir a los estudiantes argentinos que ocupaban el 37º puesto entre sesenta y cinco países en el año 2000, que retrogradasen al puesto 53º en el 2006, al 58º en el 2009 y al 59º en el 2012, como rememorando aquello de “Alpargatas sí; libros no”, a pesar de que en las zonas marginales las alpargatas se hayan reducido a pies desnudos con índice de pobreza inferior al 5% ( INDEC ), menores que los existentes en Alemania.

      El síndrome de Estocolmo en su variante K no está exento de la destrucción de la capacidad intelectual, y que la autonomía de los argentinos pobres y los pobres argentinos, sean en definitiva un producto populista. Si no, lo demuestran los resultados electorales donde, sobre la base de la igualdad del voto, sin discriminar las capacidades del votante, cuanto mayor es el caudal populista, menor es la situación socio-económica de los sectores correspondientes. Que hacen juego con la afirmación de Fernando Savater cuando sostiene que el populismo es la democracia de los ignorantes. Por eso, quienes padecen del síndrome de Estocolmo en versión K, conciben al populismo como razón e vida y comienzan a sentir pasión por los relatos, según los cuales, y como lo señala el vínculo afectivo de los violados en su dignidad con los violadores, el populismo desendeudó al país, redujo la pobreza, consagró la ampliación de los derechos, logró una situación de pleno empleo con la aproximación a una planta de tres millones y medio de trabajadores estatales, democratizó la justicia, encabezó la lucha contra los medios de difusión hegemónicos y salvó al país, por fin, de las garras del imperialismo. Objetivos todos, sin embargo, del mismo tipo de populismo declamados a lo largo de más de siete décadas, en una demostración de independencia política, libre de todo tipo de corrupción, tiempo durante el cual convencieron a los violados que la Constitución es una especie intrínsecamente abstracta y meramente formal.

      Las víctimas del síndrome de Estocolmo, variedad K, terminarían cayendo en la simple conclusión por la cual abandonaron su tradición republicana, por el vínculo afectivo e irracional del populismo, al mismo tiempo.

      El síndrome de Estocolmo K denota la gravedad de esa psicopatología con consecuencias fatales, a menos que los violados tengan un destello de dignidad para recuperar su libre albedrío y recuperar la inteligencia que les permita abordar el conocimiento y la información, elementos sin los cuales es imposible comprender, adaptarse y progresar como individuos y sociedad, la sociedad del conocimiento y la información.

      Por ahora, la responsabilidad para desvanecer la persistencia del síndrome de Estocolmo en su forma K, queda en la inteligencia y el coraje del 70% de la ciudadanía, con vocación para sobrevivir y aspirar al futuro, y contribuir a la superación de una crisis ya demasiado extensa, y lejana de los países aventajados por vocación propia.  

      

                                                                            Septiembre 2015       

*   Miembro de Número del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia

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LA IMPUDICIA DE LA INDULGENCIA por Alberto Medina Méndez*

| 1 septiembre, 2015

 

La corrupción atraviesa a los gobiernos desde hace mucho tiempo. Su omnipresencia abruma y su permanencia se sostiene sobre su naturaleza estructural, esa que la hace casi imposible de erradicar. Es tal su potencia que ha logrado que la sociedad la naturalice, la incorpore como parte del paisaje y, en ese contexto, tolere convivir con ella casi sin escandalizarse.

Este fenómeno cultural ha penetrado con tanta fuerza que no solo los corruptos creen estar haciendo lo correcto y asumen que cualquiera haría lo mismo en su lugar, sino que también los que entienden que ese modo de vida es incorrecto parecen haber caído en la trampa de la mansedumbre.

El daño que este perverso hábito ha generado no solo impacta a la hora de vaciar las arcas del Estado en cualquiera de sus formas, saqueando los recursos de toda la sociedad. El asunto es más complejo aún y los alcances del deterioro moral son mucho más profundos que lo que pueda imaginarse.

Es increíble observar como se ha desplazado el umbral que traza la línea entre las personas integras y los criminales. El saber popular solo colocará en la lista de los corruptos a aquellos que delinquen con obscenidad, los que lo hacen con absoluto descaro y sin ningún tipo de escrúpulo.

Los sutiles, los mesurados, los más educados y menos burdos, quedarán prácticamente eximidos de su responsabilidad. Es que la experiencia cotidiana indica que todos los que conducen los destinos del gobierno, tendrán que hacerlo de algún modo, por lo tanto lo que termina importando son las formas y eventualmente los montos, y no necesariamente la actitud.

Es demasiado impactante seguir de cerca esos diálogos en los que parece vital desplazar del poder a los delincuentes de turno para reemplazarlos por otros que, haciendo lo mismo, solo han tenido ciertos cuidados para no parecerse demasiado a los primeros.

Es tiempo de que la sociedad se sincere plenamente y se anime a explicitar con total claridad cuáles son sus verdaderos valores morales. Es relevante saber, a estas alturas, si realmente la corrupción es absolutamente inaceptable o solo se trata de rechazar lo grosero y rústico, de cuestionar los modos y ciertos desagradables estilos personales.

Por triste que resulte, se ha instalado vigorosamente una postura demasiado frecuente, que plantea argumentos frágiles, de gran debilidad no solo intelectual, sino de una relatividad moral que espanta.

Gente inteligente, con acceso a la educación, sin carencias económicas que condicionen su supervivencia, son los que militan con más vehemencia en esta eterna e inexplicable doble moral.

Despotrican contra los malhechores cuestionando sus aptitudes y criticando su indecencia crónica, pero con idéntico entusiasmo idolatran a personajes de dudosa reputación que solo pueden mostrarse como una versión atenuada de similares conductas.

Al final, todo parece ser una simple cuestión de magnitudes. Los que roban mucho son considerados corruptos, pero para los que lo hacen moderadamente existe un indulto social completamente incomprensible.

Es patético, pero definitivamente contemporáneo. Una importante porción de la sociedad solo aspira a elegir a los ladrones más civilizados, simpáticos y discretos. Los honestos prácticamente no aparecen en la grilla y entonces la comunidad no hace más que optar entre diferentes delincuentes.

El problema de fondo es que los honrados no participan lo suficiente como para cambiar la esencia de la política, aunque es justo reconocer que muchos lo intentaron. Algunos, luego de hacer su máximo esfuerzo, se encontraron con que todo era mucho más complejo de lo previsto. Los menos perseveraron y aún siguen intentando ese difícil recorrido. Otros decidieron desistir frente a las infinitas e insalvables dificultades.

Un grupo importante de los que ingresaron a la política para aportar integridad, decidieron mutar y aceptar las impiadosas reglas de juego, claudicando en sus convicciones, bajo el cómodo argumento de asumir que no existe otro modo de hacer política que abandonar los principios.

Es importante no resignarse con tanta docilidad y creer que todo seguirá siendo igual, solo porque siempre fue así. Los cambios se consiguen, primero asumiendo que resulta posible lograrlo. Las utopías dejan de serlo cuando se actúa en consonancia con los sueños. Si no se hace nada al respecto, seguirán siendo solo ideales vacios de los que nadie se ocupa.

Claro que se pueden admitir que existen ciertas circunstancias en las que se debe elegir el mal menor. No se debe dejar de lado lo pragmático frente a una situación límite. Muchas veces se trata justamente de optar por la alternativa menos desagradable.

Lo que resulta inadmisible es convertirse en un entusiasta impulsor de un grupo de bandidos, con el agravante de disimular deliberadamente sus inocultables vicios, minimizar sus defectos, para transformarlos en artificiales adalides de la eficiencia y la honestidad. Lamentablemente son lo que son, solo más de lo mismo. En todo caso pueden ser aceptados como parte de una amarga transición que permita luego empezar a construir una opción superadora, mucho mejor, más aceptable, esa que valga la pena promover y de la que se pueda sentir un genuino orgullo.

El camino consiste en ser suficientemente crítico, disponerse a ser parte de una construcción realmente virtuosa y evitar la infantil complacencia de siempre, esa que termina siendo la impudicia de la indulgencia.

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013


 

   
 
 

 

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MIS AÑOS EN EL MOVIMIENTO ESTUDIANTIL ENTRE 1945 Y 1955 por Isay Klasse*

| 1 septiembre, 2015

            En esta conmemoración del 90º aniversario de la Reforma del 18, quiero dejar algún testimonio  directo  sobre  la acción del movimiento estudiantil, en los años en los que me tocó actuar. Como no podía ser de otra manera, en esos años luchamos decididamente por la democracia, en defensa de la Universidad y por la Reforma Universitaria.  Ante todo, desearía poder explicar claramente a quienes hoy tengan la paciencia de leer estas notas, que nuestra lucha fue porque desde el gobierno se intentó entonces premeditada y despiadadamente, destruir la universidad y la cultura, en el convencimiento de que la ignorancia y la mentira eran los mejores aliados que la dictadura de esos años podía conseguir para hacer realidad sus propósitos. Los reformistas quisimos seguir los ejemplos de la gran generación de 1918 y, a medida que los acontecimientos se fueron desarrollando, depuramos nuestro movimiento de los que adherían a la dictadura stalinista e incluimos en nuestras luchas a  muchos no reformistas, pero sinceramente democráticos, como los que integraron el movimiento humanista y a los que me referiré más adelante. Tengo el convencimiento de que la dictadura fascista que Perón ejerció desde junio de 1943 y en su primer y en su segundo gobierno hasta 1955, contenía claramente los gérmenes de los terribles años del 73 al 83. Creo que en los actuales momentos que vive el país, es necesario recordar eso y qué hicimos y por qué luchamos desde hace ya más de 60 años. Considero muy necesario retratar a los personajes de esa época. En especial a aquéllos cuya nefasta influencia desgraciadamente todavía se hace sentir hoy en día.

            Aclaro que no aparecerán en estas líneas todos los nombres de quienes actuaron. A algunos ya los he olvidado y a otros no deseo recordarlos. Quizás lo haga piadosamente, porque sé que han reflexionado y se lamentan hoy de algunas de las actitudes que, tuvieron en algún momento de esa década, desde una posición que pretendía ser de izquierda, en especial cuando adhirieron a la acción nefasta del gobierno de esos años contra la universidad, contra la cultura y contra la democracia.

            Me propongo referirme a las luchas estudiantiles entre los años 1945 y 1955. Cursé mi primer año de ingeniería en 1948, en la Universidad de Buenos Aires, en la Facultad que entonces se llamaba de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En 1954, cuando me gradué, la Facultad había sido dividida y terminé los estudios en la que entonces ya era la Facultad de Ingeniería. Desde luego que la situación política del país y el mundo en los primeros años de la década del 40, tuvieron una indudable influencia en  la acción del movimiento universitario y en las luchas de los estudiantes reformistas de aquellos años. Permítaseme pues, hacer un breve y sumarísimo introito para tratar de situarnos en esos momentos.

            Los años de la década del 30 fueron conocidos como la “década infame”. Esta infamia fue iniciada por el golpe militar del 6 de setiembre de 1930 que derrocó al gobierno constitucional de Hipólito Yrigoyen y quebró la tradición de respeto por las instituciones democráticas que el país había iniciado trabajosamente, con la derrota del despotismo rosista en Caseros y al lograr la unión nacional en 1862, con el gobierno de Bartolomé Mitre y las gloriosas épocas de la generación del 80 que fue la que construyó y dio impulso al progreso del país. Durante los años 30 las fuerzas armadas toleraron y apañaron el fraude electoral y alentaron la llegada a posiciones importantes en el gobierno de personalidades confesadamente antidemocráticas y pro-fascistas como Manuel Antonio Fresco y muchos otros. Fue evidente durante esos años que la cúpula militar tenía fuertes simpatías por el movimiento fascista que Mussolini había instaurado en 1922 y por el nazismo criminal al que Hitler había llevado al poder en 1933. Al estallar la guerra en Europa, en 1939, los primeros éxitos alcanzados por las fuerzas totalitarias robustecieron esas simpatías. El presidente Ortiz, pese a que también había sido elegido fraudulentamente en 1937, intentó –  pero lamentablemente sin éxito – terminar con el fraude y modificar estas ideas de la dirigencia militar. En 1942 Ortiz  enfermó gravemente y debió renunciar a la presidencia que asumió entonces su vicepresidente Ramón S. Castillo. Éste era un viejo caudillo conservador catamarqueño, un hombre débil, sin posiciones firmes, que adhería a los dictados de las fuerzas armadas con relación al conflicto bélico que ya entonces había pasado a ser la Segunda Guerra Mundial. Al repasar los diarios de aquella época, se puede ver claramente cuan aislada estaba la Argentina en el continente. Hasta algunos países gobernados por personajes claramente dictatoriales (como el Brasil de Getulio Vargas y la Cuba de Fulgencio Batista) ya habían tomado una posición contraria al Eje conformado por Roma, Berlín y Tokio.  En esos momentos se produjeron las derrotas de Alemania e Italia en Stalingrado y el Norte de África. Era evidente que el curso de la guerra estaba cambiando decisivamente. Castillo intentó lentamente modificar entonces su posición y se dispuso a imponer como sus sucesores (desde luego fraudulentamente como en las anteriores elecciones de los años 30) a Robustiano Patrón Costas y Manuel María de Iriondo. Éstos eran dos políticos derechistas, que habían gobernado directa o indirectamente sus provincias (Salta y Santa Fe) por medio de los fraudes más escandalosos comprobados y denunciados. Esta decisión de Castillo fue acelerada por la muerte de los ex presidentes Justo y Alvear quienes eran los candidatos naturales para las elecciones que debían celebrarse a fines de 1943. Pero ambos desaparecieron casi simultáneamente en 1942 y 1943. Quedó entonces firme la fórmula Patrón Costas – Iriondo. Ambos eran personajes realistas y se manifestaban claramente a favor de los Aliados.  Las fuerzas armadas, en cambio, seguían siendo partidarias de Alemania, Italia y Japón. Sus simpatías eran fuertemente favorables a las dictaduras nazi-fascistas. Los militares que, encabezados y dirigidos por Perón actuaban en 1943, justificaban sus simpatías pro-nazis en promesas de Hitler, que les había transmitido el embajador nazi von Thermann. Este diplomático les había asegurado que Hitler tenía reservado para la Argentina el lugar de potencia dominante en América Latina y que efectivizaría esa posición tan pronto como terminara la guerra. Por ese motivo y para evitar que subieran al poder políticos que, aunque derechistas, conservadores y fraudulentos, eran partidarios de los aliados, el 4 de junio de 1943 las fuerzas armadas derrocaron al presidente Castillo y su gobierno.

            Pese a que en 1943 sólo era coronel y teóricamente debía obediencia a sus superiores jerárquicos, está completamente comprobado que Juan Domingo Perón dirigió esa asonada y, a partir de ese momento y hasta setiembre de 1955, gobernó el país directamente o usando a algunos simples testaferros suyos. El golpe del 4 de junio lo organizó y comandó el GOU (Grupo Obra de Unificación o Grupo de Oficiales Unidos) cuyo jefe era Perón. En los primeros años Perón gobernó a través de algunos generales a los que manejó a su arbitrio. Al primero de ellos (Pedro Pablo Ramírez) lo hizo renunciar a los pocos meses para poner en su lugar a  Edelmiro J. Farrell que siempre fue un simple instrumento suyo. Luego, se hizo elegir presidente y gobernó directamente. Pero conviene analizar, aunque sea muy brevemente, a qué ideología adhería el  jefe del GOU, y qué hizo el gobierno militar que él dirigió y que tuvo el mando desde junio de 1943.

 

            Si no se considera el hecho comprobado de que, en 1919, como simple teniente, comandó las tropas que reprimieron a los huelguistas de la fábrica Vasena, la primer incursión pública de Perón que aparece registrada, es en setiembre de 1930, “como miembro del comando de operaciones del golpe militar que derrocara al presidente Hipólito Yrigoyen” [1]

            Luego aparece como agregado militar de la embajada argentina en Italia y su deslumbramiento por los logros del fascismo son evidentes y claramente confesados. Para decirlo con sus propias palabras: “Elegí cumplir mi misión desde Italia, porque allí se estaba produciendo un ensayo de un nuevo socialismo de carácter nacional. Hasta entonces, el socialismo había sido marxista: internacional, dogmático. En Italia, en cambio, el socialismo era sui generis, italiano: el fascismo. El mismo fenómeno se producía también en Alemania y se estaba extendiendo por toda Europa, donde había ya hasta monarquías con gobiernos socialistas” [2]

            Para ilustrar  el carácter fascista del golpe de junio de 1943, basta sólo citar, como lo ha hecho Hugo Gambini en alguna de sus disertaciones públicas, la orden de la oficina de prensa de la presidencia fechada en julio de 1943 cuando notificó que “no se pueden publicar noticias que afecten la dignidad de Benito Mussolini” quien ese mismo mes había sido destituido por el rey de Italia, Víctor Manuel III,  a quien, hasta entonces había manejado a su antojo.

¿Qué hicieron estos golpistas del 43, con la cultura, la democracia y la universidad? Todavía están con nosotros algunos que entonces eran militantes universitarios reformistas y ellos pueden tratar este punto mucho mejor y más documentadamente que yo. En 1943 yo estaba cursando el último grado de la escuela primaria pero lo que recuerdo nítidamente es la presencia de nazi-fascistas declarados como  Gustavo Martínez Zuviría  (Hugo Wast) en altos puestos como Ministro de Justicia e Instrucción Pública y Director de la Biblioteca Nacional. Además, a un chico que entonces sólo tenía 13 años impresionaban vivamente las marchas totalitarias y ridículas que nos obligaban a aprender y cantar, sin entender demasiado su significado: la Marcha del Reservista, la Marcha del 4 de junio, la Marcha de la Fiesta del Trabajo. Como autor de alguna de ellas ya se destacaba Oscar Ivanissevich que luego llegó a ser un personaje tan peculiar y tan nefasto.

Perón y el GOU vieron en 1944 que el Eje estaba perdiendo la guerra y entonces hicieron que la Argentina rompiera relaciones con Alemania y Japón (Italia ya se había rendido)  Para ello tuvieron que hacer renunciar al General Ramírez que todavía se negaba a tomar esa medida. Por fin, en marzo de 1945, Argentina declaró la guerra a lo que quedaba del Eje. Fue el último país en tomar tan “valiente” decisión, precisamente un mes antes de que murieran tanto Hitler como Mussolini y apenas unos 40 días antes de que Alemania se rindiera incondicionalmente. Alguien puede pensar que no es posible encontrar más claras evidencias del carácter nazi-fascista de las decisiones del GOU. Sin embargo, todavía bastante después del fin de la guerra, Perón siguió fiel a estas prístinas posiciones suyas, al recibir y dar refugio en la Argentina a personajes siniestros como Adolf Eichmann, Ante Pavelic (el “Quisling” de Croacia), el seudo científico Ronald Richter (que logró embaucar a Perón hasta el punto de hacerle decir públicamente que pronto la Argentina tendría la energía atómica en “una botellita de Coca Cola”), Ludwig Freude  y tantos otros que ya no vale la pena recordar..

Es evidente que una universidad que siguiera los ideales democráticos de la Reforma era absolutamente inconciliable con las doctrinas nazi-fascistas que impuso el movimiento militar que depuso a Castillo y que continuó el peronismo – tal vez perfeccionándolas – cuando Perón asumió ya directamente el poder que, hasta entonces, habían desempeñado nominalmente sus testaferros. Un detalle circunstancial nos da una muestra más de la identificación de Perón con los ideales del golpe militar de 1943. Cuando en 1946 tuvo que fijar la fecha de iniciación de su período de gobierno, eligió el 4 de junio y en la norma que así lo establecía, se dejó constancia del homenaje que con ello se rendía a ese movimiento al elegir precisamente ese día para un acontecimiento tan importante como el del comienzo de un período de normalización constitucional.

El Tercer Congreso Nacional de Estudiantes Universitarios, reunido en Córdoba en 1942, había aprobado claras declaraciones contra el nazi-fascismo. En ellas se reclamaba que la Argentina apoyara decididamente a los países que luchaban contra Alemania, Italia y Japón. Esta posición era evidentemente muy mayoritaria entre los profesores de las altas casas de estudio. Los nombres de Alfredo L. Palacios, Carlos Saavedra Lamas, Bernardo Houssay y Carlos Sánchez Viamonte son realmente símbolos de ese período. Pero no fueron los únicos aunque sí figuran entre los más destacados. Llegó luego el golpe de estado del 4 de junio y las autoridades “de facto” trataron de quebrar esta posición. Las luchas, idas y venidas del período están muy bien relatadas en el libro ¡Aquí FUBA! que ya he mencionado antes y nada puedo agregar a lo que allí se dice. Por mi parte, la primera vez que entré al viejo edificio de la “manzana de las luces” en la calle Perú 222, fue en octubre de 1945, cuando lo ocupaban los estudiantes que reclamaban la vigencia de la democracia y la autonomía universitaria. Entré casi clandestinamente llevando comida para los que allí estaban. Todavía recuerdo con emoción algo del camino sinuoso que me hicieron seguir para entrar al edificio tomado por los estudiantes. Como yo era “un mocoso” de apenas quince años, que cursaba entonces el segundo año del secundario y que no tenía nada que hacer allí, inmediatamente me echaron y me obligaron a salir del edificio de la Facultad. Con ello me hicieron un gran favor porque ésos fueron justamente los días del asesinato de Aarón Salmún Feijóo.

No volví a entrar al viejo y querido edificio de Perú 222 hasta los primeros días de 1947. En esa época ya cursaba el quinto año del bachillerato porque había aprobado el tercer año en exámenes libres, a fines de 1945. Simultáneamente con el último año de la secundaria, hice el Curso de Ingreso a la Facultad y empecé entonces a interiorizarme sobre la acción del viejo Centro “Estudiantes de Ingeniería”.

El ambiente de la Facultad y la Universidad de Buenos Aires era desolador en esa época. Solo quedaba ya el recuerdo nostálgico de las dignas autoridades que, como el Ing. Mendiondo, la habían defendido. tanto. Después de las luchas encarnizadas del 45 y las huelgas del 46 el peronismo, con sus doctrinas totalitarias, se había hecho dueño del país y se había empeñado en doblegar a quienes Perón motejaba de “jovencitos engominados” De alguna manera el CEI era un refugio increíble en aquellos años. Fundado en 1904, por la unión de la Asociación Atlética de Ingeniería y la Asociación “La Línea Recta” ax+by+c=0 (así figura en las actas originales que pude ver muchos años después) en 1947 tenía como socios activos a más del 90 % de los estudiantes de ingeniería. En el acta de la unión de ambas entidades figura la firma del estudiante Agustín P. Justo quien, luego de obtener una medalla de oro al graduarse como ingeniero civil, siguió la “provechosa” carrera que lo llevó a ser general y Presidente de la República en 1932. Otro nombre importante en esta historia es el de Gabriel del Mazo líder de la Reforma en 1918 que fue presidente del CEI y luego autor de una destacada historia del movimiento reformista que se publicó en tres tomos extensos y muy bien documentados.

Hasta 1946, con algunos intervalos, había sido muy importante en Ingeniería, la acción de la Lista Blanca que fundara y dirigiera en 1932 Augusto J. Durelli. Hoy todavía conservan actualidad sus artículos y ensayos, en pro de la Reforma, la autonomía universitaria y la democracia, Siempre agradeceré al querido “gallego” Dimas Hualde García  que fue el primero que me mencionó a Durelli y logró que leyera ávidamente todo lo escrito por él, que caía en mis manos.

En 1946 era presidente del CEI el siempre recordado Alberto Pochat a quien alcancé a conocer y apreciar. Sus consejos eran siempre atinados y admirables. Pochat fue uno de los que más contribuyó a afianzar el gran papel del CEI como entidad gremial de compleja y eficaz acción cooperativa. El CEI alcanzó así una posición económica de gran solvencia. Tenía una impresionante biblioteca técnica, publicó numerosos libros y apuntes y editaba la revista “Ciencia y Técnica” que logró un gran prestigio internacional. Desde luego que también tenía una impresionante y muy cuidada actividad de difusión cultural y su “Boletín” (que en 1949, por un breve período, tuve el gusto de dirigir)  que reflejaba las discusiones y diferentes puntos de vista de los estudiantes.

En cierto momento era mayoría en  el CEI la que se denominó “Lista Azul”, no reformista y ciertamente inclinada a una posición apolítica y neutralista ante la contienda bélica. Frente a ella estaba “Lista Blanca” a la que ya he descripto como la obra de Augusto Durelli y sus seguidores. Los estudiantes comunistas se agrupaban en la “Lista Verde” que seguía fielmente los dictados del Komintern, órgano directivo de la Internacional Comunista que funcionaba en Moscú y obedecía las órdenes de Stalin. Así, hasta 1935/36, fueron seguidores de las doctrinas del grupo Insurrexit que en sus manifiestos decía que “la traición estaba en la esencia misma del movimiento universitario reformista” y reprobaba la acción común con los socialistas a los que despectiva e injustamente llamaba “social-fascistas”. Muchos años después de editado, en plena lucha por reconquistar  FUBA, tuve la fortuna de conseguir un volante de Insurrexit y de su lista en el CEI,  firmado, entre otros, por algún viejo estudiante crónico (cuyo nombre, como dije al principio, prefiero ahora no recordar) que había iniciado su carrera de ingeniería en los años de la década del 30 y todavía era dirigente estudiantil comunista en 1948. Cuando las leí en una sesión de la Junta Representativa de FUBA, estas afirmaciones causaron sensación y demostraron que, antes que los intereses auténticos de los estudiantes, los comunistas que actuaban en el movimiento seguían ciegamente los dictados de su partido. En ese momento estaba lejos de suponer que, antes de terminar mis estudios y mi militancia estudiantil, los comunistas, seguidores de Stalin, volverían a darnos otro ejemplo de ésta, su actitud tan reprobable.

En 1947 había ganado las elecciones del CEI una nueva lista que se propuso ser independiente de Lista Azul y de Lista Blanca. Se llamó, precisamente, “Lista Independiente” y gobernó muy eficazmente el CEI por tres períodos. Los presidentes de esos años fueron Bernardo J. Loitegui, Lucio R. Ballester y Alberto J. Oteiza Quirno. Recuerdo que en esa época yo tenía tantos deseos de participar en el movimiento que pretendí ser aceptado como socio activo del CEI en 1947, es decir antes de haber aprobado el ingreso y cumplir con la exigencia estatutaria de ser alumno regular. Argumenté fogosamente en una reunión que conseguí con el presidente del CEI (que era en ese momento Loitegui) que quienes hacíamos el curso de ingreso merecíamos ser socios del CEI en una categoría especial. Loitegui escuchó pacientemente el discurso que le endilgué con mi apasionamiento de los 17 años recién cumplidos. Pienso que una propuesta tan entusiasta como absurda debe haberle divertido  pero también aburrido mucho.

En esos años, el CEI no estaba afiliado a FUBA. El estatuto preveía que, para afiliarse a una Federación de centros de estudiantes, la decisión debía ser tomada por los socios en un plebiscito general, precedido por una o más asambleas informativas. Finalmente entre 1948 y 1949 se desarrollaron tres asambleas y en ellas tuvo gran actuación Dimas Hualde que, entonces era ya el líder de la Lista Blanca. Sus discursos fueron muy convincentes y demostraron la necesidad de que el CEI volviera a FUBA para colaborar en la tarea de liberarla del dominio de los comunistas y sus camaradas de ruta y lograr que volviera a ser una eficaz institución contraria a la dictadura y luchadora por la democracia, la libertad y la reforma universitaria. Es notable como, en pleno gobierno peronista, decidido adversario de la libertad de expresión, los jóvenes estudiantes cultivaban esas costumbres de debatir a fondo y con argumentos claros, todas las posiciones que pudieran influenciar su futuro. El plebiscito dio una amplia mayoría por la afiliación y en 1949 se incorporaron a la Junta Representativa de FUBA los delegados del CEI que fueron Ernesto A. Trigo y Ángel J. Álvarez Manteola, de la Lista Independiente.

 

En esa época existían tres listas en el CEI. Una era la Lista Independiente que había ganado la mayoría de la C..D. Los reformistas tradicionales estaban en la vieja Lista Blanca y los comunistas y sus aliados (incluyendo a algunos estudiantes de simpatías socialistas) constituían la Agrupación Reformista de Ingeniería (ARDI) porque los comunistas, obedeciendo a instrucciones del Komintern y la Tercera Internacional, estaban ya de vuelta de las posiciones de Insurrexit y fomentaban los “frentes populares”… Pero en 1949 se hizo imposible que continuaran en ARDI los que no simpatizaban plenamente con los comunistas que seguían fielmente y sin discusión las instrucciones del Comité Central de su partido. En ese momento el Secretario General de ARDI era Livio Guillermo Kühl, un aventajado estudiante que, pese a su muy activa militancia, logró terminar en poco más de cuatro años la carrera de Ingeniero Industrial con calificaciones sobresalientes y que en ese momento tenía ideas socialistas. En una ruidosa Asamblea de ARDI se lo destituyó del cargo y se lo expulsó como miembro de la agrupación. Esta medida se adoptó con sólo dos votos en contra: el de Julio A. Canella y el mío. Por supuesto, inmediatamente nosotros dos fuimos expulsados pero esta vez por unanimidad de la Asamblea.

Encabezados por Guillermo Kühl formamos entonces el MUR, Movimiento Universitario Reformista. Tuvimos la adhesión inmediata de Lista Blanca con sus principales integrantes entre los que recuerdo ahora a Dimas Hualde, León Patlis, Jorge Roulet y José A. Alegre. También se unió a nosotros Alberto J. Oteiza Quirno con un importante grupo de adherentes de la Lista Independiente. Adoptamos una posición netamente reformista, derivada de los principios de la Reforma del 18 en Córdoba, por la autonomía de una universidad libre y gratuita, abierta al pueblo, con un gobierno tripartito integrado por representantes de los docentes, los egresados y los alumnos. Por supuesto, esta posición tan  definida y democrática nos colocaba en abierta oposición al régimen dictatorial imperante en el país que había demostrado sus intenciones para con la Universidad al sancionar la ley 13031 en octubre de 1947 que no hacía más que consolidar el imperio del slogan “Alpargatas sí, libros no”.

Para preparar estas notas he vuelto a leer la Ley Universitaria que sancionó el congreso con mayoría peronista en 1947 con la abierta oposición del “Bloque de los 44” que formaba la minoría en la Cámara de Diputados. En la década del 30 las universidades se regían por el Estatuto Nazar Anchorena que negaba los principios de la Reforma. Pero esta ley universitaria peronista fue especialmente redactada para someter la vida universitaria a los dictados antidemocráticos de la dictadura peronista. Creo que sería útil divulgar hoy muchas de sus disposiciones,  particularmente entre los jóvenes estudiantes que se dicen continuadores del peronismo, probablemente sin conocer demasiado la doctrina que Perón difundió y puso entonces en práctica contra la universidad. . Sin ánimo de agotar el tema mencionaré sólo algunas. Para comenzar, el rector de la universidad debía ser directamente designado por el Poder Ejecutivo (Art.10). Los decanos, que integraban el Consejo Superior, eran nombrados por el Consejo Directivo de cada Facultad pero este cuerpo debía votar por uno de los integrantes de la terna que el Rector había confeccionado (Art.27). Los profesores debían ser designados por el Poder Ejecutivo entre los integrantes de una terna que preparaban quienes, como  ya se ha visto, dependían precisamente del PEN (Art.46). Pero hay aún más. Los egresados no tenían representación ni en los Consejos Directivos de las Facultades ni en el Consejo Superior de la Universidad. Los estudiantes no tenían representación en el Consejo Superior de la universidad. En los Consejos Directivos de las facultades estaban representados por un estudiante elegido por sorteo entre los diez mejores alumnos del último año de la carrera y tenían voz limitada a “expresar el anhelo de sus representados” (Arts. 85 y 86) pero no tenían voto Evidentemente, en esta forma las universidades no tenían ninguna autonomía y se constituían en meras dependencias de quien desempeñara la presidencia de la Nación. Todo hecho a la medida de Perón que tenía la última palabra hasta en temas como la creación de nuevas facultades (Art.17 Inc. 2). Tanto FUA como las federaciones locales y todos los centros de estudiantes rechazaron inmediatamente este engendro. Pero quiero relatar dos acontecimientos que se produjeron en la Facultad de Ingeniería con motivo de esta ley. El primero de ellos es que una sola vez se hizo el sorteo para “elegir” al representante de los estudiantes en el Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Exactas. Resultó elegido en esta forma un alumno muy brillante del 6º año de Ingeniería Industrial que, luego de obtener varios otros títulos en el extranjero, tuvo después mucha actuación pública en el país. En la primera reunión del Consejo Directivo de la Facultad a la que fue citado, este estudiante pidió la palabra y pronunció un vibrante discurso contra la ley 13031 y a favor de la democracia y la autonomía universitaria. Nunca más fue invitado  a una reunión. Y tampoco nunca más se volvió a efectuar el sorteo para el cargo de representante estudiantil.

El segundo episodio se refiere a lo que con la C.D. del CEI hacíamos siempre que aparecía en la Facultad un nuevo Decano, nombrado según las normas de esta ley que rechazábamos. En una oportunidad fue nombrado Decano un ingeniero llamado Julio Manerti Rioja y los que integrábamos la CD del CEI lo visitamos para decirle, como ya lo habíamos hecho con otros decanos, que el CEI lo aceptaba como autoridad “de facto” pero que rechazábamos su nombramiento porque provenía de una ley contraria al espíritu de lo que debía ser una verdadera universidad. Este decano (que era cuñado del Ministro de Instrucción Pública  Méndez de San Martín) nos escuchó muy pacientemente. Luego nos dijo que tenía instrucciones de proponernos que cambiáramos de actitud y apoyáramos “la revolución nacional” que lideraba el General Perón. Y que – si como él lo esperaba – nosotros accedíamos, estaba dispuesto a darnos puestos bien remunerados como ayudantes o cualquier otra categoría en el plantel de empleados de la universidad, sin necesidad de que cumpliéramos ninguna tarea sino simplemente cobrar el sueldo, Como es dable imaginar, nuestra respuesta fueron gruesos epítetos y nos retiramos inmediatamente. Parece mentira pero estos personajes pensaban que todos éramos como ellos, amorales y dispuestos a vendernos sin ninguna clase de escrúpulos. 

El MUR ganó las elecciones del CEI en mayo de 1950. Todavía recuerdo los guarismos, que eran muy contundentes para la época: MUR 725 votos, ARDI 197. Guillermo Kühl fue elegido presidente y Jorge Roulet y yo fuimos delegados a la Junta Representativa de FUBA. Inmediatamente comenzamos a coordinar acciones con los reformistas de las otras facultades. Formamos la Liga Reformista, empeñada en la lucha por la Reforma Universitaria  y la vigencia de las instituciones democráticas en abierto enfrentamiento con el dictatorial gobierno peronista de esos momentos y con las posiciones del grupo pro-comunista que había quedado ya en franca minoría en casi todas las facultades. En la primera sesión de la JR, fue elegido Presidente de FUBA Roulet, el querido “Fgancés” (así lo llamábamos muy cariñosamente). Con su designación se reconocía claramente la importancia del CEI cuya incorporación había fortalecido notablemente a la Federación. En ese mismo año era presidente del Centro de Estudiantes del Doctorado en Química (CEDQ) un joven estudiante, activísimo en tareas cooperativas y que proclamaba entonces “urbi et orbi” sus posiciones anarquistas Se llamaba César Milstein. Siempre supimos que estábamos unidos por un parentesco más o menos lejano  (su madre, Doña Máxima y mi abuela materna Doña Rebeca, ambas de apellido Wapñarsky, eran primas hermanas). Pero, por supuesto, no pude dejar de exteriorizar mi orgullo cuando años después César ganó el Premio Nobel. Pero antes de llegar a este premio, César se ocupó mucho del CEDQ, de los campamentos en Bariloche, en la acción cooperativa de su centro y tuvo que trabajar por años en un Laboratorio de Análisis Clínicos, para poder pagar sus estudios. César organizó el CEDQ siguiendo las líneas del CEI e hizo de su centro una entidad fuerte y muy activa en pro de los intereses de los estudiantes y ambas instituciones, que compartían el mismo edificio de Perú 222, actuaron firmemente siempre en defensa de la democracia universitaria, enfrentándose a los “delegados” impuestos por el gobierno nacional.

Ese año 1950 fue de grandes luchas y enfrentamientos. En diciembre la Policía irrumpió una noche en una reunión de la Junta Representativa que se desarrollaba en la sede del Centro de Farmacia y Bioquímica. Detuvo ese día a todos los integrantes de la Junta (unos18 delegados de los centros  entre las cuales estábamos Jorge Roulet y yo) y a todos los que formaban la numerosa barra que siempre asistía a estas sesiones públicas y – (¡Oh viejos procedimientos democráticos!) – tenía y usaba en ellas, su derecho a voz. Desde luego no recuerdo todos los nombres. Entre los que sí puedo mencionar, estaban Isay Klasse, Gregorio Selser, Héctor J. Barcia, Mario Trumper y J. Felipe Lunardello.  Éramos en total unos 50 estudiantes. Nos llevaron primero a la Comisaría 17 en la Avda. Las Heras y luego a la octava, en la calle General Urquiza donde funcionaba la Sección Especial de Represión del comunismo que dirigían los tristemente célebres torturadores Cipriano Lombilla y José Amoresano. Nos tuvieron allí varios días y – para amedrentarnos – nos mostraron gozosamente los instrumentos de tortura que, por fortuna, no usaron en esa oportunidad. Tuvimos más suerte que algunos de nuestros compañeros de esos años, como Félix Luna y Emilio A. Gibaja que sí fueron torturados. Ya que recuerdo a estos “torturadores” creo que es necesario mencionar que en septiembre de 1955 se exilaron en el Paraguay dictatorial de Strossner, junto con Perón que siempre fue su jefe y numen inspirador. Y que en 1973, tanto Lombilla como Amoresano volvieron al país protegidos y amnistiados por Cámpora, Lastiri, Perón, Isabel y López Rega.  Mientras estuvimos en la Sección Especial, en la calle Gral. Urquiza, frente al Hospital Ramos Mejía, estos personajes también nos hicieron ver cómo quemaban libros que decían haber secuestrado en casas de “comunistas como Uds.” De alguna manera logró llegar hasta allí uno de nuestros defensores, el Dr. Alfredo Palacios, que los increpó duramente pero no consiguió que nos dejaran en libertad. Una novedad desconcertó a estos “fieles luchadores anticomunistas”. Uno de los asistentes a la barra y detenidos en esa oportunidad, era Ludovico Ivanissevich Machado, que empezaba entonces a organizar el humanismo en las facultades. Lo primero que los torturadores no podían entender es qué hacía entre nosotros una persona que resultaba ser sobrino del Ministro de Instrucción Pública. Por fin el desconcierto fue aun mayor, cuando encontraron que, entre sus ropas, Ludovico tenía un rosario y ¡lo usaba para rezar! Evidentemente, éste era un tipo de “comunista” bastante raro. Más adelante me referiré a los humanistas, a su valiente adhesión al movimiento estudiantil y a su valioso aporte en esos años a la causa de la democracia y la libertad.

Por fin, después de la Sección Especial, nos llevaron a la cárcel de Villa Devoto pero en ningún momento se nos informó de qué nos acusaban. Los centros de estudiantes declararon entonces una huelga general reclamando nuestra libertad y lograron un alto apoyo. Mientras tanto los defensores, Alfredo L. Palacios y Arturo Frondizi, presentaron activamente sus recursos legales. De alguna manera, el gobierno comprendió entonces que nada ganaba reteniéndonos y fuimos puestos en libertad. Pero hay un episodio que debo relatar. Jorge Roulet era un asmático para quien el Asmopul era un remedio indispensable. En la primera noche en Devoto, uno de los carceleros le quitó el frasco y lo rompió gozosamente  a la vista de todos nosotros, jactándose y deleitándose con ello. Para Jorge Roulet esto era muy grave porque debía aspirar el remedio constantemente, dado el estado ya muy avanzado de su enfermedad. Todavía no sé cómo logré que me dejaran hablar por teléfono y a las pocas horas se aparecieron en la cárcel mi novia y mi madre que en esa época tenía una farmacia. Traían con ellas un frasco de Asmopul. Tampoco sé cómo lograron sobornar a diestra y siniestra pero lo que sí sé es que consiguieron que nos entregaran esa misma noche la medicina que ellas habían traído y así “el Fgancés” pudo subsistir más tranquilamente el tiempo que nos tocó estar presos.

Algo que también fue interesante en esos días de cárcel es lo que me ocurrió a los pocos días de salir. Por una de esas cosas que no me logro explicar demasiado claramente, yo había llevado a la reunión de la JR los apuntes de una materia que pensaba rendir en ese turno de examen, en diciembre. En consecuencia, esos textos me acompañaron a la Sección Especial en la que, por suerte, pude demostrar que esa materia sumamente técnica del tercer año de la Facultad, no tenía nada que ver con las “subversivas doctrinas comunistas” que ellos debían combatir. Por esa razón me los dejaron y pude seguir preparando la materia en la cárcel de Villa Devoto. Unos días después de salir, me presenté a rendir el examen. El viejo profesor titular de la materia era el Ing. Manzanares (que muy poco tiempo después se jubilaría). Él vio mi nombre y me preguntó si yo era el que figuraba en los volantes y carteles que FUBA y el CEI habían preparado pidiendo nuestra libertad y declarando la huelga. Por supuesto, le contesté que sí y me dispuse a  enfrentar lo que viniera. Pero lo que pasó es que el Ing. Manzanares me dijo entonces que no sacara bolilla ni le mostrara las prácticas como era normal al dar examen de esa asignatura. El cortísimo examen consistió únicamente en una sola pregunta absolutamente simple, relacionada con un procedimiento geométrico muy sencillo y elemental. Como – por supuesto – le contesté rápidamente y sin equivocarme, él dio por terminado el examen, me dijo que me ponía la máxima calificación (sobresaliente) y me despidió con un cordial y cálido abrazo. Fue su elocuente manera de demostrar qué es lo que pensaba sobre la acción de FUBA y el CEI y los estudiantes que luchábamos por la democracia y la vigencia de la Reforma Universitaria.

En esos días las autoridades impuestas en la Universidad, por el fascismo peronista que gobernaba en el país, se aparecieron con una nueva exigencia tendiente, como casi toda su acción, a uniformar la vida universitaria en la bajeza intelectual que ya habían logrado implantar en el resto de la educación pública. Sorpresivamente, la Facultad de Derecho empezó a exigir a algunos estudiantes un Certificado de Buena Conducta emitido por la Policía Federal para admitir su inscripción o re-inscripción como alumnos regulares. El solo hecho de que esta exigencia se aplicara a algunos y no a todos demuestra su arbitrariedad y el propósito avieso que la había inspirado. Por supuesto, resulta absolutamente inadmisible e inconciliable con cualquier principio democrático, dejar en manos de la Policía (¡con “jefes” como eran los Lombillas y los Amoresanos!) la posibilidad de que un estudiante pudiera seguir su carrera. Desde luego que el criterio con los que se emitirían esos certificados de buena conducta, haría que los estudiantes más conocidos por su militancia democrática y reformista no pudieran seguir cursando sus estudios universitarios. Los casos que recuerdo patentemente son los de Gregorio Selser, Emilio A. Gibaja y Enrique Kozicki además del de Cecilia Grossman cuya familia – propietaria de la firma Mu Mu –  había cometido el “pecado” imperdonable de negarse a hacer ciertas “donaciones” a la Fundación que encabezaba la segunda mujer de Perón. Creo que estos casos fueron usados como ensayos para ver qué reacción se producía. Tratamos el tema con toda dedicación en la Junta Representativa de la FUBA y decidimos la iniciación de un plan de lucha muy activo, con actos, volanteadas y hasta paros en todas las facultades de la UBA. El tema llegó también al Congreso y, fue vigorosamente tratado en la Cámara de Diputados a instancias del bloque minoritario, desde luego que sólo en la medida en que lo permitió el famoso diputado peronista José Astorgano (cuya única actuación legislativa que se registra en los Diarios de Sesiones de la Cámara, consistió siempre en formular e insistir en la aprobación de mociones de cierre de debate). Con el tiempo esta exigencia dejó de aplicarse pero los que sufrieron sus efectos sólo pudieron seguir su carrera después de septiembre de 1955.

Uno de los problemas más serios que tuvimos que enfrentar en esa época fue el de la representación de los estudiantes de medicina en FUBA. Una pandilla declaradamente fascista se había apoderado del viejo Centro de Estudiantes de Medicina, que había tenido una gloriosa trayectoria desde 1918. Todavía existe el edificio que el CEM construyó en la calle Corrientes 2038. Por años fue su sede y ahora pertenece a la universidad que lo ha utilizado para albergar distintos organismos. El jefe del grupo faccioso que había perpetró la maniobra, apoyado por las autoridades de la Facultad de los primeros años de la década del 40, era José Arce. Éste era un conocido militante nazi-fascista, que comandaba en Buenos Aires un grupo de fieles partidarios del franquismo durante la guerra civil española y que colaboraba asiduamente en todas las publicaciones de esa tendencia como “El Pampero” y tantas otras. Arce logró que el CEM fuera intervenido y luego, mediante un escandaloso fraude, logró que sus secuaces se quedaran con él. FUBA perdió ese importante centro y los estudiantes de medicina todavía no tenían su centro y su representación en FUBA cuando yo me gradué en 1954. Pero Arce consiguió un premio importante por su actuación, según paso a relatar. El gobierno peronista que había declarado la guerra a Alemania apenas unos 40 días antes de la rendición incondicional del régimen nazi, había conseguido ser admitido en las Naciones Unidas, a duras penas y con muchos votos en contra y abstenciones en la Asamblea General del organismo, (¡qué vergüenza para nuestro país!). Pero José Arce tuvo su premio. Fue designado como el primer representante argentino en las Naciones Unidas y desempeñó ese cargo varios años. Otra vergüenza más para la Argentina.

Como el viejo CEM ya no formaba parte de FUBA, la única representación de los estudiantes de medicina (con voz pero sin voto) fue ejercida por la denominada Agrupación Reformista de Medicina (ARM) que muy pronto fue dominada por los comunistas, dirigidos por un viejo estudiante crónico que se llamaba Alfredo Galetti. Éste “joven” Galetti había sido uno de los dirigentes de Insurrexit que, como ya lo he informado antes en estas líneas, era el grupo formado por los universitarios comunistas locales, en los primeros años de la década del 30 y que sostenía que “la traición estaba en la esencia misma del movimiento reformista”. Este hombre siguió siendo comunista y cambió su posición obedeciendo a las órdenes del Komintern cuando este organismo resolvió apoyar los “frentes populares” en 1936, con aquéllos a quienes hasta entonces había repudiado y llamaba “social fascistas”. Pues bien, Galetti seguía siendo estudiante en 1949, que fue cuando yo lo conocí. Todo un récord de permanencia. Pero su nombre me viene a la memoria porque su última actuación fue sumamente recordada. En 1949 se había iniciado el proceso de recuperación de FUBA para los sectores democráticos y auténticamente reformistas. Al tratar de nombrar al nuevo presidente de la Junta Representativa, se había producido un empate entre Héctor J. Mase, el viejo, querido y muy recordado presidente del Centro Estudiantes de Ciencias Económicas (CECE) y otro candidato apoyado por los comunistas y cuyo nombre no quiero recordar porque me consta que luego se arrepintió sinceramente de haber sido un “camarada de ruta”. En esas circunstancias, el otro representante del CECE, a quien ninguno de los asistentes conocía entonces  (ya se verá quien era) desapareció por una media hora de la reunión y luego supimos que se había ido a conversar con Galetti. Cuando regresó, pidió la palabra y comenzó a hablar muy suavemente, diciendo que él era nuevo en esas reuniones, que era la primera vez que participaba y que el compañero Galetti le había propuesto votarse a sí mismo como presidente de FUBA y entonces, con el apoyo de los delegados pro-comunistas, se rompería la impasse y él resultaría electo. Volvió a decir que, como él era nuevo y no tenía experiencia, no sabía si las cosas se hacían siempre así en FUBA. Pero inmediatamente elevó su voz y dijo que él no era un tonto, ni un imbécil (y agregó otra serie de calificativos e improperios como los que pronto descubrí que usaba muy a menudo y siempre adecuadamente). Que él tenía mandato de su centro para votar por Héctor Mase como presidente de FUBA y que cumpliría con su mandato pese la deleznable (él usó otra palabra mucho más gráfica) proposición del “experimentado compañero Galetti”. En ese momento me dijeron que este delegado del CECE se llamaba Bernardo Grinspun. Ésa  fue la primera vez que lo vi, iniciando una cordial amistad y activa cooperación (incluso en el gobierno nacional) que duró hasta su muerte, muchos años después. En cuanto a Galetti, despareció y nunca más se supo nada de él.

Pero aún en el fragor de estas intensas luchas políticas, contra el fascismo gobernante y en pro de la Reforma Universitaria, entidades como el CEI tuvieron siempre tiempo y voluntad de hacer otras cosas importantes. Se seguía así la vieja línea del CEI que, en 1925, había invitado a Albert Einstein a visitar Buenos Aires, pagando su pasaje desde Berlín y todos los gastos de su estadía, lo que Einstein retribuyó con una serie de cinco conferencias que dictó en la vieja y querida Aula Magna de la Facultad en Perú 222. De las épocas de mi actuación hay muchas cosas que podría evocar. Me limitaré sólo a dos o tres. En 1950 y 1951, el CEI batió todos los records de publicaciones técnicas. En esos años editó siempre regularmente Ciencia y Técnica y no menos de 80 libros altamente apreciados por su rigor técnico y científico, muchos de ellos  escritos por profesores de la facultad y otros traducidos del alemán, inglés o francés. Además, desde luego, también  los apuntes para todas las materias que se cursaban en la Facultad. Funcionó también una admirable Comisión de Cultura, que alguna vez presidió Tania Patlis y que, entre otras muchos cursos y actividades culturales, organizó una serie de conferencias de divulgación de la música clásica que estuvo a cargo del eminente director de orquesta alemán Theodor Fuchs (exilado de su patria en 1937).Y también, en colaboración con el Colegio Libre de Estudios Superiores que entonces dirigían los tres hermanos Frondizi (Arturo, Silvio y Rizzieri) propició inolvidables cursos y conferencias especialmente preparadas para estudiantes universitarios. También cabe recordar los memorables bailes que una vez al año se hacían en el salón “Les Ambassadeurs”. Recuerdo que en uno de ellos, Milo Gibaja salió al escenario, vestido de cura, mientras la orquesta tocaba el tango y el cantor cantaba muerto de risa “y pensar que hace 10 años fue mi locura”….

Ese año 1950 en que fui por primera vez delegado del CEI a FUBA, la Liga Reformista que habíamos fundado a principios de ese año, integró a muchos estudiantes de casi todas las facultades de la UBA, unidos todos en la lucha por la vigencia de las instituciones democráticas y la Reforma Universitaria Aún a riesgo de olvidar muchos nombres, recordaré a Jorge Torres de Agronomía, Noé Jitrik, Gerardo Andujar, Boris David Viñas, Haydée Gorostegui, Miguel Murmis, Noemí Fiorito, Darío Cantón y Ramón Alcalde de Filosofía. A Héctor Mase, Bernardo Grinspun, Jorge Graciarena, Ruth Sautú, Jorge García Tudero  y Abel Alexis Latendorf de Ciencias Económicas. A Leónidas Barrera Oro de Odontología. Al inolvidable César Milstein del Doctorado en Química. A Félix Luna, J. Felipe Lunardello, Milo Gibaja, Gregorio Selser, Isay Klasse y Luis A Vila Ayres de Derecho. Y, desde luego, a todos los que integrábamos el MUR de Ingeniería. La lista puede llegar a ser interminable. Lo que me llena de satisfacción al evocar estos nombres es el hecho de que muchos de ellos tuvieron luego brillante actuación en sus profesiones y hasta en el gobierno del país y organismos internaciones. Y también algunos se destacaron en actividades científicas en el extranjero, que fueron altamente apreciadas en el mundo entero. Y que ninguno de ellos fue jamás acusado de hacer alguna de las cosas que tanto nos han perjudicado y avergonzado como país.

Hacia fines del año 1950 y principios de 1951, aparecieron en Ingeniería dos nuevas listas que nucleaban a diferentes sectores del estudiantado. Cada una de ellas merece por lo menos un párrafo destacado en estos recuerdos míos, por su indudable valor y porque demostraron cómo el movimiento estudiantil recogía distintas opiniones amparando su desarrollo en una nueva prueba de su adhesión a los valores de la democracia. Una de estas agrupaciones se llamó Unión Reformista de Ingeniería. La integraron principalmente estudiantes que, en esa época, tenían simpatías por el movimiento anarquista. Sus principales dirigentes fueron, entre otros,  Adolfo Canitrot, Jorge Albertoni, José Manuel Pedregal y Mario A. Liebeschütz. Actuaron como agrupación independiente hasta que, en 1952, el gobierno dictatorial quitó la personería jurídica al CEI y con eso pensó que acababa con él. En ese momento, todos los integrantes de URI se solidarizaron plenamente con la acción del CEI y actuaron decididamente en la creación del CEI “La Línea Recta” que se fundó entonces para continuar la lucha estudiantil. Algunos llegaron a ser presidentes del nuevo CEI La Línea Recta, todos fueron perseguidos por la policía peronista y muchos pasaron mucho tiempo en prisión. Algunos de ellos hasta tuvieron que soportar el sadismo de los que los sometieron a un simulacro de fusilamiento en junio de 1955. La Fundación 5 de octubre de 1954 puede dar testimonio de estas luchas en mejor forma que yo. Lo que quiero destacar es que este grupo altamente intelectual de estudiantes de ingeniería se destacó mucho en las terribles luchas que se produjeron desde 1951 y hasta setiembre de 1955.

En 1951-52 comenzó a actuar decididamente el grupo de estudiantes que constituyó las agrupaciones humanistas. En Ingeniería se llamaron Agrupación Humanista Renovadora. Sus principales dirigentes eran Ludovico Ivanissevich Machado y Guido di Tella, que entonces tenía una posición netamente antiperonista y a favor de la democracia, Pronto extendieron su acción a las demás facultades de la UBA y fueron un valioso aporte a las luchas de esos años. Los humanistas eran jóvenes católicos que estudiaban las doctrinas del filósofo francés Jacques Maritain y su mujer Raissa Oumansoff, una judía rusa convertida al catolicismo a la que había conocido mientras ambos eran alumnos de Henri Bergson y discutían la actualización de  las ideas de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. Como se ve, el humanismo tuvo amplias raíces intelectuales de primer orden. Sus militantes fueron valientes colaboradores en la lucha por la democracia universitaria y llegaron a ocupar posiciones importantes en el movimiento. En Ingeniería obtuvieron la minoría de la CD en la primera elección a la que se presentaron y conservaron esa posición en los años siguientes. Cuando la dictadura quitó la personería jurídica al CEI, los humanistas permanecieron en sus puestos y fueron realmente muy importantes en las acciones de la creación del CEI “La Línea Recta”. Reconocían vinculación con los movimientos demócratas cristianos europeos. Su incorporación al movimiento estudiantil fue celebrada porque incorporaba muchas voluntades bien intencionadas, inspiradas en la lucha por los valores de la democracia.

En 1951 fui elegido nuevamente delegado del CEI a FUBA junto con Mario Pío Gómez. En ese mismo año los recordados Jorge Roulet y Gerardo Andujar, fueron nombrados Presidente y Secretario General de FUA. A mí me tocó desempeñarme como Secretario General de FUBA secundando a Viñas, de Filosofía, que fue designado presidente. El acontecimiento más importante de ese año fue lo ocurrido con el estudiante de Química, Ernesto Mario Bravo. Éste era un estudiante comunista pero su actuación no era muy destacada. Estaba a cargo de Propaganda en el Movimiento por la Paz. Fue secuestrado en su casa y bárbaramente torturado según se supo luego por declaraciones del Dr. Alberto J. Caride que fue quien lo atendió cuando los torturadores temían que se les muriera. El Dr. Caride hizo declaraciones tan precisas que debió exiliarse por temor a que lo detuvieran precisamente por ello. Al conocerse el caso de Bravo, se iniciaron importantes movimientos en las universidades de Buenos Aires y La Plata, con huelgas y actos en todas las facultades y el apoyo de todos los centros de estudiantes. Hubo detenciones de dirigentes estudiantiles y vergonzosas declaraciones del rector Arq. Otaola que atribuyó todo a presuntas “presiones políticas” que se habrían querido ejercer sobre el gobierno peronista. Finalmente, Bravo fue liberado y concluyó su recuperación en libertad. En su momento mandó una carta de agradecimiento por la acción de las organizaciones estudiantiles que habían logrado que recuperara su libertad y estuviera vivo. Viajó luego a Varsovia y Moscú, para cumplir diversas tareas que le habían encomendado en el Partido, pero lo que nunca podré olvidar es lo que hizo cuando los comunistas argentinos adoptaron la línea de Juan José Real. Este dirigente consiguió que el Partido cambiara su posición y apoyara al peronismo. Entonces los estudiantes comunistas proclamaron su afiliación a la Confederación General Universitaria organismo títere del peronismo gobernante con el que éste pensó anular la acción de FUA y los centros de estudiantes, al que me referiré más adelante. Pues bien, Ernesto Mario Bravo adhirió públicamente a la CGU y llegó a desdecirse de las cartas de agradecimiento que había enviado al recuperar su libertad. Ni que hablar de lo mal que recibimos esta actitud suya.

En febrero de 1952 se desarrolló en Rio de Janeiro un Congreso Panamericano de Estudiantes convocado por la Unión de Estudiantes Universitarios del Brasil. FUA envió cuatro delegados a ese Congreso: Ideler Tonelli de la FULP, Raúl Audenino de la FUC, Mariano Vicente Díaz de la FUL y yo por la FUBA. Fue auspiciado en plena época de la guerra fría, por el COSEC (Co-Secretariat of National Union of Students, con sede en Holanda), que se había constituido en una fuerte organización contra la Unión Internacional de Estudiantes (UIE), con sede en Praga y que estaba ya  dominada por los comunistas y a la que me referiré más adelante. En ese Congreso tuve la oportunidad de hacerme amigo muchos universitarios que entonces representaron en Rio a sus uniones nacionales y luego tuvieron amplia actuación política en sus países. Entre ellos Rodrigo Carazo (que unos años más tarde fue elegido presidente de Costa Rica y me invitó especialmente a la ceremonia de asunción del cargo) José Antonio  Echeverría, presidente de los universitarios cubanos que fue asesinado en 1957 por las huestes de Fulgencio Batista y el delegado de la FEUU del Uruguay, Ángel Rama, que fundó y dirigió en Montevideo, el prestigioso periódico “Marcha”. En este congreso se adoptaron importantes resoluciones de condena a los regímenes totalitarios de América (entre los cuales se incluyó expresamente al régimen peronista) la denuncia la acción de los imperialismos, el reclamo de la absolución de los luchadores independentistas de Puerto Rico y la condena a la represión estudiantil en Venezuela que estaba haciendo en ese país, el régimen dictatorial y corrupto de Marcos Pérez Jiménez quien, años más tarde, sería uno de los varios dictadores y tiranuelos latinoamericanos que recibiría a Juan Perón en las primeras etapas de su exilio. 

Durante el año 1952 fui Secretario de Relaciones Internacionales de la FUA, cuando el presidente era Pedro Perette de la FUL. El acontecimiento más importante en el que me tocó actuar, fue el de la desafiliación de FUA de la Unión Internacional de Estudiantes, con sede en Praga. Esta organización se había constituido poco después de la guerra y, en sus primeros años, tuvo una representación genuina de estudiantes de casi todos los países europeos y americanos. Pero en la década del 50 estaba ya dominada por los comunistas y se había convertido en una simple repetidora de consignas del Komintern. En 1952 los que aparecían como dirigentes de la UIE eran dos checos: uno de ellos se llamaba José Grohman (también firmaba a veces como Grossman) y el otro era un pariente de Rudolf Slansky, que usaba el verdadero apellido (Salzmann) de este altísimo dirigente comunista checo. En ese año, los comunistas checoeslovacos hicieron en su país una razzia muy parecida a los juicios de Moscú de la década del 30 que terminaron con las confesiones y fusilamientos de viejos y poderosos comunistas como Zinoviev, Kamenev, Bujarin y tantos otros. En esos infames juicios, cargados de antisemitismo con claras acusaciones a “los traidores judíos” se logró que Rudolf Slansky (que era judío) y primer secretario del Partido Comunista “confesara” su culpabilidad y aceptara todas las acusaciones que se le habían hecho. En consecuencia, fue condenado a muerte y ejecutado junto con el segundo secretario, Vladimir Clementis, que era el jefe del partido comunista de Eslovenia. Junto con ellos desaparecieron los dos dirigentes de la UIE con los cuales FUA había tenido relación. Eran ellos Grohman (o Grossman) y Salzmann (ambos judíos). Por mandato de la Junta Representativa mandé varias cartas y cables a Praga tratando de averiguar qué había sido de ellos. Una vez hice hablar por teléfono a Praga (lo hice con alguien que estaba en ese momento en Montevideo porque, lógicamente, era muy peligroso hacerlo desde la Argentina). No tuve ninguna respuesta y nunca supimos nada sobre estos dos dirigentes estudiantiles. Resultó evidente que habían sido purgados y suponemos que también ejecutados como Slansky, Clementis y otros siete dirigentes. En vista de eso, la Junta Representativa de FUA me encomendó  por unanimidad que redactara una carta en la que informara a la UIE que FUA había resuelto romper relaciones con ella y finalizar su afiliación. Como lógica consecuencia, hice llegar a todas las uniones nacionales del mundo, con las que FUA tenía relaciones, una copia de la carta en sus versiones  en castellano, inglés y francés. En esta tarea en la Secretaría de Relaciones Internacionales colaboró mucho Mario Sekiguchi (a quien todos llamábamos Seki) quien, en esa época era estudiante de ingeniería.

La FUA continuó vinculada al COSEC. Sus delegados concurrieron luego a varios congresos, entre ellos los de Copenhague y Estambul pero éstos se desarrollaron cuando yo estaba cursando las últimas materias o ya me había recibido. Sin embargo, aunque ya me había graduado, me tocó participar en representación de FUA en un Congreso de Prensa Estudiantil, que se celebró en noviembre de 1954, en Leiden (sede de la más importante universidad de Holanda) y que fue organizado por el COSEC. Allí conocí y me hice amigo de Kalervo Siikala,  el representante finlandés a quien luego volví a tratar cuando él era  Ministro de Educación de su país y yo estaba en la Secretaría de Industria de la Argentina. En este congreso de Leiden trató de participar un representante del Sindicato Español Universitario (SEU) organización franquista que pretendía representar los estudiantes españoles. Como correspondía, de acuerdo con la posición de FUA, me opuse a su participación y logré que fuera rechazado por amplia mayoría. Lo inusual fue que en ese congreso tuve una actividad extra y bastante divertida. El hombre que vino por el SEU sólo hablaba castellano. Pero en esa reunión las únicas lenguas oficiales eran el inglés y el francés. Por esa razón tuve que servir de traductor para que él se enterara de lo que se decía cuando se trató su tema, y también le traduje al español, mi encendido ataque al franquismo y la representación que él detentaba. Pero, además debí traducir su argumentación para que la conocieran los demás miembros del congreso, que no hablaban castellano.

En 1952 el gobierno creó la Confederación General Universitaria. Con este organismo pensaba destruir los centros y federaciones de estudiantes. El intento resultó ser solitario y un completo fracaso. En Buenos Aires los dirigentes fueron los hermanos Mitjans. Uno en Derecho y el otro en Ingeniería. Pese a la propaganda gubernamental y la importante suma de dinero que se invirtió, la CGU no logró ningún apoyo importante. Pero ahí estaban los comunistas, que en esa época debían obedecer a la línea que Juan José  Real había logrado imponer en el Comité Central. Los estudiantes comunistas (incluyendo a Ernesto Mario Bravo y varios de ingeniería cuyos nombres prefiero no recordar por lo que digo al comienzo de estas notas) proclamaron su afiliación a la CGU. Algunos renunciaron a los centros y otros fueron expulsados. El intento terminó sin pena ni gloria. Posteriormente supe que Fernando Mitjans se había recibido de escribano. En cambio nunca supe nada sobre Carlos Mitjans que aparecía como estudiante de ingeniería. Puede que haya sido realmente estudiante y hasta puede que se haya recibido alguna vez,  pero lo cierto es que nunca lo vimos en la Facultad.

En septiembre de 1952 Perón firmó un decreto por el que revocaba la personería jurídica del CEI. En ese momento era presidente del CEI un correntino corajudo, gran amigo y luego excelente ingeniero. Se llamaba José A. Alegre. El Secretario General era Gullermo Edelberg. Ambos decidieron valientemente seguir manteniendo la CD y cubrir con arreglo a los estatutos las vacantes que habían dejado los miembros que se atemorizaron y. en consecuencia, habían renunciado. Ingresaron a la CD, entre otros,  Jorge Roulet como Vicepresidente y Julio A. Canella como Tesorero. A mí me tocó ser Director de Ciencia y Técnica porque, como estudiante regular del quinto año, cumplía con los requisitos estatutarios. Pero, por supuesto nunca se pensó que en esas circunstancias sacaríamos algún número de la revista. Tuve, pues, el honor de ser el Director de Ciencia y Técnica que nunca editó un número de la revista y tengo, como recuerdo, una linda medallita igual a la que se daba a los directores que sí habían desempeñado esa función adecuadamente. Mi designación y la de los nuevos miembros de la CD, tuvo como objeto registrar las firmas en el Banco Nación y retirar los cuantiosos fondos que había en las cuentas del CEI y las de la revista. Fuimos todos un día al Banco, presentamos los cheque firmados por los que debíamos hacerlo y retiramos una suma muy importante. La cosa era bastante arriesgada pero logramos hacerla bien y sin problemas. Los fondos se usaron para pagar las indemnizaciones a los viejos empleados del CEI y Ciencia y Técnica (Clarissa, Lemos, Lancillota y Marcovecchio) a los que no podíamos dejar en la calle después de tantos años de leales servicios prestados. Otra parte importante se usó para comprar un departamento en la Diagonal Sur donde se instaló el CEI “La Línea Recta” (para evitar problemas y asegurar la utilización correcta, esta compra se hizo a nombre de dos estudiantes que corrieron el riesgo muy voluntariamente). Lo que sobró, que no era poco, se siguió usando para publicar apuntes y libros.

Di mis dos últimas materias el 3 de agosto de 1954. Todavía conservo las fotografías tomadas ese día en el patio de Perú 222 y en El Querandí en las que se ve el tratamiento al que fui sometido (desde luego que muy contento) según la costumbre que se seguía siempre con los que se recibían. Pero no tuve entonces mi título. El año anterior el Rector de la universidad había decidido incluir en el plan de estudios una nueva materia que se llamó  “Formación Política”. La singularidad de esta materia es que se aprobaba solamente asistiendo a las clases y registrando presencia en ellas. Si no se iba a clase se debía rendir un examen. Se trataba de un simple y detallado adoctrinamiento peronista y era obligatorio aprobar esa materia para poder tener el título. En Ingeniería el profesor era un abogado de apellido Tezanos Pinto y, por lo que me fui enterando, sus “clases” consistían en recitar con abyecta obsecuencia  los discursos de Perón. Decidí que yo no concurriría a esas clases y que tampoco rendiría el examen. O sea que estaba decidido a que no tendría mi título de ingeniero industrial hasta que no cambiara la situación del país y la universidad. Pero hice algo más. Recurrí al Tratado que habían suscripto en 1908 las universidades de varios países latinoamericanos. Obtuve un “certificado de estudios incompletos” que detallaba todas las materias aprobadas entre las que, por supuesto, no figuraba “Formación Política”. Traté el tema con el Dr. Carlos Sánchez Viamonte con quien estaba trabajando mucho en esa época. Este ilustre jurista redactó un memorial excelente y muy bien fundado, que presentamos a la Universidad del Uruguay para que se reconocieran mis materias aprobadas según lo que disponía el Tratado y se comprobara que así tenía cursadas y aprobadas la totalidad de las materias que se exigían para que la Universidad del Uruguay me otorgara el título. Finalmente, el Consejo Superior aprobó lo solicitado el día 15 de setiembre de 1955 … En febrero de 1956 me extendieron el diploma en Buenos Aires. En la misma época Carlos Lacerca hizo la misma gestión, con el patrocinio de Alfredo L. Palacios. Pero luego ya no se pudo hacerlo otra vez porque el Decano de Ingeniaría había dictado una resolución absolutamente ilegal por la que se disponía que no se otorgaría el “certificado de estudios incompletos” a aquellos estudiantes a los que les faltara menos de tres materias para terminar la carrera…

En el transcurso de esos años, mi nombre apareció en numerosos volantes y carteles en los que se me acusaba de toda clase de cosas. Los comunistas llegaron a distribuir públicamente un volante en el que aseguraban que yo había recibido 15.000 dólares directamente de manos del embajador de los EE.UU. para que  siguiera mi acción contra los comunistas en FUBA y FUA. El volante decía que este caballero me había entregado personalmente ese dinero, un día a las 4 y media de la tarde en la calle, en la esquina de Florida y Corrientes y por eso ellos habían logrado enterarse fácilmente. Es evidente que los autores del volante se habían empecinado en hacerme parecer muy tonto además de vendido al imperialismo yanqui. Desde luego, también el embajador resultaba un imbécil al actuar de esa manera.

El gobierno y sus adláteres de la policía y la CGU también me incluyeron más de una vez en volantes y carteles. Como broche final de estas notas sobre mi actuación en el movimiento estudiantil, incluyo como última página la foto de uno de esos  volantes en la que se ataca al CEI “La Línea Recta” y se acusa de comunistas a muchos de sus militantes, entre los cuales estoy yo. También los hay de otras facultades a los que se les hace la misma acusación. Lo interesante es que una de las acusaciones es que los que allí figuramos con nombre y apellido, éramos “estudiantes crónicos”. Por lo menos en mi caso la acusación era ridícula. Ese cartel se pegó profusamente en las paredes próximas a todas las facultades, en octubre de 1954, cuando yo ya había terminado mis estudios que había cursado precisamente en los seis años establecidos por los programas, pese a mi activa militancia reformista. Además, ya ni siquiera estaba en el país. Este cartel puede verse también en el libro “Aquí FUBA”

               

[1] Hugo Gambini – “Historia del Peronismo”  Editorial Planeta 1999, Tomo I, página 16. En el mismo libro, véase la foto en la que aparece destacadamente el entonces Capitán Perón escoltando el coche en el que el General Uriburu marcha con otros militares golpistas para tomar el gobierno el 6 de setiembre de 1930.

[2] “¡Aquí FUBA!” Roberto Almaraz – Manuel Corchón – Rómulo Zemborain Editorial Planeta 2001, citando a Tomás Eloy Martínez, “Las memorias del General”, Planeta 1996

 

* Militó en el Partido Socialista desde 1945, en el grupo Héctor RAurich y en la REvista ïndice , para defender la Democracia y combatir el nazismo y el comunismo. Fue secretario de FUBA y fue preso en la Cárcel de LasHeras, 1951 y 1953. Fue Editor y representante en Congresos de Editores  en Londres, México, Nueva Delhi. Además de una larga trayectoria en la industria del libro. Presidió la Comisión de Profesionales y la educación de la Feria del Libro durante 20 años. Ex presidente y miembro de Democracia Global y el Parlamento Mundial. Fundador del Grupo Interamericano de Editores y Ex Vice Presidente de la Unión Internacional de Editores de Ginebra.

 

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VERDADES Y FALACIAS EN TORNO DEL «FRAUDE» ELECTORAL Y DEL «CLIENTELISMO POLÍTICO» por Jorge Ossona*

| 1 septiembre, 2015

Dos ideas falsas sobrevuelan el discurso oficial en virtud de los escandalosos comicios tucumanos anticipados por otros menos publicitados ocurridos en el GBA durante las últimas PASO: primero, que el clientelismo ya no es factible debido a la restauración de políticas sociales universales que no tramitan los punteros sino los propios beneficiarios directamente en dependencias públicas; y, segundo, que, al ser secreto, el voto es individual y, por lo tanto, imposible de controlar. Ambas son de por si bastantes convincentes pese a las también fundadas sospechas de que se siguen practicando artimañas fraudulentas, y que las políticas sociales no son tan universales prestándose a la manipulación de aquellos a las que se las dirige. Sin embargo, se inscriben en lado oscuro de una cultura política de formas antiguas pero de contenidos nuevos acordes a las transformaciones socioeconómicas de los últimos treinta años. Empecemos por la primera línea argumental; aquella que apunta a la administración de las políticas subsidiarias de la pobreza.

El kirchnerismo cuenta a su favor, como el duhaldismo en su momento merced al Plan Jefas y Jefes de Hogar, que la AUH se tramita directamente en la ANSES. Pero el resto de las políticas sociales, sobre todo aquellas incluidas en el neo cooperativismo oficial dependiente del Ministerio de Acción Social, requieren de intermediarios oficiosos a cargo de los diferentes estamentos administrativos de las asociaciones. Ahí se produce la coacción: hay “planes” que referentes de la más diversa índole tramitan para grupos enteros constituidos por más beneficiarios que los declarados porque, a veces, se los divide en dos mitades para afectar a un mayor número. La maniobra, casi siempre, resulta del producto de negociaciones entre los  funcionarios y los referentes para preservar la lealtad de sus subordinados. Estos, a su vez, exigen el pago de diversos “porcentajes” bajo la amenaza de obturar el pago denunciando el incumplimiento de las tareas. También se registran casos en los que los beneficiarios apenas reciben una porción mínima del subsidio quedando  su mayor parte para el referente a cambio de no trabajar, o de obtener de los burócratas recomendaciones para realizar “otras tareas” –en su mayoría al margen de la ley- con “tranquilidad”.

 El del secreto y la individualidad del sufragio también oculta falacias. Al menos en los grandes centros industriales la explicación fue bastante verosímil hasta entrada la década del 80. Sin embargo, durante su curso, las dirigencias políticas -sobre todo las municipales- advirtieron los contornos sociales de la nueva pobreza estructural motivada por la reestructuración económica abierta quince años antes. Hubo que administrar programas de emergencia negociando con referentes comunitarios de sociedades de fomento, centros vecinales, cooperativas, parroquias, templos evangélicos, clubes de futbol, etc. Todos ellos, a su vez, lo hacían con diferentes capas de vecinos muchas veces emparentados en grandes clanes extensos, o congregados por razones que iban desde el origen nacional hasta las afiliaciones delictivas.

Las negociaciones fueron enormemente tensas en los casos de referentes jóvenes y nuevos procedentes del desamparo generado por una reestructuración sustanciada vertiginosamente entre el “rodrigazo” y la crisis de 1981. La labor de los referentes –genéricamente denominados “punteros”- fue de lo más agotadora, y muchos no pudieron resistir las presiones de abajo y de arriba. Otros sobrevivieron; pero a instancias de enormes sufrimientos personales y familiares. Tampoco les resulto fácil a los “capos” subordinados que debieron enfrentar los cambios culturales relativos a las nuevas rutinas familiares del desempleo y el empleo volátil e informal que modificaron los roles históricos de jefes patriarcales, mujeres y jóvenes. Mucho menos a los dirigentes políticos municipales que debieron recurrir a los oficios de onerosos operadores de base procedentes de pretéritas trayectorias sindicales o políticas territoriales para dilucidar la nueva realidad y  procurar gobernarla.

La solidez de los consensos y acuerdos tan dura e inestablemente pactados se comprobaban en las urnas, cosa que obligaba a desplegar una enorme logística destinada a movilizar y controlar la lealtad de los subordinados en el comicio mediante una superestructura de fiscales, presidentes de mesas -nombrados merced a acuerdos secretos ente intendentes y el Juzgado Electoral-, comisarios y jefes de calle policiales, remiseros y empresas de colectivos “truchos” habilitados ilegalmente, barras bravas, etc. Más allá de antiguas artimañas como las “cadenas de votantes”, los fiscales controlaban la fidelidad al compromiso a través de maniobras como pequeñas señales en los sobres entre muchas otras. La disputa entre agrupaciones convertía a esos votos en un preciado botín que habilitaba a negociaciones y contra negociaciones secretas. Si las cuentas “no cerraban”, evocando traiciones inducidas por operadores rivales aun dentro del propio municipio, solían producirse disturbios destinados a forzar el resultado de acuerdo a lo previsto. Los “militantes de choque” como las barras bravas o la bandas de “pibes” marginales resultaban, en esos casos, un insumo de primera magnitud.

Todas estas prácticas, en su mayoría de antigua data, devinieron en una nueva cultura política incomprensible prescindiendo de las nuevas condiciones socioeconómicas devenidas de la descomposición de la sociedad industrial en los suburbios de las grandes ciudades litoraleñas. Se votaba individualmente, pero en el marco de agregados que contabilizaban a esos sufragios en los denominados “paquetes”. Esa cultura se perfecciono durante los últimos trece años al compás de los subsidios a la pobreza financiados con las retenciones a exportaciones cuyo volumen y valor, al comienzo del ciclo, no se le hubieran ocurrido ni al más optimista de los observadores. Los resultados recién empiezan a salir a luz luego de tres décadas de vigencia refutando las citadas denegaciones oficiales de rigor. Enhorabuena: estamos empezando a reconocernos en nuestra verdadera realidad y no en aquellas imaginadas por teorías procedentes de otras latitudes, o percepciones de una Argentina que ha mutado su histórica textura social y cultural.

                                                                                              Agosto 2015

*El autor es historiador, docente y miembro del Club Político Argentino

 

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LA ARGENTINA DE HOY por Albino Gómez*

| 1 septiembre, 2015

No solo resido en la Argentina sino que además, nací en Buenos Aires, es decir que soy porteño, del Barrio de Flores, pero viví muchas Argentinas antes de llegar a la de hoy. Y no puedo entrar directamente o de sopetón en ella, porque además de vivir esas muchas Argentinas, también las fui queriendo o requiriendo de muy diversas maneras, soñándola o imaginándola de muy distintas formas. Y a partir de mi juventud me forjé proyectos para la Argentina, que tienen poco o nada que ver con la de hoy. Por otra parte, no soy sociólogo, politólogo, economista o antropólogo, para encararla, digamos, de una manera científica o académica. Además, hoy la situación es de una incertidumbre tal que deberíamos pedir auxilio –aunque esto no resulte académicamente correcto- a videntes y astrólogos, porque quien se atreviera a decir que sabe lo qué pasa en nuestro país, para ponerle logos, seguramente está totalmente desinformado. Así las cosas, sólo puedo ir contándola a través de una manera absolutamente autorreferencial, a través de mis propias ilusiones, realizaciones o frustraciones, con una mirada que me dio el ejercicio del periodismo y de la diplomacia, aquí y en el exterior, como corresponsal de un matutino argentino, como representante de dos universidades y como funcionario diplomático en relaciones bilaterales o multilaterales. Por todo ello viví fuera de nuestra Argentina unos dos décadas, pero nunca  por períodos mayores de cinco años continuos. Vale decir que siempre volvía y son muchos más los años vividos aquí que en el exterior, porque nunca quise radicarme definitivamente en otros países, aún vivibles como pudieron ser Uruguay, Chile o Estados Unidos, refiriéndome exclusivamente a ciudades como Montevideo, Santiago de Chile o Nueva York. Así como nunca me habrían resultado vivibles de por vida: Atenas, Ciudad del Cabo, Pretoria, Nairobi, Estocolmo, El Cairo o algunas otras ciudades –incluidas las admirables Madrid, Barcelona, París o Roma- donde por razones laborales tuve que vivir o pasar semanas, sin menospreciar en absoluto distintos encantos o intereses históricos o culturales en cada una de ellas. Porque siempre, extrañaba,  en primer lugar a Buenos Aires, pero también a muchas otras ciudades del país. Tampoco cantaba  “mi Buenos Aires querido…cuando yo te vuelva a ver”. . 

¿Y qué me ocurre ahora, en esta Argentina de hoy?- Aquí, en Buenos Aires, desde donde soy y siento a la Argentina toda, aunque eso de sentirla toda  me ocurriría en cualquier otra ciudad del país, pero tal vez es solo aquí, en mi ciudad, donde puedo percibirla tan distinta, que me siento algo así como un exiliado, claro está, no desde un punto de vista jurídico, sino existencial. O sea un expatriado en mi propio país, en mi propia ciudad. Así las cosas no puedo dejar de recordar a Julio Cortázar cuando decía: “ser argentino es estar triste, ser argentino es estar lejos”. Y también cuando escribía: “Vos ves la Cruz del Sur, respirás el verano con su olor a duraznos, caminás de noche mi pequeño fantasma silencioso, por ese Buenos Aires, por ese siempre mismo Buenos Aires” Pero ese siempre mismo Buenos Aires ya no es ese mismo Buenos Aires que recordaba Julio Cortázar. Y yo, puedo aseverarlo hoy y aquí.

Pero para todo esto, tengo que remontarme al pasado, a un pasado muy inicial, cuando no tenía siquiera conciencia del país, sino tan sólo de un espacio familiar y barrial, que eran mi territorio: única dimensión de mi ciudad, incluso del mundo. Porque nací en la llamada “Mansión de Flores”, la primera “casa colectiva” de departamentos que tuvo Buenos Aires, diseñada por el arquitecto Fermín Beretervide, un socialista fabiano, a quien increíblemente se la encargó la Unión Popular Católica, que presidía monseñor Miguel de Andrea, un obispo democrático, productor de obras sociales, que hoy llamaríamos progresista. Porque además, fundó y sostenía la Casa de la Empleada con sede en Buenos Aires y otra en Mar del Plata. Así las cosas nació la “Mansión de Flores” en 1924, con 104 departamentos de bajos alquileres, que tuvo y tiene todavía una réplica en el Barrio de Chacarita. Al ocupar prácticamente una manzana entera entre las calles Yerbal al frente, Caracas y Gavilán como laterales y las vías del tren al fondo, tenía espacio para cuatro patios o plazoletas, rodeados de pequeñas calles internas que daban todas a una calle central,  paralela a Yerbal, de punta a punta, con una vereda a la que asomaba  una pérgola-rosedal, cuyo límite era un paredón que la separaba de las vías del tren. Había además una sala teatral con capacidad para más de cien personas, y verjas exteriores sobre la calle Yerbal, que le daban total seguridad a los niños,  en un tiempo de por sí bastante seguro, ya que hablamos de los años que fueron desde el final del primer mandato de Hipólito Yrigoyen hasta el final del primer y único mandato de Alvear.  Supe por mi padre del primer golpe militar del 30 que él, militante radical e Yrigoyenista, no se cansaba de repudiar, como también lo hizo aunque con menos virulencia el del 43, ya que se derrocaba a un presidente Conservador y fraudulento, aunque me transmitió que lo que se venía iba a ser mucho peor que lo que habíamos conocido hasta ese momento.

Ya sabemos que para muchos, el peronismo fue lo peor que le ocurrió a nuestro país desde su aparición. Opinión que podría aceptarse siempre y cuando se reconozca que hubo una excepción, el antiperonismo, simbolizado en el patético decreto 4151/56 que creó el delito penal de cárcel hasta seis años, más multa e inhabilitaciones para quien se le ocurriera gritar “viva Perón”.

Y por aquellos años, a partir de 1945/46, comenzó mi vida ciudadana. Ya había dejado a los estimulantes Julio Verne, Salgari  y Alejandro Dumas, para pasar a  a Platón, Aristóteles, Martinez Estrada, Mallea, Murena, Korn, Borges, Sarmiento, Alberdi, Julio Irazusta, Ernesto Palacio, César Tiempo; a los grandes novelistas rusos, españoles y franceses. Y mucha poesía. Ya sabía de una Argentina dividida entre Federales y Unitarios, Radicales y Conservadores. También dividida frente a la  Guerra Civil Española y luego por la Segunda Guerra Mundial, para comenzar inmediatamente una nueva y dramática división: el peronismo y el antiperonismo. Todas divisiones irreconciliables. Tanto así que en la escuela primaria, durante los juegos de equipos nos dividíamos, minúsculos, en republicanos y nacionales, por la Guerra Civil Española, y más tarde en la escuela secundaria, apenas adolescentes, en democráticos y nacionalistas o nazis. Cuando terminé el bachillerato, no existían todavía las carreras de sociología, antropología, psicología o periodismo. No pensaba ser médico, arquitecto, contador o ingeniero. Me quedaban Filosofía y Letras y Derecho. Terminé eligiendo Derecho porque pensaba que me permitiría –por supuesto erróneamente, lo supe más tarde- recibir una formación que me facilitara comprender los arduos problemas políticos del país. Aunque no puedo dejar de reconocer lo importante que fue para mí intelectualmente seguir las clases de Carlos Cossio, leer sus libros, asistir a sus seminarios y dialogar largamente con él   y algunos de sus más dilectos seguidores

Mi bohemia de cafés, de la música, del cine y de los primeros amores con muchachas en flor, me llevaba también muchas noches al Congreso para seguir los estupendos debates entre los peronistas y el bloque radical de los 44, que los diarios reproducían en verdaderas sábanas que hoy ocupan avisos comerciales del mismo tamaño, porque la pobreza de contenidos conceptuales de los actuales debates carecen de todo interés. Ya había aprendido que desde el 30 nuestras llamadas revoluciones eran meros  golpes de Estado, como la del 43, o la del 55 y los lamentables e incomprensibles derrocamientos de Frondizi y de Illia, para continuar luego con golpes de palacio internos de las propias Fuerzas Armadas, con Ongania sustituido por Levingston y éste por Lanusse. Para terminar con el regreso de Perón en 1973, que no fue otra cosa que demostrar el fracaso de la famosa “Revolución Libertadora”. Pero Perón llegó demasiado tarde y con el agravante del  error político que fue integrar  su fórmula con Isabel Martínez de Perón. Creyendo además, después de haber impulsado por años a los jóvenes a una suerte de socialismo nacional y de radicación política, que aceptarían eso como una fantasía sólo válida mientras él no pudiera volver. Con el último golpe de Estado en el 76,  comenzó a una sangrienta y torpe dictadura que terminó después de un irracional intento de recuperar las Islas Malvinas a través de las armas, con una dramática pérdida de cientos de vidas de jóvenes argentinos, y el único beneficio de hacer inevitable una apertura a la Democracia con el triunfo de Raul Alfonsín,  que ni siquiera pudo terminar su mandato, como tampoco años más tarde pudo finalizarlo Fernando de la Rúa, porque el peronismo le quitaría siempre gobernabilidad a cualquier presidente que no fuese peronista. Incluso Duhalde, siéndolo, tuvo que dejar el poder antes de lo previsto. Desde 1922 sólo Alvear terminó su mandato completo; Perón, uno de dos, Menem los dos y Kirchner solo su primer mandato. Conclusión: en noventa años solo un presidente radical terminó su mandato completo.

Ahora no puedo dejar de hablar de mi inserción en el aparato del Estado, que fue una manera de comenzar a percibir desde su interior los avatares que implicaban los cambios políticos. Al terminar mi bachillerato, como comencé a estudiar Derecho, dejé de ser celador e ingresé en los recientemente creados Tribunales del Trabajo, calificados por la oposición al Peronismo de inconstitucionales, intento judicial que no prosperó. Y Perón tuvo la astucia política de darle total vigencia a leyes sociales que había impulsado el Partido Socialista en el Congreso,  y puso en marcha un fuerte movimiento sindical, creando una suerte de Estado de Bienestar Social, no sustentado  genuinamente desde el punto de vista económico por un auténtico desarrollo industrial, pero que sin embargo aseguraba, como todo populismo, triunfos electorales. Al mismo tiempo, así como la histórica lucha entre federales y unitarios dio lugar a los primeros exilios, el peronismo versus el antiperonismo produjo una segunda tanda, seguida por la tercera, provocada por Onganía y la más grave, por la última dictadura militar. Y todo esto tiene que ver también, en muy alto grado, con la Argentina de hoy, porque no sólo se trató de exilios específicamente políticos, sino que hubo lo que podemos llamar expatriamientos en cantidades, provocados por razones profesionales y económicas. Y por eso se trata de un tema que no puede soslayarse, ya que los acontecimientos político-económicos fueron  transformando al país de inmigrantes que éramos, en un país de emigrantes. Como mis abuelos maternos, inmigrantes llegados de Italia, murieron antes de mi nacimiento y los paternos eran argentinos, nunca escuché en mis primeros años hablar de nostalgias por una patria perdida, añorada y lejana. Sí en cambio lo supe más tarde, por las conversaciones de los mayores en mi casa,  de los refugiados españoles republicanos que llegaron a nuestro país finalizada la dramática Guerra Civil, que fue seguida aquí como  algo casi propio. También tuve luego compañeros de estudio, paraguayos, bolivianos y peruanos, que llegaron a nuestro país porque sus padres sufrían persecución política en sus propias naciones. Vale decir que los exilios me llegaron a través de vivencias ajenas pero lograron despertar mi total empatía, además de conocer también por primera vez, miradas distintas sobre nuestro país. En general, la de una Argentina generosa y soñadora.

Tal vez fue por eso que cuando me radiqué en el exterior en mi primer puesto diplomático, en la ciudad de Nueva York, le dediqué bastante tiempo al contacto con muchísimos de los integrantes de nuestra colonia, por supuesto muy variopinta en orden a sus ocupaciones o profesiones.  Como estoy hablando de la década de comienzos de los sesenta, todavía quedaban exiliados a causa del peronismo, pero en su mayoría no eran técnicamente exiliados, que los hubo durante el primer y segundo gobierno de Perón, durante el gobierno de Onganía y durante la última, cruel y dramática dictadura del 76 al 83. Los del comienzo de los 60’ eran expatriados que habían salido de la Argentina, por razones laborales, buscando mejores oportunidades de estudio, para hacer investigación  o simplemente por espíritu de aventura. Así me encontré con técnicos, médicos, químicos, ingenieros, dentistas, comerciantes, periodistas, profesores universitarios, simples laburantes, mozos de restaurant, empleados de hoteles, de compañías aéreas, boxeadores, jugadores de futbol, mecánicos de automóviles, etc.

Pero ya a esta altura necesito señalar, que si bien el exilio político puede implicar la situación más dolorosa, por ser en primer lugar involuntaria y en la mayoría de los casos, producida para salvar la libertad o la vida de quienes lo padecen, creando en general una permanente ansiedad sobre las posibilidades de su finalización para poder regresar en cada caso al país de origen, de todos modos, cuando el exiliado o el expatriado están fuera del país de su cultura y de sus afectos,  puede padecer de similares sentimientos y emociones que los perturba tanto  como a sus familiares. Yo viví en el exterior como diplomático y como periodista. Por supuesto se trató entonces de elecciones personales, que podemos llamar voluntarias o libres, aunque en ambos casos estaban también determinadas o  condicionadas por deberes profesionales, y la sensación de la distancia, la de echar de menos costumbres, paisajes, amigos y afectos, no fue nunca demasiado distinta de la de otros argentinos radicados en el exterior. Por otra parte, durante la última dictadura militar, a pesar de mi total falta de militancia o actividad política, una grosera lectura sobre el sentido de lo hecho y publicado por mí desde 1958 hasta 1974, determinó no solo algunas sanciones de carácter político sino incluso mi cesantía en el Servicio Exterior durante el tercer gobierno de Perón, y mi regreso  al periodismo diario, pero además, mi salida del país  a los Estados Unidos, para representar a la Flacso (Facultad latinoamericana de Ciencias Sociales) durante un tiempo y luego otra Universidad y a Clarín, funcionó como salvaguardia personal. Y recién pude  ser reincorporado a la Cancillería por Ley del Congreso en 1984, bajo el gobierno de Raúl Alfonsín.

Todo este tipo de experiencias me acompañó en otros países de distintas maneras,  en orden al mayor o menor tamaño de las colonias, pero no por otro tipo de diferencias. Además, hay que comprender que hasta mediados de la década del setenta no había siquiera fax, y pasó todavía más tiempo para ir llegando a todo lo que tenemos hoy en materia de tecnología: los mails, internet, las facilidades de las comunicaciones telefónicas, las pantallitas con imagen…para lograr así el acortamiento de las distancias…Clarín y La Nación llegaban en paquetes semanales que tardaban unos diez días para tenerlos en Nueva York, y de igual modo las cartas. Por lo cual, recién hoy, que vivimos en la instantaneidad total, pienso en lo extraordinario que era que los destinatarios aceptáramos como algo totalmente actual lo que nuestros remitentes nos dijeran en textos firmados diez o quince días atrás. Aunque las insalvables distancias creaban muchísimas incertidumbres, de todo carácter.

Después, en 1973, tuve otro tipo de experiencia,  muy dramática,  que fue la vivida en el Chile de Salvador Allende, cuando se produjo su derrocamiento y me tocó ocuparme de otorgar los refugios en nuestra embajada en Santiago, que alcanzaron durante el primer mes a más de cuatrocientas personas, entre ellas a muchas mujeres embarazadas y a niños, para luego gestionar en nuestra Cancillería el otorgamiento del asilo correspondiente con la salida hacia la Argentina, lamentablemente tan peligrosa entonces para ellos, casi como seguir en Chile. Pero lo ejemplificativo del caso, es que por mi normal gestión, los tres agregados militares de nuestra embajada me acusaron de haberla convertido en una sucursal del Kremlin, disparate histórico, político y conceptual que no requiere refutación alguna. Sin embargo, ello determinó que quedara  cesante en la Cancillería a partir de enero de 1974, durante el tercer gobierno de Perón, lo cual me hizo volver de una manera total y profesional al ejercicio del periodismo. Diez años más tarde, cuando reincorporado a la carrera por Ley del Congreso, después de ser vocero de la Cancillería por más de dos años, y destinado luego como embajador en Suecia, me reencontré allí con muchos de los argentinos y latinoamericanos que había refugiado en Santiago, y que seguían en ese país cuando ya el exilio estaba jurídicamente terminado, pero entonces venía el gran problema de volver, de ese volver tan añorado, tan querido, pero a la vez también tan difícil de poner en práctica después de muchos años vividos en un lugar seguro, que les había dado trabajo y paz, donde los hijos habían crecido y estudiado.

Durante el tiempo anterior a Suecia, cuando estuve en Washington DC por la Flacso y luego por Clarín, también tomé contacto, sobre todo periodístico, aún fuera de la Capital, con las colonias de argentinos, mediante reportajes radiales o para el diario, por ejemplo a muchos residentes en Queens, dueños de peluquerías, pizzerías, panaderías, carnicerías…. En casi todos los casos, a pesar de que les había ido muy bien económicamente, eso no tenía el mismo valor que hubiese representado para ellos el haberlo logrado en la Argentina. Así,  algunos  ensayaban volver, y luego comenzaba la historia de echar de menos lo que habían logrado en el exterior. Y en muchos casos, ese ir y venir, producía angustia en las familias y sobre todo en los hijos, muchachos o muchachas, que ya no querían volver a la Argentina. En fin, algo interminable de no poder estar  bien completamente, ni aquí ni allá.

Ya a principios de los ochenta, reintegrado al Servicio Exterior, durante un tiempo sabático escribí con Ana Barón que me sucedió como corresponsal de Clarín en Washington DC y con mi amigo Mario del Carril,  un libro de reportajes a argentinos que se habían ido del país sin intención de volver.  Fue así como publicamos  en Emecé,  el libro titulado “ Por qué se fueron”. Y luego, ya en Buenos Aires,  hice sin ellos otro libro de reportajes a argentinos que habían vuelto del exilio a nuestro país, y que publicó Homo Sapiens con Editorial Tea bajo el título “Exilios (Por qué volvieron)”.

Con dichos libros  no pretendimos en el primero,  ni pretendí  yo en el segundo, hacer una investigación sociológica sobre las migraciones argentinas, sino producir tan solo textos testimoniales, vivenciales, producto de la muy larga serie de entrevistas que hicimos a argentinos en varias ciudades del mundo, o aquí en Buenos Aires, y cuya selección final -ya que no podíamos incluir la totalidad- se fundó, no sólo en la diversidad de los entrevistados, sino también, en su mayor representatividad del plexo de motivaciones que llevaron –y siguen llevando- a nuestros compatriotas al exterior, teniendo muy en cuenta la expresividad de los sentimientos, en general ambivalentes, que dicha situación de tener que vivir fuera del país, como la de volver, conllevan. Además, todos sabemos que la Argentina fue históricamente un país de inmigración, y que dicha característica abarcó, claro está que con subas y bajas, casi un siglo: desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX. Pero luego, tal tendencia fue modificándose gradualmente para transformarla, como ya dijimos anteriormente, en un país de emigración, sobre todo en los sectores de clase media, con un alto componente de profesionales, intelectuales, artistas, científicos y técnicos, que implicó para nuestro país ese lamentable problema conocido como la fuga de talentos o pérdida de cerebros.

 ¿Qué circunstancias fueron las que produjeron esta reversión de la tendencia?

En general, la inseguridad de carácter político y de carácter económico fueron los principales contribuyentes a la emigración de los argentinos durante los últimos cincuenta años. Y esto comprendió desde las situaciones más dramáticas de persecución política y falta de libertad, hasta la simple atracción por un mejor nivel de vida, o por más altos niveles  técnicos, o por el progreso científico y la calidad de la enseñanza en los países desarrollados.  También en los últimos años del siglo pasado, fue un factor determinante la dificultad para encontrar empleo, para profesionales jóvenes o de edad mediana.

Al responder a las preguntas de "por qué se habían ido”, los entrevistados no sólo contribuían a explicar las causas de la emigración, sino que además brindaban una radiografía de nuestro país, enfrentándonos a un espejo especial que reflejaba desde afuera lo que éramos y somos por dentro. Por lo general, en sus testimonios, la nostalgia apasionada se mezclaba con la crítica severa, hasta con la bronca, lo que permitía percibir en sus discursos, una dualidad entre la Argentina que añoraban y la Argentina que los había obligado a salir.

Por ejemplo, uno de los entrevistados señalaba que la enorme distancia que siempre existía entre el mundo cultural e intelectual y el mundo político, había sido uno de los graves problemas de la sociedad argentina. Otro afirmaba que el modelo de la Argentina que había nutrido su infancia se había degradado, pero no creía que lo político y lo institucional constituyeran una explicación suficiente de dicha degradación.

Por otra parte, conviene señalar que, en términos generales, la creciente globalización de las sociedades y de las culturas regionales,  proceso que empezó hace siglos, tiene un efecto cada vez más claro sobre la naturaleza de la emigración. Porque hace tres siglos, viajar ponía al viajero en contacto con civilizaciones radicalmente distintas a la suya; hoy, eso ocurre raramente, o en todo caso, las eventuales diferencias son previamente conocidas y no producen mayor sorpresa o extrañeza.

Tampoco sería justo dejar de mencionar, que desde los albores de nuestra historia, la violencia y la intransigencia política, o cuando menos, la incomprensión, determinaron el exilio de muchos de nuestros próceres. En tal sentido, San Martín, por ejemplo, a quien los sectores más dispares reivindican como el ejemplo superlativo de argentinidad, expresó como pocos el rechazo u hostilidad del "adentro". También están los casos de Moreno, Echeverría, y Alberdi, figuras tutelares todas ellas del siglo XIX, que murieron en ese "afuera", hacia el cual saltaron por compulsiones que no se debían al azar sino a la inclemencia de una patria que los rechazaba. Recordemos a Rivadavia que murió en España; Sarmiento, en Paraguay. Borges y Ginastera, que eligieron a Ginebra como el paisaje de su muerte, lo cual quizá, pueda entenderse como una recriminación sesgada, oscura, al paisaje de sus vidas. Claro está que no menciono a otros grandes, como Mitre, que padecieron el exilio pero pudieron morir aquí.

Lo que nos revelaron aquellas entrevistas fue una dimensión de la vida argentina que frecuentemente se pasa por alto, sin una mera indagación y menos aún, asombro o contestación, no obstante constituir ella, una compleja y dolorosa realidad que merecería una reflexión profunda y sistemática.  Pero vayamos acercándonos ahora a nuestra realidad actual.

Creo que los proyectos aplicados o propuestos para la Argentina en las últimas décadas obedecían en general a concepciones rígidas y cerradas que predominaron en las ideologías y prácticas políticas heredades del siglo XIX. Los cambios que se han venido produciendo en el mundo derivaron en las naciones avanzadas en la adopción de criterios más flexibles, de estrategias más abiertas. Porque la permanente adaptación a la insoslayable globalización y  nueva revolución tecnológica sigue produciendo cambios fundamentales en el pensamiento político y en la administración de las economías de aquellos países.

Por eso creí que al inaugurarse una nueva etapa gubernamental en diciembre de 2007, se tendría en cuenta que una nueva concepción de proyecto nacional debía responder a una también nueva concepción de país. Porque ya era obvio y  sigue siéndolo aún mucho más hoy en medio de la gravísima crisis mundial,  que la nación no puede definirse estáticamente, contenida por los límites territoriales, económicos y culturales que la caracterizaron en épocas precedentes. La interacción creciente en todos los campos de la actividad humana ha modificado radicalmente la vieja concepción de soberanía y de fronteras. Las nuevas fronteras son dinámicas, se imbrican en la compleja red de interconexiones del mundo y exigen una nueva concepción de soberanía. Los modernos sistemas de comunicación y de transporte, por ejemplo, han relativizado al máximo los límites geográficos naturales o políticos. Una nación no puede ser soberana si no tiene participación en la gestión de tales sistemas.  Las fronteras dinámicas imponen nuevos criterios para el ejercicio del poder estatal. Si seguimos adhiriendo formalmente al viejo criterio de soberanía, equivocaremos también el sentido de nuestra política de defensa nacional. La organización internacional del trabajo tampoco pasa ya por las viejas fronteras. No será en el aislamiento que los pueblos consolidarán su independencia y autonomía, sino en una participación adecuada y justa en la producción y la distribución de la riqueza en el mundo. Si no logramos esa participación, la marginalidad será nuestro destino cierto y no lo salvaremos por ningún atajo o mediante las prácticas anacrónicas que implican el utópico mantenimiento de una soberanía ilimitada.

La soberanía total debe interpretarse en las actuales circunstancias como un concepto relativo a la inserción que logremos en las grandes redes globales de la producción, el consumo, las comunicaciones y el transporte. Pero no debemos ser incorporados a ellas sin nuestro consenso, sin autonomía, como enclaves o como sociedades subordinadas. La constitución de un vasto polo de desarrollo continental como el Mercosur, que pudiera erigirse en interlocutor fuerte con los grandes polos existentes, sería un aspecto clave para la afirmación de nuestra soberanía, aunque hoy está pareciendo –lamentablemente- un proyecto casi abandonado, al menos por nuestro país, clave para su subsistencia.

Pero la pregunta es: ¿están hoy todos los sectores de nuestra sociedad dispuestos a encarar y discutir estos grandes temas? Al menos, yo hoy no lo percibo.

La modernización, si no la elegimos y la dirigimos nosotros, nos pasará por encima o por el costado. Será, en todo caso, una modernización dependiente, incompleta, distorsionada. Nosotros debemos aspirar a una modernización libremente elegida, la modernización integral que sea también el auténtico camino de la liberación. La otra “liberación”, la de los que permanecen aferrados a principios perimidos de fines de los cuarenta y comienzo de los cincuenta, es nada más que un camino hacia otra dependencia, una dependencia que, por otra parte, implica también la permanencia en el subdesarrollo y en la marginalidad. Así como la “apertura” económica irrestricta del país de los noventa, como algunos promovieron, tampoco nos libró mecánicamente del subdesarrollo y la dependencia. Además, nadie nos regalará una ubicación digna en el mundo. Debemos ganarla a través de políticas decididas, racionales y firmemente orientadas hacia una inserción adecuada y autónoma en el mundo crecientemente interdependiente, que se está forjando ante nuestros ojos, y debemos hacerlo en el marco de una fecunda integración continental.

También en el aspecto interno es esencial que la modernización sea libre y democráticamente dirigida por todos los integrantes de la sociedad. La revolución tecnológica irreversible implica cambios profundos en las actuales estructuras productivas. Muchas ocupaciones tradicionales han desaparecido y en amplios sectores ya ha decrecido la demanda de mano de obra. Por ello, este proceso puede tener costos humanos inaceptables si no estamos preparados para encauzarlo a través de nuevas posibilidades de desarrollo. Cerrar los ojos ante el progreso inevitable es suicida, pero también es peligroso confiar en su mecánica incontrolada.

Quienes representan a los sectores del trabajo deben ser los primeros interesados en conocer y exigir la participación en el control del proceso de modernización. Nuestros dirigentes sindicales, a esta altura de la historia, no pueden repetir grotescamente sus viejos esquemas de luchas reivindicativas. Porque el progreso no se detiene y  las innovaciones no son necesariamente enemigas de los trabajadores y de su bienestar. Por el contrario, los nuevos métodos de creación de la riqueza pueden permitir una mayor distribución de bienes.

Si en el siglo XIX y todavía en el XX los cambios fueron dirigidos y controlados por élites, en el siglo XXI la moderna concepción de la democracia impone hoy un todo participativo de gestión que abarque a toda la sociedad. Esta nueva realidad debe ser asumida a fondo por los organizadores racionales de la actividad económica –los empresarios, los directivos, los técnicos de todo nivel- pues junto con los procesos productivos y las herramientas del pasado también están desapareciendo en el mundo desarrollado los viejos criterios de organización, operatividad y gestión de las unidades económicas.

La inteligencia es la materia prima fundamental del nuevo ciclo y su empleo impone y exige nuevas relaciones entre los hombres y las organizaciones. En el siglo XIX e incluso en el XX se manejaban todavía conceptos ligados a la economía de escasez. Se adjudicaba un valor central a los productos inmediatamente necesarios para la supervivencia física del hombre. Apenas se ingresa en una economía de relativa  abundancia, se amplía el concepto de útil y de productivo. La barrera entre bienes y servicios, entre producción primaria, secundaria y terciaria tiende a desaparecer. Lo que era considerado superfluo o suntuario pasa a ser de primera necesidad. El arte, la cultura, la recreación, son tan importantes como las máquinas y los vehículos. Hay una nueva concepción del consumo.

Ocupaciones tradicionales vuelven a revivir, cobrando un nuevo sentido y una nueva función. La artesanía tradicional, que elaboraba los objetos que luego produjo en serie y a más bajo costo la industria, y que fue recurso luego de los pueblos pobres que no podían acceder a esos productos industriales, se renueva hoy en una práctica destinada a brindar bienes más sofisticados, personalizados. Los sectores que abre la modernidad son, en efecto, más amplios que los que se cierran. Aun en plena crisis.

Así las cosas, debemos propugnar una gestión soberana y democrática de la modernización y de ello derivará una gestión que incluya la solidaridad. De no hacerlo de ese modo, sufriremos una modernización impuesta, elitista y con altos costos sociales.

También nuestro país, como tal estará en peligro. Frente a ello, es tiempo dolorosamente perdido el continuar con las disputas ideológicas que ya no importan en el mundo avanzado y que aquí constituyen el ornato intelectual del atraso. Debemos discutir con seriedad las cuestiones serias, las cuestiones que hoy movilizan los intereses, y las acciones que deciden el futuro de la humanidad y de cada uno de los pueblos que la integran. Para ello debemos convocar a la sociedad argentina: para enfrentar juntos, en libertad y pluralismo político, los verdaderos desafíos de la hora. Si nos perdemos en vericuetos y en especulaciones electoralistas del momento, nuestros descendientes colocarán sobre nuestra memoria el baldón justificado de haber sido quienes consintieron y promovieron la decadencia definitiva de la Nación Argentina.  Porque la renovación ideológico-cultural que necesitamos pasa ante todo por la renuncia a todo dogmatismo, por la admisión del error siempre posible (¡recordar a Karl Popper!), por la búsqueda al mismo tiempo plural y compartida del conocimiento de nuestra sociedad, para contribuir a hacerla más libre, próspera y justa. Ninguna presunta ley -natural o divina- ha prescripto que le quepa al Estado iluminador la tarea de definir en soledad, los objetivos que debemos perseguir o, desempeñar el papel protagónico en esa búsqueda. Y en cuanto al mercado, es bien sabido que, por sí mismo, no tiene nada de intrínsecamente virtuoso. Los mismos liberales lo admiten, sin extraer las evidentes conclusiones que de ello se derivan,  ya que librado a sí mismo es incapaz de impedir la formación de monopolios y oligopolios que anulan la libertad pregonada y finalmente requieren la intervención del Estado, eficiente pero no omnipotente. En definitiva, para que nuestro país no termine por verse confinado en los arrabales de la historia, debe liberarse de antigüedades ideológicas que desde hace décadas vienen prometiendo un paraíso que, por sólidas y convincentes razones, no se realizó nunca en ninguna parte del Mundo. Esos confortables dogmas no son en modo alguno inamovibles ni necesarios. Lo que sí necesita hoy nuestro país, es un sistema ético fundado sobre valores que, sin menoscabo para la libertad individual, promueva y consolide la solidaridad social. Y, sobre todo, lo que necesitamos todos hoy es un inédito plusvalor de imaginación, de  invención, de actitud política emprendedora, que fomente el pluralismo y la tolerancia, que evite la expansión de la burocracia, apartándose tanto del estatismo como del fundamentalismo del mercado.

Pero no creo necesario entrar en esta oportunidad y en estas circunstancias tan especiales de una lamentable vuelta al maniqueísmo,  en qué significa ser K o anti K, ni a un  análisis  pormenorizado de nuestra actual situación político-económica y social, porque estamos envueltos en una total incertidumbre, en una situación lo suficientemente caótica como para impedirnos ponerle logos. Sin embargo, me resultó alarmante escuchar y leer en los días previos a las últimas elecciones del mes de octubre, declaraciones desde los más altos niveles del gobierno, que chocaban brutalmente contra una realidad que no podía ser ocultada. Y me refiero puntualmente a establecer comparaciones que nos colocaban en mejor situación económica e industrial que países como Estados Unidos, Canadá, Australia y que la Unión Europea o Brasil, cuando 8,2 millones de habitantes carecen de red de aguas y 21 millones de sistemas cloacales, Y que ese déficit de agua potable y de cloacas es causa inevitable de una mayor mortalidad infantil y de enfermedades hídricas, hecho mucho más insólito cuando nuestro país es poseedor de la tercera reserva mundial de agua potable. . O cuando el último informe del World Economic Forum, que evalúa el nivel de desarrollo económico e institucional de los países, el nuestro se ubica en la posición 94 entre 144 países, descendiendo 9 lugares respecto de 2012. Y antes de finalizar debo expresar también, con la mirada inversa que ejercí como corresponsal y diplomático argentino en el extranjero, aplicándola al aquí de la Argentina de hoy, mi temor de que si el gobierno sigue negando la realidad de su falta de gestión, transformada hoy en mero relato, desconociendo los altos índices de inflación, el ocultamiento de la corrupción, la creciente y dramática presencia del narcotráfico, los crecientes inocultables índices de pobreza y desigualdad que el mero populismo no puede realmente erradicar y ni siquiera disimular, el brutal deterioro del medio ambiente, y el incumplimiento de importantes fallos judiciales, estamos llegando a las elecciones de octubre con un país vacío, sin instituciones y totalmente desesperanzado. Con la certeza de quien sea elegido presidente, deberá asumir la conducción del país, en la peor de las condiciones posibles, no solamente en el orden interno sino también en el internacional, y por si ello no fuera suficiente, en un mundo cada día más complejo donde ni siquiera en las más importantes potencias encontramos verdaderos estadistas, que parecieran haber desaparecido del planeta después de los años sesenta.

*El autor, periodista y escritor, fue miembro del Servicio Exterior de la Nación

 

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LA ANSIEDAD ES INCOMPATIBLE CON LA CONSTRUCCIÓN por Alberto Medina Mendez*

| 1 septiembre, 2015

El mundo se ha vuelto muy vertiginoso. La velocidad pretende ser un valor y la eficiencia fugaz se ha convertido en el paradigma del éxito y el fracaso.

La política no es la excepción a la regla y abundan movimientos partidarios que brotan y aspiran a subirse a esa ola. Pero no menos cierto es que esos mismos espacios políticos que han nacido como aluvión y crecido velozmente, tienen demasiado de circunstancial y de efímero. Así como aparecen con gran rapidez, también se desploman a idéntico ritmo. Nada bueno puede venir de la mano de hazañas meramente espasmódicas.

Ciertos sucesos casuales pueden ser funcionales a la aparición de un contexto extraordinario, diferente, que genere gran expectativa dadas sus singulares características. Pero nada es mágico en esta vida. El solo hecho de creer en esa fantasía es una muestra de una dudosa inteligencia.

Las construcciones llevan tiempo, esfuerzo y sacrificio. No se puede crear algo serio en tan breve lapso. Y en política mucho menos. Se debe trabajar duro, cultivar relaciones sólidas, articular ámbitos genuinos de discusión, intercambio y consenso. Pero también son esenciales los liderazgos criteriosos para lograr que lo que emerge se constituya en algo respetable.

Lo auténticamente bueno, lo que realmente vale la pena, es siempre el fruto de una larga serie de aciertos y también de desatinos, pero sobre todo, de esos cimientos sólidos que se han edificado a lo largo del tiempo, gracias a la voluntad de aquellos que creen férreamente en esa posibilidad que permite soñar, bajo la condición de tener los pies sobre la tierra.

El ilusionismo en política jamás sobrevive. Las campañas proselitistas profesionales, las brillantes estrategias de marketing especialmente diseñadas, los candidatos que, desde fuera del sistema aterrizan en la actividad partidaria, son solo recursos, ardides, que pueden funcionar en el corto plazo, pero que no garantizan nada suficientemente sustentable.

Los atajos son trucos que sirven para acortar camino, pero hacer política no es solo lograr eventuales triunfos, ni colarse por un resquicio. Eso puede ayudar pero nunca dejará de ser un simple hito en el complejo y prolongado sendero que conduce hacia la realización de grandes propósitos.

Por eso, cuando se observa el escenario político actual, y se percibe con tanta claridad la desmesurada ambición de ciertos personajes por alcanzar el poder a cualquier precio, no se puede menos que anticipar que esos intentos culminarán sin pena ni gloria. Lo grave no es el final de esas instancias, la mayoría de las veces, absolutamente predecibles, sino el desperdicio de energías y el derroche de ilusiones que ello implica.

Sumarse eternamente a nuevos proyectos es una gimnasia demoledora, que desgasta, corroe la confianza y destruye a quienes deciden hacerlo. En la política, como en casi cualquier ámbito de la vida, se trata de construir de a poco, con paciencia, consolidando paso a paso, tropezando a veces, pero asimilando el resbalón, para capitalizarlo y avanzar nuevamente desde allí.

Para eso resulta imprescindible disponer de perseverancia para evolucionar, humildad para comprender el recorrido y capacidad para rodearse de los mejores. La idea no es transitar un desenfrenado derrotero, repleto de angustias y premuras, sino más bien dedicarse a colocar ladrillo sobre ladrillo, con la serenidad que ese trámite requiere para no empezar de nuevo a cada instante.

Quienes pretenden modificar el curso de los acontecimientos deben entender el sistema y su detallado funcionamiento. Si ya lo han descubierto, pues entonces habrán entendido que esto no es para improvisados seriales y mucho menos para ansiosos crónicos.

Los que están en el juego desde hace mucho saben muy bien como sacarse de encima a los arribistas de siempre. Es cuestión de tener la templanza suficiente. Entienden que todo lo que escala rápido, desciende con similar prontitud. Solo se trata de esperar, porque lo que germina repentinamente, con personalismos y mezquindad, no tiene chance alguna de perdurar.

Si realmente se desea cambiar el rumbo, deberán primero comprender que esta no es una carrera rápida, sino una maratón, una verdadera prueba de resistencia. En esa disciplina se deben manejar los tiempos con talento, dosificar los ritmos con creatividad, guardar el aire, apurar el paso cuando sea necesario, pero también registrar que la meta está bastante más lejos de lo que parece y que apresurarse es sinónimo de frustración asegurada.

Es una pena que ciertos líderes que llegaron a la política no lo hayan comprendido en su momento. No solo ellos perdieron la ocasión de pasar a la historia al darle prioridad a sus urgencias personales. También arrastraron a muchos ingenuos ciudadanos que se montaron a esos espejismos, y cuando todo se derrumbó, no solo fueron derrotados, sino que en ese trayecto quedaron atrás buena parte de sus esperanzas, repercutiendo además directamente en cualquier futura oportunidad.

Lamentablemente, el presente reedita esta cuestión y la coloca en el centro de la escena. Muy pronto se habrá despilfarrado otra chance concreta de transformar el presente. Como tantas otras veces, se privilegiaron los intereses del corto plazo y el tren pasará de largo inexorablemente.

Parece difícil imaginarse un profundo aprendizaje de este nuevo capítulo. Más bien paree que no faltará quien vuelva a responsabilizar a los "malos de la película" por los errores propios, sin hacer la autocrítica indispensable. Nada distinto ocurrirá hasta que no se comprenda acabadamente que en política también, la ansiedad es incompatible con la construcción.

 

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013

 

 

 

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VALORES HUMANOS DE JOSÉ DE SAN MARTÍN, SU MISIÓN AMERICANA por Fabiana Mastrangelo*

| 1 septiembre, 2015

La misión americana de San Martín es analizada, en este escrito, desde el enfoque axiológico de Viktor Frankl, creador de la Logoterapia, desde esta perspectiva "el hombre realiza en sus obras los valores creadores; en su modo de vivir, los valores vivenciales; y en el sufrimiento, los valores de actitud ante la vida" (Psicoanálisis y existencialismo, 1991).

En la vida de San Martín se distinguen tres ciclos guiados cada uno de ellos por una ética y un valor predominante. Éstos se reflejan en "puntos culminantes" de su trayectoria que son los que deciden su sentido de vida, esencial en la visión frankleana.

El primer ciclo transcurre desde su nacimiento (1778) en Yapeyú, tierra americana, hasta 1811 en Cádiz, España, cuando después de veinte de años de servir como soldado español descubre su misión liberadora. Los aspectos visibles de su biografía – vida sucesiva – están orientados por la ética de la responsabilidad y la conciencia del deber reflejados en su formación profesional en el ejército español. Durante todo ese tiempo jamás tiene un ausente en sus deberes y es ascendido rápidamente en las graduaciones militares. Su mundo íntimo – vida complementaria – está guiado por el amor filial. En su testamento dice: "Puedo asegurar que el que menos costo me ha tenido ha sido el de Don José Francisco", se refiere a esta primera etapa de su vida en la que ha tenido contacto directo y asistencial con sus padres.
San Martín conjuga en sus genes una raza con siglos de historia transmitidos por sus padres españoles y una sangre nueva al nacer en tierra americana y vivir en ella hasta los cinco años. La fuerza de la misión americana hace que San Martín elija el camino del hombre nuevo y tome de Europa la experiencia militar y política de sus veinte años en ese continente. Este período de formación profesional sella con fuego su ascetismo, su conciencia del deber y su vocación militar. Sobre esta etapa Bartolomé Mitre comenta en "Historia de San Martín": "En ese lapso había combatido (…) contra moros, franceses, ingleses y portugueses, por mar y por tierra, a pie y a caballo, en campo abierto y dentro de murallas. Conocía prácticamente la estrategia de los grandes generales, el modo de combatir de todas las naciones de Europa, la táctica de todas las armas, la fuerza irresistible de las guerras nacionales y los elementos de que podía disponer la España en una insurrección de sus colonias: el discípulo era un maestro en estado de dar lecciones".

El segundo ciclo abarca toda su misión americana desde el llamado vocacional en Cádiz (1811) hasta su renuncia en Guayaquil (1822). Se inicia con la decisión de San Martín de elegir entre: seguir siendo fiel a la tradición española o luchar por el ideal de libertad cuyos antecedentes son la Independencia de Estados Unidos (1776) y la Revolución Francesa (1789).
San Martín eligió la idea de libertad y la patria americana como suelo apto para concretar ese ideal. A fines de 1810 conoce los sucesos ocurridos en Buenos Aires (el 25 de mayo), donde se ha formado la Primera Junta -en nombre del rey Fernando VII-, análoga a la que había en Cádiz. Su elección se define e inicia su misión cuando ingresa a la Logia de Cádiz (1811), que nuclea a criollos americanos unidos por un mismo ideal: liberar a América. La ética del servicio orienta esta etapa y, como en toda su vida, está presente la conciencia del deber y la respuesta al sentir interior. Debe liberar a América, pero ¿cómo?

San Martín para lograr su objetivo realiza los siguientes pasos:

            1- Formar un grupo de hombres comprometidos profundamente con el ideal de independencia y libertad a través de la Logia Lautaro.

            2- Educar a los soldados en la disciplina, la conciencia del deber y la lucha por un ideal trascendente. El recipiente de ese ideal revolucionario, contenido en la Logia Lautaro, es el Regimiento de Granaderos a Caballo y el Ejército de los Andes.

El valor de crear estos dos grupos es modelar el espíritu criollo en ideales y actitudes que trasciendan intereses personales, sectoriales y encaucen la acción por el camino de la libertad. En esta obra se desarrollan los valores creadores.

Una de sus primeras acciones protagonistas en tierra americana es su participación en la revolución de octubre de 1812, destinada a diluir el Primer Triunvirato para crear un gobierno que se comprometiera con la declaración de la independencia. La segunda acción es la Batalla de San Lorenzo que permite pacificar la zona del Litoral y demostrar su experiencia militar, su patriotismo y la preparación de sus granaderos.

La labor educativa de San Martín es posible porque ha experimentado en sí (durante el ciclo anterior) la disciplina, la obediencia, la responsabilidad, la conciencia del deber y ha cumplido con el mandato interior. Esto posibilita transmitir y educar en valores. No es una tarea fácil, en ciertas ocasiones ante la debilidad de los criollos por defender la independencia dice: "Esta es una revolución de carneros".

San Martín es nombrado jefe del Ejército del Norte en reemplazo de Belgrano. Estudia la situación conducido por su sentir interior y convencido de cuál es el sentido de su misión, elabora el plan de preparar un ejército en Cuyo, cruzar la cordillera, liberar Chile y por mar arribar a Perú para terminar con el fuerte poder español. Pero no tiene salud, ni mando, ni medios. Todo debía crearse, y hacia ello emprende todos sus esfuerzos.
Víctima de una brusca a afección interna, cae enfermo en Tucumán. ¿Cuál es su actitud frente a lo que no puede modificar?, ¿se identifica con su dolencia o cumple con su destino? San Martín realiza el autodistanciamiento (V. Frankl) de la enfermedad y la fuerza de su espíritu puede más que la fuerza de su cuerpo.

Se radica en Mendoza y aplica toda su fuerza creadora en la formación del Ejército de los Andes y en la administración política de Cuyo. El sentido de vida de San Martín es tan profundo y amplio que desborda y contagia a todo un pueblo, se enlaza con la comunidad y la conduce hacia la libertad. Se enamora de Mendoza y de sus habitantes. Vivencia en este suelo las horas más gloriosas y esto lo escribe -años después- en cartas a sus amigos. Su sueño es morir en esta tierra. A Mendoza lo unen los afectos de una tierra que le da lo que necesita. El valor vivencial telúrico se fija en esta provincia.  Mendoza es el punto fijo interior americano desde el cual se expande la misión liberadora sanmartiniana.

 Su sentido de vida es liberar y unir a los pueblos americanos y así cumple: cruza los Andes; libera Chile con bandera argentina, al Perú con bandera chilena y en el Perú funda una nueva nación dándole bandera propia.

Existe una actitud que prima en toda su trayectoria de liberación: no apropiarse del poder. En Chile cede el poder a O´ Higgins y en Perú, a Bolívar.

El tercer ciclo se inicia con la Entrevista de Guayaquil (1822) y su exilio voluntario en Europa hasta su muerte (1850).

En esta última etapa predomina la ética de la responsabilidad porque significa la respuesta adecuada, consciente y despersonalizada ante una situación inmodificable. Este es el valor de actitud ante un destino irremisible (Frankl), Buenos Aires no le presta ayuda, no llega a un acuerdo con Bolívar y su ejército necesita apoyo material y moral. San Martín decide entregar el ejército y el poder a Bolívar. Supo retirarse en el momento oportuno, utiliza el poder responsablemente, no compite por él y trasciende ambiciones personales. Por esta misma razón , de regreso a la Argentina, se aparta de los intereses sectoriales y de las divisiones políticas. Esta actitud de desapego por el poder ennoblece y libera su ser. Además, forma un arquetipo de hombre nuevo, en el pensamiento americano, que desafía el destino, lo cumple y logra la liberación interior. Los americanos, especialmente los argentinos, somos depositarios de esta herencia ética.

La misión se da en San Martín como un camino en el cual orienta toda su energía hacia la concreción de un mandato interior: ser consciente, ser responsable; y hacia su misión exterior: liberar a América. La siguiente cita de Frankl sintetiza este aspecto: "El hombre cuya existencia trasluce un mandato trascendente y cuya conciencia de la responsabilidad se da junto con la misión".

San Martín lanza a América dos ideales: libertad y unidad. La primera la cumple conjuntamente con Bolívar al lograr la independencia política y militar. Pero el desapego de las ambiciones personales y sectoriales y el ideal de unidad americana son arquetipos de actitudes que si bien se dan en el Padre de la Patria, esperan ser actualizados en América.

 

* Historiadora, educadora y escritora. Autora del libro “Valores humanos de José de SanMrtín, Su Misión Americana”

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