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MERCADOS FINANCIEROS ¿HAY QUE FESTEJAR O APRENDER? por Rubén Lo Vuolo*

| 20 mayo, 2016

Fuente: Clarín 17-5-16

Los mercados financieros son un sistema creado para que todos los activos que conforman la riqueza económica estén disponibles para ser movilizados de la manera más rápida posible. Para ello, se inventan “productos financieros” que supuestamente representan directa o indirectamente esa riqueza económica.

Así, toda la riqueza que está “fijada” en el proceso de producción se pone en circulación como capital líquido (y hasta sirve como medio de pago de transacciones al igual que la moneda fiduciaria). Acciones, obligaciones negociables, títulos públicos, circulan por los mercados financieros representando el patrimonio de empresas y de los Estados. Incluso el capital de la fuerza de trabajo se pone en circulación en los mercados financieros, por ejemplo con fondos de pensiones.

Esta es la forma concreta en que el poder “abstracto” del capital financiero se vuelve un poder “concreto” sobre la producción y el trabajo. Así, los operadores financieros adquieren poder para definir cotidianamente cuánto vale la riqueza del sistema económico. ¿Cómo se determina ese valor? Por su cotización diaria en los mercados financieros. ¿De qué depende? De las convenciones que establecen los operadores financieros en sus prácticas cotidianas; la riqueza vale hoy lo que dice que vale la “comunidad financiera”.

Así, por ejemplo, el valor de una empresa puede multiplicarse o dividirse sin que haya cambiado mucho de su proceso de producción, su nivel de ventas o su participación de mercado, porque los operadores financieros convienen en que su valor ha de incrementarse o caerse. Por lo mismo, 

un país se vuelve “emergente” y los títulos de su deuda se vuelven valiosos porque un cambio de gobierno, una política cambiaria o meras expectativas determinan que allí habrá buenos negocios y capacidad de pagar rentas.

Para que esto siga funcionando, es necesario que cada vez haya más títulos para transar y liquidar. La liquidez (o sea la capacidad que tiene un título financiero de volverse moneda de pago corriente) es el medio por el cual la comunidad financiera puede asegurar su autonomía y su poder para modelar el conjunto del proceso económico. La liquidez permite distribuir riesgos, prestar a quienes están necesitados de dinero y especular entre la cotización actual y la futura de los títulos financieros.

Cuanto más “financierizada” esté la riqueza de un país, más poder tienen los operadores financieros para decidir su destino. La experiencia dice que cuando el capital financiero pasa a controlar al capital productivo lo obliga a funcionar conforme a la lógica del “rendimiento financiero mínimo”. Todo el sistema económico se ajusta a la presión del rendimiento de corto plazo del capital financiero; el activo que no rinde debe liquidarse y el capital líquido resultante vuela para aplicarse en otro lado.

Esto debe saberlo el Gobierno, que anuncia con hurras su inserción en los mercados financieros; de hecho, muchos de sus funcionarios son especialistas en el juego de estos mercados. En realidad, la impresionante emisión de deuda y la capitulación onerosa con los holdouts es el broche final que indica el fracaso de la estrategia de desendeudamiento, la persistencia de la restricción externa luego de un escenario muy favorables al país, la consolidación del poder de los operadores financieros y los límites del país dependiente para desafiarlos si sus políticas no son consistentes. Nada para festejar y mucho para aprender por parte de una sociedad que repite frustraciones.

El gobierno anterior es el gran responsable de estas frustraciones por haber generado desbalances financieros en el sector público, no haber aprovechado oportunidades para aliviar la dependencia externa y haber provocado un descalabro monetario que dejó al país muy debilitado frente a los grandes actores de la globalización financiera. Pero el actual gobierno es el responsable de la salida que dice haber encontrado y de hacer apología sobre los supuestos beneficios que traerían al país una economía liderada por la renta financiera y el flujo de capitales externos. Esto, sin aclarar por qué funcionará ahora cuando no funcionó en el pasado ni aquí ni en otros países con problemas similares.

En el régimen económico que empieza a pergeñarse, las empresas y el Estado tendrán que funcionar otra vez con un ojo puesto en el “riesgo país”, la tasa de interés, la maximización de dividendos y rentas, los pagos y refinanciamientos de una deuda creciente, los cambios cotidianos en las convenciones de operadores financieros listos para liquidar todo y hacer diferencia. De hecho lo siguen haciendo con la renta que garantiza el Banco Central y el Tesoro, en una economía con inflación acelerada. En este escenario, no se vislumbran políticas para que no se siga perjudicando a quienes ya venían siendo perjudicados por la política anterior y que ahora además tienen que ajustarse a una distribución de riqueza favorable a la renta financiera. Los actores más débiles de los países financieramente emergentes, temprano o más tarde terminan sumergidos.

 

*Economista. Es Director Académico, Centro Interd. para el Estudio de Políticas Públicas

 

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EL NUEVO RELATO QUE LA SOCIEDAD NECESITA  por Luis Alberto Romero*

| 20 mayo, 2016

Publicado en La Nación el 13 de mayo de 2016

Después de doce años de una narrativa avasallante y engañosa, necesitamos una épica de objetivos modestos, como ser un país normal, con buenas instituciones, respeto por la ley y capacidad para planear el largo plazo

Al Gobierno le falta un relato, una épica." El reclamo -indicador de algún síndrome de abstinencia- no corresponde a la república que queremos construir. Sin duda el Gobierno debe comunicar sus actos y mantener informada a la opinión pública. Probablemente debería hacerlo mejor, realzar lo que considera importante y explicar cómo cada decisión se articula con el plan más general que proyecta. Pero no más que eso. Las narrativas reclamadas importan, y mucho, pues son constitutivas de una vida social en la que cada conflicto incluye una disputa por el sentido de los hechos y de las palabras. En una democracia republicana, su formulación no es tarea del gobierno, sino de la sociedad, de nosotros.

En este momento importa la batalla cotidiana, la lucha en la trinchera contra el relato kirchnerista. Hay que develarlo y desmitificarlo, mostrar la inconsistencia entre hechos y palabras, la incongruencia de los argumentos, las tergiversaciones. Hay que machacar sin pausa en un combate por religar y enriquecer un sentido común hoy escindido. Pero este combate cotidiano, que puede prescindir de los matices, no sustituye las narrativas más amplias, aquellas que articulan una versión del pasado con un proyecto para el futuro sustentado en la experiencia y en la voluntad.

En estas narrativas no está en juego la verdad de los científicos, aunque algo pesa, sino la verosimilitud -su ajuste con lo experimentado, recordado o aprendido- y también su finalidad y utilidad. Los responsables no son los historiadores -una voz entre otras- ni el gobierno, salvo en regímenes totalitarios, sino la sociedad y sus opiniones, diversas y encontradas. La narrativa social es un campo conflictivo tan importante como el de los intereses o la política, en el que todos participan con los mismos derechos: intelectuales, políticos, periodistas, escritores, junto con voces corporativas fuertes, como el Ejército o la Iglesia, y también las voces estatales.

Hoy reclamamos una narrativa que falta, para contraponerla a un relato avasallante, que durante doce años arrasó hasta con la costumbre de pensarlas. Para medir las dificultades, conviene entender toda la dimensión del relato heredado. En lo instrumental, fue una combinación de discurso gubernamental y narrativa del pasado que se confirmaban recíprocamente: por ejemplo, la oferta estatal del Fútbol para Todos se combinó con la imagen, incongruente pero efectiva, de recuperar los goles secuestrados.

El relato combinó el discurso de los derechos humanos con una versión nacional y popular del pasado, de matriz revisionista. "Derechos humanos" alude al trauma del terrorismo de Estado, que aún conserva una enorme potencia movilizadora de sentimientos y pasiones. Las ideas revisionistas sobre la historia, que en el siglo XX surgieron amalgamadas con experiencias sociales y políticas fuertes, sumando los siempre efectivos temores paranoicos, moldearon nuestro sentido común. En el subconsciente colectivo se instaló una suerte de "enano nacionalista y populista" que en mayor o menor medida alimenta los discursos sobre el pasado y las propuestas de acción que pulsan esas cuerdas.

El plus del kirchnerismo residió en la combinación de los dos elementos, que juntos se potenciaron y adquirieron su dimensión de épica y de fe. Los militantes de los años setenta, exaltados en la versión kirchnerista de los "derechos humanos", oficiaron de puente con la narrativa histórica nacional y popular. Así entrelazados, derechos humanos y revisionismo nutrieron el discurso oficial en las poderosas usinas de adoctrinamiento de Paka Paka, Tecnópolis y la ex ESMA. Gradualmente, el relato se convirtió en una fe.

Una opinión entusiasta, militante y encerrada en sí misma saturó y obturó el espacio público, y los disidentes se limitaron a una lucha de retaguardia primero, y de mera confrontación ahora. Contra esa versión kirchnerista, que de un modo u otro sigue en el centro de la escena, el resto de la sociedad debe recuperar la iniciativa y construir narrativas alternativas, que enlacen una visión de nuestro pasado con una idea del camino que recorreremos.

El tema de los derechos humanos no constituye un problema: se lo puede debatir sin la traba del sello kirchnerista. La cuestión más difícil está en el sentido común histórico, el enano "nac&pop", que trabaja más allá de nuestro consciente. Modificar esta versión sesgada, miope y con frecuencia errónea, pero con tantos atractivos, es una empresa difícil. En lo inmediato, no pueden hacer mucho ni el Estado, si se propusiera estimular versiones menos cerradas y prejuiciosas, ni tampoco los historiadores de oficio, cuya tarea consiste más bien en desarmar los relatos establecidos o matizar las versiones globales e integradoras.

Para afrontar el debate público se necesitan versiones estilizadas del pasado, que subrayen el sentido general sin descuidar lo singular. Deben ser aceptables en términos académicos; deben desafiar el sentido común revisionista y proponer una narrativa alternativa; hay que insuflarles convicción y la dosis de valoración que una narrativa social necesita. También deben articularse convincentemente con una idea acerca de hacia adónde vamos.

Tras la experiencia kirchnerista, muchos ansiamos prioritariamente volver a ser un país normal. No es un programa que exalte la imaginación ni encienda la fe, aunque en cambio puede alentar la esperanza. Hasta es posible imaginar una épica de la normalidad. ¿Cómo ensamblar este modesto objetivo en una narrativa histórica? Simplemente recordando que la Argentina fue un país normal hasta un momento no tan lejano -quizá los años sesenta del siglo pasado-, todavía presente en la memoria de muchos, que también fueron testigos de su demolición a lo largo de las cuatro décadas siguientes, no compensada con la exitosa construcción democrática. Esa imagen de un país normal -sin duda con mucha estilización y una cuota de idealización-, sumada a la pregunta sobre por qué se perdió, suministra una base en el sentido común para construir un relato alternativo.

Señalemos algunos puntos de una narrativa posible, que recoja los logros y los problemas mal resueltos de aquel país normal. Recordemos la laboriosa construcción institucional a lo largo del siglo XIX, finalmente exitosa, pero también su precio: siete décadas de sangrientas guerras civiles. Recordemos el Estado que tuvimos, con buenas instituciones, respeto por la ley, burocracias calificadas y capacidad para emprender políticas de largo aliento, como lo fue la educativa. Pero no nos olvidemos de su desvío corporativo y prebendario, tan costoso como su tendencia a engordar con empleados innecesarios.

El punto más alto de ese país normal fue su sociedad de clases medias, excepcional en el contexto hispanoamericano. Lo fue por capacidad para integrar amplios y renovados contingentes de nuevos miembros, darle a cada uno un trabajo y una buena educación y habilitarlos para sus personales aventuras de ascenso en una sociedad fluida y sin brechas profundas. Pero recordemos que uno de los precios de la democratización fue el abatimiento de sus elites, tanto las del rango como las del mérito, suplantadas por las constituidas alrededor de las corporaciones o de las prebendas estatales

Evoquemos una cultura abierta al mundo, liberal, dinámica y creativa, pero frenada reiteradamente por un núcleo tradicional, autoritario y xenófobo, que terminó por imponerse. Finalmente, recordemos que esta sociedad democrática fue políticamente facciosa, consagró gobiernos civiles autoritarios y poco republicanos y toleró dictaduras militares.

Tuvimos un país que encontró la manera de convivir con sus conflictos y de mantenerse dentro de una aurea mediocritas, que fue arrasada por la crisis desencadenada en la década de 1970. Recuperar la imagen de ese pasado, afirmar lo que tuvo de virtuoso y esquivar las acechanzas que todavía rondan hoy puede ser la base de una la narrativa adecuada para una sociedad que hoy busca la normalidad.

*Historiador , Miembro del Club Político Argentino

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LA ISLAMOFOBIA ES UNA HERRAMIENTA POLÍTICA por Roberto Savio*

| 20 mayo, 2016

Fuente Other News

Roma, mayo 2016 (OtherNews) – Cuando en 2006 las caricaturas blasfemas contra el Islam que fueron publicadas por un diario danés causaron 205 muertos, el entonces Secretario General de la Organización de Cooperación Islámica, Ekmeleddin Ihsanoglu, visitó al responsable de relaciones exteriores de la Unión Europea, Javier Solana.

En aquel entonces, la posición oficial de la UE era que no había islamofobia en absoluto y de que se trataba de un incidente aislado. Desde entonces, esta ha sido más o menos la posición de las instituciones europeas.

Pero ahora asistimos a una autentica negación de la realidad. Durante tres años, manifestaciones de masas en Alemania, especialmente en Dresde, (dirigidas por un hombre con antecedentes penales) se sucedieron semanalmente bajo la bandera del PEGIDA (Patriotas Europeos Contra la Islamización del Occidente).

En 2011 la masacre de 77 personas en Oslo por parte de Anders Behring Breivik fue igualmente condenada como la acción de un loco solitario. Actualmente se reconoce la existencia de más de 20 actos de islamofobia diaria tan sólo en Alemania.

El congreso de la AfD (Alternativa para Alemania) –partido xenófobo y nacionalista que en tan sólo dos años pasó a tener representación en ocho estados de la República Federal–, se celebró el 30 de Abril, recibiendo poco espacio en los medios de comunicación. El congreso se realizó justo después de las elecciones de marzo en Alemania que probablemente afirmaron a la AfD como tercera mayor fuerza política del país.

Unas semanas antes del Congreso de la AfD, los xenófobos del Partido de la Libertad de Austria (FPO) obtuvieron el mayor número de votos en las elecciones presidenciales. Esto después de que los nacionalistas del Partido Nacional Eslovaco (SNS) consiguiesen formar parte del nuevo gobierno eslovaco, y que en Polonia la derecha ultraconservadora de Ley y Justicia (PiS) haya accedido al poder.

Una cadena ininterrumpida de victorias de la extrema derecha en los últimos años en Suecia, Finlandia, Dinamarca, Países Bajos, Alemania, Francia, Suiza, Austria, Hungría, Italia y Grecia, han sido recibidas con indiferencia generalizada. Por el contrario, el congreso de la AfD estaba infundido con la idea de que una marea xenófoba, nacionalista y populista se está apoderando de Europa.

El lenguaje adoptado en el congreso sería impensable hace unos años. Una de las resoluciones declaró al Islam incompatible con Europa, lo que conllevaría la expulsión de todos los musulmanes de Alemania. El hecho de que el 87% de ellos vive allí hace más de 15 años y son, por lo tanto, claramente ciudadanos alemanes perfectamente integrados en la sociedad y con derechos protegidos por la constitución, es un obstáculo que solventarían con una reforma constitucional.

Al preguntar un periodista en la rueda de prensa cómo se procedería a la expulsión repentina de millones de personas del mercado de trabajo, la respuesta fue: Hitler lo hizo con seis millones de judíos que estaban mucho más integrados y tenían más poder, y no pasó nada.

Ahora, recordemos que Hitler declaró a los judíos incompatibles con Europa, privándolos de su nacionalidad para luego deportarlos a campos de concentración (La AfD sería caritativa y simplemente los expulsaría). ¿No provoca la propuesta de la AfD un deja vu?

Tan sólo un día antes del Congreso de la AfD, la islamofobia fue el tema central de una exitosa conferencia organizada por el Centro de Ginebra para el Avance de los Derechos Humanos y el Diálogo Global y por la Misión de Pakistán ante la ONU. Notables oradores como Idriss Jazairy de Túnez, Uhsanoglu de Turquía, y Tehmina Janjua de Pakistán tomaron la palabra en una conferencia en la que participaron varios países para debatir el tema de la religión.

Se hicieron varios esfuerzos para demostrar que el Corán no predica la violencia, y que ISIS no representa más que un desvío del auténtico Islam. De hecho, todos los panelistas musulmanes, algunos sufís, otros sunitas, habrían sido considerados apóstatas por ISIS y rápidamente ejecutados. Ningún representante del Wahabismo o del Salafismo (la versión puritana del Islam) marcó presencia.

Pero es evidente que la islamofobia nada tiene que ver con religión. De hecho el Corán y el Evangelio tienen muchos puntos en común. Las guerras entre religiones rara vez han sido un asunto ciudadano, originando siempre en reyes y jeques. La guerra de los Treinta Años (1618-1648), que matando al 20% de la población Europea causó una destrucción con la que ISIS sólo puede soñar, fue iniciada por el emperador Fernando de Bohemia.

Protestantes y católicos vivían pacíficamente lado a lado. Al igual que Judíos, musulmanes y cristianos en España, hasta que Isabel y Fernando deciden expulsar Judíos y musulmanes. Y cuando líderes religiosos como Girolamo Savonarola en Florencia (un cristiano wahabí) ganaban seguidores, el Papa rápidamente intervino para ejecutarlo, como en otros casos lo hicieron reyes o príncipes.

Ya es hora de que reconozcamos que el Islam ha sido atrapado por una crisis interna occidental. Pero el mismo Islam también sufre una crisis interna, más bien desconocida al resto del mundo. Hay varias escuelas del Islam, además de la principal división entre sunitas y chiitas. Pero las peleas al seno del Islam han sido siempre generadas por reyes, imanes y ayatolas que han utilizado la religión como herramienta de poder.

Uno de los argumentos en contra del Islam es que los cristianos están abandonando el mundo árabe, huyendo del fanatismo musulmán. Sin embargo, nadie se para a pensar por qué los cristianos han vivido allí durante generaciones y generaciones, hasta el día de hoy… No está claro quién ganará esta lucha interna, pero sin duda no será ISIS, ni siquiera el wahabismo, a pesar de los cientos de millones de dólares invertidos por Arabia Saudita en la creación de mezquitas con imanes radicales por todo el mundo. El Islam seguirá siendo una religión con diferentes corrientes que aprenderán a coexistir. Pero nadie sabe cuánto tardarán en hacerlo.

Pero regresemos a la actualidad. Occidente se encuentra en una grave crisis interna, una crisis de democracia: Es una crisis de naturaleza económica y social, así como de incapacidad del sistema político en enfrentarla. Hay que reconocer que, hasta la crisis económica del 2008, que tuvo origen en la burbuja de derivados en EEUU y fue seguida por la burbuja de la deuda soberana en Europa, el sistema creado después de la Segunda Guerra Mundial se mantenía en pie.

Muchos historiadores afirman que la historia es movida por la codicia y el miedo. Desde la caída del muro de Berlín en 1989, entramos en un período de capitalismo salvaje, donde la avaricia se considera un combustible positivo para el crecimiento. No habían pasado ni 20 años, que la codicia dio lugar al resurgimiento de la desigualdad social que acompañó la revolución industrial. Las cifras son claras y bien conocidas: 200 personas tienen la riqueza equivalente a la de 2,2 millones de personas. La clase media se ha reducido: según el Banco Mundial, bajó de un 3% en Europa y de un 7% en los Estados Unidos.

En Brasil, donde 40 millones de personas subieron a la clase media, millones salen ahora a la calle por miedo a recaer en la pobreza. A la codicia hay que añadir el miedo. Es el miedo que fomenta el ascenso de Donald Trump en Estados Unidos (y para ser justos, el de Bernie Sanders), y en todos lados la gente teme perder ese mundo que conocían y en el que se sentían cómodos y seguros.

El mensaje de la derecha radical ha sido el de un mejor ayer: volvamos a una Europa pura y ordenada, vamos a deshacernos de los burócratas de Bruselas que nos hacen la vida imposible. El nacionalismo y el populismo están de vuelta. Vamos a deshacernos del euro, recuperemos nuestra soberanía monetaria, y vamos a expulsar a todos los extranjeros, que están destruyendo el mundo que conocíamos. El sistema político actual está lleno de corrupción, no responde a las necesidades de los ciudadanos, se ha convertido en un mecanismo de reproducción de una casta. Vamos a deshacernos de los partidos tradicionales, que son un instrumento de los intereses financieros y económicos.

En ese marco, el nacionalismo y el populismo encuentran muy conveniente juntar la xenofobia, que se ha convertido en islamofobia. No es coincidencia que la Universidad de Tel Aviv informa que los incidentes antisemitas este año son los más bajos de la última década. No por casualidad la islamofobia se originó en Francia, que cuenta con la mayor comunidad musulmana de Europa.

Dos fenómenos más promovieron la utilización de la islamofobia como herramienta política. El primero fue la creación del ISIS en 2014, con atentados en Europa que difundieron un miedo generalizado. El segundo fue la crisis de los refugiados, vista como una invasión masiva y sin precedentes en Europa. La islamofobia, junto al nacionalismo y el populismo, ayudó enormemente al viraje a la derecha del continente.

Pero atribuir toda la responsabilidad sobre la marea de refugiados y el ISIS responde a una lectura superficial de la situación. No olvidemos que el gobierno antieuropeo de Hungría fue elegido en 2010, cuando no existían ni ISIS ni la crisis de refugiados. Antes de 2014, el populismo y el nacionalismo, alimentándose del miedo y la codicia, fueron responsables de esta marea creciente.

En 2015, en Polonia, un país donde la Unión Europea vertió subvenciones como en ningún otro, el gobierno cayó en manos del Partido de la Ley y Justicia (PiS) bajo el lema: aislémonos de lo que ocurre en Europa. Finalmente el Brexit, el referéndum sobre la continuidad británica en Europa, fue precipitado por el Partido por la Independencia del Reino Unido (UKIP), una fuerza política principalmente nacionalista y antieuropea que poco tiene de islamofóbica… Tanto así que el próximo alcalde de Londres será musulmán.

Pero ahora estamos todos obsesionados con el Islam, que se ha convertido en un fácil chivo expiatorio gracias a ISIS y a la crisis de los refugiados. El hecho de que muchos de los refugiados escapan de guerras iniciadas por nosotros se olvida por completo. Un enfoque en el futuro y en cómo edificar una política de inmigración seria es hoy en día políticamente imposible. Después del éxito rotundo del FPO en Austria, la coalición gubernamental socialista-demócrata cristiana declaró que no permitirá que la derecha monopolice la bandera de la integridad nacional, e incluso que erigirá una frontera con Italia.

Sin embargo, es un hecho que no podemos regresar a la Europa de antaño. Europa constituía un 24% de la población mundial en el año 1800, y a finales de este siglo tendrá sólo un 4%. Cuando Inglaterra obligó a China a aceptar sus exportaciones de opio en 1839, tenía una población de 19 millones de personas, frente a los 354 millones de China. Hoy el Reino Unido tiene una población blanca de 41,5 millones de personas, mientras que en China viven 1.600 millones.

Europa va a perder 50 millones de habitantes en tres décadas. El sistema de pensiones ha colapsado y no tiene reemplazo. ¿Podemos imaginar a 50 millones de inmigrantes cristianos? ¿Y por qué hasta hace pocos años nadie se quejaba de los 20 millones de musulmanes viviendo en Europa? Sin una política de inmigración, ¿cómo ignorar que el número total de personas que viven fuera de su país de nacimiento son ahora 240 millones, y que constituirían el quinto país más grande del mundo? ¿Cómo seleccionar y admitir a los que se necesitan?

Nos estamos olvidando de todo esto, hasta el punto que Europa abandona la Carta de los Derechos Humanos, la Constitución Europea y su identidad proclamada, para tratar con un poco recomendable y cada vez más autócrata presidente turco Recep Tayyip Erdogan, y llegar a un acuerdo que contempla el intercambio de 1 millón de sirios por 6 mil millones de euros y el abrir de las puertas de Europa a 70 millones de turcos.

Occidente está haciendo el juego de ISIS, cuyo sueño es una guerra entre religiones, obligar a los musulmanes en Europa y EE.UU. a escoger entre convertirse en apóstata y ponerse del lado del Occidente a pesar de su rechazo, o unirse a la lucha por el renacimiento del Islam y la guerra contra los cruzados. Esta es su estrategia. Y la creciente ola de nacionalismo, de populismo, y ahora de islamofobia, que ha paralizado el sistema político tradicional, no representa sólo el declive de la democracia. También abre el camino a la inseguridad y a la búsqueda del hombre fuerte del pasado.

*Periodista italo-argentino. Co-fundador y ex Director General de Inter Press Service (IPS). En los últimos años también fundó Other News, un servicio que proporciona “información que los mercados eliminan”.

 

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UN PAPA POPULISTA por Loris Zanatta*

| 20 mayo, 2016

Publicado en Revista Criterio mayo 2016

En cuanto no creyente, me impresiona ver las bofetadas que resuenan en la Iglesia; como historiador, me incomoda volver a encontrar en las trincheras los ejércitos que se batían durante el Concilio: el mundo está tan cambiado desde entonces… Después de haber estudiado durante veinte años a la Iglesia argentina, me sobresalto viendo la figura del papa Francisco utilizada por unos y otros. Por lo tanto, creo que es útil reflexionar a partir del lugar del que él proviene: el catolicismo argentino. Y hacerlo desde lejos, esquivando las disputas que agitan a la Iglesia sin la pretensión de enseñar nada, sino sólo señalar el contexto histórico y cultural donde se ubica la parábola de Bergoglio.
Antes, dos premisas. Una se refiere a la célebre etiqueta de “Papa peronista” que desde el primer momento Bergoglio carga consigo. Muchos bromearon con ello, pocos se esforzaron por comprenderlo. Será porque del peronismo los italianos tenemos nociones vagas, y suele pensarse como un fenómeno exótico de lugares remotos. Error: el peronismo es el caso más típico de populismo latinoamericano, y dado que para los italianos es el pan cotidiano, haríamos bien en tomarlo en serio. ¿Bergoglio es peronista? Absolutamente sí. Pero no tanto porque adhirió a él en su juventud. Más bien en el sentido de que el peronismo es el movimiento que determinó el triunfo de la Argentina católica frente a la liberal, que salvó los valores cristianos del pueblo frente al cosmopolitismo de las elites. Por lo tanto, para Bergoglio el peronismo encarna la saludable conjugación entre pueblo y nación en la defensa de un orden temporal basado en los valores cristianos, e inmune a los liberales. En pocas palabras, Bergoglio es hijo de una catolicidad embebida de antiliberalismo visceral, que se erigió a través del peronismo en guía de la cruzada católica contra el liberalismo protestante, cuyo ethos se proyecta como una sombra colonial en la identidad católica de América latina.
Entonces, ¿Bergoglio es populista? Absolutamente, a condición de que ese concepto sea entendido como se debe. Llámese peronismo o de otra manera, los rasgos ideales del populismo antiliberal son siempre los mismos. En efecto, el populismo del Papa no tiene nada original, salvo la proyección global que su cargo le confiere. Pero antes de ver sus contenidos, corresponde señalar la segunda premisa. ¿El tema? El universo terminológico del Papa: en sus grandes viajes del año pasado –Ecuador, Bolivia, Paraguay; Cuba y los Estados Unidos; Kenia, Uganda, República Centroafricana– Francisco pronunció 356 veces la palabra pueblo. El populismo del Papa está ya en sus palabras. Menos familiaridad tiene en cambio Bergoglio con otros términos: democracia la mencionó apenas 10 veces, individuo 14 veces, y generalmente en su acepción negativa. La palabra libertad la repitió más a menudo, 73 veces, y en la mitad de los casos en los Estados Unidos. En Cuba la pronunció sólo dos veces.

¿Son números sin sentido? No tanto. Confirman lo que se intuía: que la noción de pueblo es el arquitrabe de su imaginario social. No tiene nada malo: pueblo es una hermosa palabra, potente y evocadora. Pero también resbalosa y ambigua. ¿Cuál es la idea de pueblo en Francisco? Su pueblo es bueno, virtuoso, y la pobreza le confiere una innata superioridad moral. En los barrios populares, dice el Papa, se conservan la sabiduría, la solidaridad, los valores evangélicos. Allí está la sociedad cristiana, el depósito de la fe. Más aún: ese pueblo no es para él una suma de individuos sino una comunidad que los trasciende, un organismo viviente animado por una fe antigua, natural, donde el individuo se disuelve en el Todo. En cuanto tal, ese pueblo es el Pueblo Elegido que custodia una identidad en peligro. No por nada la identidad es otro de los pilares del populismo de Bergoglio: una identidad eterna e impermeable frente al devenir de la historia, propiedad exclusiva del pueblo; una identidad ante la cual toda institución o Constitución humana debe inclinarse para no perder la legitimidad que le confiere el pueblo.
Es claro que tal noción romántica de pueblo es discutible y que también lo es la superioridad moral del pobre. No hay que ser antropólogo para saber que las comunidades populares tienen, como toda comunidad, vicios y virtudes. Y lo reconoce, contradiciéndose el mismo Pontífice, cuando establece un nexo de causa y efecto entre pobreza y terrorismo fundamentalista; un nexo por otra parte improbable. Pero idealizar al pueblo ayuda a simplificar la complejidad del mundo, en lo cual los populismos no tienen rivales. El límite entre Bien y Mal se presentará entonces tan diáfano que puede desatar la enorme fuerza ínsita en toda cosmología maniquea. Es así como el Papa contrapone el pueblo bueno y solidario a una oligarquía depredadora y egoísta. Una oligarquía transfigurada, carente de rostro y nombre, esencia del Mal en cuanto rinde culto al dios pagano del dinero: el consumo es consumismo; el individuo, egoísta; la atención al dinero, adoración sin alma. Tal es el enemigo del pueblo para Bergoglio; sí, enemigo, como en un tiempo lo definía la “racionalidad iluminista”, la “pretensión liberal” de homogeneizar la creación.
¿Cuál es el peor daño provocado por esta oligarquía? La corrupción del pueblo. La oligarquía mina las virtudes, la homogeneidad, la espontánea religiosidad, como un Diablo tentador. Vistas así, las cruzadas de Bergoglio contra la oligarquía, por más que repitan el lenguaje de la crítica post-colonial, son herederas de la cruzada antiliberal que los católicos integristas llevan adelante desde hace dos siglos. Algo que no debe extrañar: el antiliberalismo católico que en el plano secular simpatizó con las ideologías antiliberales de turno, fascismo y comunismo in primis, es natural que hoy abrace con ardor la vulgata no global. Ciertamente hay en la historia del catolicismo una fuerte tradición católico-liberal, interesada en la laicidad política, los derechos del individuo, la libertad económica y civil. Pero no fue esa la familia que vio crecer a Francisco. Si el colegio de cardenales hubiera elegido un Papa chileno quizás hubiera podido encontrarlo en ese universo cultural. Pero la Iglesia argentina es la tumba de los católicos liberales, muertos por la ola nacional popular.

¿Tiene fundamento la visión populista del mundo propia de Bergoglio? ¿Será eficaz para volver a darle a la Iglesia y a su mensaje el relieve perdido? ¿Para resistir a la progresiva secularización del mundo? No está dicho. Si es cierto que el mundo sufre desigualdades crónicas, no lo es que las causas sean precisamente aquellas a las que el Papa señala su dedo. Tampoco está tan polarizado como su esquema maniqueo pretendería. En los últimos quince años, en muchos países desarrollados ha crecido la distancia entre ricos y pobres pero también se ha dado una discreta redistribución de las riquezas entre el norte y el sur del mundo. En Asia y en América latina decenas de millones de personas han ingresado en la clase media: son más instruidas y secularizadas que el pueblo que ama Bergoglio. Una cronista le preguntó al Papa por qué nunca habla de la clase media. ¿Qué rol tendrá en el mundo bipolar del populismo papal? Con amabilidad, Francisco le agradeció la sugerencia y le prometió decir algo al respecto. Luego recordó que algo había dicho en el pasado. Y es verdad: la clase media es una clase colonial que contagia al pueblo con el ethos individualista. Por lo tanto nunca escondió su predilección por los movimientos políticos y sociales populares y su rechazo a las clases medias. A Cristina Kirchner le concedió cinco audiencias en un par de años no porque la amara sino porque es peronista, el partido del pueblo. A Mauricio Macri ni siquiera lo felicitó cuando ganó las elecciones: explicó que así lo exigía el protocolo; él, que se ríe de las formas. Es obvio: Macri representa a la clase media porteña, laica y cosmopolita, y tuvo el descaro de avalar en la Argentina el matrimonio gay. Habrá que aprender a vivir en libertad, dijo, ganándose una turbulenta reunión con Bergoglio para el cual estas leyes violan la catolicidad del pueblo, su identidad, su sentido moral. Por más que después el pueblo, el soberano que vota, haya elegido a Macri.
En esa visión de pueblo se apoya el resto de los elementos del populismo de Francisco. En primer lugar, la idea de que la democracia es un concepto social, y solamente social. Y que, por lo tanto, es democrático todo orden que respete el Evangelio realizando la Justicia Social; admitiendo que ésta exista. En ese caso, la forma que adquiera el régimen político es secundaria: una autocracia popular que distribuya la riqueza y sea respetuosa de la religiosidad del pueblo seguramente será una democracia; incluso cuando deba exagerar poniendo bajo su control a los medios, los tribunales, el Parlamento, las finanzas públicas, etcétera. La dimensión política e institucional de la democracia, el delicado equilibrio de los poderes del Estado de derecho, la tutela jurídica de las libertades individuales, no son temas ante los cuales Bergoglio haya sido muy sensible. En las pocas oportunidades en las que los trata, acostumbra proponer la antigua distinción entre democracia formal y sustancial. Y, sin embargo, precisamente la violenta historia latinoamericana tendría que haber enseñado que en democracia la forma es sustancia. Las “democracias participativas” latinoamericanas de nuestros tiempos son enésimas reediciones del más reaccionario patrimonialismo del Estado, con un corolario de abusos clientelares, autoritarismo político, desastres económicos. Lo recuerda el drama venezolano.

Unas pocas anécdotas de los momentos en que el Papa se aparta de los textos escritos ilustran lo dicho. En Paraguay, como se sabe, Bergoglio cometió una gaffe. Le pasa también a los papas, amén. Pero una gaffe se presta a consideración. En pocas palabras: alguien le pidió a Francisco de realizar un llamado por la liberación de un prisionero. Él dio por descontado que se trataba de un abuso del Estado y recriminó al Presidente de Paraguay. Pero después descubrió que el prisionero en cuestión estaba en manos de un grupo terrorista y que el Estado paraguayo, por defectuoso que sea, no tenía nada que ver. Su reacción espontánea y de buena fe nos sorprende. Por lo pronto revela las predilecciones del Papa: bueno o malo, el Gobierno paraguayo no entra dentro de la calificación de gobiernos del pueblo que ama Bergoglio; a diferencia de los de Ecuador y Bolivia, donde se mostró muy cauto con las autoridades locales, de las que no puede decirse que sean inmaculadas. El episodio demuestra que el silencio mantenido luego sobre los derechos humanos en Cuba o Uganda no se debe a una precisa voluntad de evitar tensiones con las autoridades políticas. Cuando lo considera oportuno, Bergoglio no teme llamarlas al orden, tal como sucedió en Paraguay y en la República Centroafricana. La convicción de que algunos regímenes tutelan la esencia religiosa del pueblo mejor que otros sería su brújula.
A propósito de Cuba, viaje que merecería un capítulo aparte, sobresalen algunos pasajes. El primero es el discurso de Bergoglio a los jóvenes cubanos. No sólo no hay mención a la libertad y a la democracia, sino que el Papa los alertó: atención con el consumismo, les dijo a quienes apenas saben qué es el consumo; cuídense del individualismo, alertó allí donde el individuo está obligado a hacer lo que dice el Estado, arriesgando la cárcel si desobedece. Parecerían chistes grotescos si no respondieran a su idea de pueblo: sabe bien que el castrismo es hijo legítimo de la tradición populista; que el comunismo de Castro es una desviación secular del mensaje evangélico, fenómeno difundido en toda la catolicidad latina. En efecto, lo que dice el Papa recuerda los largos discursos en los que Fidel Castro ilustraba la transformación de Cuba como una reducción jesuítica de nuestros tiempos. Lo que le preocupa a Bergoglio es mantener a Cuba en el recinto populista evitando que el pueblo pierda la religiosidad que ese régimen tan austero ha preservado, si bien bajo otro nombre. El imperativo no es liberarlo, sino salvarlo de las sirenas capitalistas, del contagio liberal.
Pero la manera en que el Papa mira a Cuba se manifestó con candor cuando un periodista le preguntó por qué no había recibido a los disidentes. ¿Sabe que muchos fueron arrestados para que no se encontraran con usted? No sé nada, respondió Francisco, y de todas maneras no concedió entrevistas privadas a nadie, “No sólo los disidentes pidieron audiencias, incluso un jefe de Estado lo hizo”. Así, puso en el mismo plano la foto con el Papa que un dignatario esperaba llevar a su país y los familiares de los prisioneros políticos en busca de consuelo. ¿Cómo es posible? Él mismo nos ayuda a entenderlo: poco antes había dicho que los derechos humanos no se respetan en muchos países del mundo. Para luego agregar: hay países europeos que por diferentes motivos no te permiten siquiera llevar signos religiosos. Por lo tanto, las leyes laicas francesas, ya que a ellas aludía Bergoglio, violarían los derechos humanos no menos que la sistemática negación cubana de todo derecho civil y político. ¿Una enormidad? Claro que sí. Pero así son las cosas para el Papa: la medida de la legitimidad del orden social es su fidelidad o no a la identidad religiosa del pueblo, entendido como lo entiende el populismo. De laicidad ni siquiera el sabor.
A esta altura, no sorprende que Francisco repita a menudo uno de sus mantras más amados: el Todo es superior a la Parte. Es una manera de decir que el pueblo, entidad mítica y divina, trasciende al individuo. Aún menos sorprende que tal condena del individualismo haya servido históricamente para legitimar numerosas tiranías ejercidas en nombre del pueblo, prontas a sacrificar los derechos individuales en el altar de una justicia social de la que nunca se vio huella: peronismos, castrismos, chavismos y otros. Otro momento de un viaje pontificio ilustra este punto: al menos dos veces en África el Papa avaló la subordinación de la parte al todo, del individuo al pueblo, de los derechos de una minoría a la supuesta identidad del pueblo. En primer lugar en Uganda, donde Francisco no les concedió voz ni audiencia a los gay, amenazados de ir a la cárcel por el “delito” de homosexualidad; medida felizmente derogada por la Corte constitucional. Desde la óptica populista, el reconocimiento de los derechos de los homosexuales es un típico ejemplo de colonialismo ideológico, de contagio de la santa religiosidad del pueblo africano con caprichos inmorales del decadente Occidente. En términos similares Bergoglio había reaccionado frente al matrimonio gay en la Argentina.
Están también las sorprendentes consideraciones de Francisco sobre el SIDA. A un periodista alemán que le preguntó si la Iglesia no debería cambiar de posición a propósito de los profilácticos, Bergoglio respondió: “El problema es mayor. La malnutrición, la explotación de las personas, el trabajo esclavo, la falta de agua potable… esos son los problemas. No nos preguntemos si se puede usar tal o cual banda adhesiva para una pequeña herida. La gran herida es la injusticia social”. Si bien el SIDA compromete a millones de individuos, no es sino una “pequeña herida” frente a la titánica tarea de restaurar el imperio de la justicia en el mundo. Hay una humanidad por salvar, ¿por qué perderse tras los individuos que probablemente hayan pecado?

Si este es el prisma ideal a través del cual el Papa interpreta el mundo, tiene razón quien señala su línea apocalíptica, cuya otra cara es la redentora. Es un nudo clave porque el binomio apocalipsis-redención es el alma de la visión maniquea del mundo típica del populismo; una visión hostil de las aproximaciones pragmáticas a los problemas del mundo, donde Francisco ve la amenaza del imperio “tecnocrático” que domina a todos.
¿Qué decir del aspecto apocalíptico del Papa? Francisco tiene toda la razón cuando denuncia las desigualdades, las injusticias, las nuevas marginalidades, los abusos contra los migrantes, las guerras, la bomba ambiental. Al mismo tiempo, no recuerdo épocas en las que no haya estado presente el fantasma del apocalipsis. ¿Acaso vivimos un tiempo más trágico, decadente y enfermo que otros? Podría ser, aunque no lo creo. Depende mucho de cómo se mida. Si la medida es el Reino de los Cielos, no hay época que escape a la ira de Dios. Pero si se trata de la medida laica y desencantada, esta época es como todas las demás: un vaso medio vacío y medio lleno. Pero el análisis apocalíptico del mundo induce al Papa a evocar una consigna redentora: “hagan lío”, les dice a los jóvenes; sigan grandes valores, imiten a los mártires, luchen por la utopía evangélica. Se dirá que ese es su oficio. Es verdad, pero el terreno de las utopías redentoras es uno de los más delicados. Por más que se diga, los hombres tienden a legitimar la violencia y a entablar guerras en nombre de tales utopías, más que meros intereses económicos. En lo que se refiere a los tremendos efectos de las utopías redentoras, tan amadas por los movimientos sociales ante los que el Papa lanza encendidos discursos, la historia argentina viene en ayuda: ese país sufrió sus efectos como pocos. Militares, peronistas, Iglesia y guerrilleros se enfrentaron violentamente en nombre de la nación católica y de la catolicidad del pueblo, con desprecio por la democracia burguesa y el Estado de derecho. El resultado es conocido por el mundo.
Tomemos en consideración un episodio citado por un vaticanista italiano. Escribe que Bergoglio recuerda conmovido al padre Vernazza, de cuyo apostolado permanece viva la memoria en las villas de Buenos Aires. Es verdad: como otros sacerdotes, Vernazza le había dedicado la vida a los pobres. Pero tal dedicación tenía también otros aspectos. Vernazza viajó en el avión que en 1972 llevó de vuelta a Perón a su patria, entre políticos, sindicalistas, guerrilleros y religiosos peronistas. Estaba incluso Licio Gelli en ese avión. Todos pensaban que la Argentina era una nación católica inmune al virus liberal, que el peronismo encarnaba la catolicidad del pueblo y que Perón habría restaurado el orden cristiano; un orden sobre el cual no había acuerdo, y que provocó que terminaran disparándose entre ellos. Del baño de sangre sobre el que después los militares colocaron una horrible lápida participaron también los amigos de sacerdotes llenos de buenas intenciones como Vernazza. Los Montoneros, grupo armado peronista que veía reflejado el Evangelio en el socialismo, y que en su nombre mataba sin vacilaciones, se habían formado en las parroquias. Eran jóvenes que “habían hecho lío”.
Esto sucede donde se impone el populismo: la defensa de la identidad del pueblo, especie de ave fénix, oscurece el Estado de derecho, cuyos principios son considerados inapropiados instrumentos de las clases coloniales contra la virtud del pueblo. El populismo vuelca así su impulso maniqueo en la arena política. Resultado: la dialéctica política se transforma en guerra entre pueblo y anti pueblo; el Apocalipsis es una profecía auto cumplida; la redención sigue siendo un sueño insatisfecho. Lo cual no impide, sin embargo, que Francisco, afligido por la idea de que la globalización infecta y mata las identidades del pueblo, diversas entre ellas pero todas signadas por la religiosidad, invoca una defensa a ultranza. A ello apunta cuando se rebela contra la uniformidad que el capital impondría al mundo; cuando reclama pluralismo, un concepto que Bergoglio conjuga de manera personal: nuevamente como pluralidad de pueblos y no de individuos; por más que muchos pueblos no admitan pluralismo en su interior. No obstante es obvio que las identidades no son inmunes al cambio, que están sujetas a mezclarse entre sí. La imputación del Papa que acusa a la globalización de colonizar la identidad del pueblo fue antes dirigida a la cristiandad, cuando se plasmaron las identidades populares que hoy Francisco defiende como si fueran eternas y estáticas.
Pero cuántas charlatanerías abstrusas, se me dirá: la sustancia es que el Papa defiende a los pobres y denuncia a los poderosos. El resto es artificio intelectual, actividad que Francisco ama tan poco que a menudo repite que la Realidad es superior a las Ideas. La tradición populista es, por otra parte, anti-intelectual por definición. El argumento es tan fuerte, tan definitivo al poner a quien lo afirma en una posición de superioridad moral, que no deja mucho margen a las objeciones. Al laico, enfermo de dudas, a quien el estudio de la historia le ha enseñado que a menudo las mejores intenciones hacen más daño que el granizo y alejan los objetivos que se querían alcanzar, algunas preguntas le surgen espontáneamente. La primera es si las imprecisas ideas que el Papa expone sobre economía son las más adecuadas para reducir las desigualdades sociales y la pobreza. Lo dudo. Y sé que muchos también lo hacen. El Papa no es un economista y no está obligado a dar recetas. Me parece justo. Pero dado que es sacrosanto y se manifiesta sobre tales materias, también será lícito expresarse sobre si están fundados o no sus diagnósticos y las terapias a las que alude: en síntesis, mucho menos mercado, mucho más Estado; la economía tendría que basarse en principios morales y no en la lógica de los beneficios. Lo cual, digámoslo, no constituye una gran novedad. El hecho es que los modelos económicos populistas a los que alude Francisco nunca dieron buenos resultados: ni en términos de creación de riqueza para distribuir, ni en la reducción estructural de las desigualdades. Las economías populistas fabricaron pobreza en nombre del pobre y su herencia suele pesar sobre las generaciones futuras. ¿No será excesiva la hostilidad del Papa por el mercado?

El más intrigante nudo del pensamiento social de Francisco nos lleva a su reflexión sobre los pobres, entendidos como categoría sociológica, y al Pobre, en el sentido espiritual. El dilema es claro: por un lado, el Papa lanza dardos contra el injusto sistema económico, causa de la difundida pobreza en el mundo; pero, por otro lado, señala al Pobre como la quintaesencia de las virtudes que hay que preservar. ¿Francisco suscribiría la famosa frase de Olor Palme, “Nuestro enemigo no es la riqueza, sino la pobreza”? Frente al riesgo de que con la pobreza desaparezcan las virtudes cristianas del Pobre, ¿prefiere entonces un mundo de pobres? Esto se desprende de su explícita postura frente a la pobreza. No queda claro. Bergoglio se expresa algunas veces contra la pobreza, y en otras, en defensa del Pobre. Quizás piense, como Fidel Castro, que cuando la riqueza comienza a corromper y a contaminar al pueblo, entonces hay que preservar algo más potente que el dinero: la conciencia. Lástima que esto presuponga la existencia de un Estado ético que se arrogue el derecho de plasmar la “conciencia” del pueblo y de establecer lo que está bien o mal para él: un Estado totalitario, heredero del antiguo ideal del Estado confesional, por el cual no excluyo que Francisco sienta nostalgia.
Mientras tanto, suceden muchas cosas y se plantean enormes interrogantes sobre los fundamentos de su visión del mundo y sobre la noción de pueblo que lo inspira; y, por ende, sobre la eficacia de que la Iglesia restituya su relevancia perdida. Las sociedades modernas, también en el sur del mundo, siempre son más articuladas y plurales. Hablar de un pueblo que protege identidades puras e intrínsecas de religiosidad es ha menudo un mito que no se corresponde con la realidad. No tiene sentido seguir considerando a las clases medias, que han crecido enormemente y están ansiosas por poder consumir más y tener mejores oportunidades, como clases coloniales enemigas del pueblo. Muchos pobres de ayer hoy forman parte de las clases medias. El mercado religioso se encuentra en una rápida evolución y la secularización avanza a pasos agigantados. Incluso en el plano político, los populismos con los que el Papa comparte muchas afinidades, sufrieron muchos golpes, especialmente en América latina, tanto que lleva a sospechar si no están quedando huérfanas del pueblo que invocan. No casualmente Francisco pareció desorientado cuando un periodista le pidió su opinión sobre la elección de Mauricio Macri y el nuevo curso antipopulista que algunos piensan que se está dando en América latina. “He escuchado alguna opinión –murmuró el Papa–, pero de esta geopolítica en este momento no sabría qué decir. Hay muchos países latinoamericanos en esta situación de cambio, es verdad, pero no sabría explicarlo”. Es evidente que no se mostró entusiasta considerando el perfil más secular y cosmopolita de las fuerzas que se proponen suplantar a los populismos en crisis. Pero con ellas deberá confrontarse el Santo Padre. Adorado por los fieles pero también huérfano, al menos un poco, de pueblo.

*El autor es profesor de Historia de América latina en la Universidad de Bolonia, autor de numerosos trabajos sobre el peronismo y la Iglesia argentina.

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 DECLARACIÓN DEL INSTITUTO DE FILOSOFÍA PRÁCTICA CONTRA EL CLERICALISMO

| 20 mayo, 2016

I.-

Al escribir el prólogo a nuestras declaraciones (2005-2010), Patricio Randle señaló que se trata de declaraciones que no necesitan aclaraciones. Esta vez tampoco harán falta, porque destacaremos una grosera intervención clerical, con denuncia de su nombre y apellido.

 

 El punto de partida de nuestra reflexión de hoy es la encíclica Immortale Dei del Papa León XIII, que fue de lectura obligatoria para los alumnos en los dos lustros durante los cuales fuimos responsables, junto con el Dr. Santiago de Estrada, de la cátedra de Introducción a la Doctrina Social de la Iglesia, en la UCA.

En dicho documento se enseña: “Dios ha repartido el gobierno del género humano entre dos poderes: el poder eclesiástico y el poder civil. El poder eclesiástico, puesto al frente de los intereses divinos. El poder civil, encargado de los intereses humanos. Ambas potestades son soberanas en su género. Cada una queda circunscrita dentro de ciertos límites, definidos por su propia naturaleza y por su fin próximo” (parágrafo 6). Esto es un eco de la enseñanza de Cristo acerca de los ámbitos de competencia de Dios y del César y de la prédica de San Pablo, en su Epístola a los Romanos, cuando se refiere al poder político: “La autoridad es ministro de Dios para el bien… si haces el mal teme porque no en vano lleva la espada”. El bien al cual se refiere es el bien común político, y su gestión es de exclusiva competencia de quien ejerce la autoridad temporal; la indebida injerencia eclesiástica en este campo, es clericalismo.

II.-

No nos interesa ahora el origen de los términos clericalismo y anticlericalismo en

 el siglo XIX. Lo que sí nos interesa es pensar los problemas actuales. Hace tiempo que la sociedad, que los cristianos, somos víctimas de un “clericalismo de izquierda”, zurdo, para denominarlo de alguna manera, presente en las distintas expresiones de la “Teología de la liberación”, así, el 2 trabajo de Gustavo Gutiérrez, es un claro compromiso con el marxismo “guardando cuidadosamente todas las apariencias de fidelidad a la teología tradicional y a la enseñanza oficial de la Iglesia” (Miguel Poradowski, El marxismo en la teología, Speiro, Madrid, 1976, p. 49).

Para esta curiosa teología desaparece la clara distinción que señala León XIII; ahora todo se confunde ya que del estado de pecado del régimen capitalista “no puede librarnos la absolución del sacerdote, sino el compromiso con la revolución marxista, porque solo ella libera al hombre del estado de pecado” (Poradowski, ob. cit., p. 47).

Porque el pecado ya no está en nuestro interior, como una falta deliberada y libre, que viola la ley establecida por Dios, sino que anida en las estructuras. Y esta invasión clerical en el campo temporal, no solo adultera el mensaje revelado sino que además confunde todo: lo sacro y lo profano, lo natural con lo sobrenatural, y reduce toda la problemática humana de la liberación del pecado a una supuesta liberación política, social y económica.

Por otra parte, ese clericalismo no se agotó en el campo retórico, sino que se concretó en la praxis, con la prédica de sacerdotes que incitaban a los jóvenes a tomar las armas; incluso muchos de ellos las tomaron. A título ejemplificativo, “Montoneros” contaba con capellanes en su organización.

III.-

Recordemos ahora a un digno juez, un gran magistrado, Ovidio Fernández Alonso, quien además era poeta y hombre muy culto; en nuestra última conversación, antes de entrar en la vida eterna, nos relató la visita de un obispo clerical de apellido lacustre, famoso por afirmar que la fundación de la Iglesia por Cristo era un asunto dudoso; ¿De qué Iglesia era obispo, entonces? Venía a pedir por un procesado, culpable de algunos delitos. Nuestro amigo lo escuchó y lo invitó a retirarse; poco tiempo después el procesado se convirtió en condenado: se le otorgó lo justo de acuerdo a sus méritos. Tiempo después Ovidio y su mujer, Moni Merino Alfaro, encuentran al obispo en una muestra de arte; éste, se dirige a la consorte y le dice: “-Su marido es malo”; a lo cual, el buen juez le contesta con dureza: “-Monseñor, trato de ser justo”.

IV.-

Pero a ese obispo, de apellido lacustre y estilo amanerado, le ha salido un competidor que lo supera ampliamente y se llama Jorge Lozano, obispo de Gualeguaychú, lo cual aquí no interesa; lo que sí importa es que fue gestor de una reunión efectuada el 4 de febrero entre Alejando Garfagnini, coordinador de la agrupación Tupac Amaru y Emilio Pérsico, del Movimiento Evita, con el jefe de gabinete, Marcos Peña.

La presencia del obispo para “generar un encuentro de diálogo”, insistiendo en “la importancia de las organizaciones sociales en la construcción de viviendas y en la ayuda social”, animó a Garfagnini a reclamar la libertad de Milagro Sala, considerada una presa política (Mariana Verón, “Con la intervención de la Iglesia, el gobierno recibió a la Tupac Amaru”, en La Nación, 5/2/2016).

La historia del liderazgo de Milagro Sala aparece en la revista Centurión, agosto-septiembre de 2014, n° l, ps. 21 a 26; todos los interesados pueden retirarla gratis en nuestra secretaría y si viven en el interior y les interesa el asunto se la enviaremos.

Milagro Sala no es una presa política, sino una delincuente común digna de unestudio de Lombroso. Lozano debería saber cuáles son los instrumentos de diálogo de la “gobernadora paralela”: las gomas que se queman, los palos y las piedras (dos instrumentos importantes en los piquetes); debería conocer la impunidad que gozaban bajo el gobierno anterior sus grupos de choque que rompían todo lo que estaba a su alcance, debería saber que Cristina Kirchner le remitía en blanco ocho millones de pesos por mes en subsidios; que sus secuaces registraron cien armas de fuego en el RENAR; que los dineros para la construcción de viviendas no eran manejados por las cooperativas, sino por la “caja negra” de esta líder tan particular, con un patrimonio propio que no puede justificar, con autos de alta gama y veraneos en Punta del Este; que existen cifras millonarias que no se sabe dónde fueron a parar; que 83 cooperativas tienen el mismo domicilio, la sede de Tupac Amaru, registradas en el mediodía de la década ganada, entre 2005 y 2010; que como sostiene Mariano Miranda, el fiscal general de Jujuy, “todo era manejado por un grupo de personas para quedarse con la plata.

Lozano no puede ignorar que su situación procesal es cada día más comprometida y que casi todos los días se abre una nueva “caja de Pandora”; además debería dejar de colar el mosquito y tragarse el camello respetando el espacio de los jueces que investigan los asuntos, antes de abogar por una detenida, con gravísimas denuncias, que no lleva todavía un mes presa.

Podría ocuparse en cambio de tantos presos, incluso sacerdotes, muchos inocentes, con un récord de 348 hasta hoy muertos en cautiverio, para quienes no existen los derechos humanos. Con ellos se vulneran las leyes, se viola la Constitución, no hay una palabra de consuelo. Nadie, con honrosas excepciones, se ocupa de ellos. La inmensa mayoría supera los 70 años y se los siguen manteniendo entre rejas. Muchos tienen enfermedades terminales o muy graves. Se desarticulan sus familias. Para ellos, no hay justicia sino venganza, como lo hemos denunciado varias veces.

Todo esto es kafkiano, inicuo e injusto. Monseñor Lozano no puede ignorar que su situación procesal es cada día más comprometida y que casi todos los días se abre una nueva “caja de Pandora”; además debería dejar de colar el mosquito y tragarse el camello respetando el espacio de los jueces que investigan los asuntos, antes de abogar por una detenida, con gravísimas denuncias, que no lleva todavía un mes presa.

Podría ocuparse en cambio de tantos presos, incluso sacerdotes, muchos inocentes, con un récord de 348 hasta hoy muertos en cautiverio, para quienes no existen los derechos humanos. Con ellos se vulneran las leyes, se viola la Constitución, no hay una palabra de consuelo. Nadie, con honrosas excepciones, se ocupa de ellos. La inmensa mayoría supera los 70 años y se los siguen manteniendo entre rejas. Muchos tienen enfermedades terminales o muy graves. Se desarticulan sus familias. Para ellos, no hay justicia sino venganza, como lo hemos denunciado varias veces.

Todo esto es kafkiano, inicuo e injusto. Monseñor Lozano: trate de ocuparse de las cosas espirituales, porque para eso es sacerdote escogido entre los hombres para acercarlos a Dios, no para malgastar su tiempo en tan equívoca politiquería, en la cual se encuentra en la poco recomendable compañía de los visitantes al campamento levantado en la Plaza de Mayo: Eugenio Zaffaroni, Amado Boudou y Luis D’Elía; además del “Grupo de Curas por la Opción por los Pobres”; pobres aquí usados y perjudicados.

                                                                                                       Buenos Aires, febrero 10 de 2016.

                                      Juan Vergara del Carril                                                            Bernardino Montejano

                                              Secretario                                                                                     Presidente

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EL ANHELADO PUNTO DE INFLEXIÓN por Alberto Medina Méndez*

| 20 mayo, 2016

Cierta visión intuitiva invita a pensar que el actual derrotero tiene fecha de vencimiento y que, más tarde o más temprano, se tocará fondo para iniciar, desde ahí, una nueva era mucho más auspiciosa y prometedora.

Bajo esa perspectiva, el dilema que plantea el presente pasa por identificar cuando finalmente ocurrirá ese instante y que tiempo demandará luego, dar el giro suficiente para iniciar el camino de la recuperación y el crecimiento.

Existe una presunción de que esa será la secuencia de los acontecimientos y entonces el debate pasa por saber si esos hechos deben precipitarse o si es mejor alternativa esperar a que todo se de en forma pausada y progresiva.

Queda claro que, hasta ahora, algunos asuntos se han embestido con determinación y se han resuelto de una sola vez, mientras en otros casos se ha apelado a un esquema mucho más paulatino y escalonado.

Debe admitirse que no se puede pasar a la siguiente fase sin abandonar, de algún modo, el presente. La decisión de postergar soluciones, de ir de a poco, de ser políticamente correcto y excesivamente prudente no parece ser una receta que pueda exhibir garantías, ni demasiadas certezas.

Muchos dirigentes, e inclusive ciudadanos, sostienen que los cambios se deben encarar sin premuras, que todo es muy complejo y que entonces se debe pisar terreno firme para luego recién hacer las transformaciones.

Ese razonamiento puede parecer muy interesante y hasta razonable, pero no necesariamente para todos los asuntos. Algunas cuestiones merecen un tratamiento más expeditivo, enérgico y diligente. No hacerlo implica asumir otros riesgos mayores que a veces no se perciben con suficiente lucidez.

Los que defienden esta modalidad gradualista sostienen que para avanzar se precisa de cierta sustentabilidad política y esos consensos son siempre frágiles y de escasa consistencia. En ese contexto, afirman que hacerlo por etapas es mucho más inteligente y también recomendable.

El problema es, que en ocasiones, sin tomar decisiones apropiadas y en el momento exacto, se dilapida la mejor oportunidad de abordar esos escollos, que no esperarán los ritmos ideales que muchos suponen.

A estas alturas, nadie puede desconocer que la marcha general de la economía condiciona fuertemente a la política, e impacta tanto en el clima social como en los respaldos cívicos que se precisan para evolucionar.

Es por eso que se puede entender, y hasta soportar, cierta parsimonia en tópicos puntuales. Sin embargo, otros, requieren de una celeridad diferente. Es posible que la paciencia ciudadana se agote rápidamente, y entonces la estrategia del "paso a paso", termina siendo improcedente e ineficaz.

Los sinceramientos económicos nunca son agradables. Cierta tendencia a la comodidad y al natural acostumbramiento de parte de la sociedad, impiden visualizar con claridad la necesidad de poner las cosas en su lugar.

Hacer lo correcto y lo necesario para que todo funcione mas armónicamente, siempre tiene ineludibles consecuencias. Muchas de esas adecuaciones implican pérdidas significativas en el corto plazo. Es que nadie quiere abandonar la "fiesta", y mucho menos pagarla de su propio bolsillo.

Es innegable que ciertos sectores de la política tienen especial interés en que todo salga mal, que esto colapse y la sociedad pida pronto un retorno a las prácticas del pasado. Pero ellos no quieren ser "los malos de la película", por eso incentivan con sus arengas, para que sea la misma sociedad la que llegue pronto al hartazgo y reclame un rápido regreso al populismo.

Por eso, quienes tienen la responsabilidad de tomar las decisiones más trascendentes, deben comprender que la paciencia es finita, que todo tiene su límite, que la complejidad de los problemas no puede ser la gran excusa, que la voluntad de cambio y de acompañar este periodo no es inagotable, y entonces se debe entender el trasfondo actuando con mayor prisa.

El explosivo cóctel en el que conviven una sociedad ansiosa por resultados concretos y un perverso sector de la política que, sin escrúpulos ha demostrado su inmoralidad, y que está listo para aprovecharse de cualquier error, es parte de la realidad y no puede ser ignorado con tanta liviandad.

Claro que hacer las cosas rápidamente no genera certeza alguna y que implica asumir enormes riesgos. Pero la supuesta mesura, la ponderada sensatez y el ansiado equilibrio, no aseguran tampoco un exitoso final.

Ambas posturas implican peligros. Siempre algo puede salir mal y así desperdiciar una excelente e irrepetible oportunidad. Pero quedarse paralizado, de brazos cruzados, y apelar al patético discurso de que nadie estará dispuesto a volver al pasado, es demasiado ingenuo e imprudente.

Tal vez sea el tiempo de apretar el acelerador y apurar el tranco, aceptando que no será fácil, ni gratis. Las decisiones osadas tienen un costo político elevado muchas veces, pero esas facturas se deben pagar cuando aún se puede hacerlo, porque de lo contrario, cuando sean inevitables, puede ser demasiado tarde y entonces ya no habrá margen para lamentarse.

La historia es abundante en ejemplos de líderes que postergaron decisiones relevantes y que cuando finalmente quisieron ejecutarlas ya no pudieron y la sociedad, entonces, busco nuevos intérpretes para salir de ese enredo.

Es importante dar vuelta la página, abandonar el pasado y emprender el camino hacia un porvenir superador. Pero eso no sucederá solo con mero voluntarismo, un poco de maquillaje publicitario y sensibleros discursos.

La tarea pasa ahora por profundizar la acción, hacer lo necesario sin titubeos, pagar el costo de esas decisiones con convicción y, luego de ese proceso difícil pero imprescindible, cosechar los frutos de haber reaccionado a tiempo. Es hora de emprender con determinación el camino hacia el anhelado punto de inflexión.

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013


 

 

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ALBINÍSIMAS por Albino Gómez*

| 8 mayo, 2016

Publicadas en La Prensa el 8-5-16

ALGO DE ESPERANZA

…todo depende de esto: haber tenido, una vez en la vida,

una primavera sagrada que colme el corazón de tanta luz que baste para

transfigurar todos los días venideros.

Rilke

 

IMBECILIDAD PLANETARIA

Umberto Eco admitía que sobre siete mil millones de habitantes del planeta había una dosis inevitable de imbéciles y muchísimos de ellos, años atrás, comunicaban sus desvaríos a los íntimos o a los amigos del bar. Hoy, esa misma cantidad de personas tiene la posibilidad de expresar sus propias opiniones en las redes sociales. Por lo tanto, estas opiniones alcanzan a audiencias enormes y se confunden con muchas otras expresadas por personas razonables. Ahora bien, nadie es un imbécil profesional -salvo excepciones- pero una persona que es, por ejemplo un óptimo cirujano, un óptimo gerente de un banco, o un excelente comerciante, o especialista en cualquier profesión, puede sobre argumentos en lo que no es competente, o sobre los que no ha razonado bastante, decir estupideces. Con toda libertad y el mayor desparpajo.

PROTECCIONISMO

Estados Unidos lo practicó durante dos siglos. Y Abraham Lincoln decía: “El abandono de una política proteccionista por parte del gobierno norteamericano resultaría necesariamente en desempleo y en capacidad ociosa, y su consecuencia indefectible sería la ruina y la miseria de nuestro pueblo”

NO HAY OTRO PROGRESO QUEL EL CIENTÍFICO  Y EL TECNOLÓGICO

“Vivimos en una época de decadencia. Los jóvenes ya no respetan a sus mayores. Son groseros y maleducados. Concurren a las tabernas y pierden toda noción de moderación” Estas palabras fueron inscriptas en una tumba egipcia alrededor de 3000 años A.C.

SOBRE LA LIBERTAD Y LA VIDA

“Sólo merece la libertad, como la vida, quien diariamente tiene que conquistarla”.

Goethe

CONTRABANDO HISTÓRICO Y BENDECIDO

Como sabemos, el día 2 de septiembre se celebra el día de la Industria, porque un mismo día del año 1587 se realizó la primera exportación argentina al exterior, pero en realidad, como lo ha señalado Felipe Pigna, se trató de un hecho de contrabando, concretado por el obispo Francisco de Vitoria, homónimo del famoso internacionalista. Bueno, así comenzamos y mucho no mejoramos.

ALGUNAS GLORIAS DEL IMPERIO BRITANICO

Robos varios:

Las Islas Malvinas; el Peñón de Gibraltar;

Mármoles del Partenón; valiosas piezas del Antiguo Egipto.

Piratería de los mares.

Creación de los primeros campos de concentración en Sud Africa

El Rey Enrique V III: un asesino serial.

Hay mucho más, como para un libro,  pero la columna no tiene tanto espacio.

 

SUELE DECIRSE…

Con o sin razón, que los artistas, en su vida cotidiana, son una suerte de permanentes adolescentes, y que cuando no hacen nada, se aburren como niños. ¿Pero a quienes incluimos en tal categoría?

 

*Diplomático y periodista

 

 

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EL DÉFICIT DEL AGUA LLEGARÍA A 40 POR CIENTO EN 2030 por Thalif Deen*

| 6 mayo, 2016

NACIONES UNIDAS, may 2016 (IPS) – Diez presidentes y primeros ministros colaborarán para resolver la creciente crisis mundial del agua mientras la Organización de las Naciones Unidas (ONU) advierte que el planeta podría sufrir un déficit de 40 por ciento en la disponibilidad de ese elemento para 2030.

A pesar de los avances, al menos 663 millones de personas aún no tienen acceso al agua potable. La ONU prevé que en el futuro aproximadamente 1.800 millones de personas, de una población mundial superior a los 7.000 millones, vivirán en países o regiones con escasez de hídrica.

Varios factores agravan la crisis actual, como el cambio climático – que desencadena sequías – y los conflictos militares, en los que se utiliza el agua como arma de guerra en varias zonas, incluidas Iraq, Siria y Yemen.

El Grupo de Alto Nivel sobre Agua, anunciado conjuntamente por la ONU y el Banco Mundial a fines de abril, movilizará recursos financieros y reforzará las inversiones para incrementar el suministro de agua. El organismo será copresidido por los presidentes Ameenah Gurib, de Mauricio, y Enrique Peña Nieto, de México.

La lista de mandatarios en el organismo se completa con los primeros ministros Malcolm Turnbull, de Australia, Sheikh Hasina, de Bangladesh, Mark Rutte, de Holanda, y Abdullah Ensour, de Jordania, junto con los presidentes János Áder, de Hungría, Macky Sall, de Senegal, Jacob Zuma, de Sudáfrica, y Emomali Rahmon, de Tayikistán.

El secretario general adjunto de la ONU, Jan Eliasson, de Suecia, dijo en una mesa redonda en el foro mundial que el agua se encuentra en el nexo entre el desarrollo sostenible y la acción climática.

“Demasiada agua y ni una gota para beber”, comentó uno de los colegas de Eliasson que visitaron Pakistán después de una gran inundación, en referencia a los dos extremos de patrones climáticos, sequías por un lado e inundaciones por el otro.

Cuando los líderes mundiales celebraron una reunión cumbre en septiembre para adoptar la Agenda de Desarrollo Posterior a 2015 de la ONU, aprobaron 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, que incluyen la eliminación de la pobreza extrema y el hambre y el suministro de agua potable a cada habitante del planeta para 2030.

¿Se cumplirá el objetivo en el plazo estipulado de 15 años?

“A medida que ingresamos a la era de los ODS, no hay duda de que el objetivo de conseguir agua ‘gestionada de forma segura’ para cada persona del planeta en los próximos 15 años va a ser todo un reto. Lo que hemos aprendido de los Objetivos de Desarrollo del Milenio es que el agua no puede abordarse con éxito en forma aislada”, sostuvo Sanjay Wijesekera, director de Agua, Saneamiento e Higiene en el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).

La potabilidad del agua está en riesgo todos los días debido a la falta de saneamiento, algo muy extendido en muchos países, especialmente en Asia meridional y África subsahariana, indicó.

En la actualidad se estima que casi 2.000 millones de personas beben agua que podría estar contaminada con materia fecal.

Unicef y otras organizaciones deberán redoblar sus esfuerzos para mejorar el acceso de las personas a los retretes, y sobre todo para poner fin a la defecación al aire libre.

Con respecto al “agua, el saneamiento y la higiene, también hay que tener en cuenta el cambio climático. Las sequías, las inundaciones y las condiciones climáticas extremas repercuten en la disponibilidad y la seguridad del agua”, aseguró Wijesekera.

También señaló que unos 160 millones de niños y niñas menores de cinco años viven en zonas con alto riesgo de sequía, mientras que alrededor de 500 millones viven en zonas de inundación.

Para resolver la crisis del agua, Darcey O’Callaghan, de la organización Food and Water Watch, observó que “en primer lugar debemos proporcionar suficiente agua limpia y segura para todas las personas, porque el agua es un derecho humano. La viabilidad financiera es un elemento clave para satisfacer esta necesidad”.

“En segundo lugar, debemos proteger la sostenibilidad del agua y no extraer demasiada de las cuencas más allá de su recarga natural. Si permitimos que las fuentes hídricas se sequen, entonces perdemos la capacidad de proteger los derechos humanos de las personas. Así que, claramente, debemos tratar estos dos elementos en tándem”, opinó.

Para que el agua tenga una tarifa accesible debe ser gestionada por una entidad pública y no una privada y con fines de lucro, recomendó la experta. Mal servicio, tarifas elevadas y calidad del agua degradada fueron algunas de las consecuencias cuando se permitió que las empresas controlaran el acceso al agua, algo que se conoce como “la privatización del agua”.

Empresas como Veolia y Suez, y sus filiales en todo el mundo, procuran lucrar con la gestión de los sistemas locales de agua, explicó, e instituciones financieras como el Banco Mundial y los bancos regionales de desarrollo suelen imponer condiciones a los préstamos que conceden a los países en desarrollo que exigen la privatización de estos sistemas.

“Pero esta es una receta para el desastre. El lucro no debe ser la prioridad cuando se trata de darles servicios de agua y saneamiento a la gente”, sentenció O’Callaghan.

Ya no queda ninguna duda de que el agua y el saneamiento son derechos humanos, subrayó ante la pregunta de si la gente debe pagar por estos servicios. Lo que el público paga es el mantenimiento de la infraestructura hídrica y el agua corriente a través de las redes que distribuyen el recurso a las casas, escuelas, negocios e instituciones gubernamentales, explicó.

“La ONU fijó pautas para la asequibilidad del agua – en tres por ciento de los ingresos familiares – y estas… protegen el derecho humano al agua. Si la tarifa del servicio de agua supera la capacidad de pago de un hogar, entonces es una violación de los derechos humanos”, denunció.

Una estrategia que resultó prometedora son las asociaciones entre organismos públicos (APP). En contraste con la privatización, que coloca las necesidades públicas en manos de las corporaciones con fines de lucro, las APP reúnen a funcionarios públicos, trabajadores y comunidades para ofrecer un servicio mejor y más eficiente.

Las APP permiten que dos o más empresas públicas de agua u organizaciones no gubernamentales sumen sus fuerzas y aprovechen sus capacidades compartidas, lo que les permite aunar sus recursos, poder de compra y conocimientos técnicos, dijo O’Callaghan.

*Director Regional de Interpress Service

 

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PROFUNDIZACIÓN DE LA GRIETA Y CONFLICTOS SIN RESOLVER por Maristella Svampa*

| 6 mayo, 2016

La autora realiza su evaluación de los cuatro primeros meses de la gestión de Macri. Encuentra que el corte que se estableció en la sociedad en los últimos tiempos del FpV no ha sido superado y que, en simultáneo, no puede verse el camino de resolución a los conflictos sociales que el populismo tampoco pudo resolver.

Publicado en Perfil el 15-4-2016

¿Pobreza cero o cero preocupación por la pobreza?

Transcurridos cuatro meses del gobierno de Mauricio Macri, estamos en condición de realizar un primer balance de la nueva gestión así como del reordenamiento operado en el campo político. En esta línea, me interesa subrayar dos cuestiones, la primera sobre la profundización de la polarización; la segunda, sobre la vocación antisocial del macrismo.
En primer lugar, contrariamente a lo esperable, no hubo una despolarización del campo político. Aquellos que pensábamos que cualquier nuevo gobierno (se tratara de Macri o Scioli) conllevaría un debilitamiento de los esquemas binarios (lo que el periodismo llama “la grieta”), vemos que no sucedió. En realidad, el macrismo exacerbó la brecha a través de la implementación de una política de revancha, como la que es evidente a partir de los despidos masivos que alcanzan áreas relevantes del Estado e involucran personal de planta con muchos años de antigüedad, así como a través del desmantelamiento de diferentes programas sociales y de inclusión cultural. Despidos masivos como los de la Biblioteca Nacional, los de la Subsecretaría de Agricultura Familiar o los que afectaron el plan Conectar Igualdad son apenas la muestra de una política revanchista que tiene decididamente un corte ideológico; otra visión del rol del Estado: detrás de la denuncia de empleados “ñoquis”, de lo que se trata es de achicar el Estado, en desmedro de numerosos programas sociales y de inclusión cultural.
La política de la revancha alcanza una virulencia inusitada a través de la espectacularización mediática de las denuncias y las repetidas imágenes de los procesamientos por causas de corrupción y lavado de dinero, que comprometen gravemente al kirchnerismo. Complemento inesperado, que sirve para profundizar aún más la brecha, fueron las revelaciones de los Panamá Papers, que mostraron que, más allá de los discursos sobre la transparencia y la promesa de un “capitalismo bueno”, Macri y su familia siempre han buscado la maximización de las ganancias, tal como corresponde a una visión empresarial afianzada en la lógica inescrupulosa del capital. Por último, en Argentina sigue siendo válido el dicho “Piensa mal y acertarás”. La celeridad con la cual actúan determinados jueces, hasta hace poco figuras controversiales, o al menos cuestionadas, deja un sabor sospechoso en el paladar de una ciudadanía que poco cree en las desinteresadas y súbitas conversiones del Poder Judicial.
Las reacciones del kirchnerismo van también en el sentido de la profundización de la brecha. Lejos de la autocrítica, aunque sea moderada, la reconceptualización que de la nueva situación realizan sus militantes (en términos de “resistencia”) poco ayuda a la credibilidad del ex oficialismo. Reducido a una expresión hipermilitante –una versión juvenil de Nuevo Encuentro–, pero con alta visibilidad e impacto, mucho más en la semana del retorno de Cristina Fernández de Kirchner a Buenos Aires, su permanencia nos obliga a preguntarnos qué tipo de cultura política generó el kirchnerismo. En mi opinión, el kirchnerismo es una combinación variable de tres elementos: el primero es la lealtad –peronista– al liderazgo de Cristina, la cual se potencia a niveles irracionales, al compás de las emociones políticas que genera la polarización; el segundo elemento es el progresismo selectivo, antes corazón del doble discurso que tanto hemos criticado desde estas columnas, pero que en virtud de la nueva situación (y de la desmemoria de sus militantes) hoy aparece atenuado. Para dar dos ejemplos: antes no existía la megaminería en Argentina; ahora, hasta el camporismo critica a la Barrick; antes no se criticaban los negocios inmobiliarios de la Ciudad de Buenos Aires, producto de  las alianzas entre el Pro y el Frente para la Victoria; hoy hasta el espacio de Carta Abierta firma para rechazar la creación de una “agencia de bienes”, con atribuciones para enajenar bienes públicos sin controles estatales ni aval ciudadano. Tercer elemento, el kirchnerismo expresó una relación determinada con el Estado, a través de la creación de un entramado complejo de  empleo público y políticas públicas, donde se expandieron y multiplicaron los programas sociales/culturales que, pese a que no garantizaron derechos estables (¡vaya problema!), contribuyeron a lograr una cierta inserción dependiente de los  sectores vulnerables.
Lo social. Dicho de otro modo: más allá de la crítica que podamos hacer sobre el carácter deficitario de muchos de estos “programas de inserción”, la embestida del macrismo (con sus idas y vueltas) apunta a desmantelarlos, desdibujando así –o simplemente destruyendo– los contornos de ese “Estado social”.
La segunda cuestión se deduce de lo dicho en los párrafos anteriores y tiene que ver con el marcado carácter antisocial de la gestión del nuevo gobierno. Aunque algunos objeten que se hable de derechas e izquierdas, queda claro que el nuevo gobierno implementó un giro a la derecha. Así, se sabía que habría devaluación, salida del cepo, inflación y ajuste tarifario, fuera quien fuera el presidente electo, pero el carácter
vertiginoso que tomaron estas medidas y la ausencia de políticas de contención que apuntaran hacia los sectores más desfavorecidos no sólo confirmaron el ADN empresarial del nuevo gobierno, solícito con los más poderosos (la quita de las retenciones mineras lo muestran de modo elocuente), sino que aumentaron de manera exponencial el riesgo de nueva intemperie que amenaza a una porción importante de la población argentina. El informe del Observatorio Social de la UCA sobre el nuevo millón y medio de pobres que en los últimos meses se habría generado como consecuencia de las
políticas implementadas, lo que sumaría ya 17 millones de pobres, esto es, un 34,5% de la población, es algo más que una alerta. Da cuenta del agravamiento de una situación de desamparo que ya afecta a una porción importante de la sociedad, y que al mismo tiempo sobrevuela como amenaza para otros argentinos que han perdido sus empleos o pueden llegar a perderlos en los meses que vienen.
En suma, en muy poco tiempo el macrismo logró reavivar uno de los traumas sociales más dolorosos que recorre nuestra sociedad, sobre todo desde los años 90, eso que algunos llaman temor al “retroceso social” y que otros proponemos pensar bajo la figura densa de “la nueva intemperie”.

*Escritora y socióloga.

 

 

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LA MANÍA DE LEGISLAR por Alberto Medina Méndez*

| 6 mayo, 2016

Prevalece en esta era, una visión que afirma que las leyes pueden resolver cualquier problema. Esta falacia se ha instalado, no solo en la política sino también en buena parte de la sociedad que las demanda. Parece que jamás se ha comprendido, con claridad, la naturaleza y la esencia de las normas.

Muchos dirigentes políticos depositan abundantes energías en imaginar novedosas reglamentaciones que modifiquen la calidad de vida de todos, sin entender que las conductas no se transforman artificialmente. Ellos adhieren a esta necia postura de suponer que una ley todo lo puede.

En estos países, pululan a diario intentos de legislar sobre cualquier asunto. Ninguna jurisdicción logra escaparse de este molde general y caen, irremediablemente, en este eterno juego. Esta actitud obsesiva de los legisladores no distingue partidos. Todos creen en la omnipotencia del Estado, que impone reglas haciendo que la gente se someta a ellas sin más.

Es la ley la que debe interpretar a la sociedad, ajustándose a sus valores y no al revés. En estas comunidades, los legisladores suponen que pueden establecer reglas importadas, incompatibles con la idiosincrasia local y así producir genuinos cambios de hábitos, que permitan vivir en una sociedad desarrollada, gracias a su gigante creatividad e interesantes normas.

Por eso abundan, en estas latitudes, tantas leyes que pretenden fijar precios, impedir la comercialización de productos o regular la distribución de otros. Esos políticos creen que pueden controlar la economía y subordinarla a sus caprichos. Están convencidos de que, desde sus escritorios, pueden obligar a todos a obedecerlos, porque la razón y la verdad los asiste.

La economía se rige por un complejo sistema de estímulos. Cuando la legislación interfiere, altera no solo los precios relativos, sino que genera múltiples daños y consecuencias inimaginables para ese legislador. Sus claras limitaciones intelectuales y morales le impiden comprender que la interacción voluntaria entre los hombres no es objeto de su tarea cotidiana.

Pero eso no solo sucede en la economía, sino también en el resto de las manifestaciones individuales. Nadie deja de consumir estupefacientes, aborta, pasa un semáforo en rojo, se prostituye o porta armas, porque la legislación lo prohíbe. Razonar de ese modo es desconocer a la humanidad. Las personas toman decisiones en función de otros paradigmas diferentes.

Las leyes pueden intentar amedrentar pero, en casi todos los casos, solo consiguen que esas mismas acciones igualmente se concreten, pero en ambientes de mayor marginalidad, criminalizando sus determinaciones.

Los seres humanos solo evolucionan cuando aprenden, maduran, reflexionan y toman decisiones voluntarias totalmente conscientes y no cuando el Estado los amenaza con multas, penalidades o prisión.

No es que no se pueda legislar sobre absolutamente nada, pero es importante comprender que el trillado "respeto a las leyes" no se consigue arrodillando a la sociedad con rigor. El respeto se gana, nunca se impone. Si la idea es infundir temor, miedo, pánico y terror, esas no parecen ser las mejores alternativas para construir una comunidad pacífica y civilizada.

La sociedad en general está dispuesta a cumplir normas que coinciden con su matriz moral. La prohibición de matar, es compatible con esa convicción de que cada uno debe decidir por sí mismo que hacer con su cuerpo. Bajo esa perspectiva resulta inadmisible que otro pueda disponer de ella a su arbitrio. Así se explica el elevado consenso de esta norma.

Algo similar ocurre con el robo. La mayoría comprende el concepto de la propiedad privada, aunque últimamente haya relativizado esa creencia. La gente entiende que apropiarse del fruto del trabajo ajeno no es ético y por eso aprueba que cualquiera que transgreda ese principio sea sancionado.

Es evidente que se viven en el presente tiempos de "inflación legislativa". Muchos actores de la política contemporánea pretenden contener la subida de precios, evitar despidos, extender la expectativa de vida, erradicar enfermedades y eliminar adicciones apelando a las leyes. Si realmente esas herramientas fueran efectivas y sus teorías tuvieran algún correlato empírico con la realidad, la humanidad seria rica, joven y feliz por decreto.

Claro que muchos adhieren a esta visión por conveniencia y no por ignorancia. Una parte importante del "negocio" de la política se sustenta sobre la idea de que la sociedad esté convencida de que la legislación salva vidas, enriquece a las personas y las hace mejores. Si esa tesis no tuviera adeptos, probablemente, muchos de los burócratas no tendrían salarios, y no podrían vivir entonces a expensas del trabajo de los demás.

Pero no menos cierto es que otro  sector de la sociedad cree ingenuamente en estas mentiras y alienta estos reprochables comportamientos de la política. Son muchos los ciudadanos que les exigen a los dirigentes que bajen los precios, generen empleos y que los jóvenes jamás se droguen, como si estos tuvieran en sus manos una varita mágica para lograrlo.

Es la peor combinación. Una sociedad irresponsable que delira con soluciones facilistas en complicidad con una clase política manipuladora que aprovecha esa candidez para atraer votos con estos disparates.

Mientras tanto, no solo no se resuelven los problemas sino que estas maniobras dilatorias hacen que finalmente nadie se ocupe seriamente de las cuestiones de fondo, de esas donde realmente se pueden mitigar impactos. Las normas no solo no aportan soluciones eficientes, sino que además desenfocan y postergan el abordaje correcto de las problemáticas actuales.

Si la sociedad desea cambios en positivo, debe comprender las verdaderas motivaciones que explican las conductas humanas y ponerse a trabajar con sensatez, sin delegar en terceros sus responsabilidades, intentando convertirse en genuinos agentes de cambio e inspirando a otros a imitarlos.

La ideología imperante que invita a redactar leyes a mansalva es una gran ilusión, un absoluto fraude. Pero, evidentemente, es funcional a una sociedad profundamente desorientada y a un sistema político procaz que promueve este espejismo de la mano de esta perversa manía de legislar

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013


 

 

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