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EL FANTASMA DE LA DESILUCIÓN por Alberto Medina Méndez*

| 10 septiembre, 2016

Los políticos más experimentados ya lo saben, pero evidentemente los más ingenuos, esos que se ufanan de venir desde afuera del sistema, no han logrado comprender la relevancia de administrar con criterio el complejo mundo de las expectativas cívicas.

En las entrañas de la naturaleza humana vive una tendencia inercial que invita a idealizar, a construir ciertas imágenes en la mente, que convierten a ciertos personajes de la política en seres que jamás fueron, ni serán.

Se trata de una inclinación casi instintiva que mezcla lo que se desea con la realidad. Los defectos se disimulan y las virtudes se multiplican, lo que engendra un enorme riesgo, no por esa transición que inevitablemente concluye, sino por la inexorable aparición de la frustración que asoma.

En el pasado se han vivido situaciones nefastas, indignas e indeseables. En ese instante no fueron percibidas con suficiente claridad, pero hoy, con más serenidad y mayor cantidad de información, se entiende que todo lo ocurrido fue una gigantesca farsa con fatídicas consecuencias.

Esa funesta etapa quedó atrás, al menos por ahora. Pero tampoco lo sucedido antes transforma automáticamente al presente en algo maravilloso. De aquí en adelante no todo funcionará extraordinariamente bien solo porque las ansiedades de la mayoría así lo disponen.

Las comparaciones sirven solo para identificar puntos de referencia y saber si se ha avanzado o, eventualmente, se ha retrocedido, pero de ningún modo eso se traduce en que todos los objetivos se lograrán mágicamente.

Las victorias se consiguen gracias a una secuencia de decisiones acertadas y no solamente con algunas aisladas batallas ganadas. Es allí donde el manejo inteligente de las posibilidades concretas de alcanzar ciertas anheladas metas pasa a ocupar el centro de la escena.

Mensurar adecuadamente la situación original, tener un diagnóstico afinado de la realidad, establecer ciertos objetivos con la mayor claridad posible y entender las etapas que se irán sucediendo en ese recorrido, es vital para no cometer errores groseros y caer en infantilismos inconducentes.

El ritmo lo deben proponer siempre los líderes pero existe un tiempo óptimo para definirlo. Si bien nunca es suficientemente tarde para hacer lo correcto, no menos cierto es que en el inicio de una gestión se debe aprovechar al máximo para poner los puntos sobre las íes dándole un sentido a lo que se va a encarar, precisando parámetros transparentes.

Eso no garantiza que la sociedad acepte esas formulaciones mansamente. Siempre la gente aspirará a más. Eso es muy razonable y hasta saludable. Después de todo, los ciudadanos también ponen la agenda sobre la mesa y exigen de acuerdo a sus percepciones y necesidades.

Es innegable que la política es la que tiene todas las herramientas disponibles para poner "blanco sobre negro" y exteriorizar un plan ambicioso pero posible, que prevea la consecución de determinados logros concretos, que puedan ser discernidos por todos sin tantas subjetividades.

Cuando los dirigentes abusan de su excesivo "buenismo" con tanta candidez y suponen que pueden ignorar procesos tan elementales como estos comenten una equivocación que tiene esperables consecuencias políticas.

La comparación con el pasado es solo una herramienta que tiene fecha de vencimiento. En algún momento la sociedad consigue procesar las barbaridades de esa era y las comprende en su justa dimensión, pero también consigue separar los hechos y repartir incumbencias con criterio.

Indudablemente los que estuvieron antes son los culpables de todas las desgracias heredadas, pero los que están ahora son los responsables de que, cada una de esas cuestiones puedan ser definitivamente superadas.

Es allí cuando los que gobiernan el presente tienen que poner su máximo empeño para establecer con total claridad las expectativas brindando una importante cuota de racionalidad a su discurso cotidiano.

No se debe prometer lo imposible. No es inteligente hacerlo desde lo estratégico, pero tampoco es honesto plantearlo de ese modo y eso la sociedad, más tarde o más temprano, lo advierte en toda su magnitud.

Es factible que durante la primera fase del idilio todo suene como una melodía seductora, pero a poco de andar, la realidad hará su parte, y si no se hacen los deberes, la sociedad pasará factura con absoluta crueldad.

Algunos dirán que es un poco tarde para replantear escenarios tan trascendentes. Vale la pena recordar que no existe peor error que el de insistir neciamente en transitar caminos inadecuados solo porque no se ha hecho lo necesario oportunamente.

Es imperioso establecer un nuevo contrato psicológico con la sociedad que tenga como base de sustentación colocar las esperanzas ciudadanas dentro de un marco de prudencia, seriedad y honestidad intelectual.

Es tiempo de trabajar con un horizonte claro, con directrices más específicas, blanqueando los costos que se deberán aceptar al circular por esos senderos y explicando detalladamente porque es indispensable hacerlo ahora, advirtiendo además sobre las secuelas que se derivan de no hacerlo.

Aparecerán entonces las predecibles resistencias y surgirán muchas críticas, pero si no se asume con hidalguía esa metodología, invariablemente los ciudadanos se encontrarán nuevamente con el fantasma de la desilusión.

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013

 

 

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PLANES ALIMENTARIOS. LA MISERIA NO ES SOLO MATERIAL por Jorge Ossona

| 10 septiembre, 2016

La administración de la pobreza es siempre una buena excusa para su perpetuación menos por imposibilismo que por oportuna especulación. La atención en torno de las corruptelas y manipulaciones maliciosas de las necesidades de los excluidos suele posarse en los programas de viviendas u obras públicas para la urbanización de villas y asentamientos. Sin embargo, existen otros casos menos visibles alrededor de las necesidades más urgentes en las que se juega nada menos que la subsistencia de miles de personas.

Cuando la política democrática, a partir de 1983 fue descubriendo los alcances del empobrecimiento estructural de una porción in crescendo de los sectores populares suburbanos, una de las primeras medidas administradas desde las distintas dependencias públicas fue el suministro de alimentos. Entre 1983 y 1989, el gobierno radical –que no fortuitamente desde el INDEC empezó a medir los índices de “necesidades básicas insatisfechas” y la “línea de pobreza” interrumpido en 2007- implanto el Plan Alimentario Nacional, más reconocido por su principal subsidio: la “Caja PAN”. Sin duda fue, con todas las reservas de rigor, el más racional de los programas de esa naturaleza. Simultáneamente, provincias y municipios –sobre todo estos últimos- hicieron sus propios aportes a instancias de intendentes y funcionarios que por “venir de abajo” eran sensibles a las necesidades de sus vecinos.

Pero conforme la democracia se consolido torno de una nueva  “clase política” se fue extendiendo una nueva cultura que subordinaba necesidades sociales imperiosas a las electorales con todas sus connotaciones colaterales: organización de “paquetes” de electores previsibles, fondos para la compra de voluntades, o el enriquecimiento liso y llano de sus operadores. Las políticas de subsidio alimentario fueron el mejor testigo de esas maniobras. En muchos barrios, “el estado ya no es percibido como garante de ningún progreso sino como administrador de una copa de leche diaria para los chicos o una bolsa periódica de alimentos” según nos lo testimonio un referente territorial.

El kirchnerismo intento corregir definitivamente las manipulaciones de las necesidades sociales básicas a cargo de punteros tercerizadores y funcionarios asociados. A tales efectos, lanzo  hacia 2009 una reforma re centralizadora de esas políticas. La asistencia alimentaria, debidamente condicionada a situaciones de marginalidad extrema como familias excluidas de las cooperativas de trabajo, madres prolíficas o solteras desocupadas, jubilados o inválidos habría de administrarse mediante dos planes: el provincial “Plan más Vida” y el nacional “Programa Alimentario Nacional”. Por el primero, el beneficiario recibía un subsidio de $ 300 –en cifras actuales- mientras que el segundo le aportaba $ 150. La diferencia respecto de sus antecesores residía en su implementación. La nación y la provincia descentralizaban en los municipios el suministro a los beneficiarios de tarjetas sin intermediarios especulativos.

Sin embargo, como suele ocurrir a menudo, las prácticas son más fuertes que los proyectos reformistas y acaban tiñéndolos de conservadurismo. En este caso, la trampa estribo  en excluir a decenas de miles de pobres de sus respectivas tarjetas reteniéndolas a los efectos de sustanciar un suculento negocio entre funcionarios y minimercadistas barriales. Muchos vecinos transcurrían meses sin recibir sus tarjetas que al momento de reclamarlas en la respectiva dependencia municipal recibían el lacónico  “todavía no llego, vuelva el mes que viene”. Pasado un lapso, se les sugería “empezar el trámite de nuevo”. En el interin, los funcionarios comunales se repartían un porcentaje de cada tarjeta con el comerciante “cliente” para financiar la “caja negra” de la política. Una parte de ese porcentaje, obviamente, “subía” hasta el más alto nivel. Otras veces, los comerciantes retenían entre el 10 o el 20 % del subsidio como comisión con la “vista gorda” de los inspectores que  cajoneaban las denuncias de los vecinos excluidos. Otra de las tantas maniobras consistía en colocar en las góndolas solo un artículo de primera marca y el resto de terceras; o el desabastecimiento para inducir a los compradores a optar por alimentos más baratos en existencia.

El fin del juego sobrevenía cuando referentes honestos, hartos de la exclusión, inducían a sus seguidores perjudicados a realizar manifestaciones masivas de repudio frente a las delegaciones o el municipio, en cuyo caso “esas” tarjetas aparecían en pocos días como por arte de magia. En otros casos, el conflicto sucedía cuando el intermediario municipal se quedaba con algún “vuelto” que impedía al intendente recaudar lo esperado: entonces la maniobra “era descubierta” y desde el más alto nivel se ordenaba a los sucesivos eslabones de la cadena de intermediarios con los vecinos excluidos para que estas realizaran la queja de rigor.

La política de las tarjetas, tuvo entonces un alcance sesgado debido al “sentido común” imperante en la corporación política que concibe  a la pobreza como parte de un orden social administrable y garante, mediante su debida explotación, de altos dividendos. Hemos ahí tal vez las claves profundas de su exaltación como “estado ideal” –el pobrismo- y de los sucesivos “fracasos” en reducir sus índices en un país capaz de alimentar a varios cientos de millones de personas.

*. Historiador, Miembro del Club Político Argentino

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A LA BÚSQUEDA DEL NUEVO REAGAN por Albino Gómez*

| 10 septiembre, 2016

El ex presidente estadounidense impuso un nuevo estilo de mandatarios, más cercanos a la televisión, de rápida respuesta y capaces de delegar la letra chica. Un ejecutivo pragmático y sin titubeos políticos.

Todos sabemos que los presidentes estadounidenses han sido en general procónsules o redentoristas. Aquéllos coincidieron más bien con presidentes republicanos, y los últimos con presidentes demócratas, aunque no siempre de una manera totalmente pura. Sin embargo, para referirnos a los de las últimas décadas, Ronald Reagan fue un verdadero procónsul así como Jimmy Carter un auténtico redentorista. Obama lo intentó a medias ser redentorista pero el  Congreso republicano se lo impidió.

Enigma de una mente

Siempre se ha dicho que la mente de Reagan era un verdadero enigma, y esa ha sido también la cuestión central en docenas de entrevistas con sus ex colaboradores y con sus adversarios. Sin embargo, de todo ello surgió un retrato rico, provocativo y algunas veces contradictorio. Pero ni uno solo de sus amigos y ex colaboradores entrevistados sugirió que el presidente fuera, en algún sentido convencional, analítico, intelectualmente curioso o bien informado, aunque hubiera resultado fácil y natural para ellos decir que lo había sido. Evidentemente no pensaron que fuera necesario mentir. Una y otra vez pintaron el cuadro de un hombre que tenía serias deficiencias intelectuales, pero que  políticamente, era un peso pesado, un líder cuyos instintos e intuición eran acertados más a menudo que sus propios análisis. Su mente, dijeron, se formó por completo a través de su propia historia personal, no reflexionando sobre libros de historia. Reagan pensaba anecdóticamente, no en forma analítica.

La mente del Presidente, sugirieron, se movía alrededor de dos polos filosóficos: la verdad y la necesidad. Para él, las verdades eran simples y las conocía. Podía momentáneamente ceder si sentía que no había otra alternativa política, pero casi invariablemente volvía a sus principios. Y era duro y obstinado en ese sentido. Tan pronto transigía –como lo hizo en 1981, aprobando una medida impositiva que daba menos oportunidades de las que él quería, a las empresas- a la vez que reafirmaba su meta reduciendo las Reglamentaciones gubernamentales en los negocios.

Era un creyente sincero, dijeron sus colaboradores, pero también lo describieron como un hombre muy capaz en el terreno de maniobras sofisticadas, incluyendo las formas usuales del engaño político.

 Estas fueron las claves del pensamiento de Reagan y de su éxito político como presidente del Sindicato de Actores Cinematográficos, como gobernador de California y como Presidente de los Estados Unidos. Sus críticos atribuyeron a menudo estos éxitos a su talento como “gran comunicador” o a una torpe buena suerte. Pero Reagan sabía lo que hacía, cuándo ceder y cuándo luchar, y de ello habló en una conferencia de prensa mantenida en el Salón Oval, cuando afirmó: “Los conservadores recalcitrantes pensaron que si yo no podía conseguir todo lo que pedía, debía saltar desde un acantilado con la bandera flameando y perecer en llamas. Pues no, si no puedo obtener el 70 u 80 por ciento de lo que trato de obtener, tomaré lo que pueda y luego continuaré tratando de obtener el resto en el futuro. Y tal vez resulte más fácil lograrlo cuando vean los resultados. Y esto es lo que criticaron porque no podían soportar que yo transigiera y me conformara con menos de lo que había pedido”.

 Primer acto

Reagan creyó que alguna gente lo había subestimado por su ocupación previa como actor, porque sólo una generación atrás no se permitía el entierro de los actores en el cementerio de una iglesia. Pero esto no le preocupaba en absoluto. En cuanto a su salto de ser un demócrata del New Deal hasta convertirse en un republicano, lo atribuyó a su creencia de que el gobierno había crecido más allá del consentimiento de los gobernados y a que era el propío gobierno el que comenzó a contribuir a las aflicciones económicas. 

 Cuando se le pidió en la misma conferencia que explicara algunas de sus declaraciones y acciones contradictorias, como por ejemplo, la de condenar el Tratado del Canal de Panamá antes de llegar a la presidencia, pero no haciendo luego nada al respecto desde entonces, contestó que “era un asunto pasado”. En cuanto a qué podía decir acerca de la inmensa deuda nacional que se había más que duplicado en los cuatro primeros años de su administración, a la luz de sus promesas de eliminar los déficits, contestó que no estaba tan fuera de línea si ello se consideraba como porcentaje del producto bruto nacional.

 En definitiva, de la mencionada conferencia surgía que se trataba de un hombre que tenía clara idea de lo que quería lograr y sobre la forma de hacerlo. Sin embargo, de acuerdo a sus ex colaboradores y amigos, podía ser complejo y opaco, resultándoles difícil explicar su ocasional torpeza moral –como su declaración de que los soldados alemanes enterrados en el cementerio militar de Bitburg eran “víctimas del nazismo…tanto como las víctimas en los campos de concentración”.  Recordemos que ello ocurrió en el curso de una gira europea, y que cuando se supo que había tropas nazis de la S.S. enterradas en aquel cementerio, la totalidad de su gabinete y Nancy Reagan le recomendaron que cancelara dicha visita. Pero el presidente permaneció inconmovible, porque dijo que iba a probarle al gobierno alemán que era un firme aliado, profetizando que si había un incidente sería pronto olvidado.

Frente a una decisión, usualmente consultaba con su gabinete y aceptaba su consejo, pero a veces, daba un viraje repentino por su cuenta en una dirección completamente distinta y no probada. Podía también ser tan reservado que sus colaboradores quedasen en blanco en cuanto a llegar a saber con algún  grado de seguridad qué tipo de compromisos podía asumir,  ya fuese en el encuentro cumbre en Ginebra con el líder soviético Gorbachov o con los líderes del Congreso sobre reformas impositivas o de comercio.

Según Michael Deaver, asistente del Gobernador Reagan en California, Subjefe de Gabinete en su primer término como Presidente y amigo personal de Nancy Reagan, una de las claves de su éxito  fue  la de haber sido siempre subestimado. Y esto ha sido dicho una y otra vez por los que trabajaron con y contra el Presidente, pero parece que dicho aserto nunca fue asimilado. El comentario corriente de la mayoría de los académicos y comentaristas era que el Presidente Reagan era ignorante, dogmático y afortunado –muy afortunado- y que se las arreglaba siendo un buen tipo y un maestro de los medios informativos. Pero esto es ignorar ocho años como gobernador y ocho como Presidente, y nadie tiene tanta suerte, tan buena y tan larga.

 Una y otra vez durante su presidencia Reagan demostró su implacable determinación de salirse con la suya. En el proceso agraviaría a sus partidarios, utilizaría sofismas, cambiaría totalmente su posición al tiempo de negarla. Pero también era capaz de tomar el tipo de decisiones difíciles que sus predecesores en la Casa Blanca trataban en general de evitar. Por ejemplo, Richard Nixon y Jimmy Carter, jugaron muchas veces en los márgenes de las cuestiones, avanzando gradualmente. Así, el Presidente Nixon se retiró de Vietnam lentamente, a lo largo de varios años, y nunca terminó su trabajo. El Presidente Reagan retiró las fuerzas americanas del Líbano de un solo golpe. El Presidente Carter jugaba con la economía; el Presidente Reagan hizo grandes y audaces cambios.

 Los presidentes anteriores pasaban sus días leyendo largos informes, reuniéndose con expertos, manteniéndose al tanto de los acontecimientos internacionales. Pero el presidente Reagan, de acuerdo a legisladores y otras personas que lo veían en privado, generalmente mostraba poco conocimiento acerca de la mayoría de los temas en discusión. Y se dice que su participación en las discusiones terminaba a menudo luego de leer en voz alta la información que su gabinete le había preparado en pequeñas tarjetas recordatorias. De acuerdo a un miembro de la Comisión para Fuerzas Estratégicas del Presidente, “nunca participó en las reuniones más allá de lo que Robert C. Mc Farlane, su asesor en seguridad nacional, le dijera”. Y nunca comprendió qué se estaba tratando de hacer “con los programas estratégicos y el control de armamentos. Sólo comprendía que estábamos recomendando la forma de obtener el misil MX”. Pero fuera lo que fuese  lo que el presidente había o no comprendido, aceptó la propuesta de compromiso de la Comisión, elaboró un arreglo con el Congreso y obtuvo el misil.

Igual audacia mostró cuando se trató de tomar la decisión que llevó a duplicar el déficit federal. De acuerdo a un veterano funcionario de la administración, el presidente estaba en pleno conocimiento de que ese aumento conduciría a una seria pendiente económica. También sabía que la reducción impositiva y el aumento del presupuesto militar –dos de sus metas más queridas- podrían hacer necesario que el gobierno tomara más dinero en préstamo agravando así el déficit. Pero dijo el ex funcionario: “ Si Reagan tenía que elegir entre aumentar los impuestos y tomar préstamos para reducir el déficit, él creía que obtener préstamos era el menor de los dos males”.

 Una de las grandes fuerzas del presidente –según  el ex Secretario del Tesoro James A. Baker III, que también actuó como Jefe de Gabinete de la Casa Blanca- fue que ”No solamente creía con firmeza en ciertas cosas sino que había  creído en ellas por largo tiempo”.

El comunicador

Tal vez más que ningún otro en la política norteamericana, Reagan, como locutor de radio, estrella cinematográfica, presentador de televisión en el programa de General Electric, fue la personificación de la era de la comunicación, de la era de símbolos en los Estados Unidos del siglo XX, donde la ficción se convirtió en el centro de la vida diaria, más real que la propia realidad. Así avanzó fácilmente y sin mucho trabajo o esfuerzo aparente. La confianza en sí mismo y el optimismo se encarnaron en su forma de ver las cosas. Y nada era imposible para un hombre nacido bajo tan buena estrella.

Para la tribuna.Los libros nunca jugaron un papel importante en sus primeros años, aunque al presidente le gustaba decir que era un “lector voraz” y un “entusiasta de la historia”, pero ni él ni sus amigos, cuando se les preguntó, pudieron dar el nombre de un libro particular de historia que hubiese leído o de un historiador que fuese de su preferencia. Por ello parecería que las ideas de Reagan acerca del mundo fluyeron de su vida, de su historia personal más que de sus estudios, habiendo desarrollado, no tanto una filosofía coherente, sino un conjunto de convicciones, alojadas en su mente como máximas.

 De su madre, que gustaba de citar la Biblia, le vino cierto tipo de fundamentalismo. Creció con un fuerte sentido del bien y del mal, con una visión del mundo como el campo de batalla del bien contra el mal, y según Michael Deaver, Reagan creía en la interpretación literal de la Biblia.

 De su padre, un desafortunado demócrata del New Deal, y de su experiencia creciendo en un pequeño pueblo de Illinois, heredó sus instintos populistas, incluyendo el nacionalismo y el anti-elitismo. Su anti-elitismo emergió como anti-intelectualismo, en ataques al “establishment” del Noreste y, por último, en discursos que denunciaban a los burócratas de Washington DC. Y aunque pareciera no existir ninguna pista de racismo populista en su vida personal, se pronunció contra las primeras leyes de derechos civiles.

Durante su presidencia del Sindicato de Actores Cinematográficos desde 1947 a 1952, mientras luchaba contra una toma del sindicato por los comunistas, su nacionalismo comenzó a abarcar un ferviente anticomunismo. Y éste se convirtió casi en una total cosmovisión, expresada en una dura retórica antisoviética, una profunda desconfianza respecto a negociar con los soviéticos y en frecuentes demandas de un poder militar americano, cada vez mayor.

 Otro elemento se incorporó al conjunto de sus creencias mientras recorría el país declamando su famoso discurso para General Electric, y mientras Nancy Reagan comenzaba a incluir a ejecutivos de las grandes empresas en su vida social: se convirtió en Republicano. Y se las arregló para conciliar su nueva devoción por el capitalismo con su populismo, insistiendo en que si se eliminaban las riendas del gobierno, se produciría una expansión comercial que distribuiría prosperidad a todo el pueblo.

 Allí comenzó a hablar de reforma impositiva, de la plegaria en las escuelas, de los peligros de contemporizar con los soviéticos, y sobre todo de la necesidad de reclamar que el gobierno se desmontara de las espaldas del pueblo y de las empresas.

Para la época en que llegó a gobernador de California en 1967, las ideas de Reagan estaban totalmente formadas. De hecho, Michael Deaver pudo recordar sólo dos oportunidades en que su jefe se atormentó antes de tomar una decisión. Como gobernador, tenía que definirse respecto del aborto, y “él no había reflexionado sobre ello hasta entonces”. Deaver dijo: “Por tanto, conversó con abogados y médicos, y llegó a la conclusión de que un feto es un ser humano. Y se mantuvo firme en esa opinión de ahí en más”.

Su equipo 

El primer orden del día era encontrar un gabinete que pudiera defender la verdad e inclinarse ante la necesidad. Entre los que lo rodearon en California y más tarde en Washington, siempre hubo ideólogos para garantizar la continuidad de su pureza ideológica, y pragmáticos conservadores para hacer el trabajo efectivo. Y cuando los dos grupos chocaban, según Deaver, optaba por los pragmáticos. En general, Reagan era para los suyos, salvo excepciones, fácilmente predecible, toda vez que se tuvieran en cuenta sus posiciones básicas. Además, siempre se concentraba en el gran cuadro, dejando los detalles para sus ayudantes, y dándoles un poder sin precedentes entre sus antecesores.

 Según un veterano funcionario de la Casa Blanca: “El presidente no se interesaba terriblemente en el proceso y durante bastante tiempo yo no estaba seguro de que él supiera lo que yo hacía. Se sentía  cómodo dejando que sus asesores le contasen las cuestiones y las opciones”.

 Estas eran las máximas que parecen haber sido el foco alrededor del cual funcionaba la mente del Presidente. A menudo no era la lógica de un argumento lo que él recordaba o a la que recurría, sino una circunstancia o historia que conectaba la cuestión del momento con un conjunto de sus principios básicos, y esas anécdotas eran frecuentemente las últimas palabras que cerraban el asunto, esperando que sus funcionarios siguieran luego adelante  implementando sus deseos.

 En tal sentido, la experiencia del Presidente en el Sindicato de Actores Cinematográficos, por ejemplo, podía ser citada cuando el tema fuese la negociación con los soviéticos, y el mensaje era: no confíen en los comunistas. O cuando sus asesores hablaban con él acerca del déficit, frecuentemente traía a colación que las reducciones impositivas de Kennedy estimularon la economía, y el mensaje era: no cedan a un aumento en los impuestos.

 De hecho, la argumentación lógica no siempre convencía al presidente. Al decir de todos, sus asesores se sentían en libertad de debatir abiertamente frente al presidente, siempre que no cuestionasen en forma directa sus creencias básicas. En la mayoría de las reuniones, el presidente escuchaba en silencio, y si adelantaba una opinión, raramente la fundamentaba con un razonamiento previo. A menudo guardaba sus opiniones para sí.

Algunas veces adelantó una nueva posición por su cuenta, con muy poco aporte de sus asesores o aún contra la opinión de estos. Este fue el caso con su idea de la iniciativa de Defensa Estratégica (SDI). Luego de algunas conversaciones informales con los jefes de Estado Mayor y otros, informó a sus asesores que quería que le preparasen un discurso delineando un audaz sistema de defensa con un misil orientado al espacio. Muchos de los miembros de su gabinete estuvieron en desacuerdo con el alcance del plan, al igual que la mayoría de los expertos militares y los miembros del Congreso, pero se encontraron cediendo frente a su inflexible voluntad.

 El sistema del presidente para obtener información fue un factor crítico en sus tomas de decisión. De acuerdo a sus asesores, él descansaba primordialmente en memos de su gabinete, que por lo general no eran análisis detallistas. El gabinete también le enviaba notas que tendían a apoyar sus creencias. Reagan pasaba por encima de los titulares de varios periódicos, buscando esencialmente material anecdótico y posiciones de editoriales, sin leer por lo general las noticias del día. Los amigos le enviaban artículos de revistas, extractados principalmente de publicaciones conservadoras. Pero todos sus asesores coincidieron en su “pasividad intelectual”.

 En cuestiones internas, el margen de acción que daba a su gabinete variaba según el tema o la cuestión específica. En temas económicos, el presidente podía tomar parte activa –usualmente, por ejemplo, examinaba el proyecto de presupuesto- dando su decisión sobre cada punto. Pero en la mayoría de los asuntos, adelantaba su punto de vista y esperaba que sus asesores encontrasen la forma de implementarlos por los medios adecuados.

 En los temas de política internacional, que conocía menos y en los que estaba también menos seguro, concedía al gabinete más poder aún.

 Algunos críticos vieron a Regan como un hombre de mente simple. Pero más bien, sugieren sus ex asesores, era simplificador. Esto es, reductor de lo complicado a símbolos simples y a imágenes del bien y del mal: americano o antiamericano. Esto le permitía tomar un atajo entre las complejidades que desconciertan y que no interesan al público en general, para colocarse exactamente en la onda de pensamiento de dicho público.

El tipo de mentalidad del presidente y su técnica política le dieron una oportunidad primordial en dar nueva forma a las actitudes de su nación acerca del papel que debía desempeñar el gobierno en la economía,  y de la necesidad de un presupuesto militar mayor. También devolvió la confianza al público, confianza que se había tambaleado por ciertos hechos en la administración de su predecesor. De hecho, dos aspectos de esa época anterior –inflación de dos dígitos con altos intereses y la invasión soviética de Afganistán- dieron a Reagan una ventaja en sus esfuerzos por convencer al país de la verdad de sus creencias.

 Un estilo

El pensamiento y la técnica de Reagan tuvieron un éxito enorme durante su primer mandato en las tareas negativas y más simples de atacar al gobierno sobredimensionado, y de golpear retóricamente a la Unión Soviética. Estos eran blancos relativamente fáciles, casi una cuestión de tildar el cuadro correcto, como en las pruebas típicamente americanas de “múltiple elección”. Ya durante el segundo mandato, las cosas fueron complicándose, recayendo sobre su sucesor Bush, una pesada carga que le costó su derrota a manos de Clinton.

 Sin embargo, debemos concluir que Reagan -aunque se lo haya olvidado- sigue siendo algo así como un ícono cultural-antropológico  y político, representante  de valores todavía muy vigentes en la sociedad norteamericana, como parte de un presente que se proyectará con mucha fuerza en el futuro inmediato de los Estados Unidos de América, no importando quién sea el sucesor de Obama, que no me cabe duda, será Hillary Clinton

 *PERIODISTA, escritor y diplomático. Fue Director Ártístico de Canal 7

 

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PERIODISTAS MILITANTES, PATRIOTAS E INDIGNADOS por Carlos Alberto Kreimer*

| 10 septiembre, 2016

Un grupo de periodistas (¿?) que se consideraban, incorporando una nueva condición, “militantes” o sea, como se entendió siempre, entregados a la defensa de ideas que los agrupan y convocan con desinterés, durante largo lapso de años y casi diariamente, en el canal oficial de televisión abierta producían un programa titulado “6,7,8”. Los independientes y azorados televidentes, militantes del republicanismo, agotaban su capacidad de asombro al ver que lo que debe ser la pluralidad devenía facciosa y chanta. Hasta acá vaya y pase, se suponía que los participantes de ese panel entregaban generosamente su militancia y, porque no, su ego protagonista. Pero ahora nos enteramos que tal “generosidad” se llamaba entre 65.000 y 85.000 pesos mensuales que, a no dudarlo, absolutamente ningún medio no oficial les hubiera pagado. Estos sueldos se complementaban con los percibidos por cátedras, audiciones radiales y artículos periodísticos (en órganos oficiales o privados con inexplicables pautas publicitarias oficiales que, cuando se acabaron, cerraron dejando a muchos en la calle y a sus “capitalistas” huyendo con el producido en la mano, o le pidieron a los que pagan expensas que los sostuvieran como en el caso de PAG.12). Si ello fuera poco, cuando el canal oficial dejó ser militante de una secta y los excluyó, reclamaron impensadas indemnizaciones que van de uno a tres millones de pesos. Algunos de estos “militantes” se formaron en el “estalinismo” y entendieron bien que la “nomenklatura” era algo más que el poder y el privilegio, también el dinero; negando además que los importes denunciados sean ciertos ya que eran significativamente menores. Así la ética es una cuestión de monto y no de principios.

La administración “K” trajo para dirigir YPF al llamado “mago” de este negocio (que trabajaba en Londres en una importante petrolera con cargo de dirección y con mucha experiencia en su metiere) Ing. Miguel Galuccio. Llegó explicando que su ideal era retornar a la empresa que amaba en su país y donde se había formado. Después de tres años de conducción y si nos guiamos por sus logros, su labor parece poco eficaz, ya que seguimos importando gas incluso de Chile (que originariamente era nuestro comprador) y nuestra “quimera del oro” prometida y propalada con bombos y platillos incluso por la Presidenta Cristina en cadena nacional, o sea “Vaca muerta”, aparece hasta ahora como estéril. Desde luego cargarle el mochuelo solo a Galuccio sería parcial ya que debió lidiar con un mutante negocio internacional y con los límites que le ponía Kicillof. Nunca nos enteramos cuanto ganaba Galuccio pero la nueva administración se consideró exitosa porque concilió una indemnización por finiquitar el vínculo en algo más que cinco millones de dólares. Como ignoramos el contrato se puede suponer que tal remuneración era la que correspondía, en una negociación, al CEO petrolero.  Se puede inferir que retornó al país porque convenían las condiciones más que 

por su difundido patriotismo, ya que se descuenta que por su experiencia debe estar ya muy bien remunerado en otra similar empresa. Ni patriota ni militante.

Pero los independientes estamos indignados por lo dicho y por otros motivos. El exministro y hoy diputado Arq. Julio De Vido (insospechado de honesto), destinó cuatro millones y medio de pesos en el 2015 para un programa destinado a “fomentar el amor” .Ese importe fue destinado en su casi totalidad a las Universidades de San Martín, La Matanza, Tres de Febrero y la Tecnológica. Con esas sumas se beneficiaron los intelectuales y los artistas militantes. Parece que solo enfriaron su arrogante entusiasmo cuando vieron al ex Secretario de Estado y a la hija de la ex Presidenta con los millones de termo sellados. 

Una jueza federal de San Martín la Dra. Martina Forns dictó una disparatada sentencia sobre las tarifas eléctricas de todo el país. Si fuera poco por su cuenta mandó el expediente a la Corte Suprema en una suerte de per saltum al revés que horrorizaría a un estudiante que comenzara a leer derecho adjetivo. El Alto Tribunal no solo revocó su sentencia sino que –indignado- la mandó a estudiar derecho. Pero lo jueza se consideró una perseguida política. Ya lo dijo el filósofo: “Lo mismo un burro que un gran profesor…Los inmorales nos han igualado”

 

*Miembro del Club Político Argentino

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  • Juan Anselmo Bullrich en ENCUENTRO EN RAVENNA, A SETECIENTOS AÑOS DE LA MUERTE DE DANTE ALIGHIERI por Román Frondizi *
  • Juan Anselmo Bullrich en MEDITACIONES EN TIEMPOS DE PESTE Y CUARENTENA por Román Frondizi*
  • Enrique Bulit Goñi en MEDITACIONES EN TIEMPOS DE PESTE Y CUARENTENA por Román Frondizi*
  • Luis Clementi en MEDITACIONES EN TIEMPOS DE PESTE Y CUARENTENA por Román Frondizi*

SUMARIO mensual

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