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LA RENOVACIÓN REVISIONISTA por Arnoldo Siperman*

| 15 octubre, 2016

Artículo publicado en 20º aniversario. Museo del Holocausto. Buenos Aires Shoah Museum 1993-2013, pag. 16.

En una conferencia pronunciada en Londres, en 2007, la profesora Deborah Lipstadt puso en circulación el neologismo “soft-core” (núcleo blando), para referirse a una nueva modalidad de revisionismo.[1] No se trataba ya del cuestionamiento de la magnitud de la Shoah ni de sostener que su memoria es un cúmulo de falsedades. Que no habría habido exterminio, que las cámaras de gas serían el fruto imaginario de una conspiración judía y que ni siquiera habría habido una política concertada de muertes sistemáticamente planeadas y ejecutadas. Tal el discurso de aquellos –especialmente historiadores- a los que Pierre Vidal-Naquet calificara como “asesinos de la memoria”.

No obstante, el revisionismo blando no puede ser desvinculado de las expresiones más duras que lo precedieran; pero hay que atender a los matices de su enfoque. Aunque no rechaza la realidad histórica de los crímenes perpetrados por el nazismo contra los judíos, lo hace inscribiendo a la Shoah en el circuito general de las masacres que jalonan la historia, masacres que deberían enfocarse sociológicamente como el ejercicio de recursos al servicio del cambio social.[2] Al minimizar la especificidad racista que la preside, desdeñando la historia y la conversión que en el siglo XIX llevó de la judeofobia tradicional cristiana al antisemitismo antropológico configurado como plataforma política, esos desarrollos contribuyen a formas renovadas de antisemitismo. Incluso, pese a la convicción derechista de sus principales exponentes, a las cultivadas por sectores de izquierda, especialmente a partir de visiones relacionadas con los conflictos de Medio Oriente.

Algunos revisionistas “blandos” se ubican en la corriente general de revaloración del nazifascismo, especialmente los que siguen la línea argumental difundida por Ernst Nolte. Sostienen, además, que los judíos habrían sido en mayor medida víctima del antisemitismo europeo que del nazismo germano, como lo demostraría que sin la colaboración de franceses, húngaros, rumanos, belgas, croatas, letones y ucranios, entre otros, el Holocausto no hubiera sido posible.[3]

Esta versión actualizada y perturbadora del revisionismo manipulador de la memoria histórica, coloca el tema del Holocausto en un plano peculiar respecto de los parámetros morales comprometidos y del papel del pensamiento ilustrado en relación con estas cuestiones. Conviene mencionar entre sus defensores al teórico de la literatura, discípulo de Heidegger y profesor emérito de la universidad de Bielefeld Karl Heinz Bohrer (1932-…).[4] Este intelectual conservador fundamenta su euroescepticismo en que las diferentes culturas existentes en Europa serían demasiado grandes como para integrarse en un común proyecto europeo. Su argumentación conduce a un escenario continental en el que se reconozca una superioridad, aunque sea en la definición de políticas económicas y de criterios de organización social, implicando un centro de irradiación desplazado de Bruselas a Berlín.

Su propuesta es una reorientación de la conciencia histórica alemana hacia una “memoria de larga duración” en oposición a la fijación en una “memoria reciente” anclada moralmente en el tema del Holocausto. Implica oponerse a los proyectos que centran la memoria en los crímenes nazis, calificándolos peyorativamente de iluministas, para promover una “profundización” de la memoria histórica. Apunta a cambiar su eje, desplazándolo hacia la nostalgia de una grandeza alimentada por una historia que atienda, largamente, a los tiempos que lo precedieron. En ese contexto, la Shoah sería un accidente, sobre cuya dimensión histórica habría que regresar, pero en la perspectiva de una teoría normalizadora de las catástrofes. El efecto de esa teoría sería neutralizar sus especificidades y, en lo que atañe al Holocausto, restándole significado en la trama general de la conciencia nacional alemana. Jürgen Habermas, para quien es precisamente el Holocausto el acontecimiento cuya enormidad implica una bisagra en la conciencia histórica, a partir de cuyo reconocimiento se posibilita una construcción de la identidad alemana, ha denunciado, en esta particular forma de revisionismo, un nuevo populismo antieuropeo que propone eliminar capítulos enteros de memoria cultural e histórica.

El profesor norteamericano nacido alemán Hans Ulrich Gumbrecht (1948-…) ha adoptado, en parte, la posición de Bohrer. Cuando se produjo el ataque terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York, este académico de Stanford lo denominó “vergüenza de Manhattan”, sugiriendo un paralelo con la “vergüenza de Versailles” que, según el relato de los sectores antidemocráticos y antirrepublicanos alemanes, justificó la reacción política y militar que habría de fructificar en el Reich nazi. Como lo ha puntualizado Jan Assmann, este “neopatriota” denigraba toda actitud prudente respecto al acontecimiento en cuestión, calificándola de “lloriqueo liberal”.[5] Según esa línea de pensamiento, el Holocausto y el atentado del 11 de septiembre de 2001, participan de análoga calificación: son catástrofes. En el marco de esa teoría, que considera las matanzas, desde las Cruzadas hasta la de Nueva York, como momentos de una fenomenología de lo catastrófico, la persistencia en la memoria del Holocausto deviene lloriqueo de iluministas trasnochados y, eventualmente, un vulgar argumento político. La fijación de la conciencia nacional teniendo al Holocausto como núcleo configura un proyecto que Gumbrecht descalifica.[6]

Estos enfoques fueron replicados, en Brasil, por el profesor de la universidad de Campinas Marcio Seligmann-Silva.[7] Para este último, el Holocausto no constituye tema legítimo de debates intelectuales. Esos falsos debates conducen, simplemente, al encubrimiento; no por la vía tradicional de cuestionar su existencia o magnitud sino en tanto habilitan un discurso de inevitabilidad y de disolución en una temporalidad jalonada por la crueldad y la masacre.

En esa línea crítica, el escritor alemán Manfred Osten (1952-….) ha centrado su atención en una “historia del olvido” como parte de la historia de la cultura, relacionando sus facetas actuales con el proceso de digitalización que caracteriza a nuestro tiempo. La relegación de la memoria a los ordenadores y a las bases de datos conduce a desprenderse de la carga del recuerdo a cambio de una acelerada obtención de competencias de futuro. Constituye una declinación de la memoria cultural, en términos, agrego, que contribuyen a presentar a la Shoah como una masacre entre otras tantas. Al aceptarse la expansión de la tiranía digital al orden de la vida, se pierde la posibilidad de penetrarse el sentido de su especificidad.[8] La consecuencia es la asignación de potencia legitimadora a lo fáctico y su correspondiente neutralización moral.

Conviene llamar la atención sobre algunos aspectos de estas líneas de pensamiento. En primer lugar, señalar los riesgos de una apresurada desestimación de la herencia ilustrada. Luego, poner en evidencia el modo en que esas reflexiones oscurecen la presencia de los devaneos pasatistas, caros a la mística del Volk y a la ensoñación wagneriana, inseparables del antisemitismo nazi. Puntualizar, además, lo que está implicado en una impregnación tecnificada de la memoria. Finalmente, señalar que, en ese contexto, desplazar a la Shoah de su lugar específico en la historia ubicándola como una matanza más en la correntada de una historia que parece no tener actores definidos, lleva consigo un elogio de la violencia autosatisfactoria. De ahí a una aceptación de la crueldad como estrategia existencial la distancia es corta. Es mucho lo que hay para decir a estos respectos. Entre otras cosas, que algunas máscaras cayeron: Martin Hohmann ha caracterizado a los judíos como “pueblo victimario”, versión puesta al día, nada “blanda” por cierto, de los más arraigados prejuicios.[9]

Renovado revisionismo, acompañando al actual recrudecimiento del antisemitismo europeo. Y nuevas imágenes, como un eco visual: Erich Priebke paseando su prisión perpetua por las soleadas calles de Roma.

* ARNOLDO SIPERMAN, Abogado, Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (1958), Profesor en las Facultades de Derecho y de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Profesor, Jefe de Departamento y Vicerrector del Colegio Nacional de Buenos Aires (Universidad de Buenos Aires). Director de publicaciones universitarias, jurado de concursos, miembro del Consejo Superior Universitario (1960/61). Autor de numerosos artículos, monografías y varios libros. Los más recientes:  Una apuesta por la libertad. Isaiah Berlin y el pensamiento trágico, Ed. De la Flor (2000) El imperio de la ley. Política y legalidad en la crisis contemporánea (2002) Ideología. Una introducción (2003) Pensamiento trágico y democracia (2003), El drama y la nostalgia. Racismo político, Wagner y la memoria reaccionaria, Buenos Aires, Ed. Leviatán, 2005 y La ley romana y el mundo moderno. Juristas, científicos y una historia de la verdad, Ed. Biblos (2009).

 

[1] Sus principales obras dedicadas al tema: Denying the Holocaust. The Growing Assault on Truth and Memory, Penguin, Nva York, 1994, la más amplia y comprensiva; History on Trial: My Day in Court with David Irving, de 2005 y The Eichmann Trial, Schoken, Nva York, 2011. Las ediciones que cito son las tenidas en cuenta en este trabajo.

 

[2] ¿Qué idea debería uno formarse del “cambio social” para considerar como sus agentes  a la SS, a los Fasci di Combattimento, a los jihadistas o a la Mazorca?

 

[3]  Ese hecho es innegable. Las deportaciones en gran escala comprometen la conciencia moral en casi todos los países de Europa; y también las matanzas in situ. Por citar un par de ejemplos puntuales: el asesinato de judíos ejecutado por población polaca en Jedwabne (bajo el condescendiente amparo de tropas alemanas) en 1941, y el pogromo perpetrado en Polonia en 1946, ya terminada la guerra. Pero ese anclaje histórico carece de aptitud exculpatoria. Subraya la potencia expansiva del nazismo, afincado en estructuras nacionales infectadas de antisemitismo, que poco vacilaron en la colaboración con los asesinos; pero no absuelve a nadie de los crímenes cometidos.

[4] Difunde sus ideas especialmente por medio de la revista Merkur.

[5] Jan Assmann, Aprender de las catástrofes. Porqué es importante para el futuro el análisis y la elaboración psíquica y crítica del atentado, en Kulturchronik nº 6,  2001, publicación del Goethe Institut, Bonn, 2001, pag. 16. Traduce un artículo publicado en el Allgemeine Frankfurter Zeitung. El autor es profesor de la Universidad de Heidelberg.

 

[6] Tal como lo sería el lamento democrático sobre las ruinas políticas de Weimar. Los puntos de vista de Hans Ulrich Gumbrecht, fueron publicados como El Holocausto y la Conciencia Alemana”, en +Mais!, Sao Paulo, 25.11.2001.

 

[7] Marcio Seligmann-Silva, en la revista + Mais!, Sao Paulo, 16.12.2001, artículo a su vez respondido por Gumbrecht.  

 

[8] Véase Manfred Osten,  La memoria robada, Ed Siruela, Madrid, 2008, esp. pag 49.

 

[9] Véase La vigencia de los prejuicios: Wolfgang Benz compara el nuevo y el viejo antisemitismo, en Kulturjournal, publicación del Goethe-Institut, Munich, nº 2 2005, pag. 28, comentario al libro de Benz Was ist Antisemitismus? Ed. Beck, 2004. La definición de Hohmann de los judíos como “pueblo perpetrador” fue expresada en un discurso como parlamentario alemán en octubre de 2003, en base a dos pretextos: impugnar la tesis desplegada por Daniel Goldhagen en su libro Los verdugos voluntarios de Hitler y adjudicar a los judíos la responsabilidad central en la revolución bolchevique.

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ACUMULACIÓN Y FRAGILIDAD DE LAS LUCHAS SOCIALES por Maristella Svampa*

| 8 octubre, 2016

El nuevo desborde plebeyo

Las medidas tomadas por el gobierno de Macri en sus primeros meses apuntan a un ajuste con mayor marginalidad y exclusión en el horizonte. En ese marco, vuelven a asomar las organizaciones territoriales surgidas en los años 90, que a pesar de su experiencia de lucha enfrentan serios problemas no resueltos durante el kirchnerismo

En nueve meses de gestión, el gobierno de Macri evidencia rupturas pero también continuidades respecto de la gestión saliente. Empecemos por las rupturas: hasta el 10 de diciembre de 2015, la Argentina estuvo gobernada por un progresismo que podríamos caracterizar como un populismo de alta intensidad, marcado por la concentración del poder político en el ejecutivo, el sobreprotagonismo de ciertos sectores de clases medias y, por último, la subalternización –por diferentes vías- de amplias franjas de los sectores populares. La alternancia político-electoral implicó el pasaje hacia un escenario post-progresista, liderado por una derecha aperturista, con fuerte presencia de funcionarios que componen la elite empresarial, que ha ido implementando una política de ajuste o “sinceramiento” (de la inflación, de las tarifas de los servicios básicos, del valor dólar, del pago a los holdouts, entre otros), que favorece a los sectores más concentrados de la sociedad.

Ahora bien, es indudable que el gobierno anterior dejó como herencia problemas profundos, entre los cuales se destacan el deterioro de los índices macroeconómicos, acompañado de medidas que acentuaron los desequilibrios (financieros, fiscales). Sin embargo, lejos de las promesas de “pobreza cero” de la campaña electoral, los caminos elegidos por Mauricio Macri apuntaron a realizar un ajuste tradicional, que golpeó duramente a los sectores más vulnerables, tal como lo muestran el modo en cómo buscaron implementarse los ajustes de las tarifas de servicios, signado por la mala praxis y el escaso registro por parte del nuevo oficialismo de la diversidad social, regional y geográfica del país. Así, al compás de estas medidas, una proyección del Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) para los primeros meses de gobierno informaba del incremento de un millón y medio de pobres como consecuencia de las políticas implementadas, lo que sumaría ya 13 millones de pobres.[1]

En consecuencia, por el momento el espacio político del oficialismo es estrecho en términos de alianzas sociales, pues no queda claro –no estamos frente a una gestión consolidada – sobre qué sectores, además del bloque empresarial dominante-, se apoyará el nuevo gobierno y qué estrategias y dispositivos de resubalternización implementará, en un contexto de ajuste, tanto respecto de las clases medias, que hoy ven amenazada la inclusión por el consumo (garantizada por el gobierno anterior); como respecto de las clases populares, ante las cuales parece ampliarse de modo vertiginoso el horizonte de la marginalidad y la exclusión.

Rupturas y continuidades

En cuanto a la doble dinámica del capital (no sólo respecto de la contradicción capital-trabajo, sino de la relación capital-naturaleza, es claro que el gobierno actual empeora la relación de asimetría del trabajo frente al capital, fortaleciendo la opción por los mercados, y perjudicando así a distintas franjas de trabajadores de las clases medias y sobre todo, de trabajadores de los sectores populares. Al mismo tiempo, respecto de la relación capital-naturaleza se perciben continuidades, pues el nuevo oficialismo apuesta a profundizar la comoditización de la naturaleza por la vía de la expansión del extractivismo (agronegocios, megamineria, fracking, represas, urbanismo neoliberal), consolidando así la brecha socio-ambiental abierta durante el ciclo anterior.

En consecuencia, el escenario post-progresista indica una mayor conflictividad. En esta línea el conflicto sindical viene manifestándose en todas sus aristas y variantes (protestas puntuales, huelgas en el ámbito privado y público, movilizaciones generales de las diferentes corrientes sindicales), en un  contexto –sobre todo en las provincias- de sucesivas represiones y encarcelamiento de activistas.

Así, el post-progresismo facilitaría un contexto de “unidad en la lucha”, más allá de las heridas políticas abiertas durante el período kirchnerista, tal como lo muestran las dos CTA (de los Trabajadores, liderada por Hugo Yasky, y Autónoma, por Pablo Micheli), que han realizado conjuntamente varias movilizaciones, tanto para repudiar los hechos de represión y criminalización (especialmente la encarcelación de la dirigente social Milagro Salas), así como el Veto presidencial a la ley de emergencia ocupacional, conocida como ley antidespido.

Por otro lado, las tres CGT existentes realizaron el 22 de agosto un congreso de reunificación para garantizar una transición por la vía de un triunvirato, luego del alejamiento de Hugo Moyano. Pese al gran malestar que existe en las bases, las negociaciones abiertas con el gobierno de Macri colocan dudas sobre el interés de algunos jefes sindicales ligados a las CGT en apelar a la pura lógica de movilización, previendo la ingobernabilidad que esto podría conllevar en el marco del nuevo gobierno, que además de no estar consolidado, no cuenta con mayoría parlamentaria.

Por otra parte, respecto del extractivismo, el gobierno de Macri avanzó sobre varios frentes, aunque sin discursos vergonzantes. Así, eliminó las retenciones a la minería y disminuyó las de la soja, transfirió la secretaría de minería al nuevo Ministerio de Energía y Minería, a cargo del ex CEO de Shell, creó un Ministerio del Ambiente, donde nombró alguien que confiesa no saber nada del tema, pero que recorre el país defendiendo la megaminería. Asimismo continúa con el subsidio a las petroleras y pese al fallo de la justicia, se niega a publicar el convenio entre YPF y Chevron, al tiempo que promete un plan energético que impulsaría la diversificación de la matriz energética (eólica), aunque sin cambios en el sistema energético.

Por último, el gobierno suele hablar del “cambio climático” y de “participación ciudadana”, aunque en realidad la narrativa del cuidado del ambiente es una fórmula vacía, ligada a una cultura del marketing y unos pocos slogans efectistas, más que a una propuesta de discusión integral sobre las consecuencias socio-ambientales, culturales y políticas, de los actuales modelos de desarrollo.[2] Un ejemplo ilustrativo es lo que sucede en Jáchal, San Juan, donde la vía judicial y la institucional han sido bloqueadas: por un lado, por orden de la Suprema Corte de Justicia de la nación, la causa contra la empresa Barrick por el derrame de cianuro sucedido en septiembre de 2015, fue oportunamente desviada a la complaciente Justicia de la provincia. Por otro lado, por presión de los sectores mineros y del propio gobernador, se impidió dar vía libre a la consulta ciudadana que reclama la población. En fin, el nuevo oficialismo y sus aliados repiten y empeoran la historia legada por el progresismo kirchnerista, cerrando incluso las vías de la institucionalidad a los reclamos socioambientales más urgentes de las poblaciones.

Pese a la adversidad, en el frente socioambiental hay que destacar la acumulación organizativa producto de las resistencias durante la década kirchnerista, traducida en la consolidación de numerosos colectivos asamblearios y en la visibilización de los reclamos territoriales de los pueblos originarios, frente al avance de las fronteras del extractivismo y del acaparamiento de tierras. Aunque son conflictos que suelen situarse en la periferia (respecto de los conflictos sindicales, de carácter más central), su ingreso a la agenda nacional, siempre transitorio y fugaz, tiende a ser más relevante que en los años anteriores.

Algunos triunfos, como el de la suspensión definitiva de la construcción de la Planta de semillas en la localidad de Malvinas, por parte de Monsanto, en Córdoba, tienen como contracara el avance de una Ley de semillas en el Congreso, donde lo que está en juego parece ser la cuestión del patentamiento (que enfrenta a corporaciones locales con Monsanto) y no el paquete tecnológico (transgénicos más glifosato), desestimando las graves denuncias en cuanto a los impactos socio-sanitarios del modelo de agronegocios. Por último, en un marco de empobrecimiento y de temor a la recesión, existe el peligro -o la tentación- de asistir a un contexto de unidimensionalización de las resistencias, aún si en la actualidad se registra una conexión mayor entre ambas líneas de acumulación, la sindical-urbana y la socio-ambiental, esto es, entre centros y periferias, respecto de la conflictividad social.

El mensaje de los barrios

Lo más notorio del escenario post-progresista es el creciente protagonismo de las organizaciones socioterritoriales, asociadas a la demandas de paz, pan, techo y trabajo. La movilización multitudinaria del pasado 7 de agosto, el día de San Cayetano, desde Liniers hasta Plaza de Mayo, marca el retorno de los barrios a la política nacional, luego de una década de subalternización, bajo el modelo kirchnerista, que había logrado el control sobre diferentes organizaciones territoriales, gracias la combinación entre planes sociales, clientelismo afectivo y oportunidades de consumo.

Probablemente estemos frente a un nuevo desborde plebeyo, que viene de la mano de organizaciones de raigambre piquetera, como la Corriente Clasista y Combativa (CCC),  Barrios de Pie  (Libres del Sur) y la heterogénea Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), un nuevo espacio conformado en 2015, que es un reagrupamiento de movimientos sociales territoriales, con fuerte presencia del Movimiento Evita (que abandonó recientemente el espacio kirchnerista), de empresas recuperadas, campesinos, cartoneros y otras organizaciones territoriales urbanas.

Sin embargo, este (nuevo) desborde de los barrios pone en evidencia otros problemas, puntos ciegos no tratados durante el ciclo kirchnerista, que dejan en evidencia la fragilidad actual del mundo popular. Así, el desborde popular viene a alertar sobre los alcances del narcotráfico en los barrios y su capilaridad, a través de la captación de los más jóvenes, que terminan siendo carne de cañón.[3] En realidad, hace varios años que diferentes organizaciones sociales  (sobre todo no kirchneristas) vienen denunciando la disputa cada vez más asimétrica en los barrios, a raíz de la expansión de bandas de narcotráfico y redes delictivas, que van desplazando –por la vía de la amenaza y la acción violenta-  a las organizaciones sociales.

Por ello no es casual la presencia de la iglesia católica (con sus curas villeros, alentados por el Papa Francisco), en esta lucha desigual por el control territorial, donde lo que está en juego es la reconfiguración de las subjetividades populares. En suma, las organizaciones territoriales que vuelven a asomar con su potencia plebeya en el espacio político nacional, no son sólo fruto de la acumulación; expresión de una interpelación al Estado frente al hambre y la amenaza de desocupación, sino también una lucha agónica de cara al narcotráfico, el cual sin dudas echaría más raíces en un contexto de mayor empobrecimiento.

A este panorama social, cabe agregar otros elementos, pues contrariamente a lo esperable, tampoco hubo una despolarización del campo político. En realidad, el gobierno de Cambiemos exacerbó la brecha, a través de la implementación de una política de revancha, con despidos que alcanzaron áreas relevantes del Estado e involucran personal de planta y del desmantelamiento de diferentes programas sociales y de inclusión cultural.

Por otro lado, lejos de la autocrítica, pese a los casos de corrupción probados que involucran importantes exfuncionarios, las reacciones del kirchnerismo van también en el sentido de la profundización de la brecha. La tentativa, por parte de un kirchnerismo militante de clases medias urbanas identificado con el modelo progresista anterior, de seguir hegemonizando ciertos aspectos de las luchas (a través de los “ruidazos” contra el tarifazo y las movilizaciones a favor de la expresidenta) se repiten, aun si su conexión con el mundo sindical y el universo deteriorado de los sectores populares plebeyos es casi nulo.

¿Hacia una nueva sociedad excluyente?

En mi opinión, la ruptura introducida por el gobierno de Cambiemos no significa una vuelta lineal al neoliberalismo, pero tanto el aumento acelerado de la pobreza como el ingreso a un escenario más desigualador, han reactivado el fantasma de la polarización social, propio de los años 90. Hay que tener en cuenta que el ciclo kirchnerista se caracterizó por una mejora material en los sectores medios y populares, las cuales habrían marcado una reversión de las tendencias propias de los años 90, según afirma Gabriel Kessler[4].

Ciertamente, en los últimos 15 años se registró un fortalecimiento de las clases medias, a partir del aumento de la ocupación, del incremento de los salarios y la recuperación del consumo. Hay que tener en cuenta que históricamente las clases medias (urbanas), más allá de su heterogeneidad social, han jugado un rol central en la configuración de un imaginario acerca de la excepcionalidad argentina, como “un país más homogéneo, más igualitario”, respecto de otros países latinoamericanos, más marcados por la distancia social o las grandes desigualdades.

Sin embargo, esta representación se quebró durante la década de los 90. Provistas de un importante capital cultural, pero debilitadas en términos de capital económico y aspiraciones sociales, las clases medias fueron grandes protagonistas de las movilizaciones sociales que durante 2001 y 2002 derribaron o pusieron en jaque a varios gobiernos. Por ello mismo, durante la posconvertibilidad y con el ingreso al Consenso de los Commodities, el mejoramiento de sus posiciones económicas y el acceso al consumo no se vivió, como afirma nuevamente Kessler, como una suerte de “democratización” -como si sucedió en otros países, por ejemplo, en Brasil-, sino como la “recuperación” de un estándar de vida y de patrones de consumo, perdidos en la década anterior.

En esta línea, una segunda transformación asociada al kirchnerismo fue el mejoramiento de la situación de los trabajadores formales, gracias al crecimiento económico y la generación de empleo. Asimismo, hubo  una reducción de sectores marginales y grupos no calificados respecto del período anterior, aunque el trabajo en negro se mantuvo en el 30%. Nuevamente, hay que tener en cuenta lo sucedido en el período anterior, cuando amplios sectores de la clase trabajadora urbana sufrieron un proceso de descolectivización y pasaron a engrosar el proletariado marginal (trabajadores informales o precarizados) o simplemente quedaron desempleados. La descolectivización masiva estuvo en el origen de una serie de movimientos de desocupados (piqueteros), que entre 1997 y 2004, se constituyó en el gran actor social del conflicto en la Argentina, realizando cortes de ruta en todo el país y reorganizando el tejido social en los barrios populares.

Por último, respecto de los sectores altos de la sociedad, hay que decir que éstos también mejoraron sus posiciones durante el kirchnerismo. Claro que hubo modificaciones, entre las cuales hay que consignar cuatro fundamentales. Primero, hubo un desplazamiento del capital financiero (típico de los 90), hacia el capital productivo y extractivo (oportunidades que abría la reactivación de la industria, nuevo capitalismo agrario y expansión de las fronteras del extractivismo). Segundo, hubo una acentuación de la concentración y extranjerización de la economía, el cual se fortaleció a partir de 2004, con la reactivación del mercado interno, dominado por oligopolios, y se vio potenciado por la extranjerización en las actividades extractivas (petróleo, megaminería). Así, en la actualidad el perfil de la cúpula empresarial se destaca por la notoria presencia de firmas extranjeras.

Tercero, luego de la crisis de 2001-2002, y durante los primeros años del kirchnerismo, los sectores dominantes optaron por adoptar una estrategia de “bajo perfil”. Sin embargo, a partir de 2004, la reactivación del consumo y la inversión repercutió en un afianzamiento del estilo de vida ligado a la segregación espacial (urbanizaciones privadas) y los consumos de lujo. Así, con el “retorno a la normalidad”, las clases altas volvieron a recuperar la confianza de clase, que había sido amenazada con la crisis y el default. Cuarto, el período se caracteriza por la expansión del nuevo paradigma agrario (agronegocios), el cual ilustra la emergencia de un nuevo perfil empresarial, cuya fusión con la vieja oligarquía agraria se haría ostensible, en la medida en que el modelo de agronegocios fuera afirmándose como hegemónico.

En consecuencia, el ciclo kirchnerista se caracterizó por una mejora material en las condiciones de trabajo, ingreso y consumo de los sectores subalternos, al menos, entre 2006 y 2011, época a partir de la cual el sostenido aumento de la inflación, el estancamiento en la creación de empleo privado, así como las políticas económicas implementadas potenciaron la crisis económica y trajeron como consecuencia, sobre todo en relación a los sectores populares, una licuación de las mejoras logradas. Por último, en sintonía con los últimos estudios sobre desigualdad en la región, es necesario relativizar las afirmaciones triunfalistas acerca de la reducción de los niveles de desigualdad operadas durante la década progresista. Al contrario de lo que se venía afirmando que América Latina era la única región del mundo donde habría disminuido la desigualdad, investigaciones recientes -centradas en las declaraciones fiscales de las capas más ricas de la población-, muestran que, al compás de la disminución de la pobreza, la región ha conocido una concentración mayor de la riqueza.[5]

En suma, en muy poco tiempo el giro a la derecha logró reavivar uno de los traumas sociales más dolorosos que recorre la sociedad argentina, sobre todo desde los años 90, a saber, el fantasma del “retroceso social” (desempleo, descolectivización, movilización social descendente) en sectores populares y ciertos sectores medios. Pero el punto de partida no es, como busca alimentar cierta mirada ingenua y mistificada sobre la década kirchnerista, el abandono de un “país igualitario” (el “mundo feliz peronista”), pues la reducción de la pobreza no fue acompañada por la disminución de las desigualdades.

Finalmente, debemos ser conscientes que el retorno de la polarización social y la movilidad social descendente, en un contexto de por sí tan amenazante y complejo para el mundo popular, donde se potencian narcotráfico, violencia y exclusión, instala la posibilidad del ingreso –no ya el retorno- a una situación de intemperie donde podrían forjarse los marcos de una nueva sociedad excluyente.

[1] http://www.uca.edu.ar/uca/common/grupo68/files/2016-Obs-Informe-n1-Pobreza-Desigualdad-Ingresos-Argentina-Urbana.pdf. El nuevo informe, de agosto de 2016, señala el aumento de “nuevos pobres”como un “dato preocupante que no dejó de ser una estimación conservadora”.http://www.lanacion.com.ar/1927350-para-la-uca-crece-la-cantidad-de-nuevos-pobres.

[2] La problemática de la matriz debe ser entendida en el marco del sistema energético, el cual se caracteriza por su multidimensionalidad. Así, un modelo energético superador requiere no solo diversificación de la matriz, sino, entre otras cuestiones, descentralización y regionalización de la generación, transporte y consumo de la energía, así como el creciente control comunitario del sistema energético. Véase de Pablo Bertinat, “Otra energía es posible”, enhttp://www.enredando.org.ar/2013/07/29/no-podemos-discutir-politicas-energeticas-sin-discutir-el-modelo-de-desarrollo/

[3] Véase las interesantes reflexiones de Rita Segato sobre la estatalidad, ligada no sólo a la violencia sobre las mujeres, sino a la relación territorialidad-narcotráfico. Las nuevas formas de las violencia y el cuerpo de las mujeres, Ediciones Tinta Limón, 2014.

[4] Gabriel Kessler, La sociedad Argentina hoy. Radiografìa de una nueva estructura, (comp.) Buenos Aires, 2016, Siglo XXI-Osde.

[5] Véase el número especial de Nueva Sociedad, sobre todo el artículo del economista Pierre Salama, “¿Se redujo la desigualdad en América Latina? Notas sobre una ilusión”, 2015;http://nuso.org/articulo/se-redujo-la-desigualdad-en-america-latina/.

                                              

                                                           Septiembre de 2016

*Es socióloga, escritora e investigadora.  Es Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y Doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París. Es investigadora Principal del Conicet y Profesora Titular de la Universidad Nacional de La Plata. Es Coordinadora del Grupo de Estudios Críticos del Desarrollo (GECD) y miembro del colectivo de intelectuales Plataforma 2012.

 

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LA ÉTICA VERSÁTIL DE LA POLITICA por Alberto Medina Méndez*

| 8 octubre, 2016

 

Muchos dirigentes políticos se ofenden cuando se sienten criticados por la actividad que han elegido como profesión. Sostienen que la generalización es siempre una injusticia y en eso probablemente tengan un poco de razón.

Algunos personajes de ese ambiente encajan perfectamente en la descripción universal, pero otros intentan salir de la matriz habitual. Pocos lo consiguen pero es cierto que existen unas pocas excepciones a la regla.

El problema de fondo está vinculado a los antecedentes de la clase política. El descrédito no es producto de una campaña de ensañamiento contra los dirigentes, sino de una percepción de la sociedad, siempre subjetiva, que observa múltiples conductas impropias en los líderes convencionales.

Historias de corrupción y despilfarros, de abuso de poder y soberbia, de inadmisibles posturas reiteradas hasta el cansancio, de manipulaciones perversas e intrigas infinitas. La lista de indeseables comportamientos es demasiado extensa y la gente los identifica de este inconfundible modo.

El que está fuera del poder, el opositor de turno, intentará diferenciarse al máximo señalando con dureza a los que gobiernan, mostrándolos como seres maliciosos dignos del más absoluto repudio popular.

Es interesante analizar esto en perspectiva porque un instante de la política contemporánea no alcanza a exhibir con realismo esa dinámica cambiante en la que los actores mutan sus roles y quienes gobiernan dejan el poder en manos de los que hasta hace poco estaban en la vereda de enfrente.

Es allí cuando la moral con mayúsculas entra en escena con contundencia. Se observa claramente como los paradigmas terminan girando, como los valores se deterioran y lo que hasta ayer era cierto, ahora deja de serlo.

Los que eran poderosos y cometieron todo tipo de desmadres ahora pretenden que sus adversarios sean transparentes, inmaculados, que rindan cuentas y cumplimenten todas las normativas, esas mismas que ellos pisotearon vulnerándolas durante años sin descaro, ni pudor alguno.

Los flamantes triunfadores ya no pueden ampararse en sus acostumbradas críticas despiadadas. Ahora les toca ser protagonistas y tomar la iniciativa a diario. Ya no alcanzan los rimbombantes discursos desde la cómoda postura de observadores circunstanciales analizando todo cruelmente, buscando siempre los errores ajenos y siendo punzantes en sus consideraciones.

Es tiempo de realizaciones, de lidiar con la realidad, de hacer lo que prometieron, de tomar determinaciones con coraje superando obstáculos y dejando de lado los inconvenientes que inexorablemente aparecen.

Lo curioso es observar como ese nuevo oficialismo ahora naturaliza lo incorrecto. Lo que antes estaba mal ahora parece estar bien. Lo que en el pasado configuraba un atropello ahora emana del mandato de la sociedad.

Cuando eran minoría, reclamaban respeto por las opiniones ajenas, tildando de antidemocráticos a los que les refregaban los fríos números electorales. Hoy son ellos los que cuentan con ese respaldo y no les parece tan mal ufanarse de ese apoyo coyuntural para avalar cualquiera de sus decisiones.

Hasta hace poco derrochar recursos de los contribuyentes les parecía inapropiado. En el ejercicio de gobernar esos dineros han tomado otra entidad y ahora les parece lógico malgastarlos en cuestiones personales, gestiones privadas y hasta familiares haciendo que lo paguen los ciudadanos, como si de pronto se hubiera convertido en algo legítimo.

Convivir con la ineficacia, la informalidad y el despilfarro ha pasado a ser un hábito y ahora que están en el gobierno, esas cuestiones ya no molestan como antes. Es como si los parámetros hubieran mutado velozmente.

El modo de hacer política sigue siendo muy parecido. Utilizar los recursos del Estado para hacer proselitismo, financiar la acción partidaria desde las arcas públicas es moneda corriente. Sostienen ahora que en el pasado los otros lo hacían y que no existe razón alguna para no continuar con ese esquema. Ese argumento no convierte mágicamente lo inmoral en justo.

Amedrentar adversarios, comprar voluntades con dádivas, hacer favores políticos designando amigos en cargos públicos, obtener dudosos apoyos parlamentarios a cambio de transferencias de recursos para jurisdicciones de otro signo político, siguen siendo parte del patético paisaje.

Es importante comprender que la moralidad de las decisiones no se debe medir según el lado del mostrador en el que se está operando. Esa circunstancia no lo describe. En todo caso justamente son sus actitudes cuando detenta el poder las que mejor explican su verdadera naturaleza.

Por mucho que se molesten algunos dirigentes y también sus partidarios, no alcanza con hacer ciertas cosas bien. No tiene que ver con la eficacia de la gestión y sus eventuales resultados efectivos. La integridad de un líder político no depende ni del éxito, ni del fracaso de sus políticas públicas.

Si realmente se quiere jerarquizar la actividad política es tiempo de que los que la ejercen muestren señales inconfundibles con sus comportamientos cotidianos. Si quieren ser respetados tendrán que hacer un esfuerzo mayor y proceder en consecuencia priorizando los valores apropiados.

Hasta ahora, lo que se logra identificar fácilmente es una sinuosa actitud, una zigzagueante conducta, una cuestionable impronta que confirma un rumbo con una larga y deplorable tradición, cuya característica principal sigue siendo la ética versátil de la política.
 

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013

 

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LA DEGRADACION DE LA PALABRA  por Silvia Cornejo*

| 8 octubre, 2016

 

Introducción

Es necesaria la palabra ya que es el eje de nuestros compromisos afectivos, políticos y sociales.

El pensamiento reflexivo y crítico que sustenta la palabra, ha sufrido cambios desde que la Cultura Clásica  fue reemplazada por la Cultura del Simulacro. En la misma existe una tergiversación engañosa de la realidad, de las ideas, del comportamiento perdiéndose el objetivo de arribar a una verdad posible.

Esto ha perjudicado el aparato psíquico del sujeto creando escisiones  que no le permiten una adecuada  percepción de la realidad, el acceso a su  universo simbólico y a una educación mediante la cual pueda adquirir conocimientos para así transformarse en sujeto hacedor de cultura.”

La palabra es el eje fundamental de nuestra vida de relación. De palabras están hechos nuestros compromisos afectivos, políticos, sociales.

La palabra es un dispositivo de poder eficaz. Si ese don de la palabra instauró con el hombre el universo simbólico, podemos ser partícipes de aquellos valores que, hoy como siempre, deberían sostener cualquier práctica humana. Pero en el presente su capacidad de asombro se ve hiperrealizada en prácticas redimensionadas por una cultura globalizada, donde se asiste a nuevas  organización donde se alteran los conceptos tradicionales de lo correcto e incorrecto, lo verdadero lo falso. Se enfrenta a un mundo caótico donde el pensamiento reflexivo y crítico ha sufrido cambios por lo disruptivo de los tiempos.

                                              (Cohen Agrest. Diana,19)

Se van diluyendo conceptos como historia, sujeto, verdad y aparece un reemplazo de lo real por lo hiperreal que es lo que define la cultura del simulacro. La simulación es la generación por los modelos, de algo real sin origen ni realidad, es lo que se denomina hiperrealidad. El territorio de un imperio por ejemplo, no precede un mapa ni le sobrevive sino que el mapa termina precediendo al territorio. Lo único que tal vez subsista es el concepto de imperio y los actuales simulacros intentan hacer coincidir todo lo real con sus modelos de simulación. Se esfumó la diferencia entre mapa y territorio, liquidándose los referentes en la era de la simulación. Pero es la diferencia la que produce simultáneamente la poesía del mapa y el embrujo del territorio, la magia del concepto y el hechizo de lo real

El ruido que se genera desde distintos ámbitos mediáticos, políticos, culturales, nos impide ver que vivimos en una realidad simulada.

Cultura del simulacro

La cultura así denominada refiere a una hiperrealidad obscena, pornográfica que lo transparenta todo, donde se ha eliminado el secreto y con ello transformando la seducción y el erotismo en una transparencia inaudita en una sociedad de masas manipulada en cualquier dominio político, psicológico, biológico, informativo. Se evidencia, especialmente a través de los mass media que nos impiden ver que vivimos en la realidad simulada, tal como se hace evidente en los hiperreality shows de esta época. Las personas no miran la televisión, finalmente la Televisión las mira, las manipula mutando lo real en hiperreal. Es el espectáculo, la inmanencia de lo ritual, contra la trascendencia de la idea. Esto resiste a la comunicación social para transformarse en una dimensión de lo irracional, fascinación de lo espectacular donde no hay preocupación por la verdad social, histórica, psicológica frente a una aniquilación de la cultura del saber, del poder, de lo social.

Aparición de una masa silenciosa a la que se la somete a sondeos, tests, referéndums, estadísticas, dispositivos ellos que no responden a una dimensión representativa sino simulativa que apunta a un modelo y no a un referente. Es un mundo donde no hay objeto real sino flujo de signos que no expresan ideas, que no son considerados medios de comunicación sino que están destinados a manipular; de esta manera se produce el fin del proceso político, de lo social, de la relación social. Sólo aparece una inyección de información que promueve más masa inerte a la que Jean Baudrillard (1978,127) denomina masa silenciosa. Sociedad donde existe mayor producción de consumidores, de demanda que de mercancías.

La Sociedad de la simulación es radicalmente diferente a la Sociedad Clásica, caracterizada por el sentido de lo social, por la estructura dialéctica (sitio para las contradicciones), por la existencia de dos polos: significante y significado, representaciones, simbolismo, noción de sujeto, ecuaciones políticas, exigencia crítica del mensaje, del sentido y de todas las categorías de lo lingüístico.

En el simulacro todo esto es trastocado en una anulación del proceso de la verdad en la manera de transmitir los mensajes, que ya no tiene que ver con el capital ni lo social sino con un ser sin razón, sin conciencia y sin inconsciente.

Es una ilusión de sentido a través de la fascinación que se prefiere a la exigencia crítica del mensaje, que sí tiene un sentido. No hay por lo tanto compromiso político ni histórico de las masas sino una cotidianeidad, un presente consumista donde el valor signo reemplaza al valor de uso. El consumo pasa a ser de esta manera una dimensión de prestigio, de afán de simulación que excede el valor de uso.

El conformismo hiperreal se opone a la participación social, a la revolución, a la lucha política, a las instituciones. La política se reemplaza por el rito. Se recurre a la liturgia, al culto y a la iconografía para lograr una creencia que se transforme en relato, donde se exaltan; la ideología de la sangre y de la tierra, la obsesión por el pueblo y el culto a la personalidad. 

En el simulacro, espacio de forclusión, se produce un proceso implosivo donde lo social es reabsorbido, disgregado, involucionado sin pensamiento constructivo de lo social. Opuesto a un proceso explosivo que implica un cambio, una transformación.

Usos del lenguaje en la cultura del simulacro.

En la estructura del lenguaje se puede observar un fenómeno denominado “bullshit”,

Una de las características de esta cultura es la reiterada presencia del mismo.

Se podría definir a este fenómeno como palabrería, charlatanería, discurso vacío sin sustancia ni  contenido: palabras vacías que aluden a un relato que es diferente a la cosa en sí misma, al hecho real. Su objetivo principal no es transmitir una creencia sino que su intención principal es dar a la audiencia una impresión falsa de lo que está sucediendo.

En este fenómeno no se miente porque la intención no es qué piensa la audiencia, en el caso del orador, sino lo que se pretende es que las afirmaciones que realiza, transmitan cierta impresión de sí mismo. Lo que importa en definitiva es lo que la gente piense de él y así satisfacer sus propios objetivos. En este sentido en la obra “On bullshit”, Harry Frankfurt

(2006-25,26,27) menciona una situación donde un orador de un 4 de julio (conmemoración del día de la Independencia de Estados Unidos), con grandilocuencia se refiere a “nuestro bendito y gran país, cuyos Padres Fundadores bajo la guía divina crearon un nuevo comienzo para la humanidad”. Estaría mintiendo si su intención fuera inducir en la audiencia creencias que él considera falsas tales como si ese país es grande, si está bendito, si los fundadores tenían una guía divina, etc. Sin embargo, al orador no le interesa lo que piensa la audiencia sino que pretende que dichas afirmaciones transmitan que él es un patriota y que tiene sentimientos profundos acerca de la misión del país. Son palabras sin sentido donde no hay reflexión porque no se presta atención a los hechos, no le importa si las cosas que dice describen la realidad correctamente; solo las elige o las inventa a fin de que les sirvan para satisfacer su objetivo. En síntesis, las afirmaciones no guardan relación con una representación genuina de la realidad,  de la verdad posible. En el Bullshit no interesa lo que es verdadero y lo que es falso como ocurre en la mentira, sino que es una tergiversación engañosa de la realidad.

Consecuencias de la cultura del simulacro.

La civilización ha ido sofisticando los dispositivos socioculturales necesarios para el despliegue de este tipo de comunicación donde el valor de la palabra pierde significación. El poder de simbolización, representación y pensamiento crítico se ven disminuidos dando paso a un tipo de sociedad en la que no existe debate de ideas sino prima la intimidación, confrontación, (enfrentamiento) frente a una comunidad atenta a embaucadores de turno astutos en decir lo que los otros necesitan escuchar. Todo esto conlleva a una “Cultura de la Mortificación” (Ulloa, 2012) sociedad escindida cuyos rasgos principales son la pérdida de coraje, de inteligencia y el desadueñamiento del cuerpo (astenia que imposibilita la acción).

No hay normativas en la mortificación sino que prevalece la anomia, un estado donde  predomina  la indiferenciación que provoca saturación de la actividad pensante.                                                                                                                                 Hay una verdadera amputación del Aparato Psíquico debido a un mecanismo frecuente: la Renegación que significa negar y negar que se niega. Es una verdadera cultura del malestar diferente al malestar en la cultura porque en esta cultura, el hombre no es hacedor de cultura sino hechura de cultura. Es lo que Fernando Ulloa (2012) califica como “Sociedad Cruel”, dispositivo sociocultural cuyo objetivo es la encerrona trágica donde no hay ley que interceda y el agente que ejerce la crueldad desconoce la verdad e implementa tres acciones: exclusión, odio y eliminación del saber contradictorio, del saber curioso que supone avidez de conocimiento frente a lo extraño.

Por lo tanto la comunidad termina sufriendo el “Síndrome del Padecimiento”(Ulloa, Fernando 2012) donde predomina la queja y lo infraccionario en lugar de la protesta que llevaría a la acción y a la transgresión que conduciría a la transformación.

A l permanecer en una cultura de la resignación, nada puede ser cambiado y el futuro es vivido como catastrófico. Sólo hay un relato (concepto que proviene etimológicamente del verbo referir) y no una narración donde circula la medida de lo posible que es una manera de conjeturar los hechos a través de una intervención genuina, estableciendo el acierto de un concepto que deviene en un compromiso con la verdad.

En una sociedad escindida, excluida de elementos benéficos, con los escotomas que producen  la distorsión de la realidad, en la medida que  no se acepta lo que se ve, se daña de esta manera el campo perceptual. En consecuencia se daña además el campo de la comunicación entre las personas, su universo simbólico dejando de ser partícipes de los valores que deben guiar su camino a futuro para lograr acuerdos solidarios para el trabajo y el placer.

Las buenas relaciones florecen sobre la base de la verdad. Si cada parte no logra ver las cosas claramente, es posible que no se establezcan dichos acuerdos solidarios conduciendo a la alienación.

En las sociedades donde hay un vacío en la autoridad política, es frecuente que aparezca la desconfianza y con ello florezcan  las teorías conspirativas que muchas veces son difundidas por las redes sociales. Cuando ocurre algo ambiguo, uno de nuestros sesgos psicológicos es conectar los puntos para que tengan sentido.

En una sociedad acelerada, donde la inmediatez predomina sobre el pensamiento, se conspira contra la palabra y la pérdida de la conexión profunda con la palabra conlleva a frustraciones y sentimientos de impotencia intensos.

Cuando una cultura es renegadora del sufrimiento y la muerte, también reniega del alcance de la palabra. Siendo el lenguaje poesía y conocimiento, la persuasión de la palabra se opone a la violencia y al autoritarismo de las personas. El reconocimiento del otro es importante en primer lugar para crear un lazo de confianza indispensable para que pueda existir la persuasión. En este sentido, la ternura que es opuesta a la crueldad, hace posible la creación del vínculo y la clave de la misma es imaginar a otro en su totalidad brindándole fortaleza. Esto constituye un requisito básico para la salud sea de una sociedad, sea de un paciente.

Reflexiones finales

                 En una época tan escéptica como la nuestra en la que se evaporan

                 nociones tales como sustancia, historia, sujeto o verdad, conmueve

                 a veces, cualquiera sea el credo o la filosofía, comprobar ciertas

                 persistencias, cierta tenacidad, ciertas coincidencias centrales

                 en la tarea de descubrir de qué modo específico a través del diálogo

                 cara a cara (el “hablar mirado” de F. Ulloa), las falencias,
                 perturbaciones, heridas del ser humano pueden ser ocasiones de
                 encuentro, sabiduría y reparación”.(Ulloa, Fernando 2012).

 Para ello tiene que darse la resonancia en el otro de lo que se comunica (lugar de la intimidad versus la intimidación) en coincidencia o disidencia, debido a la reciprocidad entre quien habla y quien escucha. Ambos en la búsqueda de la verdad con un pensamiento apuntando a futuro, con la pasión que resiste a la resignación y negándose a aceptar todo aquello que niegue la realidad de los hechos.

De lo contrario el sujeto que ha reprimido la verdad, no está más en el centro de los hechos; por lo tanto las cosas continuarán funcionando solas y el discurso continuará articulándose, pero más allá del sujeto. Por consiguiente habría que repensar la educación teniendo en cuenta la recuperación del orden de lo simbólico, el acercamiento a la verdad posible y desde ya teniendo en cuenta el vínculo de confianza  entre los sujetos.

Es importante reconstruir el imaginario colectivo y poder elaborar la propia historia para ser sujetos de la misma, recuperar su subjetividad que el post modernismo se ha encargado de vaciarla de sentido.             

BIBLIOGRAFIA

Libros

Baudrillard, Jean (1978):  Cultura y Simulacro. Editorial Kairos.

Frankfurt, Harry (2006): La importancia de lo que nos preocupa. Cap Sobre el Concepto de Bullshit. Edit. Katz editores 2006.

Ulloa, Fernando (2012): Salud ele-mental, con toda la mar atrás. Libros del Zorzal

Artículos

Ulloa Fernando(1999) Artículo Sociedad y Crueldad.

Ulloa Fernando(2001) Artículo publicado en página 12, suplemento de Madres: La ternura de los piqueteros.

Capitulos:

 Cohen Agrest, Diana :”Que piensan los que no piensan como yo” .Edit. Debate. Cap Pensar hoy, Pag 19

 Frankfurt, Harry(2006): La importancia de lo que nos Preocupa Cap: Sobre el concepto de bullshit, Pag. 176.

Revista

 Bordelois, Ivonne  (2009):¿Como curar las palabras que nos curan? Revista ADN pag.6 abril 2009.

 

* Licenciada en Psicología- UBA. Integrante de ULAPSI (Unión Latinoamericana de Psicología) miembro del Club Político Argentino

 

 

 

 

 

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