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LA REGLA DE LA MAYORIA por Esteban Lijalad*

| 31 agosto, 2014

La democracia es, al mismo tiempo, un método y unos “resultados”. El método es el mecanismo de toma de decisiones que se basa en la premisa “un hombre, un voto”. Todos valen lo mismo en democracia. Somos, las personas, seres iguales en derechos independientemente de fortuna, credo, raza o cultura. Ese es, sin dudas, el gran avance de la democracia. Como la soberanía ya no reside en el Rey-Soberano, sino en el Pueblo-Soberano cualquier miembro del pueblo tiene el mismo valor que otro.

Pero esto no garantiza “resultados”. Porque en realidad, no se sabe qué son “buenos o malos resultados”. Aumentar la renta de los más pobres parece un buen resultado. Pero imponer tasas confiscatorias a los menos pobres para obtener ese incremento de la renta no parece un buen resultado. 
Lo que sucede es que se ha transformado a lo que es un método en un objetivo en sí mismo. Es la puesta en práctica de la vieja consigna utilitarista: “el gobierno debe tender a producir la máxima felicidad para el mayor número de ciudadanos”. Se confunde, insisto, el método (la regla de la mayoría) con “favorecer a una mayoría”. Favorecerla ¿a costa de qué? Esa es la pregunta que un “demócrata” no se hace. El método se ha sacralizado en unos objetivos que solo son buenos si favorecen a la mayoría y son malos si benefician a una minoría. Y “mayorías y minorías” solo se distancian por un voto: A obtiene el 50%+1 y le gana a B que obtuvo el 50%-1. A es la “mayoría” al cual el sistema político debe servir, aunque esto implique perjudicar a B, la “minoría” del 50%-1.
Como bien destaca Bruno Leoni a diferencia del mercado, en el cual el comprador distribuye sus pesos-votos entre muchos productos, en la democracia electoral el votante tiene solo un peso-voto, puede elegir solo a un candidato, A, aunque quizás no querría perjudicar a B.
La libertad de intercambios del mercado – donde todos se benefician- se transforma en un juego de suma cero en el mercado político electoral, en donde unos se benefician a expensas de otros.
Este juego se transforma en guerra declarada, ya que tu vida es mi muerte, piensa un candidato del otro. En el mercado casi no existen las “campañas negativas”: los productos no le dicen al comprador “cómpreme, no se le ocurra comprar la marca W, porque ya sabemos a dónde nos ha conducido”. Le hablan de otro modo: exhiben un precio, una calidad, los mensajes tienden a destacar sus características (confiabilidad, innovación, prestigio o lo que sea) y todo termina en el acto de compra libre.
En cambio las campañas electorales son pequeñas guerras en las cuales nadie concede nada al “enemigo”. Todo lo mío es excelente y todo lo del otro candidato es basura. A eso se limita el famoso marketing de campaña. No hay puntos de encuentro, de consenso, de acuerdo. Se exageran las diferencias, se ocultan los errores, se destacan las virtudes en un juego de espejos en el que mis virtudes son tus defectos, y viceversa.
O sea, la regla de la mayoría genera unos resultados arbitrarios que afectan a las minorías. Cuando estas ganen un solo voto más, en la próxima elección, ejercerán su poder contra la nueva minoría- la antigua “mayoría”- con lo cual el caldo para el conflicto social se espesa cada vez más.
Para colmo, los que ganan, aunque sea por un voto, proclaman que a ellos los votó el “pueblo”, mientras los perdedores solo merecen lástima o desprecio. Como bien dice Jasay, los ganadores necesitan desesperadamente crear una mayoría permanente, es decir ahondar las diferencias sociales, económicas, culturales entre mayorías y minorías. Crear pobreza, en este contexto no es tan absurdo como suena. Cuantos más pobres dependientes del Presupuesto haya, más votos sacaré en la próxima elección.
Por todo esto, y por muchas cosas más, las elecciones democráticas se transforman en un juego peligroso que ahonda el conflicto, enfrenta a candidatos y, lo que es peor, enfrenta a unos ciudadanos con otros.
Es hora de modificar el sistema de toma de decisiones en una república. Ni la decisión autocrática ni la decisión del juego de la mayoría contra la minoría.

*Es sociólogo e investigador cultural

 

 

 

 

 

 

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