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DEBE Y HABER DEL FENÓMENO PIKETTY por Alberto Ferrari Etcheberry*

| 4 noviembre, 2014

 

En agosto de 2013 apareció en Paris  Capital au XXie siècle ( Editions du Soleil)  del  joven  (1973) economista y profesor  francés Thomas Piketty, resultado de quince años de investigación y de varios trabajos, algunos en colaboración, sobre la desigualdad económica. Yo conocía a Piketty por las citas (páginas 90, 91,94) de Paul Krugman en su “¡ Acabemos ya con esta crisis!”  la versión castellana de End This Depression Now! (2012) , pero supe la existencia del libro de Piketty en la edición del 4 de enero de 2014 de The Economist ( p. 60, Free Exchange. All men are created unequal). A fines de marzo apareció la traducción inglesa editada en los Estados Unidos  ( Capital in the Twenty-First Centrury, Harvard  U.P.)  en papel (agotado) y muy pronto en kindle (así lo leí yo) y desde entonces Capital…fue un bestseller ( 8 semanas en The New York Book Review) . Hay un consenso generalizado en cuanto a que es inédito que las ventas de un  trabajo académico hayan llegado al nivel de los libros dirigidos al gran público. 

La repercusión   de Capital… se me ocurre que es más significativa que el propio  libro, especialmente en el mundo anglosajón  en el que  parece haber provocado un  reconocimiento de la realidad social, en suma la desigualdad, similar a la denuncia de que el rey está desnudo…Por otra parte la utilización de Capital en el título – probablemente no inocente – ha permitido que con frecuencia se vincule al libro con el Capital de Marx, algo así como su puesta al día para este siglo, y se califique a Piketty de “marxista”, cuando desde el concepto básico  – la definición de “capital” – no hay nada en común.  La preocupación de Piketty es con la desigualdad de ingresos y de riqueza – que él denomina capital – y en todo caso con el crecimiento económico a través del mercado como su causa.

Desde la proclamación de la trilogía de la Revolución Francesa  la igualdad apareció como la aspiración más abstracta,   por su propia definición  y porque el propio crecimiento del capitalismo la colocaba en una nube contradictoria. No era, por cierto, la exigencia de un desafío limitado al  pensamiento socialista. “ Vosotros,  ciudadanos libres,  podéis elegir trabajar o no, pero vosotros, ciudadanos pobres, sin trabajar,  moriréis de hambre”. Así definía José Antonio Primo de Rivera la contradicción interna del capitalismo,  con el realismo que distinguía al  fundador de la Falange Española. Claro que el propio crecimiento de las relaciones capitalistas con el avance de la expropiación de la propiedad privada individual, esto es, la proletarización  masiva,  acrecentaba la desigualdad y por eso al mismo tiempo exigía otras justificaciones. En  concreto: la libertad podía aceptarse como un proceso de ampliación del derecho a votar; la fraternidad encontraba su expresión ya en la caridad, ya en el cooperativismo, pero la igualdad  permanecía sujeta a limitaciones teóricas y prácticas.  De allí que por distintos caminos en esa nebulosa  se buscara conciliar el principio abstracto con su negación práctica.

La igualdad  devenía el talón de Aquiles del sistema burgués.

Aun dentro del movimiento socialista se aceptó ese conflicto renunciando o atemperando sus aspiraciones máximas. “No hay colapso ni hay fin  sino movimiento,” proclamó  Edward Berstein,  el sutil discípulo de Engels. A partir de él, pareció a muchos que definir a la igualdad en un proceso de construcción  constante basado en el parlamento y la libertad democrática, permitía mantener vigente la trilogía de la Gran Revolución que era, precisamente, poner fin al Antiguo Régimen y a las justificaciones  teocráticas de la desigualdad entre los hombres.  Los partidos de masas, en el primer lugar la socialdemocracia alemana, y la racionalidad que disciplinaba a la economía con los cartels, abrían e impulsaban el camino hacia una sociedad de iguales, asegurada con el voto y la ampliación de las  funciones estatales.    

La guerra del 14 trajo las respuestas totalitarias de un capitalismo que no aceptaba una muerte lenta, aunque fuera dulce. Se desmoronaron muchas ilusiones  pero paradójicamente en la gran depresión y a partir del New Deal rooseveltiano  parecía más cerca la igualdad, cuyo logro se acelera con la segunda guerra mundial, los compromisos del liderazgo aliado con las cuatro libertades de Roosevelt, el plan Beveridge, y la solidez del generalizado estado de bienestar sobre la base de la economía keynesiana.

La desigualdad como regla parecía derrotada.

Todo eso podría decirlo Piketty, para quien la brutal diferencia en riqueza y en ingresos anterior a la guerra del 14 fue disminuyendo con las dos guerras mundiales  y con la depresión de los años 30,  dando lugar a los golden years que unieron a un crecimiento económico sin igual antes y después, la reducción de la riqueza y de los ingresos de los de arriba a favor de los abajo, hasta que en los 70’  volvió a incrementarse aceleradamente la diferencia hasta  alcanzar  los estrambóticos niveles actuales, durante los cuales desde hace rato parece no tener sentido usar,  como parámetro poblacional para la medición de ambos el decil superior sino el uno por ciento que ya debe reemplazase por el 0.01 por ciento como necesaria medida de la concentración de la riqueza y de los ingresos.

No hay rey desnudo: basta con ser lector, por ejemplo,  de Financial Times o The Economist para comprobarlo.

Todo este retorno a las diferencias de la belle époque  de principios del siglo XX ( que Piketty destaca con su prolija exposición de datos)  volvió a la necesidad de justificar la desigualdad como efecto de algo natural, ajeno a la actividad humana, esto es, un retorno a los valores y creencias anteriores a la Revolución Francesa: “todos los seres humanos son creados desiguales”, traduciendo el título del artículo citado de The Economist. 

Y fue precisamente en Estados Unidos, cuya declaración de independencia había proclamado, aun antes de la Revolución Francesa, que “ todos los hombres son creados iguales”  que como efecto del gobierno conservador de Ronald Reagan (1980) y de sus gurús de la Universidad de Chicago, principalmente Milton Friedman, y  la consecuente proclamación del fin de los golden years, que dos eminentes académicos se atrevieron a concretar la nueva biblia en 1994 : “The Bell Curve. Intelligence and Class Structure in America Life” ( The Free Press, Simon & Shuster,  New York 1994).

Sus autores son Ricard J.Herrnstein, Ph.D de Harvard (1958)   y titular allí de la cátedra de Psicología ( especialista en animales, quien murió poco antes de que se conociera el libro) y Charles Murray, politólogo de Harvard y del MIT. Firmes defensores del concepto y la práctica de los tests de medición de IQ (coeficiente intelectual) que ellos entroncan con sus antecedentes desde la mitad del siglo XIX, incluyendo los eugenésicos, sostienen que la inteligencia ( prefieren usar un sinónimo: habilidad cognitiva) es naturalmente hereditaria ( entre el 40 y el 80%); se mantiene estable en la vida de una persona; difiere de acuerdo a los grupos étnicos y – sostienen – “nos parece  altamente probable que tanto los genes como el ambiente  respondan a diferencias raciales”. De tal modo se vuelve a un hecho natural: la inteligencia heredada es la base de la estratificación y la desigualdad social; así dicen textualmente : “la escasa inteligencia es un indicador de la pobreza más fuerte que  el contexto socioeconómico” (p.127, mi traducción) .A partir de allí rechazan  la igualdad como ideal (perversión que, para ellos, comenzó con la Revolución Francesa), defienden las diferencias de ingresos  como el único medio de lograr el crecimiento económico y rechazan las políticas de justicia social como inútiles y hasta contraproducentes, pues  favorecen la natalidad entre los padres de menor inteligencia.

La inteligencia ( cognitive ability), concluyen,  ha estratificado a Estados Unidos. Los más inteligentes genética y hereditariamente  se educan en los mejores colegios y universidades,  son las más cultos y obtienen por ello las posiciones más altas en  la escala social, mientras que los de escasa inteligencia permanecen y permanecerán en las más bajas.

Fallecido Herrnstein, fue Murray el defensor de la tesis y lo hizo sin ambages:

“ trate usted de imaginar un candidato presidencial republicano  que declare:  ‘Una razón por la que todavía hay pobreza en los Estados Unidos es que una gran cantidad de pobres han nacido haraganes.’  Esto no se puede decir. Y esta inimaginable declaración meramente implica que cuando se conoce la historia genética completa aparece que la población que está debajo de la línea de pobreza en los Estados Unidos tiene una configuración genética  que es significativamente diferente de la que está  por encima de la línea de pobreza. Y esto no es inimaginable. Es ciertamente verdad ( “Deeper into the Brain” www.aei.org  enero 24, 2000, American Entreprise Institute).

El libro y las tesis  luego de un momento de éxito pareciera que quedaron en las sombras y la desigualdad sin explicación aceptada.

Seguramente no resultaba  fácil ejemplificar  las tesis en el presente, tanto en sus efectos para los de arriba, como para  los de abajo.

El vicepresidente (1990-94) Dan Quayle (  quien sostenía que en Latinoamérica se habla latín, entre decenas de citas similares);  o el presidente ( 2001-2009) George W. Bush,  (  para quien el problema con los franceses es que no tienen una palabra para entrepreneur , entre decenas de “ Bushisms” ) no favorecían la prueba de la tesis por la cual los exitosos se justificaban por  mejores IQ y educación.

Por otra parte,  el hijo de analfabetos, el obrero presidente brasileño Lula (2003-2010),  el pobrísimo indígena aymara Evo Morales presidente  boliviano (2006) y el presidente (2011) de Estados Unidos, el afroamericano Barak Obama testimoniaban en la misma década que los ajenos a los privilegios no estaban condenados desde la cuna, como antes lo había insinuado  Bill Clinton.

Esa es la situación en la que – contemporáneamente a The Bell Curve – comienza su investigación histórica  en el marco de la economía política Thomas Piketty , tratando de comprender y explicar la profunda y creciente desigualdad económica y social en las sociedades más desarrolladas.   

Sin embargo, no se crea que la desigualdad  era ignorada. Tim Harford en agosto de 2013 informaba que en Estados Unidos la porción del ingreso del uno por ciento era del 20 por ciento y se había doblado desde los años 70,  mientras  que entre 1993 y 2011 el crecimiento de la media era un modesto 13.1 por ciento, que para el 99 por ciento más pobre sólo alcanzaba a la mitad. De modo similar Deborah Hargreaves respecto del Reino Unido: el hecho de que lo ricos son más ricos que en muchos otros países, esconde que los pobres son más pobres, y que el uno por ciento toma el 13% del ingreso total, que significa 130 mil millones de libras esterlinas, unos 180 mil millones de dólares.

¿Cuál es entonces  la novedad del libro de Piketty?

Los primeros análisis coincidían generalmente en el reconocimiento de sus méritos. The Economist ( enero 9, 2014, antes de la edición en inglés) es terminante: “gracias a los esfuerzos de Piketty … es que  sabemos, por ejemplo, que la  porción del Ingreso de Estados Unidos recibido por el 1% ha vuelto a un nivel del 20%, cercano al de 1928. Así completaba The Economist la respetuosa exposición de unos días antes  (Free Exchange, enero 4) . Martin Wolf, el principal economista de Financial Times, abril 15, 2014) en “Una historia económica, social y política de la evolución del ingreso y de la riqueza”  concluye: “el de Piketty es un extraordinario importante libro cuyas pruebas y argumentos no pueden ignorarse.”

Gillian Tett (Financial Times, abril 25, 2014) subraya : el sueño americano cada vez más es un mito: hoy la riqueza en Estados Unidos está repartida más desigualitariamente que en casi ningún otro lugar y así piensa el 60% de los propios habitantes (norteamericanos) incluyendo un  60% de los conservadores.  Pero Tett advierte: la elite no aceptará este análisis y los comentaristas de  derecha ya lo han atacado; ella concluye: “la base de datos es formidable y es difícil discutir su llamado a una nueva perspectiva económica”.

Su pronóstico se concretará muy pronto y en los mismos medios que lo habían elogiado, consecuencia de lo que Paul Krugman había denominado “The Piketty Panik”  ( The New York Times, abril 24 ) En efecto en el mismo Financial Times  que lo había celebrado,  Chris Giles (mayo 23)  apunta contra lo que el propio Giles reconoce como lo que ha sido “universalmente alabado” : los datos sobre 300 años de investigación sobre la acumulación de riqueza, particularmente en Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña; ahora los califica de erróneos, especialmente en cuanto a la concentración de riqueza en Gran Bretaña

Para comprender este inesperado cambio de actitud, es necesaria una breve  síntesis de las principales tesis del libro.

Piketty ofrece una detallada exposición de datos sobre  los ingresos y la riqueza durante dos siglos,  principalmente en el occidente desarrollado y en particular Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Suecia. Queda claro que la riqueza como una cuota de ingresos se mantuvo en muy altos niveles durante los siglos 18 y 19 y hasta la guerra  de 1914, como efecto de las desigualdades en  riqueza y en ingresos. El crecimiento del salario al final de ese período estabilizó la concentración  de la riqueza pero sin reducir las desigualdades, hasta  el período iniciado con los shocks de 1914 y seguido luego por la depresión y la segunda guerra  que llevaron a la compresión en la distribución de riqueza y de ingresos. Algunos economistas y principalmente Simon Kuznets  juzgaron esta situación como la consecuencia de una característica natural de un capitalismo maduro, tesis sin embargo  desmentida cuando se reasumió profundamente la desigualdad, especialmente a partir de los años 70.

Esa descripción  lleva a Piketty a su tesis principal:  en el desarrollo capitalista la concentración  y la desigualdad es el estado natural y no la excepción.  

Piketty entiende  que eso es el resultado de dos “leyes”  ( p. 52 y 55)  que explican que  bajo el capitalismo el mercado  genera divergencia más que convergencia en riqueza a ingresos.

Piketty distingue la parte del ingreso que recibe lo que llama el capital, en realidad,  la riqueza, de la  que recibe el salario y explica ( la primera de sus “leyes”)  que las variaciones de la porción que recibe el capital es igual  a la tasa de retorno del capital multiplicado por el stock total de riqueza como cuota del Producto total. La tasa de retorno es la suma de todo el ingreso que recibe el capital – rentas, dividendos y ganancias, valuado todo en dinero.

De acuerdo a la segunda “ley”  el stock de capital, como porcentaje del ingreso nacional, debería aproximarse a la proporción (ratio) de la tasa de ahorro nacional con la tasa de crecimiento de la economía. Por lo tanto, una baja tasa de crecimiento lleva a una mayor concentración de riqueza. Para Piketty, un crecimiento rápido,  ya sea por productividad o por crecimiento poblacional es la fuerza que lleva a la convergencia económica. La realidad es que el retorno del capítal (r) ha crecido,  crece y crecerá más rápido que la economía (g): r>g.

Si bajo el capitalismo el mercado genera desigualdad, para Piketty no hay solución sino mediante las decisiones y prácticas del Estado que, en esta etapa de globalización deben ser de alcance internacional para lo cual propone un  impuesto que, sin embargo, califica de utópico. No me sumo a los críticos de esta propuesta,  no me molestan las utopías y menos hoy, aunque a escala nacional hay mucho para hacer con efectos concretos y positivos. ( Jasos Furman,  jefe de los asesores económicos del Presidente  Obama, analizando el libro, niega que sea inevitable el pronóstico de Piketty mediando una sólida política estatal: enumera el apoyo a la sindicalización y a los jardines de infantes  y la actualización del salario mínimo)  Por otro lado, puedo apuntar cierta incongruencia, en cuanto a la medición de la concentración de riqueza con el método usado: una es la ausencia de los paraísos fiscales (no sólo mini estados; en el territorio continental  de Estados Unidos, la función la cumple abiertamente el estado de Delaware). Otra es la presencia de míticos billonarios árabes o rusos, cuya riqueza no parece pueda medirse con el impuesto a las ganancias y de la cual depende la City de Londres; el alcalde  Boris Johnson, un líder del Partido Conservador que pretende ser Primer Ministro ,  visitó oficialmente los siete Emiratos presentándose como representante del octavo emirato…)   

La crítica de Chris Giles a la investigación fáctica de Piketty, y sus datos no es correcta, como él contestó sólidamente  y fue reconocido desde Krugman a The Economist. Sin embargo, fuera de ello puede calificarse de débil uno de los fundamentos de su principal afirmación: que la convergencia (caída de la desigualdad) que se produce a partir de 1910 tiene por causa la destrucción de riqueza material ocurrida durante la guerra. Estados Unidos no la sufrió, tampoco Inglaterra  y en baja medida Francia y Alemania. Tampoco es válida para la depresión de los años 30.

James Galbraith (Alter Net, abril 21, 2014, también él estudioso de la desigualdad en los Estados Unidos , antes que Piketty, ) señala que la debilidad de  Piketty es su definición del capital como una aglomeración de objetos físicos, al igual que en la teoría neoclásica; pero  para estimar el valor de mercado de la riqueza – que él llama capital – deja obviamente de lado la medición física y recurre a su valor monetario. Se trata entonces de una medición financiera y se vuelve de tal modo al modelo neoclásico de crecimiento económico. La obra de Piketty, resume, principalmente se basa en la valuación de los activos tangibles y financieros y su distribución a través del tiempo, como así también  la herencia de riqueza de una generación   a la siguiente. La de Galbraith es a  mi juicio la crítica más seria a Piketty.

Como analizó Martin Wolf,  Piketty vuelve a los fundamentos de la economía política con un  trabajo de vasta y seria investigación histórica que va iluminando  con una amplia referencia a fuentes literarias de cada época. Agrego yo: principalmente personajes de Balzac y Jane Austin.

En mi opinión el mérito principal es que luego de este libro de Piketty ya no podrá afirmarse o sugerirse  que la desigualdad es un hecho natural, y menos racial, sino la consecuencia de la actividad humana, esto es , social, cuya supresión exige por eso también una actividad humana, política.

                                                                                  Agosto 2011

(*) UNTREF.Director del Instituto de Estudios Brasileños.

APENDICE

http://piketty.pse.ens.fr/files/capital21c/en/pdf/F0.I.1.pdf     Figure 1. Income inequality in the United States, 1910 – 2010
 
http://piketty.pse.ens.fr/files/capital21c/en/pdf/F1.3.pdf      Figure 1.3 Global inequality 1700 – 2012: divergence then convergence ?

 

   http://piketty.pse.ens.fr/files/capital21c/en/pdf/F8.5.pdf    Figure 8.5 Income inequality in the United States, 1910 – 2010

 

http://piketty.pse.ens.fr/files/capital21c/en/pdf/F8.9.pdf      Figure 8.9. The composition of top incomes in the U.S. in 1929

 

http://piketty.pse.ens.fr/files/capital21c/en/pdf/F8.10.pdf    Figure 8.10 The composition of top incomes in the U.S. , 2007

 

http://piketty.pse.ens.fr/files/capital21c/en/pdf/F10.3.pdf    Figure 10.3 Wealth inequality in Britain, 1810 – 2010

 

http://piketty.pse.ens.fr/files/capital21c/en/pdf/F10.5.pdf    Figure 10.5 Wealth inequality in the U.S., 1810 – 2010

 

http://piketty.pse.ens.fr/files/capital21c/en/pdf/F10.9.pdf    Figure 10.9 Rate of return vs. growth rate at the world level, from Antiquity until 2100

 

http://piketty.pse.ens.fr/files/capital21c/en/pdf/F12.1.pdf    Figure 12.1 The world billionaires according to Forbes, 1987 – 2013

 

http://piketty.pse.ens.fr/files/capital21c/en/pdf/F12.2.pdf    Figure 12.2 Billionaries as a fraction of global popilation and wealth 1987 – 2013

 

 

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2 Comentarios a “DEBE Y HABER DEL FENÓMENO PIKETTY por Alberto Ferrari Etcheberry*”

  1. Cecilio Morales dice:
    26 diciembre, 2014 a las 10:46

    Hallo este interesante análisis un tanto tarde, como parte de una revisión de este sitio a partir un mensaje (odio el neologismo mal copiado "mail") de los promotores.
    Quisiera apuntar solo que sorprende la ausencia, tanto aquí como en la prensa en general, del trabajo pionero de Piketty con Emmanuel Sáez, de la Universidad de California en Berkeley, que es el puntal del "descubrimiento" de la creciente desigualdad económica estadounidense. Piketty y Sáez analizaron datos anonimizados de las declaraciones federales de impuestos a los ingresos de 1913 al 2006, lo que arrojó la tendencia a través de casi un siglo de los ingresos. Indicaron que en el 2006 la desigualdad entre los niveles de ingresos se asemejaba a la de 1929, año álgido de la desigualdad notoria de los 1920. Pasar de ingresos a la riqueza fue un giro secundario y obvio.

    Responder
  2. lucas varela dice:
    12 marzo, 2015 a las 13:30

    Estimado Sr Alberto Ferrari Etcheberry,

    Buen análisis, y mejor conclusión.:

    "la desigualdad es consecuencia de la actividad humana"

    "Chocolate por la noticia" diría nuestro papa Francisco. 

    Le confieso que soy ingeniero, y como tal, soy más afin con la matemática económica, que con la "economía política" o la "política económica".

    Piketty, básicamete, suma los garbanzos, y contabiliza las pertenencias. Simple para un ingeniero, aunque no tan simple para algún "político económico".

    Ahora el problema es el "economista" comprometido con un pasado neoliberal, dogmatico, e intransigente. 

    Seguramente, la primera víctima de la matemática económica será, o esta siendo, nuestro amigo Piketty. Aunque, tengo esperanzas en los economistas sinceros, y con hombría de bien, que seguramente estarán mascullando soluciones. Porque la política es acción, y la "política económica" debería ser siempre "acción económica" nunca "acción política".

    Palabra de ingeniero.

    Saludos,

    Lucas Varela

    Responder

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