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LOS «CAPOS NARCOS»: UN ESTAMENTO CRUCIALPERO POCO VISIBLE por Jorge Ossona*

| 17 febrero, 2015

La opción por la administración de la pobreza en sustitución de las políticas públicas universales  convirtió a los territorios barriales en mosaicos de situaciones especiales en los que se incubo una economía subcultural de actividades diversas regidas por múltiples códigos. Sin duda que una de más sobresalientes y socialmente disruptivas la configura el narco.

Este, si bien se halla diseminado en toda la sociedad bajo diversas formas, encuentra en la pobreza un caldo de cultivo propicio para su propagación. Las razones de ello no se agotan en lo económico sino que abarcan los terrenos cultural y político. El hacinamiento y la tugurizacion de urbanizaciones inconclusas dificultan las agencias estatales encargados de hacer cumplir la ley; contaminadas, a su vez, por el circuito ilegal. Verdaderos empresarios de la depredación, los narcos hallan allí, a su vez, mano de obra abundante que produce su propio mercado a instancias de una cultura en la que el trabajo estable no ofrece solidas identidades y que se combina con otras ilegales más rentables. El Estado y la política ceden mediante la prebenda una porción de sus facultades a cambios de lucros pasibles de transmutarse en votos que se escrutan de acuerdo a delimitaciones territoriales. Dentro de esos marcos abrevan formas para estatales que suponen criterios específicos de policía, justicia, educación y propiedad. Son la expresión más contundente de una fractura sociocultural profunda.

En suma, el narco conforma una geografía económica y cultural cuya cabeza suelen operar  “capos” discretamente en parapetado detrás de todo un espectro de actividades de blanqueo entre las que sobresalen las casas de alquiler, los locales para la instalación de supermercados chinos, radios comunitarias, remiserias, maxi quioscos, galpones chatarreros, galpones acopiadores de residuos reciclables, parrillas y boliches bailables. La simulación de su negocio real no quita que todo el mundo en los barrios lo sepa.  Se los reconoce generalmente bajo el apellido de su clan originario o su pseudónimos  cuestión que habilita pertenencia familiar a toda su cadena subordinada; sobre todo a jóvenes y niños desheredados a quienes apenas tratan o lisa y llanamente no conocen.

Son el epicentro de la organización productiva del estupefaciente estrella: la cocaína, que registra una infinidad de formatos y articulaciones difíciles de encuadrar en un solo modelo. Se contactan a través de sus gerentes con traficantes peruanos, bolivianos o paraguayos –entre otros- situados en puntos neurálgicos y que introducen el insumo central- la ”pasta base”- bajo la forma de “ladrillos”, tizas o capsulas transportadas en los intestinos de jóvenes “mulas”. De todos modos, conforman un mercado marginal que solo obtiene el 20 % de lo que se trafica debido a que el resto se destina a la exportación. El nexo con esa cadena es aun oscura y esta poco dilucidada. Abastecen de la pasta y de los correspondientes precursores químicos que obtienen en droguerías y grandes cadenas farmacéuticas a las familias inmigrantes a sueldo en cuyas “cocinas” producen cantidades y calidades de cocaína y “pako” debidamente cortados que luego distribuyen sus mayoristas en envases cuyos colores o materiales son indicativos  de la marca y de  la calidad de la “merka”. La segmentación del producto es tan múltiple como la capacidad adquisitiva de sus clientes escrutados en una escala que va desde las clases medias acomodadas allegadas a sus patrocinantes políticos y judiciales hasta los jóvenes marginales adictos al “pako”. En el medio se da un espectro de situaciones a veces complicada por los propios cortes “no autorizados” de dealers y quiosqueros desesperados por las deudas o por su propia adicción.

El segmento de los mayoristas suele ser la cara socialmente más visible de la organización, al punto que a veces se lo confunde con el propio capo. Son los encargados de “gerenciar” la distribución entre dealers que, a su vez, lo hacen respecto de los múltiples quioscos instalados en los barrios y encarnados por bandas o familias que encuentran en la cadena vertical una fuente de ingresos y una temible identidad de pertenencia. Pero sus ciclos son cortos asediados por competidores tributarios de otras organizaciones o por los propios capos en virtud de las citadas maniobras. Ello suele convertirlos  en la prenda sacrificial entregada al jefe de calle policial como para que monte el espectáculo de la incautación de una “peligrosa banda” dotada de equipos de comunicaciones, celulares y armas de grueso calibre. Su cara visible son los soldados emparentados o no, que cuidan los accesos a los quioscos, venden en puntos estratégicos –corners-, o realizan la distribución mediante el sistema de delivery.

Los capos son uno de los nexos más dependientes y menos autónomos respecto de sus mandantes políticos. Es aquello que los distingue de otras cadenas de la economía de la pobreza. Sus elevandos ingresos, plasmados en el consumo diferencial de sus familias y en las de sus representantes se ven recortados por los retornos semanales acordados con los que deben cumplir escrupulosamente con policías y, por su intermedio, con políticos. Salvo en situaciones de gran excepcionalidad, estos pagos no contactan a sus protagonistas entre si sino a través de sus intermediarios que , de una u otra manera, son allegados a la política barrial o a diversas carreras delictivas. Nadie toca plata de manera directa ni se contacta con el tumultuoso mundo de dealers, quisqueros y soldados con sus rituales de violencia cotidiana en torno a la disputas de espacios y mercados..

Definen territorialidades que se ajustan a barrios “picantes” o incluso a jurisdicciones entras; pero en el nivel de base las disputas son permanentes y a veces pueden llegar a afectar al mayorista y a los dealers que suelen saltar como fusibles ya sea en enfrentamientos entre bandas o con la policía o mediante su detención cínicamente promovida por los capos cuando se sospecha deslealtad. Estas situaciones, de todos modos, tampoco les son gratuitas porque si alguno de estos cortocircuitos impide el retorno de las sumas pactadas no tardan en llegar sanciones que pueden paralizar la cadena en favor de otros competidores durante largos periodos debiendo diversificarse hacia otros delitos o su malla de contención formal. La gobernabilidad de toda la cadena es , asi, sumamente difícil y requiere de saberes políticos en los que se deben conjugar retribuciones y castigos no solo materiales sino también morales. Estas situaciones, sin embargo, son deliberadamente promovidas desde el poder político para evitar peligrosas concentraciones que cartelicen el narco a la manera mexicana o colombiana.

El caso argentino, por ello, debe ser abordado con los debidos cuidados específicos evitando las transpolaciones sencillas. No es el narco que coloniza al a Estado sino que lo hace una corporación política que lo subordina y que, a tales efectos, se asocia con estos grupos de centros sólidos y periferias mutantes  movedizas. Representantes, dealers, quisqueros y soldados “van y vienen” por la vida o por la cárcel. No así los capos que, a su manera, constituyen también una corporación de viejos conocidos procedentes de las carreras delictivas que lograron alcanzar la cima del cursus honorum y, a diferencia de cientos o de miles igualmente dotados de inteligencia, no llegan por razones que van desde la capacidad de preservar una fría conducción hasta la mala suerte. Esa corporativizacion, en la que se oculta la prebenda administrativa de la pobreza, es lo que hace factible esa fuente de financiamiento indispensable para la política e indirectamente de votos. Hábiles operadores especiales custodian y resguardan este sistema que preserva a los pobres “en su lugar” estratégico mas allá de las declamaciones discursivas populistas y progresistas. Los costos de la fractura social en la que se recuesta tampoco son bajos: fisuras y soldados desesperados suelen incursionar en la parte incluida desde donde procede la prebenda motivando muertes y un clima de violencia desconocido en la sociedad argentina.

 

                                                                                  Febrero 2015

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