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LA TENTACIÓN DE LA SOLEDAD por Antonio Camou*

| 29 octubre, 2015

Nunca ha sido fácil distinguir el “éxito” de un resultado político respecto de la “adecuada” (o inadecuada) estrategia para lograrlo. Prestar alguna atención al asunto puede parecer ocioso al exitista (lo único que importa es ganar), e incluso molesto al triunfador. Pero vale la pena detenerse en el asunto para elaborar algunas reflexiones que tal vez sirvan a la hora de enfrentar los arduos desafíos por venir.  Dicho mal y pronto la imperfecta pregunta se deja escribir así: ¿Fue adecuada la estrategia política de Cambiemos (básicamente Macri más el sector liderado por Sanz de la UCR) de “ir solos, mejor que mal acompañados”?

La pregunta se recorta sobre el telón de fondo de la “tesis del error”: no haber hecho una coalición con ciertos sectores del peronismo (Massa), al menos en la provincia de Buenos Aires, fue una equivocación estratégica. No sólo para acrecentar las chances electorales del espacio, sino sobre todo por la capacidad de generar condiciones de gobernabilidad a futuro (tanto a nivel nacional como –sobre todo- a nivel provincial), y en tal sentido, incidir activamente en la definición de un nuevo eje de poder justicialista (en contra del kirchnerismo).

De acuerdo con esta posición, entre la Convención radical de Entre Ríos y la presentación de las alianzas electorales a principios de junio, Macri debía elegir entre dos males: o bien compartir poder con un ambicioso aunque debilitado sector del peronismo provincial, o bien avanzar en solitario (sin sumar aliados peronistas anti-K), arriesgándose a perder la provincia a manos de un enemigo kirchnerista. La decisión era extremadamente compleja y sus consecuencias bastante inciertas, pero al no acordar con un aminorado Massa en ese momento, continúa diciendo la tesis, se arriesgó a perderlo todo.

Sin duda, no pactar con Massa pudo ser producto de una respetable e indiscutida   valoración política (“no es confiable y nos traicionará en cuanto pueda”; “es incompatible con otros miembros de nuestra coalición que preferimos priorizar”, “queremos construir una coalición republicana y progresista, por lo tanto, los intendentes massistas no tienen nada que hacer aquí”, etc.). Pero más bien parece haber sido el resultado de un análisis político de corte electoral con bases algo más frágiles: por un lado, se pensó que el caudal de votos de Massa se iría diluyendo con el tiempo, en una parte menor a favor de Scioli y en una parte mayoritaria a favor de Macri; por otro lado, se creyó que Massa no tendría capacidad política para sostener la polarización que lo terminaría condenando a la insignificancia.

Con el diario del lunes en la mano, la cuestión es hoy “abstracta” –como dijeran los juristas- pero no el modo de resolverla, porque la forma de resolución encierra rasgos de un modelo de toma de decisiones que vale la pena indagar a futuro: ¿Fue la tesis de “ir solos” (con la UCR) la que convenció a Macri, o Macri la eligió porque se ajustaba mejor a sus preferencias ya definidas, a su modo de hacer política? ¿La decisión fue pensada desde el Pro o la organización siguió los dictados de la mesa chica del jefe? ¿Qué participación tuvieron los otros socios (UCR, Carrió) en la definición de la estrategia? ¿Primó más la valoración que el análisis, o una combinación de ambas cosas? ¿Las relaciones personales entre los dirigentes tuvieron un papel decisivo? 

Como contrapartida, podría decirse que la lectura adecuada de Macri fue elegir a María Eugenia Vidal como su candidata en la provincia (dicho sea de paso, aquí corrigió sobre la marcha un significativo error: una primera fórmula exclusivamente integrada por cuadros capitalinos del Pro fue reemplazada por otra donde le daba cabida a un veterano dirigente bonaerense de la UCR). Apostó a una figura joven, nueva para el gran público pero con experiencia de gestión, y que con enorme entrega recorrió la provincia de punta a punta, poniéndole el cuerpo sin desmayo a una elección casi imposible, que lucía perdida de antemano. Sin embargo, aunque la realidad no admite contrafácticos, el análisis los requiere para aprender del camino recorrido y mirar hacia adelante: ¿Si el contrincante hubiera sido Florencio Randazzo (lo que era lógico y fue una desconcertante sorpresa –para todos y todas- su abdicación), se hubiera mantenido el resultado que tuvimos el último domingo? ¿Y si en las PASO hubiera ganado Julián Domínguez (un candidato sin muchas luces pero con cara de buen hombre de familia, aceptado en general en el territorio,  no del todo ineficiente como gestor, con una relación aceptable con el campo, bendecido por la Iglesia, etc.), no hubieran mejorado las chances presidenciales del candidato del FpV?

Es cierto que M.E. Vidal tuvo más votos que Scioli (39,49 para la gobernación sobre 37,13 que obtuvo el ex-motonauta), pero aquí la indagación retrospectiva se vuelve más vidriosa ya que es necesario separar, al menos, tres fenómenos diferentes: a) la buena campaña de Cambiemos (las dos veces que –estando en el poder- el peronismo bonaerense perdió con alguien, lo hizo con una mujer que no provenía del territorio…); b) el efecto de voto castigo al pésimo gobierno de Scioli, reconocido incluso por muchos de sus propios y desganados adherentes, que le impuso un techo casi inamovible; c) el espanto de la ciudadanía independiente ante la candidatura de Aníbal Fernández (y el rechazo al interior del peronismo bonaerense de la figura de Sabbatella), que no sólo promovió el corte de boleta, sino que posiblemente contaminó la papeleta entera del FpV, motivando la fuga a otro espacio.

Podrían agregarse otras preguntas y cuestiones al análisis, pero lo central pasa ahora por poner en perspectiva de futuro la tesis de “ir solos, acompañados por la UCR (y Carrió), pero no mal acompañados por el peronismo anti-K”. Ciertamente, el juego de gobernar es muy diferente al de ganar elecciones, pero ciertas modalidades –tanto organizacionales como personales- de toma de decisiones suelen subyacer a ambos.

Aún a la espera del balotaje, los resultados del 25 de octubre abren desde ahora una “ventana de oportunidad” para reequilibrar el sistema político argentino, que venía tambaleándose desde mediados de los ’90 y que explotó con la crisis del  2001, a través de dotar de competitividad al sistema de partidos. Mucho dependerá de la capacidad dirigencial de Cambiemos para pensarse “hacia adentro” como una fuerza nueva, fruto de una convergencia de historias, culturas políticas y proyectos distintos, pero que hoy deben compartir esfuerzos, decisiones y resultados con todos sus integrantes, al modelo de la coalición chilena, de la que mucho se puede aprender. El desafío “hacia afuera” será inicialmente su capacidad de diálogo para forjar acuerdos de gobierno con el peronismo no kirchnerista. 

En ausencia de reglas, tradiciones o diseños prefijados, las malas experiencias del pasado reciente y los imprescindibles vínculos de confianza entre los principales dirigentes del nuevo espacio, pueden convertirse en la clave de bóveda de una renovada arquitectura política. Como contracara, la propensión a “cortarse solos” –comprensible en algunos que consideran que el triunfo es mayormente propio, o que desconfían de socios recientes- puede ser un lastre gravoso ante los difíciles tiempos por venir.

La tentación de la soledad puede ser letal no sólo para el futuro de Cambiemos, sino también para la gobernabilidad democrática de nuestro país.

 

                                                           La Plata, 29 de octubre de 2015.

* Sociólogo (UNLP – UdeSA). Miembro del Club Político Argentino.

 

 

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