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LA CORRUPCIÓN: UNA MIRADA DESDE LO POLÍTICO por   Román Frondizi*

| 25 octubre, 2016

       La  sociedad argentina atraviesa  una etapa más de una  larga crisis en cuya  cara social y moral se destaca el fenómeno de la corrupción, que por la magnitud alcanzada durante el gobierno anterior provoca severos efectos negativos en lo político y en lo económico.

      En sus diversas formas y acompañada por episodios desopilantes,  produce no sólo indignación sino también una fuerte sensación de agobio en los ciudadanos.   

       Sin perjuicio de la inexcusable responsabilidad del Poder Judicial  de actuar con eficacia y prontitud  en la investigación de  los  hechos que la configuran y en la condena de los delincuentes, ocurre que el fenómeno de la corrupción, por su tamaño y sus connotaciones, también merece un examen de otro tipo. Reclama ser mirado desde lo político y con un sentido más ontológico que óntico.

      Desde este último punto de vista más que de un ilícito penal se está en presencia de un estado  generalizado en el que los patrones morales y legales son deliberadamente desobedecidos o ignorados. Hay una notable cantidad de personas  que consciente o inconscientemente rinden tributo a ciertos disvalores, tales el poder como medio para alcanzar la riqueza por cualquier medio y su ostentación descarada.

      Una mirada desde lo político muestra que la corrupción ha degradado a  la naturaleza original de las bases que debieran articular a la comunidad política argentina. Con el transcurso del tiempo y a través de sucesivas fases esa degradación  ha terminado emergiendo como una segunda realidad, enmascarada en las apariencias de la primera.

      La corrupción resulta, así, un fenómeno social, una dinámica colectiva que lleva a que  el modo en que se ordenaba  la comunidad, desconectado del fin que la alentaba, vaya perdiendo su fuerza conductora, su estructura, la regularidad de su comportamiento, la conexión entre fondo y forma. El alma ha abandonado al cuerpo y el patrón moral que encuadraba el “orden” humano se ha hecho irregular, incomprensible e incapaz de imponer un proceder determinado. Cuando impera la corrupción no es posible saber a qué atenerse; como nada es  igual a lo que dice ser, cunde aquello de que “quien deja de hacer lo que hace por lo que debe hacer procura su  ruina en lugar de su bienestar”.

      La corrupción separa ontológicamente al ser político de sus manifestaciones concretas –la probidad en el manejo de la cosa pública, la imparcialidad en la administración de justicia, el respeto a la ley, el buen comportamiento en la vida diaria- y lo hace por la propia acción deletérea del hombre. El cambio en la conducta social que ella produce es el resultado de un obrar cotidiano  ajeno a las reglas morales y a los preceptos jurídicos. La política, en particular, ha operado de un modo que no guarda correlato  con lo que dice contener dentro de sí. Su naturaleza originaria, que es alcanzar  el poder para gobernar proveyendo al bien común, ha sido devorada por una fenomenología que es su opuesto, sin que ello haya conllevado necesariamente el abandono de las apariencias institucionales.

      Demasiadas personas no hacen en la vida práctica lo que tienen por norma;  hay un “decalage” entre lo que se dice que se hace y lo que efectivamente se hace, con grave menoscabo del nivel ético-social.

      Si esto perdura sin recibir la dura sanción que merece, el estado de cosas puede volverse irremediable para la república y la democracia, porque el deber de ciudadanía claudicará frente al descreimiento.

      La filosofía política enseña desde el siglo XVI que el remedio a la corrupción y a la decadencia es reducir el Estado a los principios por medio de la virtud política y la conducta moral. Ello puede ocurrir como consecuencia de una guerra perdida, de la acción de un gobernante iluminado o de la reacción de la ciudadanía. Argentina ha tenido esa guerra.y ha sufrido a varios “iluminados”. Ni la una ni los otros  han dado aquel  resultado. Finalmente,  ha habido una reacción ciudadana que requiere la tarea consecuente de los hombres de gobierno en los tres poderes del Estado. Para que tenga éxito es necesario el concurso de todas las clases y los sectores sociales, porque todos deben tener cabida en la República.

       Se está cumpliendo un indudable esfuerzo en tal sentido por parte del  gobierno, de vastos sectores del pueblo y algunos de la oposición política. Todos debemos ser obreros de esa empresa superior. Cada uno ha de perfeccionar la herramienta que el destino colocó en sus manos y ser solidario en la honda fraternidad que engendra la construcción del futuro común, sin escuchar las voces de quienes reivindican el rencor y promueven la discordia. La expectativa popular es muy grande y no debe ser decepcionada.

*Ex juez de la Cámara Federal de La Plata y conjuez de la Corte Suprema.

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3 Comentarios a “LA CORRUPCIÓN: UNA MIRADA DESDE LO POLÍTICO por   Román Frondizi*”

  1. Nilda Itamor Teruel dice:
    3 noviembre, 2016 a las 1:31

    Leí minuciosamente el art.y c/el diccionario Político en mano, para no perder el sentido de lo q se pretende exponer.Totalmente de acuerdo c lo expresado.Me preocupa esta gran realidad q nos toca vivir.No son muchos los q profundizan la realidad Politica  Arg. emitiendo "recetas" para paliar la dificil y preocupante  situacion.Qué será de nuestro pueblo?…,qué futuro les espera a nuestros hijos  y nietos?…Vendrá algun Gobernante iluminado?…Confío en Dios.

    Gracias Román por el Art. 

    Responder
  2. Leandro despouy dice:
    5 noviembre, 2016 a las 14:16

    muy bueno. Propio de un FRONDIZI. Querría profundisar mis reflexiones y espero hav

    cerlo pronto. Leandro.

    Responder
  3. Ramiro Pérez Duhalde dice:
    14 noviembre, 2016 a las 8:58

    Román Frondizi marca el punto crucial en esta cuestión: la reacción de la ciudadanía con su voto. Ello ha sido lo determinante para comenzar a poner orden en el manejo de la cosa pública. Ni guerras ni iluminados. Solo la mejora de los mecanismos democráticos, del funcionamiento de los partidos políticos, y la necesaria caducidad en el poder -que aún hace brillar a la Roma republicana-, posibilitará que la virtud de los gobernantes, o la aplicación de la ley en su defecto, acoten la corrupción.

     

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