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LOS ROTHSCHILD Y LA POLITICA EN FRANCIA por Carlos Alberto Kreimer*

| 14 mayo, 2017

Como introducción al tema vale una anécdota. La gran banca de la familia Rothschild hasta fines del siglo XX estuvo dividida (por razones históricas que no vienen al caso), sin que hubiera conflicto parental, entre la inglesa y la francesa. Inmediatamente de terminar la ocupación nazi en el año 1944, un integrante del ejército inglés de apellido Rothschild arribó a Paris en tal condición y, obviamente, quiso interesarse por el destino de la mansión de sus parientes. Llegado al palacio fue recibido por el mayordomo que lo conocía –no había sido sustituido- y una vez adentro se asombró constatando que estaba igual que antes de la guerra. El moblaje, las alfombras, las obras de arte, la lujosa vajilla, la conservación del inmueble, etc., se mantenían impecables. Entonces el inglés interrogó al mayordomo sobre el milagro. El lacayo le hiso saber que durante la ocupación había sido habitada por un aristócrata General de la Wehrmacht que la usó no solo para su vivienda sino también para reuniones y recepciones y así la conservó, aclarándole: “Las guerras pasan, los Rothschild quedan” (Relatos de Antony Beevor en el delicioso libro “Paris después de la liberación: 1944/1949”). Cabe agregar que los Rothschild siempre destacaron con orgullo su condición de judíos. Cuando Isaih Berlin, fue designado profesor en Oxford, siendo al parecer el primer judío en esa calidad, fue invitado por los Rothschild ingleses a su mansión para agasajarlo enviándole su avión particular para el traslado (Biografía de Berlin de Ignatieff).

Estando ocupada Francia durante el conflicto armado y luego de su rendición ante los nazis, se destaca en Londres el General Charles De Gaulle. En rigor de verdad era, más allá de sus méritos personales, el general de un ejército no solo derrotado sino humillado y casi inexistente (solo pervivía en algunas colonias). La ocupación de Francia por los alemanes había sido un paseo y a la afamada línea Maginot la pasaron como alambre caído (primero por el norte y después por el medio). A ello debe agregarse el desastre de Dunkerque donde los franceses armados no se destacaron por la heroicidad. Durante la ocupación, con la payasesca y miserable República de Vichy independiente (¿?), los franceses, con relación a otros países ocupados por los nazis no la pasaron demasiado mal. Sartre (antes de su huida a Londres) al igual que otros autores, estrenaron obras de teatro en París, y el gran Marcel Carné (que había conmovido a los entonces poco fans del séptimo arte con El Muelle de las Brumas en 1938) filmó varias películas (“Los visitantes de la noche”, “Sombras en el paraíso”), en las cuales los cinéfilos intentaron ver, larvadamente, metamensajes rebeldes inexistentes. El historiador Pierre Vilar en su suerte de biografía titulada “Pensar históricamente”, nos relata que habiendo sido oficial del ejército francés fue tomado prisionero por los alemanes, se escapó del campo de detención y, recapturado, llevado al mismo lugar sin sanción alguna (tratándose de los nazis esto parece ciencia ficción, pero demuestra el trato de los nazis con los franceses arios).

Los partisanos o maquís franceses fueron generalmente los judíos y los comunistas, teniendo buena actividad sobre todo en los gremios ferroviarios que manejaba el PCF (esa epopeya fue rescatada en una película semidocumental de posguerra dirigida por René Clemént titulada “La batalla del riel”). Nadie sancionó a los artistas e intelectuales colaboracionistas después del conflicto, que no fueron pocos. El arquitecto Le Corbusier, claramente antisemita y colaborador de la ficción de Petain y Laval, sigue siendo reverenciado por su obra y talento. Nadie ignoraba (ni siquiera su marido) que la bella Arletty fue amante de un militar nazi durante la filmación de “Los visitantes de la noche”; pero parece que solo rapaban a las muchachas que en la entrega de su cuerpo, sin ninguna ideología previa, encontraron la forma de tener una vida más placentera para ellas y su familia. El histriónico cantante Mauricie Chevalier, que algún proceso sin condena soportó, llegó luego a la Argentina y la colectividad judía, no institucionalmente pero con los medios de la época –el boca a boca y el teléfono- lo boicoteó y no fue a sus funciones.

Estando en Londres no obstante De Gaulle, heroico general de un ejército inexistente y humillado, se manejó como un genial político. Creo el movimiento Francia Libre y terció entre los jefes de los aliados. Logró, luego de serios altercados con quienes consideraba sus pares que después del desembarco en 1944 (donde los franceses casi no participaron y su colaboración con los espías no fue significativa) que un nuevo y pequeño grupo de uniformados a mando del General Le Clerc (aristócrata) con la ayuda de partisanos parisinos, entrara a París para su liberación  (las disputas en Londres entre De Gaulle y el resto de los jefes militares y políticos aliados son precisadas por los historiadores del desembarco Beevor y Atkinson). De Gaulle se convierte en la máxima autoridad francesa hasta el llamado a elecciones. Gran político.

Años después, en 1958, estando complicada Francia por la revuelta de Argelia y la inestabilidad de las luchas políticas internas, el General Charles De Gaulle –por entonces jefe del Estado Mayor- da un golpe de estado, sorprendiendo por la discontinuidad de una pretendida tradición democrática que nunca existió, y se hace del gobierno. La Asamblea Nacional lo nombra Presidente otorgándoles plenos poderes. Luego se entierra la Cuarta República y mediante una asamblea constituyente nace la Quinta República a imagen y semejanza de los requerimientos de De Gaulle quién ejerce por siete años la primera presidencia, como cabeza de un partido político por él creado (“Alianza del Pueblo Francés”). No existía entonces la definición política de outsider ni sorprendía este ascenso al poder fuera de los partidos tradicionales como puede ocurrir ahora. La lectura desde la izquierda era clara y terminante: la burguesía gobernaba en un monolítico bloque hegemónico al que se sumaba entonces el ejército. Gramsci, Marx y Lenin se respetaban en este cuadro y, si fuera poco y para completar, tenía los mejores intelectuales orgánicos como Alexander Kojève (con sus famosos seminarios a los que también concurría Lacan), Raymon Aron y André Malraux. La opción de izquierda eran el Partido Comunista revolucionario, y los reformistas radicales y socialistas. Si algo faltaba para para no dudar, el primer ministro fue otro total outsider, el gerente de la banca Rosthschild Georges Pompidou, sin ningún antecedente en la política que solo tenía el título de licenciado en letras, aunque partícipe de la resistencia. Todo claro: el ejército, la burguesía, la banca y sus intelectuales orgánicos juntos en el bloque de poder. No importaba el distingo de los actores gobernantes ni de un nuevo partido. Bien alineada la realidad desde la lectura progresista maniquea. Se decía en este contexto que era mejor equivocarse con Sartre (la izquierda) que acertar con Aron (la derecha). Era entonces para aplaudir el gesto de Sarte que en 1964 rechazó un premio de la burguesía: el Nobel.

Producido el memorable mayo francés en 1968 hizo suponer, en cabeza de algunos pensadores lúcidos, que Francia sería sacudida por una revolución de izquierda (a punto tal que ni siquiera Aron pudo calmar a Kojève que murió de un síncope en Bruselas por el stress). Pompidou manejó la situación como un fino genio de la política logrando sobrellevar la situación sin represiones ni víctimas, cuando el mismo De Gaulle, retornado bruscamente de un viaje al exterior, no pudo conseguir un amplificador para hablar ante los adictos que, también asustados, lo vivaban en los Campos Elíseos en el corazón de Paris. De ese momento conocimos, casi un década después, la carta que Pompidou le mandó a Aron para tranquilizarlo, que es una clase magistral de alta política. Desde luego que en favor de Pompidou jugó que no existía un partido orgánico que encarara una revolución y el primer ministro supo leer la realidad. Se conmemoraba por entonces los 150 años del nacimiento de Carlos Marx y los 100 de la primera edición de El Capital y un grupo de intelectuales y políticos marxistas coincidían para la celebración en ese mayo de 1968 en un edificio de la Rive Gauche. Cuenta Hobsbawm (“Años interesantes”) que viendo los sucesos callejeros interrogó a un alto dirigente del PCF quién, más o menos, le respondió lo siguiente: “son los muchachos que están revoltosos”. No debe extrañar entonces que los revoltosos cambiaran su literatura y aparecieran otros autores favoritos como Hebert Marcuse, y que el sucesor de De Gaulle fuera Georges Pompidou.

Y así llegamos al 2017. Sorprende a Francia una segunda vuelta entre partidos que no tienen gran tradición. Marine Le Pen candidata de un partido aparecido en los setenta nominado Frente Nacional, (de no fácil calificación que se destaca por su xenofobia, nacionalismo y populismo) y Emmanuel Macron del partido En Marcha de su creación reciente para estas elecciones, con no demasiados antecedentes en la política (fue Ministro de Economía del socialista Hollande) y se constituirá en el presidente más joven de la historia francesa. Los partidos tradicionales de izquierda, comunistas y socialistas, insignificantes en la cantidad de votos. Las categorías clásicas de la lectura electoral, respondiendo a tradiciones, han sido olvidadas y poco sirven. Salvo el caso de Jean-Luc Mélenchon que aparece como candidato de la llamada izquierda más dura que, aún con procedencia de la guache (marroquí ex trotzquista y socialista), crea también su propio partido “Francia Insumisa” y es votado por parte del electorado obrero de París. Caben dos datos interesantes. En gran parte de las regiones del interior francés los comunistas, dirigentes y gobernantes, se han pasado a Marine Le Pen (como resulta directamente de declaraciones expresas y resultados electorales, y de textos como Regreso a Reims de Didier Eribon). Y para completar también Emmanuel Macron ha sido socio gerente de la Banca Rothschild. ¿Lo esperan los mismos éxitos que a Pompidou? La historia dirá, pero se puede adelantar remedando al aristócrata General alemán: “Las elecciones pasan y los Rothschild quedan”.

 

*Socio del Club Político Argentino

 

 

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