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ATORMENTADOS POR EL QUÉ DIRÁN por Albino Gómez*

Con-Texto | 16 diciembre, 2018

En realidad los argentinos siempre estamos demasiado preocupados por el tema de la imagen, del cómo nos ven, y no sólo como personas individuales, sino también como país. De tal modo siempre está latente esa pregunta acerca de qué piensan en el exterior de nosotros, y también siempre la personal preocupación de qué impresión dimos en tal o cual reunión o qué opinaron de lo que dijimos nuestros eventuales interlocutores, como si de ello dependiese toda nuestra vida y toda nuestra felicidad.

Claro está que es muy difícil tener buen éxito en la vida si la gente con la que tratamos no tiene una buena impresión sobre nosotros, como tampoco le puede ir bien a un país con mala imagen internacional. Ello es obvio. Pero no lo es hacer de semejante tema algo así como una cuestión principalísima, obsesiva  y hasta desplazante de toda autenticidad. Ya Ortega y Gasset se refirió a ese defecto argentino, de estar más preocupado por el parecer que por el ser, y desde aquella época orteguiana -los años 20- nada las cosas han cambiado en dicho aspecto. 

 

Por supuesto que de esto no tiene la culpa la televisión -que la tiene de tantos otros males- porque la cuestión viene desde muy atrás. Sin embargo, ella tiene tanto que ver con la imagen que, posiblemente, haya coadyuvado a empeorar aún más dicho problema. A mayor abundamiento -como dicen los abogados- o por su esto fuera poco -como dicen los vendedores callejeros- téngase en cuenta que hoy en día los gobernantes están más rodeados de  publicistas y forjadores de imagen que de filósofos. Y la diferencia entre estos últimos y los primeros es que los filósofos tratan de desnudar la verdad para que no haya engaño, en cambio y en general, los publicistas y forjadores de imagen, tratan de vestir la mentira o la verdad a medias con el traje de la verdad total. En el caso de los filósofos hay búsqueda, en el de los últimos, manipulación.  

Ya dijimos que  no es la televisión la inventora de este tipo de manipulaciones,  porque cada vida, la más anónima y modesta, está sometida desde su nacimiento o más bien desde su concepción, a todo tipo de inocentes condicionamientos y  manipulaciones, muchos de los cuales se incorporan luego de tal manera, que terminan jugando el papel de reacciones supuestamente autónomas, cuando no son otra cosa que la distorsión de una conciencia propia, cubierta a medida que pasan los años, por  distintas capas de influencias externas que finalmente la reducen a cero. 

Así entonces, desde nuestro nacimiento comienzan a mirarnos decenas de ojos que se van transformando en  miles, y que no sólo nos miran o enfocan como podría hacerlo una cámara, sino que además, nos juzgan, y mediante su juicio nos califican o descalifican, logrando mediante ello -la más de las veces- producir reacciones automáticas o respuestas que no responden a nuestros más profundos y verdaderos intereses o deseos, porque todos ellos han ido quedando aplastados o deformados a través de manipulaciones no necesariamente fundadas en mala fe alguna, pero sí -por lo menos- en necesidades ajenas a nuestro propio sentir o interés. Como sabemos, todo este ejercicio comienza en el propio seno familiar. Luego prosigue en los demás ámbitos: escolares, profesionales, y en las relaciones de la amistad y del amor.

Cada persona o institución que tratemos en una relación que presuponga algún interés, ya sea amistoso, comercial o amoroso, necesariamente tiene un libreto o produce un libreto que nos incluye, así como nosotros tenemos, simétrica o correlativamente un libreto -¿tal vez propio?- dedicado a cada una de esas personas o instituciones. Vale decir que toda nuestra vida constituye  una red de conductas y conversaciones en interferencia intersubjetiva, en la cual será muy difícil que no exista -consciente o inconscientemente- alguna suerte de manipulación.

Solamente entre personas muy armónicas desde el punto de vista intelectual y emocional, unidas por un profundo cariño mutuo y un sentido de respeto irrestricto por la libertad del otro, podría evitarse la manipulación más arriba mencionada.

Toda persona que sea capaz de una introspección profunda, o que al menos pueda analizar la vida de los otros, verá cómo se multiplican las situaciones donde las decisiones más importantes se toman con una peligrosa dosis de condicionamientos que determinan una forma de reacción carente de toda la racionalidad y objetividad necesarias que debían acompañarlas. Todo ello, tal vez, pensando muchas veces en algo equivalente al "rating" televisivo que,  en estos casos, se presenta como  la medida del  grado de conformidad y de consenso que nuestras conductas requieren para sentirnos seguros y estimados por los otros, para seguir gozando de su aprobación, de su aprecio y de su atención.  Porque las presiones de los pares de ojos que comenzaron a mirarnos en la cuna con severidad o amor cuando llorábamos o sonreíamos, se fueron multiplicando en la vida para seguir juzgándonos por eventuales transgresiones a la conducta que se esperaba de nosotros, o para bendecirnos por haber cumplido  -"como bien pensantes"- con todas las expectativas que nos circundaban.      

Así las cosas, se contribuye a que el hombre no se conozca a sí mismo, a que desconozca sus propias limitaciones, sus propias posibilidades y hasta que tenga  falsas ideas sobre sí mismo. A veces, ni siquiera tiene consciencia de lo mucho que no se conoce. Lo cual no le permite realizar movimientos verdaderamente independientes dentro o fuera de él, quedando fácilmente sometido a toda influencia externa, e incluso interna, pero no propia sino inducida, es decir internalizada.  En tales circunstancias los hombres no construyen sus vidas sino que éstas les suceden. Y se transforman en marionetas tiradas por hilos invisibles, donde sus múltiples "yoes" no logran unirse o integrarse a un "yo" único, integral  y armónico.

*Diplomático, escritor y ensayista

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