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¿DEMOCRACIA REPUBLICANA O DEMOCRACIA POPULISTA? por Francisco M. Goyogana

Ernestina Gamas | 7 mayo, 2013

Publicada en la Gaceta del Club del Progreso

Para una mejor aproximación a la interrogación del título, vale recurrir a un clásico depurado por las múltiples etapas de filtrado a que fueron sometidos los conceptos a lo largo del tiempo. Si se recuerda la máxima de Thomas Jefferson que afirmaba: Cuando la gente le teme al gobierno hay tiranía; cuando el gobierno le teme a la gente… hay libertad, la pregunta inicial comienza a tomar claridad.

Jefferson no creía en la igualdad de los hombres con respecto a la virtud y a la inteligencia, así como tampoco creía que la tarea del gobierno era un trabajo sencillo, fácilmente dominado por el hombre común. Suponía que los hombres de capacidades superiores, eran aquellos adaptados para un cargo público, y su sistema de educación debía tener por objeto asegurarles, sea cual fuere su situación económica, una oportunidad para desarrollarse.

Jefferson creía en el principio y en la práctica de la separación de poderes como garantía necesaria contra el abuso del poder y criticó incluso la falta de transparencia que no preveía una separación suficiente de los poderes ejecutivos, legislativos y judiciales en la práctica

Jefferson también había elaborado su concepción sobre la necesidad de limitar el mandato presidencial, y su observación más severa estuvo dirigida hacia la omisión de una obediencia a la declaración de derechos que deben ocupar un lugar esencial con respecto a las libertades del individuo.

En su momento, Jefferson consideraba a la Justicia como la guardiana de los derechos fundamentales, en contra de la acción del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo, para que la revisión judicial de la legislación, a la que debería ajustarse el Poder Ejecutivo, fuese una función normal y legítima del Poder Judicial. El respeto a la Ley era la base de toda la estructura política, económica y social.

Un ejemplo argentino de obediencia a la ley lo daría Domingo F. Sarmiento, paladín del laicismo, quien mientras fue responsable de la instrucción primaria del Estado de Buenos Aires, que sostenía la enseñanza religiosa en las escuelas, al ser observado por su tolerancia a ese tipo de enseñanza por sectores laicistas afines, respondió que la ley así lo establecía y que debía respetarla mientras tuviera vigencia. Tiempo después, los cambios permitirían de reversión de esa situación con la promulgación de la nueva ley 1420 de enseñanza común, obligatoria, gratuita y laica.

Sarmiento, seguía el mismo rumbo que Jefferson. Ese rumbo era el del pensamiento liberal, filosóficamente entendible desde John Locke en el siglo XVII hasta Raymond Aron en el siglo XX. John Locke era un hombre de la Ilustración, que sostenía que en régimen monárquico, la ley estaba por encima del rey. Por su lado, Aron esgrimía a la democracia como antítesis del totalitarismo, y en ese sentido la denominación de democracia alcanzaba a hombres e instituciones, a pesar de posteriores alteraciones y adulteraciones de su significado

Es evidente que la democracia totalitaria es abiertamente contradictoria de la democracia, tal como se la entiende en los tiempos modernos aplicada a la manera de una forma de gobierno, íntimamente próxima a la que puede considerarse como una definición de democracia. Esta formulación corresponde al famoso discurso de Abraham Lincoln en Gettysburg el 19 de noviembre de 1863, que finaliza con estas palabras: (…) and that government of the people, by del people, shall not perish from the earth. Notablemente, Lincoln no menciona el vocablo democracia. Sin embargo, desde el primer momento aquel deseo se asoció con el mismo, y se constituyó de esa manera, prácticamente, en una definición que, en rigor, nunca fue tal.

¿ Qué dice esta definición ¿ Por lo pronto, parece expresar el significado dieciochesco de forma de gobierno, al decir del (of) pueblo. Pero también parece expresar el sentido reivindicatorio al decir por (by) y para (for) el pueblo. Puede considerarse correcto unir by y for, distinguiéndolos de for. De todos modos esto no afecta en el fondo a la cuestión.

Hay otro aspecto semántico que puede ser considerado. Entre los comunistas se acuñó una expresión que se hizo común: democracia popular. A pesar de su cambiante significación, parece indudable que democracia es un término que siempre, aún etimológicamente, apareció ligado al pueblo y a lo popular. Aquellas expresiones por separado, democracia y popular, parecerían indicar que ya no es así, al menos para quienes las emplean, desde el momento que se hace necesario unir ambos términos con una partícula conjuntiva. Resulta, en consecuencia que para aquellas corrientes y sus derivadas, la democracia en sí, en los tiempos actuales, ya no implica de ninguna manera popular por la insuficiencia en que ha caído esta palabra.

A fines de los años de 1960, cuando nuevas naciones emergían a la vida independiente, la incógnita que se planteaba era cuantas de ellas se volverían comunistas. Hoy, esta cuestión, tan de actualidad en su momento, suena anticuada, y ha sido reemplazada por populismo.

En el tiempo presente no puede haber duda alguna con respecto a la utilización del vocablo populismo, pero en cambio nadie sabe exactamente qué es, a no ser una doctrina o movimiento dotado por su carácter elusivo y proteico, elaborado por aprendices de brujos, que han sido incapaces de establecer un sustrato unitario subyacente para el concepto, o bien designar en el mismo término una cantidad de tendencias desvinculadas entre sí.

El populismo, semánticamente impreciso, muestra partidarios de su empleo como una inclinación a pensar en movimientos ubicados a la izquierda de lo que fue el comunismo soviético, como el trotskismo, el titoísmo, el maoísmo, el castrismo, el chavismo y la actual pretendida ideología de algunos países de Centro y Sudamérica, como estentóreas manifestaciones de psicología política bajo la forma de un elemento de manía persecutoria, agobiadas por un sentimiento de conspiración deliberada y tenaz contra el pueblo. La actitud básica es una aprensión hacia las fuerzas externas desconocidas: opresión colonial, habitantes urbanos con raíces o ramificaciones internacionales, los banqueros, los capitalistas internacionales, etc. Como tal, el populismo se caracteriza por un negativismo peculiar; es un movimiento anti: anticapitalista, antiurbano, antisemita, etc., y también xenófobo, aunque este aspecto por el momento parece oculto en ciertos casos por el fenómeno de los pueblos originarios, a pesar de que todas las poblaciones, antes o después, provienen de algún lado.

En contraste con ello, el populismo idolatra al pueblo, pero con el detalle que los populistas adoran el pueblo de los mansos y sumisos, el pueblo de los miserables, y lo adoran por ser miserables y por sufrir la persecución de los conspiradores.

Todavía, y a pesar de todo, la República conceptual, como organización del Estado cuya máxima autoridad es elegible por los ciudadanos para un período determinado, sigue siendo compatible y válida para asociarse al término democracia, doctrina favorable para la intervención del pueblo en el gobierno, a diferencia de la democracia populista que entrampa a las sociedades en el corto plazo.

La democracia republicana representa al progresismo moderno que sabe que el desarrollo económico y social no será posible mientras se apueste a un pretendido eterno presente y al relato como sustituto de la realidad.

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