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MÁS ACERCA DEL PENSAMIENTO DE ROBERTO CALASSO SOBRE LA “ACTUALIDAD INNOMBRABLE” por Román Frondizi *

| 26 agosto, 2018

Segunda Parte

       Vimos en la primera parte que nuestro tiempo, la edad de la inconsistencia, una inconsistencia asesina[1], está habitado por ciertas tribus entre las cuales RC menciona a los terroristas,  a los turistas, a los transhumanistas, a los algorítmicos. Se trata de  variantes del homo secularis , un mutante que hoy se ha transformado en el hombre normal [2], que precisamente personifica a la inconsistencia.

       Me referí entonces a los terroristas. Paso a los turistas.

       Para Calasso los turistas son los visitantes reales o virtuales del mundo actual, observadores irresponsables que no desean pensar en nada ni siquiera en sí mismos. En esto, turistas de la vida y terroristas o turistas de la muerte se corresponderían como habitantes de la edad de la inconsistencia.

      El homo secularis es inevitablemente turista y no solo cuando viaja pues también puede serlo a través del zapping y el link. Es una suerte de sucesor de los “cosmopolitas” de las primeras épocas modernas que se presenta como una lenta e invencible marea que desborda por doquier.

      Para RC, en el turista se evidencia con mucha claridad la pérdida de las raíces ya que, más que cualquier otro tipo humano, lleva consigo las notas más comunes de la época: nomadismo cosmopolita, cruce de las fronteras e invasión del territorio ajeno, sobreposición de nacionalidades. Es un nómade del espíritu que percibe el vacío dentro de sí y no logra silenciarlo en ninguna parte. RC lo ve reflejado inclusive en el tipo humano del SBNR ( spiritual but not religious), espiritual pero no religioso, incapaz de reconocerse en las religiones actuales y, al mismo tiempo,  insatisfecho con el dominio “procedimental” moderno. El colmo del turista es el turista virtual que, así como el turista que viaja en el espacio real puede volver a casa, puede, aquel, salir cuando quiere de frente a la pantalla.

      Para Calasso la convergencia de las culturas se produciría, en el mundo actual, a través de la pornografía y del turismo, mundos paralelos en los que regirían las mismas reglas, en los que las acciones serían previsibles y repetitivas y responderían a secuencias prefijadas. La vestimenta presenta mínimas diferencias. Los preámbulos y las dudas tienden a negarse, simplemente se realiza, se hace.

      Calasso llega a hacer al turista responsable de la banalización de la geografía y de la historia y lo considera incapaz de diferenciar lo virtual de lo real, lo fáctico de lo simbólico, la simulación de la realidad.

      Puedo admitir sin dificultad que a un espíritu culto, refinado, crítico, y dotado de cierta dosis de elitismo, cause desagradable impresión sufrir la imprevista irrupción de una masa de turistas chinos, japoneses, alemanes o del propio país o de donde quiera que sean, en las plazas, en los museos y monumentos de las ciudades amadas o en las playas predilectas en los que nos encontramos o a los que llegamos. “Il turismo di massa”, como dijo mi primo Marco un atardecer de verano en que no encontramos ni una mísera mesita para tomar un helado en paz en “Tre Scalini”,  con  la Piazza Navona literalmente invadida y ocupada por turistas de cualquier lado.  Encima el turista medio aparece asociado a cierta suciedad, a cierta torpeza, se viste de un modo que no  usaría en su ciudad de residencia. Se dice de un lugar si está intacto o ha sido contaminado por el turismo. Paradojalmente, los turistas buscan lugares no contaminados por ellos mismos.

        Para Calasso ya casi no se viaja para vagar por una ciudad desconocida dejándose llevar hacia lo que atrae en cada momento. Ahora se viaja con un fin bien preciso. Y el más común, dice, es tener sexo y, quizá, para encontrar una disculpa, hacer alguna “obra de bien”.

      El inocultable  fastidio de Calasso es exajerado, extremo, irrealista, suena en demasía elitista. Clasista?  Podría ser, pero no lo aseguraría.

      Es un dato positivo del mundo actual que muchas  personas  puedan “turistiar”, como diría un amigo cordobés,conocer lugares y gentes, hacerse una cultura más real que libresca. Y que el que no lo pueda hacer en la realidad al menos lo haga a través de la TV o medios electrónicos varios. A medida que perseveren en viajar la mayoría de esas personas  probablemente mejoren su cultura. Somos muchos en este mundo, cada vez más, y deberíamos acostumbrarnos a ser tolerantes, lo que no significa perder capacidad de crítica, aunque resulte incómodo.

      En mi larga vida no he encontrado turistas franceses, ingleses, italianos, alemanes,  españoles, brasileños -no menciono chinos, japoneses o africanos  porque no he logrado comunicar con ellos adecuadamente por cierta dificultad idiomática- en quienes advertir que, por ser turistas,  renuncian a sus raíces. No excluyo, claro, que haya algún mojigato que lo diga más que lo haga. Y sin perjuicio de alguna agradable y venturosa experiencia  personal, no he observado manadas de turistas corriendo detrás del sexo, si bien no niego que habrá quien lo hace. Innecesario y antieconómico dado  lo disponibles que están las mujeres y los hombres en el propio barrio de la ciudad en la se vive.

      La contracara sana sería transformarse en un  vanaprastha  védico e irse al bosque? Y cuando el bosque haya desaparecido y no haya más remedio que caminar por donde van todos, ir con una luz especial en los ojos que deje ver que no se pertenece? Nos extrañaríamos en nuestro propio planeta, seríamos a tal punto renunciatarios?

        Por otra parte cabe preguntarse si, realmente, el turista es una “segunda realidad” como dice Calasso. Son interesantes dos ejemplos de la literatura en lengua inglesa. Viene al caso una carta de Samuel Johnson –uno de los más notables escritores ingleses- a su amiga y mecenas galesa  la señora Hester Lynch Thrale, periodista, escritora y viajera[3]. Data de 1773 y en ella se lee: “(…) La utilidad de viajar es ajustar el pensamiento a través de la realidad, ver las cosas como son en vez de pensarlas como podrían ser.”[4] Por su parte Mark Twain, en 1869, en su encantador  e irónico libro “Innocents Abroad”[5] contó el primer crucero organizado en los EE.UU. para visitar  Europa y lo definió “(…) el progreso de los nuevos peregrinos”. Lo que importa es la calidad de la mirada del turista, que necesita ir adquiriendo educación, que le consentirá diferenciar lo valioso de lo banal. Cada quien busca y ve una cosa diversa en el marco de su relación con el tiempo y con el espacio que se ha modificado sustancialmente debido a la disponibilidad y al uso de los medios que ofrece la tecnología digital.

       Lo cierto es que vivimos y viajamos en un mundo que ya no es ancho y ajeno sino más bien multiforme y variegado, diferente del que preferiría Calasso. El de hoy no necesariamente es mejor, sino, simplemente, es. En suma, las ideas de Calasso sobre el tema del turista contienen aciertos parciales, pero suenan, en parte, un tanto triviales. Y tambiénen parte rebuscadas y de una mordaz y cruel ironía, por decir lo menos, cuando p.e. encuentra argumento para establecer correspondencia entre terroristas y turistas.

     III.- Quid de la sociedad secular?

       Calasso hace en este tema muchas observaciones de notable  interés, compartibles o no. Vale referirse, por obvias razones de espacio, solo a algunas de ellas.

       Como resultado de un proceso de vasto alcance que ha embestido todo aquello que puede llamarse religioso, la sociedad secular se ha constituido en la única referencia para cualquier significado, el que podría buscarse solamente en la sociedad misma, como si la imaginación se hubiera amputado la capacidad de ver más allá en búsqueda de algo que le dé sentido a lo que ocurre dentro de la sociedad.

      El secularismo se define, según Calasso, por vía negativa. Excluye lo sagrado, lo divino, dios o dioses. A partir de esta exclusión, toda otra es posible. En su forma eminente, el secularismo humanista, solo deja en pie algunas reglas: el altruismo, la tolerancia, el respeto por el principio mayoritario y de ciertos procedimientos democráticos como la división de los poderes del Estado. Al crear un ligamen indisoluble entre ciertos principios y ciertas conductas el secularismo humanista no viene después ni en contra de las religiones, supersticiones, sino que es una forma de religión.

       Ahora bien: sin el estremecimiento de lo numinoso, sin poder apelar a lo trascendente  ni dar  nombre a lo que adora, la sociedad secular resulta condenada a una nueva superstición, la superstición de sí misma. No cree en nada salvo en ella misma. No ha alcanzado el alto grado de sabiduría que lleva a no creer sino a limitarse a observar, a estudiar, a comprender en una progresión indefinida e imprevisible del conocimiento. Para explicar el origen y el desarrollo de este proceso nuestro autor recurre a Durkheim[6] y a su concepto de función, aplicable a todas las sociedades. Se trata de delirios, pero delirios que cumplen una función eminentemente útil, porque solo gracias a ellos es posible mantener la cohesión social. Por eso la vida religiosa subsiste en las sociedades laicas. Ya no se trata  de lo invisible, de lo divino, de un dios o de dioses. Es la sociedad misma, que  para sus miembros vale  lo que un dios para sus fieles. El laicismo lleva en sí una carga religiosa. Durkheim dixit y Calasso comparte.

      La exasperación de tal proceso ha llevado a fenómenos aberrantes como los experimentos de los nazis o de los stalinistas o más recientemente de Pol-Pot.

      Y hoy a la confusión, a la incertidumbre.[7] No se sabe donde se ponen los pies en cada momento: “(…) El terreno es friable, las líneas se desdoblan, los tejidos se deshacen, las perspectivas oscilan…nos encontramos en la actualidad innombrable”. La secularización es ante todo relajamiento de los vínculos, o tout court su cancelación, salvo el respeto por la ley que supone la observancia de un cierto orden …y el pago de los impuestos. Ni votar es obligatorio.

       El mundo secular no quiere convencer, solo ser aplicado. Al final consiste en una serie de procedimientos que se consideran equivalentes a la normalidad tal como sucede en el tráfico aéreo o con el predominio de las finanzas sobre la economía. Con la informatización capilar  se instaura el reinado absoluto de los procedimientos. Todo esto ocurre en un momento huidizo de la historia en el cual los procedimientos reemplazan a los rituales. Son potencias que siguen direcciones opuestas. El rito hacia la conciencia perfecta, que para los cristianos es  el instante de la transustanciación. Los procedimientos miran hacia el automatismo total. Cuanto más se multiplican más se expande  el reino de los autómatas.

      Si la inteligencia ha sido absorbida por  algoritmos no conscientes pero que funcionarían mejor que la mente se podría concebir  que la conciencia pueda sufrir algo parecido. Pero hay un inconveniente: nadie sabe de qué cosa esta hecha la conciencia, ni siquiera lo puede decir la microscopía tridemensional. Sin embargo, estamos convencidos de que la conciencia  es una entidad presente en la totalidad de los seres humanos. Ella es la barrera invisible contra la que choca la super-información y la única derrota que ésta sufre hasta ahora. Pero la información y la inteligencia artificial siguen intentando avanzar y ahora se atreven hasta con los valores, a los que desean incorporar a  los robots volviéndolos altruísticos, “beneficial machines”. Difícil, pero, como de costumbre, resolvible según los sabihondos algorítmicos. Cómo? El robot debería aprender a leer. Qué? Todo, absolutamente todo. Leído todo, de su boca manaría la esencia de los valores.

         Ocurre que el homo secularis no es feliz. No se siente liberado de muchos pesos. Advierte la inconsistencia de lo que lo rodea. A veces reconoce en ello algo amenazante: la  inconsistencia que está presente en él mismo.

      La inclinación a exponerse al shock de lo que no se conoce, de lo desconocido, dice mucho acerca de la calidad de una persona. Hay quien la ignora, quien no puede evitarla. Esa sensación puede ser advertida cuando se visitan las ruinas del pasado. Hay quien necesita o prefiere un guía, quien las recorre como si fuese ciego y solo saca fotos. Y hay quienes simplemente miran: son los pocos que no renuncian a someterse al shock de lo desconocido. Las ruinas testimonian que el pasado está ausente. Una vez absorbido este shock puede iniciar el proceso del conocimiento. Calasso pone el ejemplo de los historiadores, menciona  a Burckhardt y a Michelet. Es la digitabilidad el gran enemigo de la inclinación a exponerse al shock de lo desconocido. Ya eran pocos quienes lo hacían y ahora la informática puede obligar y de hecho obligaría a cualquiera a tener que soportar un saber que no sabe, una especie de rumor ininterrumpido e instructivo que lo envuelve en cualquier dirección.

     Qué posibilidad le queda al hombre dentro de la actualidad innombrable? Excluída cualquier vía religiosa y desechada la estupidez del SBNR –spiritual but not religious- el homo secularis debería conformarse con la cancelación de lo invisible que hoy sería el presupuesto de la vida social común? He aquí la divisoria de las aguas, dice Calasso. Si lo esencial no es creer sino conocer se tratará de abrirse una vía en la oscuridad usando todos los medios en una especie de bricolage del conocimiento sin certeza alguna del punto de partida ni del de llegada.

      Esta condición –mísera y exaltante- es la de quien no pertenece a ninguna confesión y al mismo tiempo rechaza aceptar la nueva religión – mejor dicho la superstición-de la sociedad misma. Es una vía difícil, sin puntos de referencia salvo los estrictamente personales. Pero también una vía en la que se encuentra el socorro de voces afines, como en una constelación clandestina. Para Calasso más no se puede esperar por el momento. Y agrega: y sin embargo es muchísimo, un gran juego que no pocos han practicado a lo largo de los siglos.

      Existe también  la posibilidad, dice Calasso, de sentarse en la ribera del gran flujo informático, sin lamentarse ni justificarse, limitándose a mirar, incluyendo a quien mira en lo que mira. Tentar con cautela si el sujeto que mira es nuestro huésped o si uno es su huésped. Cederle el paso y darle una señal de consenso.

      Las dos salidas que propone Calasso , especialmente la última, son un repliegue individualista cargado de pesimismo que dejan un amargo regusto de impotencia.

IV.- Quid de la democracia?

      Afirma Calasso que el pensamiento secular ha inventado la democracia y que en ello radica su mayor orgullo. Hace falta una aclaración. O bien nuestro autor remonta el pensamiento secular a la Edad Antigua o bien olvida que la democracia nació en Grecia y tuvo una notable presencia en la república romana. Con las conocidas limitaciones acerca de quienes podían participar de los derechos que le son inherentes. No me parece razonable adjudicar a Calasso estas posturas. Probablemente ha querido decir que el pensamiento secular ha inventado la democracia constitucional, representativa, con división de los poderes del Estado y garantías de los derechos individuales tal como se la conoce hoy. Casi una obviedad…Destaca RC que la democracia consiste en una concatenación de procedimientos, y en su carácter representativo. Los procedimientos que regían la vida y las instituciones políticas existían y funcionaban en la república romana. Y también el carácter  representativo. Los patricios elegían a los senadores, los  ciudadanos  a los cónsules y a los tribunos de la plebe. Y también existía la forma directa: las asambleas en las que se reunía el pueblo, que también tenían sus reglas y procedimientos.

      El mejor modelo democrático, para Calasso,  es el de la  democracia formal . Su maravilla radica en ser vacía, sin contenido. Para ella lo esencial es la regla más que lo que ella prescribe. Peligrosa  teoría, a mi modo de ver, para la salud y la vida de la democracia, que me recuerda la doctrina del positivismo jurídico:  toda norma es válida si ha sido dictada por el órgano con competencia para hacerlo y de acuerdo al procedimiento establecido a tal fin. Sirvió para legitimar el régimen jurídico nazi. Los crímenes de guerra pudieron ser juzgados y condenados por el Tribunal de Nuremberg recurriendo al ius gentium y no a las normas del derecho alemán         que eran formalmente válidas según la doctrina del órgano competente y el debido procedimiento vigentes en Alemania.

       Los procedimientos, las reglas, del juego democrático forman parte esencial de la democracia. Hasta ahí le doy razón a Calasso. Pero no bastan para que la democracia se sostenga y sea defendida por los ciudadanos. Ella debe expresar en la práctica los valores que la sustentan y que son el resultado de la evolución de la civilización: mínimamente la libertad, la igualdad, la justicia que  quizá es  más un ideal que siempre, siempre ha de perseguirse más que una vigencia en la vida social[8].   

      La democracia requiere,  a mi modo de ver[9],  una suerte de lealtad cívica entre los ciudadanos y entre las razones que ellos  invocan. Y esa lealtad se produce y se re-produce no solo y no tanto  en torno de la participación de aquellos en las diversas ideologías sino más bien sobre bases mucho menos genéricas y más concretas y, si se quiere, modestas. La participación  debería referirse a un conjunto de “cruzamientos”, que, como se verá enseguida incluyen, es más, se basan en los valores fundamentales de la democracia y  no solo  en las reglas reglas procesales de su funcionamiento. Esa participación debería recaer en los verdaderos sujetos de la vida pública: ciudadanos que votan y eligen libremente a sus representantes; república constitucional representativa basada en el cabal funcionamiento de sus instituciones y con control judicial de constitucionalidad; democracia asumida por las partes políticas en el sentido de que quienes ejercen la función de gobierno se legitiman no solo en razón de su origen electoral sino en cuanto reconocen –y se reconocen- en la existencia de la oposición, que ejerce función de control político, y admiten que ella puede llegar al gobierno. A su vez, quienes están en la oposición y ejercen dicho control saben que pueden llegar al gobierno y que quienes se encuentran actualmente en él no solo lo saben sino que también lo admiten lealmente. Este proceso parte y reparte de la mínima base de que si aceptamos tratar con los demás es porque nos reconocemos, o mejor aún, porque ya nos hemos reconocido.  Allí están, de nuevo, las reglas, los valores, la razonabilidad  como base de la sociedad democrática, la vigencia de los cuales  y no solo, por cierto, el conjunto de reglas, forma una barrera para evitar la plaga a la que hace referencia Calasso, que otra no es sino la posibilidad de que por las vías legales llegue al poder quien se propone abolir  la democracia, como ocurrió –caso paradigmático- con Hitler en 1933.

       Tiene razón Calasso cuando condena el intervencionismo “democratizante” de Occidente en países como Argelia o Egipto fomentando la anulación de los resultados electorales: toda su prédica a favor de la democracia será considerada una burla y se fortalecerá el antiguo precepto  que enseña a cuidarse de lo que propone Occidente.

      La verdad es, a mi entender, que la performance del secularizado Occidente en el norte de África y en Medio Oriente  – los EE.UU., Inglaterra y Francia a la cabeza- es más que deplorable, es francamente deleznable. Habrá que recordar las hazañas de la Anglo Persian Oil Co., el MI6 y la CIA para derrocar al Dr. Mossadegh, premier de Irán, un gobernante constitucional elegido democráticamente, por haber nacionalizado el petróleo y haber defendido con éxito sus razones ante la ONU y la Corte Internacional de Justicia? Reinstalaron al Sha: el proceso termina con el gobierno de los ayatollá, crisis de Irán, Trump y la ruptura unilateral del Tratado con Irán. Brillante! Y más: cito de memoria, la intervención anglo-francesa por la crisis de Suez; haber armado hasta los dientes a Saddam Hussein para después inventar lo de las armas químicas y desatar la “ guerra de Irak”, invadir y destruir no solo a Saddam sino al país entero[10]? Y lo de Libia? Después de haber hecho toda clase de negocios –inclusive Italia- con Khadafy, liquidar su régimen y matarlo para dejar ese país en el estado en que se encuentra, virtualmente destrozado, envuelto en una guerra civil y casi sin un gobierno que pueda ser considerado un interlocutor válido ni siquiera en la crisis sobre los refugiados? Ahora el reciente gobierno de Italia le entrega corbetas de guerra a la Guardia Costera líbica para que impida la partida o la navegación de los buques que llevan a los migrantes desesperados por el hambre y la guerra.  Por otro lado deja de lado la tradicional e inteligente  política de los gobiernos italianos desde el final de la segunda guerra –de centro, socialistas o de derecha- que logró dejar virtualmente indemne a Italia del terrorismo yihadista, y,  mezclando ignorancia con un racismo elemental,  lleva adelante una gestión precisamente racista en un contexto europeo de indiferencia hacia qué hacer con los migrantes que no sea rechazarlos o expulsarlos. Hace falta mencionar a Siria? O a la incapacidad para encontrar una solución al horror de  Palestina? Estas cosas también potencian y dan fuerza al terrorismo yihadista, es más, son parte de sus causas. De todo esto, no se lee nada en el libro de Calasso.

             Me permitiría apuntar, además, que hoy por hoy se ha hecho común anunciar, por diferentes razones, el fin de la especie humana tal como la conocemos. En la dirección casi  mesiánica propagada por una cierta ecología los excesos predatorios del hombre llevarían poco menos que al fin del mundo viviente. En la dirección del acelerado entusiasmo tecnológico se nos anuncia, desordenadamente, la robotización de todo el  trabajo, la suntuosidad de lo numérico, el arte automático y el peligro de una inteligencia sobre humana. De golpe aparecen categorías amenazantes. No ya el laicismo humanista, sino el transhumanismo y el posthumanismo o, simétricamente, el regreso al animalismo, según que se profetise desde el transhumanismo robotizante o que se caiga en el lamento a partir de los atentados a la madre naturaleza. Sin dejar de valorar uno y otro punto de vista en lo que tienen de despertadores de una conciencia crítica de la situación actual del mundo en sus diversas variantes, señalo el riesgo  de que su exasperación se transforme en una suerte de sonajero ideológico destinado a obscurecer el verdadero peligro actual al que se enfrenta el mundo: el callejón sin salida al que lo empuja el atropello vejatorio del superpoder de las finanzas sobre las demás formas de la actividad humana desde la política democrática, a la economía productiva, a   la ciencia y al arte.

      Sufrido lector: digámoslo en frances: voilá, l´autre face de certaines variables du monde sécularisé e ses exploits!

      V.- La sociedad vienesa del gas.

      Tal el título del segundo capítulo del libro de Calasso. Lo tomó de la post-data de una carta de Walter Benjamin a Margarete Steffindel 7 de junio de 1939, en la que le informa que la Sociedad Vienesa del Gas ha suspendido la provisión de gas a los judíos porque le traía pérdidas. Causa: los judíos consumían mucho gas pero no lo pagaban, porque lo usaban sobre todo para suicidarse.

      En este capítulo, dice Calasso con acierto irrefutable, no se trata de recuerdos, sino de palabras escritas, publicadas, dichas, referidas, registradas entre principios de enero de 1933 y mayo de 1945. Y agrega que todas las imágenes de aquellos años, de cualquier proveniencia, emanan algo  hipnótico. Y es cierto.

      El capítulo recorre el período que precede a la actualidad innombrable que sería el resultado de lo que sucedió entre el 30 de enero de 1933 y el 5 de mayo de 1945. En aquellos años el mundo cumplió parcialmente  una tentativa de autodestrucción. La historia – un verdadero documento- es contada a través de una cronología compuesta por los testimonios de escritores, artistas, intelectuales, políticos y militares: Karl Mann, Brasillach, Walter Benjamin, Virginia Wolf, Bruno Walter, Céline, Martin du Gard, Joseph Roth, Ernst Jünger, Ezra Pound,  Drieu La Rochelle, Robert Frost, Samuel Beckett, Halevy, Arthur Koestler, Marie Vassiltchikov, Curzio Malaparte, el mariscal de campo Walter von Reichenau, Joseph Goebbels, André Gide, Himmler, Vassili Grossman.

      Faltaría, quizá, poco más adelante en el tiempo, la llegada del general  Einsenhower  a Auschwitz y su orden ante la visión del horror: “Graben todo, mañana puede aparecer un bastardo que lo niegue”.

      Este segundo capítulo es,  a mi gusto, la parte más lograda del libro. Son sus mejores páginas. Calasso pinta un fresco que produce una gran inquietud, un gran desasosiego.  Muestra, en las palabras de quienes cita,   la distancia, la indiferencia, la falta de visión acerca de la enorme, inminente tragedia,  o la claridad de los testimonios acerca de lo que sucedió, la indiferencia, la distancia, el colaboracionismo, la crueldad, la locura. Es imposible resumirlo, sugiero  leerlo íntegro.

      VI.-  Apuntes.-

       La lectura de este libro no me ha dejado indiferente. Lleva a pensar, a compartir, a disentir.

        Pareciera que para Calasso la crisis de nuestro tiempo se resume en el dominio de la técnica. No considera el aplastante dominio que ejerce el capital financiero sobre la vida social e individual. Erroneus: ambos aspectos son indisociables y concurren, con  otros, a dejar librado al hombre a la inconsistencia de la actualidad innombrable.

       Ni el bricolage del conocimiento, ni sentarse en el margen del gran flujo informático a mirar y consentir  no son lo único que le queda al hombre de hoy. Tampoco parece plausible aceptar como vía de escape  la  que parece discernirse  de la cita de Baudelaire con que se cierra el libro: lograr denunciar a tiempo la noticia  del derrumbe de nuestro mundo, al contrario de la angustiosa imposibilidad del gran poeta francés  de comunicar su sueño: “(…) Síntomas de ruina…¿Cómo advertir a la gente, a las naciones…? Advirtamos al oído a los más inteligentes…Una torre-laberinto. Vivo para siempre en un edificio que está a punto de colapsar, un edificio corroído por una enfermedad secreta”. Cuando la noticia llegó a las naciones, dice nuestro autor, las torres eran dos, y gemelas.

       El libro de Calasso, en el que no faltan páginas meláncólicas  ni otras de tinte elitista,  hace sí una crítica impiadosa del mundo actual, pero no presenta un  paralelo y congruente intento  de construcción de una alternativa. El tiempo presente no permite visiones tranquilizadoras, pero ello no debería llevarnos a cubrirlo con un velo de absoluta negatividad. Y tanto menos a renunciar o elegir atajos inconducentes. Precisamente su carácter innombrable podría ser una especie de desconocido, de ignoto, cuyo shock constituiría el umbral del conocimiento indispensable para dar lugar a una  acción superadora.

       Cual ? Tal vez vivir en la verdad de los propios valores morales y actuar con virtù  -cualidad sobresaliente de la inteligencia y del ánimo que permite al hombre dominar el curso de las cosas- para atrapar las ocasiones que presenta la fortuna y realizar “il vivere político”, que incluye y supera al vivere civile, al vivere libero y al vivere quietamente[11]. Dotarse de un ethos no solo crítico sino también de libertad, entendido como poder ser de un  modo diferente al que la actualidad innombrable pretende ejercer sobre nosotros.  Un ethos que permita a la vida superarse a sí misma no solo en el plano existencial sino también en el político y social.

      Tal  “mi género próximo y mi diferencia específica” con el  gran escritor italiano.

                                                                                                                                                    Buenos Aires, agosto 24 de 2018.

*Jurista, ex Camarista Federal, ex Conjuez de la Corte Suprema, escritor, ensayista.

 

      

     

        

     

 

 


[1] Calasso, R., “L´ Innnominabile…”, cit., p´.14.

[2]  Id.id., p.43.

[3]“Letters to and from the late Samuel Johnson”. Cambridge University Press. On line: letter-to-and-from-the-late-samuel-johnson-IIa/. También en otros sitios on line ingleses y americanos, entre ellos los de la Manchester University y la California University.

[4] Reconozco que no me consta, pero apostaría que Johnson leyó a Machiavelli. Es muy fuerte en este pasaje el eco de lo escrito por Niccolò en “Il Principe”, cap. XV: “(…) siendo mi intención escribir algo útil …me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa más que tras  una visión imaginaria de ella”. Como es sabido el pensamiento del gran florentino tuvo fuerte repercusión en Inglaterra: sir Walter Raleigh, Gabriel Harvey, Thomas Cromwell, Francis Bacon el gran Canciller, James Harrington, Henry Neville , etc.

[5] Twain, M., “Innocents Abroad”, 1869, hay version on line. Ver, entre otras, la muy cuidada edición de Proyecto Gutenberg: http://www.gutenberg.org/files/3176/3176-h/3176-h-htm.

[6] Durkheim, E., “Les formes elementaires de la vie religieuse”, Paris, P.U.F., 1960. Hay edición on-line.

[7] En 1977 un famoso economista de Harvard, John Kenneth Galbrait, publicó “The Age of Uncertainity”, lectura recomendable para vislumbrar alternativas al pretendidamente omnisciente monetarismo imperante. Hay versión española: “La Edad de la Incertidumbre”, Barcelona, Plaza y Janés, 1984, 1ra ed., entre otras.

[8] Deuteronomio, 16-18, “(…) tzedek, tzedek tirdof”: justicia, justicia buscarás.

[9] Frondizi, Román, “El derecho, el juez, la justicia”, La Plata, Librería Editora Platense, 2023, pp.174-75.

[10] La prensa oocidental mintió descaradamente presentando a ese horror como una guerra sin muertos. Había que escuchar a Radio Vaticano y leer el Osservatore Romano para saber algo de la verdad de lo que estaba ocurriendo. Paradojal, verdad?

[11] Frondizi, R.J., “Conocer a Machiavelli”, Buenos Aires, Cathedra Juridica, 2017, cap. V y VII.

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A PROPÓSITO DEL PENSAMIENTO DE ROBERTO CALASSO SOBRE LA “ACTUALIDAD INNOMBRABLE”. por Román Frondizi*

| 20 agosto, 2018

Primera parte.

      “L´Innominable Attuale”,[1] es el título del último libro –por ahora, porque según Calasso nunca y en nada hay un último sino en todo caso un penúltimo- de este grande y prolífico escritor italiano. Es una parte de un work in progress  en la que desarrolla un tema sugerido en su “La Rovina de Kasch”[2] donde la expresión que da título a aquel libro aparece precedida y seguida por sendas líneas en blanco, espacio que ha venido a ocupar la obra que motiva las reflexiones que volcamos en estas páginas.

       Se trata del mundo actual, una realidad huidiza, informe y grosera cuya enorme fuerza es padecida por el autor que trasmite su sufrimiento al lector: “La sensación más precisa y más aguda, para quien vive en este momento, es la de no saber cada día donde está poniendo los pies. El terreno es friable, las líneas se desdoblan, los tejidos se deshilachan, las perspectivas oscilan. Entonces se advierte con mayor evidencia que nos encontramos en la innombrable actualidad”[3].

         Sin duda el ensayo de RC, lúcido, culto, fino y a veces sarcástico, vale el tiempo de su lectura como me decía Sergio Vacirca cuando, apenas aparecido, me regaló un ejemplar.

      Nuestro autor goza de un status  de excepción. De hecho, cubre diversos campos del saber: la historia, la filosofía, la política, la literatura, la psicología. Aparece como un escritor capaz de poner en paralelo nociones complejas con obras muy diferentes entre sí. Es tal el cúmulo de temas centrales, anexos y conexos, y la cantidad de conocimientos y palabras que RC mezcla en el crisol de su obra que para examinarlos a todos haría falta escribir un libro o una nota tan extensa que desbordaría el formato razonable para su publicación  en “con-texto”, o bien limitarse a una simple recensión.

          Por ello optaré  por puntualizar algunas cuestiones de las tantas que plantean y desarrollan la mente y la pluma  proteicas, incansables, implacables  de Calasso.

          I.- Nota preliminar.

          Así como la actualidad de la que se ocupa RC es huidiza, igualmente huidizo es su  pensamiento,  irreducible a un género y a un estilo. Aunque no se lo podría considerar afín a las ideas que giran alrededor de la “muerte de la filosofía” (Derrida, Lyotard), ni considerarlo un intelectual “engagé” al modo de Foucault, me atrevería a decir que advierto ciertos vínculos con esa tentación filosófica tan francesa (“French Theory”), en su aspecto más absconce  (Lacan, Althusser). También con ese giro argumental tan particular, tan característico de nuestra época, que consiste en entrecruzar nociones y dominios alejados unos de otros para hacer una síntesis “personal” que difícilmente esclarece los problemas ni abre puertas ni ventanas a miradas de posible superación de ellos. Su discurso no avanza en base a argumentaciones filosóficas, más bien es un mosaico de citas muy cultas, reunidas en su propio areópago por el autor y  listadas como “Fuentes” a lo largo de quince páginas. Su escritura está puesta bajo el signo de la  ambigüedad porque  no se sabe bien si comparte o no lo que dicen los autores que  cita. Sí confiesa que sus maestros son Nietszche, Robert Walser, Karl Kraus, Walter Benjamín, T.W. Adorno.

      Lo cierto es que, como los escritores franceses, que siempre quieren demostrar algo[4], RC sienta numerosas tesis y, en esto, se muestra excéntrico respecto a ese  eje de la literatura italiana formado, entre otros, por Italo Svevo, Dino Buzatti, Carlo Emilio Gadda, Cesare Pavese, Italo Calvino, Alberto Moravia y, para nombrar a un autor más reciente, Antonio Tabucchi. Es un novelista, un ensayista, un filósofo, un historiador? Es todo eso a la vez? La verdad es que, como ya dije, no se limita a un género. Se podría decir, simplemente, que es un escritor que establece sugestivos  intercambios con diversas disciplinas ejerciendo el pensamiento como instrumento crítico y creador.

       RC es un escritor inasible, está escondido en sus libros, como un animal oculto, enigmático y peligroso como dijo en su oportunidad  Pietro Citati, otro escritor italiano incansable pero jovial. Como Citati no logro realizar de donde RC ha sacado el tiempo para leer tanto, ya que sus días son de 24 horas  como los nuestros con el agravante de que   muchas de estas horas las  dedica su próspero negocio editorial. Conoce todas las literaturas: la griega, la latina, la italiana, la española, la rusa, la inglesa, la alemana, la francesa, la Biblia, el Corán, las Mil y una Noches, los historiadores árabes, el Tao, la literatura persa, la india, la móngola, la africana y los textos precolombinos [5].

       Sin duda, un cerebro privilegiado. Aunque sospecho que, en realidad, debe tener por lo menos dos cerebros.

       II.- Ciertas tribus habitantes de la actualidad innombrable.

        Nuestro tiempo, la edad de la inconsistencia, una inconsistencia asesina[6], está habitado por ciertas tribus entre las cuales RC menciona a los terroristas, con particular referencia a los que él llama terroristas islámicos cuando en rigor debería llamarlos terroristas yihadistas, a los turistas, a los transhumanistas, a los algorítmicos. Se trata de  variantes del homo secularis, un mutante que hoy se ha transformado en el hombre normal [7], que precisamente personifica a la inconsistencia.

      Elijo referirme aquí a  los terroristas.

       Los terroristas son asesinos. RC afirma que están  convencidos de que matar es el único modo de rasgar la superficie lisa de una sociedad absoluta, totalmente visible y separada de lo divino y de lo sagrado. El terrorismo  que le interesa es el que él, como otros, llama “terrorismo islámico”. Calificativo generalizado, pero  erróneo: se trata  del terrorismo yihadista. Todos los yihadistas son islamistas, pero no es cierto lo contrario. Los yihadistas son  grupos muy radicalizados, extremistas, que quieren imponer sus ideas y su modo de vivir por cualquier medio y consideran justificada la violencia, aún la más atroz[8]. Es decisivo aislar una cosa de la otra[9].

      Para RC la potencia que  mueve al terrorismo y lo hace apremiante no es ni religiosa, ni política, ni económica ni reivindicativa. Es el caso, la casualidad: la matanza casual es la que más miedo infunde. Lo que debe referirse al  efecto del hecho puntual del terrorismo, no  de sus causas que pueden ser y de hecho son otras. Hay muchos casos que son casuales, otros no tanto, como, p.e., el brutal  atentado a “Charlie Hebdo”. A raíz de sus burlas y ofensas a Mahoma y al Islam ya había sufrido otros ataques desde 2011. Ello obligó a a Francia a cerrar institutos diplomáticos y educativos en Medio Oriente, como también le sucedió a los EE.UU. a raíz del film “Innoncence of Muslims”.

       Entre la causas sociales o psíquicas del terrorismo yihadista nuestro autor escoge detenerse en una observación a la que adjudica suma importancia: la pornografía en internet habría  contribuido, para él, a desencadenarlo. Los argumentos con los que  sustenta esta idea no me parecen fuertes. Uno es el hecho de la coincidencia en la década de 1990 entre la difusión de la pornografía en red y la formación del terrorismo islámico en su último estadio (último? No es que nunca hay un último sino solamente un penúltimo?). Otro son las vicisitudes de un funcionario ministerial egipcio –Sayyid Qutb- durante su estancia en los EE.UU como estudiante de inglés y su participación en fiestas estudiantiles en las que se bailaba al son de una canción de Esther Williams. Vuelto al Cairo este personaje se transformó en un ideólogo de los “Hermanos Musulmanes” cuyas ideas habrían de inspirar al ayatolá Komehini y a Bin Laden. Agrega RC que precisamente el acceso ilimitado a la pornografía en internet habría invadido las mentes de los musulmanes con algo irresistible que los atraía y a la vez los escarnecía y los desautorizaba, y que los llevaría a ir más lejos: más allá del sexo solo está la muerte. Afirmación apodíctica, que choca con ciertas consideraciones ineludibles. La pulsión sexual integra el Eros que impulsa las distintas partes de la sustancia viviente unas contra otras para mantenerlas juntas. El Eros opera desde el inicio de la vida e interviene, precisamente, como pulsión de vida en contraste con la pulsión de muerte[10]. El bagaje pulsional del ser humano cuenta con una dosis inextinguible de agresividad que se encuentra al lado y en contraste con el impulso erótico, con el Eros, no más allá de él. La muerte no es lo que está más allá de la sexualidad, sino que está en contra de ésta. Y la sexualidad tiene una trayectoria riquísima  en el Islam que se nota claramente en su literatura, que  con notable influencia persa e india abunda en meditaciones y relatos altamente eróticos, técnicas, y consejos para mejorar la relación sexual y su goce.  “Las Mil Noches y una Noche”[11] son cuentos maravillosos  en los que se llama al pan pan y al sexo sexo y en los que hay tantas desvergüenzas sexuales y eróticas, frescas y adorables, que dejan al “Decameron” de Bocaccio como simples charlas de muchachas “liberadas”. Qué decir del “Jardín Encantado”[12] del jeque Al Nafzawi, lleno de sugerencias, descripciones sexuales para los amantes y relatos eróticos!. En cuanto al Paraíso, los musulmanes creen que rebosa de huríes cuya virginidad física se reconstituye después de cada penetración…De ello se hicieron eco, entre muchos otros, Flaubert, Nerval, Burton, Proust [13]. En suma: en el camino de la historia el proceso de civilización se debe al impulso del Eros – del que es parte integrante  sustancial e ineludible la sexualidad-  que reúne, agrega, organiza[14]. No es exacto que más allá del sexo está solo la muerte. Ni que la muerte -o la pulsión de muerte, agresiva, hostil, destructiva-  sea  algo  hacia lo cual, por reacción contra ciertas formas de la sexualidad irá el yhadista. La pulsión de muerte está en contra no más allá del Eros que contiene la pulsión sexual.  Ni tampoco podría identificarse, como dice Calasso, a  la pornografía con la visión de un número ilimitado de cuerpos femeninos cumpliendo actos sexuales. Ello así, todo debe decirse: la sexualidad en el mundo del Islam tiene, en la actualidad, limitaciones que no aparecían en los tiempos de antes. La premisa, ella sí vigente desde siempre, es que el sexo entre el hombre y la mujer debe tener lugar dentro del matrimonio, con la salvedad de que para evitar matrimonios prematuros se pueden firmar contratos matrimoniales que posponen la ceremonia y que consienten que los jóvenes puedan tener relaciones sexuales y, p.e., continuar estudiando sin casarse. El sexo anal y la homosexualidad están prohibidos y son pecado mayor, pero no se persiguen en todos los países. Las relaciones extramaritales están severamente castigadas, pero la poligamia está permitida. También están permitidos los anticonceptivos y el sexo oral tanto para los hombres como para las mujeres, así como la masturbación siempre que la haga la esposa.

      Dice RC que el carácter casual del terror hace que éste no necesite un responsable colectivo, una organización que lo comande. Llega al extremo de decir que el caso, la casualidad, es el responsable último de de los actos terroristas. La responsabilidad individual es inexcusable, pero los hechos desmienten a RC. El  terrorista puede ser un  “lobo solitario”, como se da no solo en el terrorismo “islámico” sino en los clamorosos casos que se verifican en centros educativos o comerciales de los EE.UU. a manos no precisamente de yidahistas. Pero en los casos de terror protagonizados por éstos, a título singular o en banda, es un hecho y no una opinión que hay una organización, un “mando supremo” que da las órdenes generales, contra el que hay que luchar y no solo con medios militares sino con todos los medios porque a todos recurre esa organización.

      Para muestra basta un botón: el 21 de septiembre de 2014 y por medio de un audio-comunicado, Abu Mohamed al Adnani (1977-2016), por entonces portavoz oficial del Estado Islámico (EI), hizo un llamamiento —al que han seguido otros similares— instigando a cada musulmán a atacar a cualquier persona o país que esté en contra del  EI: “Debéis atacar a los soldados, patrones y tropas de los tiranos. Atacad a la policía, la seguridad y a los miembros y agentes de la inteligencia. Amargad sus vidas y mantenedles ocupados. Si podéis matar a un infiel americano o europeo, especialmente a los vengativos y sucios franceses, o a un australiano, o canadiense o a cualquier otro infiel, incluyendo a los ciudadanos de los países que han formado una coalición contra el Estado Islámico, entonces confiad en Dios y matadlos de cualquier manera que podáis.

“No lo consultes con nadie y no busques el consejo de nadie. Ya sean civiles o militares, se aplica la misma regla.

“Si no puedes encontrar explosivos o munición, arrincona al infiel estadounidense, francés o de cualquiera de sus aliados. Aplasta su cabeza con una roca, mátalo con un cuchillo, atropéllalo con tu automóvil, arrójalo desde un lugar elevado, estrangúlalo o envenénalo.»

 

      En igual sentido el ejemplo que pone el propio RC citando a “Rumiyah”, la revista del EI  número de setiembre de 2016.

 

      Es obvio que tales llamamientos a la yihad han multiplicado las masacres de los denominados “lobos solitarios”,  cuya autonomía e imprevisibilidad  dificultan su detección y apresamiento  antes de  la comisión de los atentados, y cuya acción se une a operaciones más articuladas, inclusive militares y de carácter territorial, llevadas adelante por el EI[15].

      Otra nota que  caracteriza a este terrorismo según RC es su carácter sacrificial : la víctima sería el terrorista y los que mueren en el atentado son el fruto benéfico de su sacrificio. Predominarían los casos del terrorista-suicida que se hace estallar o, por lo menos, repliega RC, se da por entendido que los terroristas terminen haciéndose matar. Sin duda que un terrorista, ahora y antes, sabe que corre peligro de morir como consecuencia del atentado que protagoniza. Nuestro autor trae a colación al Viejo de la Montaña, a Marco Polo, a Odorico da Pordenone, a Nietzsche, a Nicolás de Stael, a Hitler, a Stalin, a Durkheim, pero –sin perjuicio de la génesis y la evolución del sacrificio a lo largo de la historia humana y de su brutal expresión  inclusive experimental en las dos guerras mundiales (curiosamente RC no menciona a Hiroshima y Nagasaki)- los hechos desmienten la afirmación de Calasso. Según las estadísticas publicadas por el Observatorio Internacional de Estudios sobre el Terrorismo (OIET)  hasta todo el 2017 solo en el 36.7% de los atentados terroristas “islámicos” hubo inmolación.

      Al terrorismo islámico lo singulariza, asimismo, para RC, el odio  a la sociedad secular que es su primer enemigo. Esta afirmación debe, necesariamente, ser objeto de ciertas consideraciones no menores basadas, una vez más, en los hechos.

      En los últimos años, individuos o grupos integrados o vinculados con el EI han perpetrado atentados terroristas en naciones oficial o socialmente musulmanas (entre otras, Irak, Túnez, Yemen, Turquía, Kuwait, Egipto, Líbano, Indonesia, Afganistán, Siria, Arabia Saudí y Bangladés) y en países occidentales o de mayoría cristiana (Francia, Bélgica, Estados Unidos, Rusia, Dinamarca, Alemania, etc.). Las víctimas mortales y los heridos se cuentan por millares; y muchos estados, además de sufrir enormes perjuicios económicos, han visto cómo el pánico se ha apoderado de buena parte de su población que, en la medida en que puede, engrosa –junto con la que escapa del hambre-la ola de refugiados que tanto impacto causa en países europeos. En 2017 los atentados fueron, en total,  1459 con 13.634 víctimas. De ellos, en Europa hubo 15 atentados con 62 víctimas.[16] Francia y Gran Bretaña fueron los estados más golpeados.

      Hasta conseguir la ansiada islamización universal  los yihadistas se consideran con derecho, si encuentran la ocasión, para ejercer la violencia como sea, cuando sea y donde sea contra todos aquellos que no les apoyan. Sin embargo, procuran seleccionar sus blancos. Sus  víctimas preferidas  son los propios musulmanes que no comparten sus opiniones y sus métodos. De hecho, el mayor número de atentados yihadistas se produce en países mayoritariamente musulmanes y más del  99% de las víctimas son musulmanes.[17]  

    En próximas notas examinaré el caso de los turistas, las vicisitudes de la sociedad secular, el período 1933-1945 en Europa y daré algunas conclusiones.

                                                                                                                                                                                                    Buenos Aires, agosto de 2018.

*Román Frondizi: jurista, camarista federal, escritor.

 

 


[1] Calasso, R., “L´Innominabile Attuale”, Milano, Adelphi Edizioni S.P.A., 2017. Hay versión en español: “La Actualidad Innombrable”, Anagrama, 2018.

 

[2] Calasso, R., “La Rovina di Kasch”, Milano, Adelphi Edizioni S.p.A., 1983.

 

[3] Calasso, R., “L Innominabile…” cit., p .13.

 

[4] Así le decía con razón en una recordada conversación Juan Carlos Portantiero a Susana mi hermana.

 

[5] Citati, P., “Roberto Calasso o dell´Infedeltà”,  La Repubblica, 11/03/1991.

 

[6] Calasso, R., “Li Innnominabile…”, cit., p´.14.

 

[7]  Id.id., p.43.

 

[8] Entre las principales organizaciones yihadistas cabe mencionar a Estado Islámico, con fuerte inserción territorial y poderío económico y militar en Mewdio Oriente, Boko Haram en Nigeria, Al-Sahaab en Somalia, los Hermanos Musulmanes en Egipto, Red Hakkani en Afganistán, los Talibanes en Afganistán y Pakistan, Al Qaeda, etc. Boko Haram ha sido hasta 2016 el grupo terrorista más sangriento del mundo (cf. Institute for Economics and Peace, Global Terrorism Index”,  Sídney-Nueva York-México, 2015., pg. 4.) .Opera en África Occidental (Nigeria, Níger, Malí, Chad y Camerún. A pesar de llevar años matando en nombre de Alá y provocando masivos desplazamientos de población, Boko Haram saltó a la fama mundial el 14 de abril de 2014, tras secuestrar a unas 230 alumnas —algunas siguen esclavizadas y en paradero desconocido— de una escuela situada en Chibok, al noreste de Nigeria.

 

[9] Una visión sintética del yidhaismo puede verse en Cavero Coll, J.P., “El Yidahismo: sus causas, su evolución y su realidad actual”, Madrid, Anatomía de la Historia, 2016.

 

[10] Freud, S., “Más alla del principio del placer”, en Obras Completas”, vol. XXVIII, Buenos Aires-Madrid, Amorrortu Editores, 1979, p. 97.

 

[11] “Las Mil Noches y una Noche”, texto de J.C. Madrus, traducción española de Vicente Blasco Ibáñez. Hay versión on line.

 

[12] Al Nafzawi, U.I.M, jeque, Madrid, La Fontana Literaria, 1975. Traducción española por José González Vallarino de la versión  inglesa prologada y anotada por Sir Richard Burton.

 

[13] Bendriss, E., “El Sexo en el Islam”, Madrid, Anatomía de la Historia, 2014, passim

 

[14] Freud.S., “El malestar en la cultura”, en Obras Completas, cit.,vol. XXI,  p.. 257.

 

[15] Cavero Coll,J.P., op. cit.

 

[16] OIET, cit., “Informe 2017”.

 

[17]Institute for Economics and Peace“, cit., pags.90-94.También:˂http://economicsandpeace.org/wp-content/uploads/2015/11/Global-Terrorism-Index-2015.pdf˃)

 

 

                                                                                                                                                Buenos Aires, agosto de 2018.

*Román Frondizi: jurista, camarista federal, escritor.

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LOS CONCEPTOS QUE NOS FALTAN por Boaventura de Sousa Santos*

| 5 agosto, 2018

Fuente Other News

A diferencia de los pájaros, los seres humanos vuelan con raíces. Parte de las raíces están en los conceptos que hemos heredado para analizar o evaluar el mundo en el que vivimos. Sin ellos, el mundo parecería caótico, una incógnita peligrosa, una amenaza desconocida, un viaje insondable. Los conceptos nunca retratan exactamente nuestras vivencias, ya que estas son mucho más diversas y variables que las que sirven de base a los conceptos dominantes.

Estos, al fin y al cabo, son los conceptos que sirven a los intereses de los grupos social, política, económica y culturalmente dominantes, aunque matizados por las modificaciones que van introduciendo los grupos sociales que resisten a la dominación. Estos últimos no siempre recurren exclusivamente a estos conceptos. Muchas veces disponen de otros que les resultan más próximos y verdaderos, pero que reservan para el consumo interno. Sin embargo, en el mundo de hoy, surcado por tantos contactos, interacciones y conflictos, no pueden dejar de tener en cuenta los conceptos dominantes, a riesgo de ver sus luchas aún más invisibilizadas o más cruelmente reprimidas. Por ejemplo, los pueblos indígenas y los campesinos no disponen del concepto de medio ambiente porque este refleja una cultura (y una economía) que no es la suya. Solo una cultura que separa en términos absolutos la sociedad de la naturaleza para poner esta a disposición incondicional de aquella, necesita tal concepto para dar cuenta de las consecuencias potencialmente nefastas (para la sociedad) que pueden resultar de dicha separación. En suma, solo una cultura (y una economía) que tiende a destruir el medio ambiente necesita el concepto de medio ambiente.

En verdad, ser dominado o subalterno significa ante todo no poder definir la realidad en términos propios, sobre la base de conceptos que reflejen sus verdaderos intereses y aspiraciones. Los conceptos, al igual que las reglas del juego, nunca son neutros y existen para consolidar los sistemas de poder, sean estos viejos o nuevos. Hay, sin embargo, periodos en los que los conceptos dominantes parecen particularmente insatisfactorios o imprecisos. Se les atribuyen con igual convicción o razonabilidad significados tan opuestos, que, de tan ricos de contenido, más bien parecen conceptos vacíos. Este no sería un problema mayor si las sociedades pudieran sustituir fácilmente estos conceptos por otros más esclarecedores o acordes con las nuevas realidades. Lo cierto es que los conceptos dominantes tienen plazos de validez insondables, ya sea porque los grupos dominantes tienen interés en mantenerlos para disfrazar o legitimar mejor su dominación, bien porque los grupos sociales dominados o subalternos no pueden correr el riesgo de tirar al niño con el agua de bañarlo. Sobre todo cuando están perdiendo, el miedo más paralizante es perderlo todo. Pienso que vivimos un periodo de estas características. Se cierne sobre él una contingencia que no es el resultado de ningún empate entre fuerzas antagónicas, lejos de eso. Más bien parece una pausa al borde del abismo con una mirada atrás.

Los grupos dominantes nunca sintieron tanto poder ni nunca tuvieron tan poco miedo de los grupos dominados. Su arrogancia y ostentación no tienen límites. Sin embargo, tienen un miedo abisal de lo que aún no controlan, una apetencia desmedida por lo que aún no poseen, un deseo incontenido de prevenir todos los riesgos y de tener pólizas de protección contra ellos. En el fondo, sospechan ser menos definitivamente vencedores de la historia como pretenden, ser señores de un mundo que se puede volver en su contra en cualquier momento y de forma caótica. Esta fragilidad perversa, que los corroe por dentro, los hace temer por su seguridad como nunca, imaginan obsesivamente nuevos enemigos, y sienten terror al pensar que, después de tanto enemigo vencido, son ellos, al final, el enemigo que falta vencer.

Por su parte, los grupos dominados nunca se sintieron tan derrotados como hoy, las exclusiones abisales de las que son víctimas parecen más permanentes que nunca, sus reivindicaciones y luchas más moderadas y defensivas son silenciadas, trivializadas por la política del espectáculo y por el espectáculo político, cuando no implican riesgos potencialmente fatales. Y, sin embargo, no pierden el sentido profundo de la dignidad que les permite saber que están siendo tratados indigna e inmerecidamente. Días mejores están por llegar. No se resignan, porque desistir puede resultar fatal. Sienten que las armas de lucha no están calibradas o no se renuevan hace mucho; se sienten aislados, injustamente tratados, carentes de aliados competentes y de solidaridad eficaz. Luchan con los conceptos y las armas que tienen pero, en el fondo, no confían ni en unos ni en otras. Sospechan que mientras no tengan confianza para crear otros conceptos e inventar otras luchas correrán siempre el riesgo de ser enemigos de sí mismos.

Al igual que todo lo demás, los conceptos también están al borde del abismo y miran atrás. Menciono, a título de ejemplo, uno de ellos: derechos humanos.

En los últimos cincuenta años, los derechos humanos se transformaron en el lenguaje privilegiado de la lucha por una sociedad mejor, más justa y menos desigual y excluyente, más pacífica. Tratados y convenciones internacionales existentes sobre los derechos humanos se fueron fortaleciendo con nuevos compromisos en el ámbito de las relaciones internacionales y del derecho constitucional, al mismo tiempo que el catálogo de los derechos se fue ampliando a fin de abarcar injusticias o discriminaciones anteriormente menos visibles (derechos de los pueblos indígenas y afro-descendientes, mujeres, LGTBI; derechos ambientales, culturales, etcétera). Movimientos sociales y organizaciones no gubernamentales se multiplicaron al ritmo de las movilizaciones de base y de los incentivos de instituciones multilaterales. En poco tiempo, el lenguaje de los derechos humanos pasó a ser el lenguaje hegemónico de la dignidad, un lenguaje consensual, eventualmente criticable por no ser lo suficientemente amplio, pero nunca impugnable por algún defecto de origen.

Cierto que se fue denunciando la distancia entre las declaraciones y las prácticas, así como la duplicidad de criterios en la identificación de las violaciones y en las reacciones contra ellas, pero nada de eso alteró la hegemonía de la nueva cultura oficial de la convivencia humana. Cincuenta años después, ¿cuál es el balance de esta victoria? ¿Vivimos hoy en una sociedad más justa y pacífica? Lejos de eso, la polarización social entre ricos y pobres nunca fue tan grande; guerras nuevas, novísimas, regulares, irregulares, civiles, internacionales continúan siendo entabladas, con presupuestos militares inmunes a la austeridad y la novedad de que mueren en ellas cada vez menos soldados y cada vez más poblaciones civiles inocentes: hombres, mujeres y, sobre todo, niños. Como consecuencia de esas guerras, del neoliberalismo global y de los desastres ambientales, nunca como hoy tanta gente fue forzada a desplazarse de las regiones o de los países donde nació, nunca como hoy fue tan grave la crisis humanitaria. Más trágico todavía es el hecho de que muchas de las atrocidades cometidas y de los atentados contra el bienestar de las comunidades y los pueblos se perpetran en nombre de los derechos humanos.

Por supuesto que hubo conquistas en muchas luchas, y muchos activistas de los derechos humanos pagaron con la vida el precio de su entrega generosa. ¿Acaso yo mismo no me consideré y me considero un activista de los derechos humanos? ¿Acaso no escribí libros sobre las concepciones contra-hegemónicas e interculturales de los derechos humanos? A pesar de eso, y ante una realidad cruel que únicamente no salta a la vista de los hipócritas, ¿no será tiempo de repensar todo de nuevo? Al final, ¿de qué y de quién fue la victoria de los derechos humanos? ¿Fue la derrota de qué y de quién? ¿Habrá sido coincidencia que la hegemonía de los derechos humanos se acentuó con la derrota histórica del socialismo simbolizada en la caída del Muro de Berlín? Si todos concuerdan con la bondad de los derechos humanos,

¿ganan igualmente con tal consenso tanto los grupos dominantes como los grupos dominados? ¿No habrán sido los derechos humanos un artificio para centrar las luchas en temas sectoriales, dejando intacta (o hasta agravada) la dominación capitalista, colonialista y patriarcal? ¿No se habrá intensificado la línea abisal que separa a los humanos de los subhumanos, sean estos negros, mujeres, indígenas, musulmanes, refugiados o inmigrantes indocumentados? Si la causa de la dignidad humana, noble en sí misma, fue entrampada por los derechos humanos, ¿no será tiempo de desarmar el engaño y mirar hacia el futuro más allá de la repetición del presente?

Estas son preguntas fuertes, preguntas que desestabilizan algunas de nuestras creencias más arraigadas y de las prácticas que señalan el modo más exigentemente ético de ser contemporáneos de nuestro tiempo. Son preguntas fuertes para las cuales solo tenemos respuestas débiles. Y lo más trágico es que, con algunas diferencias, lo que ocurre con los derechos humanos sucede también con otros conceptos igualmente consensuales. Por ejemplo, democracia, paz, soberanía, multilateralismo, primacía del derecho, progreso. Todos estos conceptos sufren el mismo proceso de erosión, la misma facilidad con la que se dejan confundir con prácticas que los contradicen, la misma fragilidad ante enemigos que los secuestran, capturan y transforman en instrumentos dóciles de las formas más arbitrarias y repugnantes de dominación social. ¡Tanta inhumanidad y chauvinismo en nombre de la defensa de los derechos humanos; tanto autoritarismo, desigualdad y discriminación transformados en normal ejercicio de la democracia; tanta violencia y apología bélica para garantizar la paz; tanto pillaje colonialista de los recursos naturales, humanos y financieros de los países dependientes, con el respeto meramente protocolario de la soberanía; tanta imposición unilateral y chantaje en nombre del nuevo multilateralismo; tanto fraude y abuso de poder bajo el ropaje del respeto a las instituciones y el cumplimiento de la ley; tanta destrucción arbitraria de la naturaleza y de la convivencia social como precio inevitable del progreso!

Nada de esto tiene que ser inevitablemente así para siempre. La madre de toda esta confusión, inducida por quien se beneficia de ella, de toda esta contingencia disfrazada de fatalismo, de toda esta parada vertiginosa al borde del abismo, reside en la erosión, bien urdida en los últimos cincuenta años, de la distinción entre ser de izquierda y ser de derecha, una erosión llevada a cabo con la complicidad de quienes más son perjudicados por ella. Por vía de esa erosión desaparecieron de nuestro vocabulario político las luchas anticapitalistas, anticolonialistas, antifascistas, antiimperialistas. Se concibió como pasado superado lo que al final era el presente, más que nunca determinado a ser futuro. En esto consistió estar en el abismo y mirar atrás, convencido de que el pasado del futuro nada tiene que ver con el futuro del pasado. Es la mayor monstruosidad del tiempo presente.

*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.

 

 

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