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EL DERRUMBE DEL PETRÓLEO por Ricardo Lafferiere*

| 27 diciembre, 2014

La imprevista caída del precio del petróleo, que de USD 115 en junio ha llegado a menos de USD 60, está provocando verdaderas conmociones en el escenario económico y estratégico global.

Los analistas no expresan unanimidad en cuanto a las causas. El sistema de estabilización del precio del hidrocarburo descansaba hasta ahora en decisión de la OPEP, que según fueran las condiciones de la demanda mundial decidía el nivel de producción de los países que la integran.

Sin embargo, ante la caída del precio por debajo de los 80 USD el barril, Arabia Saudita ha impuesto el mantenimiento de los niveles de producción existente, y más aún, decidió volcar al mercado sus reservas ya extraídas, con lo que el precio se derrumbó.

Las razones de esta decisión -que en rigor, es la causa directa de la caída- tienen dos vertientes: una económica y una geopolítica.

La económica es el crecimiento de la producción de shale en USA, que ha volcado al mercado -especialmente el interno norteamericano- alrededor de 500.000 barriles diarios adicionales desde julio (de 8,5 a 9 millones de barriles por día), reduciendo su necesidad de petróleo importado.

Los EEUU incrementaron su producción un millón de bpd en 2012, otro millón en 2013, otro millón en 2014 y proyectan 750.000 bpd más para 2015. Ya convertidos en el principal productor mundial, los Estados Unidos proyectan autoabastecerse en menos de un lustro y a partir de allí comenzar a dar batalla como exportador.

La vertiente geopolítica tiene relación con la económica, pero adquiere mayor complejidad.

Estados Unidos comenzó su experiencia de extracción de shale hace menos de una década, como una decisión estratégica bipartidaria destinada a independizarse del petróleo importado del medio oriente, con su consecuencia geopolítica directa que es reducir paulatinamente su presencia militar en la región para reforzar el área del Pacífico donde considera que se juegan sus principales intereses en las próximas décadas.

Esta estrategia modifica el escenario geopolítico del medio oriente, donde su fuerte presencia militar actuaba en sintonía con dos países de la región con los que mantenía una alianza dura: Israel y Arabia Saudita.

Esas alianzas, aún lejos de romperse, se han ido debilitando en los últimos años, generando repercusiones de diversa característica en el complicado escenario regional.

La primera es la necesidad norteamericana de transferir a Irán la responsabilidad de sostener al régimen shiíta de Irak, que llegó al poder luego del derrocamiento de Saddam Hussein. El descongelamiento de la relación USA-Irán, que llevaba ya más de tres décadas, requiere avanzar en la formulación de un acuerdo sobre el proyecto de desarrollo nuclear iraní, que en rigor molesta más a los países rivales de Irán en la región -Turquía, Arabia Saudita e Israel- que a los propios Estados Unidos, cuya lejanía geográfica conforma una defensa natural por ahora insalvable para los -aún- rudimentarios sistemas de propulsión del país persa.

Israel, con capacidad nuclear disuasoria propia, era el único de la región con armamento nuclear, y si el acuerdo a que se arribe con Irán no es claro y terminante perdería esa ventaja, con la que neutralizaba cualquier otra preeminencia de sus agresivos vecinos.

Pero Arabia Saudita se encuentra en una situación peor. A diferencia de Turquía, que al menos integra la OTAN, no tiene más defensa que las propias y descansaba en gran medida en el poderío militar norteamericano. Su rivalidad secular con el mundo shiíta liderado por Irán de pronto se convierte en un peligro inminente, al ser también objetivo del "jihdaísmo" sunita -al Qaeda, Frente Al Nusra y el propio Estado Islámico-.

Su decisión de mantener la producción petrolera actual y aún incrementarla no puede considerarse aislada de este escenario.

Por una parte, logra mantener una presencia predominante en el mercado petrolero mundial al desalentar las exportaciones de crudo norteamericano.

Por otra parte, desalienta nuevas inversiones de shale en USA, ya que el costo de esta tecnología tiene umbrales de rentabilidad superiores a la extracción tradicional -en Vaca Muerta, por ejemplo, ese umbral es de más de 80 USD para convertirse en rentable-.

Y por último, produce una grave crisis económica a Irán, país que hoy depende de su renta petrolera y entra en problemas si el precio cae por debajo de los 80 dólares el barril. Difícilmente pueda seguir financiando a su brazo militar Hezbollah en sus aventuras en el Líbano, ayudando militarmente al gobierno iraquí o sembrando de grupos shiítas varios países del Islam sunita.

La "onda expansiva" alcanza incluso a Rusia, ya en dificultades por las sanciones impuestas por Occidente a raíz de su anexión de Crimea y sus acciones en el Este de Ucrania. No puede olvidarse que una caída similar provocó a fines de los años 80 la implosión del bloque socialista.

¿Cuál será la profundidad y la duración de este nuevo escenario de precios?

Predecir el futuro es una tarea peligrosa. Hace seis meses a nadie se le hubiera ocurrido que el petróleo caería de 115 a 60 dólares con tendencia a la baja. Algunos analistas ya están hoy imaginando un piso de 50 dólares. Sí da la impresión que no es inminente un "rebote" y que habrá que imaginar un futuro inmediato conviviendo con el petróleo barato.

Ésto perjudica a los países que cuentan con la renta petrolera como recurso decisivo -Venezuela, Irán, Rusia- y a los que planeaban desarrollar extracciones de shale -USA, Argentina- u otros procedimientos costosos -arenas bituminosas en Canadá, Presal en Brasil-.

Perjudica el desarrollo de energías alternativas renovables, que aunque han reducido su costo progresivamente, difícilmente puedan competir en el plano económico con el petróleo barato, salvo medidas políticas específicas de subsidios o protecciones.

Beneficia, por otro lado, a los países importadores. Curiosamente, USA y Argentina aprovecharán las ventajas de menores facturas de importación. También el mundo industrial desarrollado -Europa- pero también a China e incluso a India, que se había lanzado a un agresivo proyecto de extracción de carbón. Es probable un impulso adicional a la reactivación económica global.

Y beneficia en el corto plazo a países que cuentan con reservas suficientes como para mantener su producción elevada o aún aumentarla, sin riesgos de agotamiento. Pareciera que Arabia Saudita se encuentra entre ellos.

Perjudica al planeta. El petróleo barato reducirá la reconversión hacia las energías renovables, al bajar el “umbral” a partir del cual es económicamente conveniente reemplazar los hidrocarburos por energía solar, eólica u otras alternativas no contaminantes y en consecuencia, requiere subsidios para sostener esa reconversión.

El futuro es opaco. En la intuición del autor, el piso de esta caída dependerá de un dato central: el umbral de rentabilidad del shale en Estados Unidos. Determinado éste (¿50 USD?), seguramente los flujos de hidrocarburos podrán proyectarse sobre variables más conocidas y estudiadas, tales como el nivel de actividad industrial global, la tasa de reconversión hacia energías alternativas y la evolución geopolítica del mundo.

Mientras tanto, mandará la incertidumbre.

 

                                                                                              Diciembre 2014

*Abogado, legislador, diplomático, escritor, docente, consultor

 

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MOVIMIENTOS EN EL ALINEAMIENTO GLOBAL por Ricardo Lafferiere*

| 27 diciembre, 2014

El complejo conflicto del medio oriente está desbordando hacia diferentes “flancos”, algunos de ellos imprevistos.

Turquía

En el análisis anterior, mencionábamos el conflicto de intereses que sufre Turquía. Integrante de la OTAN, y en consecuencia parte del “bloque occidental”, debería ubicarse en actitud de confrontación con los “jidahdistas” del Estado Islámico.

Sin embargo, la mayoría de su población simpatiza más que antagoniza con la organización extremista sunita. Ello es por dos motivos: su común enfrentamiento con la dictadura de Al Assad, en Siria (que es shiíta-alawita) y su fuerte ofensiva contra los Kurdos.

Ambos protagonistas (Al Assad y los kurdos) mantienen abiertos los conflictos con el gobierno turco, pero también son vistos como enemigos por la mayoría de la población. Eso condiciona fuertemente la actitud del gobierno de Erdogan, que a su vez está en plena etapa de realineamiento internacional.

Turquía era hasta la asunción de Erdogan el país musulmán de mejores relaciones con el mundo occidental. Esta afinidad se debía a la herencia cultural de Mustafá KemalAtaturk, su héroe nacional, que junto a los “jóvenes turcos” derrocó a la varias veces centenaria dinastía otomana, disolvió el Califato y sentó las bases del moderno estado turco.

Sus relaciones con Israel eran las mejores del mundo islámico, así como su colaboración militar con Estados Unidos, país con el que comparte su pertenencia  a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, alianza militar gestada en la posguerra para garantizar la seguridad europea ante un eventual ataque soviético, en tiempos del mundo bipolar

Turquía era también el lugar de asiento de los primeros misiles con cabeza nuclear que luego de la Segunda Guerra Mundial se implantaron apuntando a las principales ciudades de la Unión Soviética.

El triunfo de Erdogan implicó un giro, tanto en el “relato” nacional como en su más cercana definición de pertenencia al Islam. De país laico pasó a ser un país musulmán tolerante.

Aunque sigue siendo el país más laico y de costumbres menos extremas del mundo islámico, su pertenencia al mundo musulmán ha sido acentuada paulatinamente, a la vez que aumentó el discurso oficial antinorteamericano.

La novedad es su acercamiento a Putin.

Rusia

Hasta hace pocos años, la carrera por los recursos energéticos y el trazado de los grandes oleoductos enfrentaba dos proyectos: el que proyectaban las empresas occidentales, destinado a trasladar el crudo de Azerbaian a través de Turquía hasta el Mediterráneo, que terminó siendo construido con un desvío a través de Georgia para evitar la travesía de Armenia, frente al que proyectaba Irán atravesando su propio territorio, sacando el crudo de Uzbequistán hacia el Golfo Pérsico.

Hoy, el desafío energético es crudamente geopolítico. La provisión de gas ruso a Europa formuló una dependencia de Europa Occidental ante su proveedor casi monopólico, que además cometió el error de amenazar con su suspensión como medida de presión.

La consecuencia fue inmediata: Europa buscó de inmediato alternativas. Son el shale norteamericano –mediante plantas de regasificación-, así como el gasoducto “Medgaz” que atraviesa el Mediterráneo desde Argelia hasta España, a inaugurarse en abril de 2015 y cuya interconexión con el sistema europeo a través de Francia está siendo impulsado por el gobierno español, con el aparente beneplácito del gobierno alemán.

Las sanciones contra Rusia a raíz de su anexión de Crimea revirtieron la “dependencia”. Rusia sigue teniendo su gas, pero al debilitarse la demanda europea debe buscar alternativas y lo ha hecho firmando un acuerdo estratégico de largo plazo con China, a la que le asegurará la provisión de gas que ésta necesita para su desarrollo industrial, por las próximas décadas.

En el reciente viaje de Putin a Ankara, además de reiterar su prédica antioccidental, ha acordado con Turquía ampliar el gasoducto “Blue Stream” y formalizar un acuerdo de provisión de gas ruso a este país, con una reducción de precio en un 6 % a partir del 1 de enero de 2015.

El viejo conflicto “intra-oriental” de la guerra fría, el ruso-chino, cambió su centro de gravedad. El país más importante pasó a ser el más dependiente, y el entonces cuasi-satélite ruso (China) es hoy la potencia en ascenso en vías de convertirse en la primer potencia mundial.

Rusia, al parecer, en el dilema de sumarse a la construcción del nuevo paradigma económico internacional integrado plenamente a la economía global, como parecía ser su decisión hasta hace apenas un par de años, parece haber cambiado de rumbo, volviendo sobre sus pasos, apoyándose en su fuerte sentimiento nacionalista. Una Rusia más cerrada a occidente y más volcada a China parece volver a insinuarse en el escenario estratégico de la región y del mundo.

Una decisión anunciada en forma imprevista y al borde de la grosería diplomática acaba de ser anunciada por Putin en Ankara: la suspensión del gasoducto “South Stream” que, atravesando Rumanía, llevaría un nuevo aporte de gas ruso a Europa con terminal en Italia. La empresa GAZPRON, protagonista central de la explotación hidrocarburífera rusa, ha decidido suspender definitivamente la construcción de ese gasoducto, lo que ha sido fundamentado por Putin en la actitud europea de dificultar construcción fundada en un presunto “comportamiento monopólico” y “ajeno a la competencia” de la firma rusa –en rigor, aplicación de normas antimonopólicas vigentes en la Comunidad que impiden a los productores energéticos ser también distribuidores-.

Rusia y Turquía, por su parte, han comenzado un acercamiento. Enfrentadas desde hace siglos por el dominio del Mar Negro y el control de los estrechos de Bósforo y Dardanelos que abren las puertas al Mediterráneo, y en la segunda postguerra por la integración militar de Turquía en la alianza occidental, el juego ruso frente a Turquía ha sido un acercamiento a sus rivales. El rival ancestral, con el que Turquía ha pugnado por el predominio e influencia sobre el viejo “Turquestán”, que es Irán, y el gobierno shiíta-alawita de Siria, con el que terminaba rodeando con una especie de “cinturón” el borde continental turco impidiéndole su proyección hacia oriente.

Los últimos pasos de Irán parecieran estar alterando esta relación

Irán

El país persa, líder indiscutido del “Shia” y en las últimas décadas fuerte contendiente de los Estados Unidos luego de la caída del Sha y la entronización de los Ayatollahs, ha comenzado un acercamiento que, en rigor, comenzó con la caída de Saddam Hussein en Irak y el derrumbe de su gobierno sunita.

El proceso electoral abierto por la intervención norteamericana permitió la instauración de un régimen que responde a la mayoría de la población irakí, que profesa el Shia, y en consecuencia tiene una especial vinculación con Irán.

Irán ha ayudado al gobierno iraquí en los últimos años de diversas formas: económica, técnica y hasta militarmente. Hoy mismo está adiestrando unidades iraquíes al mismo tiempo que lo hace Estados Unidos. Y el avance de las conversaciones para regularizar la marcha del programa nuclear iraní haciéndolo homologable con las normas internacionales ha tenido como contrapartida la suspensión de las sanciones que han afectado profundamente la economía persa en los últimos años.

Adviértase: mientras Rusia comienza a sentir los efectos de las sanciones occidentales, la pérdida de sus mercados de gas y la interrupción de su intercambio tecnológico con Europa y Estados Unidos, Irán se acerca a Estados Unidos, avanza en un acuerdo sobre el programa nuclear y se beneficia con el levantamiento de las sanciones económicas.

Ese acercamiento de Estados Unidos e Irán tiene una respuesta: el acercamiento correlativo de dos ex rivales, Turqía y Rusia.

Arabia Saudita e Israel

¿Pueden tratarse en un mismo apartado dos países con regímenes tan diferentes?

Una novedad los une. Como se adelantó en el trabajo anterior, ambos son dañados por el cambio de estrategia norteamericana de reducir su exposición militar en la región, ya que ambos contaban con su alianza militar con Estados Unidos.

Si bien Israel tiene fuerzas de autodefensas confiables, altamente tecnificadas y poder nuclear propio, no ocurre lo mismo con Arabia Saudita.

El reino saudí enfrenta dos peligros. El primero y más antiguo es la expansión del Shia, liderada por Irán a través de su brazo militar Hezbollah y su fuerte influencia en el Líbano. El segundo es el ataque de los grupos radicales sunitas –especialmente Al Qaeda, el frente Al Nusra y el Estado Islámico- que cuestionan su estrecho vínculo militar con Estados Unidos desde mediados del siglo XX.

De ambos peligros, el segundo es  militarmente más peligroso.

Irán había participado de ese juego, hasta ahora, a media máquina. Aliada del gobierno sirio y por su identidad shiíta, su simpatía no se encontraba precisamente en el lado del integrismo sunita. Sin embargo, comparte con los jidahístas su cuestionamiento a Arabia Saudita y las monarquías del golfo, lo que era visto por éstos con preocupación y temor.

La novedad producida en estos últimos días es que, por primera vez desde que comenzó el  conflicto, Irán se ha sumado a los bombardeos contra ISIS realizados por la coalición internacional liderada por Estados Unidos.

Este paso es claramente una definición “pro-occidental”, ya que no sólo responde a la convocatoria norteamericana a una alianza internacional contra el terrorismo, sino que alivia a un aliado tradicional norteamericano –el reino saudita-.

Sin embargo, este paso dado por Irán a través de su Fuerza Aérea tensiona más su vínculo con Turquía que, como está dicho, no tiene interés en ningún paso que debilite la rebelión siria contra Al Assad, como de hecho es abrir al Estado Islámico un nuevo frente militar, esta vez contra Irán.

Un hecho que no puede conocerse es cuánto de esta decisión iraní estará motivada por el daño que ha generado y está generando en su economía la caída del precio del crudo impulsado por Arabia Saudita, que ha llevado el petróleo virtualmente a casi la mitad de lo que valía hace apenas seis meses: de 115 dólares el barril en junio, a 67 a comienzos de diciembre.

La caída del precio del petróleo golpea fuertemente la economía iraní, que funciona con un componente altamente rentístico financiado con la exportación de crudo. Las cuentas públicas iraníes entran en crisis con un valor del petróleo inferior a 80 dólares.

De ahí que la suma de la ofensiva militar de Irán contra el Estado Islámico, además de su acercamiento a Estados Unidos, su defensa del gobierno amigo shiíta de Irak y su defensa del gobierno de Al Assad en Siria puede significar una señal al reino saudita de que no aprovechará el nuevo escenario para alimentar su peligro más cercano, el integrismo jidahísta sunita, que está a sus puertas.

Conclusión

El proceso está abierto y su dinámica es endiablada. Nuevos protagonistas se suman al enrevesado escenario y situaciones que incidirán tal vez marginalmente aparecen en el horizonte. La iniciativa republicana en el Congreso de Estados Unidos, donde el presidente Obama ha perdido la mayoría en ambas Cámaras, de reponer las sanciones económicas a Irán en lugar de prorrogarlas por el plazo de siete meses en que se prorrogó el “dead line” para culminar el acuerdo sobre el programa nuclear, enrarecen este proceso.

Irán tiene conflictos internos, lo que se encarga periódicamente de recordar el AyatollahKomenei reiterando su prédica antinorteamericana aunque expresa apoyar las conversaciones y el eventual acuerdo. Este discurso antinorteamericano es parcialmente neutralizado por el alivio que ha significado el levantamiento de las sanciones económicas, que beneficia a la mayoría de la población. Sin embargo, si las sanciones vuelven a imponerse y la situación interna iraní vuelve a deteriorarse, no está claro hacia dónde girará en definitiva el gobierno persa.

No debe olvidarse que el gobierno de los Ayatollahs condena fuertemente lo que consideran una “moral pervertida” del mundo occidental, y ello le abre un puente de contacto con la mirada nacionalista de Putin, claramente afectado por el medido giro de la política exterior iraní hacia occidente.

La incertidumbre pareciera incrementarse ante la indefinición de los principales protagonistas sobre sus verdaderos objetivos. La  utilización de la política exterior para fines internos por parte de los republicanos en Estados Unidos –curiosa novedad en la política de USA, en la que tradicionalmente la política exterior contaba con un apoyo bipartidario-, la indefinición sobre el cierre definitivo del acuerdo sobre el programa nuclear iraní, el diseño final del entramado energético sobre el que se edificarán los bloques económicos en las próximas décadas y la definición de las “guerras civiles superpuestas” del mundo musulmán son demasiados temas abiertos como para apostar a una salida probable.

Desde la Argentina, la reflexión final sigue siendo la misma. Ante esta incertidumbre, no pareciera conveniente apostar a convertir a la Argentina en un país dependiente de rentas de hidrocarburos, sin perjuicio de una política energética integral que utilice en forma medida y razonable los recursos con que cuenta el subsuelo del país. La opción contraria, además de alejarse de los objetivos ambientales de reconversión de fuentes primarias por renovables que el país debe profundizar, obligaría a participar activamente en un juego militar, político y estratégico que afortunadamente está lejos de nuestras posibilidades y conveniencias nacionales.

                                                                                 2/12/2014

* Abogado, legislador, diplomático, escritor, docente, consultor 

 

 

 

 

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BREVE MIRADA SOBRE EL MEDIO ORIENTE por Ricardo Lafferriere*

| 27 diciembre, 2014

Sobrevolando “Una guerra de bordes”

No existe un centro en el conflicto generalizado que sufre el Oriente Medio.

Los conflictos se entremezclan confundiendo actores, pero si algo los caracteriza es la ausencia de un protagonista central y de un contencioso dominante. El dramatismo de los hechos, en todo caso, es lo que ubica en la agenda periodística uno u otro de los flancos, que sin embargo es imposible entender sin comprender su esencial diversidad.

Varias “guerras civiles” se superponen en el espacio musulmán que se extiende desde el Golfo Pérsico hasta el Mar Negro y desde el mediterráneo hasta el Mar Caspio. Algunos analistas hablan, incluso, de un conflicto con un centro virtual: el Mar Negro, incluyendo en el enrevesado de intereses contrapuestos la sensible zona de Crimea, el conflicto de Rusia con Ucrania y los que se mantienen latentes en Azerbaian, Georgia e Irán.

El Primer conflicto –no significa el “más importante”, sino el más antiguo y persistente, por sus raíces religiosas- es el que enfrenta a los árabes sunitas con el “shia” (o shiítas). Se remonta a la división ocurrida en el Islam a la muerte de Mahoma hace catorce siglos, que a pesar del tiempo mantiene la misma fuerte rivalidad que en Occidente dividió, en los comienzos de la modernidad, a católicos y protestantes.

El origen histórico se remonta a la sucesión del Profeta Mahoma. Los sunitas sostuvieron que la autoridad debía surgir del consenso de los clanes, mientras que los shiítas reclamaron la ley hereditaria defendiendo la entronización del sobrino de Mahoma, Alí. Mientras que los sunitas sostienen la separación entre la autoridad religiosa y la política, los shiítas invocan la unidad de la autoridad bajo la tutela de los Imanes y su “primus inter pares”, el Ayatollah, todos descendientes de sangre del profeta Mahoma.

A lo largo de la historia los shiítas canalizaron la rebelión de los conversos de otras religiones –católicos y judíos- hacia el Islam, así como de las etnias no árabes desconformes con el trato que la aristocracia árabe y la tradición musulmana daban a las personas de etnia no árabe.

El 85 % del mundo musulmán es sunita, en sus diversas versiones. El Shia, sin embargo, ha mantenido una actitud militante más activa, tal vez como derivación de su origen de rebeldía ante el viejo “establishment” musulmán de los primeros tiempos.

En este contencioso, los sunitas no tienen un liderazgo indiscutido, aunque en la actualidad ese papel esasumido por Arabia Saudita y las monarquías del Golfo. En el abanico de versiones sunitas se encuentran desde los moderados de Turquía, los lejanos indonesios, los grupos aislados de China, los pakistaníes,  jordanos  y los afganos moderados, hasta los más extremos de Al Qaeda, Al Nusra, y el propio Estado Islámico, cuyo origen fue un desprendimiento de Al Qaeda en la guerra civil siria que se extendió a Irak, se acerca al Líbano y expresa, luego de su autodeclaración de “Califato”, pretensiones de hegemonía universal en la línea del Islam originario.

Es bueno destacar que no todo el Islam sunita se siente adversario o enemigo del shía, sino que el antagonista principal es el wahabismo, centrado en Arabia Saudita.

El liderazgo shiíta lo ejerce indiscutiblemente Irán. Su brazo militar es Hezbollah, y sus alianzas más fuertes son el gobierno de Irak –donde a pesar de la mayoría de su población shiíta existe un importante sector sunita, dominante hasta la caída de Saddan Hussein- y el régimen shiíta-alawita de Al Assad, en Siria. Admiran a los shiítas pero no siguen su liderazgo estricto los “Hermanos musulmanes” egipcios y la organización “Hamas” en Palestina.

El segundo conflicto es la guerra civil interna dentro del mundo sunita, entre los moderados de la corriente mayoritaria del Islam liderados por Arabia Saudita, contra el Jidahismo expresado por varios grupos que giran alrededor de Al Qaeda y –actualmente- el Estado Islámico. El jidahismo es la reacción ante el sectarismo y la represión del régimen shiíta de Irak y el shiíta-alawita sirio. Al Qaeda, por su parte, tiene su origen en su cuestionamiento a la alianza del wahabismo saudita con los Estados Unidos, que se mantiene desde la entronización de la dinastía saudí, a mediados del siglo XX.

El Estado Islámico es un desprendimiento expulsado de Al-Qaeda en febrero de 2014 por su “ambición” y “extremismo”. Estableció su capital en Mosul (Siria) y se declaró Califato bajo la éjida de su líder, Abu Bakr al-Baghdadi, autodesignado Califa de todos los musulmanes. El “Califa” es una figura política-religiosa a la que los musulmanes deben obediencia, cualquiera sea su lugar de residencia y si esta jugada recibiera aceptación y consenso del mundo islamita, su poder trascendería el mero dominio territorial, que en principio tiene su asentamiento en regiones de Irak, Siria y Líbano.

La multiplicación de adhesiones de jóvenes musulmanes de países occidentales que concurren a Siria a luchar junto al Estado Islámico es un indicador de este peligro.

Metodológicamente se ha diferenciado de Al-Qaeda no sólo por la característica sectaria y despiadada de su accionar, sino por centrar su lucha en el dominio territorial y su escasa presencia internacional, a diferencia de Al-Qaeda que prioriza sus actos terroristas en diversos lugares del mundo, especialmente países occidentales.

Este segundo conflicto tiene la particularidad de extender las alianzas más allá de la región.

El tercer conflicto es el que enfrenta a los Jidahistas radicales con los demás grupos religiosos de la región– Yazidis, Turcos, Kurdos, Christianos, Judíos y Alawitas-.

Si bien no lleva implícita la posibilidad de un desborde generalizado, este conflicto puede generar reacciones en la opinión pública occidental que termine definiendo actitudes con incidencia en el escenario de conflicto.

La persecución de poblaciones enteras de Yazidies, así como el secuestro, esclavización y venta de niños y mujeres yazidíes por parte del Estado Islámico, al igual que la crucifixión de cristianos que negaban su conversión al Islam por parte de este mismo Estado en la ciudad de Mosul, no es sólo una “consecuencia” del conflicto sino que conlleva la capacidad de aislar al Estado Islámico de la comunidad internacional, como de despertar la solidaridad con las poblaciones perseguidas.

Un cuarto conflicto abierto es la guerra civil en Siria entre el gobierno de El Assad y los grupos rebeldes, desarrollado más adelante en el apartado “Siria”.

Un quinto conflicto es el que enfrenta a los kurdos con los Estados en los que se encuentran.Los kurdos son alrededor de 30 millones de habitantes en un territorio de aproximadamente 100.000 kms2 implantados en la superficie formal de tres Estados: Siria, Irak y Turquía.

Y un sexto conflicto puede considerarse a la tensión subterránea y también ancestral de carácter geopolítico que enfrenta a Irán y Turquía, dos importantes países de la región, por su predominio sobre el “Turquestán”, la amplia región de origen turco que formara alguna vez parte del imperio persa, luego del imperio otomano y por último de la ex URSS, con fuertes riquezas hidrocarburíferas.

 Irán –heredero por historia y sentimiento del Imperio Persa, líder además del mundo shiíta- y Turquía –lo propio, del imperio otomano, tradicional bastión sunita pero alineada con el mundo occidental- mantienen un recelo constante y una rivalidad que no puede obviarse al momento de analizar los alineamientos y correlaciones de fuerza en la región al punto que, aunque no se encuentre hoy por hoy desatado, podría definirse como el “sexto conflicto” del Oriente Medio.

La complejidad de este entramado tampoco permite detectar un conflicto principal, ya que éste cambia según la evolución de los acontecimientos y el involucramiento de países ajenos a la región, modificando alineamientos y priorizando uno u otro de los “bordes” de esta guerra generalizada según los variables intereses del gran juego internacional, que también se juega en la región.

La participación de Estados Unidos

Ya desde mediados de la primera década de este siglo se debate en los Estados Unidos la necesidad de lograr lo que en ese país se denomina la “independencia energética”. Al comenzar el siglo XXI, los Estados Unidos sentían que su vulnerabilidad al chantaje o la presión del suministro de crudo del oriente medio limitaba sus acciones de política exterior.

En 2004, Michel Klare publicó su informe “Sangre y petróleo. Peligros y consecuencias de la dependencia del crudo”. En él demostraba la limitación de opciones que sufría Estados Unidos por su fuerte dependencia de la importación de crudo saudí, esencial para el funcionamiento de su economía, y la necesidad de avanzar hacia nuevas fuentes energéticas de corto, mediano y largo plazo que le permitieran liberarse de esa dependencia, costosa en términos no sólo económicos sino en sangre de soldados americanos luchando en teatros de guerra lejanos a su país para defender su “yugular”: la provisión de petróleo para su economía.

El informe fue un disparador de un debate que culminó con la decisión bipartidaria de lograr el autoabastecimiento. Si bien en el largo plazo las opciones de las fuentes atómicas y renovables eran –son- promisorias, la urgencia del corto plazo llevó al desarrollo de las tecnologías de extracción conocidas como “fracking” para explotar los inmensos reservorios de “Shale” oil y gas existentes en su subsuelo.

Diez años después, Estados Unidos se convirtió en el principal productor mundial de hidrocarburos, con la perspectiva de transformarse en pocos años más en el principal exportador mundial.

El efecto geopolítico de este logro fue la alteración del tablero estratégico planetario. Su despliegue militar en el medio oriente se redujo sistemáticamente, desplazándose hacia su foco de mayor inestabilidad militar, el Pacífico y puntualmente el mar de la China y adicionalmente reduciendo el peso del gasto militar sobre el presupuesto federal. Pero la consecuencia fue el vacío de poder en el oriente medio, desatando fuerzas adormecidas durante décadas en la región.

La guerra civil en Siria

En el 2013 parecía que el principal conflicto regional era la rebelión siria, desatada como eslabón de la cadena de movilizaciones populares de la “primavera árabe” que terminara con los regímenes autocráticos de Egipto, Túnez y Libia.

El régimen de Al Assad concentró la atención mundial luego de la comprobación del uso de gas venenoso  contra los grupos rebeldes. Respaldado en un ejército de mayoría shiíta, gobierna con mano de hierro un país de mayoría sunita desde 1970, a pesar de que la población shiíta-alawitaa la que pertenece la familia dominante alcanza apenas al 13 % del total.

La utilización de armas químicas terminó por definir el involucramiento formal de Estados Unidos, que más que por razones de directa amenaza a sus intereses estratégicos, respondió a una presión de la base electoral de su gobierno demócrata ante una violación masiva de derechos humanos  y de su condición de garante de la Convención Internacional contra el Uso de armas químicas.

En una declaración que aún hoy se cuestiona en el seno de los “Thinktanks” norteamericanos, el presidente Obama declaró que la efectiva comprobación del uso de armas químicas sería una “línea roja” que desataría la intervención de Estados Unidos contra el régimen de Al Assad.

Comprobada formalmente esa utilización, o sea atravesada la “línea roja” que él mismo había fijado, Obama se encontró en el dilema de cumplir su amenaza llevando a su país a una nueva guerra –enfrentando todas sus promesas de campaña-, o dejarlo pasar –lo que convertía a su palabra en un enunciado vacío, con lo que implicaba para la credibilidad y el prestigio de la política exterior norteamericana-.

Optó por lo último, y aunque mantuvo su cuestionamiento activo al gobierno de Al Assad, redujo su participación a la provisión de armamento a los grupos rebeldes.

Sin embargo, los rebeldes sirios estaban lejos de ser un grupo homogéneo de formación y vocación democrática. Al contrario, su sector más fuerte era el más radicalizado “Frente Al QaedaNusra”, ala local de Al Qaeda, del cual se desprendió luego el grupo que actualmente conforma el Estado Islámico.

El apoyo norteamericano de armamento sofisticado terminó en la situación actual, en la que el Estado Islámico utiliza contra los kurdos y contra los aviones norteamericanos armamento norteamericano recibido para luchar contra Al Assad.

Irak

Igualmente complicada es la situación en Irak, donde el prestigio norteamericano luego de la invasión que derrocó a Saddam Hussein encadenó su suerte a la del gobierno surgido de las elecciones que instauraron el primer gobierno electo, que obviamente respondió a la mayoría shiíta.

La invasión significó una suma de errores estratégicos que marcarían los años posteriores. No sólo no pudo comprobarse la veracidad del motivo invocado –la tenencia de armas de destrucción masiva por parte de Saddam- sino que su derrocamiento significó una ruptura del equilibrio regional entre sunitas y shiítas, desatando potentes fuerzas religiosas en pugna ancestral.

El nuevo gobierno iraquí, alineado con Irán, no sólo fue un fracaso como administración, sino que se desarrolló como sectario y altamente corrupto. Ambas características alimentaron el surgimiento de la reorganización de los sunitas que anteriormente respondían a Hussein, sumados en bloque al Estado Islámico, sino que, como consecuencia de la disolución del antiguo Ejército de Hussein, los antiguos efectivos con capacitación militar pasaron a integrar también las filas del jidahista Estado Islámico.

El dilema que atraviesa Estados Unidos en Irak desde hace varios años se expresa en la necesidad de articular su contencioso con Irán –con el que mantiene un fuerte enfrentamiento estratégico, por su proyecto de fabricación de armas nucleares- con la necesidad de que Irán siga manteniendo y apoyando al régimen Iraquí sostenido por Estados Unidos y que en la visión popular es la consecuencia de su invasión; y con su decisión estratégica de retirar su presencia militar en la región, cada vez menos posible por el peligroso avance del jidahismo. A pesar de que el retiro de las tropas norteamericanas de Irak fue una bandera electoral de Obama, ha debido revertir este proceso disponiendo el envío de nuevos contingentes, ante el crecimiento jidahísta.

La decisión de intervenir militarmente contra el Estado Islámico, por su parte, ubica a EEUU en el tercer dilema. Luchar contra el Estado Islámico significa aliviar la presión contra el “enemigo común”, que es el régimen de Al Assad en Siria.

La opinión pública actual en Estados Unidos y el mundo occidental, sin embargo, condena con más energía al régimen Jidahista que al régimen sirio, pero la oposición no Jidahista al régimen sirio no tiene capacidad militar como para desequilibrar en su favor esa lucha contra Al Assad sin la presión –la mayor de todas, en términos militares- del Estado Islámico.

El régimen de Al Assad, por su parte, recibe el apoyo estratégico de Rusia y de Irán, ambos por razones geopolíticas, y es fuertemente cuestionado por su vecina Turquía, que, sin embargo, tiene su propio contencioso con los kurdos que se remonta a varias décadas de enfrentamiento de atentados terroristas, guerrillas y desestabilización permanente.

Los kurdos, luchando por su independencia se enfrentan al estado turco, que lucha por mantener la unidad territorial a la que se aferra luego del desmembramiento realizado por las potencias triunfantes en la Primera Guerra Mundial con la formación de Siria, Líbano, Irak y Palestina con sectores territoriales pertenecientes al Imperio Otomano.

Y los Estados Unidos interviniendo con unos contra otros, con otros contra unos y también al final contra sí mismo, en contenciosos que no afectan ni rozan su territorio ni –a esta altura- sus intereses estratégicos.

La intervención norteamericana, por último, le provoca un enrarecimiento en su relación con dos países con los que no tiene contenciosos abiertos, aunque sí una tensión por un tema histórico –la URSS- y un tema de estrategia regional, más que global –el desarrollo de armas nucleares en Irán-, ambos conflictos administrables por otros medios –económicos y diplomáticos- ajenos a la presión militar directa.

Esta complicación ha generado no pocos debates en la administración norteamericana sobre el nivel de su involucramiento, siendo uno de los motivos del profundo desgaste de la imagen del presidente Barak Obama que lo llevara a su derrota legislativa en noviembre de 2014.

Turquía

Es el Estado más desarrollado de la región, está fuertemente enfrentada al régimen sirio de Al Assad pero –como se adelantó- tiene, además de su histórico recelo con Irán, su propio problema interno: en el noreste de su territorio, vive en Turquía una importante población kurda, que reclama la formación de un estado independiente con el territorio que ocupan en Turquía, Siria e Irak.

Éstos –los kurdos- son rebeldes en Siria, pero también en Turquía.

Ello ha llevado a Turquía, que es formalmente integrante de la OTAN e integrante de la Alianza Occidental, a sufrir su propio dilema. Su problema ancestral, la lucha contra los kurdos, no es simétrico con su enfrentamiento con Al Assad, ya que el principal protagonista armado en la lucha rebelde siria, el Estado Islámico, ha lanzado una fuerte ofensiva adicional anti-kurda.

Esta ofensiva no le desagrada especialmente, lo que descoloca al régimen de Ankara frente a la fuerte defensa de los kurdos que realiza Estados Unidos y la alianza occidental, a la que formalmente pertenece. Los kurdos han terminado siendo los únicos combatientes en tierra, complemento indispensable de los bombardeos realizados por Estados Unidos sobre el Estado Islámico, que no pueden lograr definiciones militares sin tropas de infantería que ocupen el terreno y que ellos –los EEUU- no están en disposición de enviar.

En efecto: debilitar al régimen sirio chiíta-alawita de Al Assad y debilitar a los kurdos, ambos objetivos estratégicos turcos, son también objetivos estratégicos del Estado Islámico.

La actitud de Turquía en la lucha por Kobani –ciudad sirio-kurda, situada a menos de un kilómetro de la frontera sirio-turca- ha sido un doloroso testimonio de este dilema. Mientras unas pocas decenas de luchadores “Peshmergas” kurdos defienden con uñas y dientes su ciudad ante la feroz ofensiva del Estado Islámico apoyados por bombardeos aéreos norteamericanos, al momento de escribirse este informe, decenas de tanques turcos se encuentran a trescientos metros del campo de batalla, tras la frontera turca, observando los hechos.

Más aún: costó un singular esfuerzo diplomático y una fuerte presión norteamericana lograr que Turquía permitiera el paso de combatientes voluntarios kurdos que se dirigían a Kobani para ayudar a sus con-nacionales y a quienes los turcos no permitían cruzar la frontera.

Irán

Hezbollah, organización paramilitar iraní declarada terrorista por Estados Unidos y las Naciones Unidas, ayuda a Irak a entrenar y organizar su ejército profesional. Lo mismo hacen los asesores norteamericanos, por pedido del propio gobierno iraquí.

Hezbollah, sin embargo, juega en Siria defendiendo a Al Assad. Pero en este caso, enfrentando no sólo al Estado Islámico sino a los demás rebeldes sirios, apoyados por Estados Unidos.

Su interés estratégico es evitar que la eventual caída de Al Assad fortalezca a su viejo rival, Turquía, y por eso considera el mantenimiento de su régimen en Siria como una clave estratégica de gran importancia.

La estabilidad del régimen sirio le permite preservar una muy fuerte influencia en el Líbano, donde aún cosecha el prestigio de su relativo éxito en la última guerra con Israel -2006-. La derrota del régimen implicaría para Irán un fuerte retroceso. Debilitaría –quizás hasta extinguir- su influencia en el Líbano, perdería un aliado natural en su rivalidad con Arabia Saudita, y –tal vez lo más importante- dejaría el terreno libre para el avance de la influencia de su más recelado rival, Turquía, sobre todo el viejo Turquestán.

Israel

El cambio de la política norteamericana que implica el des-involucramiento de su compromiso militar en medio oriente no sólo afecta a Arabia Saudita, sino de manera importante a Israel.

Esta nueva situación es inmediatamente advertida por los protagonistas del enfrentamiento ancestral en el mundo árabe. Crecen los “halcones” de ambos bandos –unos, advirtiendo que sus chances se amplían, otros incitando a incrementar la fortaleza de sus defensas- y se debilitan los espacios de las “palomas”. El positivo efecto pacificador del “rezo conjunto”, trabajosamente logrado por el Papa Francisco, entre judíos e Israelíes en Roma, duró menos de una semana: tres jóvenes israelíes fueron asesinados por extremistas palestinos, desatando una de las ofensivas israelitas más duras de los últimos tiempos.

Desde la perspectiva de la política regional, el acercamiento necesario entre EEUU e Irán significa para Israel un golpe a su escenario estratégico. Irán ha sido el país de la región que más duramente ha antagonizado con el Estado Judío, al punto de que su anterior presidente, MahmudAhmadinejah llegó a definir su “aniquilamiento” como un objetivo permanente de su país. La perspectiva que un país con esa mirada estratégica exhiba semejante amenaza no es precisamente tranquilizador para ningún país vecino.

La menor presencia militar norteamericana en la región tampoco es tranquilizadora. Aunque Israel siempre apostó al desarrollo de sus propias fuerzas militares disuasorias, su alianza con Estados Unidos significaba un respaldo significativo que en el nuevo escenario se debilita.

Para Israel, entonces, y a pesar del abismo que lo separa del Estado Islámico, una acción debilitadora del eje Irán-Al Assad-Rusia como la que desarrolla el jidahismo en la guerra civil siria termina jugando objetivamente como una coincidencia táctica. En esto también sus intereses se conjugan con los de Arabia Saudita, a pesar de sus fuertes diferencias.

Estados Unidos, por su parte, está asumiendo en el conflicto palestino un papel que acentúa su carácter “moderador”. Sin abandonar ni dejar de lado su alianza con Israel, ha repetido gestos de desagrado hacia actitudes de los “halcones” israelíes, como la edificación de asentamientos en Jerusalen Este e incluso con gestos diplomáticos de desaire a visitantes importantes de Israel en Washington. La satisfacción con que se recibió en Israel la derrota electoral de Obama no ha pasado desapercibida.

La política interna sigue mandando, aún en el mundo globalizado. Y la política interna israelí ha girado hacia posiciones de mayor dureza, con una opinión pública crecientemente intolerante ante las provocaciones nada inocentes de los palestinos de Gaza. Es esa misma opinión pública la que no desecharía un ataque  unilateral a Irán, sin “permiso” de Estados Unidos, en caso de percibir que el programa nuclear iraní alcance un umbral de accesibilidad rápida a la construcción de artefactos nucleares.

Esta acción podría convertirse en un detonante de un conflicto cuyas consecuencias son claramente imprevisibles, colocando a Estados Unidos y a la Alianza Occidental en una situación de alta tensión interna, ya que aunque en Estados Unidos existe una fuerte vertiente de opinión pública pro-israelí, en Europa una acción de esta naturaleza implicaría una condena de muy alto perfil y seguramente también la puesta en marcha de represalias de diverso orden.

Tal vez ese escenario explique la tendencia israelí luego del cese de fuego a lograr acuerdos de convivencia con los palestinos, a la vez que reforzar su potencia militar. Los acuerdos realizados luego de la última confrontación en Gaza parecieran avanzar en esa dirección que, por otra parte, ha sido siempre la oferta del estado judío para pacificar la región.

Rusia

¿Qué hace Rusia en la región y cuáles son sus intereses?

Lo primero que debe recordarse es la importancia que tiene para Rusia el Mar Negro, ya desde tiempos zaristas. La exitosa lucha con Turquía por Crimea le permitió acceder a un mar cálido por primera vez en su historia, al punto de establecer en Sebastopol la principal base de su fuerza naval tradicional.

La presencia militar en el Mar Negro es uno de los eslabones de un sueño permanente, sólo adormecido por la necesidad de convivencia: el control de los estrechos de Bósforo y Dardanelos, en manos de Turquía, sin los cuales es imposible acceder al Mediterráneo y los mares abiertos.

La rivalidad natural con Turquía queda señalada por la más dura geopolítica, y su alineamiento con el rival histórico de Turquía, Irán, es la consecuencia inmediata de este “dominó”.

Un régimen adicto –o aliado- en Siria, por su parte, le permite acceder al mediterráneo por el puente terrestre de países aliados –Irán, la propia Armenia (enemiga histórica de Turquía) y la Irak pro-iraní, así como “encierra”a Turquía tras un cerco que le dificulta su influencia hacia la región del Turquestán, integrada por países que formaron parte de la vieja Unión Soviética –Kazakstan, Uzbekistan, Turkmenistan, Kirguistan y Tajikistan-

De ahí que su actitud hacia el Estado Islámico sea de rivalidad –en cuanto no coincide con su objetivo de derrocar a Al Assad- y que por eso se haya sumado a la condena en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a la actitud genocida de los jidahistas sin cuestionar tan duramente el ataque militar norteamericano contra el Estado Islámico; pero a la vez, no coincide con el eventual involucramiento militar norteamericano con tropas terrestres, en cuanto significaría una presencia molesta para sus objetivos en la región.

En una mirada más global, al debate ruso le resta saldar definiendo sus objetivos de largo plazo. Se enfrentan al interior de Rusia las miradas geopolíticas de la “vieja guardia”, que sueñan aún con su trascendencia global y presionan para una actitud más agresiva hacia los países ex “satélites” de Europa del Este, que conformaban su cinturón de seguridad ante la OTAN, frente a las fuerzas que reclaman una imbricación con la economía global, la apertura de fronteras y la continuación del proceso de apertura y democratización que se inició con Gorbachov.

Al igual que en el caso norteamericano, la política interna termina incidiendo fuertemente en las decisiones de política exterior. El nacionalismo es un componente de fácil acceso para su uso en la política interna en caso de dificultades económicas, como la que está sufriendo Rusia ante la caída del precio del petróleo.

Esa caída puede estar siendo provocada por la acción de Arabia Saudita liberando reservas petroleras para debilitar a Irán con la reducción del precio –y por efecto dominó, a Rusia- o por los propios Estados Unidos, con el mismo fin de debilitar a Rusia ante la presión de sus aliados europeos, de quienes quisiera alejarse militarmente pero que no se encuentran en condiciones de prescindir del “paraguas estratégico” que significa su alianza en la OTAN.

La reducción de las compras petroleras de Europa a Rusia, así como la eventual amenaza de reemplazarla por gas de origen “shale” importado de Estados Unidos, llevó a Rusia a buscar un acercamiento con China asegurándole su provisión energética e iniciando una alianza estratégica que la coloca como eslabón proveedor de materias primas para su desarrollo industrial, en una curiosa inversión de la dependencia china de la Unión Soviética en tiempos iniciales de la Guerra Fría.

Afganistán

Si hacia el norte el conflicto del medio oriente se imbrica con los problemas de la política exterior rusa, hacia el sur lo hace con otra zona de conflicto en la que el integrismo sunita –allí expresado por los talibanes- fuera desplazado del poder por la invasión norteamericana, instaurando un gobierno que resultara, como el de Irak, altamente corrupto, débil y sin control del territorio.

La decisión norteamericana de retirar su tropas, de concretarse, implicaría la caída del régimen surgido de las elecciones de abril-junio (1ª y 2ª vuelta) de 2014    en manos de los talibanes, en un país que se encuentra ya fragmentado territorialmente entre “señores de la guerra” que dominan diferentes sectores de su geografía y en el que el narcotráfico florece y el cultivo de amapola o “adormidera” es el mayor del mundo.

Aquí también juega Rusia, que acaba de ofrecer al gobierno afgano su ayuda militar en asesoramiento y material bélico aprovechando el vacío que amenazan dejar las tropas norteamericanas. El gobierno afghano es a la fecha de escribirse este informe una coalición que, a instancias de Estados Unidos, ha logrado incorporar a las más importantes fuerzas político-militares de un país en el que las etnias conforman un mosaico más importante que la propia identidad religiosa.

La formación de una coalición plural fue una condición que exigió Estados Unidos para mantener sus tropas en el país, a fin de evitar ser identificado con la extrema corrupción y sectarismo de la administración del presidente Karzai.

Sin embargo, el grupo integrista “talibán”, de formación sunita extremista, gobernó el país entre setiembre de 1996 y diciembre de 2001 con la aplicación de la “sharia” o Ley Islámica en una de sus versiones más extremas y sigue teniendo vigencia y hasta un crecimiento destacado en determinadas zonas del país (como Kandahar). Degradó la situación de las mujeres (a las que prohibió la educación y sometió a normas extremas de aislamiento) y de las minorías no adictas, gobernó el país con mano de hierro y  dio asilo al jefe de Al Qaeda, Osama bin Laden, luego del atentado a las Torres Gemelas, negándose a entregarlo a Estados Unidos y provocando la invasión que lo derrocara.

Los talibanes fueron reemplazados por la autoridad militar externa y un gobierno civil plural pero extremadamente débil,  jaqueado por su propia incapacidad y la “dead line” fijada para el retiro de las tropas americanas para fines de diciembre de 2014. Los norteamericanos, por su parte, luego de negociaciones –al final, interrumpidas- con los talibanes para que aceptaran integrarse a un gobierno de coalición, respaldaron el proceso electoral que terminó con la elección de AshrafGhaniAhmadzai como nuevo presidente.

Sin embargo, esto no significó la estabilidad política. El nuevo presidente se resistió durante meses a conformar un gobierno de coalición, siendo forzado a ello por los hechos, ya que esta actitud se convirtió en una condición impuesta por Estados Unidos para mantener su presencia militar en el país –sin la cual el gobierno central caería rápidamente en manos de los Talibanes-.

Afganistán es una pieza importante en otro juego “de bordes”: el que comprende a Pakistán, India y China. Avanzar en este nuevo escenario extendería este informe más allá de los límites del medio oriente, aunque sus imbricaciones son inevitables. Pakistán realiza un doble juego de “aliado-enemigo” de Estados Unidos, considera a la India su principal problema nacional, tiene buenas relaciones con China, da protección y facilita territorio a los Talibanes para entrenar sus efectivos, así como a Al Qaeda, y sin embargo recibe una multimillonaria ayuda militar norteamericana.

Conclusión:

El medio oriente es una “guerra de bordes”. A cada protagonista le interesa su situación, y no existe “un lado frente a otro” sino numerosos “unos” frente a numerosos “otros”, alianzas cruzadas de las más diversas e insospechados e imprevistos realineamientos.

Es futuro de estos contenciosos es altamente opaco, al punto que ni siquiera se atreve a prever una evolución probable la Fundación RAND –grupo civil de alto análisis estratégico vinculado al Pentágono y a la CIA-.

Su dinámica es alta y su inestabilidad es constante. Tal vez una visión imaginable sea la de un empate variable, con frentes cambiantes e inestables, que puedan ocupar el escenario periodístico en forma sucesiva sin terminar con la existencia de los principales protagonistas. Es tan imaginable un derrumbe del régimen de Al Assad –con sus consecuencias, el debilitamiento de Irán, el aislamiento de Hezbollah en el Líbano, la frustración de las ilusiones rusas de rodear a Turquía por tierra y la entronización de un régimen jidahista con acceso al Mediterráneo- como la permanencia de Assad coexistiendo con espacios territoriales fuera de su control en las zonas kurdas, en las dominadas por el Estado Islámico y en las regiones en manos de sus opositores no integristas, pero sin consolidarse plenamente en el noreste sirio.

Es previsible el retiro norteamericano de Afghanistán, dejando sólo consultores e instructores militares para la formación de un ejército profesional afghano, como el mantenimiento de su presencia. Es previsible el retorno de tropas militares a Irak interrumpiendo su programado retiro, tanto como el reinicio de ese retiro abandonando el gobierno iraquí a sus propias defensas y a la ayuda que podría brindarles Irán, Hezbollah y eventualmente, Rusia.

No parecen darse las condiciones para convertirse en un conflicto abierto y global entre las grandes potencias, ni tampoco en una lucha de líneas claras entre dos contendientes. Más bien es posible que esas luchas parciales desemboquen en alianzas provisionales, acuerdos de corta duración y estancamiento secular de la región, que puede a la larga transformarse en retroceso si la economía global accede a fuentes de energía de reemplazo para el petróleo, su principal riqueza, desinteresando a los grandes jugadores globales. Esto, sin embargo, no aparece a la vista en el corto plazo.

La evolución de la política interna en los grandes actores también puede incidir en la región. La evolución de la situación interna en Rusia, los efectos del cambio de la situación política en Estados Unidos luego del crecimiento republicano, el desemboque final de la crisis ucraniana (y en general, de los países de Europa del Este) en su relación con Europa y Rusia pueden activar cambios de esos países en su política hacia la región que generen desequilibrios.

El efecto que provocó en la opinión pública occidental la decapitación televisada de tres personas por parte del Estado Islámico fue una demostración que a pesar del alto grado de sofistificación en los análisis y en los instrumentos políticos, diplomáticos y militares, todavía la reacción visceral de las sociedades y sus dirigentes pueden desatar procesos no imaginados. La conmoción que causaron en el espíritu los asesinatos televisados de tres personas no cambian ni los intereses nacionales ni el equilibrio estratégico global, pero sin embargo colocó al Estado Islámico en el centro de la escena de la política internacional convirtiéndolo en un protagonista principal de este drama y determinó el involucramiento militar de la principal potencia mundial en un conflicto en el que no están en peligro su territorio ni sus intereses estratégicos ni económicos globales, pero tenía su opinión pública indignada exigiendo al presidente que “se hiciera algo inmediatamente” para “terminar con esto”.

Desde la perspectiva de los intereses de la República Argentina también parece claro que debe evitarse el compromiso con los actores de la región, demasiado tomados por el fundamentalismo, la intolerancia y la provisoriedad en sus alineamiento como para encontrar campos de colaboración común, sin perjuicio de la buena relación con todos en la medida en que no afecte intereses nacionales directos.

Aunque en ocasiones parezca antiguo, el orden “westfaliano” de una convivencia internacional hegemonizada por los Estados-Nación puede ser reemplazada “desde adelante” con una organización planetaria plural, democrática y global, pero mientras ello no sea posible, debe resistirse la tentación de aceptar el retroceso hacia formas y razonamientos pre-estatales, anteriores a la modernidad, basados en el uso de la fuerza o la justificación de medidas en los intereses de los estados, identidas religiosas o divisiones étnicas, sin ley ni derecho que los rija.

La defensa de la responsabilidad de los Estados, su soberanía, su respeto bajo la condición de respetar los compromisos internacionales sobre derechos humanos, no agresión y solución pacifica de las controversias, la expansión de los tribunales internacionales penales, económicos y de variadas competencias, configuran una línea de acción permanente y adecuada para guiar los pasos de un país de mediano desarrollo que necesita un mundo multipolar y la vigencia del derecho.

La tradición de la Argentina en el respeto y la prédica por el orden jurídico internacional es, una vez más, una buena consejera y una excelente guía para la acción.

                                                                                              Diciembre 2014

* Abogado, legislador, diplomático, escritor, docente, consultor

 

 

 

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COSA JUZGADA Y FRAUDE POLÍTICO-JUDICIAL. «COSA JUZGADA ÍRRITA» por Arnoldo Siperman*

| 26 diciembre, 2014

I. La autoridad de la cosa juzgada.

Para un abordaje de estas importantes cuestiones vale como punto de partida considerar el acto de impartir justicia en las sociedades modernas. Tema bien conocido; pero sus implicancias y consecuencias no siempre adecuadamente recordadas. Se trata, en otras palabras, de examinar la instancia en la cual la ley cumple en forma efectiva con la función que tiene asignada en las sociedades seculares de cara a un amplio espectro de situaciones en las que se juega, claro que sin agotarse allí, la conflictividad humana. Se hace justicia, se proclama la verdad.

Esa instancia, ese momento de definición de la controversia, es la sentencia, el acto por el que se arriba a la resolución de la cues­tión sometida a juzgamiento. El acto de juzgar, aunque a veces se exprese en brevedad de palabras, presenta sin embargo notable complejidad. Implica a la vez una operación hermenéutica (respecto de la ley y de los hechos y personas sometidos a juzgamiento), una definición valorativa y un ejercicio concreto de poder. Su decisiva contribución a la eficacia funcional del ordena­miento jurídico, su aporte para que éste opere sobre el conflicto, proviene del carácter definitivo e inmutable que se le atribuye. Es una característica esencial que configura un principio tenido como indiscutible, la “autoridad de la cosa juzgada”. Significa que la sentencia definitiva (esto es, agotado el trámite de sus sucesivas instancias) tiene el efecto de dar por cerrada la controversia y hacer cesar un previo estado de incertidumbre, propio de la situación con­flictiva como cuestión justiciable.

El principio de la autoridad de la cosa juzgada implica, en conse­cuencia, evacuar del territorio de lo conflictivo a aquello que había sido sometido a debate y sobre lo cual ha recaído el pronunciamiento. Por efecto de la sentencia se ha evaporado una contradicción, como si se hubiera restablecido un equilibrio que había sido desestabilizado por la disputa o por el crimen aún impune; se ha restaurado en plenitud el imperio de la razón, como si la controversia y la infracción fueran el quiebre o, al menos, la suspensión del orden de lo racional.

II. El debido proceso de ley.

Pero la sentencia, para que lo sea, adquiera esa calidad y haga irreproducible la situación conflictiva, requiere un montaje previo en cuyo desarrollo la todavía supuesta infracción al orden legal haya sido objeto de una representación escénica en la que se actúa la controversia como debate, ya sea por escrito u oralmente, ante magistrado individual o ante tribunal colegiado. En otras palabras, la sentencia es la culminación de un proceso de afirmaciones y refutaciones y de reconstrucciones probatorias. La precede un debate, rigurosamente reglado.

Esos actos, cuya ordenada secuencia constituye el "proceso", hacen de lo pa­sado y ausente una presencia actual, una re-presentación, indispensable para que el operador del juzgamiento asigne a cada cual lo suyo (conforme con los términos de una de las más clásicas fórmulas romanas de la justicia: la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo que le co­rresponde). Hay para los litigantes un antes y un después del fallo final. Vista la cuestión en otra es­cala: para las estrategias de control social algo que era conflicto ha dejado de serlo, ha sido zanjado; en otras palabras, un nudo ha sido desatado, un problema ha sido resuelto.

La sentencia, entonces, aparece como el último y decisivo de una serie de actos que le sirven de sustento. Su eficacia se sostiene en la postu­lación de que, como culminación de un proceso desarrollado ante magistrados letrados, instruidos en la ley, capaces de discernir su significado y socialmente habilitados para hablar en su nombre, se arribará a la verdad, a la superación de un estado de incerteza. En consecuencia, la autoridad de la cosa juzgada constituye la formal y definitiva determinación de la verdad con respecto a los hechos pretéritos sobre los que versa el juzgamiento y con valor pleno pro­yectado hacia el futuro y sin límite de tiempo.

Nada habrá de alterarla, porque en su meollo se aloja la verdad y no es conforme con la esencia de esta última que se admita réplica ulterior. Verdad en una doble dimensión, respecto de los hechos y de aquello que, con el instrumental analítico del que hoy dispone­mos veríamos como la imputación de sus consecuencias. El juz­gamiento hace “verdaderos” –y, en consecuencia, inobjetables- acreedores, deudores, propietarios, culpables, inocentes, etc. Es como si dijéramos que quien ha sido declarado acreedor, propietario o ladrón, en su caso, es un “verdadero” acreedor, propietario o ladrón. A su cargo quedan las consecuencias, para bien y para mal. Con el efecto absoluto de su irrecurribilidad (una vez recorridas las sucesivas instancias legales) y relativo, en cuanto a su acotamiento al caso en controversia y a quienes la han posibilitado. Lo que llamamos “las partes”.

Proceso y sentencia son inseparables. Que ésta sea el resultado de aquél y que en ese complejo se garanticen las libertades públicas es lo que refleja el art. 18 de la Constitución: Ningún habitante de la Nación puede ser penado sin juicio previo fundado en ley anterior al hecho del proceso, ni juzgado por comisiones especiales, o sacado de los jueces designados por la ley antes del hecho de la causa. Doble garantía: debido proceso y juez “natural”.

III. La potencia de la cosa juzgada. El principio de división de poderes.

La autoridad de la sentencia cumple la función de generar un irrevisable emplazamiento social respecto de los contendientes que es, además, advertencia hacia otros potenciales contradictores. Sus efectos son coercibles, la verdad que declara es asimismo un ejercicio de poder. Esta idea central, la de los efectos del poder institucional objetivados en un acto específico de exteriorización de la verdad, el acto jurisdiccional, es expresada mediante una fórmula clásica: res iudicata pro veritate habetur.

Estamos en presencia de un principio ordenador, el de una mutua remisión entre la justicia y la verdad, de modo que el debate (que en otra perspectiva es lo propio de la actuación política del conflicto) y la verdad (a la cual, en la dimensión pertinente, puede vérsela ligada al quehacer filosófico) tengan su momento de superación dialéctica. No puede volverse sobre la res iudicata por consideraciones jurídicas y prácticas -porque debe darse fin a una situación dudosa o conflictiva. Pero concurren también consideraciones lógicas, la verdad es socialmente tenida por definitiva e irrevocable. Y de ordenamiento social: moviliza al poder del Estado en el cumplimiento de lo decidido.

Esa función es exclusiva de los jueces. Otra vez la Constitución: En ningún caso puede el Presidente ejercer funciones judiciales, arrogarse el conocimiento de causas pendientes o restablecer las fenecidas.

Brilla en este punto, en todo su esplendor, el principio de división de los poderes, sobre el que se afirma el régimen constitucional. En la prohibición de restablecer las causas fenecidas, la plenitud del respeto a la cosa juzgada como elemento inexcusable de esa división.

IV. Cosa juzgada y Estado de Derecho.

La independencia judicial y el efecto asignado a sus decisiones configura la plena operación institucional del Estado de Derecho; esto es, donde la autoridad máxima es la Ley y donde es ésta y no los hombres quienes gobiernan. Como en la antigua metáfora, en el Estado de Derecho democrático y liberal por boca de los magistrados es la Ley la que habla.

La cosa juzgada, su permanencia, su ejecutabilidad, su eminente rol social, en suma, se sustenta en un trípode:

1) La decisión debe provenir de quien está jurídicamente habilitado. No cualquiera pronuncia una sentencia, no cualquier funcionario proclama por su intermedio la verdad de la Ley. Se trata de un acto institucional, reservado a los jueces; reservado a quienes se ha investido de la doble facultad, las funciones que desde los tiempos de la república romana configuraban la iurisdictio y el iudicium. Investido conforme la propia Ley lo determina. En nuestro caso, la Constitución: concurso ante el Consejo de la Magistratura, elevación en terna al P.E., remisión al Senado y prestación de acuerdo. Nadie puede titularse Juez de la Nación si no se han cumplido los pasos pertinentes; ni ninguno removido sin paso por sus rigores. Solo ellos pueden ejecutar el apotegma de dar a cada uno lo suyo con la autoridad de la cosa juzgada.

2) Esta última, absolver o condenar, reposa sobre una inexcusable condición de posibilidad: ser la culminación de un proceso sujeto a reglas asegurando a los contendientes el ejercicio de su defensa. Nunca la expresión de la autoridad proveniente del ejercicio desnudo del poder o de la volición de funcionarios, ni siquiera de funcionarios judiciales. El discurso del Juez no es oracular, ni en cuanto a sus posibilidades de pronunciar oscuridades decisorias ni, sobre todo, en cuanto a generar verdades ex nihilo. Su deber es dictar el correspondiente fallo; siempre con arreglo a la ley, de modo que la sentencia sea experimentada como la derivación racional del ordenamiento jurídico en su conjunto a las circunstancias del caso. O sea, la concreta realización de la justicia.

3) La sentencia es el momento cumbre del proceso, en el cual el juez da por cerraba la discusión para “pronunciarse”, como la viva voz de la ley en la que se expresan auctoritas y veritas formando parte, de manera inseparable, del mismo y poderoso discurso de la racionalidad. Lo que supone, además de la idoneidad que impregna el proceso de su designación y la dirección imparcial del debate, rectitud insobornable e independencia de criterio frente a poderes públicos e influencias privadas. Nada es banal en este terreno. Hay una palabra infame revoloteando: prevaricato.

V. La cosa juzgada fraudulenta. Irrisión.

Así las cosas, ya está dicho, no hay cosa juzgada sin debate reglado que la preceda. Se lo denomina “proceso” y para caracterizar su sentido como juego de controversia se lo caracteriza como “contradictorio”. ¿Podría alguien suponer, en un Estado de Derecho, que la denuncia no seguida de contradictorio podría bastar para que el juzgador impusiese una condena? ¿Una prisión perpetua, tal vez, no precedida de acusación, defensa y prueba, todo ello sin precisas reglas de actuación? Podía ocurrir – ocurría, efectivamente- en el Tribunal Popular del III Reich, cuando un juez que actuaba además como fiscal acusador, se atribuía el ejercicio de los requerimientos del “sano espíritu del pueblo” y enviaba a la muerte a quien más que un justiciable era su víctima. Su devoción política desplazaba legalidades y procedimientos. La pregunta vale, si bien partiendo de algo tan extremo: ¿tendría sentido atribuir en un Estado de Derecho efecto de cosa juzgada, de la definitiva e irrevisable amalgama de Legalidad y Verdad, a lo que reconoce como fundamento la militancia política de quien lo profiere?

Lo que vale para un juicio condenatorio vale exactamente igual para uno absolutorio. Lo que un cierto humor impregnado de amargura denomina desestimación “express”, el rechazo de la denuncia sin mediar contradictorio alguno, sin al menos una cierto grado de investigación acerca de la denuncia, es tan írrita en su efecto absolutorio como la falsa cosa juzgada cuando se pretende condenatoria. Para decirlo con claridad aun mayor: no es cosa juzgada y quien la pronuncia no es un juez (aunque se hubieran satisfecho los recaudos de su designación), es un impostor, un usurpador de la egregia función de juzgar. Según lo que ocurra, un asesino o un fantoche. Siempre un delincuente. También quien acepta jugar falsamente el papel de fiscal para dar apariencia de contradictorio a lo que no es más que el montaje de un fraude.  

El resultado de esta clase de procederes no está revestido de la autoridad de la cosa juzgada. Es una irrisión, una farsa, ni el nombre de sentencia puede serle aplicado. Implica, en rigor de verdad, el imperio de lo ilegal, de lo arbitrario. Como solía decirse, una renuncia consciente a la verdad, a la racionalidad y a la justicia.  Y quienes pretenden valerse de sus efectos y disfrutar de ventajas e impunidades son los cómplices del prevaricato, cuando no sus directos instigadores. Su crimen es de lesa República. Cuando por ese medio se trata de beneficiar a un funcionario, rechazando in limine la posibilidad investigativa o eternizándola mediante las artes groseras del curialismo hasta que cambien los vientos u opere la prescripción, ¿no se está acaso pretendiendo legitimar la suma del poder público? Quienes lo posibilitan son, parafraseando nuestro texto más ilustre, “infames traidores a la Patria”.

La apariencia de sentencia, cuando condenatoria es la máscara del despotismo; cuando absolutoria la de hacerlo impune. En términos sencillos: por la vía que sea, la cosa juzgada írrita es el ejercicio del despotismo. Asociado a la obsecuencia política. Ni falta hace agregar que no podrá nunca ser invocada para enervar futuros procesos debidamente tramitados ni para evitar las correspondientes sentencias y su debida ejecutabilidad. Por el contrario, habrá de ser base para la rendición de cuentas de sus autores, instigadores y beneficiarios.

De los jueces debe exigirse probidad a prueba de tentaciones, laboriosidad y saber judídico. Y capacidad para afrontar vendavales. Piero Calamandrei, escribiendo en lugar y tiempo bien difíciles y elogiando a los jueces desde el lugar de los abogados, exaltaba en aquellos un coraje a prueba de todas las debilidades y bajezas del hombre. …debe estar tan seguro de su deber, que olvide, cada vez que pronuncia una sentencia, la amonestación eterna que le viene de la Montaña: No juzgar". Nada menos.

* Arnoldo Siperman es autor de LA LEY ROMANA Y EL MUNDO MODERNO, Juristas, científicos y una historia de la Verdad, Ed. Biblos, Buenos Aires, 2008.

 

 

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REALIDAD SIN FIN Y FIN DEL RELATO por Ernestina Gamas*

| 21 diciembre, 2014

 Sin darnos cuenta,  el año se nos escapó de las manos  junto a  una sucesión de acontecimientos y de atropellos que  han logrado  llevarse puestas nuestra capacidad de asombro, nuestra paciencia y nuestra tranquilidad  cotidiana.  Terminamos el 2014 peor de lo que lo empezamos y no se avizoran días más apacibles.  Esto se llama realidad y no relato.

Empieza el año 2015, año  de verdaderas  elecciones. Algo tenemos que hacer  ante la frustración, la impotencia y el desánimo.  Nada más inútil que abatirse refugiados en la indiferencia.  El tiempo que se avecina requiere de nuestra intervención en mayor o menor medida. La  reflexión   y el análisis cauteloso  deberían ser el primer paso. Es el momento de comprometerse y hay variadas formas de implementarlo.    Solos,  cada uno de nosotros,  mostramos una fragilidad tentadora frente a los usurpadores que se legitiman únicamente a través del relato  y que  hacen del poder el verdadero cuidado de sí.  Es tiempo de hacerse cargo de la política para que ésta se haga cargo del cuidado de todos. Hacerse cargo de la política  no significa necesariamente enrolarse en una propuesta partidaria, sino defender principios éticos básicos y elementales para sacar adelante un país que es de todos y que nos han ido confiscando, sutilmente al principio y   en forma paulatina con creciente brutalidad.  Pero para ello primero es importante estar convencidos de la  ventaja de esos principios éticos  para así  internalizarlos.  Son la mejor herramienta para nuestra  defensa.

 Aunque nos  saturen con el relato,  la vida real   se nos cuela y nos  embate.    Hay una enfermedad del poder que traspasa todos los límites y se convierte en energía de avasallamiento y de dominio. Voluntad  omnipotente  que se convierte en violencia.   Pero hay otra enfermedad,   incomprensible,   la de los sujetos pasivos, sometidos ante los   que se aprovechan de esa debilidad. Con una carga impositiva altísima, sin retorno en forma de mejoras  ni en educación ni en salud ni en seguridad, los únicos logros son los que se  incluyen en el relato. Habría  que preguntarse qué motiva tanta conformidad, cuál es el placer  que  condiciona para permanecer adormecidos en el  statu quo.   ¿El síndrome del avestruz de quienes  ante una situación que los asusta, prefieren esconder su cabeza en la tierra para no enfrentar la realidad?

 Las ideas republicanas están debidamente fundadas para equilibrar a los excesos del  poder.  Es hora de abandonar la mansedumbre, el cómodo sometimiento, para   exigir que se recompongan los organismos de control, que se respete la independencia de los poderes. El deber cívico no se limita al momento del sufragio. Se impone un estudio previo  necesario sobre  quienes se postulan para gobernar. Hay que aprender  la diferencia entre un slogan y una propuesta, entre un discurso oportunista y un plan de gobierno.  Nuestra demanda tendría que empezar por ahí.  Ser espectadores de una carrera por candidaturas no nos convierte en ciudadanos. Ejercer nuestro derecho a la crítica, al  análisis, nos da más derechos, porque no somos ni vecinos ni somos compañeros, no somos todas y todos.  Somos cada uno y en conjunto una diversidad de intereses que necesita de la política para vivir en comunidad.

Política es lo que nos han quitado cuando el poder público se ha olvidado de los objetivos provechosos para el  grupo. Una noción que se ha distorsionado   hasta perder su sentido ético. Es bueno recordar  que la política solo es funcional, cuando permite poner reglas entre los gobernantes y los gobernados, Nuestra misión es conocerlas para elegir,  peticionar  y  controlar.

Con el  intenso uso de las redes    de comunicación cada vez más interconectadas,  todos podemos participar de foros, blogs y espacios de discusión sobre los más diversos problemas.  Podemos unirnos en las demandas y en los controles.  Podemos iniciar causas y enrolar a otros en las mismas. Todas estas herramientas están al alcance de nuestras limitaciones.  Además sería bueno ejercitar la memoria. Qué dijeron y qué hicieron,   por qué les creímos si todos venían con una historia pegada a sus espaldas que en cualquier país medianamente civilizado  hubiera merecido  un prontuario.  

Ahora la oportunidad  vuelve a presentarse.  Empieza un año que por sí mismo no cambia nada, ya que  después de unos cuantos días  feriados la vida real  continúa como los últimos días del año que termina. Está en nosotros,   cada uno de los ciudadanos, no empezar una dieta cada lunes para abandonarla el martes.  Eso nos lleva a que nos encorseten con las aflicciones de una realidad que en nada se parece al relato. No son salvíficas las soluciones mágicas en las que preferimos creer.

Les digo a todos ¡Felices Fiestas!, una felicidad que no necesariamente vaya unida al placer sino que  sea el comienzo de una elección cívica que nos lleve del cuidado de sí al cuidado del otro.      

                                                                               Diciembre 2014

 

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