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HACE TREINTA AÑOS ESTÁBAMOS ABRIENDO LAS PUERTAS A LA DEMOCRACIA por Elva Roulet*

Ernestina Gamas | 30 octubre, 2013

Recibíamos un país después de haber vivido los más oprobiosos momentos de la historia de nuestra historia del el siglo XX marcada por la ruptura institucional de la república, la implantación de una represión política e ideológica criminal, con el país económicamente arrasado, la cultura y la libertad de expresión sofocadas, y con una sociedad herida, enfrentada y sometida por el terror del régimen militar que se había impuesto en 1976, en el contexto de una desatada subversión homicida y del accionar de los grupos irregulares de las tres A.

Era un momento fundacional. Era la búsqueda para la consolidación de la democracia, como prefería expresarse el Dr. Alfonsín.

Consolidación, nos decía, “no podía evocar en la Argentina ideas de conservación, de respeto al statu quo, ni sólo de restauración; debe evocar, al contrario, cambios, transformaciones, innovaciones… lo que exige imaginación, voluntad de crear” entre todos.

Su proyecto fue el de una nación dirigida hacia el futuro, construida sobre la paz y la armonía.

En un Juicio ejemplar se condenaron los responsables de las Juntas acusados de “terrorismo de estado”, a varios altos jefes militares y al máximo responsable de la subversión guerrillera, siendo un ejemplo en el mundo y poniendo fin a 170 años de amnistías producidas en el país.

Se aprobaron y ratificaron los Convenios Internacionales de Derechos Humanos, y de Derechos Económicos y Sociales, que tuvieron luego rango constitucional en la reforma de 1994.

Ya en enero de 1984 se firmó el tratado de paz y amistad con Chile, que terminó luego con los conflictos limítrofes existentes. Se reclamó el derecho de soberanía sobre las Islas Malvinas sobre la base de la Res. 2065 de Naciones Unidas obtenida durante el gobierno del Presidente Illia. Firmó el Tratado de Cooperación y Desarrollo con la República de Brasil, que sentó las bases del Mercosur.

Integró la reunión de “Paz y Desarme” del Grupo de los Seis,  realizada en enero de 1985 en Nueva Delhi, en la que se alegó contra todos los medios de destrucción del hombre, incluidas las acciones de la sociedad contra el propio planeta, y se convocó a todas las naciones del mundo a “ganar la batalla por la vida”.

Mirando hacia el futuro propuso el traslado de la Capital Federal para empezar a corregir las graves deformaciones que presenta la distribución de la población.  La nueva capital, la descentralización de las actividades y un reforzamiento de las capacidades potenciales del resto del país, debían generar las condiciones para el reforzamiento del federalismo y los desarrollos regionales. La caída del proyecto es una resignación al “statu quo” y el miedo al cambio, y tiene como consecuencia una parálisis para reflexionar y encarar este fenómeno con la determinación que hace falta.

La creación del Consejo para la Consolidación de la Democracia y su análisis sobre la conveniencia de una reforma constitucional, que concretada en 1994 nos dio un instrumento necesario para un país que había crecido y transformado en los ciento cuarenta años transcurridos desde su primera constitución. Además de los nuevos contenidos, la difícil decisión de su oportunidad impidió la violación del Art. 30 respetando las mayorías establecidas para una reforma constitucional y el proyecto de reelección permanente que se ponía en juego.

El Presidente Alfonsín fue un hombre visionario, que amó su patria a la que le dedicó su vida.

Entregó el gobierno a otro presidente electo y de distinto signo político, lo que sucedía por primera vez y se producía luego de 61 años de la última transferencia democrática en 1928.

“La tarea principal que nos encomendó el país en 1983 fue construir una democracia” escribió Alfonsín en su libro “Memoria política” en 2004.

Y él cumplió plenamente.

                                                                                                                   Octubre 2013

 

*Elva Roulet ex vice Gobernadora de la Provincia de Buenos Aires 1983- 1987

 

 

 

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EL FANTASMA DE OCCIDENTE, BAJO LA GLOBALIZACIÓN por Roberto Savio*

Ernestina Gamas | 29 octubre, 2013

Fuente: Other News

Roma, Octubre 2013 — Mucho se ha escrito sobre la arriesgada gestión de la deuda que colocó a Estados Unidos al borde de la bancarrota, pero la principal conclusión que se puede sacar de este episodio es la capacidad de un grupo de lunáticos para bloquear la democracia.

Los parlamentarios del movimiento Tea Party, que obligó al Partido Republicano a una guerra sin cuartel, no están preocupados con su reelección. La nueva configuración de los distritos electorales favorece en gran medida a los actuales diputados, asegurando la reelección a los senadores republicanos en los siete Estados bajo completo control de su partido.

En las elecciones de 2012, en esos siete Estados los candidatos a diputados del Partido Republicano recibieron 16,7 millones de votos, mientras los del Partido Demócrata recibieron 16,4 millones de votos. Pese a la ínfima diferencia, la redistribución de distritos se tradujo en victorias republicanas en 73 de los 107 escaños bajo disputa.

En estos Estados, los republicanos recibieron 50,4% de los votos, pero ganaron en más de 68 % de los distritos. La derecha radical goza de una maquinaria electoral muy superior, financiada por los dos hermanos multimillonarios Koch, que tienen la intención de acabar con los republicanos moderados. Ellos no se preocupan con la viabilidad política. Quieren deshacerse del presidente Barak Obama y del Estado. Pretenden devolver a los estadounidenses un mundo en el que el sueño americano vuelva a ser posible.

El sueño americano se ha esfumado y el tejido político de EE.UU. anda por los suelos. En cada elección, el número de votantes blancos disminuye en 2%, por lo que es probable que el próximo presidente sea Demócrata y que, debido al sistema electoral de distritos, el Congreso se mantenga Republicano. Los “padres fundadores” de  Estados Unidos establecieron un sistema de equilibrios entre los poderes legislativos, ejecutivo y judicial del Estado, pero no pudieron anticipar el nacimiento del movimiento del Tea Party, ni que el Congreso perdería su función equilibradora ante el ejecutivo.

Tampoco podían prever que el poder judicial (Tribunal Supremo) acabaría profundamente politizado, dando paso a la financiación sin límites por parte de corporaciones y multimillonarios y alterando los fundamentos de la democracia. permitir que los diferentes puedan acceder a la Unión, los “padres fundadores” introdujeron una serie de mecanismos que resultan algo inusuales hoy en día. Por ejemplo, cada estado tiene dos senadores independientemente del número de habitantes (por lo tanto los 740.000 habitantes de Alaska eligen los mismos senadores que los 38 millones de California: dos).

Por lo tanto, los estados menos poblados, por lo general conservadores, gozan de una ventaja frente a los estados más poblados. Si muere un senador, el sustituto es nombrado por el gobernador del estado, de modo que si un demócrata muere y el gobernador es republicano, éste nombrará a un senador republicano. El Presidente es elegido no por plebiscito popular, sino de acuerdo a los votos electorales de cada Estado, lo que significa que un candidato podría obtener la mayoría del voto popular, pero perdería ante la eventualidad de que su oponente reciba 270 votos electorales por parte de los Estados.

Está claro que el Partido Republicano se ha llevado una buena paliza y puede que el movimiento Tea Party no sea más que una moda pasajera. Pero cuando se observa un hecho muy simple y más que comprobado, se reduce esta esperanza. Este simple hecho es que, al contrario del mito que propaga la izquierda, las crisis tienden a reforzar a la derecha. Hitler alcanzó el poder gracias a la carga financiera provocada por el acuerdo de Versalles después de la Primera Guerra Mundial. Lenin llegó al poder debido a su capacidad de movilización de las masas, no porque hubiese empeorado la situación económica en Rusia.

El movimiento Tea Party representa, por lo tanto, una señal de la crisis en los Estados Unidos, que empieza a darse cuenta de que ya no tiene un destino excepcional, mientras se le escapa su posición de única potencia mundial. La desigualdad social está creciendo rápidamente (cada día aparecen nuevos 3.000 pobres), el desempleo se ha convertido en crónico, y hay una amplia narrativa de una "nueva economía", en la cual el trabajo sería mínimo y serían las finanzas que proporcionarían la recuperación económica.

El sueño de que trabajando duro se puede llegar a ser millonario se ha evaporado. La inseguridad y el miedo juegan un papel importante en la afirmación del Tea Party como movimiento anti-sistema, anti-globalización, anti-estatal y anti-inmigrante. Pero este fenómeno no se restringe a EE.UU., se observa en todo el Occidente, donde el populismo no deja de ganar terreno.

En Europa también había un sueño: trabajo decente, una vida estable, acceso a educación y salud y estabilidad política. Europa no tenía armas y Dios como en el sueño americano: era más comunitaria y menos individualista, pero siempre se trataba de un sueño. Ese sueño está desapareciendo a medida que avanza el círculo vicioso de la austeridad y del desmantelamiento del estado de bienestar en todas partes, con la excepción parcial de Alemania. Los jóvenes son las víctimas más visibles de esta "nueva economía" y la sensación de inseguridad y miedo alienta a los homólogos europeos del Tea Party.

En Noruega, que experimentó la pesadilla de las bombas y de la matanza perpetrada por el terrorista de derecha Anders Behring Breivik en julio de 2011, matanza que dejó 77 muertos, el Partido del Progreso (del que Breivik fue miembro) está ahora firmemente en el gobierno del país. En Polonia, el Partido euroescéptico de la Ley y la Justicia empieza a resurgir, al igual que el euroescéptico Partido Cívico Democrático de la República Checa. Las encuestas muestran lo mismo para el Partido de la Libertad de Geert Wilders en los Países Bajos y el viento también sopla a favor del Partido de la Libertad de Austria, del Movimiento por una Hungría Mejor, de los Verdaderos Finlandeses, del Demokraten sueco y del Vlaams Belang belga. En Italia, en la actualidad hay dos movimientos o partidos euroescépticos – la Liga Norte y el Movimiento 5 estrellas. En Alemania, la Alternativa para Alemania, que pide abandonar las instituciones europeas, no consiguió elegir un diputado al Bundestag a falta de un 0,1% de los votos. Dígase de paso que muchos de estos partidos eran insignificantes, o en algunos casos incluso inexistentes antes de la crisis del 2008.

Toda crisis crea sus chivos expiatorios: hoy en día son los inmigrantes y, en particular, los Gitanos. Todos los economistas están de acuerdo en que Europa necesita por lo menos a otros 20 millones de personas para seguir siendo competitiva a nivel internacional. Todos los estudios de las Naciones Unidas y de la Unión Europea convergen en el hecho de que los inmigrantes ocupan puestos de trabajo no deseados por los locales, que estimulan la demanda, que mejoran el desempeño económico y que sólo teniendo una población mayor de la prevista por una tasa de natalidad negativa será posible garantizar la viabilidad del sistema de pensiones a una población envejecida.

Otros estudios indican que los inmigrantes desean pagar impuestos y cotizaciones sociales lo antes posible, una vez que esto los integra en el sistema por el cual abandonaron su país de origen. En la actualidad hay 45 millones de inmigrantes en Europa (en una población de 450 millones), 13% de los cuales estudiantes, mientras que los inmigrantes desempleados representan menos de 1% del total de desocupados en Europa. Los emigrantes son responsables por tan sólo 1% de las subvenciones públicas y únicamente por 0,2% de los costos del sistema de salud.

Sin embargo ningún gobierno se esfuerza por educar a sus ciudadanos sobre esta realidad. Por el contrario, hay una tendencia generalizada a restringir la inmigración.

El ministro del Interior francés, Manuel Valls, hijo de inmigrantes catalanes, es actualmente el político más popular del gobierno socialista galo debido a su postura ante los gitanos: el secuestro por parte la policía francesa de una niña gitana de 15 años que viajaba en un autobús escolar a principios de este mes y que fue luego deportada junto a toda su familia, recibió 67 % de apoyo popular. Hay 20.000 nuevos gitanos en Francia, un país con una población total de 66 millones de habitantes (los Estados Unidos tienen un millón de gitanos y Brasil 800.000). De los 12 millones de gitanos que viven en Europa, dos millones están en Rumania y 800.000 en Bulgaria. Desde la Edad Media, los gitanos han sido perseguidos (los nazis mataron a por lo menos 500.000 por considerarlos una "raza inferior"), y hay un debate sobre si su falta de integración tiene raíces culturales, posición defendida por sus detractores, o económicas, como por ejemplo debido a la falta de puestos de trabajo y a la escasa escolarización.

El simple hecho es que, como demuestra una reciente encuesta del Financial Times, los europeos han perdido su sentido de solidaridad. El 71% de los entrevistados pide que su gobierno elimine los beneficios sociales otorgados a ciudadanos de otros países de la Unión Europea que viven en su país. Si hubieran sido interrogados acerca de los ciudadanos de fuera de la Unión Europea, ¿quién sabe cuál hubiese sido el porcentaje? Además,   52% pide que se retiren poderes a la Unión Europea. Cuando se les pregunta si van a votar por un partido anti-europeo, 19% responde que sí. Esto significa que, debido a una probable baja en la participación electoral, las elecciones europeas del próximo año crearán un Parlamento Europeo disfuncional – y esto proporcionará una plataforma común a todos los partidos populistas.

¿Serán los partidos tradicionales capaces de detener este fenómeno? No, no más que los republicanos en Estados Unidos han sido capaces de ignorar el movimiento   Tea Party.  Más bien la tendencia es a erosionar la plataforma de estos partidos. Manuel Valls en Francia es el mejor ejemplo de esta estrategia.

El problema es que los 13 partidos progresistas en el poder (de los 28 países de la Unión Europea) están siguiendo más o menos la misma estrategia de la derecha y, por supuesto, la gente prefiere votar por el original que por la imitación, como indican las encuestas. Los partidos del centro-izquierda están sumergidos en una grave crisis, haciendo lo que se suponía como exclusivo resorte de la derecha, como cortar beneficios, reducir el sistema de seguridad social, desmantelar los hospitales y la educación asequible y aplicar medidas de austeridad.

La falta de crecimiento económico elimina la redistribución y la globalización neoliberal sigue ejerciendo una presión a la baja sobre los salarios y las condiciones de trabajo, mientras que el envejecimiento demográfico de estas sociedades y una cada vez más reducida mano de obra joven hacen con que las prestaciones sociales y las pensiones sean más difíciles de sostener.

En medio de todo esto, las estadísticas sobre la creciente desigualdad social son asombrosas. De acuerdo con la London School of Economics, hemos regresado a los tiempos de la reina Victoria en un espacio de 20 años, acabando así casi dos siglos de progreso social.

El populismo preparó el terreno para Hitler y la injusticia social, el terreno para Lenin. La historia no se repite, pero será interesante ver cómo una nueva solución surge de los mismos problemas… ojalá sin la sangre y lágrimas derramadas por la humanidad desde la época de la reina Victoria.

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*Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias IPS (Inter Press Service) y Publisher de Other News.

 

 

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OCTUBRE DE 1983: RECUERDOS Y EXPERIENCIAS por Luis Alberto Romero*

Ernestina Gamas | 25 octubre, 2013

Este es un pequeño texto testimonial que nos parece de interés difundir  en estos días en que  recordamos las jornadas de octubre de 1983.

                                         Los co-directores

 

En 1983 compartí el entusiasmo general por el retorno democrático, con toda la ilusión del momento, y con escasos conocimientos, pues por entonces no me dedicaba a estudiar la historia argentina más cercana. Con Hilda Sabato, Lenadro Gutiérrez y Juan Carlos Korol integrábamos un grupo de historiadores -el Pehesa- que tenía su sede en el CISEA, el centro de investigaciones que dirigía Dante Caputo y reunía a un conjunto de investigadores que por entonces asesoraban a Raúl Alfonsín. Desde 1981 era común verlo llegar, con su cuaderno, y encerrarse con Caputo, Jorge Sabato y otros. Fuera de ese atisbo del mundo de la política real, compartía la fe general, la seguridad de entender la clave del problema -la dictadura y la democracia- y la convicción de que la coalición de la gente de buena voluntad podría derrotar a las fuerzas del mal.

Entre octubre y diciembre de 1983 tuve tres pequeñas experiencias, cuya trascendencia no advertí de inmediato pero que me pusieron en camino de pensar las cosas de otra manera.

La primera fue una carta de Tulio Halperin, fechada el mismo día de las elecciones. “Hoy hay elecciones en la Argentina -decía-. Naturalmente, ganará el doctor Luder”. Esa parte siempre me recordó que los historiadores de oficio no somos mejores que nadie para los diagnósticos. Pero al pie, Halperin agregó una posdata, posterior al resultado: “No puedo negar que me invade una tonta alegría”. Cito de memoria y es posible que las palabras hayan sido algo distintas.  Pero sé que asocié ese sentimiento -de una persona en general reacia a expresarlos- con la fórmula de “la patria boba”. Así se conoció a la primera experiencia patriótica de Nueva Granada, en 1810, la de Miranda y Nariño, donde abundaban los discursos sobre los derechos del hombre, y escaseaba el  espíritu práctico, el sentido político y el conocimiento militar, al punto que dos años después había sido completamente arrasada por los realistas, sin necesidad de apoyo metropolitano. Bolívar popularizó la fórmula, y la incluyó en su proclama de la “Guerra a muerte” de 1812, menos humanitaria pero más adecuada a las circunstancias.  Tampoco le fue bien al principio, pero posteriormente repuntó y ganó. La tonta alegría, la patria boba, la ilusión boba.

La segunda experiencia fue una discusión en un seminario del CISEA y el CEDES, el centro de investigaciones vecino y pariente. Comenzó con el tema del auto indulto militar,  apoyado por Luder, a quien habían apoyado varios investigadores del CEDES. Pronto se centró en la política anunciada por Alfonsín de enjuiciamiento a las Juntas y de creación de una comisión investigadora integrada por ciudadanos notables. Es conocido que la mayoría de las organizaciones de derechos humanos no quiso participar en la CONADEP, y que su reclamo principal era “aparición con vida”. Ese día estaba allí Amanda Toubes, militante de Madres de Plaza de Mayo, quien discutió con Jorge Roulet, investigador del CISEA y cercano a Alfonsín. Ambos tenían una larga relación, que venía desde antes de 1955, cuando eran dirigentes de la FUBA. En mi opinión, eran dos personas excelentes e intachables, que sin duda integraban el bando de los buenos, y las diferencias me parecían apenas cuestiones de matices. La discusión fue subiendo de tono y se hizo violenta. Sin entenderla demasiado, me quedó una frase de Roulet: “Ustedes (madres) piensan solo en los desaparecidos, nosotros (gobierno) tenemos que pensar también en los vivos”. Comencé a darme cuenta de que, en una cuestión fundacional de la recuperada democracia, no todo eran sentimientos compartidos. Vislumbré que el gobierno democrático debía enfrentar dilemas éticos, y que la ética de la convicción y la de la responsabilidad no coincidían.

Unas semanas después hubo otro seminario, solo del CISEA, en el que Dante Caputo -sabíamos que ocuparía un puesto importante en el gobierno- presentó un cuadro de situación sombrío. Para un creyente en el discurso de Alfonsín acerca de lo que la democracia podía hacer, fue un balde de agua fría. La situación fiscal y presupuestaria era terrible; la deuda externa imponía todo tipo de restricciones; los sindicatos se atrincheraban; los empresarios volvían a reclamar lo suyo. Lo más inquietante fue saber que los juicios a las Juntas transitarían por un camino minado, pues los militares no aceptarían la salida ofrecida: juzgar ellos mismos a los comandantes. No habría mucho para dar, ni siquiera una garantía plena de que el gobierno se mantendría.  La estabilidad democrática todavía debía ser construida,  y no podía contarse mucho con un Estado corroído. Sobre esto, particularmente, había escuchado y leído mucho en el CISEA, pues era el tema de sus investigadores, pero no se me había ocurrido que hubiera problemas que la democracia no pudiera solucionar.

Es suma, tres pequeñas ventanas a una realidad que muchos conocían pero desconocida para la mayoría, ilusionada y boba, a la que yo pertenecía. Pensando retrospectivamente, puedo encontrar allí, en esa experiencia de los tres meses de transición, los orígenes de muchos temas y problemas a los que luego me dediqué. De momento quedaron en eso: luces amarillas o rojas, nubladas por el manto de la ilusión.

 

*Luis Alberto Romero es historiador e investigador principal del Conicet

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DOS GENERACIONES: LA DE 1945 Y LA DE 1970 por Esteban Lijalad*

Ernestina Gamas | 8 octubre, 2013

Mis entrevistas con viejos militantes universitarios en épocas del primer peronismo me han servido para acceder a un mundo que yo creía inexistente.  Tomé conciencia de que la generación del 45 – que en rigor se extendió durante toda la década peronista-  tenía una riqueza humana y política que jamás fue sacada a la luz. Durante décadas fue casi un estigma el decirse “antiperonista”. Esos viejos militantes universitarios fueron olvidados por la Argentina política. Sus historias afectaban la construcción de un relato en el que el peronismo- más allá de sus orígenes- se integraba al sistema democrático como un actor importante y respetable. Para ese relato era incómodo recuperar del olvido estas historias de represión, autoritarismo, arbitrariedad, violencia.

Quiero ahora comparar esas dos generaciones: la del 45 (una generación de resistencia a un gobierno que expresaba una alianza corporativa fuertísima, que incluía a la Iglesia, el Ejército, los sindicatos, muchos empresarios, la farándula artística y deportiva, los medios de comunicación, etc.) y la del 70, rememorada en estos tiempos como la de los “jóvenes idealistas”.

La generación del 70 fue hija de la Revolución Cubana y creyó verla encarnada en el peronismo. Esa extraña mixtura sonaba en la consigna “Perón, Guevara, la Patria liberada”

Esa generación, a la cual yo pertenecí, rompió con sus familias- porque eran antiperonistas- , con su formación democrática o marxista clásica y adhirió fervorosamente a la aventura de “ser peronista”, o sea, fundirse a un sujeto hecho de poder puro, sin sutilezas teóricas, “puro pueblo”, que gritaba sin sonrojarse “alpargatas sí, libros no”. Con ese acto de ruptura no solo quebrábamos las relaciones con nuestra “clase”, con nuestras familias, sino con el “ethos” cultural de un progresismo hecho de libros, nostalgias parisinas e identificado, a su modo, con Occidente. Tirábamos a Marx o a Sartre o a Freud a la basura y adheríamos al tumultuoso, contradictorio, violento y autoritario peronismo, el lugar real donde “las masas” vivían. Coqueteábamos incluso con cierto fascismo de hecho. Algunos, de tanto leer a Perón y sus nostalgias mussolinianas abandonaban cualquier resto de “recato” y cantaban extasiados  “Ni yanquis ni marxistas, peronistas”.

Era una catarsis, una ceremonia desvariada, un rito de iniciación: había que probar que no quedaba ninguna fibra de “socialdemocracia”, de “izquierda cipaya”, en nuestras mentes y que ya, casi, éramos pueblo. Había que amar a Perón, si uno quería fundirse realmente con el pueblo.

Así como hubo una trayectoria desde la derecha nacionalista de Tacuara hacia Montoneros y la “tendencia revolucionaria”, hay otra que nace en la izquierda marxista y termina en Guardia de Hierro o, peor aun, en los grupúsculos de la ultra derecha peronista. También, obviamente, había “entristas”, marxistas puros y duros que, por cálculo político, adoptaban alguna terminología peronista y se sentían parte del “Movimiento”, con la secreta esperanza de guiarlo hacia la Revolución Social.

La generación del 45, en cambio, era hija de la Guerra Española y la Segunda Guerra Mundial: el frente antifascista que englobaba desde el Partido Comunista hasta algunos cristianos, pasando por anarquistas, socialistas, radicales, demócratas progresistas, liberales. Arraigada en la tradición democrática, continuadora, en muchos casos de una historia familiar de militancia enfrentada al golpe de Uriburu. Para ellos, Perón era simplemente- no había mucho que discutir- la versión criolla del fascismo, una continuidad natural del uriburismo, un representante de la corporación militar, la Iglesia y los sindicatos, al estilo fascista y falangista.

No fue una generación de ruptura, no tuvo que pasar por ritos de iniciación ni abjurar de su formación o sus tradiciones familiares. Fue, en ese sentido, más sana, más consistente. No necesitó de sesiones de terapia para integrar sus diversos yoes, como nosotros (judíos hablando de la conspiración sionista, izquierdistas teniendo que comulgar en la iglesia “ de los pobres”, internacionalistas bebiendo grandes tragos de nacionalismo, marxistas renegando de sus libros y dedicándose a leer a Perón, y así sucesivamente)

Los del 45 eran antifascistas, simplemente. Y casi todos, anticomunistas. Sabían que Hitler y Stalin tenían la misma sangre autocrática y violenta. Y que de esos modelos se desprendían pequeños dictadores como Perón.

Sabían que estábamos en Argentina y que las cosas nunca llegarían a la letal maquinaria  nazi o al crudo Gulag ruso. Sabían que era muy difícil perder la vida, aunque había casos. Lo más usual serían algunas temporadas en la cárcel, problemas para recibirse, algunos golpes. Aunque también hubo torturas, torturas en serio, con picana aplicada sobre una cama de metal, durante horas.

El apoyo obrero a Perón fue una amarga píldora que tuvieron que tragar. Fueron sorprendidos por la rapidez con la que la “clase obrera” – el gran mito socialista en el que muchos de ellos creían- se hacía fascista. Evita fue otro misterio: cómo podía ser que una figura de la farándula, enjoyada y vestida con pieles pudiera ser una especie de diosa de los pobres.

Si algo no pudieron entender, al menos en ese momento, es que el peronismo era una construcción mitológica, no un mero rejunte de oportunistas. Algo muy complejo que ya está inscripto en el ADN argentino, parte constitutiva de una cultura política y extrapolítica. Pero esa es otra historia.

Ellos sufrieron en peronismo real, no la narración mitológica construida para perdurar.  Para ellos, el peronismo fue el “tira” que los delataba, las golpizas en la Sección Especial, el control agobiante, la inexistencia de una prensa libre, el festival de “permisos de importación” con el que se premiaba  a los leales, la impudicia de la UES, la manipulación del deporte, el espectáculo y la cultura, al servicio del poder dominante. Fue la imposición de la educación religiosa, la intervención en las universidades y la destrucción de la Reforma, la persecución a los legisladores de la oposición, los oscuros negocios de Juancito Duarte, el refugio para los nazis, los profesores falangistas, los “amigos” como Somoza, Stroessner o Trujillo, los libros de lectura con frases como  “Mamá me ama, Eva me ama”, la afiliación compulsiva al Partido Peronista, las listas negras de artistas, la política exterior muy poco “popular y antiimperialista”.

Ese relato, para nosotros, simplemente no existía, era obra de la propaganda “gorila”, un infundio de los “contreras”. Nos negábamos a saber que Cipriano Reyes, coautor del 17 de octubre, había sido torturado y preso durante siete años, no sabíamos los nombres de los torturadores (los hermanos Cardoso, Lombilla, Amoresano) Nos negábamos a ver una realidad que nuestros padres conocían bien. Sus advertencias nos sonaban huecas: una tía vieja no puede saber más que yo quien fue Perón.

Y sin embargo, lo sabían: todos los fantasmas cuidadosamente ocultados, minimizados o justificados aparecen en estos relatos de los testigos. Sin histerias, reconociendo errores, algunos, incluso, afirmando que las cosas cambiaron mucho desde entonces. Pero nadie reniega de su militancia opositora. Ninguno de ellos abomina de sus posiciones, que fueron consistentes con los valores que encarnaban.

Se los puede acusar de ingenuidad. Pero ninguno actuó manipulado por poderes ocultos, por la tan mentada “Sinarquía internacional”, la Masonería, el Imperialismo o el judaísmo. Esos cucos fueron alimentados por Perón y combinados en una mezcla explosiva con los mitos tercermundistas. Esa extraña combinación de tercermundismo, fascismo y marxismo fue la que nos taladró la mente en los setenta. Aun hoy, esa mescolanza actúa determinando que el peronismo sea un animal político capaz de hacer y deshacer, decir y desdecir con total desparpajo.

Ellos fueron leales a sus ideas, incluso las equivocadas: el “clima de época” como dijo Pandolfi, haciendo alusión a un cierto izquierdismo ingenuo que coincidía en algún punto con el estatismo peronista, pero que rechazaba desde las entrañas el autoritarismo y el culto a la personalidad que caracterizaron al Régimen.

Ha sido una experiencia personal extraordinaria entrevistar a estas personas, los testigos olvidados. 

 

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MUTIS EN LOS SETENTA por Javier Wimer *

Ernestina Gamas | 6 octubre, 2013

Esta nota fué escrita y leída por Javier Wimer en 1993 con motivo de los 70 años que entonces cumplía Alvaro Mutis. Este poeta y novelista colombiano vivía en México desde 1993 y falleció el 29 de setiembre de este año. Hemos publicado en nuestro Blog muchas notas de Javier Wimer, cuya muerte se anticipó a la de su admirado Alvaro Mutis.  Hemos recuperado este escrito y lo damos a conocer a pocos días de la muerte de Alvaro Mutis. Recordamos que la obra de Alvaro Mutis mereció, entre otros, el Premio Príncipe de Asturias en 1997 y el Cervantes en el 2001. Con las palabras de Wimer, Contexto rinde homenaje a este notable escritor latinoamericano.

 

Álvaro Mutis llega a sus edades como si tuviera cita con ellas o, más bien, como si pudiera imponerles el rumbo que exigen: empresas.

Mutis, el hombre de carne y hueso, es un personaje inventado sucesivamente por Mutis, el soñador, el poeta, el argumentista, e interpretado sucesivamente por Mutis, el actor, con la fuerza, la convicción y el brillo de los grandes comediantes.

El azar parece adaptarse a sus designios, proporcionándole la materia prima que requiere para seguir un itinerario urdido obscuramente en las trastiendas de la conciencia. Por eso Maqroll es Maqroll pero también es Mutis, no en el sentido elemental de una transposición autobiográfica sino como resultado de la comunidad de estilos entre un hombre y un personaje de ficción, del trasiego e intercambio de elementos entre la realidad y la imaginación.

En un lejano intento por definir la esencia de la literatura, Sartre encontraba dos arquetipos de escritores: los que viven su vida y además escriben, y los que escriben como si ejercieran una profesión burguesa. Mutis pertenece al primer género aunque reniegue a veces, de la sangre que comparte con Maqroll y aunque ahora tenga domicilio fijo, orden familiar y agentes literarios.

Tal vez la clave para entender el sentido de su vida y de su obra se encuentre, precisamente, en la capacidad que tiene para mantener su identidad mientras cambia de edades y de papeles. Así transita por el círculo de las sucesiones y de las decantaciones: a la aventura sigue el reposo, al derroche la mesura y a la avidez por el mundo la reflexión sobre el mundo.

El Mutis de los últimos tiempos vive amenazado por la fama. Una amenaza de tal magnitud que además de transfigurar sus tareas cotidianas, de dotarlas de un cierto aire épico, lo obliga a un interminable andar de aquí para allá como una especie de argonauta: homenajes, premios y seminarios sobre sí mismo. Manera final, por cierto, de completar la trinidad especular del autor, del actor y del crítico.

En su descargo podemos decir que, como hombre elegante e irónico que es, nunca buscó la fama y que ahora no la toma en serio. De todas maneras, se instala en ella con la displicencia del joven poeta que, según Goethe, considera perfectamente natural que lo coronen de laureles. No se trata, pues, de falsos pudores sino de simple acuerdo con el reconocimiento ajeno.

Mi amistad con Álvaro viene de lejos. Lo conocí a pedazos. Primero, en la anónima, densa y sentenciosa voz del cronista de ”Los intocables”, luego en dos libros de lectura obligada: Reseña de los hospitales de ultramar y el Diario de Lecumberri. Al fin y de cuerpo presente, lo comencé a encontrar con amigos comunes: Pablo González Casanova, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Carlos Payán, Victor Flores Olea, José Luis Cuevas y Jorge Ruíz Dueñas.

Tiene Álvaro un verdadero rosario de virtudes personales. No las menciono en lista para evitar que este intento de apología se convierta en un principio de inventario. Diría, sin embargo, que dos de ellas sobresalen entre las otras: su intensidad humana y su poder de seducción intelectual. Ambas constituyen ingredientes esenciales de su simpatía.

Una parte de este atractivo le viene del aspecto físico: alto, corpulento y con andares de condotiero renacentista o de actor shakesperiano. La nariz borbónica, las cejas espesas y levantadas en los extremos, los párpados entornados y la mirada maliciosa, le confieren, ocasionalmente, un aire de Mefistófeles en los jardines de Bomarzo. Completa estos rasgos una voz preparada desde siempre para el diálogo, el discurso y el poema: para contar antiguos mitos sobre el origen del tiempo: sagas sobre estirpes, dinastías e imperios olvidados o historias de prodigios y fantasmas.

Mención especial merecen las risas de Álvaro, desde una que suena a murmullo de agua hirviente hasta la carcajada rotunda, delirante y prolongada. Carcajada enorme y rabelesiana; carcajada que arrasa el silencio: carcajada que avanza incontenible como tempestad de arena: carcajada que sacude los cristales, atraviesa los muros y los impregna; carcajada que se va riendo sola y que se aleja, tambaleante, hacia el valle feliz donde los ecos viven eternamente.

Su risa se queda largo tiempo por donde ha pasado, como fragancia de marfil o de porcelana, y es tan intensa que si fuera necesario devolver al lugar su neutralidad sensorial, habría que voltearlo de cabeza, lavarlo con algún jabón silenciático, sacarlo a orear con tapetes, muebles y cortinas. También se queda su voz.

Álvaro sabe escuchar y sabe tomar la palabra, hilar extensos relatos que guían y modulan el ánimo cambiante del interlocutor. No al modo  de esos insoportables tribunos de salón cuyo autismo les impide registrar el aburrimiento ajeno, sino al modo antiguo de los hades, de los maestros de cosas o de los narradores de pueblo.

El temperamento, el modo de ser y el discurso de Álvaro llevan la marca de la sensualidad y de la ironía. Su conversación está llena de materia sensible y vacía de solemnidades. Le merecen el mismo respeto y la misma falta de respeto todos los temas, desde la  metafísica hasta el erotismo y la gastronomía. Se acerca a cualquiera de ellos con semejante erudición, entusiasmo y desenfado, y siempre encuentra en el deslumbrante bazar de su memoria los recuerdos necesarios para que el relato siga su infatigable camino.

No es la política, al menos desde hace algunos años, la principal de sus preocupaciones. Se confiesa conservador y le gusta presentarse como anarquista y monárquico sin esforzarse en ser tomado en serio. Acaso porque cree en la libertad y en la justicia pero no en la capacidad del poder para convertirlas en un bien Público o acaso por simple cortesía para quienes atribuyen a la política una importancia mayor de la que, a su juicio, merece.

Pero las burbujas de superficie, el encanto del personaje no deben ocultar su verdadera naturaleza. Si en una edad pasada, antes, que lo conociera, se detuvo más tiempo del debido en alguna de sus advocaciones mundanas, fue un incidente menor. Su destino de escritor era definitivo y se impuso siempre a sus otros destinos transitorios.

Los ciclos de la vida de Álvaro tienen una clara relación con su actividad literaria. A los veinticuatro años publicó su primera colección de poemas en un libro que, con el título de La Balanza, fue distribuido unas horas antes del bogotazo de 1948. A esta edición que desapareció en la revuelta, siguieron Los elementos del desastre y luego, en 1959 y 1960, la Reseña de los hospitales de ultramar y Diario de Lecumberri, su primer libro en prosa.

Ambos textos se escriben y se publican en torno de los meses que Álvaro pasó en una cárcel mexicana. Probablemente descubrió entonces, como el Lugones de Borges, que la entraña de la realidad no es verbal, y también, que el sufrimiento es fuente de legitimidad y de hondura del lenguaje. Este privilegio trágico constituye un parteaguas en la vida y en las tareas del poeta. Atrás queda la niñez vivida en dos paraísos, la juventud despreocupada y el placer por abandonarse al deslumbramiento del mundo. Adelante, el compromiso con la tarea creadora.

Desde 1959 escribe y pública a un ritmo regular otra decena de títulos de poesía hasta la aparición de la Summa de Maqroll el Gaviero, en 1992, que recoge toda su obra poética.

Otro itinerario y ritmo tiene su producción en prosa. Entre el Diario de Lecumberri y La mansión Araucaíma transcurren trece años y habrán de pasar quince más para que aparezca La muerte del estratega en 1988, que es la brillante obertura de un ciclo de narraciones y novelas que se detienen, por ahora, en el Tríptico de mar y tierra.

En total ha publicado una veintena de libros. Es una obra escueta, concentrada, que nos depara los placeres de la buena escritura y nos ahorra los materiales sobrantes de otras obras más extensas y menos rigurosas.

Mutis, que como Julio Cortázar pasó en Bruselas los primeros años de su vida, asumió tempranamente la diversidad del mundo y las bibliotecas. La vida misma, el dominio de varias lenguas y la cultura adquirida en una insaciable pasión por la lectura, le proporcionara los elementos para encontrar un modo personal de decir las cosas.

Se le conoció primero como poeta, en el significado estrecho e insuficiente que esta palabra tiene en el castellano de uso corriente. Es decir, como autor de poemas en verso, cuya excelencia le valió el inmediato reconocimiento de los entendidos.

Su poesía es culterana y muy elaborada. Extiende sus raíces por las mejores regiones literarias pero no se deja arrebatar por seducción de sus extremos estilísticos: la prolongada vehemencia iberoamericana: la lenta y laboriosa respiración de Saint-John Perse o la contención iniciática de T.S. Eliot.

En esta poesía, la libertad tiene un lugar privilegiado. Como programa implícito y como mecanismo creativo en la elección de temas y de formas. Sin embargo, el empeño por alcanzar el orden y claridad domina los puntos de fuga hacia el barroco y domina la amenazante opulencia del lenguaje. El poema adquiere entonces grao y ligereza, se sostiene entre una natural exuberancia y un deliberado ascetismo.

Toda la obra poética de Mutis tiene un carácter sustantivo.  Se construye fundamentalmente con substantivos y con epítetos exactos y deslumbrantes. Sobresale en el tono épico, en el elogio y en la diatriba, en los rituales de la fiesta, de la guerra y de la muerte.

No existe un verdadero punto de ruptura entre su poesía y su prosa. Más bien una continuidad orgánica, un proceso de metamorfosis que cambia a las palabras de lugar y de sentido. Los textos en prosa aparecen, primero, como extensiones y reflejos de su poesía y, poco a poco, adquieren la masa crítica del relato, del cuento y de la novela.

La destreza adquirida en el manejo de un género sirve, sin duda, para ingresar a otro pero también para deformarlo si no se respetan las características propias de cada uno. Mutis pudo separar sus dos oficios y se abstuvo de recargar la nueva casa con muebles ajenos. Supo que una narración eficaz no admite rodeos ni digresiones sino que ha de centrarse en una acción dramática que se desarrolla en el cumplimiento de sus propios fines.

En la suma de unas páginas con otras ha crecido un personaje que ocupa el centro de una saga, de un interminable ciclo de aventuras. El personaje es Maqroll el Gaviero, memorioso aventuro que conoce todas las aguas del planeta y que podría decir, como Gilberto Owen, combatí contra el mar toda la noche, desde Homero hasta Joseph Conrad.

Cumple Maqroll funciones adicionales en tanto que alter ego y narrador substituto de Mutis. Tiene la misma versión del mundo, mezcla de melancólica esperanza y de risueño escepticismo, la misma certidumbre en ciertos valores irreductibles y el mismo lenguaje literario que sorprende en un áspero marino.

La novela de aventuras recrea un género que conoció sus mejores momentos durante el siglo XIX y que mantuvo un alto grado de popularidad hasta el triunfo del cine y de los comics. Sólo que, en este caso, el relato no se agota en la pura descripción de los acontecimientos sino que esconde una reflexión continua sobre el destino del hombre.

Se apoya la narración en dos seguras vertientes simbólicas el viaje como imagen del tránsito temporal y como imagen de la evolución interna del ser. Ambas son metáforas de legitimidad y de eficacia inobjetables como lo prueba ese "Ulises salmón de los regresos" que puede ser indistintamente el héroe griego o el héroe de Joyce, quien hizo de su Dublín nuestro universo.

El mérito mayor de Mutis es haber encontrado la forma estilística apropiada para hacer funcionar un argumento que encubre otro argumento y para construir personajes que tienen el peso, la densidad y la textura de verdaderos seres humanos. Así ha creado un ciclo novelístico que evoluciona por cuenta propia y cuya siguiente entrega esperan con avidez sus lectores.

Este homenaje para Álvaro Mutis coincide con la plenitud de su oficio de hombre y de escritor. A sus espaldas deja, con provecho la infancia de un príncipe, las tentaciones bucólicas y las tentaciones urbanas, la inevitable travesía por el desierto, los titubeos y las encrucijadas vocacionales. Enfrente tiene años de trashumancia y de reposo, de imaginación creadora, de páginas y libros que exigen ser escritos, y que un día serán frutos redondos, perfectos y deslumbrantes sobre su mesa de trabajo.

* Texto leído el 26 de agosto de 1993 en el Homenaje Nacional organizado por el Instituto Colombiano de Cultura con motivo de los 70 años de Alvaro Mutis.

 

 

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