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POBREZA Y NUEVAS DEVOCIONES POPULARES por Jorge Ossona*

| 16 julio, 2017

III. La Umbanda (Segunda parte)

 

El eximio antropólogo Alejandro Frigerio y su colega María Julia Carozzi, los especialistas argentinos más idóneos en estas religiones, formulan la siguiente estadística acerca de las razones que aproximan a las personas a consultar a un umbandista: un 34 %, por problemas económicos y laborales; un 33%, por problemas familiares; un 27% por razones de salud; un 22 % por problemas de pareja; un 14 % por problemas anímicos; y un 6 %  por cuestiones espirituales. Por cierto que se trata de problemas genéricos distribuidos en toda la sociedad. Sin embargo, también lo es el hecho irrebatible que desde fines de los 90 las religiones africanistas crecieron exponencialmente en las clases bajas. Sin duda que la crisis que termino detonando a fines de 2001  contribuyó a ello; pero lo llamativo es que desde entonces, y a lo largo de los 2000 hasta la actualidad, la umbanda no ha dejado de propagarse mediante el sistema de redes filiatorias por adopción entre líderes, hijos de religión, caciques, y consultantes.

Las causas de su pregnancia entre los pobres son varias. En primer lugar, su informalidad; tan propia de ese sector social, al punto de devenir en un apreciado valor distintivo respecto de la antigua cultura de las clases trabajadoras hasta fines de los 70. En efecto, cuando el culto se empezó a extender en los barrios pauperizados hubo muchos paes auto investidos, sin la sanción positiva de pares que, situados en otro sitio de la sociedad, se lanzaron a condenarlos. A veinte años de distancia, las cosas cambiaron y el cuentapropismo es mucho más difícil por la densidad de las redes africanistas en todo el GBA. Ello permite un control más riguroso de las umbandas heréticas y especulativas al servicio exclusivo del delito, del narcotráfico; y de practicantes de rituales terminantemente prohibidos como el sacrificio de animales de cuatro patas como perros y gatos. Es que este tipo de umbanda marginal –más bien reconocida como “magia negra” y asociada a cultos como San La Muerte-  suele ser abrazado por bandas que utilizan sus símbolos para afianzar lazos  de lealtad, pero a instancias de fundamentos falsos o contrarios a las distintas líneas africanistas. Es bastante común la inscripción de estos últimos como “quimbanda” -que literalmente significa “gente de sangre”- pero se debe solo a algunas analogías respecto de esa venerable línea o nación más proclive a los sacrificios animales de dos patas.

Aun dentro de las variables legitimadas por el colectivo umbanda y por sus “hijos de religión” -y tal como había ocurrido con los evangélicos durante los 80 y 90- cualquier vivienda precaria  puede convertirse en un improvisado templo de consulta a cargo de “gente de blanco”; esto es, iniciados o bautizados en la fe por las autoridades de rigor debidamente reconocidas, aunque informalmente. Los religiosos no son sino vecinos comunes con los que se comparten otras experiencias de la intensa convivencia barrial; otra de las razones del éxito de su difusión. Muchas maes, por caso, son mujeres golpeadas o violadas, ex prostitutas o reconocidos travestis; así como muchos paes son trabajadores con hijos adictos o detenidos, o han pasado ellos mismos por los embates de la mala vida y la marginalidad en alguna etapa de su vida. “Conocen la calle”; y, por lo tanto,  están siempre dispuestos al favor de escuchar todos los problemas manteniendo la debida reserva. Administran  explicaciones  consoladoras, sedativas  y sencillas tan convincentes como esotéricas que invitan a ulteriores disquisiciones; sobre todo, cuando se empiezan a registrar mejoras.

Además, se trata de cultos “activistas” en los que sus militantes asumen la responsabilidad de hacerse cargo del problema poniéndose a “trabajar” en la confección de ofrendas cuyas materias primas deben ser aportadas por el interesado. Eventualmente, estos debe también “hacer ofrendas” invocando  a divinidades afines a su tradición religiosa equivalentes a los distintos “orixas”.  Ello habilita sentimientos de confianza y de confraternidad reconstituyentes de los vínculos sociales en situaciones de anomia. En su ejercicio de la representación de los sufrientes, elevan sus pedidos a sus autoridades  eventualmente invitándolos a las congregaciones del culto en su versión obviamente más básica y abierta denominadas “sesiones de caridad”.

Otra de sus virtudes procede, entonces, de su sincretismo.  Estos cultos oriundos en los esclavos de Brasil debieron sobrevivir mimetizando a sus divinidades con santidades católicas. De ahí que a la mayoría de los consultantes se los encomienda a Jesús -“Oxala”, rey de las naciones africanas-, a la Virgen -“Oxun”, reina de los ríos, del amor y de las distintas femineidades-, a San Jorge –“Ogun”, santo de la guerra y protector de personas que gustan vivir en los limite; desde policías hasta delincuentes- ,a Stela Maris – “Iemanya”, madre de todos los orixas y diosa de los mares- ;  a Santa Catalina –“Oba”, reina de las rutas y caminos, asociable en la zona cordillerana con la Difunta Correa, a San Cayetano – “Bara” , dios del trabajo, el bienestar y la armonía familiar-, o a otros santos del panteón cristiano. El africanismo más puro y específico solo se le presenta a consultantes  más avanzados y empapados de su lenguaje y de los significados e los rituales. Ello suele ocurrir cuando la efectividad de los resultados los lleva a confiar y a creer de veras en las dotes mediumicas del religioso. También, son altamente permeables a los cultos populares  venerados en el Noroeste de orígenes quechuas o rurales del Nordeste como San La Muerte y el Gauchito Antonio Gil.

La inmensa mayoría de los consultantes quedan impresionados por el despliegue de los rituales pletóricos de ropas finamente diseñadas de acuerdo a las tradiciones afrobrasileñas;  en su mayoría, de impecable blancura (razón por la que se denomina a  los iniciados “gente de blanco”). Además, las reuniones conjugan una atmosfera mística con otra de intensa alegría, buen humor, canto, baile y confraternidad. Pueden durar horas y terminan como verdaderas fiestas de canticos pegajosos afines a las estéticas musicales populares. Se termina cantando y bailando al compás del tamboril en las denominadas “batuqueadas”, rondas en grupos que pueden sumar a decenas de fieles o consultantes. Hay otras ceremonias que, en cambio, implican el confinamiento del pae con sus hijos durante varios días –generalmente de jueves a sábados, y con un mínimo de asistencia de siete horas- en los que no se puede  hablar por teléfono ni escuchar radio, ver televisión ni mantener relaciones sexuales. En el lenguaje del culto se denomina “hacer suelo” y supone una prueba de la continuidad de la fidelidad de un hijo a su pae o mae de danto.  Se consumen las comidas rituales procedentes de los sacrificios de animales de granja –cuya sangre se ofrece como restituidor de energías gastadas por los orixas u otras divinidades – y se reafirma la intimidad que debe a unir a los padres con sus “hijos de religión”. Es otro factor de calma de los afligidos a su desgracia reconfortándolos y procurando su bienestar psíquico y físico que algunos conciben como “pruebas” de la presencia del orden trascendente en el  terrenal.

Sin embargo,  pocos son los que optan por la conversión. Los más, en cambio, son “gente de público” que recurre al culto para resolver problemas concretos y reforzar su respectiva fe tradicional, aunque reconociendo el sentido místico y mágico de la vida y del mundo. Solo un porcentaje menor accede a comenzar los rituales iniciáticos convirtiéndose en “gente de blanco”.  Aun así, este sector participa, en su mayor parte, en condición de militantes, por así decir. Porque sólo pueden escalar el “cursus honorum” oficial de la religión en tanto prueben sus cualidades mediumicas que los torna  pasibles de “ser ocupados” en cuerpo y alma por una entidad trascendente. En su defecto, su participación consiste en reconocerse como parte del colectivo referenciado por la autoridad máxima del terreiro.

 No es poco: la pertenencia brinda la sensación de la fuerza perdida y de contención y defensa merced a los nutridos lazos que unen a todos los seguidores y que se plasman en distintos tipos de favores terrenales contantes y sonantes. Recién cuando son bautizados y reconocidos como “hijos de la religión” pueden lanzase a hacer “trabajos” u “ofrendas”. Su éxito sustenta su reputación en el grupo al que, además, le deben compromiso, lealtad, y  cumplimiento estricto con sus “obligaciones” consistentes en asistencia y aportes de dinero e insumos. Llegados a un punto, el pae o mae de santo puede adoptarlos como sus “hijos”; y desde ese preciso momento, reciben la autorización para instalar en su hogar su propio terreiro o conga. Pero ello no es fácil: se requiere de espacio y de apoyo familiar; e incluso, de ingresos para sostener la compra de prendas y enseres de culto.

Paes, maes, hijos y médiums componen un orden jerárquico que, además, de ofrecer pertenencia implican compromiso con las “obligaciones” periódicas con sus respectivo orixa en sus terreiros o en los de la autoridad  consistentes en ofendas de frutas, maíz, sangre animal y monedas acompañadas de papelitos con los deseos de creyentes y consultantes. También en dinero – pago de “axe de faca”- en favor del convocante que procura obtener un resto como ganancia personal o para solventar ulteriores rituales. Luego están los “agrados” en los que padres e hijos se reúnen para honrar a su santo. Por último, las “aseguranzas” consistentes en aportes en especie o dinero a divinidades menores para la protección ante alguna situación de riesgo o para “abrir caminos” venturosos.

Hasta aquí un pantallazo  a las prácticas umbandistas clásicas. Frigerio sostiene, añadiéndole otro matiz adicional al significante “umbanda” que esta constituye un campo solo introductorio respecto de  los africanismos profundos e intensos, solo reservados a los paes y maes de santo. Estos, a su vez, se subordinan a autoridades más elevadas (por ejemplo, los “babalorixa”), pero que no dejan de oficiar también como paes comunes en sus respectivos colectivos. En algún punto, esta complejidad recuerda a los vínculos vasallaticos del feudalismo occidental en el medioevo. Quienes ingresan en esa secta cerrada abandonan las traducciones cristianas o regionales para encomendarse estrictamente a divinidades africanas. En ese estamento, los rituales son cerrados y secretos; y  sus miembros comparten una perspectiva  integral de toda la realidad; desde los estados de ánimo hasta la salud y la enfermedad, así como de todas las vicisitudes de la vida cotidiana en el trabajo y el barrio. Incluso, se bautizan según nombres distintos correlativos a su santo u orixa, de uso obligatorio entre los iniciados.

En la Argentina, predominan los africanismos del Brasil meridional siguiendo la tradición del corredor comenzado en los 60 que conecta a la zona “gaucha” con el Uruguay y nuestro país. Son más abiertos al sincretismo y están fuertemente influenciados por el espiritismo como la umbanda propiamente dicha, la quimbanda y el “batuque” o “nación”. Este último dato es uno de los elementos que los tornan tan atractivos  para consultantes en los que la muerte siempre pasa cerca por el solo hecho de vivir en el barrio y por integrar agregados numerosos. Aun así, durante la última década es notable el crecimiento de africanismos más densos y cerrados procedentes del nordeste brasileño como el “candomble” –o “religión africana tradicional” – pero solo a la manera de archipiélagos aislados y frecuentemente distorsionados hasta que su difusión permita mejores mecanismos de control de su observancia ortodoxa.

 La cualidad de intermediación de los “hijos de religión” permite su “ocupación” por los espíritus de difuntos cercanos con los que pueden seguir hablando y obteniendo consuelo de su perdida física compartiendo esa instancia con los demás creyentes del núcleo. Las escenas de llanto, trances y torsiones corporales acompañadas por alaridos de desesperación al compás de tamboriles las vuelve intensas y no sin cierta cuota de violencia potencial.  Esos estados pueden servir para reconciliar a clanes enteros suscitando la cura o el abandono de prácticas ilegales o compulsivas. Pero también pueden ser un factor de rupturas y conflictos por recriminaciones de hechos del pasado; aunque son los menos. 

  A veces, los “hijos de religión” son “ocupados” entidades menores como  “pombashiras”,  espíritus femeninos alegres y libertinos dados al canto y la danza; “pretos velhos” – negros ancianos- ; “caboclos” –indios-; “ciganos” –gitanos-; o “exus”, almas solitarias desclasadas, fuera de toda legión.  Se los debe respetar y eventualmente recurrir en procura de venganzas u obtener avales para actividades ilegales. Porque muchos exus son maleantes, prostitutas, proxenetas, asesinos, violadores o traficantes dispuestos a ponerse al servicio de causas perversas. Cuando se los convoca para producir una “incorporación” exigen el pago a su pae o mae representante de una “aseguranza” –una suerte de seguro protector trascendente frente a las fuerzas de la ley- a cambio de favores trascendentes y terrenales que pueden facilitar apoyos logísticos cruciales. Muchos religiosos a veces se prestan a este tipo de rituales por las más diversas situaciones de excepción que van desde las necesidades económicas –las “aseguranzas” suelen ser carísimas- hasta las presiones de parientes o vecinos involucrados en el delito.

 Las causas de la reproducción vertiginosa de los africanismos en los sectores populares estriban, en suma, en su capacidad de ofrecer representación a todas las situaciones de la nueva cotidianeidad de la pobreza bien evocada en los repertorios cumbieros, raperos o rockeros de los conjuntos barriales. Sin embargo, la umbanda no es solo patrimonio de los sumergidos. De hecho, sus pioneros en el país se remontan a los años 60 y 70 cuando algunos paes adquirieron resonancia en los sectores medios de la Capital Federal y en distritos de la zona norte y oeste del GBA. No fortuitamente su principal exponente fue y sigue siendo hasta el día de hoy el Pae “babalorixa” Hugo de Iemanya que posee su templo en Floresta y cuyo nombre civil es Hugo Waserman, descendiente de una familia judía. Los pioneros sobrevienes de los 60 y los 70 suelen lamentar la proletarización de la umbanda durante las últimas décadas por prestarse a las deformaciones de rigor. Pero mientras que el pentecostalismo luce semiestancado, los africanismos ya se sitúan en un cómodo segundo lugar en el ranking de las nuevas religiones y por encima de cultos locales de creciente difusión como el Gauchito Gil o San La Muerte.

 Su presencia se irradia, aunque a un ritmo menor, también en las clases medias acomodadas, y aun en las altas como lo prueba que algunos consultantes no sean sino dirigentes políticos en procura de capitalizar su creciente popularidad; aunque también por convicción cuando los paes y maes  aciertan en sus pronósticos y consejos. No debería asombrarnos. Un reconocido iniciado llego a ser un memorable ministro de Bienestar Social,  hombre fuerte del gobierno argentino entre 1973 y 1975, y creador de una “legión”. No es difícil adivinar su nombre, aunque en el ámbito íntimo de la familia presidencial se lo reconocía como “Hermano Daniel”.

*Historiador, miembro del Club Político Argentino

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ILLIA Y LA MEMORIA NACIONAL por María Sáenz Quesada*

| 10 julio, 2017

Para con-texto

En el aniversario del golpe militar del 28 de junio de  1966, la presentación del libro titulado Arturo Illia. Obra de gobierno, en el Congreso, coronó una serie de homenajes iniciado un año atrás cuando  el presidente Macri encabezó un acto en el recinto del Museo de la Casa Rosada del que participaron  antiguos colaboradores, correligionarios y simpatizantes.  También hubo mesas de análisis y programas periodísticos en busca de restablecer la verdad histórica sobre  este gran protagonista de la Argentina del siglo XX y evitar que su imagen se distorsione o caiga en el olvido.

Impulsaron dichas actividades la arquitecta Elva Roulet (ex vicegobernadora de Buenos Aires) y la diputada Nacional Patricia V. Giménez (vicepresidente segunda de la Cámara de Diputados). Por su parte, la  historiadora Edit Rosalía Gallo, a cargo de la selección y recopilación del material publicado, realizó un trabajo que da como resultado un libro a la vez  serio y atractivo. Contiene desde  mensajes presidenciales, documentos oficiales y partidarios,  artículos periodísticos e informes de la CIA hasta caricaturas y testimonios personales.

Ese conjunto ofrece una mirada a los  años  1963-1966, en que un gobierno civil, decente y convencido de sus ideas, navegó en las aguas revueltas de la política y de la economía argentinas, sin que el capitán perdiera el rumbo. Esto significa que Illia comprendió el papel que le asignaba la historia: contribuir a una democracia plena, ratificar el lugar que la Argentina ocupaba en el mundo, mejorar el nivel de vida de la población y muy especialmente dar ejemplo de civismo y de compromiso político. Se trataba en síntesis de “ponerle el hombro al país”, como decían los carteles de la UCRP en la campaña electoral de 1963.

Sobran las pruebas del desinterés personal del doctor Illia,  y de su capacidad intelectual y firmeza, desde que se inició en la profesión de médico y en la política de la provincia cordobesa,  hasta que alcanzó la más alta magistratura de la República. No obstante, debido a la intensa campaña en contra suya desarrollada por políticos, empresarios  y periodistas afines al sector azul de Campo de Mayo –responsable del golpe militar de 1966- se sembraron dudas acerca de la eficacia de su acción de gobierno. Por eso es importante puntualizar que Illia, electo en comicios de los que estuvo proscripto el peronismo, tenía presente que la democracia argentina necesitaba perfeccionamiento y que para para devolver la confianza en las instituciones y gobernantes, debían aceptarse modificaciones sustanciales en las estructuras económicas y sociales del país. Entre sus decisiones de gobierno, la anulación de los contratos petroleros firmados en la presidencia de Frondizi, porque fueron suscriptos a espalda de la ley,  sin previo paso por el Congreso, le valió enemistades, dificultades para aprobar leyes en las Cámaras y la presión del gobierno estadounidense. Puede cuestionarse si fue acertada o no, pero sin duda estaba dentro de sus atribuciones. Por otra parte, junto al pequeño y eficaz grupo de economistas que lo acompañó en su gestión, encabezado en la primera etapa por el doctor Eugenio Blanco, elaboró un plan de desarrollo sencillo y  moderno.  

Ante el gravísimo problema que planteaba la exclusión del peronismo de los comicios –no de los neoperonismos-modificó  las reglas de juego mediante la sanción del Estatuto de los Partidos Políticos. Esto que por una parte limpió el sistema político, y llevó al peronismo como segunda fuerza al Congreso, por la otra  estimuló la actividad de los sectores golpistas. Dicho poderoso sector contó con la colaboración de medios de prensa modernos,  Primera Plana y Confirmado, que adoptó el recurso de burlarse en forma sistemática, desvalorizó la labor del presidente, lo calificó de “tortuga”, y contribuyó a formar opinión favorable al golpe. Se generó entonces la  expectativa de que éste llevaría a un “futuro de grandeza”, algo que no solo nunca se concretó sino que aparejó nuevas frustraciones, retrocesos y violencia.

El “Plan de Lucha impulsado por el dirigente sindical Augusto Timoteo Vandor, que incluía ocupaciones de fábricas y toma de rehenes, se llevó adelante, a pesar de que se había aprobado la ley del salario mínimo, vital y móvil y mejorado el salario real, y la distribución del ingreso. En los momentos álgidos del Plan de Lucha, Illia se negó a recurrir a los militares para reprimir, tal como lo hizo su antecesor Frondizi en circunstancias parecidas. Por su parte, los docentes obtuvieron un reconocimiento salarial importante, y el pleno respeto a la autonomía universitaria, pese a lo cual, en la víspera del golpe, las universidades nacionales estaban en huelga en demanda de más presupuesto  educativo…

En el acto de presentación de Illia, obra de gobierno, me cupo el honor de referirme al libro. Enfaticé, entre otros puntos la fina percepción que el presidente tuvo de la situación internacional: el acercamiento a Chile y a su presidente, el democristiano Frei, evitó que se agravaran los incidentes fronterizos, como deseaba el sector militar;  el reclamo de soberanía en las Islas Malvinas, planteado en Naciones Unidas; la firmeza con que se opuso a enviar tropas a Santo Domingo, contra la voluntad del todopoderoso Comandante en jefe del Ejército, general Juan Carlos Onganía quien respondía a los dictados del gobierno de los Estados Unidos.

El pretexto para derrocarlo, en medio de una nueva huelga general,  fue la ineficiencia y el “vacío de poder”. Ilia esperó a pie firme en su despacho de la Casa Rosada a los golpistas y los increpó duramente. Pronosticó que subvertir el orden constitucional provocaría el caos y que sus propios hijos los iban a recriminar. Años después uno de los jefes golpistas, el coronel Luis C. Perlinger le escribió al doctor Illia, le pidió perdón por la acción realizada en 1966, le agradeció la lección que le dio, y le manifestó su admiración y su reconocimiento como “uno de los demócratas más auténticos y uno de los hombres de principios más firmes de nuestro país”.

Illia falleció en enero de 1983, meses antes de triunfo de la UCR en los comicios de octubre. Le tocaron los tiempos más duros. Supo constituirse en ejemplo.

*Historiadora, miembro de la Academia Nacional de Historia de la República Argentina

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 “ARTURO FRONDIZI EL ÚLTIMO ESTADISTA DE LA ARGENTINA”, a propósito de un libro de Albino Gómez por Román Frondizi*

| 10 julio, 2017

Desgrabación de la disertación del Dr. Román Frondizi en ocasión de la presentación del libro en el Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales, Bs.As., 8 de junio de 2017.

 

      El libro de Albino Gómez que hoy presentamos está  escrito desde la inteligencia crítica de los hechos y también desde el corazón, como lo evidencia la inocultable pasión argentina que lo anima.

      La memoria de los hechos, conservada por Albino Gómez con lúcida claridad, la ayuda del diario que llevó en aquellos tiempos y las fuentes documentales, junto con una prosa cuidadosa y elegante, hacen que el tratamiento del tema se traduzca en un  texto de atrapante lectura.

      El libro se ocupa de los principales hechos de la vida política argentina de los que fue protagonista Arturo Frondizi entre 1955 y 1962 y, principalmente, del período de su gobierno.

      Los que atañen al último período de éste  están expuestos en muchos casos a partir del testimonio y del protagonismo del propio autor y por ello mismo el libro adquiere en esas páginas particular vivacidad.

      Ahora bien: me parece inútil exponer el contenido de la obra o entrar en su examen, porque pienso que lo mejor  que les puede ocurrir es comprar  el libro, leerlo, reflexionar y hacer   ustedes mismos el juicio crítico que merece.

      Con todo, desearía detenerme sobre algunos aspectos de los tantos que contiene, desde anécdotas hasta documentos internacionales.

      El presidente Frondizi recibió al país en medio de gravísimas dificultades de todo orden,  que lo hacían poco menos que inviable.

      A ello se sumaron 36 tentativas de golpe de estado, huelgas insurreccionales, actividad terrorista, complots internacionales –como el de los documentos cubanos- y una oposición política que, salvo excepciones, fue sistemática, rencorosa, cerril, irracional.

      En medio de semejante ambiente,  Arturo Frondizi llevó adelante durante los 1427 días de su presidencia inconclusa, una obra de gobierno excepcional que no se compara con ninguna otra en relación al breve lapso en que se ejecutó.

       Y que hoy es ampliamente reconocida.

      El cumplimiento del programa de gobierno tuvo en el Estado de Derecho -que no existe si no se mantiene el orden público-  una base fundamental.

      Sin su vigencia en los hechos reales de la vida social la paz interna y el progreso cultural se alejan irremediablemente, no hay estimulo para el esfuerzo creador de sus habitantes y el capital se retrae.

      Esto, que  era totalmente cierto entonces y lo sigue siendo ahora, fue un objetivo principal del  gobierno de Arturo  Frondizi.  

      A instancia del presidente, el Congreso sancionó la más generosa ley de amnistía que se recuerde, se levantaron las inhabilitaciones políticas, se devolvieron los sindicatos a los trabajadores, y se derogaron leyes represivas de antigua y reciente data, entre ellas la ley 4144 llamada de residencia, que había sido utilizada como un instrumento de persecución política e ideológica durante muchos años.

      El estado de sitio solo fue implantado por absoluta necesidad, ante la existencia de claras pruebas de violencia insurreccional evidenciada por casos manifiestos de sedición y de subversión, y no afectó la subsistencia del derecho a la crítica ni la más plena libertad de prensa.

      Ante el auge del terrorismo que se venía  manifestando desde 1959 y la sucesión de huelgas insurreccionales, el Gobierno aplicó el Plan Conintes.

      Me detendré sobre este punto porque se ha pretendido, repetidamente, presentar al Presidente como el autor del Plan Conintes, y se lo ha vituperado, desde diversos sectores, inclusive, curiosamente por parte de ciertos exponentes del peronismo, por haberlo aplicado.

      Cabe recordar, ante todo,  que las modificaciones al derecho público introducidas durante el primer peronismo, a partir de la incorporación a la Constitución de 1949 del estado de prevención y alarma junto al estado de sitio, del dictado de la ley 13.234 sobre Organización General de la Nación en Tiempos de Guerra que precisamente crea el Plan Conintes, del decreto 3276/51 ratificado por la ley 14.062 que establece el Estado de Guerra Interno, del decreto sobre Seguridad del Estado que remozó la ley 7029 de Defensa Social, de la ley sobre Represión del  Sabotaje y el Espionaje, se organizó un aparato de defensa del Gobierno que sería puntualmente aplicado por el General Perón todas las veces que debió enfrentar la protesta social y política.

      Destaca la aplicación de la ley 13.234, con plan Conintes y movilización militar de los trabajadores a cargo del Ejercito, dispuesta por decreto del PEN del 25 de enero de 1951 firmado por el Presidente Perón, a la huelga ferroviaria de noviembre de 1950 y enero de 1951, con la secuela de más de 2000 trabajadores despedidos y otros tantos detenidos de los cuales 300 quedaron presos por largos meses.

      La víspera del dictado del decreto el general Perón dio un discurso en el que dijo entre otras cosas:

       “(…) el que vaya a trabajar estará movilizado, y el que no vaya será procesado e irá a los cuarteles, para ser juzgado por la Justicia Militar de acuerdo al Código de Justicia Militar”.

      Qué debía  hacer el Presidente Frondizi ante el incendio del país por parte de quienes querían su derrocamiento: los militares golpistas, las huelgas insurreccionales, una oposición que se   montó irresponsablemente en la huelga ferroviaria que duró desde el 26 de octubre hasta el 10 de diciembre de 1961? Hubieron atentados con bombas en Rosario y Lanús, se atacaron e incendiaron trenes enteros, se fomentó el desorden por medio de explosiones.  El 4 de diciembre de 1961 hubo un acto en la sede de la CGT. Hablaron los dirigentes más representativos de la oposición: Ricardo Balbín, radical del pueblo; Alberto Iturbe, peronista; David Tieffember, socialista; Ernesto Giudice, comunista. Alentaron explícitamente a la ruptura del orden constitucional con el pretexto de la incompetencia del gobierno…El Presidente debía presenciar como incineraban su gobierno? Si lo hubiera hecho se hubiera generado el caos y habría sido acusado de entregar el país a los peronistas y a los comunistas. Como no lo hizo,  sino que aplicó el derecho vigente y restableció el orden, se lo atacó ferozmente. Palos porque bogas, y si no bogas… palos!  

      Otro tema que trata el Libro de Albino Gómez sobre el que me parece oportuno detenerme,  es el del resultado de las elecciones de 1961/ 1962 y su anulación.

      El resultado de esas elecciones fue usado como pretexto para desatar el enésimo golpe de estado, que esta vez llevó a derrocar  al Presidente: el elenco estable del golpismo cívico-militar había empezado a gestarlo desde antes de que asumiera  el Gobierno el 1° de mayo de 1958.

      En primer lugar  no es cierto, como han afirmado  no pocos comentaristas, incluso algunos con chapa de historiador, que el partido del Presidente – la UCRI- perdió esas elecciones.

      Los comicios tuvieron lugar entre diciembre de 1961 y enero de 1962 en Santa Fe, San Luis y Catamarca donde triunfó la UCRI.

      El 18 de marzo de 1962 la UCRI  sumó sus triunfos en la Capital Federal, Entre Ríos, Corrientes, Formosa, La Pampa, La Rioja,  y Santa Cruz.

      La UCRP ganó en Córdoba.

      El peronismo, bajo diferentes rótulos  -UP, Tres Banderas, Partido Popular  e incluso MPN- ganó en las provincias de BA, Tucumán, Santiago del Estero, Misiones, Chaco, Jujuy, Río Negro, Neuquén y Chubut.

      El Partido Demócrata Conservador ganó en Mendoza.

A escala nacional, estos fueron los resultados:

UCRI:          2.284.091 votos,           25,2%

Peronismo: 1.862.694  votos,          20,47%

 UCRP:       1.688.805  votos,          18,7%

      El resto de los votos se dividieron entre los  nulos y en blanco que fueron 332.956  representando el 3,67%, y todos los demás partidos, desde los conservadores hasta los comunistas, pasando por los socialistas, los demócratas progresistas, los democristianos, etc., que reunieron en conjunto   1.577.538 votos o sea el 17.37%.

      Por otra  parte, tampoco es cierto que el Presidente Frondizi anuló las elecciones.

      Frondizi intervino, ad referéndum del Congreso Nacional,  las provincias en las que había ganado el peronismo en un intento de crear un período de transición entre el comicio y la fecha de asunción de los electos que permitiera que se serenara la histeria que exaltaba el ánimo de los civiles y militares golpistas.

      Mientras Frondizi tras ser derrocado, estaba preso en la isla de Martin  García,  el presidente que lo sucedió, acorralado por los golpistas, anuló las elecciones  por medio de los  decretos 3554/62  y 3657/62 del 23 y 25 de abril de 1962, que, además, pusieron en receso al Congreso e intervinieron todas las provincias argentinas.

      Si se hubiese aceptado el resultado electoral –que no significaba ni mucho menos que el peronismo gobernaría- y mantenido el orden constitucional, el país habría recorrido una senda de respeto por  la ley con el peronismo funcionando dentro y no fuera del marco institucional.

      Sin embargo, frente a la crisis de marzo de 1962, salvo la UCRI que se mantuvo firme junto al Presidente, la mayoría de los partidos –todos los más importantes con excepción, dicha sea en honor a la verdad, de los peronistas que advirtieron, tarde, el abismo en el que se precipitaba el país- se negaron a cualquier solución que no fuera la salida del Presidente. Lograron derrocarlo. Cometido ese verdadero crimen contra la Nación, ésta se precipitó en un proceso sin remedio hacia la violencia más creciente.

      Desde el punto de vista político, la herencia de Arturo Frondizi incluye diversos aspectos.

      Imposible referirme a todos.

      Señalaré algunos de ellos.

      Uno, es el trabajo en equipo, que siempre practicó y cuyas bondades afirmó invariablemente.

       Albino Gómez destaca, justamente, el aporte de la Usina, que él integraba, y que  lideraba ese gran argentino que fue Rogelio Frigerio.

       Debe  agregarse  una pléyade de hombre y mujeres  inteligentes y patriotas – civiles y también militares- provenientes de las filas de la UCRI, de otras fuerzas políticas y de la sociedad civil, que se distinguieron en los Ministerios, las gobernaciones de provincia, el Congreso, la Corte Suprema y las FF. AA.

      Me gustaría nombrarlos, tengo vívo en mi espíritu su recuerdo[1].

       Otro aspecto de la herencia política de Arturo Frondizi es que siempre fue adverso a los recitadores de slogans y a los sostenedores de presuntos dogmas ideológicos.

      Hoy mismo se fastidiaría, y cómo, si escuchara a alguien recitar las soluciones de 1958 como un catecismo a aplicar sin más a los problemas concretos de 2017.

         Como señaló Max Weber en 1919, hay políticos de convicciones y políticos de responsabilidades.

      AF reunió ambas calidades.

      Desechó, desde la función de gobierno, las rigideces doctrinarias y los esquemas ideológicos que no son tolerados  ni por  la democracia ni por la realidad y que llevan a resultados opuestos a los fines perseguidos.

      Privilegió, en cambio, como bien lo destaca el libro que presentamos, la política del desarrollo, que requiere gestión inteligente y eficaz, orden, organización y planes  para alcanzar resultados.

      Pero la nota más fuerte de la herencia política y moral de Arturo Frondizi está dada por su búsqueda, por su reclamo, por su requisitoria permanente en pro del reencuentro de los argentinos.

      En este orden de ideas, cito, por todos, los conceptos vertidos en su Mensaje al Congreso al asumir la Presidencia el 1° de mayo de 1958, que retomando el contenido de sus discursos de campaña, sentó las líneas de toda su gestión.

      En el principio mismo de ese Mensaje sostuvo el Presidente:

       “(…) que la instalación del Gobierno está presidida, en lo profundo, por una idea moral: la clara e inequívoca voluntad del reencuentro argentino…empresa que, por su magnitud, no puede ser de un hombre ni de un grupo de hombres. Es tarea de todo el pueblo argentino, sobre la base de sus reservas morales y espirituales, e implica también una responsabilidad compartida por todos…El reencuentro de los argentinos requiere eliminar del corazón y de la vida los motivos de encono y los pretextos de revancha, extirpar de raíz el odio y el miedo”.

       Los hechos posteriores a su enfática admonición ante el Congreso, hasta los de la actualidad, comprueban la  razón que lo asistía.

La Argentina, que se ha transformado en una especie de museo de debates que atrasan casi medio siglo, parece ser incapaz de sacarse el pasado de encima.

Sería deseable que lo asumiera, incluyendo lo irreparable, hiciera un gran balance, y prosiguiese la marcha liberada de un lastre paralizante.

      Hace bien  Albino Gómez en sostener la vigencia del proyecto desarrollista.

     Tambien acierta en sugerir a quienes invocan las ideas y las políticas del presidente Frondizi que estudien su obra de gobierno y los textos que produjeron tanto él  como Frigerio y otros hombres del desarrollismo.

 

      También señala, con clara razón, que el transcurso de más de 50 años obliga a poner ese programa muy al día y cambiar mucho los logros a perseguir.

      Hoy, la premisa es restablecer la vida moral en la República.

      Cada uno, desde su lugar, tiene responsabilidades en esta tarea fundamental.

      Ello sentado me atrevo a afirmar que el eje central de un programa desarrollista actualizado pasa por asumir que vivimos en el mundo del conocimiento y que quienes –países y personas- queden atrapados en la brecha digital terminarán marginados más pronto que tarde.

      La educación, no solo la formal sino la educación permanente  que permite seguir el  avance de la ciencia y la técnica, que se retroalimentan en un proceso vertiginoso, pasa a tener máxima prioridad.

      Hay que usar todos los medios, en particular los digitales en sus diversas modalidades, aprovechando la notable red de fibra óptica, el servicio de telefonía y el sistema televisivo que llega a todo el país.

      También hay que afianzar la extraordinaria revolución tecnológica y productiva cumplida por el sector agroindustrial, cuyas perspectivas a nivel mundial siguen siendo excepcionales debido al aumento de la población solvente y a la demanda creciente de alimentos de calidad que respeten la dimensión ecológica. De las grandes ramas de la producción esta es la única en la que somos competitivos a escala internacional.

       Pero no alcanza con la agroindustria.

       Están esperando el sector energético, la infraestrucura, y la industria que debe reestructurarse en lo empresarial y en lo tecnológico para ser competitiva.

      Es imperativo reducir el costo argentino cuya enormidad es una de las mayores  trabas para la recuperación de la economía nacional.

      Todo esto necesita dramáticamente  conocimiento, inteligencia, medios adecuados a los fines.

      Requiere  políticas activas, de naturaleza distinta a las tradicionales, dirigidas a alentar las actividades competitivas en el mercado mundial.

 

 

      Por honestidad intelectual y política debo decir que el presidente y sus colaboradores, como todos los hombres, no fueron perfectos y se cometieron diversos errores.

      A mi entender, el principal fue no sostener a la mayoría legalista de las fuerzas armadas que  el 4 de setiembre de 1959 estuvo dispuesta a aplastar sin más, por las armas, al grupo de militares sediciosos que incitados y seguidos por los políticos de la oposición golpista, ocuparon los puestos de comando durante un lapso breve pero suficiente para terminar derrocando al presidente. La intención que guio al presidente a adoptar esa decisión desacertada fue buena: evitar el derramamiento de sangre. El resultado fue malo: a la larga el gobierno fue derrocado e inevitable y fatal consecuencia del camino que entonces se empezó a recorrer fue que, a poco andar, la patria se ensangrentó como nunca antes.

Señoras, señores, queridos amigos,

      El sueño de Arturo Frondizi, al que dedicó con pasión su esfuerzo consecuente,  fue el de la República democrática, la Nación desarrollada, el país moderno,  la cultura,  el progreso y  la unidad nacional construida sobre la base del reencuentro de los argentinos.

      Su sueño, que evoca al sueño de Alberdi, está incumplido.

      Renovemos la convocatoria, que debe arrancar del fondo del alma argentina.

      Todos debemos ser obreros de esta empresa superior.

      Cada uno ha de perfeccionar la herramienta que el destino colocó en sus manos.

      Sintámonos solidarios en la honda fraternidad que engendra la construcción del futuro común, sin escuchar las voces de quienes predican el rencor y promueven la discordia.

      Mantengamos encendida la antorcha que prendió Arturo Frondizi, que ya no le pertenece sino que es de toda la Nación.

      El libro de Albino Gómez que hoy presentamos es un aporte valiosísimo también en este sentido.

*Ex Juez de la Cámara Federal de La Plata. Ex Conjuez de la Corte Suprema de Justicia de la Nación 2001-2003

 


[1] Cito de memoria  y pido perdón por las muchas omisiones involuntarias, entre tantos otros: a nivel del Ejecutivo y organismos descentralizados Alfredo Vítolo, Luis MacKay, David Blejer,Héctor Noblía, Carlos Florit, Emilio Donato del Carril, Alfredo Allende, Antonio Salonia, Diógenes y Juan Carlos Taboada, Miguel Angel Cárcano, Roberto T. Aleman, Arturo Acevedo, Justo P. Villar, Gabriel del Mazo, Arturo Coll Benegas, Guillermo Acuña Anzorena, Ismael Bruno Quijano, Arturo Sábato, Clotilde Sabattini, Pedro Petriz, Jorge Carrizo Rueda, Juan José Bruno, José Rafael Cáceres Monié. En las provincias los gobernadores Oscar Alende, Carlos Sylvestre Begnis, Raúl Uranga, Ernesto Uelstchi, Fernando Piragine Niveyro, Celestino Gelsi, Horacio Guzmán, Tito Domenicone, Ismael Amit, Américo García. En la Corte Suprema Julio Oyhanarte, Ricardo Colombres, Aristóbulo Aráoz de Lamadrid, Pedro Aberastury, Benjamín Villegas Basavilbaso, Ramón Lascano. En el Congreso Héctor Gómez Machado, Federico Monjardin, Olegario Becerra, Ricardo A. González, Horacio López Ballesteros, Rodolfo Carrera, Jorge W. Ferreyra, José Pérez Martín, Oscar López Serrot, Francisco Cañeque, Rodolfo Weidmann, Benjamin Guzman, Alfredo García, Adolfo Rocha Errecart. En las FF.AA. los generales Héctor Solanas Pacheco, Elbio Anaya, Rodolfo Larcher, Ernesto Taquini, Julián García, Pascual Pistarini, Tomás Sánchez de Bustamante, Juan Enrique Guaglialmelli, Ricardo Fonseca, Mariano de Nevares, Jorge Cáceres Monié, José Rafael Herrera, Luis Gómez Centurión, Alejandro Lanusse, el coronel Federico de Álzaga, los almirantes Adolfo Estevez, Carlos Kolungia, Mario Robbio, Hermes Quijada, Ezequiel Niceto Vega, Recaredo Vázquez, Gonzalo de Bustamante, el capitán de navio  Raúl González Vergara, los brigadieres Eduardo Mc. Loughlin, Ramón Abrahin, los comodoros Arturo Krausse y Roberto Huerta, entre muchísimos  otros jefes y oficiales de las FFAA leales al orden constitucional.     

 

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PALABRAS DEL EMB. ALBINO GÓMEZ AL PRESENTAR EN EL CARI EL 8 DE JUNIO DE 2017, SU LIBRO “ARTURO FRONDIZI, EL ÚLTIMO ESTADISTA”

| 10 julio, 2017

No se puede negar el derecho a bregar por el desarrollismo a muchos dirigentes de extracción liberal o neoliberal, por el hecho de no haberlo hecho en el lapso que se extendió entre los años 1958 y 1962, que fue el del gobierno de Arturo Frondizi, hasta su derrocamiento el 29 de marzo de ese último año. Porque en la mayoría de los casos, no tenían siquiera la edad suficiente como para apoyar dicho único plan de desarrollo económico, social y político, que se llevó a cabo durante ese período presidencial, con la indispensable colaboración teórica y práctica de su principal asesor, Rogelio Frigerio, con su equipo de trabajo, bautizado políticamente como la Usina, porque era una permanente fábrica de ideas y estrategias políticas que alimentaban al gobierno del doctor Frondizi. Porque esa falta de vivencias de una situación política por razones etarias, puede ser suplida como cualquier otra circunstancia histórica, nacional o internacional, por una profunda  investigación intelectual, mediante la lectura de ensayos,  testimonios, o la prensa de la época, que alimente debidamente ese nuevo interés político personal. Pero ello requiere  entonces un largo e importante trabajo, sin el cual no se sabe bien de qué se está hablando.

En este caso concreto,  para saber que fue el desarrollismo en la experiencia Argentina frustrada por un golpe de Estado a cargo de las Fuerzas Armadas, hay que comenzar por sincerarse y decir que el derrocamiento del presidente Frondizi, fue recibido por la mayoría de la sociedad argentina con una enorme indiferencia, que vivió además como normales todas las interferencias por parte de las FFAA que trababan el desenvolvimiento de su acción gubernamental, con decenas de planteos amenazantes de eventuales golpes de Estado que finalmente terminaron por concretarse el 29 de marzo de 1962. Vale decir que la sociedad argentina no percibió mayoritariamente que el país estaba perdiendo una única oportunidad de pasar del subdesarrollo al desarrollo, en un mundo en plena transición, presidido en los Estados Unidos por un joven presidente progresista como John F. Kennedy, una Iglesia Católica que entraba en una importante etapa de renovación actualizante a cargo de un Papa como Juan XXIII, y una Unión Soviética, presidida por Nikita Kruschev, que denunciaba por primera vez en al XX Congreso del Partido Comunista los crímenes de Stalin. Más aún, debemos también reconocer que el derrocamiento del presidente Frondizi, implicó gran alborozo en los integrantes del Partido de la Unión Cívica Radical del Pueblo, del Partido Socialista, del Partido Comunista, del Partido Demócrata y  sus diversas variantes en el Interior del País, más por supuesto el mayoritario integrante de las FFAA, parte de sindicalismo  e incluso por importantes sectores de la propia Iglesia Católica, que llegaban a considerar hasta un peligro el comercio con la Unión Soviética o los países del Este, como oportunidades de infiltración comunista.

No faltó incluso un grupo de sacerdotes jesuitas, en el cual obviamente no podía figurar Jorge Bergoglio dada su juventud, que consideraban el desarrollismo como una etapa previa el comunismo, y citaban el caso del Norte de Italia, donde gracias a la fuerte industrialización también se daba el crecimiento de los sindicatos y del Partido Comunista, cosa que no ocurría en el Sur pobre de Italia. Reflexión que absurdamente parecía convalidar el mantenimiento del atraso  y de la  pobreza como un modo de combatir al comunismo: ¿interesante teoría, no? Tal ridículo extremo fue contrastado hasta por una opinión generalmente muy crítica al gobierno de Frondizi desde las páginas políticas de diario La Nación, a cargo entonces del joven Mariano Grondona, quien afirmaba que el desarrollo si bien tenía una fuerte dimensión material, tenía también una dimensión espiritual, y citaba los esfuerzos industrialistas de Juan Bautista Alberdi, que nada tenían que ver con el marxismo.

Mientras tanto, quienes teníamos la oportunidad de integrar ese gobierno desde las estructuras oficiales o desde la Usina, a veces casi como clandestinos, por el seguimiento que sufríamos de los Servicios de Inteligencia de la SIDE, del Ejército, de la Marina o de la Aeronáutica, mediante escuchas telefónicas o violación de correspondencia, que nos obligaba,  siendo obviamente oficialistas, a actuar casi como conspiradores, utilizando todo tipo de claves para comunicarnos y poder trabajar para el propio gobierno, dentro o fuera de la Usina. Y para que no haya dudas cito nombres precisos como los de Arnaldo Musich, Oscar Camilión, Juan Ovidio Zavala, Cecilio Morales, Carlos Alberto Florit, Horacio Rodriguez Larreta (padre del actual jefe de gobierno de nuestra ciudad), Marcos Merchensky, Isidro Odena, Ramón Prieto, Juan CarlosTaboada, Dardo Cúneo, quien suscribe estas líneas, y muchos más, que estábamos sometidos a este tipo de seguimientos y vejaciones.  Pero el caso fue que toda esa tremenda incomprensión a fines de la década del cincuenta y comienzo de los años sesenta,  frustraron al país dar el salto cualitativo del subdesarrollo al desarrollo, grave error que todavía no pudo ser reparado, sumiéndonos en una situación política-social y económica tal, que resulta de difícil explicación y comprensión para el resto del mundo. Claro está que quienes colaborábamos día a día con el presidente Frondizi en Olivos, en la Casa Rosada, en  los ministerios  o en las oficinas de la Usina, habíamos sido lectores de los libros de Rogelio Frigerio, de las diversas ediciones de su propia revista “Qué Pasó en siete días”, y teníamos como únicos apoyos mediáticos las páginas y los editoriales del diario Clarin, porque su director Roberto Noble, era totalmente desarrollista y siguió siéndolo aún después del derrocamiento del presidente Frondizi. Y también contábamos con el total apoyo del Diario Democracia.  El resto de la prensa, en contra.

Mientras tanto, Rogelio Frigerio, intuía apasionadamente que no existía un horizonte más allá del presente inmediato, con la convicción dramática de quien sabía que no se repetiría otro instante para dar ese salto cualitativo que podía depositar a la Argentina en ese lugar largamente merecido. Y así, desgranaba sus sentencias en su obra Las condiciones de la victoria, como quien se sentía un pionero, que abría caminos de una política nueva –el desarrollismo- y que al mismo tiempo debía teorizar sobre la propia praxis. Porque sabia como compañero de proyecto y asesor personal del presidente Arturo Frondizi, que el recurso escaso era, precisamente el tiempo. Y si ese despegue, que llevaría al país a un lugar de privilegio, no se daba en el corto plazo, las endebles condiciones de la victoria se desmoronarían y la nación quedaría subsumida en el lamentable estatuto del subdesarrollo.

Así las cosas, los términos de la disyuntiva eran evidentes en la perspectiva frondizista-frigerista, y los dos dirigentes estaban convencidos de que nunca como hasta 1958, se habían dado las condiciones necesarias para realizar simultáneamente la expansión y la independencia económica (el llamado take.off, o sea el salto hacia el desarrollo, y al mismo tiempo, asegurar los vínculos de unidad nacional y popular mediante la integración, evitando con el mismo impulso transformador el atraso económico y el caos político. Parafraseando otros discursos y otras banderas –a las que hacían suyas, resignificándolas- el binomio gobernante enarbolada sus propias categorías: grandeza o miseria; patria o colonia; integración o disgregación, democracia auténtica o dictadura implacable.

En ese tiempo,  las preguntas se hundían en la opinión pública como una daga filosa: ¿somos un país rico o pobre? ¿petrolero o con petróleo no explotado? ¿una nación minera o simplemente con minerales ¿con una estructura industrial o agroimportadora?. Porque de qué servía ser potencialmente desarrollado si se seguían reproduciendo las conductas de sumisión y de dependencia. ¿Para qué seguir defendiendo un discurso idealista nacioalizante si los recursos básicos que llevaba a la verdadera liberación estaban enterrados en el subsuelo  sin poder ser extraídos? ¿Para qué nacionalizar burocráticamente las decisiones mientras se debían importar esos mismos recursos que alentaban y permitían la verdadera emancipación? En otras palabras, dentro del desafío frondizista-frigerista, la cuestión se debatía en esta pregunta esencial; ¿qué nos hace más nación?.

De modo tal, que el “desarrollismo” surgió como un proyecto de política económica dentro de un sector de intelectuales y políticos que alcanzó amplia difusión, especialmente en los países llamados “periféricos” durante las décadas de 1950 y 1960. Porque el notable auge económico de posguerra y la división bipolar del mundo de la Guerra Fría, introdujo la posibilidad de la transformación de las estructuras económicas de los países que el eufemismo sesentista utilizaba para clasificar a algunas naciones del Tercer Mundo, mediante el crecimiento económico sostenido medido en términos del PBI, a partir de la industrialización de las hasta entonces economías primarias-exportadoras.

Pero aquí comienzan las diferencias conceptuales porque crecimiento y desarrollo no tenían el mismo significado para todos los que lo empleaban. Los “desarrollistas”, Arturo Frondizi y Rogelio Frigerio en nuestro país y Juscelino Kubitschek y Helio Jaguaribe en Brasil, afirmaban que el desarrollo implicaba que la industria pesada les aseguraría a sus naciones un lugar entre los países poderosos del planeta. Kubitschek sostenía en 1956 que su objetivo era la expansión, el fomento y la instalación de las industrias que el Brasil necesitaba para su total y verdadera liberación económica.

Claro está, que el carácter multiforme del concepto de desarrollo generó diversas aproximaciones conceptuales. En un primer abordaje se lo concibió como un corpus epistemológico entre los economistas y científicos sociales, quienes se basaban en las tesis de la transferencia del conocimiento cuantitativamente acumulativo, desde los laboratorios y centros de investigaciones ubicados en los países desarrollados hacia sus colegas del mundo subdesarrollado.  Y su andamiaje ideológico, que presuponía cumplir con los parámetros e índices ideales que debían alcanzar los países para penetrar en una suerte de círculo virtuoso, incluía la firma convicción de que dicho desarrollo sería progresivo, contínuo y objetivo, es decir sin la interferencia dañina de las ideologías políticas que perturbaran esa marcha sostenida hacia el progreso.

Para terminar estas reflexiones, considero necesario para quienes hablan hoy de reivindicar al presidente Arturo Frondizi, leer por lo menos sus cuatro tomos conteniendo todos sus discursos, leer los libros de Rogelio Frigerio, las centenares páginas y decenas de editoriales del diario Clarín,  y tomar en cuenta todos los logros que en menos de cuatro años de gobierno, a pesar de todo lo que se hizo en su contra para evitarlos.

Pero debo también aclarar que habiendo transcurrido más de 50 años, con todos los adelantos científicos y tecnológicos, más el fuerte fenómeno de la globalización, no me cabe duda de que de vivir hoy tanto Arturo Frondizi como Rogelio Frigerio, por sus inteligencias políticas e intelectuales, pondrían en juego prioridades distintas a las de los años sesenta.

Muchas gracias

 

 

 

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