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LA SERVIDUMBRE VOLUNTARIA. COMENTARIOS ACERCA DEL AMOR POLÍTICO Y LA SUMI-SIÓN. Por Arnoldo Siperman* (1935-2020)

Con-Texto | 26 diciembre, 2020

 Para el pensador, el acontecimiento más trágico de toda la Revo-lución Francesa no es que María Antonieta fuese decapitada  por ser   reina, sino que los campesinos hambrientos de La Vendée se dejasen matar voluntariamente por la causa execrable del feuda-lismo.
         Oscar Wilde

Hay un saber generalizado, que permanece a través del tiempo y tan universal como una invariante antropológica, según el cual en todos los colectivos o agrupaciones humanas hay algunos pocos que mandan y otros muchos que obedecen.

Es fácil constatarlo a través de la historia. Esa desigualdad profunda se percibe en la tribu y en el imperio, en el feudalismo y en los estados modernos, en el capitalismo y en el comunismo. Independientemente de toda referencia al modo por el cual los menos se hicieron del poder, llámese herencia, usurpación, representación popular; y del modo en que se pretenda justificarlo, tradición, carisma o racionalidad legal. Claro que la historia también exhibe levantamientos, guerras por el poder, derrocamientos y restauraciones. Pero a cada crisis sucede una nueva instalación de minorías, ya benévolas, ya crueles y despiadadas, confirmando un proceso que bien pudo Hegel leer, en su particular registro, como dialéctica del amo y del esclavo.

Lo que está implicado es la cuestión de la atadura subjetiva hacia quienes se encuentran en posición de mandar, incluso tiránicamente. Aparecen interrogantes diversos en torno a cómo y en qué se sustenta el poder que unos pocos ejercen sobre las multitudes a las cuales gobiernan; de qué modo ese poder reposa sobre su obediencia, más aun, una entrega tan amplia e irrestricta que incluso compromete la de la propia vida.

Está claro que, aunque desde el lugar del poder se amenace con la violencia o se la ejerza, la explicación de la sumisión en términos de violencia contra los subordinados, aunque no desdeñable, es insuficiente. No da cuenta del carácter voluntario que puede percibirse claramente en la aceptación, a veces a re-gañadientes pero muchas otras veces satisfecha y gozosa. El papel que desempeña, en este orden de cuestiones, lo relativo a la legalidad, a su histórica función civilizadora y a su moderna actuación como límite racional y necesario al ejercicio del poder y su articulación con las técnicas de seducción política, son espacios abiertos a la exploración.

1. Planteamiento del tema.

Un abordaje de esa realidad, de los saberes que en ella se asientan y de las formulaciones discursivas que la acompañan parece exigir, en el clima especulativo de esta primera década del siglo XXI en Occidente, no dejarse apresar por el aparato conceptual de un cientificismo social que, como lo ha puntualizado Wilhelm Reich, permanece empeñado en dar cuenta de porqué algunos indigentes roban y algunos sometidos se rebelan, en lugar de preguntarse porqué millones de pobres no roban y otros tantos oprimidos no se rebelan . En otras palabras, porqué razón o razones -parece que debería necesariamente haberlas- actuamos socialmente en contra de nuestros intereses inmediatos, satisfaciendo a los requerimientos de una minoría, y nos colocamos en posición de entrega, muchas veces total, a favor de quienes, del modo que sea, ejercen capacidad de mandato en las agrupaciones sociales a las que pertenecemos.

Puede afirmarse, utilizando un famoso juego de palabras propuesto por Max Weber, que, a veces a conciencia de lo que hacemos y otras sin siquiera advertirlo, nos prosternamos ante los dioses que más intensos sacrificios nos demandan. Difícilmente pueda controvertirse la persistencia de esa situación en la historia de la cultura occidental.

Enfrentar estos temas impone, como la precedente cita de Reich lo sugiere, mantener una prudente distancia respecto de los estudios sociales construidos sobre los presupuestos y con la utilización de instrumentos conceptuales procedentes de la visión conductista de la sociedad. Para los modernos –especialmente después de la revolución que, en la materia, operó en el siglo XVI y a la cual nos referiremos más adelante- estas cuestiones subrayan como necesario un aspecto crucial de la actividad humana, que la tradición medieval no detectaba como revestida de autonomía: la política.

La situación de obediencia y entrega de la mayoría respecto de minorías e incluso de personalidades individuales y la circunstancia que de ella no logren dar cuenta las ciencias empíricas de la sociedad, ponen sobre el tapete la cuestión central de la voluntariedad de la sumisión. Como se ha dicho, de la sumisión convertida en amor por la sumisión y su persistencia en la historia de la cultura occidental. Fenómeno cuya vertiente discursiva viene siendo caracterizada, al menos desde inicios del siglo XIX, como “ideología”.

Aún hoy, en tiempos en que el deslizamiento tecnologista contribuye a ponerlo en severo entredicho, en que la reflexión sobre la vida social parece centrarse en la intersección de lo biológico y lo informático, de lo genético y lo comunicacional, el concepto de ideología y sus funciones, así como los enigmas sobre la sumisión, mantienen su vigencia. La apariencia racional de los discursos políticos, los diagnósticos que incluyen y sus objetivos programáticos –pienso, por ejemplo, en la arquitectura conceptual del liberalísimo o del marxismo, aún con la muy importante gama de variables y matices que han tenido a lo largo de su historia- no deberían conducir a que esos discursos sean evaluados sobre la exclusiva base de su grado de coherencia interna, de su mejor ajuste a realidades empíricamente detectables, o de la correcta deriva a partir de valoraciones básicas. Se impone, ir más allá, atender a lo que expresan, pero tratando de penetrar en aquello que ocultan, su inserción en el mítico mundo dominado por el deseo y las creencias. Mundo en el cual operan censuras, apoyadas en la retórica de las apariencias.

Es central tener en cuenta que la política es una actividad que moviliza creencias; creencias sobre el mundo en que vivimos, sobre aquél en que nos gustaría vivir, sobre los medios para hacerlos coincidir y sobre los mecanismos del consenso mínimo implicado. Creencias sobre la coincidencia entre la realidad fácti-ca de mandar y la habilitación social para hacerlo, las que suelen agruparse bajo la noción de “legitimidad”. No parece, por ello, que satisfaga el propósito de dar cuenta de los aspectos centrales del acontecer político tratar de hacerlo desde una limitada perspectiva empírica, centrada en modelos fundados en el examen de complejos de estímulos y respuestas y sus correspondientes retroalimentaciones sistémicas.

A los muy generales señalamientos que estoy exponiendo responden los esfuerzos de quienes abordan esos temas a partir de algunos interrogantes básicos: porqué existen servidumbres voluntarias; porqué se obedece a quien no lo merece o, al menos, independientemente de sus merecimientos; porqué personas, grupos y clases actúan en contra de lo que cualquier examen mínimamente objetivo comprueba que serían sus intereses. Se trata de penetrar en los juegos de lenguaje capaces de convencernos de que, como lo detectó agudamente Nietzs-che, estamos no solo dispuestos a sufrir sino a aceptar gozosamente el sufrimiento a condición de que se nos proporcione una explicación de para qué lo padecemos . Dis-cursos que pretenden aportar sentido al sufrimiento, constituyéndose de tal manera, en la potencia apta para arrastrar multitudes a los mayores esfuerzos y a tomar los más grandes riesgos, a matar y a morir, a sacrificar a sus hijos y a los de su prójimo, todo eso en el altar de las abstracciones: Dios, el progreso o la Patria . Los del sueño de un futuro feliz, que puede ser el de la sociedad sin clases, el del mundo manejado entrópicamente por la “mano invisible” o el de la abundancia asegurada por el perpetuo progreso tecnológico.

2. Algunas referencias históricas. El (re)nacimiento de la política.
Los interrogantes que se suscitan en torno a los más radicales aspectos de las relaciones de sumisión y obediencia se vienen formulando desde remota antigüedad. El tema de la sumisión, de la entrega a la “causa” (que es siempre, de un modo u otro, la causa de los poderosos) contó, en Grecia, con el aporte de una poética aureolada por la leyenda. En tono más lírico que pragmático, las glorias de la buena ley (eumonía), junto con las de la sumisión a los reyes, habían sido ya cantadas por Tirteo, el poeta espartano del siglo VII a.JC . Encontraba en la muerte por la patria lo que siglos más tarde expresara Horacio, en los tiempos áureos de la cultura latina: dulce et decorum est pro patria mori. Sus resonancias atraviesan una historia jalonada de muertes celebradas, de patrias que fagocitan a sus hijos, de mar-tirios aceptados y hasta gozados en nombre de la fe. Llegan hasta nuestros días. Hay que recordar, aunque sea en el terreno de la anécdota, la famosa cuestión suscitada en 1914 por la promesa salvífica del cardenal Mercier, dirigidas a quienes dejaran su vida en la defensa de la patria; una vez más, a la vuelta de los siglos, el Pro patria mori como referencia absoluta de la entrega total, encapsulamiento de un hacer heroico que convoca gratitud y admiración con vocación de eternidad.
Según se ha dicho con la insistencia de un valor recibido, lo concerniente al gobierno de los pueblos, a la obediencia de los súbditos y a las formas discursivas de justificación o de impugnación –en cierta medida lo que vendrá a designarse en su momento como “ideología”- ha estado dominado por la tensión entre razón y deseo. En su destilación final, respondiendo a dos líneas. Por un lado, el platonismo, la filosofía que se expresa en la República y, por el otro, la indeleble impronta de Agustín de Hipona . En el umbral de la era moderna, en tiempos dominados por el humanismo y por el renacimiento de los valores de la anti-güedad clásica, razón y deseo pasan a articularse en un espacio diverso: la política.

La política, como discurso autónomo, como espacio controversial separado y no dependiente de los discursos teológico, jurídico y de filosofía moral que presidían la reflexión sobre las relaciones de dominación, es un producto moderno . Nace, crece y se desarrolla, a partir de las ciudades italianas en las que se van desplegando las burguesías comerciales, con la dinámica propia de la negociación, del regateo, del acuerdo y sus violaciones que, a su vez, renuevan debates y confrontaciones, siempre presididas por un complejo de fines prácticos, bien mundanos. Procesos que acompaña al de crisis de las estructuras me-dievales, con el desarrollo del humanismo, con el despertar renacentista y con la afirmación de los estados nacionales.

2.1. Maquiavelo.

En ese marco ocupa un indiscutido lugar central la obra de Nicolò Maquiavelo (1469-1527), no solamente un escritor de singular en-jundia (El Príncipe y el Discurso sobre la primera década de Tito Livio son las obras que interesan fundamentalmente en los temas que vengo considerando), sino también un funcionario activo en Florencia y un hombre de vasta actuación práctica política.

Maquiavelo es un dualista ético, que impugna la pretensión de exclusividad de la moral cristiana medieval, íntimamente relacionada con el poder papal. Objeta su pretensión de considerarse como ordenamiento apto para regular la totalidad de la vida personal y social, incompatible con cualquier otro; caracterizado, entonces, por su adscripción a un monismo muchas veces brutal en la intolerancia hacia desviaciones y herejías . Si Maquiavelo ha podido llevar adelante esa im-pugnación fundándola en una experiencia de la historia, es porque ha descubierto la existencia, en el pasado que su época recuperaba, de un orden de cosas profundamente distinto, correspondiente al período republicano de Roma. Percibe la posibilidad de una moral, que se destila de una visión idealizada de la republicana romana, no universalista sino cívica, heredera de la polis . Es una moral colectiva, comunal, según la cual la calidad de humano es idéntica a la de miembro de una comunidad, en la que los fines del individuo no son separables de la vida colectiva. El filósofo político Isaiah Berlin ha caracterizado a esa moral del mundo pagano destacando que sus valores son el coraje, el vigor, la fortaleza ante la adversidad, el logro público, el orden, la disciplina, la felicidad, la fuerza, la justicia y por encima de todo la afirmación de las exigencias propias y el conocimiento y poder necesarios para asegurar su satisfacción.

Siguiendo con el punto de vista del secretario florentino, es contra ese universo moral y ético, articulado con una visión politeísta del mundo, en el que se desenvolvía la vida en la Roma republicana, que se ubicó en su momento la moralidad cristiana, que impregnó el universo medieval. Sus ideales eran la caridad, la misericordia, el sacrificio a Dios, el perdón a los enemigos, el desprecio a los bienes de este mundo, la fe en la vida ulterior, la creencia en la salvación del alma individual. Para Maquiavelo son esas virtudes cristianas, que presidían la vida en el medioevo y no la imperfección humana el obstáculo insuperable para construir la clase de sociedad que él aspira a ver. Esas virtudes, sostenidas teológicamente, eran de observancia no sujeta a ser contrariada; en tanto que las virtudes (ahora en el sentido latino originario de la palabra) de la politeísta Roma republicana conducen al lugar de la controversia y a la posibilidad de una sociedad que encuentre en el debate y en el reconocimiento del conflicto la energía de su propia dinámica. Allí había política, como la hubo en Atenas; la Edad Media cristiana no la tolera, su forma discursiva es la teología. Aunque la búsqueda de un orden teológicamente sustentado haya dado lugar a enfrentamientos y controversias, su carácter era diferente, la disidencia era jus-ticiable según una referencia que, en último examen, es presentada como no siendo de este mundo.

La obra de Maquiavelo se desarrolla en un clima influido por el desarrollo del humanismo italiano cuatrocentista, por la recuperación del antiguo prestigio de la retórica, por los aportes neoplatónicos a cuya difusión en Florencia habían contribuido los exiliados provenientes de Constantinopla, empujados por la crisis final del imperio bizantino. A favor de este concurso de cir-cunstancias, se habilitan en la ciudad nuevos espacios discursivos en relación con el poder y con la res publica, donde se discurre apelando cada vez menos a la teología (que permanece como el discurso estratégico básico del centralismo pontifical), y al derecho romano (en el que se expresa la auctoritas imperial). Es el renacimiento del discurso político autó-nomo, gobernado por una lógica y regido por una ética que se apartan de la escolástica. Se está diseñando un espacio nuevo, en el cual la conflictividad puede tramitarse con el recurso a algo diferente, discutido y controversial, retórico y urbano, y no ya solamente por la intriga, la extorsión y la puñalada que, de todas maneras y como es obvio señalarlo, no por ello desaparecen de la escena.
En ese marco argumental, la pregunta sobre la obediencia está implicada en la maquiaveliana admonición dirigida al príncipe: debe hacerse amar o temer. O ambas cosas. De modo que la aquiescencia social, fundada en el amor o, en última instancia, en el temor, depende principalmente del gobernante –o de quien aspira a serlo- de su habilidad, aptitud seductora y fortaleza en el momento de castigar.

2.2. El Discurso sobre la servidumbre voluntaria.
Puede en cierta forma decirse que Etienne de la Boétie (1530-1563), recordado por su celebrado Discurso sobre la servidumbre voluntaria, es una versión francesa de Maquiavelo, al menos en cuanto intenta recuperar el valor del espacio político, al margen de las tradiciones teológicas y jurídicas que empapaban las luchas sociales. Tal como éste había aportado lo suyo en la vorágine de los acontecimientos italianos, el joven escritor francés lo hacía en el clima tumultuoso de las guerras religiosas de su país. La impresión es que tienen en común la búsqueda de un territorio -que no puede agotarse en el religioso del medioevo, teñido de intolerancia- en el cual pueda hacerse de la tramitación del conflicto un espacio de paz, al menos relativa. De donde la aparente paradoja del humanismo crítico: el desiderátum de la paz no es la erradicación del conflicto (tarea no solo brutal sino, además, de imposible cumplimiento pleno) sino preservarlo, de modo que se desarrolle en un medio específico y propio: la política.

La Boétie fue gran amigo de Michel de Montaigne, el escritor cuyos Ensayos configuran la tal vez más importante empresa crítica de su época, el escéptico que se interrogaba, cuestionando el saber de juristas y legistas: ¿Qué bondad es ésta que el paso de un río convierte en delito? Y que descreía de las tradiciones, a la vez que denunciaba la expansión colonial. No parece dudoso que entre ese escepticismo humanista y el Discurso… hay una sintonía de talante a la vez crítico y realista.
El joven escritor cuya obra estoy mencionando no consideraba que se gobernase principalmente a través de la fuerza. Para comenzar, había muchos más esclavos que agentes del poder: incluso si un pequeño porcentaje del populacho se negaba a obedecer una ley, esa ley se volvía inaplicable. Además, y es éste el punto más importante, la mayoría de los individuos obedecían sin que se ejerciese sobre ellos compulsión física o amenaza incontrastable, esto es, sin que fuesen obligados a hacerlo. La Boétie desarrolló una explicación alternativa, que proporciona el título a su Discurso sobre la servidumbre voluntaria. El planteamiento, en pocas palabras: si un tirano es un solo hombre y sus súbditos son muchos, ¿por qué consienten éstos su propia esclavitud? Si un tirano tiene dos ojos, dos brazos, un cuerpo, como cualquiera de sus súbditos, ¿de donde resulta que pueda aquél –solo o con el concurso de unos pocos- imponer siempre su voluntad a gran cantidad de súbditos pasivos? La respuesta es: porque se vale de los ojos de sus súbditos para espiarlos, de los brazos de ellos para golpearlos. No posee, en verdad, nada más que el poder que sus propios súbditos le proporcionan.
Pese a esas limitaciones, logra que los agricultores continúen sembrando cultivos, que eran confiscados; que la gente acumule bienes, para que los soldados los saquéen; y críen hijas, para que ellos las violen. Observaban como sus hijos eran secuestrados para incorporarlos a la soldadesca y morían peleando las batallas de otros. La Boétie se dirigía al campesino: entregan sus cuerpos al trabajo duro a efectos de que el tirano pueda dedicarse a sus gustos y revolcarse en sus obscenos placeres; se debilitan a sí mismos a fin de que el más fuerte y el más poderoso los tengan a raya.
Complementa, pero matizadamente, a la ecuación maquiaveliana. Hay, en la generalidad de la gente, según su enfoque, una voluntad de servidumbre, un vicio monstruoso y contra natura, que el tirano, independientemente del origen de su poder, explota con habilidad y acompaña del soborno, del espectáculo y la pompa de su propia función, con la complicidad de la religión y de la escuela. La tiranía reposa, entonces sobre la voluntad de los tiranizados, cuyo concurso obtiene de mil maneras. En este punto, el poderoso recibe un apoyo importantísimo en la tradición, en el recurso al pasado y en su disposición a trasmitir el peligro que implican los cambios. El Discurso… pasa revista a las circunstancias de la servidumbre voluntaria en términos que, por momentos, sorprenden por su modernidad.
Desplegando las ideas que emergen de las premisas de su discurso, La Boétie conduce a un punto: puede entonces ser derrotada la tiranía casi en forma automática si los individuos se rehusaran a consentir su propia esclavitud. Su argumento ha llevado a que muchos concluyeran que el joven escritor sugiere que la resistencia no violenta y la desobediencia civil son las mejores estrategias con las cuales oponerse al poder. Pero, habría que preguntarse, ¿bastará decir que no para ganar la liber-tad?
El Discurso… se corresponde con el momento de instauración moderna de la política. Por eso puede decirse que, aunque sin la enorme resonancia que tuvo la de Maquiavelo, es la que corres-ponde en lengua francesa y en el contexto histórico galo, lo que la del gran florentino, unas pocas décadas antes, había sido en la península italiana. El siglo XVI es el de las guerras de religión en Francia que, a favor de la debilidad de los monarcas de la dinastía Valois, enfrentan facciones católicas, especialmente la Liga dirigida por los Guisa, con las calvinistas, designados como hugonotes, disputándose el predominio a sangre y fuego. Esos prolongados y despiadados enfrentamientos, cuyos discursos justificatorios tienen carácter excluyentemente religioso, culminaron, nueve años después de la muerte de La Boétie, en la Noche de San Bartolomé, la matanza de hugonotes, perpetrada traicioneramente desde el poder real. La paz interior en Francia recién arribará cuando el rey Enrique IV, el primero de la casa de Borbón, sancione el Edicto de Tolerancia (generalmente recordado como Edicto de Nantes, 1598).
Quienes sirvieron de apoyo al logro de la paz religiosa, de la sustitución –al menos parcial- de la lucha armada civil por formas de controversia reguladas y en clima de moderación y, al mismo tiempo, auspiciaron un estado central absolutista, se identificaban como los “politiques”. Eran, según su propia denominación, los políticos, los advenedizos en las peleas civiles, los que aspiraban a apaciguar la guerra interna entre los radicalismos religiosos; eran los moderados quienes, moviéndose con talento y habilidad en medio de la tormenta de la guerra religiosa, contribuyeron al establecimiento de la paz interior, merced al primer rey de la dinastía Borbón: Enrique IV. Su referente intelectual era el teórico de la soberanía, Jean Bodin. Al auspiciar el pago de la paz con obediencia a la soberanía dinástica aportaron a fundar la soberanía en un anhelo político de paz que contradecía la violencia de los enfrentamientos religiosos.
La política que se va instaurando y que la obra de La Boétie de algún modo anuncia tiende a sostener el desarrollo de argumentaciones autónomas, frente a los discursos dominantes de la teología, del saber jurídico. Tratando de descartar, además, al magnicidio que, en los turbulentos tiempos de las guerras de religión, era un recurso no excluido de las posibilidades y hasta sostenido por aquellos que la historia recuerda como “tiranicidas” . En todo caso, subrayando que no solamente son recursos la horca y el puñal; como quien dijera “más allá de la violencia más cruda, la política”.

3. El poder consentido.
Los “politiques” franceses de fines del siglo XVI contribuyeron a la forja de la unidad nacional y al diseño de un espacio en el cual fuera posible, mediante la neutralización de los irreductibles antagonismos religiosos, una especie de templanza de los opuestos y reglas para la negociación y el debate. Desde el punto de vista moderno, puede decirse que ese logro descansó sobre el fortalecimiento del absolutismo monárquico.
En Inglaterra, a principios del siglo XVIII, sobre la base del previo –aunque relativo- receso de los enfrentamientos religiosos, hubo autores que buscaron resultados análogos, pero a partir del desarrollo de la institución parlamentaria, que tenía ya una extensa y fuerte tradición, y del fortalecimiento de los partidos, Whig y Tory, como principales protagonistas del diálogo político. Menos poder y más fair play, podría resumirse. No siempre lo hicieron recurriendo a sesudos tratados. Bernard de Mandeville (1670-1733), un médico inglés (aunque nacido en Holanda) publicó como poema una Fábula de las abejas (1705). Trataba de demostrar, a partir de un examen un tanto satírico de la vida de las colmenas, lo que anticipaba el subtítulo de su libro: que de vicios privados resultaban beneficios públicos. De la vanidad, falta de colaboración y, más que nada, de la insaciable lujuria de la minoría de zánganos (y de la reina), unidas al esfuerzo de la gran masa de obreras, del vicio de los menos y del trabajo de los más, resultaba el paradisíaco conjunto de la colmena, en la que cada cual hacía lo que de ellos se esperaba y el conjunto medraba aunque, visto de cerca, la impresión inmediata era que no reinaban en la colmena ni paz ni orden. Los zánganos aprecian su esclavitud porque pueden gozar y las obreras soportan la suya porque sin zánganos y reina no hay colmena.
No es difícil advertir lo que resulta de ese cuento: la obediencia de los más (como ocurría y debería seguir ocurriendo en las sociedades humanas) aseguraba el beneficio del conjunto; por lo que la racionalidad exigía el mantenimiento de ese estado de cosas, claramente amparado por su propia naturaleza. La recta razón, lo natural, exigían el respeto por la posición social de la aristocracia, de cuyos ocios y vicios se seguía el necesario orden en el cual se aseguraba la descendencia de la monarquía. El viejo dilema entre el poder y la obediencia se resolvía, según este defensor del modo de vida aristocrático, en términos de la naturaleza misma de las cosas, tal como lo ilustraba la metáfora de la vida de la colmena.
Este tipo de abordaje, que retiene como elemento significativo en las relaciones de poder el impacto psicológico, la fascinación que generan los poderosos sobre quienes no lo son, al extremo de naturalizar esas relaciones de dominación, tiene una notable persistencia. Adam Smith, ya en plena Ilustración escocesa, ob-servaba en la gente, incluso menesterosa, un sorprendente interés en el bienestar de la aristocracia y de los pudientes aún a expensas del propio .

Las controversias no ceden ni las perplejidades se disuelven con el curso del tiempo. La teoría de la ideología, hija de la Ilustración, nacida bajo el impulso de la Revolución Francesa, llega hasta nuestros días, manteniendo abiertas las discusiones, llevándolas a un sofisticado nivel de refinamiento doctrinario. Desde el punto de mira de este ensayo, es posible que sea la lectura de la ideología como falsa consciencia, como estado ilusorio de los dominados, la que puede proporcionar algunas aproximaciones. En esa versión, la ideología es concebida como un sistema de ideas destinado a justificar y sacralizar el status quo y destruir toda alternativa fuerte de cambio a partir, precisamente, de una filosofía de la historia y de considerar al obrar humano como determinado por un acontecer frente al cual permanece ciego e impotente. Ideología, en este sentido, es un conjunto de creencias mediante las cuales el pueblo se engaña a sí mismo, es una teoría que expresa lo que es conducido a pensar, por oposición a lo que es verdadero. En este contexto aparece la noción de falsa consciencia, que habrá de impregnar gran parte del pensamiento ulterior sobre el tema de la ideología; falsa consciencia que usurpa el lugar de la verdad, a la cual solamente puede tenerse acceso por el camino de la ciencia.
Pero la dimensión enigmática del asunto no se disipa. Vale la pena ver cómo es retomado por la sociología elite/masa de fines del s. XIX. El sociólogo americano Marshall Berman, definiendo el tipo de relación existente entre elite y masa y el modo en que se encabalgó sobre esa relación el modelo político puesto en cir-culación sobre el filo del cambio de siglo: “Las élites de vanguardia crean mitos que las masas o bien rechazan o bien adoptan. Si las masas están satisfechas con los mitos de la derecha, caerán de rodillas; si, en cambio, prefieren los mitos de la izquierda, saldrán a la calle. Cerca del fin de siglo [XIX] las masas francesas antidreyfusianas introdujeron una nueva y ominosa síntesis: personas que salían a la calle para luchar en defensa de su derecho de caer de rodillas”. Síntesis, esta última, que prolongará su historia a lo largo del siglo siguiente impregnando a la demagogia populista y a las diversas variantes de fascismo.
Es esa la época de la "psicología de las multitudes", como la viera en su momento Gustave Le Bon, cuyos puntos de vista dieron lugar a la conocida réplica de Freud en su Psicología de las masas y análisis del Yo. Es también la de los desarrollos de la teoría de la circulación de las elites de Vilfredo Pareto y de la “clase política” de Gaetano Mosca, de alguna manera el tiempo fundacional de lo que hoy llamamos politología, nacida más a la sombra del pensamiento reaccionario y de la desilusión por los retrocesos liberales y socialistas que al calor de los impulsos renovadores.
La irrupción de las masas en el escenario político, ya no solamente como protagonistas de la barricada o como proveedoras de clientela electoral –sobre todo en la medida de la progresiva universalización del sufragio, al menos masculino- sino como destinataria de las construcciones míticas de las elites, de las diversas elites, como coro de las nuevas demagogias, como víctima y también agente de la violencia, llevó a Hannah Arendt a proponer una nueva genealogía de los totalitarismos del sigo XX . Desarrolla entonces la idea de que esos regímenes no descienden del absolutismo del Ancien Régime sino de Napoleón, de la época de la revolución permanente, de los tiempos en que las masas comienzan a participar activamente de la vida política. Según esta tesis la participación de las masas estaría lejos de constituir una contribución a los procesos democráticos. Por el contrario, el aporte históricamente más significativo de esa participación radicaría en la constitución de los autoritarismos caudillistas, fenómeno que arranca con el bonapartismo y que habría de erigirse en elemento básico de la estructura de los grandes totalitarismos. Esta tesis, aunque atrayente para definir el marco de las dictaduras populistas, ilustra, en el marco de este trabajo y probablemente más allá de los objetivos de su expositora, la presencia de un nuevo mito: la "masa".
La masa, desconectada de los agentes y protagonismos sociales, se convierte en una categoría conceptual autoexplicativa, minimiza la influencia de los contenidos de las ideologías sustantivas y destruye la posibilidad de desarrollos teóricos en torno a deseos e intereses implicados en la noción de ideología como visión deformada de la realidad social. Lo que importa destacar es que esa impostación política de las masas reposa sobre algo que es eje de nuestro tema: la obediencia al Líder, al Conductor; obediencia irrestricta, que rescata como prin-cipal valor social la lealtad hacia el Jefe por el cual, se está dispuesto a ofrendar la vida. Una vez más, ahora en clave de política de masas, de una versión puesta al día de la servidumbre voluntaria, llevada al extremo de la entrega total.

4. Soberanía de la Ley y amor político.
El tema de la servidumbre consentida, más aun, deseada, intersecta con una cuestión esencial: el papel de la Ley en la constitución y en la evolución de nuestra cultura, de la cultura en la cual acontece ese estado de obediencia. Hay que anticipar que esa intersección sugiere que en el orden más o menos regular del funcionamiento institucional, ese acatamiento, asociado a la noción de legitimidad, expresa un deseo aparentemente peculiar: el deseo de Ley. En otros términos, la adscripción erótica de los sujetos humanos al significante de la Ley.

4.1. Acerca de la Ley.

La dimensión jurídica de la vida –paternidad, verdad, interpretación, poder- está en la entraña de Occidente. Hasta la palabra "civilización" alude a su descendencia del ordenamiento civil que, heredado de la antigua Roma, cruza veinte siglos de cultura romano-canónica. El psicoanálisis, nacido en el ámbito moderno de esa cultura, no se desentiende del modo en que ella da cuenta del estatuto de la prohibición y de la transgresión, ni de las modalidades históricas de esa inadecuación radical que constituye el sustrato del malestar. Los juristas, por su parte, no deberían pasar por alto que la apariencia racional, coherente y cerrada del sistema jurídico es, más que el efecto de aptitudes técnicas, la consecuencia de su inscripción en un universo sobredeterminado por el deseo y la creencia; universo mítico en el que actúa una censura apoyada en la retórica de ficciones y apariencias, cuya operación y reproducción son imprescindibles para el funcionamiento dogmático y para los procesos sociales del saber. Universo mítico y lógico modelado en un devenir histórico más que milenario.

4.1.1. Soberanía de la Ley, imperio de la Razón.

La ley moderna desciende del ordenamiento de la antigua Roma, convertido en texto sacralizado por la autoridad cesaropapista del emperador bizantino Justiniano en el siglo VI. Esa codificación, que ratifica la vocación universalista tanto del Imperio como de la Iglesia, compila materiales elaborados durante siglos, en los que predomina el aporte de la jurisprudencia, actividad de expertos de la que podría decirse que es a Roma lo que la filosofía a Grecia. Recibido en el occidente europeo conformando su renacimiento medieval, irradiado a partir de fines del siglo XI desde la institución universitaria establecida en la ciudad de Bologna, ese cuerpo textual, celebrado por glosadores y comentaristas, fue el espacio argumental de las contrastantes pretensiones de poder de los potentados de la época.

Al no estar atado a ningún régimen político en particular, quedaba a cubierto de alteraciones impuestas por legisladores históricamente contingentes. Como su papel estratégico impedía justificarse en términos extramundanos, su aceptación como ius commune debía apoyarse en su valor intrínseco, en algo que le fuera inmanente. Esa exigencia fue plasmando en una racionalidad asociada al cristianismo –pero independiente de la teología- expresada a través del comentario de los juristas.

Por esa vía los grandes principios del derecho romano pasaron a constituir la expresión de la naturalis ratio. Se diseñó así un lugar mítico de ratio scripta, la razón constituida en texto escrito. El con-texto mítico, en el que se inscribe una concepción trascendental de lo humano, acarrea la consecuencia de que esa ratio sea percibida como la expresión única, naturalizada, de la racionalidad. Esa unidad universalista desemboca en el humanismo de la razón universal y culminará más tarde en la doctrina del derecho natural. Para decirlo en palabras pro-venientes de la gran tradición griega, al único nomos corresponde el logos soberano. La Ley se corresponde con la Razón.

4.1.2. La Ley y la producción social de la Verdad.

A principios del siglo XX sostuvo Max Weber, en sintonía con sucesivas generaciones de juristas, idólatras de la ley romana, una explicación técnico-sociológica de su supremacía, que la situaba en el corazón del éxito histórico de Occidente. Al ser un producto de la elaboración literaria y teórica de los juristas, sostenía, presentaba un nivel superior de generalización y sistematización. Es por esa característica estructural que se adaptó a los requerimientos del desarrollo económico, porque hacía previsible cómo se resolvería un conflicto, a través de la aplicación de una proposición legal abstracta a una situación con-creta.

La ley heredada de Roma diseñaba sus categorías y distinciones y establecía sus mecanismos, valiéndose de un lenguaje técnico definido y preciso. Constituía una forma de decidir conflictos determinados, de manera a la vez autoritaria y revestida de poder persuasivo, ya que se le atribuía ser la expresión escrita de la razón. Excluía modos de resolverlos que remitieran a formas mágicas de revelación, o consideraran como aspecto principal a la persona o bien discurrieran exclusivamente al interior de la controversia. La justificación de las decisiones de ejecución obligatoria -incluso las del príncipe- como derivación de reglas ob-jetivas está en consonancia con la escolástica del silogismo, lo decidido estaba ya implícito en la norma general. La Ley, texto sin sujeto y escritura sin voz, habla por la boca oracular del magistrado inscribiéndose corporalmente en el súbdito justiciable, definiendo el ajuste a la razón, al equilibrio mental: quien no es favorecido por la decisión “perdió el juicio”, se comprobó que “no tenía razón”.

En la base se encuentra el recupero de la tradición romana que asocia la calidad coercitiva y el carácter definitivo del pronuncia-miento judicial a la idea de Verdad, según la fórmula res iudicata pro veritate habetur. Esa asociación de lo justo y lo verdadero juega a favor de la homogeneidad y de la neutralización de lo que se define como irrelevante. Se configura y generaliza la cuestión del método: así como el minuciosamente reglado proceso judicial conduce a la verdad de la cosa juzgada, será el experimento cuidadosamente controlado en el laboratorio el que desemboque en la verdad del saber científico. Tanto el cálculo y la previsiblidad como el requerimiento de ajuste metódico y procedimental son rasgos comunes a la juridicidad y al orden de la ciencia y de la tecnología, cuya productividad social depende, precisamente, de su capacidad para prever y para producir, en su caso, determinados resultados, actualizando sus posibilidades anticipatorias. Su nutriente común es la racionalidad que Occidente ha forjado en el yunque jurídico y que el discurso dominante ha parificado con la Razón humana.

4.1.3. El Estado de Derecho como expresión moderna de la supremacía de la ley.

La soberanía de la ley se configuró como una exigencia de orden a la vez que resguardo frente a la arbitrariedad. La doble exigencia de pensar a la sociedad como un ordenamiento racional y estable y poner a los ciudadanos al abrigo de los excesos del poder, hizo de la ley la clave de arco de los modernos estados nacionales; e impuso además la distinción entre la ley elaborada y consentida por los destinatarios de sus previsiones y la emanada de poderes despóticos. A esas ideas responde el Estado de Derecho, establecido tras las revoluciones de los siglos XVII y XVIII.

Está asociado, en sus orígenes, al liberalismo. Se lo definía como “gobierno de la ley y no de los hombres” y se afirmaba que “no hay autoridad superior a la de la ley”. Su mayor dimensión filosófica aparece en Kant, para quien el Estado tiene un fin jurídico, cuyo contenido está más allá de la voluntad de ese Estado o de quienes detentan poder en el mismo. Sus principios exceden ese ámbito, son los principios a priori y universales, pura exigencia de la razón, de libertad, igualdad ante la ley y plenitud autónoma del hombre, configurado como "sujeto de derecho", formulación naturalizada del sui iuris romano. Su definición: “el Derecho es el conjunto de condiciones por las cuales el arbitrio de cada cual puede coexistir con el arbitrio de los demás según una ley general de libertad”

El Estado liberal burgués de Derecho fue el instrumento político orientado a fundar racionalmente la libertad, la propiedad y la seguridad, desterrando todo factor irracional en la organización y actividad del Estado: el poder de mandar deriva del Derecho y no de la gracia de Dios, del carisma, de la tradición o de decisiones personales no reguladas. Es el tipo ideal de legitimidad racional-legal, estructuras de organización social en las que se obedecen ordenaciones impersonales y objetivas jurídicamente estableci-das.

4.1.4. El malestar de la ley.

La ley presupone el conflicto. Es una estrategia apta para resolver algunas de sus expresiones, amainar la intensidad de las oposiciones y la violencia de lo contradictorio. Esa estrategia se inscribe en lo agonal como pauta de convivencia; no reniega del conflicto y se articula con la política en tratar de hacer del mundo un lugar habitable en medio de las confrontaciones de valores, de intereses, de puntos de vista y aspiraciones encontrados. El imperio de la ley se configura como lugar de la razón práctica, haciendo frente al conflicto a partir de la premisa de que no es extirpable, tanto como no es eliminable la diversidad humana. No es compatible con el sueño delirante de una humanidad unánime; de donde recusar a la ley por su incapacidad para aniquilar el conflicto o suprimir el crimen y el su-frimiento es muestra de ingenuidad, cuando no de vocación totalitaria. Tan necesaria como impotente, tan relacionada con las estructuras normativas del lenguaje como incapaz de dar cima a objetivos “finales”, la ley sólo puede lograr que conflicto y crimen sean menos insoportables y mantener una esperanza de reparación. Que, por cierto, no es poco: es lo que cotidianamente reclamamos con la palabra “justicia”.

Ni las leyes nacen en un vacío social ajeno a la violencia originaria y al estatuto de las creencias ni deberían ser percibidas como meros instrumentos operados por legisladores externos, ajenos a la lógica de su reproducción, con el fin de reforzar o inhibir tendencias naturales de conducta. Sus diversos contenidos son efecto más o menos estable de acuerdos, consensos y aún imposiciones políticos; reflejan la contingencia histórica que los juegos retóricos de la ideología presentan como principios universales, expresándolos en términos de Verdad y Racionalidad.

5. Función dogmática, anudamiento de lo biológico, lo inconsciente y lo social.

Ya en la década de 1920 el gran jurista austríaco Hans Kelsen señaló la importancia de los aportes de Freud para la comprensión profunda de los temas jurídicos: la centralidad de la “ley del padre”, tanto para el discurso psicoanalítico cuanto para el jurídico y, posteriormente, el papel de las ficciones en la estructura normativa. No es actualmente discutible que no es posible interpretar la autoridad sin referirla al estatuto de la legalidad y, simultáneamente, al modo en que los sujetos se vinculan con la Ley. Ese enfoque atiende a lo que el estudioso francés Pierre Legendre (1930-….) ha denominado “función dogmática”, un instrumento conceptual que constituye, pre-cisamente, un esfuerzo hacia la integración de miradas provenientes de diversos ángulos y que hace centro en el lugar de anudamiento de lo biológico, lo social y lo inconsciente. Su resultante es un modo normativo, un decir acerca de la sumisión, servidumbre o como se prefiera caracterizarlo, en términos en que se ata a la legalidad.

Desde la Edad Media, receptora del derecho romano, esa legalidad es la que liga al soberano con el súbdito, mejor dicho, la que constituye al uno y al otro como tales, en términos de una cierta y asimétrica relación, en la que se oscurecen sus aspectos de violencia radical a través de la censura que la propia Ley instrumenta y se asegura su reproducción.

Es utilizando esa herramienta dialéctica, que conviene examinar los textos, su deriva, su organización en el gran Texto sin Sujeto del Occidente cristiano; operando de un modo análogo al proceder freudiano, que consiste principalmente en evitar tomar el discurso del sujeto al pié de la letra. Se descubre así, en la escala social, como esa “función dogmática”, revela las inseparables instancias de lo biológico, lo social y lo inconsciente, lo que subtiende a los textos de modo análogo a la dimensión inconsciente pasando por los intersiticios y ambigüedades del sujeto. En ese contexto lo jurídico puede ser mostrado como el Superyo de la Cultura: al dogmatismo de la paranoia, censurando lo real y al deseo por la tiranía del Superyo, ha respondido el dogmatismo de la ley social, absorbiendo lo real y el deseo en las categorías del mito fundante.

Así como el sujeto habla por cuenta de “la otra escena”, siempre ausente, así las instituciones jurídicas -e incluso el desarrollo científico- lo hacen por cuenta de algo no expresado. Si el conocimiento científico no progresa sino en la medida de su distanciamiento de la evidencia, no es menos cierto que ese co-nocimiento, tal como se moldeó en el mundo moderno, se constituye, a su vez, en evidencia, con su propia aptitud para esconder las cosas. Explorar otros saberes es, entonces, distanciarse de esas nuevas verdades autodemostradas propias de nuestra civilización industrial y comunicacional. La historia de Occidente es la historia de los montajes orientados a evitar que esos otros saberes puedan hacerse explícitos y muestren toda su radicalidad; y esos montajes, históricamente identificables como andamiajes jurídicos, reposan sobre la llamada concepción psicosomática que, en el Occidente cristiano, es la distinción entre alma y cuerpo. Sobre ella se afirma la permanentemente renovada operación de la censura, escuadrando los cuerpos, evacuándolos de los discursos éticos y cognoscitivos y reproduciéndose en la renovada asignación erótica al significante. Como lo expresa concisamente Legendre, es la sumisión, convertida en amor por la sumisión.

Hemos llegado al núcleo de la cuestión. La expresión “juridismo” resulta idónea para denominar a lo que puede caracterizarse como un credo de la modernidad, que comparte con la ciencia desde el uso de la palabra “leyes” para definir su organización discursiva hasta la reverencia generalizada; un credo ampliamente extendido, con sus textos sagrados, sus liturgias, sus sacerdotes y sus excomuniones. Su dispositivo dogmático incluye algunos de los postulados más fuertes de la tradición occidental y de la modernidad en que ella desemboca, como que los contratos deben ser cumplidos y la propiedad privada excluyente debe ser respetada. Heredó también el triunfo de la “paternidad romana”, con las consecuencias que de ello se derivan en lo concerniente a la organización de la familia, al papel de la mujer y a las cuestiones de la filiación y de la procreación, fuertemente afectadas por el impacto de la tecnología y convertidas hoy como nunca antes en temas políticos más que considerables.

Los vastos textos que en su deriva histórica, expresan ese juridis-mo, han constituido para el Occidente un orden asimilable al de una religión, su segunda Bibilia. Para decirlo breve y categóricamente: deviene razón escrita, es la razón humana hecha texto. Si en algún momento se lo dijo con extraordinaria claridad fue cuando en la Francia ilustrada y posrevolucionaria se acometía la gran tarea de la codificación. Escribiendo en 1804, el presidente de la comisión redactora, Jean Etienne de Portalis, lo deja asentado en estos términos: "El derecho es la razón universal, la suprema razón fundada en la naturaleza misma de las cosas….” .

Por otra parte, pari passu con los procesos de secularización, esa segunda Biblia, la Ley jurídica –nada menos que la razón humana hecha texto-, la ha desplazado, exaltándose al lugar central de ese anudamiento caracterizado como núcleo de la función dogmática. La Ley, para las creencias básicas del hombre moderno, instaurada para hacerlo nacer a la vida social atravesando el hecho biológico del alumbramiento, está para acompañarlo luego en el transcurso de esa vida, fijando los límites de la violencia y la locura y asegurando un cierto estatuto de la reproducción humana. Todo, en un mundo a la vez teatral y tecnológico, tanto de cara a la problemática de los sujetos involucrados cuanto en su dimensión política. Mundo en el que siempre prima alguna referencia mítica como lugar de la Referencia Absoluta.

En lo más profundo de la dogmática, las sociedades humanas rechazan y censuran y también alaban y exaltan; diseñan zonas de sombra, poniéndose a veces en el terreno de una “voluntad de ignorar”, que es la instancia de la censura, paradoja de la que se alimenta la modernidad. Esa voluntad negativa y negadora, ha ocupado, en la historia de los saberes occidentales, ha ocupado un lugar junto a la voluntad de saber que se expresa en el imperativo galileano. Paralelamente, así como se habla de voluntad de poder debería también hablarse de la voluntad de obedecer, que impide que aquella se concrete en la pura violencia. De esas contradicciones que, entretejiéndose, se implican en aspectos cruciales del malestar, se nutre la llamada servidumbre voluntaria. La que llega, incluso, a la obediencia devenida entrega total.

Puede, en este orden de cosas, hablarse del moderno espacio fundamentalmente teatral, donde las evidencias esconden tantas cosas y donde se olvida que la palabra es siempre “palabra instituida”. Las teorías y el recorte de los saberes, son exhibidores que escogen, muestran y sobretodo eliminan. Que no haya ámbito libre de su intrusión justifica que se las pueda detectar tanto en el orden de la burocracia cuanto en las manifestaciones artísticas de la teatralidad.

Todo ese decorado, sirve para tratar de ocultar el carácter de asignación erótica de nuestra relación con la Ley. Por eso la obedecemos, respondemos a su supremacía, que configura el postulado de que todos los emplazamientos, derechos individuales y posibilidades de actuación ante las magistraturas públicas, así como las atribuciones de estas últimas, provienen de lo establecido en el derecho positivo estatal. Y es también por eso que podemos intentar un esbozo de respuesta al enigma propuesto por Wilhelm Reich. Decimos que cumplimos con los dispositivos legales por convicción, por temor, por conveniencia, por honor, por imperativo de conciencia, porque la Ley es principio de orden y razón. Pero detrás de los discursos que expresan esos sentimientos, se deja percibir una asignación erótica al significante de la Ley. En su modo de expresarse, en su manera de recurrir a ella como la Referencia Absoluta de la modernidad, en el abordaje de su propio misterio, está el secreto individual e intransferible de nuestra relación con la Ley.

6. Tiranía y sumisión.

Cuando escribió su Discurso… Etienne de la Boétie no centraba sus reflexiones en el respeto del gran instrumento de la paz social. No era la obediencia al mensaje de la ley, a la vez autoritario y persuasivo, lo que convocaba sus reflexiones.
En el centro de éstas se encontraba el poder despótico. Desde la visión de nuestro tiempo diríamos, algo pleonásticamente, el ilegítimo poder de la ilegalidad.

Precisamente el enfrentamiento entre opuestos portadores de la voluntad de poder, la infinita violencia que ponían en marcha, el espectáculo de la sangrienta represión de la rebelión de las gabelas, pueden ser vistos como detonantes de su obra, como en buena medida lo son de su amigo Montaigne. Y no hay nada bueno en la tiranía, la figura del déspota benevolente es una auténtica imposibilidad. Acertó Goethe, siglos más tarde, cuando, en Egmont, consideraba al poderoso político como prisionero de lo demoníaco, que prevalece sobre la sensatez y la moral. En el poder veía el poeta al auténtico opuesto del amor, sentía que en él se aloja un pacto demoníaco, que lo arrastra a la embriaguez de lo ilimitado. El déspota benevolente no existe, no puede existir; es, a lo sumo, una mera hipótesis intelectual, a veces un simple engaño, tal vez la expresión inconsciente del deseo del amparo paterno o de los juegos misteriosos de la identificación.

La legalidad política se ha alimentado, históricamente y por paradojal que pueda parecer, de la tendencia del poderoso de sustituirse, en la constelación del amor político, al significante de la Ley. El déspota o quien quiere llegar a serlo, supone delirantemente que puede ubicarse en el lugar de ese significante y, al ponerlo perversamente al servicio de su deseo, ser él quien fije los límites de la racionalidad. Ello solo puede producirse mediante una movilización mítica de un significante político todopoderoso: la Patria, la Raza, la Sociedad sin Clases, capaz de concitar complejos emocionales de adhesión, más allá de los fríos balances de conveniencia. Adhesión que convoca al amor político en competencia con la Ley, de modo que el sistema que en ella se funda sea experimentado como la crisis que afecta a lo que es inútil o adverso al deseo de Ley . Es consentir su eclipse , ocultándola tras la militancia ideológica o la desideologización eficientista que, desde veredas opuestas, coinciden en el desprecio por lo institucional.

El caso extremo de esas crisis de la legalidad, el más intenso y violento, lo protagonizó el nazismo. Excitó el sueño de una comunidad cálida, contenedora e indestructible en reemplazo de la sociedad civil a la que declaró fríamente fundada en egoísmos individuales. Lo supuestamente perfecto en lugar de la imperfecta obra humana. Reemplazó al Estado de Derecho por la arbitrariedad del Führerstaat, a la norma por la decisión. Sustituyó la regulación impersonal por la orden desnuda que tiene destinatarios directos y demanda obediencia ciega. La Ley, el texto que nuestra cultura tiene como forma expresiva de la razón humana, por el imperio de un principio antropológico, demoliendo el estatuto de la filiación y consumando el quiebre del orden de la reproducción de la textualidad occidental. Estableció el lugar de producción de la nada, en escala y según método industriales, el campo de exterminio, estableciendo allí la negación absoluta de la ley y de la subjetividad que se le asocia. No hay en el vocabulario jurídico palabras que puedan denotar un estado de cosas que es su pura negación. Los ecos del paradigma del espanto, de esa inédita brutal agresión contra la condición humana siguen resonando.

El Conductor de voluntad omnímoda no es como el príncipe medieval "la ley que respira". Es la No Ley, que se muestra como el padre de la horda, el cabecilla aterrador, obedecido y adorado que decide. Se perdió el padre simbólico, la ley como reguladora del orden del lenguaje y del parentesco y se inauguró una nueva Kultur en la cual la tecnología hacía la parte de la modernidad en el complejo totalitario. Si la tecnología podía casar bien con semejante crisis de lo normativo es precisamente porque expresa a la racionalidad en su más estricta y despojada función instrumental.

El totalitarismo, la idea del Uno que es el Todo, excluye, como principio cardinal de su existencia, al orden y a la cultura de la legalidad. En palabras de un filósofo español contemporáneo, “…No hay principios legales ni morales, ya sean remotos o fundacionales que puedan restringir o contener la violencia organizada del propio movimiento; la política totalitaria, al encarnar sin intermediaciones la violencia matriz de la Historia, estaba llamada ‘por principio’ a recrear la realidad de acuerdo únicamente con el suprasentido ideológico como única fuente prescriptiva, por sobre la moral, por sobre el Derecho” . Ese suprasentido y la consiguiente abrogación de la legalidad constituye una sustracción conceptual y existencial de cuanto sea externo al marco definido por la supremacía racial y por la necesidad de conductor que experimenta la comunidad para el despliegue de sus energías creadoras.

La servidumbre voluntaria, cuando se desarrolla fuera de la acción gravitacional de la Ley del padre, deviene clave de arco del ejercicio más brutal y sangriento del poder. No es un sistema de locura, es la locura como sistema.

* Arnoldo Siperman es autor de LA LEY ROMANA Y EL MUNDO MODERNO, Juristas, científi-cos y una historia de la Verdad, Ed. Biblos, Buenos Aires, 2008.

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EDITORIAL DICIEMBRE 2020

Con-Texto | 26 diciembre, 2020

 Lectores de con-texto

                                                                                                     

"Nadie es la Patria, pero todos lo somos"

Jorge Luis Borges 

 

Hemos llegado al final de un año atípico, asediados por ineficaces y   jactanciosos dirigentes que disimularon su ignorancia  dictando cátedra acerca de un  virus  diminuto del que poco  sabían. Lo más fácil por las dudas era meter miedo para tenernos controlados.  La seguridad de los ignorantes -“un gobierno de científicos”- tuvo como resultado muchísimos muertos, una economía destruida, mucha gente con trastornos  psicológicos, niños y jóvenes perdieron un año de estudio, Congreso y Poder Judicial casi sin actividad, en fin,  la República en terapia intensiva.

Siempre vociferando a la cabeza del país, un pusilánime Presidente y una desprejuiciada Vicepresidente  -su socia-  que avanzan con prisa y sin pausa teniendo como única  meta sus objetivos personales. Impunidad y autocracia. Salvarse de las  causas por corrupción y  perpetuarse a través de algún delfín. Desde la cima del poder, suele ser defecto de algunos ignorar  a sus vasallos.  Sólo alcanzan a ver  los que se disputan  la primera fila y trabajan de  aplaudidores. Los muertos, los despojados del trabajo de toda una vida, los niños enloquecidos por el encierro y los ancianos que ven encogidos sus últimos años de vida sumidos en la tristeza de estar alejados de su afectos, están demasiado lejos para ser divisados.   

La furia y el miedo no son buenos compañeros de ruta. Vociferar hace que nadie escuche, por hartazgo o por desagrado, aunque siempre quedan los “sordos genuflexos” que se prosternan y acatan por fanatismo o por conveniencia. No debe  pasar  inadvertida la bajada de línea que llega  desde Roma corriendo tras el sueño de  “la Nación Católica” (y pobre), porque “bienaventurados los pobres”, a  ellos les será dado este reino devastado.  

Ya tocando el fin de año y cerca del comienzo de uno nuevo, no es provechoso soñar con un pasado  que recordamos mejor sino ponernos a crear  un futuro,  ya que mucho depende de nosotros estar alertas y activos dispuesto a oponer nuestra voluntad ciudadana ante los atropellos y la destrucción definitiva de nuestra tan valorada República

Argentinos, el 2021 tendrá que aprovecharse para estar en las primeras filas de la reconstrucción. Valorando el mérito, el esfuerzo, la decencia y recordándoles a los  que se postulen la importancia de la palabra empeñada.

Feliz comienzo de año!!!!

Diciembre de 2020

 

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EL DECLIVE ARGENTINO, UN CASO ÚNICO EN LA HISTORIA CONTEMPORÁNEA por Loris Zanatta*

Con-Texto | 22 diciembre, 2020

 

¿Cuándo se jodió la Argentina? ¿Por qué perdió el rumbo? ¿Cuándo y por qué comenzó a caer por la pendiente de la decadencia? La pregunta, lo sé, no es nueva ni original. Es más bien vieja y rancia. También está mal planteada. ¿De qué decadencia estamos hablando? ¿Económica, civil, institucional? ¿Moral? Quizás sea inútil: no hay una respuesta única, ni habrá consenso. Sin embargo, no hay forma de evitarla, la realidad la impone: el declive de la Argentina es un caso único en la historia contemporánea.

Medida en términos económicos, la decadencia se volvió evidente en la década de 1970, pero tenía raíces bien plantadas en la época peronista. Con ella terminó un largo ciclo de crecimiento sostenido, equilibrio macroeconómico, estabilidad cambiaria y comenzó otro de inflación crónica, deuda pública y estancamiento. La confianza en el comercio dio paso al mito de la autarquía. En retrospectiva, salta a la vista: el peronismo construyó su gloria distribuyendo lo que habían acumulado las generaciones anteriores; al hacerlo, secó las fuentes de la prosperidad. Hace tiempo que estoy convencido de ello, más aún después de leer La economía de Perón, libro recientemente coordinado por Roberto Cortés Conde.

Se dirá que el Estado, el gran Moloch que hoy todos vuelven a invocar, movía entonces los hilos de la economía en todas partes, que la Argentina no fue la excepción. Claro. Pero hay Estado y Estado. Cuando lo veo a Perón comparado con Roosevelt, un deporte bastante difundido, se me va el alma a los pies. ¿Ignorancia? ¿Mala fe? Comercio exterior nacionalizado, servicios públicos estatizados, monopolio del crédito, sindicato único, proteccionismo, dirigismo, corporativismo, planificación, clientelismo. ¿Sigo? ¡Lo que no inventan para esquivar el espejo! Más que el New Deal, verían reflejado el fascismo.

Pero olvídelo, no es ese el punto, no es la razón más profunda del declive de la Argentina. De ser así, habría bastado con cambiar el paradigma económico. Pero nada, los pilares ideológicos e institucionales de la economía peronista se han resistido a la evidencia de sus fracasos. Más: son compartidos por muchos que peronistas no son ni nunca lo serán. Mutatis mutandis, están todavía allí y ¡ay de tocarlos! ¿Habrá una razón?

El peronismo fue sobre todo la revancha de la Argentina católica contra la Argentina liberal, del terruño contra el cosmopolitismo, de lo rural contra lo urbano, del interior contra el puerto, de la herencia hispánica contra las influencias ilustradas. De paso, fue también el triunfo del cristianismo integralista y antimoderno sobre la esperanza de un "catolicismo razonable" abierto a la modernidad. No lo digo yo, lo gritaban a todo pulmón los protagonistas de la revolución peronista

Para comprenderlo, habrá que recordar el significado histórico del advenimiento del peronismo, a menudo perdido en la bruma del pasado, distorsionado por los manuales de historia. No fue tanto la transición de la política de unos pocos a la política de todos, de la agricultura a la industria, de la "oligarquía" al "pueblo". Hacía tiempo que las masas participaban, la industria progresaba, el Estado se expandía y entre el llamado pueblo y la llamada oligarquía crecían las clases medias. No, el peronismo fue sobre todo la revancha de la Argentina católica contra la Argentina liberal, del terruño contra el cosmopolitismo, de lo rural contra lo urbano, del interior contra el puerto, de la herencia hispánica contra las influencias ilustradas. De paso, fue también el triunfo del cristianismo integralista y antimoderno sobre la esperanza de un "catolicismo razonable" abierto a la modernidad. No lo digo yo, lo gritaban a todo pulmón los protagonistas de la revolución peronista.

¿Por qué es tan importante recordarlo? ¿Qué tiene que ver con la decadencia argentina? Veamos. Si la riqueza de las naciones debió tanto a la separación entre economía y teología, política y religión, ciencia y fe, es evidente que con el peronismo, brazo secular de la "nación católica", la teología colonizó la economía, la religión absorbió la política, la fe se impuso a la ciencia. Mientras que en los países más desarrollados la teología se convirtió en conciencia ética de la economía, en la Argentina la economía se doblegó frente a la teología, se convirtió en instrumento del Estado ético para moralizar al "pueblo". Precios y ganancias, impuestos e inversiones, libre comercio y propiedad privada fueron supeditados a la cruzada contra el "egoísmo" y el "individualismo", doblegados al imperativo de la "justicia social", el ave fénix siempre agitada y nunca encontrada por los gobiernos.

¿Resultado? Desde el nacional catolicismo de los 30 hasta la teología del pueblo de los 80, pasando por el tercermundismo de los 60, el pauperismo cristiano se convirtió en emblema de "argentinidad", corazón del "ser nacional", levadura de la "cultura" del "pueblo". ¿Los mercaderes? ¡Jesús los había echado del templo! ¿La finanza? Estiércol del diablo. ¿La libre empresa? Sospechosa. La "nación católica", habría dicho Antonio Gramsci, goza de una sólida hegemonía. Vender, comprar, ganar se han vuelto verbos inmundos, impulsos inmorales, actividades impropias. Los enemigos del comercio han triunfado, su hacha moralista ha cortado las raíces de la prosperidad, fuente primordial del pecado. Y mientras los "pobres" ascendían al arquetipo de pureza y nacionalidad, a buen salvaje que el buen revolucionario se comprometía a salvar de la civilización, el estigma recaía sobre los demás: clases coloniales, ajenas al "sentir del pueblo".

Quien sufrió las consecuencias fue la burguesía, la que en otros lugares había sido el silencioso motor de las innovaciones científicas, los avances tecnológicos, las revoluciones comerciales. No tanto la burguesía como clase social, sino sus valores: la mentalidad secular, la autonomía individual, la confianza en el progreso, el espíritu innovador, la libertad de empresa, la aspiración al ascenso social, la inversión en el esfuerzo y en talento. ¿Podría la "nación católica" no ir a buscar su cabellera? ¡La burguesía era a sus ojos el vehículo de los "vicios" que desfiguraban la "identidad" de la nación y contaminaban la inocencia del "pueblo"! ¡Era el caballo de Troya de las "ideas extranjeras"! El peronismo la decapitó de raíz. En su lugar, protegida del progreso y de la competencia, de la historia y del pecado, la nueva clase dirigente alistó clientes del Estado, advenedizos del oportunismo político, rentistas de la lealtad al "pueblo". Moraleja: peronistas, nacionalistas, marxistas, católicos, militares, ¡la historia argentina está llena de enemigos de la burguesía! La han derrotado una, diez, cien veces. Que disfruten el triunfo.

 

 

*Historiador Profesor en la Universidad de Bolonia

 

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LA MUJER EN LA REVOLUCIÓN MEXICANA Por  Mario A. Torres D*

Con-Texto | 20 diciembre, 2020

Wall Street International

La importancia de la mujer ha sido ignorada en los grandes acontecimientos mundiales durante muchos siglos y la Revolución Mexicana no fue una excepción.

¡Éntrele y la que tenga miedo que se quede a cocer frijoles!- Adela Velarde Pérez

El papel y la importancia de la mujer han sido ignorados en los grandes acontecimientos mundiales durante muchos siglos y la Revolución Mexicana no fue una excepción. Muchas mujeres que combatieron mano a mano con los hombres tuvieron que cambiarse el sexo para poder pelear en los más de diez años que duró el conflicto armado en México, el cual comenzó oficialmente el 20 de noviembre de 1910. Esta guerra, sin embargo, se inició mucho antes. Desde fines del siglo XVIII, las mujeres participaron en las luchas sociales, con artículos de prensa, agitaciones callejeras, huelgas y acciones en contra del dictador Porfirio Díaz Mori (1830-1915), personaje controvertido que se instaló en el poder por 35 años y siete períodos consecutivos. En esta etapa, llamada porfiriato, el clero y un pequeño grupo regía la vida política y económica en México. Las mujeres, de distintos orígenes sociales, tuvieron un papel destacado en las luchas contra la dictadura, pero la historia las olvidó. Por eso, cuando hablamos de la Revolución Mexicana, se nos viene a la cabeza Villa, Zapata, Madero, Carranza, pero muy pocas referencias a las mujeres durante este conflicto armado. En el Diccionario histórico y biográfico de la Revolución Mexicana, donde se deberían recopilar todos los acontecimientos de la época, solo dos mil mujeres cuentan con espacios para sus biografías.

Durante el porfiriato, las mujeres debían cumplir la labor que les correspondía según los cánones dominantes: casarse virgen; luego, esposa virtuosa y señora de casa, todo condimentado con la culpabilidad religiosa. El dictador Díaz y la iglesia instauraron un curioso ritual de Año Nuevo. Después de la cena, las mujeres de clase alta se arrodillaban sumisas frente a su marido y pedían perdón por los descuidos y errores cometidos durante el año. Los esposos, casi todos con amantes, otorgaban la misericordia y las mandaban a misa. Pero en ese mismo período (y antes), muchas mujeres luchaban desde la trinchera intelectual, sindical y militar para derrocar al autócrata que había convertido a México en la catedral del patriarcado y la miseria.

Se hace necesario un pequeño resumen de los acontecimientos (para mayores detalles, leer: «Revolución Mexicana»). A finales de mayo, en 1911, después de feroces luchas, renuncia Porfirio Díaz y se exilia en Francia, cargado de oro y dólares. Francisco I. Madero (1873-1913) fue proclamado presidente constitucional en un gobierno inestable y frágil. Fue traicionado y asesinado por su general de confianza, Victoriano Huerta (1850-1916) quien da un golpe de estado y se instala en el gobierno por un año, disolviendo el Congreso, eliminando a varios diputados. Lo sucedió interinamente Francisco Carvajal, hasta que llegó al poder Venustiano Carranza (1859-1920), uno de los líderes revolucionarios que, como otros, desobedeció las órdenes del país del norte y fue asesinado el 21 de mayo de 1920. En este candente período, las mujeres cumplían sus labores habituales, simultáneamente luchaban por una república federal y por sus derechos. Hay que considerar que los líderes revolucionarios realizaron un combate heroico para establecer la república, pero adolecían del atávico machismo que trajo la iglesia a las colonias. Villa no aceptaba mujeres en el campo de batalla, Zapata era más abierto a la incorporación de soldadas dentro de sus tropas, pero Venustiano Carranza fue más lejos y emitió en 1916, la Circular N° 78 que estipulaba que los grados alcanzados por las mujeres en la guerra fueran desconocidos por la Secretaría de Guerra y Marina: «Se declaran nulos todos los nombramientos militares expedidos a favor de señoras y señoritas, cualesquiera que hayan sido los servicios que estas hayan prestado», aun cuando muchas de ellas continuaron peleando en los distintos ejércitos rebeldes más allá de ese año. Cuando ya no se las necesitó, se desconoció su participación militar y quedaron en el olvido.

Ellas contribuyeron de muchas formas en la Revolución. Unas, como Margarita Neri, Elisa Griensen Zambrano, Encarnación Mares y la coronela María Quinteros de Meros lucharon en el mismísimo frente. Otras, como Juana Belén Gutiérrez de Mendoza, Edith O’Shaughnessy, Hermila Galindo y Alma Reed tuvieron más éxito como periodistas, defendiendo los derechos de la mujer, divulgando batallas y presentando una imagen positiva de la Revolución en el extranjero.

En una sociedad altamente clasista, la mujer luchó desde sus diversos estratos socioeconómicos: «Las Propagandistas» pertenecían a una clase media urbana, profesoras, estudiantes y enfermeras; «Las Sindicalistas», de las clases más acomodadas, se unieron a clubes liberales o formaron sus propias organizaciones antidictatoriales; «Las Conspiradoras» servían como emisarias, espías y contrabandistas de armas. Estas últimas, damas de sociedad, ocultaban pistolas, granadas y pólvora debajo de sus amplias faldas que ningún soldado se atrevía a examinar y, finalmente, las mujeres del campo que acompañaban a sus maridos en las campañas militares no solo eran enfermeras, cocineras, sino que muchas de ellas eran agentes que se infiltraban en las filas federales como prostitutas o vendedoras de alimentos. Otras, «Las Adelitas», «Las Soldaderas», cuyo slogan era: «¡Órale! Éntrele y la que tenga miedo que se quede a cocer frijoles!» tomaron las armas y combatían al lado de los hombres. Eran campesinas o mujeres de sectores urbanos más pobres, generalmente mestizas e indígenas, que llevaron sus escasas pertenencias a los escenarios bélicos para continuar con sus labores domésticas, pero, más tarde, se enrolaron en los ejércitos como combatientes.

En resumen, es muy largo mencionar a todas las mujeres que activamente participaron activamente en la guerra para consolidar la actual República Mexicana, pero algunos ejemplos darán una imagen de estas luchadoras.

Adela Velarde Pérez (1900-1971), conocida por los corridos de la revolución, era hija de un comerciante adinerado de Ciudad Juárez y su vocación era la medicina. En 1915, se incorporó a la Asociación Mexicana de la Cruz Blanca Neutral, creada por la feminista Elena Arizmendi Mejía (1884-1949) ya que la Cruz Roja, por órdenes de Díaz, se negaba a atender a los revolucionarios heridos. Adela trabajó inicialmente como enfermera y, luego, tomó las armas formando el grupo «Las Adelitas». Quedó como canción, pero olvidada en la historia. Recién en 1962, se le reconoció como veterana de la Revolución. Murió en la más completa miseria en los Estados Unidos.

Valentina Ramírez Avitia (1893-1979) nació en el pueblo El Norotal, Durango; llamada la «leona de Norotal», fue una valiente guerrera que luchó junto con las tropas maderistas. A los 17 años, se vistió de hombre y se hacía llamar Juan Ramírez; se aprovisionó de una carabina 30-30, cartucheras en el pecho y una cinta tricolor que ocultaba sus trenzas. Los que sabían de su sexo, se le acercaban seductores: «Oye chula…», ella respondía «¿Le hablas a esta? Porque se llama chula», en tanto acariciaba su revólver. En menos de un año alcanzó el grado de teniente. Los últimos años de su vida los vivió pidiendo dinero en el mercado de Novolato. A los 86 años muere sola y abandonada al incendiarse su casa y sus restos están en una fosa común del cementerio civil de Culiacán.

Carmen Serdán Alatriste (1875-1948) fue hermana de célebres revolucionarios y una valiosa participante en la campaña antirreeleccionista maderista en el estado de Puebla. Colaboró en las páginas de El Hijo del Ahuizote y del Diario del Hogar, revistas feministas de la época. Su casa sufrió los ataques del ejército federal y la policía estatal el 18 de noviembre de 1910. Fusil en mano, salió al balcón para incitar al pueblo a unirse a la lucha antirreeleccionista, acto en el que salió herida. En el operativo militar su hermano Aquiles murió y ella, junto con su madre y cuñada, fueron conducidas a la cárcel de La Merced. Carmen Serdán estuvo a cargo de la logística del movimiento revolucionario, utilizando el seudónimo de Marcos Serrato y se encargó de los preparativos de guerra y de difundir el Plan de San Luis, que señalaba los pasos a seguir en el levantamiento armado.

María Quinteras de Merás fue coronela, una de las pocas mujeres en ganarse el respeto de Pancho Villa. Esta soldadera demostró sus cualidades militares en las diez batallas en las que luchó durante los tres años que permaneció en el ejército villista, de 1910 a 1913. Al igual que la teniente Mares de Cárdenas, Quinteras de Merás también se vestía como los hombres, con uniformes color caqui, cananas y un rifle máuser.

Juana Belén Gutiérrez (1875-1942) fue una profesora, periodista, anarquista, feminista, sufragista y activista del magonismo y zapatismo, además del movimiento por los derechos de las mujeres. Editó y dirigió el periódico Vésper (1901) y El Desmonte (1919), además de colaborar en el Diario del Hogar, El hijo del Ahuizote y Excélsior. Escribió literatura feminista radical contra el catolicismo, la corrupción política, y las injusticias sociales durante el porfiriato. Díaz la encarceló en varias ocasiones. Perteneció al grupo de mujeres e intelectuales que fundaron varias organizaciones feministas, entre ellas el Consejo Nacional para las Mujeres junto con Elena Torres, Evelyn T. Roy, Thoberg de Haberman, María del Refugio García y Estela Carrasco; ocupó la presidencia en esta organización. Además, participó del Frente Único Pro-Derechos de la Mujer, donde destacaría como una de sus activistas más influyentes. Estuvo presa durante tres años en San Juan de Ulúa, junto con Dolores Jiménez, María Dolores Malvaes y Elisa Acuña. Con el ejército de Zapata, alcanzó el grado de coronela y mandó fusilar a uno de sus hombres por violar a una mujer del regimiento: «Bajo mi mando, ninguna mujer será abusada. Si hay infractores, los pasaré por el fusil». Murió a los 67 años y su hija tuvo que vender la máquina de escribir para pagar el entierro.

Amelio Robles Ávila (1889-1984) fue un coronel mexicano que participó en la Revolución y se considera la primera persona transgénero en México cuyo cambio de género fue reconocido institucionalmente. Era de dominio público que nació mujer, pero en el ejército estuvo registrado como hombre y asumió su nueva identidad toda la vida. Se casó con Ángela Torres, su pareja, con la que crio a su única hija adoptiva, Regula Robles Torres.

Dolores Jiménez y Muro (1848–1925) fue una socialista y activista política de Aguascalientes. El presidente Díaz, y más tarde Huerta, la encarcelaron en numerosas ocasiones, por su trabajo en numerosas publicaciones de izquierda, incluyendo La Mujer Mexicana, en donde era miembro de la redacción. Ella también abogaba por la descentralización del sistema educativo, un salario justo y equitativo para todos los trabajadores, acceso a vivienda barata y garantías para las poblaciones indígenas. Al conocer sus ideas, Zapata le pidió ayuda para su causa y, en 1913, Dolores se unió al líder revolucionario en Morelos, permaneciendo allí hasta que este fue asesinado en 1919.

Margarita Neri fue una de las pocas mujeres con nombre propio en la Revolución. Nacida en Quintana Roo en 1865, Neri había sido una hacendada antes de la Revolución. Después de ser abandonada por los hombres durante el conflicto, Neri levantó su propio ejército, unos 200 hombres al principio, pero que aumentó a 1,000 en solo dos meses. Sus hombres la seguían porque cabalgaba y disparaba tan bien como cualquiera de ellos. Condujo a sus tropas por Tabasco y Chiapas en campañas de saqueo, asustando de tal manera al gobernador de Guerrero que este huyó en una caja de embalaje al enterarse de que Neri estaba por llegar a la zona. Finalmente, fue ejecutada, pero quién dio la orden y dónde tuvo lugar, sigue siendo un misterio.

Petra Herrera (1887-1916) se tuvo que vestir de hombre para ser aceptada en las tropas de Villa y, con el seudónimo de Pedro Herrera, participó activamente en muchas batallas de la Revolución Mexicana en las que sobresalió como estratega. Muy pronto, sus aptitudes destacaron entre sus compañeros, pues Petra formó un ejército de casi 400 mujeres, que jugaron un papel muy importante en la batalla de la Toma de Torreón, en 1914. A pesar de su contribución, nunca ha sido oficialmente reconocida, se dice que el propio Villa ocultó su participación y no le dio el crédito que merecía al descubrir que una hembra había resultado victoriosa en dicho enfrentamiento. Herrera decidió abandonar las filas del general Villa y crear su propia tropa, conformada exclusivamente por soldaderas. El número de integrantes varía considerablemente según las versiones, que van desde veinticinco hasta mil. Durante ese tiempo, solicitó ser ascendida al rango de general y permanecer en el servicio militar, lo cual le fue negado pese a sus notables habilidades en el campo de batalla. Sin embargo, sí se le otorgó cierto reconocimiento al ser ascendida al puesto de coronel. Tiempo después, su ejército femenino fue disuelto por órdenes superiores y Petra Herrera terminó trabajando como espía, bajo el disfraz de moza en una cantina en el estado de Chihuahua. Una noche, un grupo de bandoleros en estado de ebriedad, la insultaron y dispararon. Murió a consecuencia de las heridas que se infectaron.

Como diría Rosa Luxemburgo: «Quien no se mueve, no siente las cadenas» y las mexicanas siguieron agitándose: del 13 al 16 de enero de 1916, se realizó en Mérida el Primer Congreso Feminista de Yucatán que reunió a 700 insurgentes republicanas, promovido por Elvia Carrillo Puerto (1878-1968), líder feminista, política y sufragista, llamada la «Monja Roja del Mayab», miembro del Partido Socialista del Sureste que, en 1910 participó como espía y correo en la rebelión armada contra el gobernador de Yucatán y, junto con su hermano Felipe, fueron conspiradores en aquel movimiento, que vino a conocerse como «primera chispa de la Revolución Mexicana». Curiosamente, recién en 1952, la Cámara de Diputados reconoció a Elvia como Veterana de la Revolución Mexicana y, un año más tarde, las mujeres obtuvieron el derecho a voto en México. El Congreso Feminista de Yucatán, obtuvo resultados muy concretos como el derecho a la administración de bienes, la tutela de los hijos y salario igual a trabajo igual, demandas que fueron incorporadas a la legislación y plasmadas en leyes: Ley del Divorcio con Disolución de Vínculo, Ley Sobre Relaciones Familiares y la Ley del Matrimonio. Finalmente, el 5 de febrero de 1917, fue promulgada la Constitución Mexicana donde se incluían las demandas de la mujer. En el Congreso Socialista de Motul, Yucatán, en 1918, se planteó de la doble explotación de la mujer en el trabajo y el hogar, se demanda el sufragio femenino. A fines del mismo año, apareció en Guadalajara, bajo el lema «Por la liberación de la mujer», el periódico Iconoclasta, dirigido por las profesoras anarquistas Trinidad Hernández Cambre y Ana Berta Romero, ambas dirigentes del Centro Radical Femenino y, así, en muchos estados del país se encendió la llama de los derechos de la mujer.

El camino no fue fácil. Al finalizar el siglo XIX había una presencia activa de la mujer en la prensa antiporfirista y resulta evidente que hubo miles de mujeres que no solo acompañaban a sus maridos en la guerrilla, sino también combatientes activas, muchas con grados militares de importancia y, simultáneamente, hubo otras que lucharon por avanzar en el ejercicio democrático del voto para favorecer a la población femenina marginada, en tanto no se les reconocía capacidad alguna para conocer y discernir en materia política. Fueron ellas las que prepararon el terreno para que, cuarenta años después, la mujer mexicana empezara a tener una participación activa en legislar como cualquier hombre.

                                                                                                                                                                                                                                  Dic 15 2020

 

———————

* Mario Alejandro Torres D. (Santiago, 2 de diciembre de 1950) Economista y sociólogo chileno-croata. Actualmente reside en la Riviera Maya, México, donde representa a la Sociedad de Escritores de Chile. Graduado en Economía en Zagreb y  más tarde en Sociología en la Universidad Católica de Chile. Al término de los estudios en la antigua Yugoslavia, vivió en Roma, Mozambique e India. Después de 14 años en el extranjero, regresa a Chile y crea una editorial de revistas especializadas (Mercado Moderno,  FerMarket, RayClub entre otras). Participa en varias antologías literarias en Chile y Croacia.

 

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LA OPOSICION EN SU LABERINTO por Jorge Ossona*

Con-Texto | 20 diciembre, 2020

La coyuntura de la hora requiere de una oposición sólida y organizada.  Cuenta a su favor con el resultado de la última elección en la que casi la mitad de la ciudadanía reafirmo su voluntad republicana  pese a la disconformidad con la gestión económica del macrismo. El “banderazo” del 20 de junio fue más allá: reconstituyo el cimiento social de la coalición que derroto al kirchnerismo en 2015 recortada en 2019.

Sin embargo, la Argentina exhibe un cuadro paradojal. La mayoría de los votantes de Juntos por el Cambio imaginó  hace unos meses que el resultado de la elección daba  por sentado que la alianza permanecería en guardia más allá de los naturales realineamientos y recomposiciones internas. No fue así, corriéndose el riesgo de repetir el penoso derrotero de los oficialismos transformados en oposición desde la instauración de la democracia de masas en 1912. Recorramos brevemente algunas coyunturas cruciales.

En 1916, la ajustada victoria de Hipólito Yrigoyen debida en no poco a la división del oficialismo conservador hizo suponer  que este habría por fin organizarse como un partido político  consagrando el sueño del Presidente Roque Sáenz Peña de una nueva alternancia  entre fuerzas partidarias competitivas. Sin embargo, el viejo conservadurismo se recluyo en sus terruños provinciales  poniendo al descubierto su naturaleza primigenia: una federación de fuerzas locales encolumnadas y disciplinadas por el férreo presidencialismo de nuestra Constitución.

El astuto “apóstol de la reparación histórica” no dudo en echar mano a la reedición de los vicios del antiguo régimen que no se había cansado de denunciar. En 1918 intervino a la estratégica provincia de Buenos Aires convirtiendo a su “movimiento” en una fuerza de vocación hegemónica que preservó, más allá de las viscitudes históricas, su carácter mayoritario  durante los treinta años siguientes. En 1946, todas las fuerzas políticas tradicionales –incluyendo a la “intransigente” UCR- configuraron el recurrentemente postergado  frente democrático antifascista que desde 1937 aspiraba a derrotar al oficialismo neoconservador poniendo una barrera a sus exponentes tentados por los totalitarismos europeos.

 El candidato del régimen militar instaurado en 1943, coronel Juan Perón, se impuso por un margen ajustado. Pero la Unión Democrática se disolvió inmediatamente. El peronismo reedito las prácticas cooptativas del yrigoyenismo en las provincias al tiempo que la alianza corporativa en la que se sustentaba lo fue convirtiendo en un nuevo movimiento de vocación hegemónica. El radicalismo se redujo a menos de la tercera parte  del electorado como se comprobó en los comicios nacionales de 1951, 1954 y 1973. Así, hasta que Raúl Alfonsín en 1983 derrotó a la supremacía peronista obteniendo más de la mitad del electorado que, no obstante, le reservó al justicialismo el 40% y el control de la mayoría de las provincias y del senado.

Por entonces, todo hacía pensar que el peronismo no habría de superar el trauma de haber perdido su mayoría “natural”; y que dado el influjo del tercer caudillo de masas del siglo XX habría de transitar el camino de los conservadores en 1916. No fue así porque tal fue el éxito cultural del alfonsinismo que dos años después, el justicialismo comenzó a transitar también el camino de su  metamorfosis en un moderno partido territorial. Derrotó al radicalismo en las legislativas de 1987 y recuperó el gobierno en 1989 de la mano de Carlos Menem, un dirigente que sintetizó a la renovación de los 80 con la vieja ortodoxia verticalista.

Su éxito en estabilizar la economía en medio de la hiperinflación e inaugurar una nueva etapa de crecimiento redujo al radicalismo a su caudal entre 1946 y 1983. Sin embargo, ello se compensó por la fuerza moral del liderazgo de Alfonsín convertido en virtual jefe de la oposición y garante del sistema. En 1994 habilitó la reforma constitucional que venía propulsando desde los 80 y comenzó a pergeñar una vasta coalición que derroto al justicialismo en las legislativas de 1997 y en las nacionales de 1999. Pero para entonces, las maquinarias partidarias protagonistas de la democracia inaugurada en 1983 lucían exhaustas. Su descomposición se tornó nítida tras la crisis de 2001 que arraso a la alianza progresista fundada en 1997.

La coalición peronista-radical presidida por el senador Eduardo Duhalde con el apoyo de Alfonsín sacó al país de la depresión económica pero exhibió la ruina de los partidos históricos. El peronismo se redujo a una liga de poderes territoriales que recordaba a la del viejo conservadorismo mientras que el radicalismo oficial se redujo a niveles electorales ínfimos, compensados por el influjo de líderes despedidos de su estructura como la alemnista Elisa Carrió y el alvearista Ricardo López Murphy. Todos sumados confirmaban la vigencia de ese espacio histórico republicano aunque políticamente desarticulado. Otro tanto ocurrió con el peronismo que prohijó en una experiencia parricida y refundadora de todo el sistema, incluyendo al viejo movimiento fundado por Perón.

Las grandes colectividades históricas fueron sustituidas por una suspensión de fragmentos solo capaces de componer endebles coaliciones. El kirchnerismo basculó entre la recreación de un nuevo sistema bipartidista de alternancias y una vocación hegemónica  y refundacional que afirmo luego de 2008. Pero fracasó en recomponer un movimiento de larga duración como los de Yrigoyen y Perón. En 2007, su candidata Cristina Fernández de Kirchner obtuvo en plena fiebre reactivadora de la economía un 47 % de los votos. El 54% de 2011 fue  solo el producto de una coyuntura que se desvaneció dos años más tarde.

La dispersión pudo haber sentado las bases de grandes consensos  de fuste para sacar al país de su postración. No fue así porque el kirchnerismo cristinista reincidió desde 2011 en la vieja voluntad  regeneradora cuya contracara fue la oposición social que desde 2008 le impuso un límite de hierro corroborado por sus sucesivas derrotas en 2009, 2013,2015 y 2017. Su retorno en 2019 fue posible merced a una exótica arquitectura bicéfala inédita y de final abierto. La reimplantación del estado de emergencia le devolvió al Poder Ejecutivo facultades de excepción que, acentuadas durante la actual cuarentena, no ha hecho más que confirmar sus reflejos autoritarios.

No es poco lo que está en juego. De imponerse terminantemente el oficialismo en las próximas elecciones irá por aquello que la rebelión interna en 2013 abortó: una reforma constitucional que cimente el nuevo e incognito “contrato social” de contenidos con toda seguridad antirrepublicanos y perpetuacionistas. Ninguna novedad en una república cuyo sistema político falló una y otra vez en definir un régimen de sucesiones previsibles a lo largo de su historia.  Las secuelas sociales y económicas de la modalidad de cuarentena adoptada generarán, asimismo, estragos de muy difícil gobernabilidad que estimularan tentaciones autoritarias. Tampoco está claro, de continuar la pandemia, el formato de las elecciones del año próximo.

De ahí, la necesidad de una oposición fuerte que organice equipos dotados de las mejores inteligencias para salir de una coyuntura sin precedentes y acometa la urgente resolución de las trabas estructurales de nuestro desarrollo. Su postergación incuba otro riesgo: el de la reedición de una alianza de emergencia que de llegar al poder reincida en las improvisaciones erráticas de 1999 y 2015. Otra fuente de la perpetuación del frustrante corsi e ricorsi de una decadencia que no ha hecho más que destruir los sueños y las esperanzas de sucesivas generaciones de argentinos. Particularmente de nuestros mejores jóvenes tentados a recorrer el camino inverso de sus ascendientes.  

*Historiador, miembro del Club Político Argentino

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EL TERRORISMO DE ESTADO. por Fernando Ayala*

Con-Texto | 8 diciembre, 2020

El pasado 27 de noviembre fue asesinado en un suburbio de Teherán, el jefe del programa nuclear iraní, Mohsen Fakhrizaden, a quien dos años atrás el Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, había sindicado como jefe del programa nuclear de ese país.  El gobierno Jerusalén se negó a admitir o negar su participación en el asesinato, pero es el sexto científico iraní asesinado en los últimos años.  

El 3 de enero pasado, en Bagdad, Estados Unidos asesinó al general Qasem Soleiman, quien era el jefe máximo de la Guardia Revolucionaria de Irán. El Departamento de Estado explicó que fue el presidente Donald Trump quien dirigió el ataque que tuvo como finalidad “proteger al personal estadounidense en el extranjero”. 

Irán tiene una larga lista de crímenes de los que ha sido acusado, siendo el más dramático el ocurrido en Buenos Aires, en la sede de la Asociación Mutual Israelita en Argentina (AMIA) que costó la vida a 85 personas.

El exgobierno libio, que encabezó Muamar Gadafi, fue responsable del atentado al avión de Pan Am, en 1991, que cobró la vida a 270 personas.  

Rusia ha sido acusada de eliminar a opositores en el país y en extranjero, como fue el caso del exagente de los servicios de espionaje, Alexander Litvinenko, envenenado en el Reino Unido, en 2006.  

En 1985, el servicio secreto francés, bajo el gobierno que presidía Francois Miterrand, fue el responsable de poner una bomba en el barco de Greenpeace, que se oponía a los ensayos nucleares en el Pacífico sur, dejando un muerto, el fotógrafo portugués Fernando Pereira.

Un grupo terrorista de exiliados cubanos, con sede en Miami, dirigido por un exagente de la CIA y tolerados por Washington, fue el responsable de poner la bomba en el avión de Cubana de Aviación y que costó la vida a 73 personas en 1976. 

En América Latina, la historia del terrorismo de Estado da para escribir cientos de libros. Los casos de las dictaduras cívico-militares en República Dominicana, Haití, Nicaragua, Paraguay, Brasil, Uruguay, Argentina, Bolivia y Chile, por nombrar algunas, han hecho reescribir parte del derecho internacional, en espacial en todo lo relativo a los derechos humanos.  

Los chilenos conocemos bien lo que es el terrorismo de Estado. Lo vivimos y sufrimos durante los 17 años de la dictadura cívico-militar que encabezó Augusto Pinochet.  Todo el poder, utilizando a las fuerzas armadas y la cooperación de numerosos civiles, desataron una persecución inédita en la historia del país, que no respetó ni ancianos, ni mujeres embarazadas, ni niños.  Tampoco la soberanía de otros países, atentando y asesinando a chilenos y extranjeros en Buenos Aires, Roma y Washington.

No existe una definición única de terrorismo de Estado, pero se entiende que es el uso ilegítimo de la fuerza por parte de un gobierno para atemorizar a quienes considera enemigos, pudiendo ser nacionales de su propio país o de un país extranjero.  Al asesinato podemos agregar el desaparecimiento forzado, el secuestro, la tortura, la persecución y ejecuciones extrajudiciales, entre otras formas de violación de derechos humanos. Estas son llevadas a cabo en regímenes dictatoriales o estados democráticos, donde grupos armados operan a través de redes clandestinas, con recursos públicos y la complicidad de los gobernantes.

El gobierno que preside Hasan Rohani y el guía supremo de Irán, el ayatolá, Ali Jamenei, no tardaron un minuto en responsabilizar al gobierno de Israel por el ataque, que ocurre pocos días después que la fuerza aérea bombardeara instalaciones iraníes en Siria, dejando al menos 10 víctimas.  Indicaron que el asesinato del científico no quedará sin respuesta, como tampoco frenará su programa nuclear.

El atentado se efectuó pocos días después de la gira de despedida del secretario de Estado estadounidense, Mike Pompeo, quien visitó Israel, Qatar, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Este último país estableció relaciones diplomáticas con Israel lo que se considera un logro más de la administración Trump en beneficio del gobierno de Jerusalén.  Además, se concretó la venta por 23 mil millones de dólares en armas, incluyendo 50 aviones de combate F-35, a EAU.

Otra de las joyas geopolíticas en la región, fue el encuentro “secreto” entre el primer ministro, Benjamín Netayahu y el príncipe heredero del reino de Arabia Saudita, Mohamed Bin Salmán, donde también participó Pompeo. Los tres países tienen como enemigo jurado a Irán, y buscan que no se vaya a reactivar el acuerdo nuclear firmado por los países europeos y del cual se retiró Estados Unidos, apenas asumió el gobierno del presidente Trump. 

Por su parte Irán, niega el derecho a la existencia del estado de Israel, pese a que ambos países sostuvieron una estrecha relación de cooperación técnica y militar hasta el derrocamiento del Shah Reza Pahlevi, en 1979, año en que Teherán anuló todos los acuerdos.  Durante la guerra de Irán con Irak, (1980-1988) Israel entregó ayuda militar a Teherán y este país agradeció entregando información de inteligencia, que permitió a la aviación israelí destruir un reactor nuclear donde se pretendía construir una bomba atómica. 

Israel, al igual que los Estados Unidos, ha expresado que no está dispuesto a aceptar que Irán desarrolle armas nucleares. Tampoco Washington, que ha dicho lo mismo de Corea del Norte, pero con menos vehemencia. Cuando Pakistán y la India preparaban sus bombas atómicas hubo duras condenas, pero una vez que las tuvieron, rápidamente las sanciones fueron olvidadas y hoy son parte del exclusivo club de países.  En un futuro, tal vez no tan lejano, podría suceder lo mismo con Irán o Corea del Norte.  Nadie está dispuesto a iniciar una guerra con quien está en posesión de armas nucleares. 

El terrorismo es un asunto grave, un crimen injustificable donde la mayoría de las veces mueren inocentes. El terrorismo de Estado lo es igual y debe ser condenado, pero ¿sucede aquello?  ¿Qué ocurre con los organismos internacionales y con Naciones Unidas, en particular?  ¿Porqué los países callan?  La respuesta es más bien simple. Todo está en relación con el cálculo de intereses, balances estratégicos y juego de poder de las grandes potencias especialmente.  Los países pequeños solo pueden observar sin espacio alguno para hacer oír su voz.  Lo grave es la aceptación implícita de esta práctica que llama a las represalias y donde, otra vez, muchas veces son personas inocentes las que pagan el precio.

                                                                                  Diciembre 3, 2020

 

*Diplomático chileno

 

 

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ALBINÍSIMAS  por Albino Gómez*

Con-Texto | 8 diciembre, 2020

 Allí donde el mando es codiciado y disputado no puede haber buen gobierno ni reinará la concordia.

                                Platón

 

Humberto Maturana dijo que Franz de Wall publicó a principios de los años 80, un libro titulado “Política Chimpancé”. Y que dicho libro fue el resultado  de un cuidadoso y prolongado etudio de una comunidad de chimpancés de alrededor de 25 individuos: infantes, jóvenes y adultos, machos y hembras, en un gran zoológico en Arheim, Holanda. lo que el autor mostró  en dicho libro fue que las relaciones interindividuales en esa comunidad de chimpancés, se centraban en una contínua dinámica  de dominación y sometimiento. Más aún: que los chimpancés, ya fuese en las grandes áreas de esa colonia cautiva, o en el estado silvestre, instrumentabilizaban  sus relaciones haciendo  de ellas un juego de roles en esa contínua dinámica de dominación y sometimiento. Es decir, que el tono emotivo fundamental en que trancurría  la vida de los grupos de chimnpancés, era la desconfianza  y la manipulación de las relaciones. ¿Y nosotros,  hemos realmente evolucionado tanto?

 

Cada día creo menos en la “objetividad” aunque yo mismo ponga toda mi intención en cumplirla. Pero quiera o no, de mi enorme subjetividad ¿cómo pretender que pueda ser objetivo?

 

Yo siempre aprecié a mis enemigos, porque no dudo  de su sinceridad y de estar atentos a lo que hago o dejo de hacer. Es decir, que están pendientes de mí. Con un mirada obviamente muy sesgada. El dalai lama dice: nuestros enemigos son los maestros más preciosos. Esto no sólo es una enseñanza budista fundamental, sino un hecho comprobado en la vida. Mientras que los amigos  nos pueden ayudar de mil maneras, solo nuestros enemigos nos pueden aportar el desafío que necesitamos para desarollar la intrepidez, la fuerza interior, el coraje, la decisión y, sobre todo la tolerancia, la paciencia y la compasión,  virtudes todas ellas esenciales para construir la personalidad, Desarrollar la paz del espíritu y lograr la verdadera felicidad.

 

Los cambios tecnológicos son muy positivos y mucho más los que mejoran la ciencia y nuestras propias vidas. Pero también están aquellos que dependen mucho de la avidez comercial de  ganancias y que transforman el último celular o aparato técnico que compramos, en algo viejo a los seis meses  de haberlo usado, con el agravante generalizado de discontinuidad en la producción con la consiguiente falta de repuestos. Es decir, gastando y gastando cifras increíbles. ¿Recordamos los años en que nos duraban antes muchos objetos de uso gozoso o imprescindible diario?

Las capas de hielo no se van a recuperar. Eso lleva  a un aumento exponencial en el calentamiento global de los glaciares árticos, por ejemplo, donde las capas de hielo se están derritiendo. Estudios recientes indican que en el curso actual, dentro de unos cincuenta años, gran parte de la parte habitable del mundo no será habitable. No se podrá vivir en partes del sur de Asia, partes del Medio Oriente, partes de los Estados Unidos. Nos estamos acercando al punto de  hace 125 .000 años, cuando los niveles del mar eran aproximadamente veinticinco pies más altos de lo que son ahora. Y es peor que eso. El instituto oceanográfico Scrips acaba de publicar un estudio que estima que estamos acercándonos ominosamente a un punto similar al de  hace 3 millones de años, cuando los niveles del mar eran de cincuenta a ochenta pies más altos de lo que son hoy.

“La Patria es un dolor que aún no sabe su nombre”

Leopoldo Marechal

 

*Diplomático, ensayista y Escritor

 

 

 

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URGE REFORMAR LA SALTA CONSERVADORA Y EXCLUYENTE por José Armando Caro Figueroa*

Con-Texto | 3 diciembre, 2020

(Presentación ante el Consejo Económico y Social de Salta)

Organizaré mi exposición en 10 breves apartados en los que he procurado prescindir de cifras y de citas legales para no abrumar al auditorio.

I.- LAS INSTITUCIONES NO FUNCIONAN SATISFACTORIAMENTE.

Lo muestran los indicadores (allí dónde los hay) y las percepciones de amplios sectores ciudadanos disconformes y frustrados con los resultados obtenidos por nuestra sociedad a lo largo de las últimas décadas.

Carecemos de un “proyecto ilusionante” (ORTEGA y GASSET). Y esto profundiza nuestros problemas y alimenta nuestro desconcierto colectivo.

Y no me refiero sólo a las Instituciones que gobiernan, legislan, dictan sentencias o controlan.

Es posible detectar carencias también en materia de formulaciones programáticas y en el orden de las Instituciones sociales intermedias (sindicatos, cámaras empresarias, centro vecinales, consejos profesionales, asociaciones).

II. ¿DEJAR TODO COMO ESTÁ, MAQUILLAR O REFORMAR?

En este escenario, podemos los salteños decidir dejar todo cómo está. O incluso abrir un turno para maquillar instituciones.

Sería, sin embargo, una penosa opción. Cuyas consecuencias sufrirían seguramente los hoy jóvenes y las generaciones del mañana. 

En tal caso, nos esperan nuevas y largas décadas perdidas: Parálisis de nuestra producción. Aumento de la marginalidad y de la pobreza. Degradación ambiental. Justicia dependiente. Irrelevancia de Salta en los ámbitos nacional y regional. Estado opaco con aristas autoritarias. Administración ineficaz.

III. UN TRIPLE DESAFIO

A mi modo de ver, estamos convocados por un triple desafío.

El primero consiste en dejar atrás el decadente y actual “Estado de No-Derecho”, y avanzar hacia una Democracia Constitucional (FERRAJOLI). Un desafío del que hay muy pocos rastros incluso en los ámbitos en donde se reflexiona y se educa en ciencias sociales y jurídicas. En este sentido, señalo que la reforma de la Constitución Nacional de 1994 dejó obsoleta a más de la mitad de las bibliotecas que consultan jueces y abogados.

El segundo reto es abandonar nuestro “modelo económico” (hecho “a la que te criaste”). O, dicho de otra manera: Superar nuestro enclenque “capitalismo sin mercado y socialismo sin plan” (A. STURZENEGGER).

Y avanzar hacia una economía de mercado basada en la competencia, la productividad, la creación de empleo decente (OIT), la equidad e inclusión, y el respeto a las normas ambientales.

El tercer desafío es romper las inercias unitarias (merced a las cuales los vértices del poder -estén ubicados en la “zona núcleo” o en el Valle de Lerma-, marcan los ritmos y definen quienes ganan y quienes pierden).

Lo que nos convoca a bregar por una triple regionalización (en Salta, en el Norte Grande, en el Centro Oeste Sudamericano). A procurar reconfigurar nuestras relaciones políticas, tributarias, aduaneras, monetarias y regulatorias basándolas en principios Federales.

Este tercer desafío requiere abandonar la vocación de mirarnos el ombligo; exige reencontrarnos con la Salta nacionalmente relevante. La Salta de Indalecio GÓMEZ y Victorino DE LA PLAZA (por poner sólo dos ejemplos de la Argentina consensual que presidió Roque SÁENZ PEÑA).

Y aunque pocas veces se recuerde, lo hicimos otras veces. Por ejemplo en 1852 cuando un grupo de emprendedores liderado por Victorino SOLÁ, se propuso integrar a Salta en el mundo y en la región.

Es un triple salto de calidad.

Las alternativas (quietismo o maquillajes) pueden entusiasmar a sectores de la clase política ensimismada o de una cierta abogacía. Pero no mueven el amperímetro.

IV.- LA CRISIS ES TAMBIÉN INSTITUCIONAL

Solemos hablar de nuestra crisis económica y social, expresando preocupaciones y quejas estériles sobre ambas.

Pero hablamos poco y nada de nuestra crisis institucional. Que tiene, al menos, tres manifestaciones:

  • Crisis de representatividad (partidos políticos precarios, poderes constituidos que no expresan las inquietudes y aspiraciones de la Salta actual),
  • Crisis de control del ejercicio de los poderes del Estado, y de las garantías que hacen eficaz a la Constitución.
  • Crisis de Pensamiento (ideas, propuestas).

Déjenme decirles que sobre todo esto el Foro de Observación de la Calidad Institucional de Salta (FOCIS) del que formo parte, ha hecho -a lo largo de sus casi tres años de vida- un trabajo excelente. Sus debates semanales me han ilustrado ayudándome a rectificar, a tener una idea más acabada de nuestra compleja realidad institucional.

En Salta hay, por supuesto, otras áreas en crisis: Educación y Cultura (pese al aparato educativo de considerables dimensiones con el que contamos). Estadísticas. Conectividad. Urbanismo.

A todo lo cual se suma la decadencia de nuestra clase dirigente que, como conjunto, se muestra incapaz de formular programas de gobierno o programas alternativos. Tenemos una dirigencia con amplios segmentos obsesionados con la Salta mendicante y sucursalista, y que colocan a su propia supervivencia por encima de los valores de la república.

Crisis que sobrellevamos más allá de los talentos individuales y de las notorias excepciones.

V. ¿NECESITAMOS REFORMAR NUESTRA CONSTITUCIÓN PROVINCIAL?

Mi respuesta es: Si. Pero.

La reconstrucción de nuestras Instituciones de Gobierno, de Legislación, de Justicia y de Control será real y eficaz -desde mi punto de vista- sólo si emana de una Asamblea Constituyente representativa de la Salta plural e inquieta, que es muy distinta a la Salta de los años de 1920 cuando se sentaron las bases del vigente régimen electoral.

Que es incluso diferente a la Salta noventista cuando nació este regimen de alternancias entre familias políticas, asentado sobre un cerrado verticalismo a la medida de las cupulas unipersonales que pactan sucederse cada doce años. 

Vale decir, necesitamos una Asamblea Constituyente elegida por un sistema ad hoc que nos acerque al principio de igual valor del voto sobre cuyo contenido (y consecuencias de su inobservancia en nuestra historia política) ha escrito con singular precisión Ricardo GÓMEZ DIEZ.

Una Asamblea Constituyente conformada según los viejos criterios que reflejan la demarcación de los curatos de la época colonial, y que venimos usando para elegir senadores y diputados, sólo producirá maquillajes, continuismos, y consolidará nuestro atraso.

VI. NUESTRO REGIMEN ELECTORAL “FABRICA” HIPERMAYORIAS

Pero tanto o más importante que reformar la Constitución es reformar nuestro regimen electoral ordinario.

Un régimen que distorsiona la voluntad ciudadana otorgando más bancas de diputados y de senadores que las que corresponden por aplicación del principio de igual valor del voto.

Pruebas al canto: En la elección de Convencionales del año 2003 el Partido Mayoritario obtuvo el 50.02% de votos y el 61,4% de constituyentes.

En tanto a la Primer Minoría, que logró el 49,98% de votos, le correspondió un 38.60% de bancas constituyentes.

La crisis de representatividad afecta en un principio a la Legislatura, pero luego -inmediatamente- contamina a todos los otros poderes del Estado.

Pienso que hoy los legisladores no representan cabalmente a la pluralidad política, cultural, económica y social de Salta.

Vivimos en un democracia pobre y lastrada por la idea de que la mayoría (relativa o absoluta) tiene derecho a gobernar, legislar y constituir -e instrumentalizar- al Poder Judicial sin atender a las minorías.

Además, estas mayorías amplias, fabricadas por la Ley electoral (no por los votantes), impiden el diálogo y la generación de los imprescindibles consensos.

La vocación hegemónica de estas mayorías fabricadas (que invariablemente responden al vértice Ejecutivo de turno), termina construyendo un Poder Judicial a medida -acentuando su falta de independencia-, y eligiendo a las cúpulas de los órganos de control mirando su docilidad.

VII. ¿QUÉ DEBEMOS REFORMAR DE NUESTRA CONSTITUCIÓN?

Es urgente terminar con las reelecciones y volver a nuestra tradición de un solo mandato para el Gobernador y el presidente de la Corte de Justicia.

Es también urgente hacer del Poder Judicial un poder independiente, ilustrado, eficaz y anclado en la lógica de los Derechos Fundamentales. Para lo cual tenemos que reformar el Consejo de la Magistratura y la Escuela de la Magistratura dando acceso amplio al estamento académico y eliminando prácticas nocivas como el partidismo, el nepotismo y el amiguismo.

Tan nocivas como la centralización de poderes que ha ido tejiendo la actual Corte de Justicia con singular paciencia y al solo efecto de consolidar el verticalismo que tanto daña la independencia interna de los jueces inferiores.

Sería saludable cerrar en la Constitución el número de jueces de Corte, para evitar maniobras oportunistas. Hacer efectiva la publicidad de los antecedentes de los postulados por el gobernador. Y exigir que el Senado merite las observaciones que los ciudadanos hacen a los candidatos.

Necesitamos, por supuesto, órganos de control independientes. Tema sobre el que ha hecho aportes sustanciales Lea CORTES de TREJO.

La Constitución provincial debiera reforzar nuestra inserción en el orden jurídico internacional de los Derechos Humanos Fundamentales y crear una magistratura independiente abocada al control de convencionalidad.

VIII.- PERO HAY MUCHO POR HACER INCLUSO SIN REFORMAR LA CONSTITUCIÓN.

Por ejemplo construir un Estado Abierto (garantizando el acceso a la información pública, transparentando la pauta publicitaria, en línea con lo que proponen Gonzalo GUZMÁN CORAITA y otros expertos). Vencer el oscurantismo “tradicional” de la Administración local, demanda un primer acto de autoridad del gobernador y sus ministros; del presidente de la Corte y de los presidentes de las Cámaras y auditorias.

Tampoco hace falta reformar la Constitución para mejorar, oxigenar y despertar a nuestras administraciones públicas (que cuentan con más de 100.000 empleados) y funcionan -en varios ámbitos- peor de lo que funcionaba hace 50 años. Comenzando por multiplicar varias veces la cantidad de trámites a distancia (TAD) disponibles.

Se trata, en mi opinión, de apoyar desde las administraciones públicas locales, los esfuerzos que en el ámbito nacional viene desplegando nuestro comprovinciano Gonzalo QUILODRAN en materia de conectividad.

Podemos, sin tocar la Constitución de Salta, reformar la Legislación local, que sorprende por su vetustez y por el hecho de que rijan todavía leyes que regulan aspectos muy importantes de nuestra convivencia y tienen su origen en tiempos de dictaduras y que, por tanto, no recogen los avances habidos en el mundo de las ciencias jurídicas y legislativas. Tenemos un código de procedimiento de 1908 (que blinda a la burocracia estatal frente a los reclamos de los particulares) y otros increíblemente desfasados; el Código Procesal Laboral es de 1978, y es quizá el más antiguo de todos los que rigen en las provincias argentinas como lo ha señalado César ARESE un eminente catedrático cordobés.

Podemos, sin tocar nuestra Constitución, crear -por ejemplo- canales para facilitar la creación de empleo decente y reducir a su mínima expresión el trabajo no registrado, como lo ha estudiado (desde el ángulo de la salud de los trabajadores) el doctor Carlos UBEIRA.

Y reconciliar producción y ambiente como lo explica, con sólidos fundamentos, la doctora Cristina GARROS MARTÍNEZ, entre otros expertos altamente cualificados. Hablo de una reconciliación o coordinación que ha de contemplar también los aspectos poblacionales para evitar las migraciones forzadas y los conflictos sobre tenencia de tierras.

No hace falta, por último, reformar para Constitución para remplazar un modelo de crecimiento de las ciudades basado en el hacinamiento, la especulación y en el barrer debajo de la alfombra.

IX.- HACIA UNA PRODUCCIÓN SOCIAL Y AMBIENTALMENTE SUSTENTABLE

Nuestra economía de mercado (si así puede llamarse al entramado de reglas y rutinas dentro de las cuales se producen bienes y servicios en Salta) no está en condiciones de integrarse al mercado mundial que requiere como condición la observancia de normas ambientales y laborales.

Digo esto, sin desconocer que un puñado de empresas con base en nuestra provincia lo han logrado, venciendo grandes dificultades, y hoy exhiben pergaminos homologados internacionalmente.

El unitarismo estatal, patronal, sindical y laboral asfixia nuestra producción y alienta el vergonzoso crecimiento de la marginalidad y del trabajo en negro.

Sin una reforma fiscal, aduanera, regulatoria que cree un espacio autónomo y especial en el Norte Grande y, dentro de él, en ciertos territorios atrasados (desaventajados, como gusta decir a los sociólogos) no podremos ganar la batalla del desarrollo con equidad.

La política nacional de infraestructura (transporte, comunicaciones, aguas, residuos, y urbanismo) precisa ser definida de modo coparticipado entre Nación y el Norte Grande.

Y para todo esto no hace falta reformar la Constitución. Basta con voluntad política, ideas y consensos regionales.

Permítanme señalar que pienso que, en estas materias, tiene un rol central este Consejo Económico y Social.

X.- PLAN ESTRATÉGICO PARA EL DESARROLLO

Por supuesto resolver nuestros problemas institucionales y nuestros conflictos de todo tipo no es ni será fácil.

Pienso que necesitamos abordar un proceso de Planificación Estratégica para el Desarrollo como lo propone con sólidos fundamentos Gustavo BARBARÁN. Dejando atrás falsedades ideológicas que pregonan el antagonismo entre planificación y mercado.

Términos que funcionaron armónicamente no solo después de la segunda guerra mundial (el Consejo Nacional de Posguerra impulsado por PERÓN, es un antecedente histórico nacional). Está sucediendo ahora mismo cuando los países más desarrollados se aprestan superar los estragos de la pandemia y hacer frente a sus consecuencias más dañinas en términos económicos y sociales.

Cuando aludo a la Planificación Estratégica para el Desarrollo hablo de un proceso protagonizado por los actores sociales y políticos, apoyados por expertos del máximo nivel, que dialogan en busca de consensos de largo alcance. No de la mera suma algebraica de reclamos corporativos ni de la superposición de ideas o metas inconsistentes, como hemos ensayado en más de una oportunidad y sin resultados tangibles.  

Se impone abandonar el asilamiento provinciano y apostar por la Regionalización (argentina y sudamericana) y el Federalismo, como lo propugnó años atrás el GEICOS (Grupo Empresario Interregional del Centro Oeste Sudamericano), bajo la inspiración de Roberto Briones, Amelia Posadas, Daniel Patrón Costas y Francisco Garcia y que, por extraño que hoy pueda parecer, construyeron un trabajado acuerdo con el “segundo peronismo” (liderado en ese tiempo por el gobernador Miguel RAGONE) que permitió la celebración de la primera FERINOA en 1974.

Muchas gracias.

                                                         Diciembre 2020

*Miembro del Club Político Argentino

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LA DESPENALIZACIÓN DEL ABORTO por Francisco M. Goyogana*

Con-Texto | 2 diciembre, 2020

Con relación al proyecto de ley para la despenalización del aborto, existen cuestiones que condicionan la apreciación del tema. Una de esas cuestiones tiene origen  en el irrespeto de las funciones que corresponden a los diferentes observadores. Las competencias entre instituciones disímiles como son el Estado y la Iglesia, responden a su propia naturaleza. Las funciones del Estado pueden ser entendidas como poderes del Estado, que en un Estado liberal se encuentran sujetos al principio de la división de poderes, o como las competencias de la administración pública, ejercida como funciones públicas. Por su lado, la Iglesia católica apostólica, romana tiene la función de asistir al papa en la acción pastoral eclesial.                                                                                             

A partir de las funciones distintas del Estado y de la Iglesia, la separación de estas instituciones no se debe a la división del poder asociado  de dos instituciones con poderes iguales e independientes en el mismo plano, pues el Estado integra a la totalidad de la ciudadanía, mientras que la organización religiosa se limita a un determinado carácter en particular. Sin embargo el empeño de la Iglesia por mantener prerrogativas del pasado y la debilidad de los gobiernos ante sus presiones, hace que persistan situaciones contrarias a los principios de un Estado de derecho y democrático.  La libertad política exige la se separación del Estado y de la Iglesia, sobre la base del principio de la libertad intelectual, por el cual cada individuo debe ser libre de pensar y aceptar cualquier idea o creencia.    

La Iglesia separada del Estado no hace evaluaciones de las ideas y creencias de cualquier tipo que sean las de los ciudadanos. La preocupación del Estado no persigue ni tolera o fomenta ningún tipo de ideas o creencias, porque es indiferente a las ideas como tales o a determinadas creencias específicas.    En una sociedad libre, el gobierno carece de poder para perseguir o establecer creencias religiosas, ni el Estado de imponer ideas  a ciudadano alguno. En todo caso, el Estado y la Iglesia se deben al cumplimiento de una recíproca limitación a efectos de sobrellevar una coexistencia que nunca debe convertirse en interferencia. Sin embargo, existen cuestiones de base que condicionan los comportamientos. Una de esas cuestiones tiene su origen en el irrespeto de las funciones que corresponden a elementos diferenciados como el Estado y la Iglesia. Principalmente cuando el Estado encuentra dificultades para avanzar con ideas políticas progresistas y debe enfrentar posturas instaladas por creencias dogmáticas. Creencias que llegan a sostener tanto problemas bioéticos de su doctrina con respecto al aborto, como a los sistemas anticonceptivos que combate igualmente, e imposibilitan habilitar medidas positivas. Palos porque bogas y palos porque no bogas. Si esa actitud es moralmente legítima para quienes participan de su doctrina, no debe ser condenatoria, al menos, para la reflexión y discusión de los temas, pero siempre salvaguardando las políticas racionales del Estado, que aún siendo condenadas por determinado sector, deberían enfrentar a las otras teorías deontológicas cada vez admitidas con mayor amplitud para las opiniones no sujetas a la meta-ética.

La idea de la teoría básica de la ley natural tiene una larga historia y un lugar prominente en la tradición bioética católica con Santo Tomás de Aquino, que reformuló la teoría naturalista originada en la filosofía clásica y romana para adaptarla al catolicismo. Con el paso del tiempo, aparecen entonces problemas en los cuales las doctrinas eclesiales colisionan con los propósitos de las políticas de Estado que han llegado a una lid entre el Estado y la Iglesia. El nuevo problema debe entonces optar por la solución más conveniente de separar los intereses de las partes. La solución, que no es novedosa, ha sido la separación en América Latina del Estado y de la Iglesia en Méjico desde 1857; en Cuba en 1901; en el Uruguay desde 1917, confirmada por las Constituciones de 1934, 1942, 1952, 1967; en Chile en 1925; en Colombia en 1991.

La República Argentina es un Estado casi laico, debido al debatido artículo 2º que desde la versión constitucional original , fue atenuado en 1860 merced a la intervención de Domingo Faustino Sarmiento, simultáneamente liberal, demócrata, conservador  y  progresista, que influyó para atenuar el criterio de la Iglesia romana como religión de Estado, y establecer que: El Gobierno federal sostiene el culto católico apostólico romano. La idea original del artículo 2º, terminó reformada y concordada por la Comisión Nacional Ad Hoc el 25 de septiembre de 1860, y resistió sin modificaciones ulteriores para permanecer desde 1860 a través de las Convenciones de 1866, 1898, 1957 y 1994, para continuar con el sostenimiento de un culto en particular, con excepción de los demás. No obstante, el tiempo, que modifica la historia, no tuvo éxito en la afirmación del poder civil democráticamente elegido frente a las interferencias de los poderes religiosos, para que el laicismo republicano sea una columna central del edificio social, que realmente debe sostener un sistema racional ajeno a doctrinas y creencias particulares.

En tanto, el laicismo, como función política y social, establece la independencia de los campos en cuanto al poder ttemporal y el reino de la religión.                                                                                                                                     

La separación de los poderes seculares y religiosos ha sufrido un proceso más que milenario, en el cual se sucedieron los avances y retrocesos, así como el particular mantenimiento del statu quo respecto del artículo 2º de la Constitución Nacional.   La revolución norteamericana de 1773 nacida en una comunidad cristiana independiente del monopolio vaticano, todavía continúa sin mostrar brotes jacobinos ni dogmáticos. Casi dos siglos y medio después, el dólar estadounidense es portador en todos sus valores de la leyenda  In God we Trust, pero la Constitución de los Estados Unidos es laica, no tiene religión de Estado y no sostiene económicamente a ninguna religión en particular. Por esa invocación solamente, no es posible asimilar ninguna teocracia, porque esta se caracteriza por una creencia que funciona o ejerce el poder político de un Estado; por ser un tipo de gobierno centralizado, opuesto a la forma basada en la división de los poderes como la republicana, manifiesta como res publica; por una libertad religiosa prácticamente ilimitada, donde las leyes emitidas por el Gobierno son constitutivas de las ideas de la comunidad y no de las creencias. En los Estados teocráticos la religión es vista como un sistema completo de vida, que se interesa más en gobernar con una religión en particular, interfiriendo la libertad de cultos. En los Estados teocráticos la ley está íntimamente vinculada con el pensamiento individual, consecuente con que la actuación de los individuos está regulada no solamente por los organismos de coacción, sino también por la sociedad en conjunto, de la que derivan las posturas fundamentalistas de las sociedades teocráticas.    En sentido contrario, la Constitución Nacional Argentina sostiene económicamente a una religión única, donde el tema de los salarios del Estado argentino a miembros del clero, conducen a un sistema de gobierno en el cual una creencia en particular excluye a todas las demás. Con fino humor británico es posible concebir que la expresión In God we Trust en los Estados Unidos expresa más bien una extensión del lema: In God we Trust but the Others must pay cash.                     

La situación en la República Argentina es demostrativa que en virtud del artículo 2º de la Constitución Nacional, la ambigüedad del término sostiene, lleva a suponer que no existe realmente un Estado laico debido a la falta de precisión y exactitud de la referencia al sostenimiento sin límites.

La separación del Estado y la Iglesia es un concepto legal y político por el cual las instituciones del Estado y las instituciones religiosas se mantienen apartadas una de otra, y que la Iglesia no interviene en los asuntos públicos, teniendo cada parte autonomía para tratar los temas dentro de las esferas de influencia que les corresponden. Con la separación del Estado de la Iglesia se procura el establecimiento de un Estado laico o aconfesional. La separación del Estado de la Iglesia está relacionada con la extensión de la libertad de culto, pero también con la noción de libertad de pensamiento de todos los ciudadanos, que condiciona a partir de ese derecho la relación entre el Estado y las religiones en general, evitando sobre todo una exclusividad. La separación del Estado de la Iglesia constituye la base de un Estado rigurosamente neutral en el orden religioso, que admite todas las religiones pero no sostiene, apoya ni financia a ninguna, como se verifica en la Wall of Separation de los Estados Unidos.

La consolidación del absolutismo en los países católicos y la asunción de las ideas regalistas dio espacio para el máximo desarrollo de las teorías defensoras del Derecho Divino de los Reyes. Esto se atenuaría tras las revoluciones del siglo XIX que regularon las relaciones del Estado con la Iglesia romana a través de concordatos, que reglamentaron el monopolio de la educación a través de la Iglesia, la financiación eclesial o los ámbitos en que la Iglesia participaba en la vida civil a través del matrimonio, el divorcio, la beneficencia, la sepultura, etc. No obstante los objetivos alcanzados en la secularización social estricta, la materia política y religiosa sigue bullendo en el mismo crisol, pues la religión aparentemente dominante no ha abandonado el objetivo de la introducción de su propia doctrina en la Constitución Argentina, de corte liberal pero todavía imperfecta con respecto al reguardo de la debida distancia entre las ideas y las creencias.

En junio de 2018, el cuadro de situación descripto se puede visualizar en las exposiciones relacionadas con la despenalización del aborto. Estas exposiciones han estado a cargo de las comisiones de Legislación General y de Legislación Penal, Familia y Salud de la Cámara de Diputados, que dieron por concluida la tarea previa sobre el proyecto de ley para la despenalización del aborto.  El tramo de las exposiciones, y sobre todo del tratamiento del tema en los medios de comunicación social, es el escenario del conflicto entre las posturas a favor y en contra de la despenalización. Este caso guarda relación con los avances del secularismo en el siglo XIX cuando se debatía el tema de los cementerios públicos, el derecho de sepultura, emolumentos de los entierros, el matrimonio civil, el registro de las personas, y en un principio, del divorcio vincular matrimonial para cuya sanción se tuvo que esperar más de un siglo, debidos a la existencia de los conflictos respectivos entre el Estado y la Iglesia.    Los medios de comunicación no dan lugar a dudas de que ante el debate de una ley civil, la Iglesia desborda su propio terreno eclesial para competir en el campo de la política del Estado, cuya actividad se nuclea en el Congreso Nacional.   Para el caso de tratar la despenalización del aborto, se puede señalar que la mayoría de los países occidentales han despenalizado el aborto. España lo autoriza hasta 14 semanas en forma libre. Gran Bretaña hasta 24 semanas. De manera similar lo han hecho Alemania, Francia desde la ley Weill y los Países Bajos.

La misma Iglesia católica de los primeros tiempos había condenado el aborto en cualquier momento del embarazo aplicando la teoría de San Basilio que sostenía la animación inmediata. Posteriormente esa concepción se fue modificando en la Edad Media. La influencia de Aristóteles modificó la posición de la Iglesia católica, al ser incorporadas las ideas del filósofo griego a la religión por medio del hilomorfismo, según el cual el alma es la forma sustancial del cuerpo, que luego revelaría su presencia cuando llegara el momento en que el embrión adquiriese forma humana.                                                                                           

San Agustín y otros teólogos se refirieron al sujeto del embarazo como animado y no animado, aludiendo al estado de formatus o non formatus, aceptando los términos temporales de la animación expuestos por Aristóteles. Más tarde, en el Concilio de Viena de 1312, se aceptó la concepción hilomórfica de Aristóteles, que no consideraba homicidio al aborto hasta que la evolución del embarazo no alcanzase la animación, estimando que el espíritu era el elemento que daba lugar a la existencia de una persona, concepto que prevalecería después en el tiempo. Se llegaba a admitir que el aborto se asimilaba al homicidio cuando se presentaba el caso de persona animada. El Fuero Juzgo español del siglo VII; las Siete Partidas de Alfonso el Sabio y Las Carolinas de Carlos V entre 1532 y 1580 distinguen entre feto animado y no animado a partir de la mitad del embarazo, aproximándose a la concepción moderna de feto como elemento no nacido de un animal vivíparo después de haber tomado forma en el útero, y que en caso de los humanos es el producto de la concepción desde el fin de la octava semana hasta el momento del nacimiento.                                             

 El Concilio de Trento de 1545 estableció el criterio doctrinal de la animación mediata, o no inmediata; por su parte la Cuarta Constitución de Sajonia de 1694 consideraba al aborto luego de la aparición de movimientos fetales apreciados por la mujer embarazada. El mismo papa Gregorio XIV fija en la bula Efraenatum la distinción entre feto no animado y animado.  Los avances de las ideas filosóficas en el siglo XIX, así como los avances de los conocimientos científicos, colisionaron con el pensamiento pendular de la Iglesia vaticana, alternativo, y dieron lugar a la instalación del proceso de romanización eclesial, que recurrió a la concentración en el Pontífice del poder dogmático, con la sanción de la infalibilidad papal en el Concilio Vaticano de 1870, que se pudo apreciar seguidamente con el creciente carácter normativo dirigido al mundo católico que asumieron las encíclicas y el poder disciplinario con que la Santa Sede amplió el radio de acción de sus sanciones canónicas. Incluso, en la Argentina, al igual que en otras repúblicas de la América Latina, se proyectó la difusión del poder a través del delegado apostólico del Vaticano que comenzó a desempeñar funciones que excedían las relaciones con el Estado huésped, hasta llegar al extremo de la situación que culminaría con la interrupción de las relaciones entre la Argentina y la Santa Sede entre los años de 1880 y 1890.

La prohibición de la embriotomía por parte de la Iglesia católica se produjo en 1894, y el aborto terapéutico aprobado con anterioridad, excluido definitivamente en 1895.

Las discusiones anteriores y las actuales no han agotado la consideración del aborto en relación al concepto de persona, tema que en realidad hace al fondo de la cuestión. En tiempos pretéritos se consideraron las pautas de no animación y animación, y en épocas más modernas el criterio para determinar qué es y qué no es una persona.        Los conservadores sostienen que una vida humana comienza en la concepción y que, por lo tanto, el aborto no debe permitirse por ser un crimen.  El pensamiento  liberal considera que un feto no se convierte en persona hasta que nace, conclusión que admite que si un feto no es una persona, el aborto es jurídicamente viable.  El foco de la tormenta reside en el punto en que desde la ovulación y el estado del desarrollo del embarazo, aparece la persona. Mary Anne Warren enumera varias características, entre ellas la capacidad de razonamiento, la autoconciencia, la comunicación compleja, etc., como criterios para definir el concepto de persona y argumenta a favor de la permisibilidad del aborto, ya que desde ese punto de vista el feto no satisface el concepto de persona. Por su parte, Baruch Brody utiliza las ondas cerebrales. Y Michael Tooley elige como criterio la posesión del concepto de sí mismo y concluye que el infanticidio y el aborto son justificables. Paul Ramsey afirma que cierta estructura de los genes es la característica definitoria. Johan Noonan prefiere la característica de concebido-por-humanos y presenta contra ejemplos de otros criterios posibles, el argumento en contra de la viabilidad porque el recién nacido y el discapacitado no serían entonces personas, por la circunstancia de que no pueden sobrevivir sin ayuda.   Estos enfoques típicos muestran que los enemigos del aborto proponen condiciones suficientes para el concepto de persona que los fetos satisfacen, mientras que los defensores argumentan con condiciones necesarias para el concepto de persona del que carecen los fetos. Ambos criterios  presuponen que el concepto de persona puede encerrarse en un ámbito de condiciones necesarias y/o suficientes, cuando la persona conforma un conjunto de características, de las cuales la racionalidad, el concepto de sí mismo y ser concebido por humanos son sólo una parte.                                                                                                       

Generalmente se incluyen en el concepto de persona factores biológicos, psicológicos, de racionalidad, sociales. También se incluyen factores legales como la sujeción a la ley y a la protección de esta. Parece que un feto difícilmente reúna esas características. Un argumento antiabortista tradicional se centra en las variadas formas en que un feto se parece a un niño, cuando se destaca, por ejemplo, cuando el feto cuenta con veinte dedos entre pies y manos, sin mencionar la falta de similitud con un ser humano completo porque todavía conserva branquias y rabo. El feto ya próximo al nacimiento en cambio, satisface muchos de esos factores, con respecto a los que presenta en los primeros meses de desarrollo.  Entre los moralistas protestantes, en general, solo hay persona desde el nacimiento, considerado este como umbral decisivo de la vida. Entre los católicos predomina la actitud prohibitiva de la autoridad eclesiástica, pero también divergen opiniones discrepantes como las que llevaron al Parlamento polaco a la aprobación de la ley de despenalización del aborto en agosto de 1996, en los tiempos de Karol Wojtyla, el Papa polaco Juan Pablo II, o las expresiones irlandesas a favor del aborto, precisamente en  Irlanda, considerado el país considerado más católico de Europa.

Voces provenientes de la teología, como la de Santo Tomás de Aquino, también sostenían que solo existe una  persona humana  al adquirir madurez el embrión, así como otras de clase jurídica como la Corte de Casación de Francia al afirmar en una sentencia del 25 de junio de 2003, que solo existe una persona cuando se ha producido el nacimiento y una primera respiración.

Queda por considerar también el embarazo no deseado y su relación con una maternidad responsable, con la garantía ausente de asegurar una existencia satisfactoria ante la más probable existencia precaria, privada de su ánimo primordial por la alegría de la vida, el amor y la voluntad de procrear.

Desde otra perspectiva, la despenalización del aborto no incide en las razones éticas de quienes no aceptan el aborto, porque no están obligados a su práctica. De manera similar a quienes creen que el matrimonio es indisoluble, pues no tienen obligación de divorciarse aunque la ley lo autorice. Al respecto, la ley puede despenalizar el aborto y facilitar una oportunidad a quienes no encuentran otra posibilidad. La complejidad de la vida no siempre presenta soluciones fáciles a los que pueden padecer el resultado de una relación circunstancial o una maternidad no deseada condicionada por circunstancias económicas, sociales, de prejuicio o psicológicas, casos en los que la imagen del crimen está representada por una imposición dogmática. O por razones que no lo son, como surge de una observación del sacerdote José Di Paola que se ha expresado en contra del proyecto de ley de despenalización del aborto, al afirmar que: Aborto es F.M.I. y F.M.I. es aborto  (La Nación, viernes 1º de junio de 2018, p. 14).                                                                  

                                                                                                                                                                                                                                                   Diciembre 2020

 *El Dr. Francisco M. Goyogana  es Académico de Número de la Academia Argentina de la Historia y autor, entre otras, de Sarmiento y el laicismo. Religión y política, distinguida con la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores ( S.A.D.E.)  2012.   

 

 

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