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LA NAVE DE LOS LOCOS por  Carlos Gabetta*

| 29 marzo, 2018

Fuente Perfil 25-3-2018

El genial Stephen Hawking, fallecido el 15 de marzo pasado a los 76 años, advirtió que en unos pocos cientos de años la Tierra será inhabitable a causa del exceso de población (“viviremos hombro con hombro”, señaló), la falta de insumos –el agua en particular–, el cambio climático provocado por nuestra actividad productiva y nuestros hábitos de consumo y, también, por la evolución natural del planeta, una minúscula piedrita girando alrededor de una mínima estrella en la inmensidad de un espacio y un tiempo aparentemente sin principio ni fin. Recomendaba, pues, ir ocupando otros planetas; algo así como una mudanza general en prevención de un desastre anunciado.
Pero a este personaje excepcional no solo le preocupaba el futuro lejano. “Somos solo una raza avanzada de monos en un planeta menor de una estrella muy normal. Pero podemos entender el universo. Eso nos convierte en algo muy especial”, subrayó. Y de allí a señalar las condiciones de nuestra supervivencia: “El error humano que más me gustaría corregir es la agresión. Puede haber tenido una ventaja de supervivencia en los días de cavernícolas, para obtener más alimento, territorio o pareja con quien reproducirse, pero ahora amenaza con
destruirnos a todos. (…) Estamos en peligro de destruirnos a nosotros mismos por nuestra codicia y estupidez”.

Un teórico del infinito y la temporalidad preocupado por el presente de la condición humana. Supone un buen ejercicio imaginar a este genio tullido siguiendo los tuits del presidente de la primera potencia económica y militar mundial, Donald Trump; sus bravatas belicistas, racistas, misóginas y clasistas; las de los extremismos religiosos judío y musulmán; el discurso populista del papa Francisco, su tremenda hipocresía respecto a la pederastia y las fabulosas riquezas de la Iglesia y su impotencia –si es que realmente quiere hacer algo– ante la curia vaticana; las adhesiones históricas de todas las religiones a cualquier delirio, con tal de sobrevivir. Imaginar los cálculos de ese discapacitado de cuerpo, hechos en un dos por tres mediante órdenes faciales a una supercomputadora, comparando el volumen actual de la inversión productiva y el de la especulación financiera; los imparables aumentos de la inversión militar mundial; el aumento y concentración de la riqueza y la progresión exponencial de la pobreza y las desigualdades. Si se es capaz de imaginar esto, no hace falta tener la cabeza de Stephen Hawking para llegar a su conclusión: “Todos pueden disfrutar de una vida de ocio lujoso si se comparte la riqueza producida por las máquinas; o la mayoría de la gente puede terminar miserablemente pobre si los dueños de las máquinas Trabajan exitosamente contra la redistribución de la riqueza”.

Hawking debe haber agregado otro dato a sus conclusiones: la ignorancia o indiferencia, cuando no la adhesión, de millones de personas en el mundo al delirio global. Los votantes y seguidores de Trump, por ejemplo; o los de la moderna Alemania, que acaban de votar el ingreso al Parlamento de un partido neonazi; o los datos de la violencia en el mundo, no solo los centenares de miles de víctimas de guerra, sino los de la agresión cotidiana. En 2017 se produjeron 29.168 asesinatos en México, a un promedio de 80 diarios, un 27% más que en 2016 (https://www.infobae.com/america/mexico/2018/01/22/nuevo-record-de-violencia-en-mexico-80-asesinatos-por-dia-durante-2017/). Desde 1980, más de 300 periodistas que denunciaban al narcotráfico y la corrupción política han sido asesinados en ese país (https://es.wikipedia.org/wiki/Anexo:Periodistas_asesinados_en_M%C3%A9xico). Es solo un ejemplo, ya que el fenómeno se repite, o va camino de, en muchos otros países, como Argentina.
“Lo que pasa con la gente inteligente es que les parecen locos a la gente tonta”, concluyó Hawking, a sabiendas de que este mundo es hoy por hoy una nave cargada de locos, poco o nada inteligentes.


*Escritor y periodista.

 

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STEPHEN WILLIAM HAWKING Y EL OXÍMORON por Francisco M. Goyogana*

| 22 marzo, 2018

La noticia de la desaparición física de Stephen  W. Hawking el 14 de marzo de 2018 en Cambridge, nacido el 08 de enero de 1942 en Oxford, se asemeja  a la conjugación del principio y fin de dos polos hemisféricos crípticos.

Hawking ocupó la cátedra Lucasiana de Matemáticas que en otro tiempo ostentó Newton en la Universidad de Cambridge. Reconocido universalmente como uno de los grandes físicos teóricos, se aproximó a los arrabales del tiempo hasta preguntarse por fin una última interrogación fundamental: la cuestión última de la vida, el universo y el todo, siempre en procura de trascender las leyes de la naturaleza que explican cómo se comporta el universo, para alcanzar las respuestas de las preguntas del por qué de las mismas.

El mundo se pregunta por qué la naturaleza es de la forma que es, dónde se encuentra el origen del cosmos y hasta saber si existen límites fundamentales acerca del conocimiento posible de lo que el género humano pueda llegar a saber, por ejemplo, por qué existe el universo.

Estas cuestiones constituyen gran parte de la filosofía y de la ciencia. El principio del universo había sido discutido desde los tiempos más remotos.     Un argumento estuvo representado a favor de una causa primera para explicar la existencia del universo en sí, ya que dentro de ese universo, siempre se explica un acontecimiento como causado por algún otro acontecimiento anterior, pero la existencia del universo en sí, sólo podría ser explicada de esa manera si tuviera un origen.                                                                                                                 Otros, como Agustín de Hipona  ( 354 – 430 ), conocido como San Agustín, señalaba que la fecha de creación del universo, de acuerdo con el libro del Génesis, aceptaba una fecha de 5.000 años antes de Cristo. Luego se pudo comprobar que esa fecha no se encontraba demasiado lejos del final del último período glacial, de alrededor de 10.000 años a. C., que es cuando los arqueólogos suponen que realmente comenzó la civilización.

Aristóteles  ( 384 – 322 a. C. ) y la mayor parte de los filósofos griegos, no eran partidarios, por el contrario, de la idea de la creación, porque involucraba una intervención divina. Creían que la raza humana y el mundo que la rodea habían existido, y existirían por siempre.

Las especulaciones de si el universo tiene un principio en el tiempo, y de si está limitado en el espacio, fueron más tarde examinadas de forma extensiva por Inmmanuel Kant  ( 1724 – 1804 ) en su obra Crítica de la razón pura en 1871. Kant llamó a estos asuntos antinomias, en el sentido de contradicciones de la razón pura, porque había igualmente argumentos igualmente  convincentes para creer tanto en la tesis por la que el universo tiene un principio, como en la antítesis de que el universo siempre había existido. El argumento de Kant a favor de la tesis era que si el universo no hubiera tenido un principio, habría habido un período de tiempo infinito anterior a cualquier acontecimiento, que él consideraba absurdo. El argumento en pro de la antítesis era que si el universo hubiera tenido un principio, habría habido un período de tiempo infinito anterior a su aparición, y de este modo considera la ausencia de razón para estimar la creación universal en un tiempo determinado, que no podía eximirse de un tiempo establecido.                                                                     De hecho, los razonamientos de Kant en forma de tesis y de antítesis son realmente el mismo argumento. Ambos están basados en la suposición implícita de que el tiempo continúa hacia atrás indefinidamente, tanto si el universo ha existido desde siempre, como si no. El concepto de tiempo no tiene significado antes del comienzo del universo. Esto ya había sido predicho por Agustín de Hipona cuando se le preguntó que hacía Dios antes de crearse el universo y no respondió, pero quizá habría pensado que estaba preparando el Infierno para quienes preguntaran tales cuestiones. En su lugar, dijo que el tiempo era una propiedad del universo que Dios había creado, y que el tiempo no existía con anterioridad a la creación del universo.

Toda esta historia ha ocupado la vida terrenal de Stephen Hawking, y así lo ha demostrado al adoptar una disciplina que estudia los conceptos generales, entre ellos el de cognoscibilidad del mundo externo.

 Existe una palabra enigmática en sí misma, como es oxímoron. El oxímoron, como enigma guarda relación con la significación relativa del término problema, confusión, pero en los intrincados bosques filológicos también tienen expresión en términos como secreto o como misterio.                                                                                            Stephen Hawking, como astrofísico, se ha expresado como científico, y como matemático y catedrático heredero del espacio lucasiano de Isaac Newton                        ( 1642 – 1723 ) en Cambridge, asimilado a la posición filósofo por compartir ramas básicas de la filosofía como la lógica, compartida con las matemáticas; lo mismo con la epistemología relacionada con el estudio de la cognición y el conocimiento, ejercida en problemas que requieren un avanzado conocimiento matemático, científico y tecnológico para enfrentar los objetos matemáticos y la determinación de sus modos de existencia.                                                                                    Como autor de su obra Historia del tiempo. Del big bang a los agujeros negros, Hawking no veía entonces una incompatibilidad entre la existencia de un Dios creador y la comprensión científica del universo. Frente a inescrutables interrogantes de la ciencia para explicar lo que ha acontecido tan sólo un millonésimo de segundo después del big bang y cada vez más a medida de la aproximación al punto cero, límite a que nunca se ha llegado, se hace presente otro inmenso interrogante sobre lo que existía antes del big bang.                                                                   En La teoría del todo. El origen y el destino del universo, Hawking presenta un punto de inflexión  cuando menciona una conferencia sobre cosmología a la que asistió en el Vaticano y a la audiencia con el Papa que tuvo a continuación. Relata Hawking que el Papa dijo que estaba bien estudiar la evolución del universo después del big bang, pero que no se debería investigar sobre el propio big bang porque eso era el momento de la creación y, por consiguiente, la obra de Dios; continúa Hawking expresando que se alegró de que el Papa no conociera el tema de la conferencia que acababa de dar, pues no tenía ganas de compartir el destino de Galileo.                                                                                                                    Posteriormente, en El Gran Diseño, Hawking argumenta que el big bang, la gran explosión inicial del universo fue una consecuencia inevitable de las leyes de la física y que el cosmos se creó de la nada.

Desde Una breve historia del tiempo hasta El Gran Diseño, pasando por la Teoría del todo, Stephen  Hawking, de ver la compatibilidad entre la existencia de un Dios creador se deslizó al la posición manifiesta que sostiene Porque existe la gravedad, el cosmos puede crearse por sí mismo. No pasaría demasiado tiempo en que las expresiones de Hawking dieran paso a reacciones encontradas como las del biólogo Richard Dawkins, conocido por sus postulados ateos, acogiera con entusiasmo  la posición de Hawking, mientras que el presidente de la Sociedad Internacional para la Ciencia y la Religión, George Ellis, criticó el hecho de presentar ante el público un dilema que él estima falso: elegir entre religión o ciencia.    Como si fuera poco, el oxímoron, se ha manifestado, además, con una variable. Al comienzo de El Gran Diseño Hawking formula varias preguntas: ¿Cómo podemos comprender un mundo en que nos hallamos?  ¿Cómo se comporta el universo?  ¿Cuál es la naturaleza de la realidad?  ¿De dónde viene todo lo que nos rodea?  ¿Necesitó el universo un Creador?, y reflexiona: Tradicionalmente, ésas son cuestiones para la filosofía, pero la filosofía ha muerto.

                                                                       Marzo de 2018

                                                            

  *El Dr. Francisco M. Goyogana  es Académico de Número de la Academia Argentina de la Historia y autor, entre otras, de Sarmiento y el laicismo. Religión y política, distinguida con la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores ( S.A.D.E.)  2012.            

 

 

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FRONDIZI: EL SUEÑO DE OTRO LUGAR PARA NUESTRO PAÍS EN EL MUNDO Por José Bielicki*

| 22 marzo, 2018

Los cambios profundos que se producen en los países, son actos donde la sociedad asume una común responsabilidad. Lo hace abandonando con decisión estructuras que impiden el camino del desarrollo y emprendiendo una marcha que transforma espectacularmente la economía y, en consecuencia, la vida de esos pueblos.

El ejemplo lo tenemos en la que se considera pasará a ser la primera economía del mundo: China. El notable cambio de un país comunista cerrado y que con la llegada al poder de Den Xiaoping, un dirigente desplazado por Mao Zedong y que muerto éste, en 1979, lanzó su gran proyecto de transformación y modernización que hoy la convierte en la segunda economía del planeta y a punto de ocupar el primer puesto. “ El gato puede ser blanco o negro, pero lo importante es que cace ratones”, es la frase de Deng que sintetiza su visión.

Abrió al mundo su gigantesco país, en ese momento de 1000 millones de habitantes; absorbió capitales creando empresas, tecnología y ocupación laboral, desarrollando todas las posibilidades de esa gran nación.

Este ejemplo nos lleva a recordar nuestra historia. Veinte años antes del cambio chino y, en nuestro caso, un fracaso doloroso. El 23 de febrero de 1958 (se cumplen en los próximos días 60 años), el radical Arturo Frondizi triunfaba en las primeras elecciones tras la caída de Perón y el 1° de mayo asumía la presidencia en muy difíciles condiciones.

Fue el triunfador que derrotó el proyecto del gobierno militar de la llamada Revolución Libertadora. Llegó muy condicionado, pero conciente de que la pacificación era la base para poder poner en marcha la transformación de las perimidas estructuras y avanzar en la gran expansión.“El nos introdujo en la era de la modernidad -afirma el filosofo Tomás Abraham-. Después de Frondizi entramos en una pendiente… Fue un político argentino distinto. Fue el último intento de hacer de nuestro país una nación industrial y competente”.

Esta frase contundente se afirma en lo alcanzado, pese a la irracional contumacia con que fue agredido su gobierno, por las transformaciones logradas. Triplicar la producción de petróleo y alcanzar el autoabastecimiento, duplicar la producción de caucho, impulso de la industria petroquímica y la industria automotriz, gasoductos y oleoductos; se tecnificó el agro y tanto más, en una expansión sin antecedentes.

¿Cuál fue la sinrazón por la que se detuvo aquel proceso que -de haberse sostenido en el tiempo nos hubiera podido conducir a ser una de las grandes naciones y no la expresión de la pobreza y un estancamiento crónico económico y social? La repuesta está en la trama de intereses de corto plazo y la falta de una visión estratégica de conjunto que llevó a la constante acción conspirativa de jefes militares, azuzados por dirigentes políticos y los intereses afectados por el profundo cambio que se producía. Todo sirvió para desestabilizar y frustrar aquella oportunidad histórica. Ese fue el triste final que llevó a la destitución y reclusión de un Presidente con estatura de estadista y la interrupción de un camino que todavía estamos buscando retomar, luego de tantos retrocesos.



*Ex diputado nacional.

 

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SOCIALDEMOCRACIA. CUESTA ABAJO EN LA RODADA por Carlos Gabetta*

| 6 marzo, 2018

Fuente Diario Perfil 3-3-2018

“Las ilusiones pasadas, ya no las puedo alcanzar…” Con disculpas al gran Carlitos por los levísimos retoques, su rodada de amor viene al pelo como metáfora del desplome político del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD), el más grande del mundo.

Hace tres semanas, una encuesta del instituto Insa para el diario Bild indicaba que el SPD se encontraba medio punto por debajo (15,5/16), de Alternativa por Alemania, el partido neonazi que en septiembre pasado, por primera vez desde la derrota del nazismo, había conseguido ingresar al Parlamento.

En las elecciones federales de 2017, el SPD había obtenido el peor resultado de su historia: 20,5% de los votos.

En España, el nuevo partido “liberal-transversal” (el tiempo dirá lo que eso último significa), Ciudadanos, es ya “la primera fuerza en las encuestas”, desplazando al Partido Socialista Obrero Español (https://politica.elpais.com/politica/2018/01/25/actualidad/1516872478_119438.html).  En Francia, el gobernante Partido Socialista se desplomó al 6,36% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2017. La ultraderechista Marine Le Pen lo superó con el 21,30% y acabó con el 33,9% en la segunda, detrás del liberal ex ministro socialista, Emmanuel Macron. Más de lo mismo en todos los países, con alguna excepción, como el laborismo inglés liderado por Jeremy Corbin, que parece haber iniciado un retorno a las fuentes en busca de propuestas que se adapten a la nueva realidad.

Lejanas están pues las doradas décadas de posguerra,  las del “Estado de bienestar”, en las que los partidos socialdemócratas llegaron a gobernar en dos tercios de los países de la Unión Europea (UE). La Guerra Fría ha concluído; la economía mundial es cien por ciento capitalista y la lógica del sistema, robótica e informática mediante, agudiza las desigualdades. El capitalismo ya no es inclusivo; al contrario, excluye. Ahora no es posible extraerle concesiones que entonces podía hacer en lo económico y necesitaba en lo político: la Unión Soviética estaba en su apogeo, o al menos lo parecía, y no era cuestión de que la poderosa y variada izquierda mundial acabara inclinándose hacia el “socialismo real”.

En esos años la socialdemocracía, liderada por políticos impecables como Willy Brandt y Olof Palme, entre otros, gobernaba o influía con su peso electoral en todos los países de la UE y varios otros, obteniendo importantes beneficios para el sector laboral y las clases medias. Pero al mismo tiempo, abandono explícito de la teoría marxista y sus epígonos mediante, se deslizaba hacia concepciones y modos liberales que ahora, ante la crisis capitalista, le hacen compartir la suerte, o mejor, los fracasos, del liberalismo puro y duro. En las elecciones parlamentarias de la Unión Europea de 2014, la extrema derecha triunfó en Gran Bretaña, Francia y… Dinamarca, una de las socialdemocracias por excelencia. ¿Remember 1929?

¿Por donde anda pues la izquierda europea, mundial? Imposible detallar aquí los variados desprendimientos que esta situación provoca en los partidos socialdemócratas, así como los matices de las “nuevas” propuestas. Pero la tendencia  apunta a alianzas con el populismo y sus maneras, con lo que socialdemócratas disidentes, ex comunistas y otros, acaban marchando al son de bombos y tambores rumbo a la lumpen-política (http://www.perfil.com/columnistas/lumpenpolitica.phtml).

Hay varios, pero el más claro ejemplo de esta deriva es el partido “Francia Insumisa”, del ex socialista francés Jean Luc Mélenchon, un culto y brillante orador que admira a la “Revolución Bolivariana” y a Cristina Fernández, de quien opina que es “una mujer impresionante de energía y cultura”. Cosas vederes, Sancho…

Ya lo advirtió la genial teórica y militante marxista Rosa Luxemburgo: “el socialismo no es un problema de cuchillo y tenedor, sino un movimiento cultural, una concepción grande y soberana del mundo”. 

 

*Periodista y escritor

 

 

 

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LAS RAÍCES HISTÓRICAS DE LA CRISIS DEL CATOLICISMO POPULAR EN LA ARGENTINA. (I) por Jorge Ossona*

| 3 marzo, 2018

Tanto por sus orígenes remotos en la etapa colonial y el sigo XIX, como por los contenidos poblacionales de la inmigración aluvional, la Argentina siempre fue un país predominantemente católico. A diferencia de otros de América Latina, ello no fue incompatible con la construcción de un Estado Nacional poderoso y laico pese a que el catolicismo preservó su condición de religión oficial. Este último dato, en principio poco significativo, dotaría a la institución eclesiástica de un resorte de influencia crucial a partir de la primera posguerra. Hasta entonces, el laicismo definió el trazo grueso de la formación ciudadana del país moderno merced a una política educativa de Estado asombrosamente exitosa en incorporar a la nacionalidad  a los hijos de los inmigrantes y en generar una ciudadanía culta.

Pero las cosas empezaron a cambiar luego de la Primera Guerra en el contexto de procesos globales a los que el país no fue ajeno y que habría de procesar según su propia dinámica. Con el advenimiento de la sociedad de masas estallo una fuerte disputa en torno a la definición de la esencia del pueblo y de la Nación, cuestión crucial en un país de historia breve e intensa definida por una inmigración internacional que luego de la Gran Depresión del 30 se paralizo.

La jerarquía católica inspirada por el integrismo lanzó una ofensiva desde el interior del propio Estado en contra del laicismo liberal y cosmopolita. Contaba con la ventaja de ser el culto oficial. Ya en los 30 fue macerando un catolicismo militante popular bien tangible en la masividad del Congreso Eucarístico  Nacional de 1934. Loris Zanatta, Lilia Ana Bertoni y Luis Alberto Romero estudiaron con precisión este proceso desde el que se plasmó el concepto de “Nación Católica” según el cual la nacionalidad argentina poseía una esencia espiritual trascendente, el “ser nacional”, encarnado en una sociedad definida en términos orgánicos inspirados en el tomismo.

El integrismo católico hallo en el Ejército un aliado de quilates para seguir expandiéndose en el Estado como lo probó el régimen militar instaurado en 1943 que, entre otras cosas, suprimió la enseñanza laica y restauro la confesional como doctrina nacional. El peronismo completo la tarea; aunque, como fenómeno   político de masas, tendió con los años en erigirse en una religión laica que termino colisionando con la jerarquía católica precipitando su derrumbe. Pero fue sólo el preludio sin demasiadas connotaciones para la confesionalidad popular de la crisis profunda que habría de estallar en el curso de los 60; y que continuaría, sin solución de continuidad, durante las dos décadas siguientes.

La modernización cultural abierta por el desarrollismo durante los 60 impactó fuertemente a las aún poderosas clases medias argentinas, suscitando la reacción de la jerarquía católica confinada en un moralismo tradicionalista reforzado. Se impugnaron desde el rock hasta  la minifalda. Las píldoras anticonceptivas,  la emancipación femenina, el divorcio, la homosexualidad y el psicoanálisis. Pero ello no fue óbice como para que Buenos Aires no se convirtiera en “villa Freud” y que en sus sectores más ilustrados irrumpieran nuevas tendencias que abarcaban desde diversos orientalismos hasta la umbanda afrobrasileña.

Hubo, no obstante, otra tendencia aún más disruptiva que se instaló en el interior  de la propia Iglesia. El Concilio Vaticano II y la Conferencia de Medellín significaron otro desafío para el integrismo dominante en el episcopado. Algunos sectores confesionales se inclinaron hacia la innovación ideológica identificando a su catolicismo con la reivindicación social de los pobres y un anticapitalismo en clave menos tradicionalista y más  afín a los populismos socialistas inspirados por el castrismo. Como el catolicismo integral de los 20 y 30, esta vertiente  se lanzó a un proselitismo intenso en las bases populares. El régimen militar nacional católico  instaurado en 1966 supuso una reacción cultural fundada en la reedición de la alianza entre la cruz y la espada. Pero esta última se multiplicó en bombas y fusiles.

El intento restauracionista se hizo sentir fuertemente en su política universitaria aunque en el contexto de la época fue como patear  el hormiguero abriendo curso a un conjunto de procesos contestatarios que salieron a superficie con plenitud en mayo de 1969 durante las jornadas del Cordobazo. Desde entonces en más, el movimiento católico se dividió en dos facciones pletóricas de grises pero que, a efectos prácticos, definiremos como, por un lado, el tradicionalismo conservador; y por el otro, al progresismo revolucionario. No incumbe a los objetivos de este artículo analizar pormenorizadamente  ni las viscitudes históricas ni las alianzas esporádicas de flanqueada por distintas líneas intermedias. Apuntamos más bien a analizar  la génesis de la profunda crisis que afecta durante las últimas tres décadas al catolicismo como devoción popular en coincidencia  con el arranque de mutaciones sociales  que también habrían de aportar  a la explicación de esa ruptura.

El comienzo de ese choque coincide con la crisis del gobierno nacional católico del Gral. Juan Carlos Ongania, La consiguiente alianza con un Perón dispuesto, hasta fines de 1972,  a sumar apoyos sociales nuevos y, junto con ellos, a una porción sustancial  de sectores revolucionarios. Ya en el poder, su ruptura radical con ellos supuso su reconciliación con los sectores conservadores con los que había roto en las postrimerías de su régimen hacia 1954 y con los que esbozo tibias línea de reaproximación a lo largo de su exilio en la España de Franco. Su esposa y sucesora continuo la ofensiva plasmada en algunos hechos emblemáticos como la detención de curas militantes en comunidades aborígenes chaqueñas en abril de 1974, aún con el general en el gobierno y el asesinato, un mes más tarde, del sacerdote tercermundista Carlos Mujica tras una misa en el barrio quilmeño de San Francisco Solano. En mayo de 1975, el secuestro por “Las Tres A” de la decana de la Facultad de Humanidades de la UCA en Mar del Plata seguida de la multiplicación de secuestros, torturas y muertes de sacerdotes y militantes católicos a lo largo de ese año y los comienzos del siguiente hasta el golpe militar.

La alianza entre el gobierno justicialista y la jerarquía tradicionalista y conservadora se tornó explicita durante la administración de María Estela Martínez, pese a que el hombre fuerte de su gobierno  era un reconocido iniciado umbandista y ella jamás oculto sus simpatías por los misterios afrobrasileños. José López Rega soñaba asimismo, reeditar  una suerte de “cristianismo nacional” de proyecciones latinoamericanas en la línea estratégica de la umbanda que operó como revulsivo en el episcopado y reabrió algunas brechas que evocaban de la ruptura de 1954. Más allá  de estas alineaciones y zonas oscuras lo que más nos interesa remarcar es la fuerte incidencia del sector innovador –también podríamos denominarlo “tercermundista”, y hasta “progresista” pero no nos convence ninguno de esos términos; salvo como sobrentendidos- en los sectores populares merced a militancias pletóricas de compromiso social. Si bien no modificaron las convicciones tradicionalistas  de las bases, estas militancias fueron acumulando méritos a raíz del agravamiento de la crisis social en ascenso desde los 60 pero que entró en una zona de viscitudes desconocidas a raíz de las tendencias mega inflacionarias y recesivas detonadas con el Rodrigazo de julio de 1975. La militancia eclesial innovadora fue incisiva en organizaciones villeras, comunidades indígenas del NEA y campesinas del NOA y, entre otras, movimientos como la Juventud Obrera Católica y la Juventud Universitaria Católica. Sus  sintonías variables con las denominadas  organizaciones de superficie de Montoneros fueron variables. Fue sólo el comienzo de un desenlace dramático.

 

*Historiador, miembro del Club Político Argentino

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