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DEL DISCURSO ÚNICO AL OFICIALISMO PLURAL por Alberto Medina Méndez*

| 11 enero, 2016

Fueron demasiados años de hegemonía discursiva. La permanente apelación al ordinario recurso del panfleto, apoyado siempre en la burda propaganda, utilizada para adoctrinar y que así todos dijeran exactamente lo mismo, repitiendo sistemáticamente sin pensar, se empieza a esfumar lentamente.

Tal vez sea por eso que cuesta tanto acostumbrarse a este original arquetipo que se está configurando paulatinamente, día a día, que asoma muy tímidamente y que viene generando innumerables ruidos en ese engorroso esquema de progresiva adaptación.

Los hábitos no se cambian con facilidad. Llevará tiempo lograrlo, porque primero se debe internalizar ese proceso, comprenderlo con total claridad y asumirlo luego como absolutamente natural, como parte esencial de una evolución que finalmente se integrará a la rutina cívica.

Quedan atrás los tiempos en los que el mandamás decidía, casi en soledad, y luego imponía sin piedad, desde su arrogante liderazgo mesiánico, los argumentos a utilizar para que una porción de la sociedad se apropie de ellos y los defienda con idéntica convicción.

Se viene ahora un tiempo distinto, de individuos libres, con criterio propio, que forman parte de una comunidad más abierta, diversa y plural. En definitiva, al final de esta etapa, florecerá algo más parecido a una sociedad civilizada que a un rebaño que solo reitera lo que otros pensaron por ellos.

Todo eso supone un gran esfuerzo, de convivencia en el disenso, de respeto irrestricto por la visión del otro, de incondicional tolerancia, sobre todo frente a la esperable discrepancia y más allá de las eventuales razones esgrimidas en cada caso. Ese gran desafío precisa del coraje necesario para abandonar todo lo conocido, lo que incluye dejar de lado la eterna lógica del "ellos o nosotros", esa que invita a dividir a la sociedad en dos bloques totalmente homogéneos, en rivales antagónicos sin ningún tipo de matices.

Siempre existirá una masa crítica de personas que acuerdan, en general, con el accionar de quien conduce oportunamente el gobierno, y otro grupo que asumiendo notables diferencias, se siente más cómodo en un rol opositor. Eso jamás desaparecerá. No es tampoco deseable que suceda. El reto consiste en intentar desarmar los clásicos engranajes del tradicional discurso único que sostienen aquellos que siempre apoyan a los que detentan el poder.

Con gran dificultad, pero a paso decidido, se viene estructurando un novedoso modelo de oficialismo, de acompañamiento a los que gobiernan, pero ya no desde la humillante actitud de aplaudidores seriales. Un conjunto de personas, de diversas extracciones ideológicas, con visiones, a veces coincidentes y otras encontradas, conformarán ese nuevo espacio menos vertical. Ya no será el oficialismo abyecto de otro tiempo. Se trata ahora de un grupo de seres humanos con una dinámica distinta, con grandes acuerdos en lo general, pero también con sus propias contradicciones, en ese diálogo abierto, a veces sin norte y otras con más intuición qué razón.

Este nuevo escenario está bastante lejos de la perfección. Después de todo, en este mundo sin certezas, en materia de opiniones, no existe tal cosa como la "verdad revelada", sino en todo caso miradas, siempre parciales, a veces un poco más completas, pero jamás totalizadoras.

El recorrido recién empieza, es pausado, y no se desarrolla en línea recta, sino que, con múltiples tropiezos, va transitando sinuosamente esta nueva experiencia. Es imprescindible comprender este fenómeno. Entender lo que está sucediendo ayudará a dejar de lado la dialéctica binaria del blanco o negro, de la simplicidad como única forma de interpretar la realidad.

Si aún no se ha percibido esta nueva construcción, se corre el riesgo de caer, otra vez, en la trampa de la crispación, esa que invita a visualizar al que piensa de modo opuesto como un enemigo irreconciliable. Hay que girar hacia algo sustancialmente diferente. El aprendizaje del pasado debería ayudar a que esta peculiar etapa sea superadora. No será tarea sencilla. Las secuelas de lo vivido están aún muy frescas, golpean a diario, y de tanto en tanto, intentan regresar abruptamente al ruedo.

En las crisis siempre existe una oportunidad. Pero también es cierto que muchas dificultades pretenden quedarse para siempre. Depende de los ciudadanos asumir el compromiso de edificar algo sólido capaz de reemplazar a aquella triste era dominada por la ira como denominador común, por una alternativa mejor, imperfecta, pero más estimulante.

Lo más interesante es que nada de eso, depende de los gobernantes. En todo caso, ellos podrán sumarse a este mecanismo naciente, aprovecharse de él, comprendiendo su entorno y sumando voluntades diversas bajo esta flamante perspectiva.

El verdadero cambio radica en la sociedad, en cada uno de los individuos que la integran. Son ellos los que pueden definir las nuevas reglas de juego para una convivencia armoniosa. Esa coexistencia no precisa de una mayoría matemática que imponga al resto su voluntad, obligándola a someterse servilmente, sino de un debate abierto como método vital.

El desafío que está por delante es complejo. Recién se inicia este sendero, con gran parsimonia y bastante desorden, con algo de caos y también con cierto desconcierto. Pese a las dificultades, tal vez valga la pena intentarlo. Se requerirá de paciencia y también de perseverancia. Eso será indispensable para pasar del discurso único al oficialismo plural.

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013

 

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LA DÉBIL TESIS DE LA HERENCIA RECIBIDA por Alberto Medina Méndez*

| 5 enero, 2016

Luego de un ciclo político repleto de desmadres y absurdos dislates, plagado de deplorables administraciones con consecuencias nefastas, viene ahora otro distinto, que deberá enfrentar el complejo desafío de intentar remediar cada una de esas cuestiones y rearmar, por etapas, el rompecabezas.

No es una sorpresa, que haya aparecido abruptamente en la escena el tierno argumento de la "herencia recibida", que pretende presentarse, esta vez, con un aura de sensatez, generando cierta empatía. Ni siquiera es original, porque ya se lo ha usado en el pasado con variado éxito.

Claro que hay que ser comprensivo y se debe tener paciencia para permitir que todo se acomode poco a poco. Se trata, justamente, de acompañar en el recorrido correcto y no de aplaudir lo que sea, solo porque ha transcurrido un breve lapso o se ha recibido todo en una pésima situación.

Es importante comprender que los que tomaron la posta del poder en estas difíciles circunstancias, no lo hicieron en contra de su propia voluntad. Nadie los ha obligado a ser parte del proceso electoral que culminó con su triunfo.

Sería muy ingenuo creer que ellos esperaban asumir con condiciones muy favorables. En la campaña lo señalaron hasta el cansancio. Quedaba atrás un país arrasado por las impericias de años de decadencia moral.

Cuando un grupo de personas participa de una elección y se postula para ocupar cargos de tanta jerarquía, sabe que ganar es un riesgo que implica responsabilidades. No es un mero juego de azar con vencedores y vencidos. El que obtiene apoyo popular deberá gobernar y ejercer el poder.

Eso también significa que el que consigue la victoria no se convierte en monarca, sino en un engranaje más del complejo funcionamiento de una siempre endeble república, como casi todas las que existen en el planeta.

Nadie pide magia. Obviamente, habrá que esperar para resolver tantos problemas, pero no menos cierto es que el camino a transitar se construye con progresos sucesivos, con victorias parciales, con pequeños pasos que van marcando esa senda, que confirman que se avanza hacia lo soñado.

No ayuda en lo más mínimo la delirante idea de promover y repetir ese argumento, tan frágil como patético, conocido como "la herencia recibida". El inventario con el que se asume es parte indivisible del resultado electoral.
Si la herencia hubiera sido magnífica, estas personas que hoy gobiernan no hubieran triunfado en las urnas, y por lo tanto no estarían en sus funciones.
Precisamente han resultado victoriosos porque la herencia es esta y no otra.

La responsabilidad no puede ser transferida graciosamente hacia el pasado. Una vez que se asume la conducción, todo lo que ocurre de allí en adelante tiene que ver con lo que se hace bien y, también, con lo que se omite.

No se puede dar en el clavo siempre. Los seres humanos son esencialmente imperfectos. No se pretende la presencia de genios superdotados en el gobierno, ni de personas infalibles a prueba de todo. En todo caso, lo que se espera es una actitud diferente frente a la equivocación. No caben ni la negación, ni hacerse los distraídos tampoco, mentir mucho menos. No parece desatinado exigir algo de verdad, un poco de autocrítica y un explicito reconocimiento de los descuidos propios. Sería saludable diferenciarse del pasado, de aquella era de manipulaciones mediáticas y épicas inventadas, tan divorciadas de la realidad.

El nuevo gobierno acertará en algunas cuestiones y se equivocará en otras. Suponer que será perfecto sería una descabellada muestra de ambición desproporcionada y absoluta irracionalidad.

Un excesivo optimismo no contribuye para nada y coloca las expectativas en un lugar inadecuado. Eso culmina, invariablemente, en grandes desilusiones y enormes frustraciones, tan inadmisibles como la ridícula postura de caer en la trampa de una euforia desmedida.

Probablemente, el sorpresivo triunfo electoral, tenga algo que ver con lo que está ocurriendo ahora. Después de todo, ni en los círculos más íntimos del nuevo oficialismo se asignaban grandes posibilidades de lograr esa meta. Es posible que esa actitud, algo inconsciente, haya impedido que se construyan talentosos equipos de gobierno con la debida anticipación y que, en la campaña electoral, se hayan consumido todas las energías solo diseñando consignas enfocadas en decir lo que la gente quería escuchar.

Al actual gobierno le toca en suerte gestionar. Tiene que administrar lo que le dieron así como está. Se pueden buscar artilugios comunicacionales y apelar a cierta clemencia popular pero, más tarde o más temprano, mandarán los despiadados resultados y entonces para lo único que habrá servido este retorcido recurso es para conseguir algo de tiempo extra.

Al cabo de unos meses, solo contarán los éxitos y los fracasos. Aquello que se haya hecho bien traerá recompensas políticas y los asuntos pendientes que no se logren resolver en función de las desmesuradas expectativas planteadas serán su contrapeso obligado. Por eso es imperioso enfocarse en tomar, cuanto antes, las decisiones necesarias e impostergables. El tiempo se consume, la "luna de miel" algún día termina y en ese instante no alcanzará con la débil tesis de la herencia recibida.

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

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LA ARGENTINA NECESITA ABATIR MUROS Y RESTAÑAR GRIETAS por José Armando Caro Figueroa*

| 5 enero, 2016

En la pasada década nuestra sociedad experimentó -hasta el hartazgo- las consecuencias de una férrea voluntad política que incentivó la fragmentación y el enfrentamiento. Erigir muros y profundizar grietas fue una decisión fríamente adoptada por quién detentó cuotas de poder históricamente excepcionales. Una decisión recomendada, además, por los teóricos de la “razón populista”.

Sin embargo, no sería provechoso para nadie que nos pasásemos los próximos años hablando (bien o mal) de la década anterior. Tampoco sería bueno atribuir al período 2002/2015 todos los males ni todos los bienes, olvidando que el ciclo kirchnerista es, entre otras causas, consecuencia de los fracasos y excesos de los proyectos orientados a refundar el capitalismo de mercado sin arbitrar las compensaciones imprescindibles en una democracia comprometida con el bienestar general. Bien es verdad que, además de los condicionamientos ideológicos, fueron la crisis fiscal del Estado y los penosos términos de intercambio internacional que experimentamos entre mediados de los 80 y el estallido de 2001, los que hicieron imposibles o insuficientes aquellas compensaciones.

Hoy la mayoría de los argentinos queremos dejar atrás el experimento kirchnerista que, entre otras consecuencias, erosionó el orden constitucional y despreció los valores de la república; que, si bien mejoró algunos indicadores sociales ocultó otros e hizo oídos sordos a muchos reclamos de inclusión y de justicia.

Pero, en mi opinión, el resultado electoral del pasado 21 de noviembre no puede entenderse como la encomienda a construir un régimen exactamente inverso, donde las fracturas se mantengan e incentiven; un orden cuya única novedad radique en la ecuación económica y social, o en la identidad de ganadores y perdedores.

Pienso que aquella mayoría aspira a reconstruir las libertades, la seguridad y la cordialidad cívica; quiere abatir la pobreza, ampliar el acceso de las personas a los derechos fundamentales y a los servicios esenciales para la vida digna; rechaza continuar viviendo en un ambiente signado por los odios, la propaganda, la mentira y los sectarismos excluyentes.

Dicho en otros términos: La alternativa al kirchnerismo no es el anti-kirchnerismo ni la supremacía de la lógica crudamente capitalista, sino el republicanismo como fórmula virtuosa capaz de alcanzar crecientes cotas de igualdad, libertad y bienestar (VILLACAÑAS – 2015).

¿Cuáles son las grietas que debemos reparar o cerrar?

En primer lugar, la que excluye a millones de argentinos del acceso a los derechos fundamentales y a los servicios esenciales para la vida digna. Este objetivo nacional está reflejado en los mensajes del Presidente Macri cuando habla de la “pobreza cero” como el eje vertebrador de su programa.

Sin embargo, es bueno recordar que en nuestra sociedad han proliferado nuevas formas de pobreza -individual y colectiva- no circunscriptas a la carencia de ingresos suficientes. El desafío es, entonces, abatir la pobreza educativa, sanitaria, urbanística, cultural y tecnológica (para esto último vendría muy bien abolir las restricciones aduaneras a la importación de bienes culturales y tecnológicos).

En el orden de prioridades aparece luego la necesidad de revertir aquella decisión de dividir a la ciudanía en “amigos” y “enemigos” en función de que acompañen o discrepen del rumbo político que marca el Gobierno. Tendremos que asumir –sin reservas mentales- que las urnas del 21 de noviembre construyeron una mayoría y varias minorías cuyos representantes tienen la obligación de articular posiciones de modo de facilitar la toma de decisiones en el marco del orden constitucional. Se trata de respetar el derecho de la mayoría a gobernar y el derecho de las minorías a controlar o a delimitar determinadas decisiones del Poder Ejecutivo; de crear un orden donde la mayoría renuncie a dotarse de un rodillo para aplastar disidencias, y donde las minorías rehúsan obstruccionismos sistemáticos.

Se impone, sobre todo, borrar esta grieta en el terreno del acceso al empleo público, a las magistraturas, a la publicidad oficial, y a las obras y el crédito financiado con recursos del Estado. Ya está bien de asignar los bienes públicos no en base al mérito o al interés general, sino en razón de amiguismos, parentescos o militancias compartidas. 

Aunque no nos resultará fácil, se impone reinstalar la cordialidad cívica. Vale decir, reemplazar descalificaciones, insultos y agresiones por la crítica razonada. La ilusoria pretensión de ser el único poseedor de la verdad debe dar paso al diálogo y los esfuerzos por entender los argumentos discrepantes.

La tercera brecha que urge cerrar es aquella que divide a los territorios prósperos (la llamada “zona núcleo” favorecida por la historia y la geografía pero también por decisiones del Partido Unitario), de los territorios en donde se extiende la pobreza y crecen las dificultades para producir y desarrollarnos.

A riesgo de resultar reiterativo, creo que el Plan Belgrano es un primer paso en la buena dirección, aun cuando en su formulación definitiva y en su gestión los habitantes del Norte Grande tengamos mucho que decir. En este sentido, lamento la recurrente demora de los salteños en abocarnos a la construcción de un amplio consenso provincial para influir en este Plan pensado para afrontar nuestros principales déficits.

Medidas compensatorias

El imprescindible reordenamiento de la economía nacional, para retomar la senda del crecimiento y la creación de buenos empleos, puede -ciertamente- perjudicar a determinados grupos sociales.

Sin embargo, para que aquel reordenamiento resulte eficaz y legítimo, hace falta adoptar medidas compensatorias con la participación de los representantes de los afectados.

Los objetivos de elevar el nivel de empleo, mantener o mejorar el poder adquisitivo de salarios, jubilaciones y pensiones, así como los niveles de cobertura asistencial a los sectores que aún se mantienen sin empleo y sin acceso de los bienes esenciales, requieren de compensaciones destinadas a amortiguar efectos no deseados de las políticas monetaria, de cambios, de tarifas e impuestos, y de comercio exterior.

La ausencia de este tipo de compensaciones no hará sino erosionar el nuevo gobierno y alentar la conflictividad social de intencionalidad política. Si el reordenamiento introduce nuevas grietas sociales o económicas, o no logra restañar las que ya padecemos, es muy probable que termine creando las condiciones para que se active “la chispa que incendiará la pradera” (MAO – 1930).    

El presunto “destino de grandeza”

Son todavía muchos los que comparten aquel eslogan setentista que prometía alcanzar “el destino de grandeza que la historia nos tiene reservado”. A estas alturas, deberíamos admitir que la creencia en un hado o fuerza desconocida que obra sobre los hombres y los sucesos, es radicalmente falsa. No hay ningún encadenamiento necesario y fatal de los acontecimientos que permita sostener la validez de aquel apotegma caro a la retórica peronista.

Dejar de vivir en un país al margen de la ley es tarea de todos y de cada uno, antes que de nuevas reglas estatales. Recuperar la educación es responsabilidad tanto de un marco político centrado en el mérito, la carrera profesional y los recursos suficientes, como de los maestros dispuestos a la formación continua y a la evaluación; también del acuerdo entre todos los actores del sistema educativo para situar al aprendizaje y la calidad como metas del servicio.

En resumen: Nuestro destino, la resolución de nuestros problemas y querellas dependen sólo de nuestra voluntad colectiva y de nuestros talentos individuales.

*Ex Fiscal de Estado de la Provincia (1973), ex Ministro de Trabajo de la Nación (1993/1997)

 

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