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LA ARGENTINA NECESITA ABATIR MUROS Y RESTAÑAR GRIETAS por José Armando Caro Figueroa*

| 5 enero, 2016

En la pasada década nuestra sociedad experimentó -hasta el hartazgo- las consecuencias de una férrea voluntad política que incentivó la fragmentación y el enfrentamiento. Erigir muros y profundizar grietas fue una decisión fríamente adoptada por quién detentó cuotas de poder históricamente excepcionales. Una decisión recomendada, además, por los teóricos de la “razón populista”.

Sin embargo, no sería provechoso para nadie que nos pasásemos los próximos años hablando (bien o mal) de la década anterior. Tampoco sería bueno atribuir al período 2002/2015 todos los males ni todos los bienes, olvidando que el ciclo kirchnerista es, entre otras causas, consecuencia de los fracasos y excesos de los proyectos orientados a refundar el capitalismo de mercado sin arbitrar las compensaciones imprescindibles en una democracia comprometida con el bienestar general. Bien es verdad que, además de los condicionamientos ideológicos, fueron la crisis fiscal del Estado y los penosos términos de intercambio internacional que experimentamos entre mediados de los 80 y el estallido de 2001, los que hicieron imposibles o insuficientes aquellas compensaciones.

Hoy la mayoría de los argentinos queremos dejar atrás el experimento kirchnerista que, entre otras consecuencias, erosionó el orden constitucional y despreció los valores de la república; que, si bien mejoró algunos indicadores sociales ocultó otros e hizo oídos sordos a muchos reclamos de inclusión y de justicia.

Pero, en mi opinión, el resultado electoral del pasado 21 de noviembre no puede entenderse como la encomienda a construir un régimen exactamente inverso, donde las fracturas se mantengan e incentiven; un orden cuya única novedad radique en la ecuación económica y social, o en la identidad de ganadores y perdedores.

Pienso que aquella mayoría aspira a reconstruir las libertades, la seguridad y la cordialidad cívica; quiere abatir la pobreza, ampliar el acceso de las personas a los derechos fundamentales y a los servicios esenciales para la vida digna; rechaza continuar viviendo en un ambiente signado por los odios, la propaganda, la mentira y los sectarismos excluyentes.

Dicho en otros términos: La alternativa al kirchnerismo no es el anti-kirchnerismo ni la supremacía de la lógica crudamente capitalista, sino el republicanismo como fórmula virtuosa capaz de alcanzar crecientes cotas de igualdad, libertad y bienestar (VILLACAÑAS – 2015).

¿Cuáles son las grietas que debemos reparar o cerrar?

En primer lugar, la que excluye a millones de argentinos del acceso a los derechos fundamentales y a los servicios esenciales para la vida digna. Este objetivo nacional está reflejado en los mensajes del Presidente Macri cuando habla de la “pobreza cero” como el eje vertebrador de su programa.

Sin embargo, es bueno recordar que en nuestra sociedad han proliferado nuevas formas de pobreza -individual y colectiva- no circunscriptas a la carencia de ingresos suficientes. El desafío es, entonces, abatir la pobreza educativa, sanitaria, urbanística, cultural y tecnológica (para esto último vendría muy bien abolir las restricciones aduaneras a la importación de bienes culturales y tecnológicos).

En el orden de prioridades aparece luego la necesidad de revertir aquella decisión de dividir a la ciudanía en “amigos” y “enemigos” en función de que acompañen o discrepen del rumbo político que marca el Gobierno. Tendremos que asumir –sin reservas mentales- que las urnas del 21 de noviembre construyeron una mayoría y varias minorías cuyos representantes tienen la obligación de articular posiciones de modo de facilitar la toma de decisiones en el marco del orden constitucional. Se trata de respetar el derecho de la mayoría a gobernar y el derecho de las minorías a controlar o a delimitar determinadas decisiones del Poder Ejecutivo; de crear un orden donde la mayoría renuncie a dotarse de un rodillo para aplastar disidencias, y donde las minorías rehúsan obstruccionismos sistemáticos.

Se impone, sobre todo, borrar esta grieta en el terreno del acceso al empleo público, a las magistraturas, a la publicidad oficial, y a las obras y el crédito financiado con recursos del Estado. Ya está bien de asignar los bienes públicos no en base al mérito o al interés general, sino en razón de amiguismos, parentescos o militancias compartidas. 

Aunque no nos resultará fácil, se impone reinstalar la cordialidad cívica. Vale decir, reemplazar descalificaciones, insultos y agresiones por la crítica razonada. La ilusoria pretensión de ser el único poseedor de la verdad debe dar paso al diálogo y los esfuerzos por entender los argumentos discrepantes.

La tercera brecha que urge cerrar es aquella que divide a los territorios prósperos (la llamada “zona núcleo” favorecida por la historia y la geografía pero también por decisiones del Partido Unitario), de los territorios en donde se extiende la pobreza y crecen las dificultades para producir y desarrollarnos.

A riesgo de resultar reiterativo, creo que el Plan Belgrano es un primer paso en la buena dirección, aun cuando en su formulación definitiva y en su gestión los habitantes del Norte Grande tengamos mucho que decir. En este sentido, lamento la recurrente demora de los salteños en abocarnos a la construcción de un amplio consenso provincial para influir en este Plan pensado para afrontar nuestros principales déficits.

Medidas compensatorias

El imprescindible reordenamiento de la economía nacional, para retomar la senda del crecimiento y la creación de buenos empleos, puede -ciertamente- perjudicar a determinados grupos sociales.

Sin embargo, para que aquel reordenamiento resulte eficaz y legítimo, hace falta adoptar medidas compensatorias con la participación de los representantes de los afectados.

Los objetivos de elevar el nivel de empleo, mantener o mejorar el poder adquisitivo de salarios, jubilaciones y pensiones, así como los niveles de cobertura asistencial a los sectores que aún se mantienen sin empleo y sin acceso de los bienes esenciales, requieren de compensaciones destinadas a amortiguar efectos no deseados de las políticas monetaria, de cambios, de tarifas e impuestos, y de comercio exterior.

La ausencia de este tipo de compensaciones no hará sino erosionar el nuevo gobierno y alentar la conflictividad social de intencionalidad política. Si el reordenamiento introduce nuevas grietas sociales o económicas, o no logra restañar las que ya padecemos, es muy probable que termine creando las condiciones para que se active “la chispa que incendiará la pradera” (MAO – 1930).    

El presunto “destino de grandeza”

Son todavía muchos los que comparten aquel eslogan setentista que prometía alcanzar “el destino de grandeza que la historia nos tiene reservado”. A estas alturas, deberíamos admitir que la creencia en un hado o fuerza desconocida que obra sobre los hombres y los sucesos, es radicalmente falsa. No hay ningún encadenamiento necesario y fatal de los acontecimientos que permita sostener la validez de aquel apotegma caro a la retórica peronista.

Dejar de vivir en un país al margen de la ley es tarea de todos y de cada uno, antes que de nuevas reglas estatales. Recuperar la educación es responsabilidad tanto de un marco político centrado en el mérito, la carrera profesional y los recursos suficientes, como de los maestros dispuestos a la formación continua y a la evaluación; también del acuerdo entre todos los actores del sistema educativo para situar al aprendizaje y la calidad como metas del servicio.

En resumen: Nuestro destino, la resolución de nuestros problemas y querellas dependen sólo de nuestra voluntad colectiva y de nuestros talentos individuales.

*Ex Fiscal de Estado de la Provincia (1973), ex Ministro de Trabajo de la Nación (1993/1997)

 

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