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POSFASCISMO, O SEA EL FASCISMO COMO CONCEPTO TRANSHISTÓRICO por Enzo Traverso*

Con-Texto | 28 agosto, 2021

El ascenso de la derecha radical es uno de los rasgos más destacados de la situación internacional actual. Desde los años treinta del pasado siglo, el mundo no había experimentado un crecimiento similar de movimientos de derecha radical, que inevitablemente despiertan la memoria del fascismo. Al principio, el núcleo de esta tendencia era la Europa continental, con el ascenso del Frente Nacional en Francia y otros movimientos de extrema derecha de Europa central.

Hoy, los partidos de extrema derecha están en el poder en siete países europeos –Austria, Bélgica, Hungría, Polonia, República Checa y Finlandia– y están fuertemente representados en la casi totalidad de los países de la UE. El éxito de Alternative für Deutschland y de Vox demuestra que Alemania y España ya no son excepciones. Y que, tras la elección de Donald Trump en EE UU y de Bolsonaro en Brasil, esta tendencia ha adoptado una dimensión global. Los fantasmas del fascismo reaparecen y reabren viejos debates: ¿acaso el viejo concepto de fascismo da cuenta de la novedad del ascenso de las derechas radicales? El concepto de fascismo es transhistórico; transciende el tiempo en que apareció y puede ser utilizado con el fin de aprehender nuevas experiencias, que están conectadas con el pasado a través de una tela de araña de continuidades temporales (este fue el caso de las dictaduras latinoamericanas de los años setenta). No obstante, las comparaciones históricas establecen analogías y diferencias más que homologías y repeticiones. A veces revelan que los viejos conceptos no funcionan y deben renovarse.

Hoy el ascenso de las derechas radicales despliega una ambigüedad semántica: por un lado, prácticamente nadie habla de fascismo –exceptuando, quizás, en relación con Bolsonaro– y la mayor parte de los comentaristas reconocen las diferencias existentes entre estos nuevos movimientos y sus ancestros de los años treinta; por otro, cualquier intento de definir este nuevo fenómeno implica una comparación con el periodo de entreguerras. Resumiendo, el concepto de fascismo parece a la vez inapropiado e indispensable para comprender esta nueva realidad. Esta es la razón por la cual el concepto de posfascismo se corresponde con este paso transicional. Posfascismo debe ser entendido tanto en términos cronológicos como políticos: por un lado, estos movimientos aparecen con posterioridad al fascismo y pertenecen a otro contexto histórico; por otro, no pueden definirse comparándolos al fascismo clásico, que sigue siendo una experiencia fundacional. Por un lado, ya no son fascistas; por otro, no son totalmente distintos, son algo intermedio.

Una situación tal nos recuerda la famosa sentencia del 18 Brumario de Karl Marx, donde comparaba a Napoleón Bonaparte con su sobrino, Luis Napoleón; la historia se repite: primero como tragedia y después como farsa. Trump, Bolsonaro y Salvini parecen caricaturas de Hitler y Mussolini. Esto no es falso del todo, pero no es suficiente.

El ascenso de la derecha radical no es la única analogía actual respecto a la situación del mundo de entreguerras. Otras similitudes son evidentes y se han puesto a menudo de relieve: en primer lugar, la ausencia de un orden internacional y las sucesivas oleadas concéntricas de crisis económica. En los años veinte y treinta, dicho caos dependía del colapso del concierto europeo del siglo XIX, mientras que hoy en día es el resultado del fin de la Guerra Fría y de su mundo bipolar. La ausencia de un orden internacional siempre hace emerger la demanda de hombres fuertes. En los años treinta como hoy, la crisis económica ha alimentado el ascenso del nacionalismo, la xenofobia, el racismo y la demanda de poderes autoritarios. No resultaría difícil trazar un paralelismo entre la crisis económica, política y moral de Europa en los años treinta y la crisis actual en la Unión Europea: no hay más que pensar en la crisis de los refugiados, que parece una repetición de la Conferencia de Evian de 1938.

Sin embargo, me gustaría resaltar algunas diferencias cruciales entre el fascismo clásico y la nueva derecha radical. Estas diferencias se refieren sobre todo al anticomunismo, a la revolución, al utopismo, al antisemitismo y al conservadurismo.
Anticomunismo

Un pilar fundamental del fascismo clásico fue el anticomunismo. Tras la Gran Guerra, el anticomunismo fue el crisol de la transformación del nacionalismo desde una derecha conservadora hacia una derecha revolucionaria: Mussolini definió dicho movimiento como una revolución contra la revolución. Hoy, tras el colapso del socialismo real y el fin de la URSS, el anticomunismo ha perdido tanto su atractivo como su significado. A veces sobrevive –pensemos en la campaña de Bolsonaro contra el marxismo cultural–, pero se ha vuelto marginal. Esto tiene algunas consecuencias considerables. Ya no existe la potente frontera que en el pasado separaba al fascismo de la izquierda y el movimiento obrero. Le Pen, Salvini, Orban y Trump han reintegrado a la clase obrera en la comunidad nacional. Lógicamente, se refieren a la clase obrera nacional, en su mayor parte compuesta de hombres blancos, pero dicen defenderles contra la globalización. Ha caído una frontera significativa. En perspectiva histórica, el posfascismo podría verse como un resultado de la derrota de las revoluciones del siglo XX: tras el colapso del comunismo y la adopción de la gobernanza neoliberal por los partidos socialdemócratas, los movimientos de derecha radical se convirtieron, en muchos países, en las fuerzas más influyentes opuestas al sistema, sin mostrar una vertiente subversiva y evitando cualquier competencia con la izquierda radical.

De acuerdo con el paradigma populista clásico, la derecha radical no ha abandonado el viejo mito del buen pueblo opuesto a las élites corruptas, pero lo ha reformulado de un modo significativo. En el pasado, el buen pueblo significaba una comunidad rural étnicamente homogénea opuesta a las clases peligrosas de las grandes ciudades. Tras el fin del comunismo, una clase obrera derrotada golpeada por la desindustrialización ha sido reintegrada en dicha comunidad nacional-popular. El mal pueblo –inmigrantes, musulmanes y negros de los suburbios, mujeres con velo, yonquis y gentes marginales– es fusionado con las clases ociosas que adoptan costumbres liberadas: feministas, defensores de los derechos de los gays, antirracistas, ecologistas y defensores de los derechos de las personas migrantes. En fin, el pueblo bueno del imaginario posfascista es nacionalista, antifeminista, homófobo, xenófobo…, y alimenta una clara hostilidad contra la ecología, el arte contemporáneo y el intelectualismo.
Antiutopismo

El posfascismo pertenece a una era posideológica perfilada por el colapso de las esperanzas del siglo XX y no rompe su temporalidad presentista que, en palabras de Koselleck, carece de un “horizonte de expectativas”. En los años treinta, el fascismo reivindicaba una revolución nacional y se pintaba a sí mismo como una civilización alternativa, opuesta tanto al liberalismo como al comunismo. Anunciaba el nacimiento de un hombre nuevo que regeneraría el continente, sustituyendo a las viejas y decadentes democracias. El posfascismo no tiene ambiciones utópicas. Su modernidad reside en los medios de su propaganda –todos sus líderes están familiarizados con la publicidad televisiva y la comunicación– más que en su proyecto, que es profundamente conservador. Contra los enemigos de la civilización –la globalización, la inmigración, el islam, el terrorismo–, la derecha radical solo reivindica el retorno al pasado: moneda nacional, soberanía nacional, preferencia nacional, detener la inmigración, la preservación de las raíces cristianas de los países occidentales, etc.

Desde este punto de vista, la nueva derecha radical es más conservadora que fascista; pertenece a la tradición de la desesperación cultural (Fritz Stern) más que a la de la revolución conservadora. Pensemos en el ideólogo de Alternative für Deutschland, Rolf-Peter Sieferle. Escribió un panfleto pesimista en el que se quejaba de la decadencia de Alemania dominada por valores cosmopolitas y posnacionales, completamente remodelada por la idea de Habermas del patriotismo constitucional. Tras la publicación de su testamento intelectual se suicidó. No es realmente la trayectoria de un redentor.
Xenofobia

Un rasgo común de todos los posfascismos es la xenofobia. El odio hacia las y los inmigrantes modela su ideología e inspira su acción. El inmigrante es la metáfora de un enemigo interior que corrompe desde dentro el cuerpo nacional como un virus o un cáncer. La búsqueda de un chivo expiatorio es un elemento constitutivo del discurso fascista, pero hay que observar un cambio capital: el desplazamiento del antisemitismo hacia la islamofobia. El principal objetivo de los movimientos posfascistas ya no son los judíos, sino los musulmanes.

El fascismo era profundamente antisemita. El antisemitismo modelaba el conjunto de la cosmovisión del nacional-socialismo alemán y afectó profundamente a las distintas variantes de los nacionalismos radicales franceses; se introdujo en las leyes de 1938 del régimen fascista italiano e incluso en España, donde los judíos habían sido expulsados a finales del siglo XV, distinguía la propaganda de Franco, que los identificaba con los rojos, enemigos ambos del nacional-catolicismo. Claro que, durante la primera mitad del siglo, el antisemitismo se había extendido prácticamente a todos los ámbitos; desde las capas aristocráticas y burguesas –donde trazó fronteras simbólicas– hasta la intelligentsia: muchos de los escritores más leídos de los años treinta no ocultaron su odio hacia los judíos.

Hoy, el racismo ha cambiado sus formas y objetivos: el inmigrante musulmán ha sustituido al judío. El racismo –un discurso científico basado en teorías biológicas– ha sido sustituido por un prejuicio cultural que pone el acento en una discrepancia antropológica radical entre la Europa judeocristiana y el islam. El antisemitismo tradicional, que modeló todos los nacionalismos europeos durante más de un siglo, se ha convertido en un fenómeno residual. Como en un sistema de vasos comunicantes, el antisemitismo de preguerra empezó a declinar y aumentó la islamofobia. La representación posfascista del enemigo reproduce el viejo paradigma racista y, como el antiguo bolchevique judío, se representa al terrorista islámico con rasgos físicos que denotan su alteridad.
Conspiración

A veces el antisemitismo y la islamofobia coexisten en el discurso posfascista como dos figuras retóricas complementarias. El caso más impactante de dicha combinación se encuentra en Viktor Orban, el jefe del gobierno húngaro, quien denuncia una doble amenaza: una conspiración financiera organizada por una élite judía que dirige el proceso de globalización desde Wall Street (el objetivo habitual de sus discursos es el banquero George Soros) y una amenaza demográfica encarnada por una inmigración masiva procedente de Asia y África, que se corresponde, a nivel cultural, con una tercera amenaza: la invasión islámica. Sin la claridad de las palabras de Orban, otros dirigentes de extrema derecha de Europa central y occidental sugieren argumentos similares. Pero no deberíamos negar las múltiples contradicciones de semejante retórica xenófoba: Orban, al igual que Trump, Bolsonaro y otros líderes de extrema derecha, tiene muy buenas relaciones con Israel, al que considera un poderoso bastión antiislámico (y como un intermediario útil entre el grupo de Visegrado y Estados Unidos).

En Francia, el arquitecto del mito del Gran reemplazo –la islamización de Francia– es una figura literaria: Renaud Camus, un escritor que no esconde su proximidad al Frente Nacional. Hace quince años se quejaba en su diario[1] de la presencia judía aplastante en los media culturales franceses; en los años que siguieron desplazó el foco hacia los musulmanes, cuya inmigración masiva provocaría un gran reemplazo. Camus pertenece a la vieja escuela del conservadurismo francés. Los más populares defensores de la teoría del gran reemplazo son, no obstante, dos intelectuales públicos judíos: Éric Zemmour y Alain Finkielkraut. Zemmour ha dedicado a este tema un libro muy exitoso –ha vendido 500.000 ejemplares en seis meses– titulado Le suicide français. Finkielkraut es el autor de otro best-seller, L»identité malheureuse (La identidad infeliz), en el que describe la desesperación de una gran nación frente a dos calamidades: el multiculturalismo y un mestizaje erróneamente idealizado (el mestizaje de una Francia “Negra-Blanca-Beur”[2]). Este discurso no difiere demasiado del antisemitismo de Heinrich von Treitschke. En 1880, este historiador alemán deploraba la intrusión (Einbruch) de los judíos en la sociedad alemana, en la que conmovieron las costumbres de la kultur y actuaron como un elemento corruptor. La conclusión de Treitschke fue una nota de desesperación que se convirtió en una especie de eslogan: “Los judíos son nuestra infelicidad” (die JudensindunserUnglück).
El retorno de lo colonial reprimido

En cualquier caso, la islamofobia no es un simple sucedáneo del viejo antisemitismo, ya que sus raíces son antiguas y posee su propia tradición, que es el colonialismo. El colonialismo inventó una antropología política basada en la dicotomía entre ciudadanos y súbditos coloniales –en francés, las categorías legales de citoyens e indigènes– que fijaba fronteras sociales, espaciales, raciales y políticas.

La matriz colonial de la islamofobia nos aporta la clave para entender la metamorfosis ideológica del posfascismo, que ha abandonado las ambiciones imperiales y conquistadoras del fascismo clásico con el fin de adoptar una postura más conservadora y defensiva. No desea conquistar, sino más bien expulsar (incluso criticando las guerras neoimperiales libradas desde principios de los años noventa por Estados Unidos y sus aliados occidentales). Mientras que el colonialismo del siglo XIX deseaba lograr su misión civilizatoria mediante sus conquistas fuera de Europa, la islamofobia poscolonial lucha contra un enemigo interior en nombre de los mismos valores. El rechazo sustituyó a la conquista, pero sus motivaciones no cambiaron; hoy en día, el rechazo y la expulsión buscan proteger a la nación de su influencia deletérea. Ello explica los debates recurrentes sobre la laicidad y el velo islámico que conducen a la ley islamófoba que lo prohíbe en espacios públicos. Este acuerdo consensuado sobre una concepción neocolonial y discriminatoria de la laicidad ha contribuido significativamente a la legitimación del posfascismo en la esfera pública.
Republicanismo de derechas

El posfascismo no oculta sus inclinaciones autoritarias –exige un poder ejecutivo fuerte, leyes de seguridad especiales, la pena de muerte, etc.–, pero ha abandonado su viejo marco ideológico –lo cual supone una ruptura real con el marco tipo ideal fascista– con el fin de abrazar la Ilustración. En la era postotalitaria de los derechos humanos, eso le aporta respetabilidad. El colonialismo clásico se desarrolló en nombre del progreso y, en Francia, del universalismo republicano; esta es la tradición con la que el posfascismo intenta fusionarse. No justifica su guerra contra el islam con los viejos y hoy inaceptables argumentos del racismo doctrinal, sino con la filosofía de los derechos humanos. Marine Le Pen –quien se ha distanciado claramente de su padre en este tema– no desea defender exclusivamente a los franceses nativos contra los inmigrantes, también desea defender a judíos y mujeres contra el terrorismo, el comunitarismo y el oscurantismo islámico. Homofobia e islamofobia gay friendly coexisten en esta derecha radical cambiante. En los Países Bajos, el feminismo y los derechos de los gays han sido el banderín de enganche de una campaña violentamente xenófoba por parte de Pim Fortuyn, y posteriormente de su sucesor Gert Wilders, contra la inmigración y los musulmanes.
Élites

Durante los años treinta, el miedo al comunismo empujó a las élites europeas a aceptar a Hitler, Mussolini y Franco. Como han señalado diversos historiadores, dichos dictadores ciertamente se beneficiaron de sendos errores de cálculo cometidos por los hombres de Estado y los partidos conservadores tradicionales, pero no hay duda de que sin la Revolución rusa y la Gran Depresión, en medio del colapso de la República de Weimar, las élites económicas, militares y políticas no habrían permitido a Hitler tomar el poder. Hoy, en Europa, los intereses de las élites económicas están mucho mejor representados por la Unión Europea que por la derecha radical. Esta podría convertirse en un interlocutor creíble y una dirección potencial tan solo en el caso de un colapso del euro, lo cual empujaría al continente a una situación de caos e inestabilidad. Desgraciadamente, no podemos excluir dicha posibilidad. Las élites de la UE nos recuerdan a los sonámbulos al borde del precipicio de 1914, a los defensores del concierto europeo que se dirigían a la catástrofe sin ser en absoluto conscientes de lo que estaba sucediendo.

Las raíces de los movimientos de derecha radical son antiguas, pero su ascenso ha sido significativamente potenciado por la crisis económica, que ha revelado dramáticamente la relación simbiótica existente entre las élites políticas (basta pensar en Hillary Clinton en Estados Unidos) y las financieras. A diferencia, tanto de los partidos socialdemócratas como de la derecha tradicional que apoyó y encarnó dicha simbiosis política y económica, la derecha radical de la UE siempre se opuso a la introducción de la moneda común (el euro) y sus políticas de austeridad. Esta es la premisa de su crecimiento espectacular. Las élites tradicionales no son la alternativa al ascenso del posfascismo por la simple razón de que son su causa principal.
Populismo

El discurso acerca de la decadencia, la identidad amenazada, la inmigración descontrolada, la invasión islámica y la defensa de Occidente es bastante común entre todas las corrientes conservadoras y los partidos gubernamentales de la derecha tradicional. Lo que distingue al posfascismo de ellos es el nacional-populismo. La derecha radical desea movilizar a las masas y reivindicar un despertar nacional para apartar a la élite corrupta, dirigida por el capitalismo global y responsable de políticas que han abierto los países europeos a la inmigración descontrolada y a la colonización islámica.

Resumiendo, no hay duda de que los movimientos de derecha radical contemporánea son populistas –su retórica consiste en oponer al pueblo contra las élites–, pero una definición tan simple describe su estilo político sin aprehender su contenido. Desde el siglo XIX, hemos experimentado un populismo ruso y norteamericano, gran variedad de populismos latinoamericanos, un populismo fascista y un populismo comunista. Hoy en día, esta etiqueta ha sido aplicada a personalidades tan distintas como Hugo Chávez y Silvio Berlusconi; Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon, el líder del Frente de Izquierdas francés; Matteo Salvini, el líder de la Liga Norte italiana, y Pablo Iglesias, el líder de Podemos en España. Populismo es un término camaleónico: cuando el adjetivo se transforma en sustantivo, su valor heurístico cae dramáticamente. Muy a menudo, populismo es una palabra que revela el desdén hacia el pueblo por parte de quienes lo utilizan con el fin de descalificar a sus adversarios. Esta es la razón por la cual creo que posfascismo es una definición mucho más pertinente.

Hoy en día el posfascismo está creciendo en todas partes y no sabemos el desenlace de su proliferación. Podría mantenerse en el marco de la democracia liberal, pero también podría experimentar una nueva radicalización, especialmente en el caso de un colapso de la Unión Europea, que es uno de sus objetivos. Las premisas de ambos desarrollos ya existen. Como afirmé al principio, la segunda opción lograría la transformación del fascismo en un concepto transhistórico. En este caso, nos veríamos compelidos a reconocer que el fascismo no fue un paréntesis del siglo XX.

*Enzo Traverso es historiador. y pensador italiano. Actualmente enseña en la Universidad de Cornell (EE UU)  Ha publicado recientemente Las nuevas caras de la derecha (2018) y Melancolía de izquierda (2019

 

 

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DOS COALICIONES Y NINGÚN FUTURO ¿Es la grieta peronismo/anti peronismo un callejón sin salida? por José Armando Caro Figueroa*

Con-Texto | 28 agosto, 2021

Políticamente hablando, la Argentina está dividida en dos Grandes Coaliciones. Cada una de ellas sostiene ideas simétricamente opuestas en asuntos de notoria centralidad como son el diseño y cometido de las instituciones de gobierno, de legislación, de justicia y de control. Las separan también sus respectivas posiciones en materia de relaciones exteriores, pobreza, desigualdades y, desde luego, sus postulaciones económicas en todas sus dimensiones temporales y sectoriales. Si bien desde el punto de vista electoral estas dos Grandes Coaliciones pueden -afortunadamente- alternarse en el poder, el diseño interno de las mismas y su propia trayectoria en las dos últimas décadas excluyen cualquier hipótesis de consenso. Dicho de otro modo: Tan enconado enfrentamiento obliga a descartar toda posibilidad de diluir o superar lo que se conoce con el nombre de empate estratégico. Al menos, mientras no logre reconfigurarse el actual y estancado mapa político y surjan nuevos actores. Si los acontecimientos y los posicionamientos políticos se mantienen en idéntica sintonía con lo que viene sucediendo a lo largo de las últimas 4 o 5 décadas, la Argentina no podrá regenerar sus instituciones de gobierno ni superar su largo ciclo de estancamiento con severa inflación. Es altamente probable que las desigualdades (que son económicas, territoriales, culturales y sociales) se profundicen, y que nuestros erráticos alineamientos internacionales permanezcan anclados en visiones anacrónicas. Es igualmente probable que nuestros indicadores educacionales, sanitarios, ambientales, urbanísticos y de transparencia mantengan sus respectivas sendas que nos alejan de los estándares de los países mas desarrollados, menos desiguales y efectivamente preocupados por la ética pública y por el cuidado del planeta. Así las cosas, todo permite suponer que la sonora puja entre estas dos Grandes Coaliciones habrá de depararnos recurrentes décadas de una lenta, insoportable y estéril decadencia. ¿Podemos romper esta encerrona? Se imponen, sin embargo, dos preguntas: ¿Es posible salir de aquel círculo vicioso y viciado? ¿Qué acontecimientos y cuáles innovaciones políticas nos permitirían cambiar el rumbo? Parece difícil que la ciudadanía, en sus bianuales pronunciamientos electorales, pudiera -por si sola- alterar esta trayectoria. Entre otras razones porque la crisis de los partidos políticos y el diseño del sistema electoral vigente obligan a los ciudadanos que concurren a las urnas a pronunciarse sobre alternativas cerradas, inconcretas, cargadas de ambigüedades, y siempre reacias a todo control postelectoral. Es cierto que graves acontecimientos económicos y sociales (hiperinflación, alto desempleo, insuficiencia de las ayudas a pobres y excluidos, eclosión del sistema sanitario, alta conflictividad laboral y social, extensión del crimen organizado) podrían construir arduos escenarios de crisis; pero sus consecuencias resultan imposibles de imaginar o prever siquiera a estas alturas. El peronismo extenuado pero vigente De entre los acontecimientos con capacidad para abrir un nuevo escenario político, me gustaría llamar la atención sobre el papel de las centenas o miles de expresiones en las que ha venido a parar el otrora monolítico y vertical primer peronismo. Comenzaré señalando que ninguna propuesta que apunte a facilitar el fin de este ciclo de decadencia y a propiciar aquel nuevo escenario tendrá éxito si recae en la vieja y siempre fracasada tentación del anti peronismo en cualquiera de sus versiones (desde la cooptación a la proscripción). Importantes segmentos que todavía hoy se reconocen a sí mismos como peronistas acuden con su voto a reforzar a la Gran Coalición hoy liderada por el kirchnerismo y dentro de la cual asumen roles protagónicos los herederos de la violenta “patria socialista” de los años de 1970, y del viejo estalinismo que supo liderar don Victorio CODOVILA. Hay indicios abrumadores en el sentido de que el peronismo como fuerza portadora de un programa moderno en condiciones de ser eficazmente leal a sus “esencias” (que podríamos enunciar apelando al ambiguo e insospechado apotegma: “la grandeza de la patria y la felicidad del pueblo) ha perdido todo vigor. Hay indicios de que aquel peronismo vive de las glorias (y desventuras) pasadas. Existen señales de que sus postulados programáticos (recogidos, por ejemplo, en los señeros Planes Quinquenales de su edad dorada, o en sus proclamas anticapitalistas, antioligárquicas y antimperialistas que ilusionaron a la “juventud maravillosa” en los años de 1960), no están ya a la altura de los tiempos. Una situación que viene obligándolo a vivir intelectualmente de prestado. A encerrarse en el nacionalismo autárquico y tendencialmente unitario. A redoblar su apuesta por la industrialización sustitutiva de importaciones y por su dogmático estatismo. A encerrarse en redes de alianzas corporativas. A abroquelarse alrededor de un modelo de relaciones laborales que ya no garantiza ni la libertad sindical ni las condiciones dignas y equitativas de labor, para expresarlo en términos del artículo 14 bis de nuestra Constitución Nacional. Necesitamos una nueva y distinta Gran Coalición Pienso que reincidir en un diseño estrictamente ceñido a lo que fue la otra Gran Coalición (hasta ayer liderada por Mauricio MACRI) no está en condiciones de incorporar el voto ni la voluntad cívica de los millones de ciudadanos pertenecientes a los sectores sociológica o sentimentalmente afines al catecismo peronista más o menos ortodoxo, cuando no a sus meros símbolos históricos. Una Gran Coalición ortodoxamente liberal en lo económico, mecánicamente antiperonista, inercialmente unitaria, promotora de un capitalismo que atrasa por sus brotes antisindicales y su vocación anti obrera, no podría llevar a cabo un imprescindible programa de reformas estructurales. No lo lograría pese a su declarada pulcritud republicana, incluso si regresara al gobierno aupada por una ajustada mayoría de votos. Parece, entonces, llegada la hora de innovar en el diseño y en las propuestas que mueven al enorme “espacio” no kirchnerista que, en realidad, es un conglomerado de intereses, de lealtades personales y de postulados ideológicos que, dicho sea de paso, se han mostrado igualmente incapaces de resolver los desafíos que enfrenta la Argentina contemporánea y padecen -impotentes- las personas que habitan este territorio y conforman una abrumadora mayoría dispersa y al borde de la extenuación. No se trata, a mi entender, de trabajar en el armado de una nueva Gran Coalición caracterizada esta vez por su anti kirchnerismo, sino de construir un sujeto político en condiciones de gobernar con estricto apego a la Constitución Nacional, atendiendo a su doble dimensión de libertad e igualdad. Ya habrá tiempo para que la -por ahora imaginaria- Gran Coalición Popular Exportadora (sobre la que ha teorizado Pablo GERCHUNOF) se siente alrededor de una mesa con la fuerza que lidera doña Cristina Fernández y explore la posibilidad de alcanzar determinados consensos estratégicos relacionados con la paz interior y el bienestar general. Todo esto, claro está, siempre y cuando ciertos sectores que anidan en el actual gobierno no decidan “echarse al monte”. Al fin y al cabo, varios de sus antepasados soñaron con recrear Sierra Maestra en los montes de Orán o de Tucumán.

                                                                                                                         Salta, 18 de julio de 2021.

* Miembro del Club Político Argentino

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LOS CORTOCIRCUITOS HISTORICOS ARGENTINOS por Jorge Ossona*

Con-Texto | 28 agosto, 2021

Déficit fiscal, inflación, estancamiento, faccionalismo político, corrupción y pobreza son las pruebas contundentes del cortocircuito histórico de un país cuya confección fue problemática  desde sus orígenes. Y cuya viabilidad requería de disciplinamientos que nunca supimos asumir optando por peligrosos atajos que acumulados, nos han arrojado a este caótico estado de cosas.

Cuando a mediados del siglo XIX un conjunto de intelectuales imbuidos por el romanticismo de la época decidieron inventar a la Argentina como un moderno Estado Nacional partieron de la convicción compartida de que la creación no habría de ser factible a partir del balance de factores por entonces vigente. Desde la salida de la crisis de 1848, la segunda etapa de la industrialización europea suscitó la demanda creciente de nuevas materias primas alimentarias para cuya producción en gran escala el país proyectado tenia enormes praderas despobladas. A lo que había que agregarle la lejanía y la debilidad de los lazos comerciales con los centros metropolitanos.

La nueva etapa industrial ofrecía acotar los costos logísticos merced a los barcos a vapor y los trenes, pero sin gente dispuesta a disparar el desarrollo de nuestras fuerzas productivas. Todo el proyecto, tal como lo había diagnosticado Rosas desde los años 20, sería inviable y contraproducente. Su caída atizo los conflictos como lo prueba el hecho de que la Constitución Nacional se promulgara en Santa Fe debido a la escisión de la provincia porteña. Cuando ésta unificó el país imponiendo  el imperio del Estado sobre las provincias, nuestra única commodity competitiva era la lana cuyo precio habría de desplomarse un lustro más tarde anticipando la primera crisis capitalista a escala internacional. De ahí, la tarea ciclópea de las primeras presidencias en ir construyendo un orden.

Éste finalmente se consumó con la derrota en 1880 del Estado porteño al que se decapitó federalizando su ciudad y generando un conflicto identitario insoluble  hasta nuestros días. La seguridad jurídica impuesta por el grupo provinciano organizado desde Córdoba y Tucumán suscito un flujo de inmigrantes y de inversiones que atizaron la esperanza de llevar a buen puerto la utopía nacional. Pero la ansiedad de recuperar el tiempo perdido, dada la rapidez de la diversificación productiva agropecuaria precipitada por trenes y frigoríficos condujeron a un endeudamiento público descalzado respecto de las posibilidades ofrecidas por nuestras exportaciones. Diez años más tarde el nuevo país incurría en el primer default de su historia.

La crisis económica precipito la política y le costó el cargo al presidente Juárez Celman reemplazado por su vice, Carlos Pellegrini. Durante los dos años de su mandato, este produjo un conjunto de reformas que supusieron una advertencia severa acerca de los peligros de nuestra confección institucional. La inclusión en la república de las provincias pobres que al cabo coparon los circuitos políticos estatales suponía un gasto público inmenso para nuestro régimen fiscal fundado en elevadísimos impuestos indirectos a las importaciones. Ingresos, gastos y deudas debían marchar en armonía respecto de nuestro comercio exterior porque en su defecto, el peligro inflacionario podía poner en jaque al triángulo en el que se cifraba el éxito de la idea nacional: la inmigración europea atraída por los salarios elevados, las posibilidades del ahorro en una moneda fuerte y del ascenso social fomentado por una educación estatal gratuita y laica. Durante los veinte años siguientes el PBI per cápita del novel país fue el sexto del mundo, y el espesor de sus clases medias lo convirtieron en un caso de excepción en toda América Latina.

Sin embargo, se aproximaba una coyuntura mundial traumática que habría de trastocar las certezas decimonónicas y con ellas a las de nuestro progreso indefinido. La Guerra de 1914 preanunció lo que en 1910 parecía imposible: la progresiva reducción de la demanda de alimentos de la Vieja Europa confirmada por la crisis de 1929 y la larga depresión de la década siguiente. El tamaño de nuestra economía y el desarrollo de ciertas producciones regionales permitieron capear el desempleo mediante el desarrollo de una industria textil, metalúrgica y de la construcción que absorbieron a las víctimas de las cuencas agrícolas y de los servicios urbanos de las grandes ciudades del Litoral.

Pero a diez años de distancia, algunos se animaron a interrogarse sobre su viabilidad en el tiempo si se diversificaba hacia ramas para las que no contábamos con materias primas ni escalas, dada nuestra demografía estancada desde el fin de la inmigración masiva. El ministro Federico Pinedo  respondió a esas prevenciones en 1940 mediante un programa que no fue atendido en virtud de otro problema que no tardaría en radicalizarse: el de la denegación de legitimidad política desde el ingresó en la democracia de masas hacia 1916. Terminada la segunda guerra, la inercia y una diversificación metalmecánica tentada por una distribución de ingresos proporcional a los términos de intercambio excepcionales, alimentaron la ilusión del retorno a la etapa anterior a la depresión.

Pero éste no se produjo; y la velocidad de la reconstrucción normalizó los precios de nuestros alimentos en los términos de los 30 despertando los fantasmas de Pellegrini y de Pinedo: el déficit de un Estado elefantiásico y la consiguiente inflación financiada mediante el uso de fondos previsionales y de la emisión del Banco Central como sustitutos de los casi extinguidos impuestos a las importaciones. Hacia fines de los 50, una profunda reforma cambiaria que operó una redistribución cambiaria inversa a la de la nueva etapa de la democratización de masas abierta durante la segunda posguerra. Un nuevo ingreso de capitales hizo posible la diversificación de la industria en ramas más complejas pero a costa de enormes subsidios, dada la radicalización de la crisis política agravada por la puja entre un sector agropecuario reducido y una coalición urbana de sindicatos e industriales concentrados en un mercado interno semiestancado.

Las presiones corporativas sobre un Estado cuya potencia planificadora se fue debilitando no fueron óbice de un balance interesante hacia fines de la década. La crisis social se conjugo con los ecos locales de la guerra fría; pero los gobiernos aprendieron a lograr un orden macroeconómico que les permitió modernizar la infraestructura; al tiempo que el campo resucitaba, luego de treinta años de estancamiento y algunas industrias empezaban a ganar escalas regionales. Se fue extendiendo un consenso sobre la necesidad de proseguir este redescubierto sendero  cuya prosecución sólo habría de ser  posible merced a un acuerdo político que acabara con la crisis de legitimidad que finalmente pareció alcanzarse en 1973.

Pero todo resulto tardío. La violencia revolucionaria y contrarrevolucionaria confluyó con la crisis definitiva de nuestros recursos fiscales y una nueva depresión económica internacional que hicieron saltar el rompecabezas en pedazos. Desde mediados de los 70 se trató de conjurar el déficit mediante un endeudamiento externo masivo inconsistente con un estancamiento que dio comienzo a un prolongado proceso de desagregación social que ni la democracia de los 80, la estabilidad de los 90 y las condiciones mundiales inéditas para nuestras exportaciones de los 2000 pudieron detener. Una nueva pobreza social se estructuro conjugando fragmentos de las viejas clases trabajadoras con importantes segmentos de las medias. Fue el fin de nuestra excepcionalidad regional y el comienzo del estado de cosas de nuestros días.

*Miembro del Club Político Argentino

 

 

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UN ESPERANZADOR FUTURO DEMÓCRATA PARA ESTADOS UNIDOS por Robert Kuttner *

Con-Texto | 11 agosto, 2021

Los republicanos han seguido adelante despojando a Liz Cheney de su puesto en la dirección [número tres del Partido]. Pero la posición de principio de Cheney forma parte de una rebelión mucho mayor. Mañana, más de un centenar de veteranos exfuncionarios republicanos desvelarán sus planes para una posible escisión del Partido.

Eso podría marcar el comienzo del primer partido nuevo de envergadura desde 1856, cuando los republicanos substituyeron a los “whigs”. La analogía es apropiada. Los “whigs” se vinieron abajo porque no pudieron decidirse sobre qué hacer con la esclavitud. Los republicanos podrían perecer porque no pueden decidir qué hacer con Trump.

Pongamos todo esto en un contexto más amplio. La historia está repleta de puntos de inflexión que podrían haber seguido un rumbo u otro. FDR estuvo a punto de ser asesinado en 1933. Supongamos que FDR hubiera sido asesinado antes de que empezara siquiera el New Deal. O supongamos que JFK hubiera seguido vivo.

¿Qué habría pasado si Hitler, siguiendo el consejo de sus generales, hubiese invadido Gran Bretaña en 1941, en lugar de Rusia? Y supongamos que hubieran salido mal los riesgos calculados de la crisis de los misiles de 1962, ocasionando un intercambio nuclear.

Por lo que a eso respecta, supongamos que hubieran prevalecido los republicanos en 2020 y Trump todavía estuviera en la Casa Blanca.

Hoy Norteamérica se encuentra en uno de esos puntos de inflexión cruciales. Joe Biden inspira nuevas esperanzas mientras canaliza su Franklin Roosevel interior.

Pero si los republicanos se imponen en la destrucción de la democracia y llegan a controlar cualquiera de los dos cámaras en 2022, el New Deal II de Biden concluirá antes de que haya apenas empezado. En un estado tras otro, y de modo muy notable en Texas, Florida y Georgia, los republicanos se aprestan a introducir medidas destinadas a suprimir votos y amañar los recuentos electorales.

Pero hoy, por primera vez en cuestión de semanas, me siento optimista, basándome en varias razones.

En primer lugar, podría estar cerca la quiebra, largamente predicha, del Partido Republicano. Los republicanos se encuentran fatalmente divididos entre los que se creen de verdad las fantasías y los desvergonzados oportunistas que entienden lo sucedido, pero temen el castigo de las bases de Trump, y los conservadores con principios.

Resulta difícil imaginar que se recompongan los pedazos de Humpty-Dumpty. Y si el nuevo partido presenta candidatos a la Cámara y el Senado, eso podría darle la vuelta a docenas de escaños en favor de los demócratas, neutralizando los intentos republicanos de amañar el voto.

En segundo lugar, es probable que Trump se vea imputado y bastante probable que sea condenado. Eso podría menoscabar el núcleo duro que sigue apoyándole.

En tercer lugar, el Tribunal [Supremo bajo la presidencia de John] Roberts rechazó todos los esfuerzos por anular los resultados electorales en noviembre y diciembre pasados. El Tribunal todavía puede revertir algunos de los esfuerzos más groseros de los estados republicanos de amañar el escrutinio de votos.

Por último, 2022 nos traerá la mayor movilización de base que haya visto Norteamérica para salvar la democracia en las urnas. La historia, como reza el dicho, es a menudo algo muy reñido. Y nunca tanto como en este momento.

*Robert Kuttner : cofundador y codirector de la revista The American Prospect, es profesor de la Heller School de la Universidad Brandeis. Columnista de The Huffington Post, The Boston Globe y la edición internacional del New York Times, su último libro es "Debtor´s Prison: The Politics of Austerity Versus Possibility".

 

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¿DE QUÉ DEMOCRACIAS HABLAMOS? por Carlos Gabetta*

Con-Texto | 11 agosto, 2021

Fuente: Perfil

Las movilizaciones y protestas populares en Cuba ocupan la primera plana internacional desde hace dos semanas. Más allá de posiciones políticas, hay consenso en que Cuba debería dejar de ser un régimen de partido y opinión únicos, para devenir una democracia republicana.

En un artículo anterior observé la manera en que la mayor parte de los medios tratan la situación cubana, soslayando sus diferencias con otras como Venezuela o Nicaragua y sus progresos en materia de educación, salud, ciencias y tecnología. Aun así, coincidía en que la mejor salida para Cuba es una apertura democrática; eso, o el caos a corto o mediano plazo (https://bit.ly/columnista-apertura).

Pero ¿cuál es la situación de las “democracias republicanas” en la mayoría de los países de la región y cuál la actitud de sus intelectuales y la sociedad? En Perú, Pedro Castillo, un candidato progresista casi desconocido y de buenos antecedentes, fue proclamado presidente. Castillo ganó con el 50,14% de los votos a Keiko Fujimori, que obtuvo el 49,86%. O sea que casi la mitad de la población votó a una candidata que “enfrenta una acusación penal y un pedido de treinta años de cárcel por lavado de activos y otros delitos, por supuestamente recibir aportes ilícitos de la constructora brasileña Odebrecht para su campaña presidencial de 2011 y aportes de empresarios peruanos para las de 2011 y 2016 (…) ya había cumplido dos períodos de prisión preventiva entre 2018 y 2020, pero desde mayo de 2020 enfrentaba el proceso en comparecencia restringida” (https://bit.ly/noticias-america-latina).

El broche de oro es que el premio Nobel Mario Vargas Llosa,  que “en 1990 perdió las elecciones contra Alberto Fujimori, ha pasado décadas escribiendo contra los Fujimori y en las dos últimas elecciones hizo campaña contra Keiko, ahora la respalda, ante un candidato de izquierda peleando con el fujimorismo” (https://bit.ly/pagina-peru).

En Argentina, la actual vicepresidenta, Cristina Kirchner, pudo presentarse a elecciones y fue votada por una mayoría, a pesar de estar procesada en diez causas distintas de mucha gravedad. Alberto Fernández, su actual presidente fantoche, había respaldado hace unos años todos esos cargos y declarado que “el peronismo hace mucho tiempo que dejó de representar los intereses de la gente. Se ha convertido en un partido cerrado. Es un lugar donde no se debate, donde se cumplen las órdenes que imparte un general que se llama Cristina Kirchner” (https://bit.ly/entrevista-alberto-fernandez). Y también aquí muchos intelectuales cierran los ojos ante esas inmoralidades e ilegalidades; la corrupción política, sindical y empresarial; el crimen organizado, el aumento exponencial de la pobreza.

El tema da para largo, ¿pero puede decirse que países como Perú, Argentina, Colombia –que esta semana volvió a vivir manifestaciones y represión– y varios más viven en democracia; que existe allí  conciencia democrática? Como siempre, solo Uruguay exhibe esos galones y ahora también Chile, que encara una histórica reforma constitucional.

Pero no es solo aquí donde esto ocurre. También en los Estados Unidos la mitad de la población votó a Donald Trump, un neofascista que enfrenta seis procesos judiciales por millonarias evasiones impositivas. La extrema derecha crece en Canadá, España, Alemania, Francia, Italia y hasta en los países escandinavos.

Todo parece indicar que en el marco de la crisis económico-financiera estructural que enfrenta el capitalismo, la democracia, “el menos malo de todos los sistemas políticos”, según Winston Churchill, está en retroceso o, peor, en peligro. Al mismo tiempo, crece la influencia económico-política de dictaduras como China y Rusia.

Vivimos un fin de época, de imprevisible duración y consecuencias. 

*Periodista y escritor.

 

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CUÁL ES EL PLAN BIDEN EN LA PELEA DE ESTADOS UNIDOS CONTRA CHINA  por Andrés Ferrari Haines y André Moreira Cunha*

Con-Texto | 11 agosto, 2021

No es China en sí la que produce el retroceso global de Estados Unidos, sino su propia opción por el neoliberalismo. Por eso el presidente Joe Biden pretende ordenar el frente interno porque existen alertas acerca de que la democracia en la potencia está en peligro. Piensa que cuando Estados Unidos abandona valores democráticos pierda legitimidad como potencia en el mundo. Aunque no lo diga de este modo, el mayor desafío para Biden será superar el neoliberalismo en su propio país.

Biden va por China. Su estrategia geopolítica tiene mucho de la de Trump: aislar y cercar a China con vecinos regionales también temerosos del crecimiento exponencial del "Imperio central". Pero a diferencia de Trump no quiere postular "América primero", sino retornar al tradicional "América líder del mundo libre". Por eso llama de vuelta a los europeos para recrear una "Alianza democracia" con Australia, India y Japón. 

La respuesta a la confrontación con China y a su costado doméstico es lo que está detrás de las últimas decisiones económicas. Por eso Biden no perdió tiempo en buscar recomponer el tejido social y ya firmó 37 órdenes ejecutivas en áreas sensibles (medio ambiente, políticas de género, migración, asistencia social).

Destinó 1,9 billones de dólares para mitigar los efectos sociales, económicos y sanitarios de la pandemia. Giró 1400 dólares a cada ciudadano en ayuda para alquileres y otros gastos domésticos y expandió la cobertura de salud. Con el Plan de empleo estadounidense aprobó inversiones públicas en infraestructura física y social por 2,3 billones de dólares, buscando aumentar en 1 por ciento el PIB por año durante ocho años. Además, prepara otro paquete social.

Biden pretende financiar parte importante de estos planes aumentando impuestos a las corporaciones y a los altos ingresos. Un estudio de 2019 del Institute on Taxation and Economic Policy señala que 60 de las empresas más grandes de Estados Unidos no pagaron nada en impuestos federales sobre la renta en 2018. Inclusive algunas hasta tuvieron derecho a reembolsos tributarios por parte del Estado. Esto, más que China, es el gran escollo para Biden: la plutocracia de los ultrarricos gestados bajo el neoliberalismo que dominan la visión de mundo con campañas de odio, racismo, liberación de armas y ataques al poder opresor del Estado.

Valores y creencias

El profesor de la Universidad de Chicago Robert Pape en The New York Times, analizando quienes invadieron el Capitolio, concluye que son blancos no-hispanos que han visto su nivel de vida declinar y en sus barrios un rápido crecimiento de vecinos no-blancos. Pape afirma que "siempre ha habido una serie de movimientos de extrema derecha en respuesta a las nuevas oleadas de inmigración a Estados Unidos o a los movimientos por los derechos civiles de grupos minoritarios”. 

Un estudio de 2013 del Council on Foreign Affairs arrojó que la desigualdad y creciente frustración no modificó los "valores y creencias fundamentales sobre las oportunidades económicas" como que "el trabajo duro en última instancia da sus frutos" y que "la desigualdad de ingresos es una parte aceptable de una economía saludable". 

Para el 63 por ciento el país se beneficiaba por tener una clase de ricos. Detrás de esos resultados está el apego al individualismo y el rechazo a la intromisión del Estado. Ese constituye el punto sensible del Plan Biden porque esa visión acaba en parlamentarios -no sólo republicanos- que sustentan políticas neoliberales.

China no deja de agitar la bandera de la fragilidad estadounidense. Al fin y al cabo, son voces dentro de Estados Unidos las que alertan que su democracia está en grave peligro. ¿Cómo proponer su sociedad como modelo para el mundo cuando está en profunda crisis, como probaron las imágenes que recorrieron el mundo de la invasión al Capitolio, las denuncias de racismo y los mass shootings que este año superan uno por día?

El proyecto geopolítico Biden precisa atacar lo que llevó al caos a la sociedad estadounidense: el neoliberalismo. Casi medio siglo de capitalismo salvaje llevó a la principal economía mundial a casi una guerra civil. 

El columnista Thomas Friedman afirmó el 9 de agosto pasado en The New York Times que "nuestros dos partidos ahora se asemejan a sectas religiosas en una contienda por el poder de suma cero…se comportan como tribus rivales que creen que deben gobernar o morir". 

Nada que sorprenda a Karl Polanyi (La gran transformación 1944), quien había manifestado que "la idea de un mercado que se regula a sí mismo era una idea puramente utópica. Una institución como esta no podía existir de forma duradera sin aniquilar la sustancia humana y la naturaleza de la sociedad".

Promesa incumplida

La Guerra Fría tuvo un fuerte componente de promesa de mejora de la vida material. En el famoso "Debate de la cocina" de 1959, en la Exposición Nacional Estadounidense en Moscú, Richard Nixon, vicepresidente de Eisenhower, repasa frente al líder soviético Nikita Khrushchev las comodidades de una casa moderna típica en su país y afirma: "Cualquier trabajador metalúrgico podría comprar esta casa".

Pero una década después, la insatisfacción de los "verdaderos americanos" con su sociedad era inmensa, en medio de movimientos civiles, pacifistas y antirracistas, además de cuestionamientos de otros países y empantanado en la guerra de Vietnam. 

El propio Nixon, ahora Presidente, inició el cambio impulsando el neoliberalismo de lo que hoy se llama Alt-right, la nueva derecha populista. En un discurso en 1969 se colocó como vocero de la "mayoría silenciosa" con mensajes supremacistas blancos 'de silbato de perros'. Para Scott Ladermanes es el inicio del revanchismo de la extrema derecha.

Ronald Reagan en los '80 culpó al Estado por los sinsabores: "Que lo saquen de nuestras espaldas", bramó. Aumentó los gastos militares para sofocar económicamente a la Unión Soviética y de ese modo fue financiando la carrera armamentista. Lo hizo cortando gastos sociales y abriendo la economía y los movimientos financieros especulativos, limitados en las décadas previas. 

El fin de la Unión Soviética consagró en los '90 el neoliberalismo como "la única alternativa". Desde entonces, todos los Presidentes siguieron cortando impuestos a los más ricos y a grandes corporaciones y reduciendo gastos sociales, mientras las empresas se trasladaban a Asia buscando trabajadores más baratos y con menos protección.

El saldo neoliberal

El cambio en Estados Unidos fue brutal. En el período1970-2018, el 50 por ciento más pobre pasó de poseer menos de 5 por ciento de la riqueza total a menos de 2 por ciento, mientras que el 1 por ciento más rico pasó de 10 a más de 30 por ciento. 

La participación en el ingresos del tercio superior aumentó de 29 a 48 por ciento, la del sector intermedio cayó de 62 a 43 por ciento y la del inferior pasó de 10% a 9 por ciento. La concentración se acentúa cuanto más se sube en la pirámide: el 1 por ciento de mayores ingresos desde 1979 obtuvo un aumento del 226 por ciento, según Center on Budget and PolicyPriorities. 

Un estudio de Rand Corp (2020) afirma que desde 1975 el ingreso del 90 por ciento más pobre creció menos que la economía, concluyendo que por no haber seguido sus ingresos el crecimiento del PIB, perdieron para 2018 en conjunto 2,5 billones de dólares.

Los efectos sociales han sido profundos. En el último Informe sobre Índice de Desarrollo Humano (IDH) de Naciones Unidas, Estados Unidos aparece en el puesto 17. Su esperanza de vida al nacer (78,9 años) equivale a la de Cuba y está muy por debajo de Japón (84,6). 

En 2016, el Washington Post, en base a un estudio de National Academies of Sciences, Engineering and Medicine, observa en 2010 que el hombre y la mujer promedio de 50 años de ingresos altos podían esperar vivir 13 y 14 años más que los de menores ingresos, respectivamente. Entre 1980 y 2010 la expectativa de vida de mujeres pobres había caído en más de cuatro años. 

Al destinar algo más que la mitad en relación al PIB que los más gastan se ubicar 13º en el ranking de pruebas educativas estandarizadas de la OCDE (PISA). 

Por otro lado, tiene cuatro veces más población carcelaria y dos tercios más de homicidios por 100.000 habitantes que el promedio. Sus más de 2 millones de presos constituyen un quinto del total mundial sin contar 7 millones en probation, según prisonpolicy.org.

Esto afectó negativamente su economía. El Informe de Competitividad Mundial 2020, elaborado por el Foro Económico Mundial, destaca que Estados Unidos tiene el mejor entorno regulatorio para el desarrollo de nuevas tecnologías y el quinto mejor en términos de flexibilidad en el mercado laboral. Pero no está entre los diez más competitivos en términos de habilidades digitales o en la provisión de una red de protección social adecuada a la competencia capitalista moderna. 

Si bien es la segunda nación más competitiva del mundo en un modelo multidimensional, sus aspectos positivos (marcos regulatorios, tamaño del mercado y la sofisticación del entorno financiero y empresarial) no compensan sus varias debilidades: infraestructura física (13), calidad de la salud (55), adopción de nuevas tecnologías de la información (27), estabilidad macroeconómica (37) y calidad general de las instituciones (20).

El rival

Frente a esta tendencia, China surge como un rival temido. En el promedio 1980-1985, la economía de Estados Unidos representó 31 por ciento del PIB mundial a valores de mercado y 22 por ciento en Paridad de Poder Adquisitivo (PPA), mientras que la economía de China fue 2,6 y 2,8 por ciento, respectivamente. En 2019, esas cifras fueron para Estados Unidos 25 y 15  por ciento, y para China 16 y 19 por ciento. 

En 2019 el PBI chino medido a precios internacionales ya era superior al de Estados Unidos, al igual que su stock de capital (21 a 12 por ciento) como proporción del total mundial. Con base en datos a dólares constantes de Naciones Unidas, durante los '80 Estados Unidos era en promedio responsable de 21 por ciento de la producción industrial mundial (manufacturera y extractiva más sectores de servicios públicos), mientras China era 2 por ciento. En 2010 fueron 17 y 23 por ciento, respectivamente.

En promedio de los '80, Estados Unidos concentraba el 30 por ciento del consumo privado mundial sin gran alteración hasta 2010. La participación global de sus inversiones productivas bajó de 22 a 20 por ciento y la de sus exportaciones se mantuvieron en 11 por ciento. En tanto, China pasó de representar de 3 a 25 por ciento en inversiones, de 1 a 11 por ciento en exportaciones y de 2 a 11 por ciento en el consumo privado. Este último dato de menor crecimiento refleja la prioridad dada a la modernización productiva. 

China es hoy el segundo país que más invierte en innovación tecnológica con un 13 por ciento del gasto global en promedio de 2016 a 2018, detrás de Estados Unidos, con 28 por ciento. Aquí está la razón principal que incomoda a Estados Unidos porque China se acerca al liderazgo en segmentos como telefonía 5G, producción de paneles solares y equipos eléctricos y de telecomunicaciones, producción de trenes de alta velocidad.

Ordenar el hogar

No es China en sí la que produce el retroceso de Estados Unidos, sino su propia opción por el neoliberalismo. Por eso Biden ordena el hogar.

Biden contó que en su diálogo con el líder chino Xi Jinping le explicó que sus países iban a tener una larga confrontación por sus valores diferentes. Luego afirmó, en aparente alusión a Trump, que en el momento en que un Presidente de Estados Unidos abandona esos valores hace que el país pierda su legitimidad en el mundo.

 

Aunque no lo diga de este modo, el mayor desafío para Biden será superar el neoliberalismo en su propio país.

* PPGEEI/UFRGS-Brasil.

 

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HUMBERTO MATURANA Y LA BIOLOGÍA DEL CONOCER por Albino Gómez*

Con-Texto | 11 agosto, 2021

Una evocación del filósofo y biólogo chileno que supo destacar la importancia de las emociones en el proceso educativo y falleció semanas atrás, a los 92 años.

 

Estamos tan perturbados por la politización de todos los temas, entre otros, la inflación, la inseguridad, la alta desocupación, las internas,  pero   todo subordinado al tema electoral, además de suponernos únicos descendientes de los barcos, y nada menos que la Educación, reducida a la presencialidad o no en las escuelas y colegios, que prácticamente ignoramos hasta la vecina muerte de uno de los más importantes biólogos y pensadores de nuestro Continente. Por eso, al menos, daré algunos datos que deberían ser conocidos. Aunque carezca de espacio para ocuparme de todos sus libros e investigaciones científicas.

 

 Por lo menos, recordaré que Humberto Augusto Gastón Maturana Romesín, nacido en Santiago de Chile el 14 de septiembre de 1928,  falleció el pasado 6 de mayo a causa de una neumonía,  a los 92 años en su ciudad. Fue siempre más conocido simplemente como Humberto Maturana. Como biólogo y filósofo recibió el Premio Nacional de Ciencias en 1994. Hizo estudios en el College de Londres,  se doctoró en Harvard y por supuesto en Chile. Trabajó en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) entre 1958 y 1960. Más tarde, junto  con su alumno y luego colaborador Francisco Varela, definió el concepto de autopoiesis en su libro De máquinas y seres vivos (1972),en  el cual da cuenta de la organización de los sistemas vivos como redes cerradas de autoproducción de los componentes que las constituyen. Además, sentó las bases de la «biología del conocer», disciplina que se hace cargo de explicar el operar de los seres vivos en tanto sistemas cerrados y determinados en su estructura.

Otro aspecto importante de sus reflexiones corresponde a la invitación que Maturana realizó al cambio de la pregunta por el «ser» (pregunta que supone la existencia de una realidad objetiva, independiente del observador), a la pregunta por el «hacer» (pregunta que toma como punto de partida la objetividad entre paréntesis, es decir, que los objetos son traídos a la mano mediante las operaciones de distinción que realiza el observador como cualquier ser humano operando en el lenguaje).

 

Pero hoy solo me ocuparé de su relación y gran preocupación con la educación, tema  que estamos hemos debatiendo en nuestro país largamente antes de aceptar la importancia de volver, a pesar de la pandemia, a las clases presenciales. Y para ello voy a recurrir a su libro Formación Humana y Capacitación, que hizo con Sima Nisis, editado en Chile  por Unicef y Dolmen. De paso, informar que Sima Nisis es profesora  con estudios centrados en la educación, desde niños hasta la formación de adultos. Obtuvo titulo y postítulo en psicopedagogía en la Universidad Católica de Chile. Profesora además de Hebreo y con estudios de perfeccionamiento en la Universidad Hebrea de Jerusalén y en los EE.UU.

Pero volviendo al tema del libro que nos ocupa, diremos textualmente, que en los últimos años, especialmente hacia fines del siglo XX, hemos sido testigos de la creciente prioridad que ha ido tomando el tema de la educación en el debate nacional e internacional. Porque la calidad de la educación es la clave, no solo para una mayor equidad social, sino también para la competividad de un país en un mundo  cada vez más sofisticado,  en el cual los países buscan fórmulas para asegurar el acceso  de todos los niños a una mejor educación y existe consenso que se requieren profundas transformaciones para mejorar la calidad y equidad del sistema educacional.

El  Dr. Maturana, en especial su teoría de la Biología del Amor, aplicado al ámbito de la educación, rescata la importancia de las emociones dentro de la convivencia de los seres humanos –desde la niñez- y las eleva a una categoría superior. Mientras nos costó tanto aceptar la importancia de la presencialidad de los niños y adolescentes en las escuelas y colegios.

Ya no somos más inocentes ante nuestro devenir educativo; no porque lo podamos controlar o determinar  de antemano, sino porque lo que pensamos y deseamos, como seres   en el lenguaje, activos o pasivos en nuestro ser conscientes y capaces de mirar nuestro presente, es parte de la dinámica sistemática en la que se conserva o se pierde nuestro ser seres humanos. ¿Qué mundo queremos vivir?. La historia de los seres vivos en general sigue el curso de las emociones que especifican los espacios relacionados   en que viven. Y en particular, la historia a la que pertenecemos como seres humanos ha seguido y seguirá el curso de nuestros deseos conscientes o inconscientes. Por eso la pregunta  ¿qué mundo queremos vivir? es fundamental , porque nuestros deseos  seguirán nuestro quehacer subordinando la razón a ellos, y determinarán que ámbito de vida crearemos para nuestros hijos, abriéndoles o cerrándoles las posibilidades de conservar un vivir humano en un acto que surja desde ellos responsable y libre.

Como tuve la estupenda oportunidad de visitar al Dr. Maturana en su casa de Santiago y escucharlo largamente,  en los días que concurrí a la primera asunción presidencial de la Dra. Michel Bachelet, quiero cerrar esta nota con esta cita suya: “Único eres. Ser humano, entre todos los animales terrestres, que puedes soltar tus certidumbres en cualquier momento y dejar que la biología del amor te guíe, o enajenarte en ellas destruyendo tu libertad reflexiva. Único eres, ser humano, que en la reflexión  puedes ser responsable , libre y ético en tu vivir. Pero en esta unicidad tuya, eres una anomalía al menos en la biósfera  terrestre, que cursa sin sentido en un devenir en el que reflexión, libertad y ética no entran hasta que tú apareces,”

 

 *Periodista. Escritor. Diplomático.

 

 

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CUENTAS PENDIENTES La pandemia entre ruidos y silencios por Dr. Ignacio Katz*

Con-Texto | 11 agosto, 2021

                                                                                                                                                                                   

                                                                                                                                                                "No todo lo que se puede contar cuenta

ni todo lo que cuenta se puede contar"

William Bruce Cameron

 

 

El manejo de las cifras y las estadísticas, “tirar” datos, siempre ha servido para sustentar de manera supuestamente objetiva e indiscutida una posición determinada. Cualquier interpretación siempre podrá encontrar “números” que la sostengan o que al menos parezcan hacerlo. Las visiones más opuestas pueden acomodar incluso los datos de una misma fuente para que apoyen a una u otra postura. A veces ni siquiera se trata de un recorte particularmente ingenioso (por no decir manipulación), sino simplemente del acompañamiento de los adjetivos elocuentes. Así, por ejemplo, se puede afirmar que la Argentina ocupa el “nada desdeñable” puesto X en tal ranking mundial, o bien que ocupa el “vergonzoso” mismo puesto, y así la lectura “correcta” de tan abstracto número ya es indicada al lector. Los números no mienten, por eso resultan tan útiles para el engaño. A tal característica, se suma que ahora hablamos de estadísticas de enfermedad y fallecimientos, con lo cual semejante manejo politiquero resulta doblemente penoso. Las estadísticas deben servir para el trabajo científico, para una comparación que permita evaluar una evolución dada. No para el aplauso o abucheo de la tribuna. El sufrimiento humano (hablar de “costo” resulta denigrante) no se puede “medir” pero tampoco se puede negar. “Los números” de la pandemia expresan a la vez la gravedad indiscutida de la situación actual y la falta de rigurosidad que ha acompañado todo este proceso. El reporte diario de contagiados y fallecidos, cuál si fuera la cotización del dólar o la soja, naturaliza un escenario catastrófico -o más bien desastroso-, pero además peca de limitado en cuanto a diferenciaciones epidemiológicas y sanitarias que permitirían precisar escenarios, diagnósticos y proyecciones con el fin de comprender el fenómeno pandémico. De manera simétrica, la contabilización periódica de las “vacunas” que entran al país, supone contrapesar de manera optimista los números “negativos”. Revista Médicos n° 123 Julio 2021 El tratamiento de la pandemia, así, se reduce a una contabilidad banalizada, olvidando aquello de que lo que en verdad cuenta no se puede contar. Así lo muestra el proyecto de ley que propone un índice numérico para decidir la aplicación de restricciones: apenas una cuantificación y progresión de los contagios y una razón en relación con la capacidad de internación. No hay distinción alguna entre población enferma y vulnerable, ni ningún otro índice específico que permita analizar (esos pocos) datos en lugar de meramente cuantificarlos (y agregar otros). Desde hace 16 meses que se reitera la misma foto como si fuera una película de cine mudo. Todo el ruido mediático, político y cotidiano oculta el silencio de quienes deberían aportar pensamiento crítico, riguroso y constructivo a quienes les correspondería tener las herramientas de gestión. Es decir, la conjunción del saber y del hacer que falta. ¿Dónde están las voces de las distintas facultades, academias y colegios médicos? Alcanza con preguntar ¿qué se ha modificado, salvo los distintos telones de ocultamiento? Hoy estamos en pleno relato de vacuna, cuando en realidad se trata de vacunación. Todo lo cual desvía y trastoca el accionar lógico que señala la metodología sistémica epidemiológica. En lugar de construir un verdadero sistema de salud nos contentamos con conseguir vacunas. Desde el comienzo de la pandemia hemos insistido sobre los mismos puntos que se pueden resumir en cuatro claves básicas: 1. La mitigación del sufrimiento (terapia intensiva eficiente). 2. La formación profesional (clínicos, emergentólogos, terapistas, enfermeros, etc.). 3. El compendio de testeo, rastreo y aislamiento (trazabilidad y logística para una efectiva cibervigilancia que posibilite una correcta restricción focal). 4. La ecuación sanitaria compuesta por: salud pública (conocimiento más herramientas) + gobernanza (gabinete estratégico de gestión y su tablero de comando). En resumen, la falta de una visión integral del fenómeno complejo sindémico, de un registro nacional de eventos adversos (que permitiría efectivamente “ir aprendiendo sobre la marcha”), los notorios déficits en estrategia científica, gobernanza sanitaria, transparencia (presupuestaria y otras), y una comunicación oficial centralizada que estreche el margen de incertidumbre. En definitiva, la falta de un Gabinete Estratégico Operativo Interdisciplinario que asuma la responsabilidad de la gestión sanitaria-epidemiológica, en lugar de un mero comité de asesores. No se trata de su valor a título individual, sino de un funcionamiento grupal orgánico, con funciones y responsabilidades claras. Hubo una decisión política temprana de enfrentar la pandemia como un problema serio, pero faltó la estrategia seria para hacer frente a su manejo. La significación de la formación médica (y, desde luego, de la formación profesional en general) tiene una importancia inusitada y resulta particularmente lamentable su decadencia dada una historia y una cultura nacional que supo contar con profesionales de excelencia en todos los ámbitos, y el médico entre ellos. La subestimación del personal adecuado (desde el sanitarista hasta el enfermero, desde el epidemiólogo hasta el kinesiólogo) y la sobreestimación de los recursos materiales, impacta y afecta a múltiples indicadores, que se puede resumir en la ineficiencia y en la falta de coordinación que se plasma en la dupla que llamé “carencia y derroche”. Se habla prioritariamente de “camas, respiradores y vacunas”, y su importancia no se niega, desde luego, pero otra cosa es el fetichismo que desliga a los insumos de su funcionamiento competente en el marco de una planificación estratégica, e incluso de su más elemental operatividad. ¿Dónde están las enfermeras y enfermeros que deben atender a los pacientes que pasarán días enteros en la “cama”? ¿En qué situación de aislamiento se encontrará dicha cama? (lo cual, a su vez, plantea la opción de internaciones domiciliarias, y su necesario seguimiento). Un “respirador” no es un ventilador que se enciende y se apaga, es una máquina de uso médico que debe emplearse según criterios clínicos que necesitan de terapistas formados. Más que vacunas, por su parte, se debería hablar de vacunación, o más bien de un Programa de Vacunación, que además de la obvia pero trabajosa logística que implica su distribución y aplicación (trazabilidad), debe contar con criterios epidemiológicos y sanitaristas para decidir sobre las prioridades a administrar, que no sean sólo quien se anota primero en la lista de acuerdo a simples parámetros etarios y de comorbilidades generalizadas (no se ha tenido en cuenta, por caso, la diferenciación de quienes han cursado la enfermedad recientemente, ni distribuciones focales regionales estratégicas planificadas, dada la actual hiperendemia). Para no hablar del monitoreo y seguimiento de esa población que debería cruzarse con sus historias clínicas que, desde ya, no existen (no al menos de manera universal, digitalizada y centralizada en una base de datos inteligente). No podemos deshacer las consecuencias que lamentamos hoy, en un marco de multiplicidad institucional “vigente”, pero sí podemos comenzar con lo sustancial: construir un sistema sanitario integral para enfrentar la configuración social pos-pandémica, que de hecho ha profundizado la ya alta desigualdad comunitaria. Necesitamos una salud democrática para una democracia saludable. Hoy más que nunca.

(*) Doctor en Medicina por la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA). Director Académico de la Especialización en “Gestión Estratégica en organizaciones de Salud”; Universidad Nacional del Centro – UNICEN; Director Académico de la Maestría de Salud Pública y Seguridad Social de la Universidad del Aconcagua – Mendoza; Co Autor junto al Dr. Vicente Mazzáfero de “Por una reconfiguración sanitaria pos-pandémica: epidemiología y gobernanza” (2020). Autor de “La Salud que no tenemos” (2019); “Argentina Hospital, el rostro oscuro de la salud” (2018); “Claves jurídicas y Asistenciales para la conformación de un Sistema Federal Integrado de Salud” EUDEBA – 2012 “En búsqueda de la salud perdida” (2009); “La Fórmula Sanitaria” (2003

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ENCUENTRO EN RAVENNA, A SETECIENTOS AÑOS DE LA MUERTE DE DANTE ALIGHIERI por Román Frondizi *

Con-Texto | 11 agosto, 2021

En el mundo hay estudiosos de Dante de gran autoridad que han esclarecido y propagado el culto del gran poeta misterioso. No figuro entre ellos. No soy un dantista. ¿Cómo es posible que siendo tan solo jurista, escritor, ensayista,  sin títulos eruditos en la materia me permita tomar la palabra?  Suena a atrevimiento, a osadía, que me disponga a hacerlo solo en base a su lectura y relectura continuas, a mis estudios y a mis propias reflexiones.

Las últimas de éstas arrancan de un encuentro en Ravenna. El hecho es que caminando distraídamente por las calles del centro histórico derivé desde la Piazza del Popolo por via Bocaccio y di con la Basilica di San Francesco d´ Assisi. Entré y me quedé parado ante la tumba del Alighieri. Eran las seis de la tarde. Me embargó una gran emoción y permanecí frente a ella durante mucho tiempo, meditando. Recordé, entre otras cosas, además de algunas de las visicitudes de la vida de Dante, un hecho muy lejano en el tiempo: el día en que su hijo presentó al pueblo de Ravenna el manuscrito aún inédito de su padre diciendo “- La Comedia, mi hermana”. Entonces y allí, a partir de esa encantadora expresión de respeto y familiaridad, arrancó la gloria del poema y de su autor.

Confieso que mi interés no consiste en comentarios sabihondos, ni en el intento de descubrir las intenciones del poeta, ni en volver a su tiempo, sino en ver qué nos puede enseñar hoy este anciano de setecientos cincuenta y cinco años que nació en Florencia bajo el signo de Géminis en 1265 y murió en Ravenna el 14 de setiembre de 1321.  Según lo que yo, su piadoso peregrino de 2021, pude aprender de él.

¿Qué tiene Dante para atraer nuestro espíritu?  ¿Qué nos ofrece?

Ante todo, la experiencia de una vida completa. No comparto la mirada de quienes lo ven como un hombre, un poeta y un escritor sombríos, quizá porque se han limitado a leer su Infierno y no han pasado de allí. El Infierno es sombrío, es cierto, y en él Dante proyecta sus pasiones más ardientes con el alma del exiliado lleno de rencores y de cólera. A mí me resulta, al mismo tiempo, educativo y…entretenidísimo. No se debe ver en el poeta solamente este áspero perfil, obviando su gracia y su elegancia, su juventud de  enamorado, de soldado, que ama la música, la danza, los jardines, las flores, la naturaleza. Su alma está penetrada del pensamiento de la antigua Roma, está ubicada entre el mundo cristiano y el mundo clásico. La inunda toda la poesía del Mediterráneo. También, todo debe decirse, está llena de las furiosas pasiones de la política de las ciudades-estado de su tiempo.

Dante, como Machiavelli, no es hombre de escritorio. En las raíces de su poema está la acción. Es un creyente, un hombre político, un pensador, un enamorado. Su primer consejo es actuar. En las puertas del Infierno  encuentra a algunos desgraciados de quienes Virgilio le dice, Canto III de la Comedia, que en vida  no merecieron ni desprecio ni elogio y agrega: no razonemos acerca de ellos, mira y sigue. Tal era el desprecio que Dante sentía por los tibios. También despreciaba y condenaba a los corruptos ávidos de poder para enriquecerse. En el Canto XIX los sitúa en el Infierno: a los papas Nicolás III, Bonifacio VIII y Clemente V los ubica en el octavo foso del infierno, en el que son castigados los simoníacos o traficantes de las cosas sagradas. Los mete de cabeza en agujeros cavados en el fondo de roca del foso, con las piernas afuera hasta la pantorrilla y los pies incendiados. Al llegar un nuevo condenado caen en las profundidades de la roca. Dante los acusa de mirar solamente a la potencia y a la riqueza terrenas. Los tiene dados vuelta, cabeza para abajo, enterrados, obligados a tener los ojos bajo la tierra. Los metales que la tierra esconde en su seno fueron sus ídolos y adentro y debajo de la tierra ellos deben quedar eternamente. Tampoco se le escapaba que el pueblo no sólo puede cometer errores sino también, engañado por falsas promesas, puede llegar a preferir su propia ruina: promesas que a primera vista parecen favorables aunque en el fondo no traigan sino pérdidas o directamente la ruina. En el Canto XXX habla de aquel “(…) que dirigió sus pasos por un camino erróneo/ siguiendo falsos espejismos/ que ninguna promesa hicieron realidad”.

Dante requería actuar, pero con una dirección. No aceptaba el desorden de los hechos, de las ideas, de las emociones, lo informe, lo confuso. La “Comedia” es camino hacia la perfección y hacia la unidad. Su comparación favorita es la escalera, su obra una ascensión a la luz. Sus cánticos terminan con la palabra estrella.

¿Hacia qué estrellas se dirigía el poeta? Hacia la unidad en sí mismo, en la nación, en el género humano.

Su ´propia unidad la realizó en su poema. A lo largo de éste pudo faltarle caridad, fue orgulloso e inclinado a los amores de este mundo. Visto desde el punto de vista cristiano se podría afirmar que al terminar su vida era un santo. Sería posible objetar que un sabio no es necesariamente un santo porque la santidad nace de la virtud. Que tampoco fue caritativo: no perdonó ni a los injustos ni a los corruptos, descargó su venganza contra ellos condenándolos a perpetuidad al horror del Infierno. ¡Y en qué condiciones! Pero, entre los santos de la Iglesia hubo violentos, por ejemplo San Jerónimo. Pecó de orgullo, pero éste es un pecado venial para los poetas. También tuvo pecados de voluptuosidad. ¿Y San Agustín no?

La Iglesia no lo canonizó porque Dante unió en su pensamiento a la virtud con el conocimiento. Pensó que el equilibrio moral, social y político de Europa Occidental dependía de la independencia entre el poder terrenal representado por el emperador y el poder espiritual representado por el papado. Ambos poderes reconocían su origen en Dios y por ello debían ser independientes. Pero el papado ejercía y quería seguir ejerciendo ambos poderes y fue así que se convirtió en uno de los mayores obstáculos para la unidad de Italia, como lo sostuvieron otros dos ilustres florentinos, Machiavelli y Guicciardini. Dice, en el Canto XVI de la Comedia: “La Iglesia de Roma, por haber querido fundir en si los dos poderes, ha caído en el barro, se mancha a si misma y mancilla su tarea”. ¡Qué diría de nuestro  querido país de la actualidad en el que, bajo otras formas, uno de los poderes del Estado no solo ejerce el propio, mal, sino que pretende dominar a los otros!

 Una lectura de la Comedia desde un punto de vista político permite advertir que la preocupación central del poeta es mostrar la crisis de la vida de Florencia como consecuencia del camino político y moral que había tomado caracterizado por el predominio de las facciones y la corrupción. La “corrutela”, como diría más adelante Machiavelli. Esta intención es explicita en su “De Monarchia”, en la que propone la solución a esa crisis por medio del Imperio Universal, que había sido implantado ya una vez en el pasado con un éxito sin igual: el Imperio Romano, cuya imagen, estilizada y embellecida, evoca en sus páginas. La idea no era  nueva, la aspiración a la universalidad estuvo presente entre los estoicos, en la poesía de Virgilio, en la filosofía agustiniana, en el ideario político de los imperios carolingios y otoniano. En la Comedia la propuesta del Imperio Universal no es tan explicita, pero está presente su necesidad en el terrible castigo infligido a quienes han provocado la decadencia de Florencia y de Italia. Al igual que en “De Monarchia”, el fin es exactamente el mismo: la unificación de Italia y la justificación de la forma menos mala de gobernar al mundo para bien de la humanidad. Ello sin desconocer que cada pueblo vive su propia realidad, lo que lleva a la necesidad de respetar su idiosincrasia. “Las naciones, reinos y ciudades poseen cualidades propias, que convienen regular con leyes diferentes. Pues la ley es una regla directiva de la vida. De una manera, en efecto, hay que gobernar a los Escitas, que viven fuera del séptimo clima, padecen una gran desigualdad entre los días y las noches y están oprimidos por un frio casi intolerable, y de otra a los Garamantes, que habitan bajo el equinoccio, tienen siempre la luz igual a la noche y no soportan vestimentas en el ardor del estío”. (Monarchia, I, XVI. 1990, 54). Es la vuelta al ejemplo de Roma. Dante persigue la formación de buenos ciudadanos, que más de siglo y medio después Machiavelli también buscaría en Roma pero no en el Imperio sino en la República.

La unidad de Italia, ambición patriótica en la que, otra vez, está hermanado con Machiavelli, hubo de esperar cinco siglos para realizarse. Dante dio   la llave para liberarse de sus cadenas: el idioma.

Su ideal de unidad del género humano no se ha realizado. Pero la estrella no lo metió en un camino imposible, la historia le ha dado satisfacción también en este sentido. En todos los países civilizados hay institutos, asociaciones, dedicados a los estudios dantescos, desde España, Suiza, Holanda hasta nuestra Argentina, pasando por Japón, Canadá y los EE.UU. Dante es la voz y la bandera de gentes de todos los países y de todas las ideas.

Un antiguo sabio, el poeta Virgilio, guió a Dante por el Infierno y el Purgatorio. Pero se llega a un punto en el que Virgilio queda en el camino. No puede entrar al Paraíso. Será Beatriz, el amor de Dante, quien lo guiará entonces. El poeta otorga un título glorioso al genio femenino a través del rol que adjudica a Beatriz. En el Paraíso Dante quiere, a su manera, hacer sensible el reino de la vida espiritual. Es Beatriz quien lo hace posible. Beatriz, es decir el amor. Es muy difícil describir esto en pocas palabras, estamos en el dominio de la sinfonía.

En fin: hay muchos poetas adorables, Homero, Sófocles, Virgilio, Racine, Shakespeare, Lope, Petrarca, Darío entre tantos otros. Dante está en la cima, por su hondo valor espiritual y por su inmensa calidad artística.

                                                                                                                                                             “Los Robles”, 11 de agosto de 2021.

*Jurista, ex magistrado, escritor y ensayista.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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