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BARQUINA, UN PERSONAJE DE BUENOS AIRES por Carlos Manus*

| 21 agosto, 2015

Barquina fue uno de los personajes característicos de “la fauna porteña”, cuyo verdadero nombre era Francisco Antonio Loiácono.  Por su andar compadrito, Carlos Raúl Muñoz y Pérez  (Carlos Muñoz del Solar o el Malevo Muñoz o Carlos de la Púa) lo bautizó Barquinazo, que el mismo Loiácono acortó en el sobrenombre que lo popularizó.

Barquina hizo el cursum honores en el diario “Crítica” donde ingresó como ascensorista, después fue secretario de Ulyses Petit de Murat y, finalmente, hombre de confianza de Natalio Botana.

La sede de “Crítica” en Avenida de Mayo 1333 constaba de dos ascensores, uno para uso exclusivo de Botana y el otro para el personal del diario.  En la pintoresca verba de Barquina, uno de los ascensores era para “el trompa” y el otro para “la gilada”[1].

Barquina, logró recomponer la amistad entre Carlos Gardel y Carlos de la Púa, distanciados a raiz de una nota publicada por éste con motivo de haber cantado Gardel una canzoneta, y en la que le aconsejaba: “¡Largá la mandolina, Carlitos!”.

Salvó de un mal trance a muchos de sus amigos incluyendo a Petit de Murat, al que consiguió arrebatar de los verdugos torturadores de la Sección Especial de la Policía.

Estando preso en la Penitenciaría por orden del dictador José F. Uriburu, Botana, que gustaba de las bromas fuertes, les pidió a sus carceleros que hablaran pestes de él cuando llegara Barquina a visitarlo.  Sin siquiera pensar en las consecuencias que podrían resultarle, Barquina los insultó salvajemente.  Para que el incidente no pasara a mayores, Botana salió de su escondite y le explicó que se trataba de una broma para probarlo, lo que provocó el enojo temporario de Barquina quien le dijo “a los amigos no se los prueba”.

Le dedicaron varios tangos, entre ellos  “Barquinazo” de Roberto Firpo y “Dos lunares” de Francisco Canaro.

Loiácono es el autor de las letras de los tangos “Cantor de mi barrio” y “N.P.”, ambos musicalizados por Juan José Riverol, que fueron grabados por la orquesta de Aníbal Troilo, aquél con la voz de Roberto Goyeneche y éste cantado por Raúl Berón.

Por su apodo es recordado por Cátulo Castillo en el tango “A Homero” con música de Aníbal Troilo:

Vamos,

vení de nuevo a las doce…

Vamos,

que está esperando Barquina…

Vamos,

¿no ves que Pepe esta noche,

no ves que el viejo esta noche

no va a faltar a la cita?…..

 

Según narra Petit de Murat, cuando Loiácono conoció al entonces coronel Juan D. Perón, Barquina, con su habitual desparpajo, le dijo “Si a usted no le diera por la política, qué cuadro con las minas.  Con su pinta trabajarían para usted más de las que tuvo el gallego Julio”

Por su parte, Helvio “Poroto” Botana cuenta en forma algo distinta esa salida de Barquina.  Según Botana, siendo Perón presidente, Loiácono lo fue a visitar y lo trabajó con esta frase: “Lástima que chapó este laburo de Presidente.  Con la pinta que usted tiene ¡qué flor de cafisho pudo haber sido!”.

Referencias:

Botana, Helvio I. Memorias. Tras los dientes del perro. Peña Lillo editor. Buenos Aires, 1985.

Folino, Norberto. Barceló y Ruggerito patrones de Avellaneda. Centro Editor de América Latina. Buenos. Aires, 1971.

Petit de Murat, Ulyses. La noche de mi ciudad. Editorial Emecé. Buenos Aires, 1979.

Abós, Alvaro. El tábano. Vida, pasión y muerte de Natalio Botana, el creador de Crítica. Editorial     Sudamericana. Buenos Aires, noviembre 2001, pág. 130.

En el lenguaje del turf, “N.P.” significa “No placé”, y se aplica al caballo que no dio dividendo.

  “Pepe” y “el viejo” se refieren a José Razzano.

 El Gallego Julio era el sobrenombre de Julio Valea que con Juan Nicolás Ruggiero (Ruggierito)     sintetizaban el liderazgo de la delincuencia en Avellaneda: Ruggierito, matón al servicio del caudillo

 Alberto Barceló por el Partido Conservador y el Gallego Julio por la Unión Cívica Radical.

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«…Y EN EL 2000 TAMBIÉN» por Carlos Manus*

| 21 agosto, 2015

 

En 1936, en plena “década infame”, el consorcio internacional SOFINA obtuvo la prórroga de la concesión eléctrica de su filial CHADE (después CADE) en la Argentina con la complicidad del gobierno del presidente Agustín P. Justo y mediante sobornos al Partido Radical y a sus Concejales.

El Partido Radical utilizó esa prebenda para financiar la campaña electoral de Marcelo T. de Alvear y la construcción de la Casa Radical, monumento a la corrupción.

Ante ese cohecho, el presidente Justo expresó “es el primer caso de un partido que se corrompe en la oposición”.

Ese negociado fue analizado en los Cuadernos editados por el grupo FORJA, cuyos integrantes interrumpían los mitines radicales con mayoría antipersonalista a los gritos de “Cade, Cade”.

En 1944, el presidente de facto Pedro P. Ramírez dispuso la investigación del “affaire” designando una comisión presidida por el coronel Matías Rodríguez Conde e integrada por Juan Pablo Oliver y Juan Sábato, la que produjo un informe demostrando que habían existido esos sobornos.

Los ejemplares del Informe Rodríguez Conde fueron secuestrados e incinerados por el coronel Juan D. Perón como retribución a la contribución efectuada por la CADE a su campaña electoral.  Perón acuñó el calificativo infamante de “cadista” con el que, paradójicamente, denostaba a sus adversarios de la Unión Democrática

Sesenta y cuatro años después se repite el escándalo ante las coimas a los Senadores para lograr la aprobación a la ley de reforma laboral elaborada por otro gobierno de coalición. 

Existen algunas diferencias entre ambas corruptelas: en la primera, el sobornador fue un consorcio privado; en la segunda, las sospechas apuntan al gobierno como prevaricador.  Los sobornados de 1936 pertenecían al mismo partido; en el 2000 se han emporcado opositores y, al menos, un oficialista.

No cabe en el presente caso aplicar aquella expresión de Justo: el partido opositor de hoy ya estaba corrompido cuando fue oficialista.

Cuánta razón tuvo Discépolo cuando profetizó “Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé…¡En el quinientos seis, …y en el dos mil también!”

 

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CONDENADOS A LA AYUDA SOCIAL por Alberto Medina Méndez*

| 21 agosto, 2015

En tiempos de crisis, esta sociedad legitimó el nacimiento de una secuencia interminable de planes sociales. Las circunstancias angustiantes de ese momento hicieron creer a todos que solo el Estado podría canalizar la asistencia a los más necesitados. A pesar de lo refutable de esa afirmación, la comunidad aún desconfía de la gente y piensa que el gobierno puede ser eficiente en ese rol, aunque ya demostró reiteradamente su impericia.

Lo cierto es que el "virus" de la ayuda social, penetró en el sistema como un implacable veredicto. Muchos sostenían que la coyuntura ameritaba esa acción y soñaban, ingenuamente, con que esta medida sería transitoria. No tomaron nota de que acababan de engendrar un instrumento brutal que a la política le resolvería su tarea electoral durante una larga temporada.

Un beneficiario de un plan social, es un voto casi cautivo, alguien a quien se puede amenazar con quitarle ese discrecional apoyo. Intuitivamente, el que recibe esa limosna cree que dispondrá de ella mientras gobiernen los que están, y que cualquiera que los suceda puede arrebatársela. Claro que tiene razón. No existe motivo alguno para suponer que semejante despropósito deba ser eterno, por lo que la continuidad se constituye en una virtud.

Ese amparo fue útil en situaciones difíciles, aun sirve en el corto plazo y además se lo recibe sin necesidad de una contraprestación. Aparentemente, no existe mejor dinero que el que se obtiene sin esfuerzo. El que lo percibe sabe que eso es irracional y por eso teme por su interrupción.

Es importante identificar a los actores que protagonizan esta historia. Por un lado están los que otorgan estos favores a cambio de nada. Se trata de la clase política, esa que sin escrúpulos, quita recursos a unos para dárselos a otros, y sin pudor, justifica ese saqueo escudado en una suerte de sensibilidad, que claramente no tiene, pero de la que se ufana.

Es evidente la inmoralidad de esa casta corporativa que sigue utilizando con descaro una herramienta tan confiscatoria como arbitraria. Lo hacen para lograr popularidad, acompañamiento electoral y someter a los votantes aplicando el más cruel de los instrumentos a los que se puede apelar para conseguir respaldo en los comicios. Los dirigentes políticos que sostienen este perverso engranaje no merecen respeto alguno.

Lo que realmente sorprende es la existencia de un sector de la sociedad, significativo en número, que es el de los saqueados, ese que trabaja sin descanso, ese que aporta los recursos para que semejante dislate se pueda concretar y que, paradójicamente, apoya la vigencia de este mecanismo.

No lo hace con convicción, sino con una hipocresía difícil de comprender. En público dice entender la necesidad de este tipo de programas sociales, pero en privado despotrica contra su esencia. Sin lugar a dudas, esa actitud no solo es absolutamente incorrecta, sino que además es tremendamente funcional a la continuidad indefinida de este desmadre.

Pero lo paradójico proviene de quienes son supuestamente beneficiados por este sistema de distribución. Ellos reciben dinero solo por ser pobres. Tener inconvenientes o necesidades insatisfechas, los ha convertido en destinatarios naturales de esos fondos que previamente han sido detraídos de los que lo han generado genuinamente con sacrificio.

Lo que ese grupo no percibe, es que esta ventaja presunta se ha convertido en una verdadera cárcel. Un individuo que no hace sacrificio alguno por conseguir su sustento, se convertirá irremediablemente en un parásito, en una persona indigna, en alguien que solo merece ser auxiliado.

Eso equivale a decir que no se puede valer por sí mismo, que no sirve para nada, que es un absoluto inútil, y es esa la más contundente condena a la que ha sido empujado, hacia ese abismo de invalidez total.

El cree que lo han ayudado, puede pensar inclusive que es un privilegiado. Después de todo, sin esfuerzo alguno recibe recursos. Parece una ecuación muy favorable, pero su castigo es superior a lo que puede percibir. Desde ahora será estigmatizado y difícilmente saldrá indemne de ese proceso.

Una parte importante de la sociedad lo identificará como una lacra social, como un individuo que no produce y que vive a expensas de los otros. Su dignidad como persona no tiene valor alguno para los demás.

Pero no es eso lo más grave, sino lo que terminará sintiendo por sí mismo. Lejos de sentirse un pícaro ganador de este tiempo, pronto tomará nota de que se ha invalidado, que no es útil para producir nada, que es incapaz de generar recursos, que nadie le ofrecerá trabajo porque ya no tiene ninguna habilidad que mostrar, y que es su peor versión como individuo.

La perversidad de este sistema no solo descansa en la crueldad de la clase política que la sostiene para preservar ese clientelismo electoral que tanto le reditúa. También perdura en el tiempo gracias a la incomprensible complicidad de una sociedad que con su silencio y pasividad no repudia como debiera esta aberración cotidiana.

A no dudarlo, las personas a las que se ha pretendido socorrer, son las principales perjudicadas. Tal vez aun no lo comprendan, pero han quedado fuera de todo circuito virtuoso gracias a estas absurdas políticas. Serán pobres de por vida. Nunca podrán siquiera soñar con un destino diferente. Porque de la pobreza se sale trabajando, con sacrificio, con méritos propios, con esfuerzo y no con dádivas. Ellos han sido condenados a la ayuda social.


*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013

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INUNDADOS por Antonio Camou*

| 20 agosto, 2015

 

Cada día,
la luz del amanecer los desafía
tras el sueño
hasta el mundo que nadie quería
Villas miserias, trapos,
hijos de la misma agonía…

 

Os Paralamas do Sucesso, “Inundados”, 1986.

 

En algún momento de la noche platense del 2 de abril de 2013, mientras surcábamos con mi mujer las aguas que habían invadido nuestra casa, me acordé vagamente de esta canción de los Paralamas. Empecé a tararearla en versión desmemoriada, mechando unas pocas palabras del estribillo con desbarranques musicales de mi cosecha, y así me acompañó hasta la exhausta madrugada.

Ahora vuelvo a escucharla una y otra vez, mientras miro las aguas que bajan turbias por media provincia de Buenos Aires, y entonces reaparecen espasmódicas las imágenes de aquel ir y venir de trastos mojados, de velas parpadeando en la oscuridad, de libros flotando en el oleaje que va de la cocina al comedor.

Como la inundación es una especie de incendio frío, que avanza en ondas largas y perezosas, te da una brizna de tiempo para pensar qué se salva y qué se entrega al remolino de barro, basura y petróleo que se colaba por cada rendija. Después vendría el tiempo inútil de preguntarse por qué se eligió esto y no aquello, el pálido balance de lo rescatado y lo perdido, la hogareña contabilidad de objetos que sobrevivieron o que sucumbieron a la correntada feroz.

Entonces vuelvo también a ver en el espejo los mismos rostros abatidos que ya vi, y reconozco una vez más ese punto exacto en que algo se quiebra o se deshace bajo la lluvia, cuando la voluntad cruje sin ruido pero igual se rompe; ese momento preciso cuando el cansancio, el sueño o el hambre te bajan las defensas, y hasta el más fuerte se entrega al naufragio.

Pero al deshilachado recuento de lo que nos pasó ayer, y lo que a tantos otros compatriotas le está sucediendo por estos días, hay que anteponerle una aclaración obvia: estas breves notas las escribe un ciudadano de clase media, profesor universitario, que habita una vivienda sólida y confortable, en un barrio con todos los servicios. Frente al trágico saldo de muertes que no terminaron nunca de contarse o a la par del sufrimiento de tantas familias que lo perdieron todo, que cíclicamente lo vuelven a perder todo, nuestro contratiempo fue un detalle menor y subsanable.

Y sin embargo hay un poderoso hilo de bronca e indignación que une aquella experiencia de ayer con esta realidad de hoy: la persistencia de los mismos problemas, agravados en la actualidad por el clima o el simple rodar del calendario, la desidia de siempre con cara de yo no fui, el desvío de fondos destinado a obras prioritarias que primero son promesas y luego demoras y más tarde interrupciones y finalmente abandonos, la palmaria incapacidad de una clase política -que en el territorio bonaerense lleva el apellido del peronismo en el poder desde hace más de un cuarto de siglo- de comprometerse con mínimos objetivos de desarrollo de mediano plazo, la manipulación partidaria de la pobreza como negocio electoral, los obscenos bolsillos de la corrupción pavoneándose desde el country o la revista de variedades, y siguen las firmas.

Frente a ese espectáculo siniestro apenas queda el consuelo de la solidaridad de la sociedad civil, de la pelea a brazo partido de los bomberos, de los equipos de defensa,  de médicos y enfermeras y curas y maestras, y de ciudadanos de a pie con el agua al cuello arrastrando improvisados botes para salvar ancianos y niños, perros y gatos, ajuares indigentes o bártulos desvencijados.

Es poco y es mucho tal vez, quizá la punta del ovillo por dónde empezar a desenredar una trama de imprevisión y de irresponsabilidad que lleva varios lustros. Que estas inundaciones hayan coincidido con el tramo caliente de una campaña electoral de resultado todavía incierto puede ser una “ventana de oportunidad” para que los candidatos firmen un compromiso explícito para la conclusión de obras de infraestructura iniciadas (para las que incluso ya se ha establecido el mecanismo de financiamiento!), y que han sido suspendidas. Pero el compromiso debe incluir especialmente un estricto monitoreo por parte de universidades y de organizaciones de la sociedad civil independientes, tanto nacionales como internacionales: un plan de metas físicas de estricto seguimiento que servirá de hoja de ruta en los próximos meses y años.

Cuando bajen las aguas y se seque la pobreza que siempre estuvo allí, y que ahora solamente se mojó, al menos habrá por delante un principio de solución, una respuesta concreta para dar a los abuelos, y a los padres, y a los nietos, para que alguna vez –por fin- dejen de ser “hijos de la misma agonía”.

La Plata, 14 de agosto de 2015

* Sociólogo (UNLP). Miembro del Club Político Argentino

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PENSAR A SARMIENTO por Francisco M. Goyogana*

| 20 agosto, 2015

.El      El tema que nos ocupa hoy es:  “PENSAR A SARMIENTO”.

Decía José Ortega y Gasset en “Una interpretación de la historia universal”, que la historia que es nuestra preocupación por el pasado, surge de nuestra preocupación por el futuro.

Consecuentemente, y de acuerdo con lo que señalaba Ortega, podemos convenir que hoy, quizás más que nunca, la preocupación por el futuro alimenta a nuestra generación, y seguramente será materia de preocupación para las generaciones venideras.

Por esto, pensar a Sarmiento es pensar en la historia del porvenir.

Sarmiento creía fervientemente en las ventajas de la civilización, y era un convencido de que la barbarie se podía superar, y por eso se convirtió en arquitecto de una nación-Estado moderna, liberal y progresista, que fue modelo en el mundo.

La institucionalización de la República se construyó con filósofos, que al mismo tiempo fueron hombres de acción, pero que reflexionaban sobre sus propias ideas y la de los pensadores que impulsaban el progreso humano. El esqueleto institucional de la democracia es la estructura que permite que la República permanezca en pie. Sarmiento, filósofo y hombre de acción,  ha sido posiblemente el más grande pensador de la institucionalización de la República.

Sin esqueleto institucional la nación-Estado no existe. La experiencia posterior ha mostrado que la pérdida del esqueleto institucional ha sido el mayor daño sufrido a lo largo de más de los últimos sesenta años.

Ya en tiempo pasado hubo una carencia institucional en el país, antes de Caseros.

De la mano de Urquiza, continuado por Mitre, seguido por Sarmiento, y luego por Avellaneda y Roca, se consolidaron los cimientos que hicieron posible una nación-Estado cabal. Todos ellos fueron creadores del pensamiento político argentino.

En 1865, desde Nueva York, Sarmiento le anunciaba a Avellaneda su deseo de escribir con “todos los materiales necesarios”, una “Historia de la constitución de las Provincias Unidas del Río de la Plata”.

Sarmiento estaba inmerso en esa corriente que lo empujaba al alumbramiento de una etapa singular de su conciencia histórica, precisamente en el punto donde la naturaleza política del hombre se siente acosada por cuestiones fundamentales. Sarmiento describió aquel momento como “la transición lenta y penosa de un modo de ser a otro.” Sin dejar de lado la tradición anglosajona de los descendientes de Locke, que colocaban a la libertad en primer plano, Sarmiento abraza la tradición francesa, al abrigo de Rousseau, que erige el valor supremo de la igualdad.

En la formación del pensamiento sarmientino se pueden considerar varios factores de importancia. La estadía en Chile y la influencia de Andrés Bello, pensador influído por Victor Cousin, exponente del eclecticismo sistemático; la polémica con Alberdi; sus viajes por Europa y EE.UU., que acentúan largamente la relación con la cultura anglonorteamericana; y entre otros efectos, una consustanciación muy particular con el darwinismo.

Sarmiento no tuvo una formación filosófica académica ni oportunidad de profundizar tratados sistemáticos, de un modo paralelo a lo sucedido con Darwin en aspectos biológicos, pues era un naturalista amateur que elaboró una teoría que ha conmovido al mundo.

Si bien Sarmiento debe ser considerado un autodidacta, la extensión y profundidad de sus ideas demuestran un conocimiento general muy sólido y, sobre todo, familiarizado con el pensamiento de los grandes filósofos. A través de toda su obra se introduce e indaga los conceptos más generales, como los de ser, devenir, mente, conocimiento y norma, y las hipótesis más generales, como la existencia autónoma y la cognoscibilidad del mundo externo.

Se sabe que la preocupación social y filosófica de Sarmiento proviene, al menos en parte, de Montesquieu, y en el sentido de las interpretaciones sociológicas, de Tocqueville. Montesquieu no le era ajeno con su obra capital El espíritu de las leyes, de 1748, donde hace agudas observaciones acerca de la división de poderes, base del parlamentarismo moderno, y tampoco le era extraño Tocqueville con su magna obra La democracia en América, y su concepción de sociedad democrática.

La gran preocupación de Sarmiento por el progreso era una idea que transformaba el optimismo teológico del antiguo régimen, en un optimismo laico. La salvación ya no estaba más allá de las fronteras de la historia, sino dentro de la historia misma. Y a pesar de que la idea de progreso fue lineal durante el siglo XIX, la ruptura de esa idea en el siglo XX pareciera haber sido percibida por Sarmiento con mucha anticipación.

En los siglos XX y XXI algunos economistas afirman que bajando el gasto público se solucionan los problemas, pero la experiencia contemporánea ha mostrado, tal como lo había percibido el sanjuanino, que el éxito se logra con el acompañamiento imprescindible de otros cambios en los campos institucional, político y cultural.

El cambio de la idea lineal de progreso que imperaba en el siglo XIX, se transformó en el siglo siguiente y en el XXI que comienza, en algo más imprevisible.

La igualdad, constituyó una preocupación fundamental de Sarmiento, y era observada por el prócer en su nudo gordiano: el progreso no es igualitario.

La observación de las naciones muestra que en cualquier concepción de sociedad, sean la sociedad industrial de Comte, la sociedad capitalista de Marx o la sociedad democrática de Tocqueville, aparecen unas naciones más arriba y otras naciones más abajo. Y hasta hoy día se mantiene vigente el problema de como combinar la idea de progreso con la idea de igualdad.

Es posible que sea más fácil instaurar en la sociedad una política de libertad que una política de igualdad.

Si se limita estrictamente el poder político y se garantizan las libertades individuales, se consigue una política de libertad.

La instauración de una política de igualdad requiere la creación de condiciones de la igualdad; reglas e instituciones que estrechen las diferencias entre los sustratos socioeconómicos y una luz verde que libere la marcha hacia el ascenso del mayor número de habitantes.

Sarmiento advirtió, dentro de aquella visión lineal del progreso, que la piedra clave del arco de la igualdad era la educación. La liberación de las ligaduras de la ignorancia sería la que permitiese que esa liberación se distribuyese masivamente en la sociedad, para permitir el adelantamiento de todos.

El legado de Montesquieu, sin olvidar a Adam Smith, junto con las ideas de Tocqueville, promovieron la síntesis sarmientina en el gran símbolo de la igualdad que era la educación.

No obstante, poco antes de morir, Sarmiento se sentía preocupado por los síntomas, que a su juicio, iban a entorpecer la marcha del progreso. Veía una sociedad con gran cantidad de habitantes en ascenso socioeconómico que mejoraban la vida y los ingresos, pero al mismo tiempo una sociedad de muy pocos ciudadanos, que por ser pocos no tenían mayor peso en el gobierno nacional.

En Conflicto y armonías de las razas en América se vislumbra cierto pesimismo en Sarmiento, que presiente el desvanecimiento del proyecto de progreso para la República. Sarmiento parece suponer que la mezcla de una población indígena con otra población de raíz hispánica no podrá llegar a los logros que anteriormente había intuído en el Facundo. Debe desecharse la supuesta adhesión a una determinada teoría racista, que Sarmiento no manifiesta en ningún momento de su vida, pero puede advertirse que no se le escapaba la importancia de los efectos del carácter y las aptitudes de los habitantes.

La historia de la colonia española era una demostración de la preocupación de una rápida explotación de las riquezas del país antes que del total desarrollo de sus recursos.

Tampoco pasaba por alto la importancia del carácter del gobierno y sus instituciones.

Sarmiento exige la ciudadanía para la sociedad y proclama que los inmigrantes tomen carta de ciudadanía para mejorar la base electoral, y poder desarrollar así una república de ciudadanos.

Sarmiento consideraba a los inmigrantes como trabajadores, como consumidores, y le preocupaba la imagen de una República con inmigrantes que no eran ciudadanos, habitantes no asimilados a la nación. Tenía la certeza de la formación de ciudadanos por medio de la educación, para conseguir una población plural con sentido de pertenencia a la nación argentina.

La estructura básica del sistema se sostenía en la  Constitución 1853-1860, que no sólo definió el marco de libertad, sino que impuso al gobierno federal y a los gobiernos provinciales la realización de determinados bienes públicos. Los constituyentes de entonces sintieron que no era suficiente diseñar un marco, sino que, como decía Sarmiento en Viajes, había que pintar un paisaje. Ese paisaje suponía que los derechos individuales debían estar respaldados por el bien público de la educación y, como decía la propia constitución, por programas específicos de desarrollo y progreso. Por eso el gobierno federal y los gobiernos provinciales estaban obligados a asegurar  para todos sus habitantes la educación primaria. Este detalle marca la obligación de transmitir a la sociedad bienes públicos de carácter universal. La educación pública primaria, por consiguiente, debía ser para todos obligatoria, gratuita y laica, y además había incorporado la concepción de un Estado neutral, no opuesto a la religión, sino imparcial. La impronta sarmientina, asumida por los hombres de la generación del 80, sobre todo el sector laico del Partido Autonomista Nacional, también el mitrismo, el radicalismo después de la década del 90 y el socialismo, significó un designio poderoso. Sin embargo, la llegada de un jacobinismo invertido en 1943, de carácter religioso, cuando se instaura la educación católica obligatoria en todas las escuelas públicas, representó un duro golpe para las comunidades con identidades religiosas propias discriminadas para que se les impartiera clase de moral.

Se había profanado la idea, progresista y democrática de la ley 1420, que prescribía una clase de moral común para todos los alumnos de ambos sexos. Una moral común que no era solamente positivista, sino que también estaba impregnada de valores cristianos, de acuerdo con la idea de Delfín Gallo cuando defendió la ley en el debate en el Congreso, en 1884.

Se había desarticulado la sociedad plural señada por Sarmiento, incorporada en un mosaico de razonable pluralismo político que asegurara la convivencia de todos.

Al repasar la historia cotidiana común, la imagen de Sarmiento aparece repetidamente.

Pensar a Sarmiento significa penetrar en su estructura mental, en el poderoso cerebro donde se generaban una inmensidad de ideas a cada instante.

Pensar a Sarmiento requiere convenir cuales son los puntos cardinales de su intelecto. Esos puntos cardinales fueron:

   * la democracia en lo político;

   * el liberalismo en lo moral;

   * el laicismo en lo pedagógico;

   * la justicia en lo social.

Sarmiento, que prácticamente había nacido con la Patria, fue partícipe de la revolución en América del Sur que significó no sólo una ruptura que abrió paso al drama histórico, sino también a la circunstancia de su niñez, adolescencia y temprana juventud. Estos momentos de su vida fueron testigos de como se desvanecía el antiguo régimen que caducaba, como se desvanecían las primeras esperanzas prontamente segadas, y como aparecían sobre los escombros del edificio virreinal la anarquía y el espectro del despotismo.

En Recuerdos de provincia Sarmiento escribe:

   “Aquí termina la historia colonial, llamaré así, de mi familia. Lo que sigue es una transición lenta y penosa de un modo de ser a otro: la vida de la República naciente, la lucha de los partidos, la guerra civil, la proscripción, el destierro"

 El punto inicial no fue para Sarmiento una biografía de la continuidad, como quería Tocqueville, y tampoco la lenta incorporación de un modo de ejercer la libertad política en la extensión de la República. La revolución del sur americano era  todo lo contrario. Drama e inevitabilidad. Así, Sarmiento expresa en el capítulo IV del Facundo:

   “He necesitado andar todo el camino que dejo recorrido para llegar

   punto en que nuestro drama comienza”.

Otra vez en Recuerdos de provincia arguye que la revolución de 1810 no tenía más posibilidad que la construcción de una república desde cimientos elementales:

   “Norteamérica se separaba de Inglaterra sin renegar la historia de sus libertades, de sus jurados, sus parlamentos y sus letras. Nosotros, al díasiguiente de la revolución, debíamos volver los ojos a atodas partes buscando con qué llenar el vacío que debían dejar la inquisición desstruída, el poder absoluto vencido, la exclusión religiosa ensanchada"

Como lo manifiesta en la “Introducción” del Facundo, la revolución era un enigma.

El antiguo régimen colonial había colapsado y a Sarmiento, que había vivido, niño y adolescente, en el derrumbe del sistema social y político, le costaba percibir el futuro acorde con la cosmovisión que se desarrollaba en su interior.

   “Cómo se forman las ideas –se formulaba Sarmiento en Recuerdos    de provincia-. Yo creo que en el espíritu de los que estudian sucede    como en las inundaciones de los ríos, que las aguas al pasar    depositan poco a poco las partículas sólidas que traen en disolución    y fertilizan el terreno. En 1833 yo pude comprobar en Valparaíso que    tenía leídas todas las obras que no eran profesionales, de las que    componían un catálogo de libros publicados por el Mercurio. Estas    lecturas, enriquecidas por la adquisición de los idiomas, habían    expuesto ante mis miradas el gran debate de las ideas filosóficas,    políticas y religiosas, y abierto los poros de mi inteligencia para   embeberse en ellas”.

El flujo de las ideas, en tandas sucesivas, irían conformando el terreno en el cual el tránsito de Sarmiento encontraría las soluciones de los interrogantes de su circunstancia.

Descubriría así el sentido de la libertad. Leía a Ackerman para adentrarse en la historia de Grecia y Roma, para sentirse “sucesivamente Leónidas y Bruto, Arístides y Camilo, Hamodio y Epaminondas; y esto mientras vendía yerba y azúcar.” La autobiografía  de Franklin y los escritos de Paine lo acercaron a la vida y pensamiento de defensores de la libertad en la Norteamérica republicana. Franklin se erigió en un paradigma de conducta ilustrada que nunca abandonaría y que lo relacionarían con educadores como Horace Mann y científicos como el astrónomo que más tarde llevaría a Córdoba, Benjamin Gould. La comprensión histórica le llegó a través de la obra de Walter Scott, que Sarmiento tradujo en Copiapó. Aparecieron en sus lecturas “Villemain y Schlegel, en literatura; Jouffroy, Lerminier, Guizot, Cousin, en filosofía e historia; Tocqueville, Pedro Leroux, en democracia; la Revista Enciclopédica, como síntesis de todas las doctrinas; Charles Didier y otros cien nombres hasta entonces ignorados…”

Seguía Sarmiento el camino del eclecticismo doctrinario, y por otro lado, la ruta del humanismo sansimoniano. Se agregarían además, Vico y Herder, Chateaubriand, Victor Hugo y Alejandro Dumas, Thiers y Michelet. En ese conjunto ocupaba un lugar preponderante Tocqueville, todo un paradigma, como lo ha dejado registrado en el Facundo:

   “…a la América del Sur en general y a la República Argentina sobre    todo, le han hecho falta un Tocqueville”.

 

Las nuevas ideas perseguían la fusión del pensamiento con la realidad. Entrado en años, Sarmiento recordaba:

   “Reinaban aún en aquellas apartadas costas (Chile) Raynal y Mably,    sin que estuviera del todo desautorizado el Contrato Social. Los más    adelantados iban por Benjamin Constant. Nosotros llevábamos, yo al    menos, en el bolsillo, a Lerminier, Pedro Leroux, Tocqueville, Guizot,    y por allá consultábamos el Diccionario de la Conversación y  muchos otros prontuarios”.

Se quejaba Sarmiento, hacia 1842,  que “lo que es peor aún es que no tenemos un solo modelo en el mundo que imitar”, como aludiendo a una situación que no permitía vislumbrar un rumbo cierto. Unos escasos años después, quizás poco antes de promediar el siglo XIX, y probablemente como producto de los viajes emprendidos en ese intervalo, la incertidumbre se disipa en su mente, como lo revelan sus testimonios. Sobre todo por la influencia que ejerció su experiencia en la América del Norte, que delineó su modelo político definitivo.

Para entender la revolución era preciso abrir oportunamente la puerta debida en el momento en que desaparecía el orden colonial.

Bajo la novedad de la Ilustración que había desestabilizado las tradiciones “entibiando las creencias”, las concepciones acerca del pasado y del porvenir guerreaban en silencio en vísperas del colapso.

Se enfrentaban el progreso y la reacción, innovadores y conservadores.

Para Sarmiento, Bentham, Rousseau, Montesquieu y la literatura francesa entera, contrastaban con la rémora de España, los Concilios, los Comentadores, el Digesto, como lo señala en el Facundo.

Se trataba de un pensamiento aplicado a un tipo de sociedad que podía darse diferentes formas de gobierno, según ya lo había enseñado Montesquieu.

Las lecturas de Montesquieu por Sarmiento, además de la influencia que se observa en sus escritos, dejaron tanto recuerdo, que en 1866, decía en nota al presidente de la Sociedad Rural Argentina desde Nueva York:

   “…y ya Montesquieu había descubierto la ventaja de cambalachear     (sic) horas de fastidio por otras de entretención, leyendo”.

Sarmiento advirtió  el paso de la sociedad colonial a otra sociedad de naturaleza diferente. Era el paso de un estilo de vida a otro modo distinto de vivir. El paso de un gobierno aristocrático a la república democrática. El uso del gobierno aristocrático sería reemplazado por la virtud republicana. Quien mejor la encarnaba, como Rousseau quería, era lo que este consideraba el gran legislador. En Facundo, Sarmiento afirma:

“El año 1820 se empieza a organizar la sociedad, según las nuevas    ideas de que está impregnada; y el movimiento continúa hasta que    Rivadavia se pone a la cabeza del Gobierno…”, conceptos que reitera en Recuerdos de provincia.

Mientras tanto, el movimiento antiliberal tenía su propio desarrollo y muestra las consignas que lanzó con éxito. La defensa de la fe católica había sido la voz de orden de Quiroga con su lema “religión o muerte”, y constituía, en apariencia, una de las finalidades fundamentales de la dictadura que siguió a la anarquía. Los ultramontanos que más habían luchado por la entronización de Rosas, como el doctor Tagle y el padre Castañeda, eran un solo cuerpo con el partido de los fieles que se conoció con el nombre de “federales apostólicos”.

Todo lo que recordase la doctrina de los hombres de la Ilustración, de quienes eran herederos directos los rivadavianos, merecía la más violenta condenación de los rosistas, y es demostrativa y concluyente la anécdota que se cuenta del general Mansilla a su hijo Lucio, el día que lo descubrió leyendo a Rousseau: “Mi amigo, cuando uno es sobrino de Rosas, no lee el Contrato Social si se ha de quedar en el país, o se va de él si quiere leerlo con provecho”.

Ese antiliberalismo, visible en las tendencias políticas y económicas manifestado por Rosas, se confundía con la reacción criolla. Si se lo llamó restaurador de las leyes no fue tanto porque se viera en él, precisamente, al defensor de las normas legales, sino porque se le puede atribuir una condición de abanderado de la tradición vernácula, celoso de la defensa de un tipo de vida condenado a la extinción.

Sarmiento manifestó su reconocimiento a Rivadavia pero había intuído que la virtud republicana encarnada en el gran legislador, y su proyección en el nuevo régimen, como quería Rousseau, duraría poco tiempo. Se ha dicho que Rivadavia no conocía el interior del país, y que en vez de embarcarse para Europa debió tomar una diligencia para conocer de cerca a los hombres de las campañas. El legislador padecía la ignorancia elemental de lo relativo a la naturaleza del terreno social, su circunstancia geográfica. Podíasele escapar el tinte exacto de la idiosincracia política, pero seguramente no desconocía la urgencia con que se debía marchar hacia la unidad. De todos modos, no pudo o no supo adaptarse a un cambio de civilización.

El liberalismo de los hombres de Mayo se presentaba, pese a sus precauciones, como tendencia atentatoria contra las creencias vernáculas, y algunos de ellos habían exhibido su jacobinismo de modo impolítico.

En carta de Belgrano a San Martín en 1814, le advertía que los enemigos los llamaban herejes, “y sólo por ese medio han atraído las gentes bárbaras a las armas manifestándoles que atacabamos la religión…”

El error de los liberales de aquel tiempo consistió en creer que el conflicto que amenazaba provenía de la oposición entre dos doctrinas; era mucho más grave, porque consistía en una lucha entre una doctrina y un sentimiento, y a la conciliación, entonces, era muy difícil llegar.

Por otro lado, la aparición del movimiento antiliberal después de 1810 obedecía a la cristalización de un fenómeno que se arraigaba en la tradición autoritaria de la colonia y se mantenía en las masas rurales menos instruídas y educadas.

Los ideales de las masas populares no tenían formulación precisa, y en cambio poseían confusión algunos de sus contenidos; no obstante, y de alguna manera paradójica, sus ideales sobre la emancipación, la revolución criolla y la democracia eran coincidentes con el movimiento liberal, pero con una actitud espiritual recóndita e irreductible que le confería un contenido muy distinto a los objetivos centralistas de Buenos Aires. Si bien 1810 fue un paso decisivo para la intuición de las masas populares, el movimiento se manifestó casi desde el arranque como reacción patriótica y antiespañola, pero como la insubordinación contra lo español arrastrara consigo la idea de unidad que conformaba el virreinato, ese sentimiento adoptó la forma de un patriotismo de patria chica, apegado a la comarca, o, todo lo más, a la provincia. De este modo, para las masas populares los intereses comarcanos se constituyeron en los únicos que adquirieron fuerza y realidad, y la idea de la nación –tan cara para los hombres de Buenos Aires- no fructificó en el espíritu popular pese a los reclamos de la capital.

Así apareció la oposición entre la comarca o la provincia, y Buenos Aires, en la cual la nación parecía una mera superestructura creada por la capital para mantener sus privilegios.

Esta concepción angosta del patriotismo condujo a la tendencia localista y disgregadora, que fue aprovechada por los caudillos para asegurar su predominio, agitando la bandera de las autonomías contra la prepotencia de Buenos Aires.

Sarmiento, que era provinciano, y además clarividente, advierte el fenómeno. A la primera fase revolucionaria urbana, le sigue una segunda fase con la invasión de la sociedad situada más allá de la frontera urbana, el descalabro del orden social y, en suma, un cambio de civilización.

Con el planteo de este conflicto había comenzado otra guerra.

Cuando Sarmiento se refiere a la irrupción de la montonera en San Juan, en 1826, expresa en el volumen XXII de las OC:

“He aquí mi versión del camino de Damasco, de la libertad y de la   civilización. Todo el mal de mi país se reveló de improviso entonces:    ¡la Barbarie!

Una descripción semejante también la hace en Recuerdos de provincia.

Sarmiento se enfrenta desde temprano en su vida con el fantasma que lo perseguiría en la vida: la barbarie.

La exploración de Sarmiento por los meandros de la historia tenía por meta rememorar la barbarie como el hecho desnudo de la naturaleza humana libre de todo control cultural, merced a las enseñanzas de los libros acerca de la república antigua, y también de la nueva óptica de Vico para desentrañar el misterio de las sociedades y comprender la historia, junto con Guizot, Michelet y Thierry.

El capítulo VII del Facundo lleva un epígrafe de Chateaubriand, des débris de mille autres sociétés, como anticipando el misterio tensionado de la edad oscura y la luz de un tiempo virtuoso por venir.

Mientras que en la fugaz república de 1820, la igualdad guardaba relación con el pueblo que participaba en la virtud roussoniana del legislador, la sociedad bárbara mostraba una concepción diferente de la igualdad, representada por la voluntaria subordinación de los seguidores a un mando indiscutido.

Por eso, para Sarmiento la barbarie no era otra cosa que el recipiente obligado del despotismo.

La subordinación de los seguidores a un mando indiscutido responde al postulado de Guizot, según el cual la sociedad explica la política y no a la inversa, y que Sarmiento interpreta de una manera similar cuando afirma que:

   “…la montonera solo puede explicarse examinando la organización    íntima de la sociedad de donde procede”.

 

Sarmiento narró el despotismo para disecar al caudillo argentino, para mostrar que el poder en una sociedad bárbara obedece a las relaciones de mando y obediencia que culminan en un personaje que recibe la reivindicación absoluta del ascendiente personal. El manejo absoluto se anima con un principio que es el miedo, que se reconcentra alrededor del déspota. Ese fue el modo por el que los caudillos se hicieron déspotas como Artigas, Facundo y Rosas.

La clarividencia de Sarmiento se pone una vez más en evidencia en la “Introducción” del Facundo, para la edición de 1845, con palabras que se proyectan con vigencia en el año 2007, y en cuyo escrito basta con un mero reemplazo de nombres para ajustar el concepto de barbarie, a una distancia de ciento sesenta años de haberse impreso:

“Sombra terrible de Facundo! Voi a evocarte, para que sacudiendo        el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a   esplicarnos la vida secreta i las convulsiones internas que desgarran

las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto: revélanoslo!

Diez años aun despues de tu trájica muerte, el hombre de las ciudades i el gaucho de los llanos arjentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decian: ´´No! No ha muerto! Vive aun! El vendrá´´ – Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política i revoluciones arjentinas; en Rosas, su heredero, su complemento; su alma ha pasado a este otro molde mas acabado, mas perfecto; i lo que en él era solo instinto, iniciacion, tendencia, convirtióse en Rosas en sistema, efecto y fin.”

El Facundo es en sí mismo un proyecto político.

Esa parte de la historia le proveyó a Sarmiento la explicación de la barbarie y cómo ésta conduce a la tiranía.

Después del despotismo, llegaría la hora de la construcción y cada capítulo del programa edificador se presentaba como un elemento que se oponía a la tiranía. La propia construcción de la República era en sí misma el progreso, y al mismo tiempo, la sistemática negación del despotismo.

Otro aspecto importante que aparece cuando se piensa a Sarmiento, es la revelación de la democracia como un nuevo horizonte.

Para 1845, Sarmiento inició un viaje más allá del océano que lo condujo a Europa, Africa, y luego a los EE.UU. Montt, su protector en Chile y ministro de educación, nombra al sanjuanino director de la Escuela Normal en Santiago y lo envía a conocer el mundo de la civilización.

Sarmiento llegó con Facundo al ordenamiento de sus propias ideas, luego de una laboriosa tarea para descifrar el enigma que ofrecía la Argentina.

Con el viaje transoceánico pudo conectarse con una realidad más universal:

   “Cúpome la ventura, digna de observador más alto, de caminar en    buena parte de mi viaje sobre un terreno minado hondamente por los    elementos de una de las más terribles convulsiones que han agitado    la mente de los pueblos, trastornando, como por la súbita vibración    del rayo, cosas e instituciones que parecían edificios sólidamente    basados; y puedo envanecerme de haber sentido moverse bajo mis    plantas el suelo de las ideas, y de haber escuchado rumores sordos,    que los mismos que habitaban el país no alcanzaban a percibir”.

En 1856 Sarmiento escribe en El Nacional que “viajar supone haber partido del país y volver a él”. Esto significa ampliar el panorama propio con una observación universal, y descubrir entonces aquellos adelantos que pudieran aplicarse para el beneficio común en la propia tierra.

Siempre apegado a los libros con que los historiadores de la revolución demolían a un mundo que se iba y que justificaban los cambios inevitables de aquel presente, Michelet, Blanc, Lamartine y Gioberti asistían a Sarmiento:

   “…estos cuatro libros eran nuestro pasto, devorado con ansia en las    horas que nos dejaban libres las correrías”.

Sarmiento descubrió la igualdad en los EE.UU.:

   “Al ver esta sociedad sobre cuyos edificios y plazas parece que brilla

   con más vivacidad el sol”.

Se le presentaba una primigenia visión de la república como posibilidad histórica. En esa democracia advertía Sarmiento un punto de partida, con la presencia activa de la libertad política.

Para Sarmiento, igual que para Tocqueville, la democracia del futuro debía conjugar la igualdad con la libertad política. Percibió también que la libertad política que existía en los EE.UU. era el producto de la continuidad de las instituciones que contaban su edad por siglos, libertad política que, en fin, tenía un origen y un destino.

Sarmiento, que se quejaba de la falta de un modelo para imitar en 1842, vuelca su esperanza en el horizonte situado en el porvenir de la historia, esperanza que se transforma en una permanente incitación a la utopía republicana de la Argentina.

Sarmiento, que ha descubierto la democracia, asume el rumbo señero de una historia que “tiene por base las libertades anglicanas”, brotadas de la reforma protestante.

Atrás quedaban el espíritu autoritario de los Austria, y muy superada también la reticente y limitada conformación del espíritu liberal de los Borbones, resistidos éstos  por la violenta oposición en España y en las colonias, de los grupos que representaban y sostenían la vieja concepción teocrática.

Para Sarmiento, la historia del pasado, ya sin raíces, no tenía otra salida que la historia del futuro.

El germen precursor de esa historia del futuro, se desarrollaba en Sarmiento.

Con el Facundo comenzó haciendo una historia social, preocupado por las costumbres concretas, pensando en la igualdad como elemento social, sin pretensión de armar un ensayo filosófico.

Tocqueville no produjo un ingenio intelectual sino que, simplemente, observó aquella sociedad de la América del Norte donde la igualdad convivía en paz con la libertad política, y esto no se le pasó por alto a Sarmiento.

Para Sarmiento, la igualdad real del ciudadano, la posibilidad de que todos los integrantes de un corte sagital de la sociedad: hombres y mujeres, ricos y pobres, criollos y extranjeros, se encontraran en su niñez en una escuela pública para compartir conocimientos y hábitos, estaba representada por la educación.

Sarmiento fijaba en la educación pública el punto de partida para la creación de una república de ciudadanos:

   “Una fuerte unidad nacional sin tradiciones, sin historia, y entre    individuos venidos de todos los puntos de la tierra, no puede    formarse sino por una fuerte educación común que amalgame las    razas, las tradiciones de esos pueblos en el sentimiento de los    intereses, del porvenir y de la gloria de la nueva patria”.

Todavía hoy tiene absoluta vigencia esta necesidad de poner en movimiento la inteligencia argentina aun dormida. La respuesta de Sarmiento consiste en la aplicación de una voluntad y un plan, un sistema educativo en el cual las partes estarían ordenadas en la República para los fines de la ciudadanía.

La preocupación de Sarmiento por la educación común consistía en su difusión en una sociedad en la que predominaba la desigualdad, en que la generación de conflictos de insospechada violencia conduciría obligadamente a una anarquía permanente.

En una sociedad igualitaria, pero en la que los ciudadanos tuvieran perdido el sentido del bien general, tampoco estaba la solución.

Para Sarmiento, la reforma del ciudadano debía ser concomitante con la reforma de la sociedad. Al mirar hacia atrás, Sarmiento veía tres siglos de vida colonial con un reducido universo de ideas y sentimientos, con un mundo de lo sobrenatural surgido de la ignorancia de la naturaleza por el hombre, carente de las ideas y sentimientos del hombre moderno, al que las ciencias y las artes le han revelado los secretos y misterios de la naturaleza para curarlo de supersticiones.

Sarmiento entiende que el mundo de las ideas y los sentimientos son creados por el hombre a su imagen y semejanza, y que en eso también estaba la diferencia de la observación del panorama del extinguido virreinato, comparado con el que ofrecía la América del Norte.

Unos trescientos cincuenta años de cristianismo liberal en el Norte contrastaban con el cristianismo intolerante en el sur; le daban forma allá a un mundo y aquí a otro. Porque ideales, religión, leyes y costumbres diferentes hacen para el hombre un mundo diferente de hombres y de cosas.

Horace Mann, amigo de Sarmiento, entendía poder cambiar, por medio de las escuelas, un pueblo de inferiores en un pueblo de gentes de bien, y una tierra de miserias en una tierra de prosperidades. Así se creyó un tiempo que el admirable progreso de la América del Norte era el efecto de las instituciones liberales sobre el hombre nuevo en el nuevo mundo. Esas mismas instituciones, sembradas fundamentalmente por Sarmiento, fracasaron más tarde en la República, debido al espíritu endurecido del viejo fanatismo y la secular intolerancia aplicados por la revolución del 4 de junio de 1943 y su progenie.

Sarmiento, frecuentador de Montesquieu, era consciente del valor de la libertad pública, desde el punto de vista del Estado, y de todas sus teorías que comprenden los diversos grados del problema. Contempladas desde nuestro punto de observación actual en que la agitada vida cotidiana ha conglomerado la mayor suma de experiencia sobre la cuestión, la estructura de su sistema no se debilita, porque parece haber agotado cuanto la historia puede decir, y cuanto puede expresar la libre discusión filosófica.

Sarmiento sabía de la necesidad de predicar el resorte de la virtud para infundirlo en el ciudadano.

Sarmiento no reconocía ningún supuesto legado colonial en la educación del país, que fuera ajeno a la sentencia de Kant: “La libertad interior es el único principio de la virtud”.

No estaba inclinado Sarmiento a reconocer instituciones preexistentes. El dilema entre la tradición, conservadora, y la reforma, progresista, evocan al tiempo con un antes y un después.

Sarmiento había renunciado al antiguo régimen colonial, y el pasado dejó de ser en él motivo de pesar.

La historia del pasado había dejado su lugar a la historia del porvenir.

Las tres décadas que siguieron al derrocamiento de Rosas significaron veloces y profundos cambios sociales, políticos y económicos: se definieron las fronteras nacionales, se organizaron los poderes públicos y se aprobaron los códigos fundamentales del derecho; el territorio se integró a través de los modernos medios de transporte, la economía creció y se vinculó con el mercado mundial.

La heterogénea y móvil sociedad aparecida con la remoción del régimen rosista, tuvo entre sus elementos contribuyentes, a más de las circunstancias favorables, siempre azarosas, a una serie de valores: esfuerzo, trabajo, perseverancia; un respeto reverencial a la cultura, la ciencia y la conducta, plasmadas en el formidable proyecto pedagógico de Sarmiento. El sistema educativo fue uno de los pilares del Estado en desarrollo, y a la vez, un medio para su consolidación.

Sin embargo, Sarmiento no tenía un camino fácilmente transitable, con la dificultad que encuentra,  como se desprende de su observación:

   “Es uno de los hechos más notables que vengo persiguiendo y    estudiando en Chile y aquí, el desdén, el odio secreto de la gente a    la educación general. Nunca he logrado interesar de corazón a nadie    por más que a veces haya sido de buen tono político prestar    atención”.

Observación notable si se tiene en cuenta que fue escrita en el tiempo en que en el país actuaban Mitre, Avellaneda, Wilde, Leguizamón, Láinez, Cané, todos ellos grandes propulsores de la educación pública.

Ciertamente la época arrastraba residuos del pasado, que contribuían a deformar un proceso de cambio, cambio al que se resistía a pesar del paso del tiempo.

Este es el caso que muestra la carta de Juan Manuel de Rosas a Josefa Gómez, el 12 de mayo de 1872, en la que sostenía:

   “En cuanto a las clases pobres, la educación compulsoria, me    parece perjudicial, y tiránica. Se les quita el tiempo de aprender a    buscar el sustento: de ayudar a la miseria de sus Padres: su físico    no se robustece para el trabajo; se fomenta en ellos la idea de      goces, que no han de satisfacer y se les prepara para la vagancia y    el crimen”.

Rosas rechaza la enseñanza obligatoria (compulsoria) y la libertad de cátedra al escribir que ésta:

   “… se convierte en arte de explotación a favor de los charlatanes; de    los que profesan ideas falsas, subversivas de la moral, o del orden    público, y de aquellos hombres sin conciencia, a quienes poco les    importa frustrar el porvenir de la juventud, con tal que la paga ande  corriente”.

Y agrega:

   “La enseñanza libre introducirá la anarquía en las ideas de los   hombres que se forman bajo principios opuestos, o variados al   infinito. El amor a la patria se extinguirá”.

 

Rosas asigna a las gentes de bien la exclusividad educativa.

Rosas era la historia del pasado con la nostalgia conservadora del

antiguo régimen colonial.

Rosas le escribe a José María Roxas y Patrón el 3 de octubre de 1862:

 “No soy como Ud. que puede leer horas sin dormirse.

Es preciso que lo que yo lea sea muy interesante, o muy importante,    o muy necesario, para que pueda continuar leyendo sin dormirme,    una, dos, o más horas. Por eso es que he leído tan poco en libros    durante mi vida. He leído muchísimo, acaso más que nadie, pero ha    sido lo más en cartas oficios, y demás manuscritos”.

A confesión de parte, relevo de prueba.

Sarmiento era el filósofo que interrogaba el horizonte de las ideas de su tiempo, como un predicador de la modernidad.

Había sido impresionado profundamente por Rousseau a edad muy temprana; la lectura del benedictino Feijóo contribuye en el mismo sentido, con su proclama de distinguir entre tradición y estancamiento. Cuanto autor iluminista que cae en sus manos es leído ávidamente, y la prueba de su asimilación y comprensión está probada en el texto del Facundo. En El Zonda, del 25 de agosto de 1839, manifiesta  haber leído a Montesquieu. Uno de sus biógrafos, Allison Williams Bunkley, menciona que uno de sus autores preferidos era Herder, y que su teoría del volks-geist (espíritu del pueblo), así como la base de la historia y de la vida humana, iban a ser una de las piedras angulares de los pensamientos de Sarmiento en historia. En el volumen XLIX de las OC proclamó la teoría de Herder, de que el hombre es en historia “el eco de la conciencia humana”, la expresión del “espíritu del pueblo”. Voltaire y Sismondi no le son desconocidos, al igual que los ya citados Rousseau, Mably, Reynal, Tocqueville, Thierry, Michelet, Guizot, Benjamin Constant, Cobden y muchos más. Su adhesión al romanticismo le llega por su amigo Quiroga Rosas, que había fundado la rama sanjuanina de la Asociación de Mayo, de la que Sarmiento fue miembro.

La preocupación por las ideas fundamentales condujo a Sarmiento a las instancias centrales de su vida:

  • visión dinámica y progresiva de la historia;
  • fe democrática;
  • liberalismo religioso;
  • primado de la acción sobre la teoría;
  • educación como único resorte válido del progreso.

Pensar a Sarmiento exige adoptar una postura axiológica realista, para sostener que algunos valores, como el de una vida agradable son absolutos, mientras que otros, como la veracidad, son relativos; que valores como el bienestar son objetivos, en tanto otros, como la felicidad son subjetivos; y que algunos valores, como la solidaridad, son al mismo tiempo cognitivos y emotivos.

Estos valores positivos, valores positivos liberales, fueron los valores de Sarmiento como hombre de pensamiento. Fue un verdadero pensador, al que le cabían todos los atributos de los grandes pensadores: un verdadero pensador es aquel después del cual no se puede seguir pensando como antes. Un verdadero pensador es el interlocutor de pensamientos no estáticos sino dinámicos, en plena elaboración, con la ebullición que caracteriza a la vida misma.

Quizás como a nadie se le puede aplicar la afirmación de Henri Bergson: “Hay que actuar como hombre de pensamiento y pensar como hombre de acción”. Sarmiento no podía haberlo hecho mejor.

Con la aplicación de la axiología de Sarmiento un país había quedado atrás; había nacido otro, comunicado con el mundo, que recibía ideas, conocimientos y adelantos científicos, material humano con potencial progresista, capitales, inversiones en general, productos de las artes, cultura, civilización.

La antigua condición periférica se había transformado y así se sentaron las bases de la República moderna.

Esos valores positivos de la axiología de Sarmiento representan el aporte que necesitaba el país para abandonar aquella condición periférica.

Los valores sarmientinos, adecuados a los tiempos actuales, y aplicados debidamente, ofrecen una oportunidad para interrumpir los cuadros actuales, entre el drama y lo grotesco, de los sucesos argentinos que se ofrecen a diario.

Basta de barbarie, para que sólo prevalezca la civilización.

Pensar a Sarmiento.

Pensemos a Sarmiento.

 

*   Miembro de Número del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia

 

                                      

                      

 

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LA ETAPA DE LOS EUFEMISMOS por Alberto Medina Méndez*

| 20 agosto, 2015

 

Si bien la política funciona de acuerdo a su propia matriz, cuando se acerca la campaña todo se exacerba y, entonces, la necesidad de utilizar ciertos términos con mayor cuidado se vuelve vital para sus propios intereses.

En el territorio de lo electoral parece que la sinceridad no genera gigantescos dividendos y el embuste es mucho más apreciado. Eso se deriva de las evidencias cotidianas y explica porque los dirigentes prefieren utilizar frases ambiguas, vocablos que no dicen casi nada y hasta inventan un nuevo vocabulario con tal de no llamar a las cosas por su nombre.

Existe, en esto, una enorme responsabilidad de una ciudadanía pusilánime que prefiere un lenguaje oscuro a la franqueza como virtud. Tal vez sea saludable que la sociedad revise su demasiado habitual doble estándar.

En su retórica cotidiana, la que utiliza en su vida privada, en familia, con amigos o en el trabajo, repite hasta el cansancio que su prioridad es la verdad ante cualquier circunstancia, por dolorosa que ella sea.

Lo cierto es que frente a la mala noticia, se ofende con facilidad por la falta de valentía de su interlocutor de turno, que no le anuncio oportunamente los hechos, como corresponde, sin rodeos. Pero lo que más lo incomoda es que la novedad le impone una acción que no quiere emprender. Aceptarla, implica atravesar una situación difícil que detesta, y es allí cuando convierte la verdad en una lista interminable de sentimientos negativos.

Cuando esas verdades fluyen de un modo claro e inequívoco, con energía, y hasta con la crueldad con la que  resulta imprescindible que sean explicitadas, entonces opta, enfurecido, por no premiar las correctas actitudes, estimulando, sin pudor, a los eternos mercaderes de la mentira.

Los políticos engañan, ya no por convicción, sino por conveniencia. Ellos entienden que eso se traduce indudablemente en resultados. El dirigente que explica lo que está pasando, que muestra lo que sucede y que plantea los niveles de responsabilidad que tiene la sociedad frente a la realidad, no será debidamente reconocido y será expulsado del juego electoral.

Las adversidades nunca son bienvenidas. Jamás se desea escuchar sobre la responsabilidad de la gente sobre ellas. Eso obligaría a asumir cierta culpa sobre lo que ocurre. Es la misma razón por la que muchos ciudadanos ni siquiera pueden reconocer que en el pasado votaron al gobernante actual, o al anterior. Eso implicaría hacerse cargo del presente. En realidad, la sociedad no está dispuesta a aceptarlo de un modo tan contundente.

Pronto comenzará esa dinámica en la que los políticos hablarán de lo que viene y de lo que piensan hacer. Otra vez recurrirán, con mucha sutileza, a las evasivas, a la terminología difusa, apelando a la confusión y, a veces también, a la ignorancia sobre el significado de cada palabra.

Es el momento del proselitismo, y por lo tanto, una renovada ocasión de mentir descaradamente. Ellos saben que tendrán que tomar decisiones importantes, pero no lo admitirán ahora. Esperarán que la gente exprese su voluntad y después recién definirán lo que pueden realmente hacer.

No desconocen lo que resulta preciso hacer. Suponerlo sería demasiado ingenuo. Lo saben, pero también tienen conciencia de que importa más no pagar elevados costos políticos, ni perder poder de un modo efímero.

Su talento no tiene que ver con saber resolver problemas, mucho menos aun con ser los adalides de la defensa de la gente. En todo caso, su mayor atributo pasa por comprender como funciona el poder, como se lo obtiene y, fundamentalmente, como se lo retiene en forma indefinida.

En estos últimos años ese trágico esquema de mentiras encubiertas, de planteos borrosos, se ha perfeccionado en muchos ámbitos. No solo la política cayó en esa trampa sino también una ciudadanía cómplice.

La sociedad llama robustos a los gordos, privados de la libertad a los presos y se refiere al aborto como interrupción del embarazo. La política también hace lo suyo creando su propio léxico. Así fue que el reacomodamiento de precios reemplazó a la inflación, la inseguridad al exceso de criminales y la expansión monetaria a la emisión descontrolada e irresponsable de billetes.

En este contexto de elecciones, todos los dirigentes saben que la coyuntura no será fácil. Oficialistas y opositores entienden que heredarán una "bomba de tiempo", pero como consideran que es políticamente incorrecto decirlo, han decidido transitar el sinuoso y cínico camino de reconocer los aciertos del gobierno y solo hablar de asignaturas pendientes o de la necesidad de seguir en el camino de la profundización de los logros, según sea el caso.

El que triunfe en los comicios tendrá la dura tarea de conducir la transición. Deberán adoptar determinaciones drásticas haciendo importantes ajustes a la economía. Tendrán que reducir abruptamente el gasto estatal, bajar la emisión monetaria hasta neutralizarla, adecuar las tarifas de los servicios públicos a niveles de mercado, recomponer rápidamente las reservas monetarias, atraer inversiones, recortar los impuestos, disminuir aranceles, desregular el comercio exterior, integrarse al mundo, entre otras cosas.

Nada de eso será fácil, ni gratis. Claro que se deberán pagar los "platos rotos", como siempre que se intenta superar un problema en el que se tiene plena responsabilidad en su gestación. El "médico" tiene claro lo que debe hacer, pero también sabe que tendrá que mentirle a su "paciente". Es que las reglas políticas que ha impuesto esta sociedad cobarde, alientan a la mentira, invitan a la trampa, aplauden la creación de una jerga que suavice las verdades y hasta logre ocultarlas. Es importante saber que se inicia un recorrido sin retorno hacia esa patética etapa de los eufemismos.
 

 
 

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013

 

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