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EL CORONAMIEDO Y LA POSVERDAD por Archibaldo Lanús*

Con-Texto | 12 septiembre, 2020

La aparición del coronavirus abrirá un nuevo capítulo en la historia de los hechos sociales por haber despertado en algunos casos un verdadero pánico, frente a una enfermedad sin duda letal, pero no más grave que muchas otras que provocan millones de muertes

Coincidiendo con el nuevo proceso de globalización, apoyado en la revolución tecnológica que cambió el sistema de comunicaciones, ha aparecido el fenómeno de recurrentes anuncios de acontecimientos catastróficos que amenazan con alterar la naturaleza y la vida social o física de individuos y familias.

La difusión masiva de este tipo de contenido de informaciones y mensajes, sobre todo a través de la TV y entre poseedores de teléfonos móviles, ha expandido una sensación de “temor” en una gran parte de la población mundial. Una saturación de noticias y datos -gran cantidad de los cuales transmiten malas o inquietantes informaciones- produce en la psiquis de millones de personas un “temor” larvado ante posibles acontecimientos que amenazarían su vida física o social.

Hechos, alertas o peligros, reales o ficticios, se suceden de continuo y debilitan la seguridad de los individuos y sus familias. Intervenciones militares (Kosovo, Irak, Siria, inquietantes flotas que se mueven en océanos lejanos, etc), amenazas al medio ambiente (incumplimiento de los Acuerdos de París, aumento del nivel de los océanos, expansión del agujero de la capa de ozono, degradación acelerada del medio ambiente, etc), ataques ecológicos (incendios en la Amazonia e Indonesia, polución en las grandes ciudades), pestes y enfermedades nuevas (aviar, Sida), infecciones como el Ébola y el cólera y regreso de algunas enfermedades infecciosas que se creía extinguidas, así como anuncios de que algunos países están preparando virus artificiales para iniciar lo que imprudentemente se anuncia como guerra biológica y otras amenazas a la salud humana. También se informa que se prepara la fabricación de vacunas, cuya aplicación será obligatoria para hacer frente a inminentes peligros.

Desde la niñez el temor de agresiones, accidentes, o desastres y se difunden en frecuentes películas comerciales con zombis y personajes que suscitan miedo, no con la inocencia de los antiguos cuentos de niños sino con la frialdad de un juego de poder y aniquilación.

La aparición del coronavirus abrirá un nuevo capítulo en la historia de los hechos sociales por haber despertado en algunos casos un verdadero pánico, frente a una enfermedad sin duda letal, pero no más grave que muchas otras que provocan millones de muertes.

Sin embargo, es la primera vez que se percibe el contagio de una enfermedad como una amenaza global.

El hombre ha convivido con virus, bacterias y hongos desde la antigüedad. Se registran tétricos recuerdos que costaron la vida a millones de seres humanos: Tucídides, en la antigua Grecia, habla de la peste durante las Guerras del Peloponeso que mató a Pericles, la de la época de los Antoninos mató a miles en Roma, entre ellos al emperador Marco Aurelio, la del Medioevo en el siglo XIV se llevó un tercio de la población europea, la fiebre amarilla asoló a barrios enteros de Buenos Aires en el siglo XIX y no podemos olvidar la terrible gripe española, que mató a más de 20 millones de seres humanos al finalizar la Primera Guerra Mundial.

Por qué razón aquellas pestes más letales que el coronavirus no tuvieron las consecuencias políticas, sociales, económicas y culturales que tendrá globalmente la pandemia desatada a principios del 2020. En seis meses veremos en muchos países un colapso económico y social del que surgirán millones de pobres, el resurgimiento de tentaciones totalitarias y muy diversos sectores humanos anonadados por un miedo desconocido que los inhibirá por algún tiempo largo. Ha sucedido algo distinto en esa eterna dialéctica entre la salud humana y la enfermedad.

La cultura del mundo globalizado de la actualidad ha dejado atrás el ancestral criterio de “verdad” que guió a los pueblos hacía la libertad y el conocimiento, para dar espacio para lo que se ha dado en llamar la “posverdad”. Grandes pensadores señalan esa desconexión. Algunos filósofos hablan de una sociedad “líquida” donde todo es provisorio, como cosas que flotan pueden desaparecer.

¡Estamos viviendo uno de los más patéticos escenarios de ensayo de la posverdad! Para no explayarme en su significado, me remito a la definición que nos ofrece la Real Academia de la Lengua española: “Distorsión deliberada de la realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.

Dos factores podrían ser los desencadenantes de una situación que ha dado lugar a lo que llamo un “pánico pandémico”. Una noticia falsa que hizo circular en marzo de este año el informe del director del Imperial College of London, Neil Ferguson, anunciando cuarenta millones de muertos, y por otro lado, la denuncia del Gobierno de Washington que se trataba de un “ataque” proveniente de China señalando así al enemigo central de la política nortemericana en estos tiempos, fueron dos noticias que se expandieron por todo el planeta. Con estos anuncios de marzo el pánico se apoderó del mundo. El anuncio de muertes masivas fue algo aterrador en esta época donde el estado físico y la juventud son los bienes más preciados para masas de consumidores. Por otro lado, el anuncio de que China había desatado un “ataque con un virus desconocido” puso en alerta la seguridad de muchos gobiernos que se sintieron responsables de la vida de sus pueblos luego de tanto oír el relato de un monstruo que intentaría dominar el mundo. Ambos miedos se juntaron en respuestas improvisadas -los sistemas de salud no estaban preparados para enfrentar ese tipo de pandemia como lo declararon muy al principio- en medio de una gran confusión donde los expertos se contradecían y las informaciones de que se trataba de una “conspiración” partieron a los cuatro vientos del planeta. Si bien la cuarentena nunca fue recomendada por la OMS, parecía ser la medida más impactante y fácil para mostrar autoridad mientras se preparó una caótica respuesta sanitaria (se metieron en el mismo corral sanos y enfermos y se instaló una propaganda masiva para justificar la autoridad de las medidas impuestas por los gobiernos). Las contradicciones son evidentes cuando existe la orden simultánea de “confinar” en los domicilios y “distanciar” en las plazas. Ni que hablar de lo que pasó en Italia donde el gobierno definía sus estrategias siguiendo las estadísticas de muertes oficiales que las autopsias posteriores declararon tratarse de falsas muertes por coronavirus.

Lo más insólito es que la medida de la “cuarentena” proviene del Medioevo, cuando se la usó para apartar a los atacados por la peste del siglo XIV, en alusión a los 40 días que Jesús de Nazaret se retiró al desierto.

La imaginación colectiva tuvo anticipaciones como el film Contagio de Steven Soderbergh, inspirado en el libro Los ojos de la oscuridad de Dean Koontz (1981). En esta ficción se describe un virus que surgió en Wuhan que se bautizo como Wuhan400, y se imaginó como un arma biológica. La realidad es que al virus actual se lo llama COVID-19 propuesto por la OMS, porque es de la familia de la “COORONAVIADAE”, vinculado al SARS-COVID2 y otras enfermedades como el Ébola. Se le adjunto 19 por ser el año en que se despertó en China. Los científicos chinos, aislaron el virus y secuenciaron el genoma y así pudieron concluir que se trataba de una enfermedad nueva.

Todavía no se sabe su origen, aunque es muy posible que venga de los murciélagos vendidos en China, que contagiaron a seres humanos.

La confusiones sobre su origen y las tesis conspirativas, agravadas por la paranoia antichina, y las estrategias gubernamentales y mediáticas anunciando que futuros “picos” agravarían la pandemia –por ejemplo, contando muertes todos los días- fueron eficaces impulsores de la sensación de miedo. En las sociedades ricas hay muchos hipocondríacos.

Ante la confusión creada por las evidentes contradicciones científicas y sanitarias, las poblaciones se sometieron a las autoridades abandonando sus derechos y aún aceptaron en su mayoría que no hubiera debate entre expertos e intelectuales sobre la realidad que se vive en los primeros seis meses desde que apareció la noticia de la existencia del virus (natural o artificial).

Al momento de escribir estas líneas, de acuerdo a mi información no hay certezas de cómo combatir este virus. Se ha intentado el confinamiento, los barbijos y en China hasta un sistema de Big Data que funciona como app para catalogar personas. Lo cierto es que se han adoptado medidas que han destruido las economías de muchos países y se han restringido o anulado derechos individuales que van dejar graves secuelas laterales. El miedo ha sido una fuerza ecualizadora y disuasiva que ha sometido a millones de seres humanos a las decisiones sanitarias del poder político que en general ha carecido de sustento científico.

La discriminación por edad y otras medidas que restringen la actividad de individuos e instituciones son consideradas por intelectuales, juristas y científicos un flagrante atentado a los derechos humanos, la moral y a las garantías individuales.

Por otra parte, se ha producido una catarata de relatos conspirativos y fake news que las redes sociales difunden sin ningún reparo.

Juan Manuel de Faramiñán Gilbert, catedrático de la Universidad de Jaén, destaca que esta pandemia ha provocado un cambio de actitudes y de percepciones que nos han sumergido en un proceso de ficción permanente, “donde por un lado el velo de los bulos, por otro la devastadora realidad de la epidemia han modelado un complejo escenario de equívocos e incertidumbres”.

Lo ha dicho la alta comisionada para Derechos Humanos de la ONU, Michelle Bachelet: “Las medidas de emergencia no deben ser pretextos para la vulneración de derechos”.

Como afirma el eminente catedrático Juan Manuel Faramiñan Gilbert, las respuestas deben centrarse en las personas y no solo en los aspectos médicos. Las medidas de contención o distanciamiento deben tener en cuenta la necesidad de personas que necesitan comer, vestirse y vivir en ambientes sanos. Debemos generar nuestras propias defensas inmunológicas para desarrollar nuestras vidas rodeados de peligros e incertidumbre.

En muchos casos no se tuvo la prudencia de esperar a tener un poco más de información antes de sentenciar el peligro, como lo enseñó en la Grecia clásica Prometeo, quien escondió la prognosis en la Caja de Pandora. Miles de artículos y opiniones (de expertos y fabuladores) parecen haber agregado un poco más de irracionalidad a lo que es ya un fenómeno social que tendrá graves consecuencias para la humanidad, pero también agregarán confusión a ese gran desafío científico que es descifrar el misterio que encierra la dialéctica entre la salud y la enfermedad del ser humano. El virus que nos preocupa confirma la incertidumbre que debemos aceptar como seres biológicos que no dominamos la naturaleza.

Quizás lo mejor que podría dejarnos este virus -o, dicho con crudeza, La peste, a la que se refería la obra de Albert Camus, escrita en Argelia en 1947- es tener la posibilidad de un tiempo de reflexión sobre nosotros mismos, sobre los valores que guían nuestras vidas. Tomar conciencia de la dimensión ética de una vida virtuosa guiada por la verdad y no por el espectáculo del entretenimiento y la vanidad.

Debemos erradicar el miedo de nuestras almas para así poder recobrar la dignidad de nuestra condición humana.

                                                                  15 de Agosto de 2020

 

*El autor es diplomático e historiador

 

 

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MEDITACIONES EN TIEMPOS DE PESTE Y CUARENTENA por Román Frondizi*

Con-Texto | 12 septiembre, 2020

Primera parte.

Estoy inmerso en el monte del casco. Lo forman centenares de robles. Cuando llegué, días antes de que se decretara la cuarentena, aún era verano y el esplendor del follaje daba una sombra refrescante. Pasó el otoño, el invierno y sus heladas hicieron más cerrado el aislamiento. Antes de caer las hojas tenían un color dorado que preanunciaba su muerte. Las que yacen en el suelo, abundantísimas y un poco más oscuras, forman una tupida alfombra que cubre el parque. El viento, que tanto ha soplado en estos cinco meses, las lleva y las trae.

Pienso en la memoria de este monte. Tantos hechos y escenas camperas   habrá contemplado desde que fue plantado en los primeros años del novecientos. Las vidas y las vicisitudes de quienes lo poblaron, los innumerables temporales que soportó y sigue soportando de los que son doloroso testimonio los claros, los restos de los árboles caídos y las grandes ramas que faltan en no pocos de ellos.

En el margen del monte que da para el lado del campo abierto y el cañadón hay un roble probablemente cinco veces más viejo que algunas acacias que lo van invadiendo y cinco veces más grueso y mucho más alto que cualquiera de ellas. Un gran roble cuyo tronco tiene cuatro metros de circunferencia, con muchas ramas quebradas desde hace tiempo y con la corteza agrietada cubierta de antiguas heridas. Con sus enormes brazos y sus dedos cortos, separados sin ninguna simetría, se alza como un viejo monstruo airado y despreciativo en medio de las jóvenes y sonrientes acacias. Su vista me genera ideas y sentimientos contradictorios sobre las estaciones del año, sobre la vida y la muerte, sobre el amor, sobre mis hijos, sobre la suerte de nuestro país. Una cadena de pensamientos a veces reconfortantes y a veces no, pero melancólicamente tiernos.

Recordé que los robles eran venerados ya desde los tiempos primordiales, eran “el Árbol”, sus bosques más hermosos estaban consagrados a la divinidad, eran intangibles. Según Virgilio los primeros habitantes del Lazio habían nacido de los robles, como también  las Ninfas y las Dríadas que exultaban junto con los hombres cuando las aliviaba la lluvia impetrada por los sacerdotes agitando ramos de roble hacia el cielo.

Julio César cuenta en “De Bello Gallico” que sus soldados rechazaban hacer leña de los bosques de robles. Tan sagrados los consideraban que creían que si usaban el hacha contra sus troncos les habrían arrancado lágrimas y sangre y que cada golpe se habría vuelto contra ellos en el campo de batalla.

Recordé mis tantos años gozando de este monte y a mis hijos y a los hijos de mis hijos deambulando y jugando en él…Nunca pensé que un día frente a una maldita peste le pediría abrigo y que hoy me hallaría en él recordando y divagando mientras inciertos rayos de sol atraviesan el cielo, casi como una respuesta al llamado de los robles.

De muchacho uno puede enamorarse de todo; pero si de tantas cosas con el pasar del tiempo se puede desamorar, el roble es el árbol que todavía me renueva aquella emoción.  Y así fue como me llevó a reencontrarme, en una suerte de viaje de retorno en el juego enmascarado de la vida, con lugares y personas de mi propio pasado, o paseando con mi novia, o divirtiéndome con mis amigos, o siendo chico en compañía de los personajes de Julio Verne, de Dickens, de Salgari, o en las primerísimas luchas ideales, tan lejos de imaginar que pronto me habría perdido en los meandros de la vida inevitablemente llena de claroscuros. De todas esas cosas quizá se podría hablar, en recogido coloquio, solamente con aquellos que estuvieron en contacto con su espíritu. Exponerlas a los demás en la sociedad de hoy sería, muy probablemente, una tontería. Hasta podrían ser motivo de ironía, porque no me conocen. ¿Por qué deberían conocerme?  Uno se encuentra, acá y allá,  con mucha gente que va y que viene, nos conocemos y no nos conocemos. ¿Acaso nos conocemos a nosotros mismos? Nosce te ipsum, ya estaba escrito en el templo de Apolo, y conocerás el universo.

La muerte está presente ante nosotros desde que nacimos, es un hecho, pero al mismo tiempo está hoy delante nuestro porque estamos amenazados por una peste contra la cual hasta ahora no hay remedio ni vacuna. Los que transitamos los años altos sabemos que si la peste nos alcanza casi seguramente moriremos. Por más que soy consciente de que he vivido mucho y de que me queda poco nylon en el “reel” como dice un viejo amigo  pescador, la idea no me gusta en absoluto. Amo la vida: la amo en mis hijos, en los hijos de mis hijos, en mi familia, en mis amigos, en el espíritu fraterno que me une a mis semejantes, en el estudio, en la lectura, en la escritura, en la música, en la poesía, en el campo, en los atardeceres pampeanos, en el mar y en la vela y, aunque menos que antes tengo proyectos: ¡la alternativa es…pésima!

No ignoro que una evidencia ineludible del mundo al que pertenezco, cristiano o ateo, es la muerte, cualquiera sea el sentido que le demos. Algunos preferimos el arte de vivir mientras otros, los poderosos, prefieren el arte de matar. Las guerras de todo tipo han proliferado y proliferan. El horror se repite. No bastaron las decenas de millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial. Solo la Unión Soviética tuvo 27 millones. Apenas terminada la guerra, hace apenas 75 años, dirigentes de buena voluntad se reunieron para discutir sobre el mundo por venir, un mundo que se quería unido, regido por reglas que mantendrían a las naciones unidas en la amistad y la cooperación. Fue en vano. Fueron propósitos en el aire, salvo algunos sectores en los que sí se ha avanzado, porque la acción real no se dirigió a solucionar los problemas reales: el subdesarrollo económico, la injusticia social, el empleo, los derechos humanos, la salud pública, la educación, la vivienda, el medio ambiente. Agrego que si bien es cierto que hay que tener los pies sobre la tierra también lo es que nuestra mente y nuestro corazón no deberían estar a ese nivel.

Se requiere un elemento esencial, un elemento espiritual. ¿Cual? Para algunos, la religión. Pero debería atender más al ser humano. Para otros -para todos, incluyendo a los creyentes- los valores fundamentales. Ante todo, la libertad individual en el marco insustituible de la justicia que consiste en dar a cada uno lo suyo a nivel social e individual. ¡Justicia, justicia perseguirás! Está visto que es difícil.

¿Quién lo dijo? Nuestros dioses parecen haber muerto, nuestros demonios están vivos…La cultura no podrá reemplazar a los dioses muertos, pero sí podría transmitirnos la herencia de lo que hay de noble en el mundo.

Dijo Einstein que la cosa más extraordinaria es que el mundo tiene, seguramente, un sentido. ¿Pero, por qué ese sentido habría de preocuparse de nosotros?

¿Cómo superar la situación de indefensión en la que estamos? ¿La vida será la de antes o el comportamiento de las personas cambiará? ¿Subsistirá la sociedad consumista y egoísta que excluye a tantos? No lo sé. ¿Quién lo sabe? ¿Servirán los recuerdos del infierno, nuestros sentimientos? Enfrentamos lo peor, pero cuando nos restablezcamos ¿olvidaremos el infierno? ¿Cual será el comportamiento de los países más poderosos? ¿Cada Estado pretenderá arreglárselas por si sólo? ¿O finalmente el mundo habrá aprendido la lección y esta vez se dará la verdadera cooperación real y concreta que no se ha dado hasta ahora?

Recuerdo aquellos versos … “Laissez-nous doucemente réapprendre la vie…Ne nous montrez pas encore un chien que mord…”.

¿La marea de la vida confundirá todo, como la del mar borró los castillos que de chicos construíamos en la playa de Ostende?

En Argentina la pandemia y la cuarentena larguísima no solo han traído consecuencias irritantes para mucha gente que se siente, con razón o sin ella, amenazada en sus libertades y que desafiando al miedo al contagio participa en marchas de protesta.

Me pregunto: ¿qué pasará con la vacuna?

No se sabe que inmunidad dará, por cuanto tiempo, frente a un virus que muta. ¿Será gratuita? La cooperación que se da en el mundo científico ¿cómo se conciliará con los fines de lucro de la industria farmacéutica?

Está visto que las repercusiones de la peste y en particular el larguísimo aislamiento producen graves consecuencias en la salud mental de muchos argentinos. Ante todo, un estado de stress crónico. Causan depresión, altos niveles de ansiedad, cansancio, insomnio, dolores musculares, malestar, irritación, impaciencia. Nos ponen en estado de alerta permanente, nos hacen vivir una incertidumbre profunda, un angustioso sentido de precariedad que concierne a la vida y a la muerte, a la salud, al trabajo, al tiempo, nos preguntamos cuándo terminará esto. No hay certeza en las respuestas. Las personas solas corren el riesgo de la apatía. Se de algunos, desesperados, que han caído en el más absoluto desconsuelo y han pensado en el suicidio: la última tontería que podrían hacer porque es la única que no tiene ningún remedio.

Estas consecuencias psiquiátricas podrían durar muchos meses y aún años según  he sabido de distinguidos expertos en la materia.

Me pregunto: en Argentina ¿hay acaso una estrategia de prevención y de reconocimiento de estos problemas psíquicos, respecto sobre todo de las mujeres, los adultos jóvenes, las personas de edad, las que se encuentran en condiciones de precariedad, sin olvidar a los niños?

La pandemia amenaza la paz, produce desconfianza en el seno del pueblo, aumenta la desigualdad entre las naciones más poderosas y las más subdesarrolladas. También agudiza la desigualdad en el interior de las naciones: baste pensar en la situación que atraviesan las clases y sectores sociales más vulnerables de la población, los pueblos indígenas, los afroamericanos, los migrantes p.e. en América Latina el caso de los nicaragüenses que no son aceptados en los países adonde se dirigieron y tampoco en su propio país que no los deja reingresar. Ha producido un aumento de la violencia de género, v.g. en la provincia de Buenos Aires, para no ir más lejos. Ha afectado en especial a las personas de edad y a los niños: según la ONU hay 672 millones de niños en el mundo que corren grave riesgo de contagio para no hablar de la pérdida de tiempo de educación que afecta no solamente a los niños sino también a los adolescentes y a los jóvenes. Agrego que, a nivel mundial, más del 75% de los jóvenes se desempeñan en trabajos informales con todas las consecuencias negativas que van adosadas a esa situación en el campo de la salud y la seguridad social.

Todas estas desigualdades son males preexistentes a la pandemia que ésta ha agravado. Por eso el reclamo de volver a la “normalidad” es un desatino. Volver a la normalidad sería volver a los males anteriores a la pandemia, a la injusticia, a la exclusión, a la pobreza, a la miseria. Hace falta un nuevo contrato social que traiga menos desigualdad, tanto entre los países cuanto en el interior de éstos.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                             Con entusiasmo idealista fui uno de los participantes en aquel singular viaje que millones de argentinos emprendimos en 1958. Fue un prodigio que en aquel tiempo deslumbró como un meteoro que después cayó rápidamente. Muchos vieron y siguieron su luz y otros, movidos por el rencor y la ceguera, lograron apagarla. Desataron e hicieron prevalecer las fuerzas del mal, que nos harían descender a los infiernos de la tragedia y la decadencia. No bastaron, para impedirlo, intentos bien intencionados, pero así y todo  llegamos a esta época turbia, caracterizada por el protagonismo indecente de lo subalterno, en cuyo seno subyace un extraño estado de irrealidad, de vocación surrealista para considerar los problemas fundamentales, adornada con discursos perimidos e invocaciones a riquezas y grandezas evaporadas…

A veces pareciera que la historia de nuestras últimas nueve décadas no fuera sino una historieta que refleja el más agudo y ciego deseo de los hombres: el de olvidar. Olvidar y, por lo tanto, tropezar una y otra vez con la misma piedra, insistir en hacer lo que te llevó a la ruina y persistir inevitablemente en seguir haciéndolo.

No se me pida que haga la lista de esas insistencias.

¿Donde vamos? ¿Una vez más, al desastre? ¿Esa es nuestra casa? ¿Es que no se toca fondo? Ugo La Malfa decía que un país puede no tocar fondo. ¿Será nuestro caso?

Hemos tenido brillantes individualidades (aún tenemos), gobiernos civiles de diferentes partidos, gobiernos militares, gobernantes probos y gobernantes corruptos, dictaduras y tiranías, terrorismo guerrillero y terrorismo de estado, una guerra descabellada y perdida, que han llevado al país al estado en que se encuentra. ¿Qué más se necesita? Me invade una gran humillación cuando viajo al exterior y soy objeto, en el mejor de los casos, de tantas manifestaciones de afectuoso pesar por Argentina.

¿Dónde estará el centro de los hechos que explican la tragedia argentina? ¿En la economía, en la política, en una identidad no encontrada? ¿O más bien en la cabeza de la gente, en el espíritu, en el que se han hecho pedazos los valores en los que creíamos y que muchos, aún, seguimos creyendo? ¿Donde está, cómo hallar, una unidad imprescindible para entender el proceso sin maniqueísmos? No veo que haya un factor determinante, que explique todo, la teoría de los factores es carente. Hay que empezar por el método: privilegiar la verità effettuale della cosa, non l´immaginazione di essa, por que verum ipsum factum. Hace más de quinientos años lo enseñó Machiavelli.

¿La historia avanza al revés? Resurge el antisemitismo mientras Israel, creyéndose una vez más el pueblo elegido, busca su expansión territorial a expensas de los palestinos. ¿Volvemos a las Cruzadas con el enfrentamiento entre el Islam y la Cristiandad pese a los esfuerzos de los Papas? En muchos países gobiernan regímenes de un variopinto “populismo” mediático. Los hay de todos los colores. Muchos están parados gracias a aquellos que han fundado un sistema propio de valores a partir de la educación denigrada impartida desde hace décadas en la televisión, a aquellos que leen pocos diarios y libros o directamente no leen nada, a los que cuando viajan compran indiferentemente revistas de izquierda o de derecha con tal que tengan en la tapa, según el caso, un lindo trasero o anuncios de los amoríos o las peleas de los “famosos”.

El fantasma de hacer tabla rasa de un pasado que no se quiere más siempre existió. Ha sido la lucha de todas las revoluciones. En el tiempo de los faraones Akhenaton quiso suprimir, quitar o destruir las figuras del politeísmo y especialmente del dios Amon. En Francia los protestantes del Mediodía trataron de borrar la herencia católica. La Comuna de Paris derribó la Colonne Vendome. Antes, la Revolución Francesa fue más lejos: con una batería de decretos trató de expurgar el espacio público y privado de todo aquello que recordaba a la monarquía. Después, la Revolución Rusa hizo lo mismo. Ahora, en Europa se la toman con Colbert y con Churchill. En Estados Unidos con Colón y con Lee. ¿Y en Argentina? También con Colón, con Roca, con Sarmiento… ¿En virtud de qué revolución? ¿Donde está la Revolución? Más bien hay involución, predominio de la mediocridad, de la deshonestidad, de la deslealtad y de la avidez de poder y riqueza. ¿Hay un pueblo que duerme? Una parte, no todo. La parte que está despierta tiene la chance de volver al Estado a su principio. Ha empezado a moverse. ¿Para donde rumbeará?

¿Ante la evidencia de un país en ruinas prevalecerá la discordia que separa en lugar de la fraternidad que une? No pretendo una sociedad de santos o de héroes, pero…¿Seguir enfrentados por discusiones de museo? Sí, es posible. Ya hemos visto que ni siquiera las pruebas más terribles -el terrorismo de la guerrilla y del estado, una guerra perdida, la ruina económica, la pobreza y la indigencia que manchan de vergüenza a la Nación, el crimen y la descomposición social- garantizan cierta dosis de sabiduría elemental y necesaria. En el fondo volvemos siempre a lo mismo porque hay quienes se creen depositarios de la verdad y siguen comportándose como si no hubiera pasado nada. ¿Nacimos para compartir el odio o el amor? Ambas cosas, irremediablemente, porque ambas están en el alma humana. La gran pregunta sigue siendo ¿Qué haces en la tierra donde reina el dolor?

 

  *El autor es jurista, ensayista, escritor.                                                                                                                                      

         

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PANDEMIA Y DERECHO DEL TRABAJO Y DE LA SEGURIDAD SOCIAL[1]por José Armando Caro Figueroa*

Con-Texto | 12 septiembre, 2020

I.- ¿Qué lecciones está dejándonos la pandemia?

Buenas tardes, muchas gracias a la Asociación por invitarme a este evento. Muchas gracias todos los presentes en este escenario de ZOOM. Y un saludo especial a mi amigo y colega Neil Bühler que me animó a participar.

1.-  El ámbito de mi intervención

Como es natural, hay muchas formas de abordar la cuestión que suscita la pregunta del título.

Son muchas las formas de “ver”, de “mirar“ y de “evaluar” los acontecimientos vertiginosos que, tras la pandemia, se suceden en los terrenos de la vida de las personas, de las comunidades en las que se integran, y en el devenir de las instituciones pensadas para ayudar a resolver los conflictos y a bregar por el bienestar, las libertades y la paz.

Me parece prudente comenzar esta exposición demarcando el ámbito al que habré de referirme esta tarde. Si bien podría exponer mis puntos de vista acerca de lo que está sucediendo en otras latitudes de este ancho mundo, me limitaré aquí a reseñar algunas “lecciones” que pueden extraerse de lo que viene ocurriendo dentro del acotado territorio argentino, para luego centrarme en el caso de Salta, mi provincia.

2.- Lo global

Permítanme antes incursionar brevemente en algunos datos del contexto internacional que entiendo relevantes para las relaciones de trabajo y para el orden jurídico que las encauza.

En este sentido destaco que, mientras continúa reconfigurándose el mapa político y comercial mundial, se avizora un proceso de relocalizaciones industriales, de alguna manera inverso al que se produjo en los años de 1980 y 1990 y que tanta influencia tuvo en los debates alrededor del binomio rigidez/flexibilidad del Derecho del Trabajo.

Destaco también que se acelera el proceso de renovación tecnológica (5G, cuarta y quinta “revolución industrial”), y se consolida -lamentablemente- la tendencia al debilitamiento del poder sindical y de las izquierdas democráticas, lo que acelera la concentración de la riqueza y potencia las desigualdades.

3.- Lo nacional

Entrando en una materia más próxima y sensible diré que, en mi opinión, asistimos en la Argentina a una fenomenal crisis productiva y de empleo que, si bien es continuación de la crisis global abierta en 2008 y de otros acontecimientos críticos locales, acumula desastres que cabe atribuir a malas decisiones económica tanto como a la estructural debilidad de nuestra economía y de nuestro Estado del Bienestar.

Sin olvidar otros tres factores que aceleran o acentúan nuestras dificultades. En primer lugar la inadecuación de nuestras instituciones[2] que organizan el Estado y regulan (o pretenden regular) el funcionamiento de los mercados. En segundo lugar la tendencial caída de la inversión y de la productividad general de nuestra economía. Y, desde luego, la envergadura y velocidad de la crisis sanitaria.

Pienso que los dos últimos gobiernos argentinos no han logrado definir un Programa de Reformas Estructurales centrado en la promoción del trabajo decente, en el fomento de la producción, en la mejora de las prestaciones sociales y en los parámetros de nuestra integración en el mundo.

Me atrevería atribuir estas carencias a la ausencia de dos consensos sustantivos: Tenemos pendiente la tarea de acordar cuál es el regimen político dentro del que queremos vivir juntos. Y, si como creo, este régimen no es otro que el marcado por el bloque constitucional federal y cosmopolita, el consenso debería incorporar el compromiso de respetar sus reglas y principios. La otra gran tarea pendiente es la de construir un modelo económico y social que atienda a nuestras inquietudes colectivas.

Cuando uno desplaza la mirada desde el Estado y la dirige hacia la actividades productivas es fácil advertir que en determinados sectores (agropecuario, mineros, industriales, de servicios y tecnológicos) se reproducen innovaciones en los modos de producir y de trabajar. El resto de la unidades productivas arrastra décadas de “decadencia protegida” dentro del modelo de economía autárquica. Llama la atención, no obstante, que en ambas situaciones persistan la cultura y las reglas laborales del pasado.

Por supuesto, el mayor potencial de innovación está en la llamada “zona núcleo”; aunque también es posible encontrar en otras áreas de nuestro país, incluso en el Norte Grande Argentino, islas de innovación que, pese al vendaval que nos azota, están logrando mantenerse aun en pie.

Hay algunos otros factores de interés para comprender el desarrollo de los acontecimientos contemporáneos y para extraer “lecciones” de esta terrible crisis. Uno de ellos es la profundización de las desigualdades que afectan o se expresan en las barreras que obstruyen el acceso al trabajo decente, a las prestaciones de bienestar y a la conectividad.

Otro es la vitalidad del Pacto no escrito entre la CGT-UIA que logra sobrevivir a las crisis y a las tensiones políticas, y que acota el accionar de las fuerzas políticas y parlamentarias a la hora de encarar reformas institucionales de gran calado (como sería la efectiva vigencia del principio de libertad sindical, incluidos los derechos fundamentales a la huelga y a la negociación colectiva).

Las consecuencias más notorias y directas de la crisis sanitaria (potenciadas por circunstancias históricas y por decisiones políticas contemporáneas) se aprecian leyendo los indicadores económico-sociales: Desempleo, precarización, pérdida del poder adquisitivo de salarios y jubilaciones, recesión. Bien es verdad que estos indicadores (que en algunos casos no hacen sino continuar anteriores tendencias) permiten advertir consecuencias singulares, novedosas, atribuibles la crisis sanitaria. Emergen un nuevo desempleo, una nueva precariedad, nuevas expresiones de conflicto industrial, nuevas reglas de salud laboral y nuevos riesgos del trabajo.

La parálisis de la negociación colectiva y los avances de la intervención estatal en la fijación de los salarios es otra característica que, al menos de momento, ha puesto entre paréntesis la puja distributiva en su configuración tradicional[3].

Como sucede en otros países, la pandemia está corriendo (y seguirá corriendo) velos que nos impedían ver la cruda realidad de las relaciones del trabajo y de la seguridad social, que son los temas que aquí nos convocan.

El descorrimiento de velos que está provocando la pandemia permite visualizar que el sistema argentino de relaciones de trabajo es mucho más inequitativo de lo que algunos suponían; que no está adecuadamente preparado para actuar acompañando etapas de “normalidad” (desarrollo económico social); y que sus carencias son -si cabe- más notorias cuando se trata de hacer frente a emergencias como las que estamos viviendo.

Otro dato que me interesa destacar aquí es que nuestros sindicatos son menos poderosos de lo que algunos imaginaban; al menos en lo que se refiere en su capacidad de luchar contra la inflación, de obtener mejoras en las condiciones de trabajo y de condicionar el poder de dirección.

Los canales para abordar la emergencia en el terreno laboral (expedientes preventivos de crisis, contratos eventuales, rebaja de cargas patronales, suspensiones remuneradas, seguro de desempleo, sistema de riesgos del trabajo) provienen casi todos de la década de los 90 y muestran diseños no siempre apropiados.

Hay, también novedades: Me refiero a las ayudas estatales para pagar salarios (ATP); a la prohibición de despidos y suspensiones sin causa; al Ingreso Familiar de Emergencia; a las licencias remuneradas por las empresas cuando se trata de personas en situación de riesgo.

Aunque no tengo tiempo para entrar en detalles técnicos señalo, dentro de este catálogo de novedades, la reciente Ley que regula el teletrabajo[4].  

Concluyo este capítulo señalando que, a mi entender, nuestro Estado del Bienestar y nuestro Sistema de Seguridad Social son enormemente precarios, pobres e insuficientes (no contamos, por ejemplo, con fondos acumulados en tiempos de prosperidad para hacer frente a las demandas propias de tiempos de crisis). Comenzando por el regimen de obras sociales sindicales. La crisis del CIVID19 no ha hecho sino poner de relieve en toda su magnitud esta precariedad.

4.- Lo local

A todo esto, ¿qué esta pasando en la provincia de Salta?  

Abordaré este punto partiendo de mi reciente experiencia de diez años como abogado laboralista defendiendo a trabajadores y sindicatos en Salta (aclaro que, en total, tengo 56 años de profesión).

Si se me permite una afirmación categórica y expresiva diré que hace años que el Derecho del Trabajo “huyó”[5] (o fue expulsado) de Salta.  

En realidad, salvo el desembarco del peronismo ocurrido en los años de 1944/49, el Derecho del Trabajo (entendido como el conjunto de derechos y garantías eficaces que protegen al trabajador[6]) muestra una debilidad extrema.

En términos de empleo hay una cifra que bien pudiera expresar la penosa situación  sociolaboral de Salta: Contamos con escasos 105.000 trabajadores registrados (a quienes se supone tutelados), en una población de 1.500.000 habitantes. Los trabajadores privados registraos son menos que los empleados públicos.

Agrego que en Salta, trabajo registrado no es sinónimo de “trabajo decente”. Hay asalariados pobres, trabajadores registrados que no puede acceder a los derechos mínimos de la legislación del trabajo ni a los beneficios de los convenios colectivos centralizados. Forman legión los trabajadores que no pueden siquiera demandar el reconocimiento judicial de estos derechos hasta que se produce el despido.

La Inspección de Trabajo actúa, en realidad como un agente de control y legitimación de la zona franca laboral en la que, en los hechos, se ha convertido la provincia. Se ha impuesto aquí una suerte de “ideología” según la cual no es bueno aplicar sanciones ni multas a las empresas, ni exigirles que cumplan con leyes y convenios. Los responsables políticos -desde hace más de dos décadas- piensan que hacer la vista gorda “cuida el empleo”.

La Justicia del Trabajo, salvo casos aislados, luce científicamente atrasada[7]: Ajena a la constitucionalización del Derecho del Trabajo[8]; pro patronal, que esgrime el argumento de la conservación del empleo indecente para legitimar la “huida” del derecho del trabajo; infeccionada de civilismo procesal y sustantivo, reacia a aplicar los principios del derecho del trabajo y los del derecho procesal laboral, nada proclive a las medidas cautelares y excesivamente lenta[9].

En este marco la litigiosidad (lo que con fines de propaganda algunos llaman “industria del juicio”) es llamativamente baja. Seguramente a consecuencia de las barreras que obstruyen el acceso a la justicia y de aquel temor que tiene el trabajador a demandar por asuntos no directamente vinculados al despido.

El poder sindical local es una sombra que, salvo excepciones, deambula persiguiendo a la inflación que sube por el ascensor mientras los salarios lo hacen por la escalera (como bien decía el primer Secretario de Trabajo y Previsión de la Nación). El accionar de los sindicatos salteños no encuentra el imprescindible apoyo de la Autoridad Administrativa del Trabajo ni de la judicatura especializada; el desempleo y la escasez de oportunidades laborales reducen aun más su escueto poder de presión. En el universo empresarial hay propensión al autoritarismo, al ninguneo del sindicato; en algunas compañías, se constan manobras explícitamente antisindicales. 

Por estos pagos se desconoce el término dialogo social. Entre las aristas autoritarias de las empresas, la debilidad sindical y el desinterés de la Autoridad del Trabajo (y de otros poderes públicos) las mesas bipartitas o tripartitas son acontecimientos aislados y exóticos. Sólo muy de vez en cuando se acuerdan actualizaciones salariales (generalmente en Buenos Aires), y paremos de contar[10].

La salud laboral es una etiqueta, una frase, una ventanilla burocrática. El regimen de riesgos del trabajo (con la superintendencia y las aseguradoras a la cabeza) está lejos de cumplir sus objetivos de prevención, aunque funciona razonablemente bien cuando se trata de reparar los daños a la salud. La pandemia no ha logrado modificar este divorcio entre las normas vigentes y la realidad en los centros de trabajo. Las empresas son, por lo general, reacias a confeccionar y aplicar Protocolos sanitarios; sin que las autoridades sanitarias ni laborales hayan logrado modificar este comportamiento.

La Seguridad Social contributiva tiene los problemas de insuficiencia que en el resto del país.

Las prestaciones no contributivas (asistenciales) cumplen un papel salvífico: 350.000 salteños están percibiendo el IFE. Otros 400.000 salteños (en suma, la mitad de la población) reciben alguna prestación de la ANSES.

Un párrafo para el empleo público. Sobre todo para el empleo municipal (cerca de 10.000 trabajadores falsos empleados públicos, en realidad obreros y trabajadores a los que se les niegan los derechos laborales y la justicia del trabajo). En este aspecto, la Corte de Justicia ha sentado una jurisprudencia que, con el propósito de tutelar a los Intendentes -columna vertebral de los aparatos que fabrican gobernadores y diputados-, condena a los trabajadores a litigar ante el “exorbitante” fuero contencioso administrativo.

Cuando uno suma el peso irrelevante del empleo privado registrado y la cantidad de personas que subsisten gracias a la intervención del Estado (actuando como empleador o como discernidor de prestaciones), descubre las claves del funcionamiento del régimen político casi feudal, nada republicano y clientelar que impera en Salta[11].

II.- ¿CUÁLES SON LAS PERSPECTIVAS DE FUTURO?

Me gustaría reformular la pregunta y ponerla en estos términos: “¿Cabe esperar cambios que mejoren la situación?”

En este caso, mi respuesta (puedo estar equivocado y ojalá los hechos me desmientan) es negativa. La situación sociolaboral anterior a marzo de 2020 era mala (en términos de cantidad y calidad del empleo), pero se viene agravando desde entonces.

No hay nada en el horizonte que autorice a pensar que en un plazo de 3 o 4 años podremos siquiera retornar a los malos indicadores de la última década pasada.

En Salta, salvo algún que otro cenáculo minoritario, no hay verdadero debate socio laboral que aborde con rigor científico los problemas del empleo[12], del trabajo o de la seguridad social: Ni en el terreno teórico ni en la práctica de los gobiernos y demás actores sociales.

El Derecho del Trabajo es, por esta tierra de chalchaleros, una minúscula herramienta instrumental (centrada en la ley, antes que en la Constitución y en Los Tratados Internacionales; infeccionada de civilismo) que termina girando alrededor del litigio sobre despidos (hace 10 años que el número de juicios que ingresan en los juzgados del trabajo se mantiene sin cambios).

La política unitaria en materia de cargas sociales y de condiciones de trabajo (pactadas o heterónomas) es una rémora.

Sobran promesas incumplidas. Sobran nostalgias del tiempo pasado que fue mejor. Esperemos que la pandemia abra espacios para cambios profundos que hagan regresar al huido Derecho del Trabajo, pero a un derecho del trabajo suficientemente renovado luego de extraer conclusiones de lo que viene sucediendo desde que -allá por la mitad de los años de 1940- adquirió las características que hasta hoy lo singularizan.

Muchas gracias.

Salta, 10 de setiembre de 2020.

* Abogado Laboralista

 

 


[1]Presentación efectuada en reunión académica que organizó la Asociación Argentina de Derecho del Trabajo y la Seguridad Social (10 de setiembre de 2020).

[2] ACUÑA, Carlos H. (compilador) “¿Cuándo importan las instituciones?”, Editorial Siglo XXI, Buenos Aires – 2013.

[3] Sobre este punto recomiendo la lectura del reciente trabajo de Pablo GERCHUNOFF: “La paradoja Populista” – mayo de 2020.

[4] Diré que esta ley tiene muchos aspectos que no terminan de convencerme. Pienso que no es adecuado reproducir reglas del derecho de trabajo tradicional buscando consolidar el “estatuto único” (que pudo resultar beneficioso en la antigua sociedad industrial, pero que hoy es impracticable). Deberíamos pensar en la realidad del teletrabajo y garantizar los Derechos Fundamentales del trabajo y de la persona del trabajador. Un límite infranqueable debería ser la compatibilidad del teletrabajo con la vida familiar y privada del trabajador.

[5] Son muchos los autores que han reflexionado acerca de esta “huida” del Derecho del Trabajo. Entre otros, Miguel RODRIGUEZ PIÑERO (en Revista Relaciones laborales, ISBN 0213-0556, número 1, 1992, págs. 85-94) y Antonio BAYLOS GRAU (“El trabajo ante el cambio de siglo : un tratamiento multidisciplinar”, 2000, ISBN 84-7248-766-0, págs. 35-54).

[6] Véase PALACIO, Juan Manuel “La Justicia Peronista”, Editorial SIGLO XXI, Buenos Aires – 2018.

[7] El FOCIS (Foro de Observación de la Calidad Institucional de Salta) viene insistiendo acerca de la necesidad de reformar la Escuela de la Magistratura.

[8] GOLDIN, Adrián, “Configuración teórica del Derecho del Trabajo”, Editorial HELIASTA, Buenos Aires – 2017. AMBESI, Leonardo Jesús “Constitución, Ley y Derecho del Trabajo. El sistema jurídico laboral en la teoría y en la práctica”, Editorial LA LEY, Buenos Aires – 2017.

[9] La condición rudimentaria de las estadísticas judiciales de Salta impide conocer como se compone la litigiosidad en la provincia. No es posible conocer, por ejemplo, cuando medidas cautelares se piden y cuantas de admiten; pero el “ambiente” y los pasillos de tribunales hablan de esta falta de simpatía que tienen los jueces con las medidas cautelares.

[10] En Salta no hay mas de 4 Convenios Colectivos de ámbito provincial o de empresa provincial.

[11] GERVASONI, Carlos “Democracia y autoritarismo en las provincias argentinas” (Revista APORTES).

[12] Rescato en este ámbito el trabajo del IELDE-UNSA, que dirige Jorge PAZ.

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EL PRIMER ESTALLIDO SOCIAL DEL CONURBANO EN EL SITIO MENOS PENSADO por Jorge Ossona*

Con-Texto | 11 septiembre, 2020

El Conurbano bonaerense profundo es un mundo incógnito para el resto de la sociedad del AMBA que ha empezado a exhibir las consecuencias de problemas históricos irresueltos desde hace décadas. La crisis policial constituye un buen ejemplo de este estallido de componentes heterogéneos como lo prueba que, además de la causas fundadas y legítimas de las protestas, estas hayan  detonado significativamente en distritos de alcaldes enfrentados con el ministro de seguridad provincial y distanciados a su vez,  del desconcertado gobernador provincial; piezas claves de la superestructura política sobre la que descansa el cuarto kirchnerismo. No es fortuito que la revuelta haya detonado a solo setenta y dos horas del lanzamiento de un rimbombante plan de seguridad mentado por el alcalde de Avellaneda que fue interpretada por los cuadros intermedios y la tropa como una verdadera provocación.

La crisis evoca además un corte horizontal profundo entre jefaturas ricas y venales y los oficiales de menos rango, hartos del espectáculo  obsceno del enriquecimiento de sus superiores que no pueden justificar las declaraciones juradas de sus bienes; y que egresan y reingresan de la institución según el gobierno de turno de los que componen sus clientelas. De una u otra manera, su rebelión por sus magras remuneraciones  frente a las de una elite política que no ha dado ni un solo gesto simbólico de solidaridad con sus sufrientes ciudadanos, los asocian  al resto de las clases medias a las que pertenecen. En ese sentido, esta movilización bien podría ser la punta de un iceberg de la versión local de un fenómeno a escala planetaria: el hartazgo de esos sectores frente a oligarquías prebendarías y de ribetes dinásticos cada vez más disociadas de las sociedades que gobiernan. Es solo comparar el ingreso de un ministro, legislador o tan luego de un asesor, respecto de aquellos que cotidianamente se ubican en la primera línea de trinchera en contra del crimen organizado en este caso y  del Covid 19,  en el de los profesionales de la sanidad.

Sin embargo, otros distintos escenarios de las protestas como el de Puente 12 recuerdan por analogía a las de las organizaciones piqueteras. No es fortuito. “La Bonaerense” es tal vez el ejemplo emblemático del cementerio de proyectos fallidos de un país cuya clase dirigente ha perdido la brújula desde hace décadas. Uno tras otros los gobiernos han tratado de erradicar -o de controlar, a veces a su favor- a las mafias enquistadas en su interior heredadas  mayormente de la militarización de la fuerza durante la última dictadura militar, inspirados por concepciones ideológicas a priori del conocimiento de la institución. Error de percepción que los conduce a soluciones descabelladas como la reforma de 2013.

Ni bien la inseguridad se radicalizo desde principios de los años 10 a raíz de un estancamiento largo que ya lleva diez años, el gobernador Daniel Scioli incorporo ese año a cincuenta mil nuevos efectivos. Ingresaron  a las disparadas adolescentes con escasa preparación, reclutados en su mayoría en las barriadas humildes del conurbano. Hemos ahí entonces la clave de esa otra particularidad sociocultural de la protesta. Chicos y chicas agobiados en sus propias vecindades con la denominación de “gatos”, “gorras” o “cobanis” por sus vecinos y parientes, algunos vinculados a actividades delictivas. A la ruptura de la cadena de mandos se le suma la sobrecarga laboral frente a las implicancias de la “soltada” de inspiración ideológica, de casi cuatro mil detenidos, a raíz de la pandemia  que en muchos casos, han recompuesto nuevas bandas convirtiendo a sus barrios en ciudadelas  impenetrables para cuyo control no cuentan con poder de fuego competitivo.

Hemos ahí, la versión institucional de otro fenómeno que se extiende en ese territorio incógnito por la grieta sociocultural: el suboficial femenino, muchas que han debido solicitar licencias médicas y asistencia psicológica ante la insuficiencia de pertrechos y las prolongadas distancias entre sus destinos y sus hogares. Por último, la nueva ola de ocupaciones masivas de tierras frente a las que poco pueden hacer pese a las demandas de los vecinos destituidos de sus propiedades y que los terminan asociando arbitrariamente con los intrusos. El caso del desalojo de un asentamiento en Melchor Romero en el que quedaron a merced  de una lluvia de piedras e insultos cruzados debido a la insuficiencia de combustible de los móviles que debían acudir en su apoyo. La interdicción de dotarse de una organización sindical por parte de la Corte Suprema de Justicia obturó negociaciones por canales más racionales e institucionalizados. Así lo denota una revuelta sin liderazgos precisos; o más bien con muchos, pero atomizados en grupos aglutinados por el clima de descontento motivado por la sensación de abandono. Una radiografía análoga a las de sus barriadas pobres de referentes ascendidos y ausentistas; o desdibujados por capos que controlan jurisdicciones minimalistas sobre la base de un culto, una familia extensa, una nacionalidad o una barrabrava, en un mar de infinitas opciones cuyos miembros se hallan fluidamente interconectados por whappsap.

Pero volviendo a los contenidos de las protestas y a sus resonancias políticas. La crisis de conducción arranca  de un ministerio cuyo jefe pretende utilizar su rango para emprender una carrera política pletórica de marketing, exhibiendo estrambóticamente sus múltiples talentos y su osadía en línea con los neopopulismos nacionalistas y filocastrenses en boga. Pero que paradojalmente se reporta ante la vicepresidente Cristina Kirchner, ignorando en los hechos tanto a su alfil político en la provincia, el desconcertado gobernador Kicilof, como a intendentes que también sueñan con cursus honorum cuasi imperiales. Muchos observadores que conocen el conurbano suponen, como se señalara en líneas anteriores, en que esta tierra fértil para diversos estallidos fue sutilmente cultivada por los citados alcaldes  intendentes de la tercera sección electoral resentidos por la reforma lanzada por el ministro Sergio Berni.

 Este les confirió el premio consuelo  de un lugar destacado en el nombramiento de  las jefaturas de la nuevas estaciones jurisdiccionales; aunque desplazándolos  del control de “la calle” y de sus actividades de jugosos ingresos como el fútbol, paralizado por la cuarentena, asociados con las barrabravas en la recaudación de los estacionamientos, puestos de comidas al paso y hasta acciones delictivas e éxito “garantizado”. Además de otros negocios clandestinos como la prostitución, los abortos clandestinos practicados por médicos o enfermeras obstétricas, las ferias de productos ilegales, los desarmaderos de autos y motos robadas , el juego clandestino y hasta las actividades gastronómicas con sus  “aportes voluntarios”  como garantía de seguridad y de comida gratis. En síntesis, la versión institucional en una repartición crucial de la desagregación de un  Estado decadente, precipitada por un gobierno que más que una coalición de fuerzas  panperonistas, es un reparto inorgánico de dependencias  que recuerdan a las antiguas  monarquías absolutas del siglo XVII. Máxime, en la cúspide del distrito  en cuyo conurbano se concentra la superestructura  del poder político real pero de bases heteróclitas en las que conviven en tensión  el gobernador, su ministro de seguridad, los intendentes del GBA, y los movimientos sociales.

Probablemente la crisis llegará a su fin más temprano que tarde pero dejando una secuela de inestabilidad  que inspirará a otras rebeliones frente a las cuales la actitud policial constituye una incógnita. Así lo evocan episodios análogos como  el alzamiento carapintadas de 1987, los saqueos por la hiperinflación de 1989 o por  la crisis de 2001-2002, el interminable conflicto con el campo de 2008 sólo remitiéndonos a nuestro pasado reciente. Conflictos, demás esta decirlo, que en un país sin rumbo siempre aparecen a la vuelta de la esquina, particularmente en las sucesivas situaciones límites como la de los días que corren.

*Historiador, miembro del Club Político Argentino

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Editorial.

Con-Texto | 1 septiembre, 2020

 Durante el reinado de Luis Napoleón, devenido Napoleón III de Francia, el diputado Adolphe Granier de Cassagnac  decía en su discurso  del 16 de marzo de 1866: “A la inversa de todos los poderes regulares, el menor de los cuales tiene su raíz y su delegación en la ley constitucional, la prensa es un poder espontáneo, voluntario, que sólo depende de sí mismo, de sus intereses, sus caprichos y sus ambiciones. El número de los poderos públicos es limitado, el de los periódicos no; las atribuciones están definidas, las atribuciones de la prensa no tienen regla ni medida” Podría considerarse el régimen del segundo imperio un antecedente de gobierno populista o democracia autoritaria para quien los medios resultaban sin duda un estorbo.

Muchos años y dos guerras  pasaron hasta que  el 10 de diciembre de 1948  la Asamblea de las Naciones Unidas reunida en París, recoge en sus 30 artículos los Derechos Humanos considerados básicos. En el artículo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, igualmente que en el artículo 19 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y detallada en la Observación General N° 34 del Comité de Derechos Humanos se reconoce que los medios y los periodistas tienen derecho a realizar su labor en forma independiente. Deben ser libres y exentos de censura. Los condicionamientos previos, tales como veracidad, oportunidad o imparcialidad, son restricciones indebidas, así como las presiones directas o indirectas dirigidas a silenciar la labor informativa.

La iniciativa de la ley de reforma judicial fue enviada al Senado por el Ejecutivo y aprobada con añadidos deslizados entre gallos y medianoche para que Senadores de la oposición no tuvieran tiempo para leerla. Ya no hay disimulo para la trampa.  y  el nuevo discurso  del Presidente  asoma debajo de la  piel de oveja de los anteriores. El día que asumió dijo a la gente "Si alguna vez me desvío en el compromiso que asumo, salgan a la calle a recordarme lo que estoy haciendo. Les prometo que volveré a la senda sin dudar en un instante".  Ahora sus nuevas palabras crecen y se extienden como rizoma en todas las instancias del poder. Tiene que cumplir su parte del pacto por el que fue propuesto Presidente (por la Vicepresidente). Ella reina al frente del Senado, atemorizando y acallando a los que contradicen sus intenciones mientras intenta matar dos pájaros de un tiro, deslizando subrepticiamente entre otros un vago artículo que amenaza tanto a jueces como a periodistas.

Va minando todos los organismos del estado y estamos frente  a un momento muy peligroso. No es solamente el desplazamiento  de aquellos jueces que tienen las causas  que la comprometen y así reemplazarlos por jueces militantes.  También avanzará sobre la justicia electoral y sobre el transporte de las  urnas.  El  fin último de toda esta maniobra es que la declararen inocente de los cargos de corrupción de los que se la acusa y además que la conviertan en  emperatriz suprema. Ese es el  delirio de una pequeña  persona  que sufre el desequilibrio de odiar las instituciones, la independencia de poderes y  a todos los .periodistas que ponen su mirada crítica y denuncian el maléfico contubernio que puede dejarnos sin país y sin futuro.    Es  una desconocedora de la historia y por eso no sabe como distintos autócratas cayeron bajo el peso de su desvarío. Su complejo de inferioridad es el motivo del resentimiento que la hace ignorar  que los  países que abomina crecieron  respetando las leyes y las instituciones.

El gobierno expone a cara descubierta su tendencia autoritaria censurando   las columnas  de opinión y  a periodistas  que dan a conocer ante sus lectores los resultados de sus investigaciones.  El pueblo no tiene que  saber.  Otra vez el objetivo político se interpone ante la dimensión ética. El próximo paso,  la Cámara de Diputados donde por una curiosa maniobra pasan estar ausentes los presentes y presentes los ausentes. El presidente a Cámara, fiel a sus antecedentes, zigzaguea para quedar bien ubicado frente a su ama y así intenta autorizar sesiones donde se  tratarán leyes que son de extrema importancia para el bien común. Muchos nos preguntamos si habrá entre ellos los suficientes para rebelarse ante la conveniencia de canje de favores, ya sea a nivel provincial como personal. Hoy un juramento, mañana una traición es la regla que deberían recordar.

La ciudanía que no debe abandonar la calle tiene la mirada puesta en cada uno de ellos. Porque una vez más  “el pueblo quiere saber de qué se trata” y saldrá a reclamar desafiando al monstruo al que le tiene miedo, en parte con razón, pero también por el miedo irracional inoculado desde el poder. Sólo nos queda ese gran recurso. Todos y cada uno aferrados a esa Patria que es de todos y de cada uno, mientras se agiten las banderas con su inmensa carga simbólica. 

                                                                                                                                                                                                                                   Ernestina Gamas

                                                                                                                                                                                                                                               Directora

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