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BREVE INTRODUCCIÓN A LA CUESTIÓN DEL MONISMO OCCIDENTAL  por Arnoldo Siperman*

| 22 diciembre, 2016

                                                                   Para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas.

                                                   René Descartes, filósofo francés (1596-1650)

A partir de la existencia de disenso sobre la fundamentación de validez en materia cognitiva o ética entre miembros de diferentes comunidades lingüísticas, políticas o culturales ¿puede suponerse que existen criterios objetivos en cuanto a la Verdad o el Bien o por el contrario, hay que suponer verdades y valores siempre relativos, cuya respectiva validez depende de algo que les es exterior? A esos interrogantes trata de atender la cuestión del llamado monismo.

1. La cultura occidental está fundada en la generalizada aceptación de la idea de que existen criterios de verdad excluyentes, objetivos y permanentes, así como valores universales, inherentes a la naturaleza humana, que se encuentran al abrigo de las contingencias históricas. Esa idea es consustancial con el espíritu del cristianismo, cuyas verdades esenciales excluyen a cualquier otra pretensión de ese carácter que pudiera tratar de oponérsele; espíritu que empapa a toda la cultura occidental. Preside tanto a los discursos cognitivos cuanto a los valorativos, los que por otra parte no se presentan siempre como fácilmente distinguibles.

Esa idea fundamental, de que es posible afirmar verdades intemporales tanto como tener la certeza de criterios objetivos de justicia y razón, reflejándose en que a cada conflicto corresponde una única solución correcta, es lo que ha sido denominado monismo. Se proyecta hacia un ámbito de gran amplitud, ya que pone en la conversación el tema de la posibilidad de valores universales, por una parte, o bien, por la otra, su reducción a entornos temporales y espaciales. Para la primera alternativa, propiamente monista, suele reservarse la designación de metafísica, para la segunda la calificación de relativismo. Expresiones muchas veces utilizada, con ánimo peyorativo, desde la posición que la enfrenta.

2. Conviene reiterar, como punto de partida, que la cultura occidental ha estado fundamentalmente adherida a una idea monista, a un sistema de principios e ideas único, que rechaza alternativas. Se piensa a sí misma atendiendo a una referencia central presentada como indiscutible. Aunque al interior del sistema conviven diversos puntos de vista y opiniones ampliamente dispares, el conjunto exhibe una persistente insistencia en la única irrefutable Verdad y una no menos irrebatible definición sobre el Bien y el Mal.

Sin embargo, gran parte del desarrollo de las aventuras intelectuales que jalonan su historia provienen de los detractores de ese cuerpo de tradiciones y de los debates que en torno a ello se suscitan. Para decirlo de un modo muy general: el antónimo de monismo suena a pluralismo y el de uniformidad a diferencia. Es cierto, por lo demás, que en la potencia monista y uniformadora se incluye la estrategia de hacer de gran parte de sus impugnaciones nuevos monismos y renovadas uniformidades. Aun de signo contrario, así de complejas son estas cuestiones.

Siempre hay la posibilidad de extremos. En las presentaciones intolerantes y exasperadas de los defensores de la universalidad de la verdad y del bien –y a veces en sus oponentes- se detectan los fanatismos, que se definen como una negativa a toda forma de diálogo, a la reproducción indefinida de afirmaciones con independencia de fundamentaciones y como recurso a la violencia contra lo que pudiera oponérseles. El objetivo del fanático no es convencer; y el de la violencia que le es consustancial no es siquiera humillar y someter; es destruir.

3. El monismo, que en él prevalece, no es un complejo cultural exclusivo del ámbito occidental. También el Islam, por ejemplo, se fundamenta en verdades tenidas por universales y en principios de conducta marginados de toda posibilidad de discusión. Cuando se presentan disidencias (y claro que las hay y bien pesadas por cierto) cada grupo se asigna la titularidad de la “verdadera” doctrina y denuncia en el otro sus desvíos y desarreglos. Y en eso consiste lo más claro y relevante de la actitud monista. Ahora bien, el Islam será una cultura, una política incluso pero, sobre todas las cosas, es una religión.

En el espacio europeo el tema presenta características diferentes. En particular, el hecho de admitir, a partir de un cierto momento de su historia y como forma predominante, una versión laica y secular que no se presenta como una religión tradicional ni como una nueva que suceda a otra. Aunque en su historia ocupa un lugar central el monoteísmo judeo-cristiano y mantiene éste una nada despreciable influencia en el mundo contemporáneo, es la versión secular del monismo la que domina en el terreno de la ciencia y de la tecnología y en el estado actual de su tendencia a extenderse en dimensión planetaria. Es decir, lo que más intensamente reclama una concepción fuerte de Verdad no se muestra como tributario de un orden supramundano.

4. La genealogía de lo que denominamos Occidente pasa por el profetismo judío, la lógica griega y la normatividad romana. Ese trípode sostiene una vocación de universalidad que plasma en dos realizaciones: imperio y cristianismo. Precisamente esa vocación es la que no solamente motivó sus recíprocas justificaciones –la versión especular del dios único en el cielo y el emperador en la tierra desde los tiempos de Constantino el Grande– sino también recurrentes enfrentamientos. Esa dialéctica, en el medioevo, se hacía fuerte en la Ley humana por un lado y en las Escrituras por el otro. Sus respectivos paladines fueron los juristas y los teólogos. En todo caso, se tradujo en el rechazo de los medios sacramentales y mágicos de búsqueda de verdad y salvación. Pero la Cruz estaba por encima de todo. Iluminaba tanto al pontífice como al emperador. Cuando competían lo hacían invocando ambos la universalidad de sus respectivos argumentos y potestades. En esas luchas la Gran Referencia permanecía. Configuraba el marco en el cual los contendientes reclamaban para sí la supremacía, el poder. Y el poder, recordemos, reclama sumisión.

5. La irrupción de la modernidad produjo, según las palabras puestas en circulación por el sociólogo alemán Max Weber, el desencantamieno del mundo, el más amplio acontecer histórico-religioso que, pese a la lógica de ruptura con el orden de un credo trascendente, retuvo de ese vasto y complejo cuerpo de tradiciones una gramática universalizadora y transhistorizadora. Ese proceso, que se desplegó en la fundación de la ciencia moderna y en la gran reforma política de transferencia de la soberanía, constituye lo que denominamos “secularización”. Su figura dominante es el Estado (particularmente, no siempre, el Estado de Derecho), su inspiración es la Razón. A favor de esos vientos medraron políticos, filósofos y científicos. Se generó el espacio público y se definió el de la privacidad como su correlato.

El monismo occidental, a veces con pasión y otras a regañadientes, se fue alejando de la religión; la modernidad se fundó y sostuvo sin su concurso. Proclamó un hiato. Fe y Razón bien separadas. La religión y la ciencia tenían a la sazón sus propias pretensiones de universalidad, con radicales discrepancias en sus respectivos fundamentos. Dos monismos que se enfrentan, dos pretensiones universales de verdad. En líneas generales: el poder político se afilió a la Razón, buscó monopolizar el espacio público y relegar la fe al ámbito de la privacidad. Lo logró, en algunos países, no en otros.

6. Examinemos las bases del monismo cuando se independiza del discurso teológico y no se conforma, entonces, con recurrir a la Palabra Sagrada para justificar la Verdad.

Se expresa afirmando que la tendencia dominante en el orden filosófico-político de la cultura occidental reposa sobre tres aserciones axiomáticas. La primera, que todas las preguntas que se puedan plantear respecto del mundo son susceptibles de ser contestadas y que para cada pregunta auténtica hay una única respuesta correcta, que excluye a todas las otras, consideradas entonces erróneas. Las preguntas se suceden (los humanos somos curiosos). La respuesta es siempre posible aunque no la conozcamos todavía. Es precisamente en la búsqueda de respuestas aún no logradas que reside la posibilidad del progreso cognitivo. En este punto se inserta el llamado imperativo galileano, que se muestra como la proyección normativa, volcada a lo que habrá de configurarse como modernidad, del principio de cognoscibilidad: frente a todo lo susceptible de ser conocido se instala el deber, como una exigencia ética, de hacer cuanto sea posible para llegar a aprehenderlo. Porque para la ciencia la Verdad no se muestra como final y definitiva, como lo pretendía en cambio la religión. La ciencia arrasa con las evidencias que ocultan las cosas; pero el resultado deviene nueva evidencia y así de seguido. Es insaciable.

La segunda aserción básica afirma que el logro de la respuesta acertada correspondiente a cada uno de los interrogantes depende de la utilización del método adecuado, necesariamente único respecto del tipo de problema que se ha planteado; la clave de la cuestión reside en que es el método lo que garantiza el ajuste lógico de la solución propuesta. Para ello debe satisfacerse una doble exigencia: elegirlo adecuadamente y emplearlo con la necesaria destreza. Se requiere “saber hacer”. Y, finalmente, se afirma en el tercero de los postulados, en cierta forma como corolario, que las respuestas a las diversas preguntas, las soluciones de los problemas que plantea el mundo, deben ser compatibles entre sí, de modo que ellas configuren un todo coherente, asegurándose de tal manera una visión ordenada y libre de contradicción. Compatibilidad que opera como refuerzo de la garantía de veracidad de cada una de las respuestas particulares. No es éste el lugar para mayores desarrollos, pero es sin embargo oportuno señalar que una cosa es “pregunta” –que demanda respuesta- y otra “problema” que exige solución. La respuesta suele ser provisoria, sujeta a nuevas indagaciones; la solución de un problema es necesariamente definitiva; un problema resuelto deja de existir, no hay más problema, se encontró su solución…final.

7. Hoy en día nos asomamos a la realidad circundante desde una plataforma que se apoya sobre la trabazón de estos tres postulados. La experimentamos, en el secular, “desencantado”, mundo occidental, sub specie científica, conviviendo con una complejidad tecnológica que es su más fiel testigo, la confirmación de su productividad social. Curiosidad, técnica metódica, codicia cognitiva -y de la otra- ilimitadas. Se lo proyecta al plano ético, se lo denomina “progreso” y bajo ese nombre se lo auspicia (y se pagan sus costos sociales). Eso es la modernidad. O al menos uno de sus rostros, aplaudido y también objetado, contestatarios ha habido siempre y en todos los terrenos del quehacer humano.

Un breve rodeo. El nacimiento de la ciencia moderna no solamente debió enfrentar el saber dogmático de la religión sino también el recurso a los saberes ocultos y mágicos que, de alguna manera, la prologaron. Reemplazar conjuro y simpatía cósmica por observación y experimento controlado fue una revolución, tanto metodológica como ontológica, desplazando intercesiones mágicas en el acceso al mundo material tal como era éste percibido. Así, hubo química donde había habido alquimia y astronomía donde interrogación a misterios astrales. Todo barrido por la ciencia y por la razón. Pero algo quedó. Lo supérstite, de donde viene superstición, en ritos y liturgias, cábalas y creencias difundidos en todos los medios sociales. Lo mágico sigue vivo en los más variados ámbitos, desde el arte a las actividades deportivas. El mito, despreciado por la racionalidad, sobrevive como dato de la cultura del que no es posible prescindir. Además, pegoteando algunos de sus reflejos populares a la política. Tema para meditar: ¿son los mitos políticos residuos de arcaísmo o sutiles creaciones –o recuperaciones, tal vez- sostenidos por los medios de difusión de cada época, medios hoy potentes y variados como nunca lo habían sido? ¿O ambas cosas?

8. Retornemos a esos principios (cognoscibilidad, método y coherencia), los que definen al monismo, el que ya hemos visto hunde profundamente sus raíces en el monoteísmo. Predomina la idea de que existen criterios de verdad excluyentes, objetivos y permanentes, así como valores universales, inherentes a la naturaleza humana, que se encuentran al abrigo de las contingencias históricas.

Galileo aprendió literalmente en carne propia la intensidad de la vigencia excluyente de las verdades recibidas, en tiempos de la contrarreforma conducida por la Iglesia romana. Su desquite, por así llamarlo, consistió en sustentar el triunfo del cuestionamiento a la visión normativa del universo, según la cual los astros giran en sus órbitas en cumplimiento de las leyes prescriptivas impuestas por el Creador. Esto es: demostró que la humana “descripción” puede reemplazar a la creencia en la divina “prescripción”. El camino del saber no es la ruta de la fe.

Por nuestra parte, aprendimos de lo que él experimentó que contradecir a las verdades consagradas no es algo que se encuentre en algún limbo epistémico sino una cuestión política, de las que se debaten en los oscuros y generalmente crueles espacios del poder. No es que la doctrina copernicana lastimara el orgullo de algún príncipe eclesiástico, ni que el materialismo galileano generara dificultades en el discurso teológico que la hábil retórica eclesiástica no pudiera soslayar; se trata de que una y otro afectaban el poder de la Iglesia. En la figura del oponente de Galileo -que antes lo había sido de Giordano Bruno, a quien condujo a la hoguera en el año 1600-, el cardenal jesuita Roberto Belarmino, encarna ese poder retardatario que tantas veces mostró su imagen brutal, sostenida por el fanatismo y el prejuicio, pero también por una percepción alerta de lo que estaba en juego. Tal como, en su momento, lo había sido el abominable Torquemada.   

9. La respuesta dominante, entonces, respecto de la pregunta sobre la verdad, a la que se agrega la correspondiente a los valores universales, ha sido por siglos la afirmativa: no puede haber más de un sistema cognitivo (hoy la Ciencia en tanto tal, no así sus contenidos, sujetos a la ley del progreso) y ético válido. Vale para todos y en todo tiempo. Parece que el monismo fuese, entonces, la confluencia de los sistemas culturales que cimentan todo el edificio principal de Occidente. En efecto, es imposible no ver en su base a ese Dios celoso y exigente de la Biblia judaica, fundador de la ética de la obediencia. Tampoco puede dejarse de lado que una de sus fuentes es la metafísica parmenídica de la cual, según comenta el filósofo italiano Sergio Givone, habría pasado a la inconmovible estructura de la lógica y de ahí a la ciencia. Hay que reservar, en este cuadro, el pertinente lugar de la ley, del orden civil de la civilización, legado de Roma aureolado de sacralidad, unido al credo que Jesús predicara entre judíos y Pablo entre paganos en el clima de la herencia helenista de la metafísica griega.

10. La respuesta monista que sigue hoy predominando viene de antiguo. Puede encontrársela en Atenas desde que, como lo subrayó Nietzsche, el socratismo ahogó la voz escénica de la tragedia y se impuso el volcamiento erótico hacia el saber. Reina desde Platón y Aristóteles hasta en el pensamiento contemporáneo, pasando por Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, los escolásticos e Ignacio de Loyola, por la Ilustración, Condorcet, Hegel y Marx, por el humanismo filosófico, por el positivismo. Los tránsitos, hay que marcarlo, casi nunca claros, definidos ni apacibles.

Empiristas y racionalistas disputaron sobre el método. Nada hay en el intelecto que no haya sido previamente percibido por los sentidos, argüía en Inglaterra  John Locke; salvo el propio intelecto, corregía Leibniz, quien estaba convencido de que también había verdades de razón. Pero coincidieron en la certidumbre del resultado una vez utilizado exitosamente el que cada uno de ellos favorecía. Kant, a su vez, postuló un sujeto trascendente capaz de aportar las categorías para acceder a los fenómenos del mundo y de configurar un imperativo moral apto para conmover al filósofo tal como lo hacía el brillo de las estrellas en el cielo. El monismo como el Espíritu Absoluto culminación de la historia fue la convicción de Hegel, preámbulo, si puedo tomarme la libertad de decirlo, de ese mundo de relaciones sociales transparentes en el que cada cual aportaría según su capacidad y recibiría según su necesidad soñado por Karl Marx.

11. Retrocedamos un poco en el tiempo. El iluminismo nació y se desarrolló en términos de crítica radical al orden político, social, religioso, cultural, de su tiempo. Es decir, antimonista en su origen. De manera que su posterior vocación homogeneizante debería ser juzgada sin olvidar su espléndido aporte emancipador. De algo de esto se habla cuando se alude a “dialéctica de la Ilustración”. Por otra parte, pensadores de la Ilustración, como Voltaire y Montesquieu en algunas de sus obras, mostraron clara consciencia de la relatividad de los valores esenciales del iluminismo francés que es pasada por alto, por cierto que no solamente por el interesado pensamiento de los réactionnaires franceses y de los románticos alemanes, sino incluso por muchos defensores de los valores sustantivos del pensamiento y la sensibilidad ilustrados. El segundo citado sostenía que las circunstancias geográficas, el clima y otros factores de contexto material condicionaban los contenidos éticos y legales de las sociedades humanas. Se lo podría tildar de relativismo, pese a la monista afirmación de que las leyes son las relaciones necesarias derivadas de la naturaleza de las cosas.

12. El monismo, la convicción sobre saberes y valores indiscutibles, se trasvasa del cristianismo al pensamiento ilustrado, del idealismo filosófico al naturalismo positivista y da la plenitud de su sentido a la posición dominante que ocupa la ciencia en la vida moderna. Aunque es necesario tener en cuenta que en todo esto hay siempre límites, los que hacen a la infinita variedad del pensamiento humano; hay muy diferentes maneras de navegar, incluso cuando todos lo hacen a favor de la corriente. Por eso el monismo occidental, esencialmente secular, puede ser compatible con la diversidad ideológica, el respeto al diferente, la tutela del débil; pero puede ser también autoritario, intolerante y hasta totalitario.

Por otro lado, tanto el imperativo evangelizador cristiano como el programa civilizatorio teñido de Ilustración han sostenido, en sus momentos de esplendor, a la gran aventura colonizadora. Monismo en estado puro, la afirmación de una cultura frente a la cual las alternativas son ceder o sucumbir. Lo que en materia cultural es bastante parecido. Una empresa –la colonial- cargada de hipocresía en la expresión pública de propósitos como de explotación, depredación y crueldad en la realidad de su práctica. También allí hubo quienes lo denunciaron. En el nombre de uno de ellos va el recuerdo de todos los luchadores de la disidencia: fray Bartolomé de Las Casas.

13. La actitud monista permanece en su papel rector, pese a que la historia occidental muestra la recurrencia de diversidad de pensamientos objetores y contestatarios, de quienes han corrido los riesgos de la navegación contra la corriente, especialmente en el terreno valorativo. Que, por lo demás, contribuyeron en buena medida, precisamente en razón de sus disidencias, a la salud y esplendor de la cultura occidental. Entre esos perturbadores de la fe en los valores recibidos y de la sacralidad de los poderes que los respaldan se encuentran, en un rápido recorrido histórico, los filósofos cínicos y los escépticos griegos, los herejes medievales, los milenaristas, los pensadores nominalistas en Occidente, los iconoclastas en el Oriente bizantino, los fratricelli. Vale recordar asimismo a los a veces prudentes y a veces audaces humanistas, de Marsilio a Pico de la Mirándola, del papa Piccolomini a Erasmo, a los grandes pensadores escépticos como Michel de Montaigne, Blaise Pascal y David Hume, al Vico de la Scienza Nuova de la historia, al Herder de las nacionalidades.

En lugar clave Maquiavelo, quien a inicios del siglo XVI oponía a la moral cristiana que dominaba el medioevo, la del amor, la caridad, la misericordia, el perdón al enemigo y la remisión a la justicia divina, la de una idealizada Roma republicana, no universalista sino cívica, heredera de la polis. Era una moral colectiva, comunal, según la cual la calidad de humano es idéntica a la de miembro de una comunidad, en la que los fines del individuo no son separables de la vida colectiva. En palabras del filósofo e historiador de las ideas Isaiah Berlin, la moral del mundo pagano; sus valores son el coraje, el vigor, la fortaleza ante la adversidad, el logro público, el orden, la disciplina, la felicidad, la fuerza, la justicia y por encima de todo la afirmación de las exigencias propias y el conocimiento y poder necesarios para asegurar su satisfacción; aquello que para un lector del Renacimiento equivalía a lo que Pericles había visto personificado en su Atenas ideal, lo que [Tito] Livio había encontrado en la antigua república romana…

Lo que se pone en circulación es que la historia demuestra que hay más de un sistema moral posible. Se puede optar: en los extremos, ¿satisfacer las convicciones a costa de los fines o lograr los resultados a expensas de las convicciones?

14. Si algún movimiento perturbó en profundidad la paz del monismo fue la reforma protestante, al menos en la instancia originaria de poner en crisis la doctrina pontifical de la Verdad. Lutero enseñó que más valía el directo acceso a las Escrituras en lengua vulgar que las obras de obediencia y los ritos en el arcano latino. Calvino, que la gracia y la predestinación no podían estar mediadas por vicariato alguno.

Pero esas rupturas del monismo papal en Occidente no significaron pluralismos doctrinarios en sus respectivos interiores ni tolerancia frente a sus antagonistas. Lutero persiguió hasta la muerte a los anabaptistas y Calvino no se privó de hacer uso de la hoguera, durante su dictadura teocrática, tal como lo venía haciendo la Inquisición a la cual denostaba. El librepensador Miguel Servet terminó sus días en Ginebra como años antes el fanático Savonarola en Florencia.

15. En también gran medida, pero cuestionando ahora al racionalismo, alcanzando tanto a fieles católicos como Chateaubriand, como a descreídos como Byron, contribuyó el romanticismo a alterar la paz de lo recibido, en su cuestionamiento a los principios y consecuencias de la Ilustración y a partir de la noción de que no hay valores preexistentes, sino que los crea cada grupo, nación, clase, cultura y que son ellos entonces diversos y diferentes. Pasional y esteticista, valorizador de lo histórico y contingente frente a lo tenido por universal y necesario.

Lugar importante ocupan también, en el bando contestatario, los marxistas no dogmáticos, los auténticos agonistas, los pensadores de la sospecha, como Nietzsche y Freud, los pragmatistas como John Dewey y Richard Rorty, Ludwig Wittgenstein y los filósofos de la existencia. También los multiculturalistas, tan à la mode en ciertos momentos y lugares, incurriendo incluso en nada plausibles extremismos de inconmensurabilidad.

En todo caso, hay que remarcarlo, desembocando en muchas ocasiones quienes lo objetaban en su propia y excluyente visión monista de las cosas. Y esto vale para una amplia gama de esos objetores. Es que la aspiración a la visión monista no es fácilmente descartable: es un orden de cosas que disipa dudas, tranquiliza, aleja sospechas y diluye angustias. A veces, proporciona consuelo.

Hay en el monismo un cierto predominio de pensamiento de la identidad que coloca a la justicia y a la verdad, juntas, en un mundo eterno e inmutable; pensamiento del que tampoco se libera parte considerable de sus impugnadores. En muchas y bien diversas corrientes de ideas se advierte que tienen en común que, en cada uno de sus respectivos universos, la justicia y la verdad se mantienen iguales a sí mismas. En línea, hay que reiterarlo, con esa idea romana que definía de una vez y para siempre que justicia era, después de todo, dar a cada uno lo suyo y que coronaba su ordenamiento tautológico poniendo a la verdad como el efecto de un iudicium proferido en el ámbito de los procedimientos de la ley.

16. La ciencia y el lugar que ocupa en la sociedad moderna como medio de encontrar la verdad (¿o crearla? ¿Aletheia o Poiesis?) y como el discurso que la expresa, por una parte; y por la otra la idea según la cual los mecanismos prácticos de resolución de situaciones de antagonismo a través de las funciones legislativa y jurisdiccional importan la tentativa de realización de un bien universal llamado justicia, se asocian íntimamente a los tres postulados de la visión monista. La ciencia y el derecho aparecen, en sus respectivas esferas pero con tendencia expansiva hacia otros espacios discursivos, a los que contribuyen a conformar, monopolizando la posibilidad de asegurar que dadas ciertas circunstancias haya un alto grado de probabilidad de que se produzcan determinadas consecuencias.

Esto es esencial para esa “calculabilidad” del mundo que Max Weber señalaba como rasgo dominante del espíritu del capitalismo. En su núcleo se aloja, se decía no sin razón, el saber y la lógica del mathema, que es igual a sí misma en todas las latitudes. Lo cual tenía, en la especulación intelectual, prestigiosos antecesores: ya Leibniz suponía que la Creación era la mejor posible, como lo demostraba que era susceptible de ser leída en términos matemáticos. Condorcet estaba convencido de que el mundo era reductible a un sistema matemático en el que un cálculo de probabilidades regiría los motivos de creer y, por lo tanto, las elecciones prácticas de los individuos. Los utilitaristas comparaban posibles resultados y, se sabe, comparar implica medir. Saint-Simon, el precursor de la sociología, confiaba en el advenimiento de un estado de cosas en el cual la tecnología haría de la abundancia –cuestión cuantitativa, después de todo- la tumba de la miseria y, como consecuencia, del conflicto socialmente relevante.

Auténticas prefiguraciones, hoy casi paródicas, de un mundo que se pretende regido por encuestas, ranking y evaluaciones, adorador de la razón técnica y generador de profecías autorrealizadas, en el que algunos, especialmente en el campo de las ciencias sociales, atribuyen a tecnología y conocimiento la potencialidad de contener –y tal vez revertir- el desbarajuste ecológico de dimensión planetaria en cuya etiología se encuentra, paradójicamente, ese mismo desborde energético y tecnológico. Pero que sigue gobernado por la calculabilidad y, con su concurso, con el ideal de eficiencia.

17. Si hay una época del mundo en la cual el monismo adquiere su mayor intensidad es la del predominio de la ciencia y la tecnología, el que estamos transitando; época desangelada, mediática, presidida por la obsesión del consumo, donde controles, vigilancia y terror se disfrazan de libertades. Dominado el todo por la racionalidad instrumental y por las herramientas de operación tecno-genética y robótico-digital.

Los modernos somos insaciables y, además, impacientes. Lo queremos todo y lo queremos ya. Ni siquiera sabemos qué hacer con lo que ayer deseábamos y hoy descartamos. Esa es la cultura que nos habita, renuente a tolerar que los principios de eficiencia que la alimentan sean cuestionados. La efficiency es más que un objetivo técnico o un requerimiento económico: ha devenido norte de la brújula moral.

Desplazó a la democracia del “final de la historia”, en la que desde la conversión china hasta las crisis occidentales hacen cada vez más difícil creer. La impresión es que, además, estuviéramos transitando del predominio del ordenamiento posesivo cuyo objetivo vital es “tener” a uno competitivo que se le superpone, impregnado por el imperativo de “ganar”. Todo, con vocación planetaria. Tal vez sea la palabra “globalización” la que más ajustadamente da cuenta del estado actual de ese modo de abordar el mundo al que denominamos monismo occidental.

18. Actualmente articulamos estos temas con la dupla saber/poder y podemos decir que las complejas cuestiones en torno ella transitan por los espacios que ni el monismo ni sus objetores logran cegar. Así, se proyectan esos temas al mundo concreto en el que se desarrolla la vida social y niegan para la verdad y la justicia la pretensión universalista sustentada en las tradiciones jurídicas y en las del idealismo filosófico. Enfoques traídos a un primer plano del estudio por la reflexión marxiana, por la llamada sociología del conocimiento y por la crítica de los grandes teóricos del Instituto de Frankfurt, han sido revaluados contemporáneamente por autores tan disímiles como Michel Foucault y Richard Rorty, para mencionar solamente a dos de los más difundidos en el pensamiento de los últimos años del siglo XX. Desde perspectivas muy diferentes, incompatibles, pero coincidiendo en poner a la vista la contingencia histórica y su articulación social. La centralidad de la cuestión del poder, que somete aquello que la violencia no puede, no sabe o no desea aun destruir y del precio de proyectos y utopías.

En ese contexto, el  drama del monismo es su impostación en términos éticos y políticos. En las palabras del ya citado Berlin: Pedir una fundamentación válida erga omnes probablemente constituya una necesidad metafísica profunda e incurable; pero permitir que ello determine nuestra práctica es síntoma de una inmadurez política y moral igualmente profunda y más peligrosa. Esa presunta "necesidad metafísica" de fundamentos tan incuestionables como universales, agrego, es la que ha inspirado el sacrificio de vidas humanas en el altar de las abstracciones, la aceptación de la miseria y la desdicha actuales a cambio de la promesa del futuro Bien Supremo, llámese la comunidad racial, la sociedad sin clases, el mundo gobernado por la "mano invisible" o el tiempo mesiánico.

19. Para nosotros los modernos, desilusionados hasta la náusea de las solicitaciones de los grandes sistemas, de los proyectos tranquilizadores, de los consuelos metafísicos y de las promesas vanas, se nos hace indispensable hacernos cargo de la contradicción y tratar de instalarnos en ella, desde la perplejidad y hasta desde la desesperación. Rechazar los fundamentalismos -religiosos, económicos, tecnológicos- y su oferta engañosa de seguridades imposibles, unanimidades desoladas y futuros dominados por esas seguridades y unanimidades. El engañoso monismo que los tiempos de hoy despojan de contenido y señalan la vacuidad de sus promesas. Reivindicar, por el contrario, la convivencia con la discrepancia y más aún, su elogio, su más convencida apología. Tomaré un riesgo: Nietzsche anunció la muerte de Dios. ¿Qué enfermedad terminal podríamos nosotros anunciar hoy?

20. Una propuesta. Asumir una condición trágica. Pensamiento destilado de la gran tradición de la obra de Esquilo, Sófocles y Eurípides que ponía en escena a las contradicciones indecidibles y que el monismo ahogó durante más de dos milenios (aunque sin poder impedir conmociones ilustres, como el shakespeareano Hamlet). La propuesta es que la recuperación plena de la dimensión trágica del pensamiento puede asumirse como base sustentatoria de un discurso contrahegemónico, articulado en la tensión entre las diferencias saldables en el terreno de la convivencia política y aquellas otras fundamentales y básicas e insolubles con las cuales debemos convivir. No deberíamos sentirlo como una condena sino recibirlo con el alborozo -y la prudencia- con que acogemos a la infinita variedad instalada en la aventura humana. Estoy convencido de que la democracia moderna, la que puede luchar contra sus acechanzas internas, la banalización, la corrupción, la colonización por el poder del dinero y las mafias de ocasión; contra su reducción a la mera formalidad periódica electoral, es el espacio que ha demostrado históricamente ser el más adecuado para el desarrollo de ese discurso y la puesta en obra del deseo que moviliza. Lo que conlleva ejercitar el compromiso de apostar, jugarse, arriesgar, teniendo como límite el que señalan nuestras propias incertezas y las certezas que adjudicamos a los demás.

Con todas sus imperfecciones, que no son pocas, la democracia desplegando las actividades sociales en el marco de las instituciones que le son propias, configura el único invento político adecuado a la modernidad que puede ser compatible con las variadas voces de la verdad y del bien y, por lo tanto, con el ejercicio de las correspondientes opciones vitales.

                                                                                                                          Diciembre de 2016

 

* Arnoldo Siperman es autor de LA LEY ROMANA Y EL MUNDO MODERNO, Juristas, científicos y una historia de la Verdad, Ed. Biblos, Buenos Aires, 2008.

 

 

 

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DESPÚES DE FIDEL , BIZARRA ASOCIACIÓN DE IDEAS por Albino Gómez* 

| 18 diciembre, 2016

Publicado en Perfil, domingo 18 de diciembre                                           

Siempre hice una suerte de  bizarra asociación  de ideas de carácter político entre algunas figuras históricas como las de Fidel Castro y el Che Guevara, con las de Stalin y Trotsky y las de Franco con José Antonio Primo de Rivera.  Sin perjuicio de tener muy en cuenta y muy en claro, por obvias razones , las enormes  diferencias entre todas y cada una de ellas.

Por eso  me pareció muy interesante una nota del filósofo esloveno Slavoj Zizek,  donde al hablar de la Cuba que dejó la muerte de Fidel, señala  que su revolución fue en si misma algo único, pero no precisa u ortodoxamente comunista.  Y que la mejor forma de reflejar su especificidad era a través de la dualidad de Fidel y el Che Guevara: Fidel, el verdadero líder, la autoridad suprema del Estado, frente al Che, el eterno rebelde revolucionario, que no podía resignarse sólo a dirigir un Estado.  Y se pregunta entonces Zizekl, si esto no se parecía a una Unión Soviética en la cual Trotsky no habría sido rechazado como un traidor, si nos imaginamos que en vez de luchar por el poder contra Stalin, en los años 20, hubiese emigrado y renunciado a la ciudadanía soviética para incitar a la revolución permanente  en todo el mundo, hasta morir. Porque así las cosas, Stalin lo habría elevado a una figura de culto, con la proliferación en la URSS de monumentos  conmemorativos. Pero claro está que entre ellos nunca hubo amistad sino desprecio y odio mutuos, cosa que no ocurrió entre Fidel el Che, porque en su relación no había disputa por el poder sino admiración y respeto recíprocos.

Y mi otra asociación política, también con las enormes diferencias,  era de los anteriores con  Franco y José Antonio Primo de Rivera, que cayó preso de los rojos en Alicante apenas comenzada la Guerra Civil,  y Franco, según una versión, no movió un dedo por negociar de alguna manera posible su liberación, y según otra, habría actuado de tal modo que aceleró su ejecución.  De esta última versión se hace cargo el escritor Pérez Reverte en su atrapante novela “Falcó”.  Porque era evidente para Franco,  que la sobrevivencia de un hombre carismático como José Antonio Primo de Rivera,  dotado de una cultura e ideología de derecha muy sólidas, además de ser el jefe de un gran movimiento nacional como la Falange Española, hubiera podido disputarle el poder.

Para aclarar la posición crítica de Zizek hacia la revolución cubana, debo señalar que no la hace desde el anticomunismo porque él es comunista y considera evidente que Fidel Castro era distinto de la figura habitual del líder comunista, lo cual hizo también que su revolución fuese también distinta y única.

Piense el lector en cada una de las seis figuras que mencionamos y podrá apreciar que más allá de las diferencias ideológicas, de culturales. sociales, de lugar y tiempo histórico, encontrará rasgos comunes entre los tres primeros, es decir Stalin, Castro y Franco, como también entre los tres segundos, vale decir: Trotsky, Guevara y José Antonio Primo de Rivera.

En los primeros no se advierte ninguna veta de cierta forma de romanticismo que les permitió a los segundos despertar en las juventudes  de su tiempo y aún más allá de su tiempo, una admiración rayana en el fanatismo, aunque también Castro logró esto último de alguna manera, pero nunca Stalin ni Franco, que en cambio lo igualaron en cuanto a la aptitud a mantenerse duramente en el poder, sin concesiones o límites de ninguna índole. Capacidad que los tres segundos, no tuvieron siquiera oportunidad de demostrar, aunque sí en cambio la  de mostrar esa capacidad de despertar los fervores juveniles ya mencionados. Por otra parte, también se dio una diferencia de relación entre cada uno de los tres primeros con los respectivos segundos, ya que el único dúo que no se rompió fue el de Castro con Guevara, más allá de sus diferentes concepciones acerca de prioridades en cuanto a futuras políticas, porque Guevara nunca le disputó a Castro el poder, y si en cambio Trotsky a Stalin. Y si bien no tuvo oportunidad de hacerlo Primo de Rivera con Franco, éste temía que eso pudiera ocurrir y seguramente no se equivocaba.

 

   *El autor es periodista y escritor

 

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MAS OSADÍA PARA LOGRAR LA PROSPERIDAD por Alberto Medina Méndez*

| 18 diciembre, 2016

Todos ambicionan, de una u otra forma, cierto progreso individual, pero también pretenden vivir en una sociedad que sea capaz de evolucionar como tal y alcanzar ese estándar que otras naciones ya disfrutan.

La comparación es casi inevitable. Abundan ejemplos de cómo otras comunidades transitaron la huella adecuada obteniendo logros relevantes de los que pueden sentirse orgullosos y exhibirlos como mérito propio.

En estas latitudes, quienes se llenan la boca explicando minuciosamente cómo esos países han resuelto sus desafíos, o como han minimizado sus inconvenientes a niveles razonables, no tienen el coraje suficiente para hacer lo que hay que hacer y encarar el rumbo preciso.

Les encantan los resultados obtenidos por los demás, pero no están dispuestos a pagar los costos que ese cometido implica. No perciben la relación causa efecto o son unos descarados que prefieren no hacerlo.

Para conseguir éxitos hay que esforzarse. En ese derrotero se hacen enormes sacrificios, se aceptan concesiones, inclusive se admiten eventuales tropiezos. El premio está al final del camino y no en su trayecto.

 En la política, es altamente probable que los que inician el sendero no puedan finalmente disfrutar de esas victorias y sean entonces otros actores los que oportunamente aprovechen su verdadero impacto positivo.

Los mayores triunfos llevan tiempo, los que realmente valen la pena involucran largos procesos, a veces imperceptibles, que dan pasos uno a uno, esos que un día se convierten en la meta tan anhelada.

La sociedad sabe que existen cuestiones que ya no dan para más, que se necesitan reformas profundas, en serio y con mayúsculas. También es consciente de que cada una de esas determinaciones, implica asumir ciertos costos económicos, sociales y también políticos en el corto plazo.

Las opciones son muy simples, pero las mismas conllevan decisiones siempre incómodas. Se puede alargar la agonía, dejar todo como está y solo soportar estoicamente las consecuencias de no hacer absolutamente nada. Pero también se puede elegir el camino de enfrentar los problemas y prepararse para pagar los platos rotos por no haberlo hecho a tiempo.

Son los ciudadanos los que deben tomar esa difícil determinación e impulsar a los dirigentes para que hagan lo imprescindible, siempre asumiendo que también les queda la otra alternativa, la de no hacer lo correcto.

Lo que no parece razonable es quejarse del presente y no estar dispuesto a hacer lo apropiado. Esa hipócrita contradicción tiene nombre y apellido. Es que cada uno de los votantes, con su lógica algo cínica, avala el presente en su totalidad. Está en sus manos cambiarlo todo pero es evidente que les resulta más fácil hacer de cuenta que nada ocurre y dejar todo como está.

Del otro lado del mostrador están los políticos, esos que se postulan a ciertos cargos para transformar la realidad, según recitan hasta el cansancio. El problema empieza cuando llegan a sus lugares soñados y explícitamente optan por no tocar casi nada y seguir en la inercia suicida.

Los dirigentes, pero también sus electores, saben que si no se opera con convicción sobre cada uno de los asuntos, estos solo se agravarán y se multiplicarán sus nocivas secuelas. Apuestan a que sus sucesores pagarán la fiesta, por eso se hacen los distraídos y se preparan entonces para disfrutar esta etapa sin pensar demasiado en lo que viene.

Pero es allí donde los líderes tienen que cumplir su rol de conductores y orientadores, para seducir a los ciudadanos, convocándolos a una épica que los lleve a apoyar esos cambios tan obvios que emergen sin disimulo.

Los políticos tienen una inexcusable responsabilidad, pero ellos prefieren la comodidad del poder y por eso no asumen riesgos adicionales. Hacer transformaciones siempre significa enfrentar peligros. Es saludable recordar que nada bueno se consigue sin superar escollos y que no existen las alfombras rojas para obtener metas realmente trascendentes.

A estas alturas ya es inocultable que la sociedad quiere continuar con la corrupción vigente, con un sistema educativo ineficaz, con millones de empleados estatales que no trabajan y ganan un salario solo a cambio de casi nada, por solo citar algunos de los ejemplos más habituales.

Mucha gente convive con esa dualidad del discurso ambiguo. Sostienen que éste presente es inaceptable, pero cuando surgen posibles soluciones para superar esos flagelos, esos mismos ciudadanos retroceden sobre sus pasos.

Nadie quiere empleados estatales holgazanes, de esos que pululan en las oficinas públicas, pero se rechaza cualquier propuesta que plantee que los que sobran se busquen un trabajo digno, en el que se ganen su sustento ofreciéndole a la sociedad algo que realmente sea valioso para muchos.

El resultado final está a la vista. Todo sigue igual. La gente se queja, pero no se anima a hacer lo necesario. Es un círculo vicioso, pero no es neutro. La ilusión de que todo quedará en el mismo lugar es absolutamente falaz. Esa decisión tiene consecuencias, a veces inapreciables, de esas que luego aparecen con total brutalidad y se cobran con creces esa actitud displicente.

La sociedad debe recapacitar y pronto. Los dirigentes políticos actuales no disponen del espíritu para liderar los procesos de cambio imprescindibles. En todo caso son solo obedientes personajes de una casta que está programada solo para hacer lo que la gente les ordene explícitamente.

Se necesitan, de una vez por todas, líderes dispuestos a enfrentar los problemas y no a esquivarlos eternamente. Las grandes metas requieren de valentía. En definitiva, se necesita más osadía para lograr la prosperidad.

 

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013

 

 

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NADA NUEVO BAJO EL SOL por Carlos Gabetta*

| 17 diciembre, 2016

Fuente: Diario Perfil

Los buenos humoristas suelen sintetizar mejor que los analistas la situación nacional. En Clarín del martes pasado, Sendra anuncia: “¡Ultimo momento! Aplicarán el protocolo antipiquetes… para evitar conflictos, lo harán los días que no haya piquetes”.

Un perfecto ejemplo del círculo vicioso en que se encuentra el país desde hace décadas y que ningún gobierno se propone romper. Esta semana, el tránsito en la ciudad de Buenos Aires fue otra vez un caos; o sea, la actividad laboral de miles de personas se paralizó. El lunes, los noticieros mostraban imágenes de una ciudad inmovilizada y un colega informaba que “no se sabe quiénes son, ni qué quieren”. El “protocolo” dormía en un cajón, del mismo modo que la policía guarda quién sabe dónde las reglas de tránsito, mientras multitud de camiones descargan su mercadería en pleno día y en doble fila, al tiempo que los colectivos circulan y suben o descargan a sus pasajeros donde les convenga: antes o después de las paradas, o en medio de la calle. Entretanto, siguen matando gente y provocando accidentes graves.

El círculo vicioso consiste en que si se aplicara el protocolo antipiquetes, el “progresismo” populista clamaría por el “derecho a la protesta” y llamaría a la “movilización popular”; si se aplicaran las reglas de tránsito, los comerciantes harían huelga para no levantarse temprano a recibir mercadería y el gremio de colectiveros otro tanto para defender su “derecho a circular” como le venga en gana. No se les ocurre parar contra sus patrones, que los penalizan si no dan un número determinado de “vueltas” durante el turno. Ocurre que los patrones “arreglan” con la dirigencia sindical y la policía…

Vivimos en un país donde los sindicalistas del taxi son dueños de las mayores flotas y el jefe del de porteros (Suterh), Víctor Santa María, acaba de comprar Página/12 para incorporarlo a su “multimedios”, al tiempo que “enfrenta una nueva causa en la que se investiga por qué en el balance 2015 de Interacción SA, aseguradora de riesgos del trabajo propiedad del sindicato, hay $ 203 millones sin respaldo técnico contable y, presuntamente, unos 5 mil juicios en contra no registrados” (http://www.lanacion.com.ar/1914619-victor-santa-maria-el-zar-sindical-de-los-medios-y-la-cultura).

Los lectores se preguntarán cómo es que este columnista socialista se aplica a criticar a los sindicatos, a la protesta popular. La explicación es que no es ésa mi visión del sindicalismo y la protesta. El ejemplo de la mafia sindical es aplicable a los patrones del comercio, la industria y el campo; a los dirigentes del fútbol; a los funcionarios de Estado y los organismos de inteligencia y seguridad. Ejemplificar con la ciudad de Buenos Aires viene al caso porque el macrismo la gobierna hace una década y sus resultados pueden sin mayor arbitrariedad proyectarse ahora a todo el país. Quizá tendremos un “metrobús” de La Quiaca a Tierra del Fuego, pero también una deuda interna y externa impagables, una situación social en continuo deterioro y otra crisis grave en perspectiva.

Las recetas liberales (y de socialdemócratas devenidos liberales) vienen fracasando en todo el mundo ante la crisis estructural del capitalismo, pero entre nosotros se aplican ahora a contentar al populismo. El último ejemplo, fondos de Estado para la “obra social” de los piqueteros. D’Elía y Pérsico subvencionados… ¡vamos, Argentina!

Del respeto a las reglas; de una Ley de Asociaciones Profesionales que ponga en su justo sitio a sindicatos y corporaciones; de intervenir la AFA; de un sistema de salud estatal “a la nórdica”; de auditar al Estado para eficientizarlo de una vez; en fin, de acabar con la corrupción, ni se habla. Y así con todo lo que conforma el círculo vicioso que cualquier gobierno serio, de cualquier tendencia, debería romper para enderezar el país.

*Periodista y escritor. Autor de “La encrucijada argentina: república o país mafioso”.

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ALBERT EINSTEIN NO DESTRUYÓ A NEWTON, LO MEJORÓ por Albino Gómez*

| 17 diciembre, 2016

Nació un 14 de marzo de 1879,  hace 136 años, y tu Teoría de la Relatividad ha cumplido ya 110 años, pero al parecer, este año no fue recordado como lo merece por nuestros medios. Sin embargo fue el hombre que dislocó la visión newtoniana del tiempo y del espacio para elaborar una teoría que transformaría la física y la filosofía del siglo XX. En el mundo de Einstein solo una cosa era absoluta: la velocidad de la luz. Y a 110 años de enunciada, la Teoría de la Relatividad sigue torturando el sentido común y asombrando a quienes se internan en ella, aunque sigan discutiéndola..

Einstein transformó el mundo de Isaac Newton y con ello inauguró una física distinta. Provocó  una conmoción filosófica y dio las claves para que el hombre contemporáneo llevara a un mismo tiempo muy lejos su conocimiento y se acercara peligrosamente a la destrucción. Tal vez por todo ello, Albert Einstein se convirtió en uno de los hombres más importantes de la historia.

Sin embargo, para la mayoría sigue siendo un nombre famoso, algo así como un sabio distraído que llenaba de misteriosas fórmulas los negros pizarrones universitarios y que tocaba el violín. Un rostro ingenuo y ajado, coronado por su pelo revuelto y canoso.

Siempre se lo vincula a la Teoría de la Relatividad, pero aun a un estudiante  de física la resulta generalmente difícil explicar esa teoría de trascendencia insospechada.

Jacob Bronowski intentó –en su célebre programa El ascenso del hombre; obra maestra de la divulgación científica- hacer entender la relatividad. Fue con las cámaras de TV a Berna, y frente a la torre del reloj, subió al tranvía que Einstein tomaba cada día para ir a su trabajo, en la oficina suiza de Patentes: “Supongamos –propuso- que este tranvía se va alejando del reloj de la torre a la velocidad de la luz. Aceptemos que el reloj marca las 12 en punto en el momento de partir. Nos alejamos entonces del reloj a 300.000 kilómetros (distancia que a la velocidad de la luz se recorre en un segundo). El reloj, según nosotros lo vemos, sigue marcando las 12 en punto, porque el haz de luz que procede de reloj tarda exactamente lo mismo que nosotros en recorrer 300.00 kilómetros”. Entonces para nosotros, todo ocurre como si el tiempo en la torre se hubiese detenido, pero es obvio que para quienes permanecen en ella no es así. Nuestro reloj sigue funcionando, pero ¿tiene acaso sentido cotejarlo con otro que esté fuera de nuestro propio sistema de referencia?

A 110 años de enunciada la Teoría de la Relatividad, sigue siendo difícil para el lego admitir que tiempo y espacio son relativos, y que lo único absoluto es la velocidad de la luz.

Joseph Schwart y Michael Mc Guinness pocuraron explicarlo en Einstein for beginners (Einsten para principiantes): un estupendo libro, verdaderamente seductor, que resume la vida del sabio, publicado por Welters and Readers Publishing Cooperative. Lo que sigue es el resumen de simples textos, que revelan al lector la médula de la apasionante y desconcertante Teoría de la Relatividad.

Esta era la posición de Albert Einstein:

1)    No hay interacciones instantáneas en la naturaleza.

2)    Por lo tanto, debe haber una máxima velocidad posible para la interacción.

3)    Esa velocidad máxima es la velocidad de la interacción electromagnética.

4)    Y la velocidad de la interacción electromagnética es la velocidad de la luz.

5)    Ergo, la velocidad de la luz es la máxima velocidad posible.

Pero lo realmente difícil era demostrar cómo cada uno podía ver la misma velocidad. Y ello solo fue resuelto por Einstein cuando descubrió que el tiempo era el comodín del mazo. El tiempo transcurrido entre los eventos no era necesariamente el mismo para todos los observadores. Pero aquí debemos recordar, antes de proseguir, que la velocidad es la distancia recorrida por el tiempo empleado. 

De tal modo, la persona que está en movimiento puede observar cómo la luz viaja una cierta distancia (D), en un cierto tiempo (T), y con esos datos obtener la velocidad de la luz (V). Pero mientras que una persona inmóvil puede observar la luz viajando una distancia (D) diferente, en un tiempo (T) diferente, al calcularla resulta que la velocidad es la misma.

Otra clave es saber que aquellos juicios en los cuales tiene que ver el tiempo, son siempre juicios sobre eventos simultáneos. Así por ejemplo: si decimos, el tren llegó a las 7, eso significa algo así como “la aguja de mi reloj marcando las 7, y el arribo del tren, fueron eventos simultáneos.

Según Einstein, los eventos simultáneos que se dan dentro de un marco de referencia, no tienen que ser necesariamente simultáneos cuando se los ve desde un marco distinto. El llamó a esto “Relatividad de la simultaneidad”, y sugirió que se podía ilustrar su argumento con un tren como marco de referencia inmóvil.

Para ello, hay que ponerle a la locomotora un vagón de pasajeros. Y luego imaginarnos que en el centro de ese vagón hay un dispositivo que permite un rayo de luz hacia adelante, y al mismo tiempo, otro rayo de luz hacia atrás.

Después aceptar que la puerta delantera y la puerta trasera pueden ser abiertas automáticamente por los rayos de luz actuando como “ojos mágicos”. Para la persona que accione el dispositivo, las puertas se abrirán simultáneamente, pero para la persona que esté en el terraplén, la puerta trasera se abrirá antes que la delantera. Porque para la persona inmóvil, la puerta trasera se está moviendo hacia adelante para encontrarse con el rayo de luz, mientras que la puerta delantera se aleja del rayo. Pero entonces viene la pregunta: ¿las puertas se abren al mismo tiempo o no?

Y en este punto, dado que la velocidad de la luz debe ser la misma para ambos observadores, Einstein dedujo que los eventos que son simultáneos con referencia al tren, no lo son respecto al terraplén y viceversa.

Tomemos otro ejemplo más aceptable para el sentido común: la distancia recorrida. Imaginemos que la persona que está en el medio del vagón se levante. ¿Hasta dónde ha ido esa persona? Respecto del tren, ha recorrido la mitad del vagón, pero respecto del terraplén ha ido más allá.

Entonces la distancia recorrida es una medida relativa. Y del mismo modo, Einstein sostuvo que el tiempo transcurrido es también una medida relativa. Para la persona que está en el vagón, las puertas se abren simultáneamente: el tiempo transcurrido entre  la apertura de la puerta delantera y la apertura de la puerta trasera, es cero. Pero para la persona que está en el terraplén, el tiempo transcurrido entre la apertura de una y otra puerta, no es cero y depende de cuán rápido el tren se esté moviendo.

Otro problema es el de la relatividad de las mediciones del largo, en este caso, del largo de un vagón. Un observador situado en el tren mide el intervalo con un metro en línea recta. Esta es la longitud del vagón medida por el observador en movimiento. Pero la cosa  es distinta cuando la distancia es juzgada desde el terraplén. Einstein sostuvo que para medir el largo del vagón desde el terraplén, había que marcar los puntos  desde el  terraplén frente a los cuales pasaban, a un mismo tiempo, la puerta delantera y la puerta trasera, según se veía desde el mismo terraplén. La distancia entre esos puntos es entonces medida con un metro y da la longitud del vagón, medida por el observador inmóvil.

Pero la longitud del tren medida desde el terraplén puede ser diferente de la longitud medida en el tren mismo. Con lo cual, Einstein preparaba el camino para una revisión del análisis de Newton sobre espacio, tiempo y movimiento.

La mecánica clásica suponía 1) el intervalo de tiempo entre eventos es  independiente del movimiento del observador; 2) el intervalo de espacio (largo) de un cuerpo es independiente del movimiento del observador. Pero no es así: los intervalos de tiempo y espacio son relativos y dependen del movimiento del observador.

Newton decía: los intervalos de tiempo y espacio son absolutos y la velocidad de la luz es relativa.

Einstein afirmó: la velocidad de la luz es absoluta y los intervalos de tiempo y espacio son relativos.

Es decir que Albert Einstein sustituyó los  absolutos metafísicos de Newton –espacio absoluto y tiempo absoluto-  por un absoluto material. No hay interacciones instantáneas  en la naturaleza. El aporte de Einstein fue revolucionario: cambió los principios de la física tradicional que habían sido acepados durante los dos siglos anteriores.

Filosóficamente  este cambio es sustancial. En la práctica las teorías newtonianas  siguen valiendo –como caso particular  de un cuerpo de mayor generalidad- para todos aquellos fenómenos donde no estén involucradas velocidades comparables a las de la luz. Con ello, queda a resguardo tanto nuestro sentido común como la mayor parte de la ingeniería. Einstein no destruye a Newton. Mejor que eso, corona el extraordinario edificio que construyó.

*El autor es escritor, periodista y diplomático

 

 

 

 

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LA ARGENTINA ANTICIPATORIA Jorge Ossona*

| 7 diciembre, 2016

La victoria de Donald Trump y los acechantes neo nacionalismos europeos globófobos actualizan en el mundo desarrollado  debates socioeconómicos que, de una u otra manera, vienen planteándose en la Argentina desde hace, por lo menos, treinta años.  Aquí, cobraron el carácter de políticas públicas concretas y radicalizadas durante el último “período largo” del peronismo en el “poder” entre 1989 y 2015. Salvo, claro está, el breve interregno de la Alianza que administro fallidamente la herencia de la gestión de la “Argentina del Primer Mundo” y nos colocó en el sendero hacia el “modelo de matriz diversificada con inclusión social” del “Proyecto Nacional y Popular”. Dos caras de la misma moneda: la de los dilemas de la inserción  del país en el nuevo mundo global superando las dificultades de la economía industrial semicerrada y de la coalición urbana que prohijó bien representada desde los 40 por el peronismo histórico.

Carlos Saúl Menem, en principio un exponente más o menos ortodoxo de esta última versión termino encarnando -menos por convicción que por el doble condicionamiento de la espiral inflacionaria heredada y del fin de la Guerra Fría- un impulso modernizante pendiente desde hacía décadas. Como en el mundo desarrollado la nueva crisis del capitalismo y de su patrón tecnológico venía registrando desde hacía quince años fuertes retrocesos en los niveles de equidad social que le habían dado forma a los denominados “Estados de Bienestar”. Por caso, el curso trastornado de nuestra economía irreversiblemente abierta y dolarizada desde 1977, venia confiriéndole a la exclusión social  caracteres más agudos que en el mundo desarrollado. De hecho, desde por lo menos mediados de los 70, ya se habían abierto los cauces hacia  una pobreza estructural desconocida  a lo largo de la historia del país.

El menemismo pareció, en principio, atenuar el problema. Pero  el atraso  cambiario que supuso la Convertibilidad, el déficit fiscal crónico –incompatible con la anterior-, y el consiguiente endeudamiento externo sustitutivo de la vieja cultura inflacionaria tornaron a la modernización local en más excluyente de lo que venía siéndolo desde el “rodrigazo”.  Asimismo, el sesgo tardío de las políticas sociales subsidiarias del desempleo luego de la “crisis del Tequila” de 1994-1995 reforzó un criterio administrativo  de la penuria social que contuvo a los marginados a costa de un estado de insatisfacción profunda tanto por el recuerdo aun latente  del país inclusivo como por las promesas incumplidas por los sucesivos gobiernos. El nuevo orden asistencialista y neo filantrópico, sin embargo, convirtió a la pobreza en el insumo de una nueva oligarquía política democrática que tercerizó en municipios y organizaciones sociales las funciones asistenciales. Los albores del nuevo siglo, la matriz de la formula aperturista estallo en pedazos sin la posibilidad, como en México, el Sudeste Asiático, Rusia y Brasil, de su administración progresiva. Pero simultáneamente, se estaban sustanciando cambios de calado en el orden económico y político internacional cuyo punto de partida fue el ataque a las Torres Gemelas de setiembre de 2001. Por múltiples razones, la nueva coyuntura abrió una segunda etapa del nuevo capitalismo global mucho más amable que la anterior para los “emergentes” como la Argentina. Fue lo que capitalizo a su favor, entre otras cosas, Néstor Kirchner.

Como otros fenómenos análogos en el resto de la región reviso la apertura retornando parcialmente a las raíces proteccionistas y redistributivas del “movimiento”. La “nave insignia” de la Convertibilidad –respecto de la cual en el periodo anterior fue ortodoxo devoto- fue reemplazada por los “superávits gemelos” favorecidos por el default de una porción sustancial de la deuda externa. Su refinanciación hacia 2005 habilitó a una negociación tan exitosa como incompleta y de dudosas consecuencias en el largo plazo  sobre las posibilidades de continuar la ola de inversiones abierta en los 90. Por caso, las grandes corrientes de inversión, tan favorables a “países emergentes” como el nuestro  nos apartaron  desde entonces como destino y marcaron los límites del “modelo”. No obstante, la coyuntura mundial de términos de intercambio sorprendentemente  favorables para nuestras “comodities”  refrendados por la vigencia del Mercosur recuperó la sensación de desahogo luego de la crisis del campo de 2008 y de la internacional de 2009. Brasil, Mercosur mediante, se convirtió  en la terminal de nuestra tecnológicamente reestructurada producción automotriz contribuyendo también a compensar el relativo cierre proteccionista. Pero los citados niveles mediocres de reinversión hicieron encallar al “crecimiento a tasas chinas” hacia fines de la década. La reaparecida inflación acelero la fuga de divisas decenales reiteradas cíclicamente desde fines de los 70.  El nuevo decenio , reelección de CFK mediante, estuvo signado por una penuria que aún no se ha podido revertir.

 La indeleble  pobreza, por su parte,  exigió el refinamiento y sofisticación de las políticas que la venían administrando desde los 80. Su “estructuralidad” la estratificó en términos socioeconómicos y culturales. Pero sus consecuencias más gravosas fueron anestesiadas y eclipsadas por la ilusión monetaria y por un relato reparador que redosificaba viejos discursos ideológicos  como en antiimperialismo de los 70, el nacionalismo de los 40 y el revisionismo histórico de los 60 añadiéndoles como originalidad el novedoso “pobrismo”. La exaltación  de la pobreza como ideal social y virtud cívica encubrió una actitud a mitad de camino entre el cinismo, la resignación ante aquello que las políticas públicas fracasaban o renunciaban a remover y el oportunismo político. Sus enunciadores, por lo demás, procedieron de una oligarquía cuyo estilo de vida se ubicaba más cerca  de ostentosas  satrapías orientales que de la política republicana  sobria y competente prometida por la instauración democrática de 1983. Crecimiento y desarrollo espasmódico e interrumpido desde hace más de un lustro, pobreza estructurada y una democracia sólida pero poco respetuosa de las indispensables formas republicanas fueron los saldos matrices del segundo peronismo.

Desde hace un año, la Argentina aspira reintegrarse al mundo sin dejar en el camino a los excluidos del nuevo capitalismo. Una ecuación difícil por razones cuantitativas: son más de un 30 % de la población;   cualitativas – la resistencia por parte de toda la sociedad a resignar subsidios-, y  por el curso de una dinámica mundial que, por momentos, parece marchar en sentido contrario. Danald Trump, una mezcla del carismático y pintoresco Carlos Menem con un programa nacionalista cerrado como el de los Kirchner, encarna, a su manera, ambas caras de nuestro “movimiento nacional” y de sus sucesivos y volátiles “proyectos” de última generación.

*Miembro del Club Político Argentino

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EL NUEVO ESCENARIO ITALIANO por Román Frondizi*     

| 6 diciembre, 2016

         Más acá o más allá de que las encuestas lo pronosticaban y del error de Matteo Renzi, análogo al que cometió Cameron al unir su destino político a la suerte de un referéndum, el hecho es que el resultado electoral del domingo pasado en Italia, incluída la renuncia del Presidente del Consejo de Ministros, hecha inevitable dada la magnitud de su derrota, crea una situación de gran incertidumbre que resulta muy perjudicial para el país.

       Por el momento los mercados resisten, y el Banco Central Europeo está en condiciones de ocurrir en ayuda de Italia si fuese menester. Pero la situación económica y social italiana es más bien frágil a nivel del mundo desarrollado. Si bien salió de la recesión en 2014, hace dos semanas  el Instituto nacional de estadísticas (ISTAT) ha previsto a la baja la previsión de crecimiento económico para el 2016 y el 2017: 0,8% este año contra 1,1% antes y 0.9% para el 2017. Prevé asimismo una “menor vitalidad del consumo interno y de la inversión privada”. Por otro lado, si bien el gobierno de Renzi había logrado aumentar el número de contratos de trabajo por tiempo indeterminado (CDI), la tasa de desocupación de este año todavía es del 11,6% contra 11,9% en el 2015 y 12,7% en 2014. El peso de la deuda pública es muy grande y ronda el 133% del PBI en 2016 y 2017.La Comisión Europea prevé una “desaceleración en materia de empleo” y advierte que la recuperación económica proseguirá solo a un “ritmo moderado”.

      En estas condiciones –y en el marco de las dificultades que atraviesa Europa-era aconsejable evitar al país saltos mortales  como el  resultado de la combinación entre  la falta de realismo y la arrogancia de Renzi y el perverso y perseverante partidismo que tantas crisis ha desatado en los últimos setenta y dos años de historia política italiana.

     Tras la renuncia del Presidente del Consejo seguida a su  dura derrota en el referéndum del domingo último, en el que el “no” se impuso por el 59,1% de los votos, se podrían aventurar tres posibilidades:

     1.- Elecciones anticipadas. Las podría decidir el Presidente de la República, Sergio Mattarella, si siguiera la propuesta de los movimientos populistas de la Lega Nord y del Movimiento 5 Stelle (M5S), el que podría resultar el partido más votado.

      Ahora bien: en Italia se ha aprobado una nueva ley electoral, que debía ir paralela a la reforma constitucional bochada en el referéndum, cuyo fin era reforzar al Ejecutivo llevando más estabilidad a los gobiernos. El eje de la ley pasa porque los diputados sean elegidos según el principio mayoritario en doble vuelta con un premio en el número de bancas para el partido más votado o que alcance el 40% de los votos en la primera vuelta.

      Fracasada  la reforma constitucional, el Senado continuará a ser elegido por el sistema proporcional con un piso del 2% de los votos para los partidos integrados en una coalición o del 4% para los que estén fuera de una coalición sin premio al vencedor. Ello así, podría asegurarse que, en las condiciones actuales sería dificilísmo formar una mayoría. El Senado tiene los mismos poderes que Diputados para formar las leyes y aprobar un gobierno por lo que el país sería poco menos que ingobernable en caso de victoria del M5S. Por otra parte hay incerteza acerca de la vigencia de la nueva ley electoral, sometida como está a examen de la Corte que podría aprobarla, rechazarla en todo o en parte, o introducirle modificaciones. Por eso, hoy por hoy, si se hiciesen las elecciones anticipadas, nadie sabría como se elegirían los representantes del pueblo.

      2.- Renovación del mandato a Renzi. Podría ser propuesta por el Presidente de la República, pero parece inviable apenas se tenga en cuenta la magnitud de la derrota de Renzi.

      3,- La tercera posibilidad, la más probable, es la formación de un gobierno técnico que debería tener dos objetivos: uno, aprobar el presupuesto estatal para 2017; y dos, lograr que se dicte una nueva ley electoral para las elecciones de 2018. Si este gobierno fuera verdaderamente técnico o sea por encima de los partidismos y basado en el asentimiento de la izquierda y la derecha –posible en Italia-  un candidato potable  para presidirlo sería Mario Draghi actual Presidente del Banco Central Europeo. Si, en cambio, la solución fuese un gobierno a la vez técnico y político fundado en la actual mayoría del Partido Democrático, podría ser conducido por el actual ministro de Finanzas Pier Carlo Padoan que tiene la confianza del mundo económico. Con todo, hacer nombres en este escenario es más que azaroso.

      De cualquier modo, tras la formación de un nuevo gobierno, se abrirá la más larga campaña política italiana con miras a los comicios de 2018.

      En fin, cabe, a mi juicio, una nota de fundada esperanza. Desde la segunda postguerra Italia ha consolidado una larga experiencia en materia de crisis políticas y sus consiguientes cambios de gobierno. Por otro lado, es un país sólido y sustancialmente estable del punto de vista económico y social, la suya es una gran economía y está muy comprometido con Europa digan lo que quieran los portavoces de un euroescepticismo sin propuestas de gobierno. Con su realismo político, que aflora cuando las papas queman, sabrá encontrar el modo de hacer frente a este escenario de incertidumbre.

                                                               Buenos Aires, 5 de diciembre de 2016.

 

*El autor es jurista y ensayista. Ex Presidente de la Cámara Federal de Apelaciones de La Plata y ex Conjuez de la Corte Suprema.                                  

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RECORDANDO A ALBERTO GINASTERA EN SU CENTENARIO Por Albino Gómez*

| 4 diciembre, 2016

Los registros internacionales y todo lo que viene publicándose no solo en nuestros medios sino también en el exterior, como toda la programación ya establecida para el 2016 y 2017, en nuestro país, y por ahora en  Brasil, Perú, México, Estados Unidos de América, Alemania, Suecia, España y Holanda, para ofrecer su obra completa, demuestran que es el músico clásico más importante que ha dado nuestro país. Como ya se han venido ocupándose en estos días de su obra calificados musicólogos y críticos, condiciones que no reúno, sólo deseo recordarlo como admirador de su música  y por haber tenido el privilegio de tratarlo día a día durante casi tres semanas, cuando me tocó precisamente entre  abril y mayo de 1967, ocuparme. como consejero cultural  en nuestra embajada en Washington DC, del estreno mundial de su ópera Bomarzo cuyos textos pertenecen  a Manuel Mujica Láinez. Para lo cual. debí tomar contacto directo con el director de la Opera Society de la  ciudad, señor Hobart Spalding.

El caso es que el 14 de abril de 1967, el Boletín Oficial había publicado el Decreto No. 1347,  cuyos considerandos decían: “Que el estreno de la ópera Bomarzo, cuyo libreto pertenece al señor Manuel Mujica Láinez y su música al señor Alberto Ginastera, durante la temporada de la  Sociedad de Ópera de Washington, constituye un importante acontecimiento para la cultura argentina; que resulta conveniente aprovechar esta ocasión para auspiciar el viaje de las personas citadas, cuya presencia en Washington (DC) dará mayor relieve a la representación precitada. 

 

Así las cosas, el 19 de mayo de 1967 se produjo el estreno mundial de Bomarzo en el Lisner Auditorium de la Capital de los Estados Unidos,.A su término, el público aplaudió de pie y con entusiasmo durante casi diez minutos. Los corresponsales de nuestra revista Panorama y de la agencia United Press destacaron especialmente la presencia de Hubert Humphrey, vicepresidente de los Estados Unidos; de Eugene Rostow, subsecretario de Estado; y de otros ya importantes personajes como Ted Kennedy, Arthur Schlesinger, James Symington, jefe de ceremonial de la Casa Blanca y de tantos otros que luego participaron también de la extraordinaria recepción que se brindó en la embajada de nuestro país, a la concurrieron profesores  de varias universidades locales, diplomáticos extranjeros, argentinos residentes e invitados que llegaron desde Buenos Aires, como Jeannette Arata de Erize y Leonor Hirsch de Caraballo, los críticos Jorge D’Urbano y Emilio Gimenez, el periodista Horacio Estol, el escritor Omar del Carlo, los pintores argentinos Honorio Morales y Silvia De Toro, el músico Alcides Lanza…Una lista interminable en la que no faltaron los integrantes del elenco encabezados por Tito Capobianco, autor del verdadero lujo visual de la obra, y el famoso Julius Rudel, que ya había dirigido en el New York City Opera el estreno estadounidense de Don Rodrigo, otra importante ópera de Alberto Ginastera.  En fin, la larga lista de invitados llegó a un número aproximado de cuatrocientos, que cubrieron los salones de la embajada estupendamente decorados a la manera de Bomarzo, incluidos sus monstruos.

 

El éxito de la obra fue total y así la consagró la prensa norteamericana y la nuestra, pero mucha más notoriedad internacional se la otorgó su posterior censura, sancionada paradójicamente por el mismo gobierno que la propiciara.  Al parecer, muchas descripciones periodísticas que se referían a cierta constante referencia al hecho sexual y a la violencia en sus más variadas posibilidades, alertaron la “sensibilidad moral” del general Juan Carlos Onganía, quien impidió su representación en el teatro Colón. Semejante censura constituyó un escándalo en el mundo musical internacional..Y como cuenta su hija Georgina Ginastera en el libro De padre a hija de Cecilia Scalisi, Alberto Ginastera decidió retirar todas sus demás obas del Colón hasta tanto repusieran Bomarzo, lo cual ocurrió recién en 1972.

Por supuesto, después de transcurridos 49 años, nadie recuerda ya a los artífices de la censura, en cambio, Bomarzo, y toda la obra de Mujica Láinez y la de Ginastera, siguen ganando públicos en nuestro país y en el mundo entero, porque afortunadamente sigue siendo cierto aquello del “ars longa, vita brevis”: el arte es largo, la vida breve.

 

*El autor, es diplomático, periodista y escritor.

 

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FIDEL CASTRO Y ARTURO FRONDIZI. Testimonio de época. Por Carlos Alberto Kreimer*

| 1 diciembre, 2016

El 1° de enero de 1959 una revolución cruenta estalló en Cuba, comandada por civiles guerrilleros, derrocando al dictador y jefe del ejército General Fulgencio Batista. En ese momento tardó la prensa escrita vernácula, por la fecha, algunos días en dar noticia extensa del hecho. Tuvo en el país una relativa repercusión por cuanto se ignoraba la ideología de los revolucionarios, pero fue festejada básicamente por quienes apoyaron la denominada Revolución Libertadora que se oponían a toda forma dictatorial, entre los que se encontraba el socialismo y el radicalismo que, además, integraron la Junta Consultiva creada por el General Aramburu. Para todo el espectro opositor a Perón su régimen era el fascismo (incluso para el Partido Comunista ya que así lo definió Vitorio Codovilla y lo recordó luego Ezequiel Martínez Estrada en su libro “Qué es esto”). Interesantes politólogos e historiadores de izquierda lo confirman recientemente en esa categoría como Loris Zanatta y Carlo Ginzburg con posterioridad.

En el peronismo el silencio fue casi total. Entendieron que era un golpe contra los amigos de Perón y no se equivocaron ya que su líder se asiló en el Paraguay de Alfredo Stroessner, la Nicaragua de Anastasio (Tacho) Somoza (quién ya había sido recibido en el país con todos los honores y compartió el balcón de la Casa Rosada en una conmemoración del 17 de octubre, en el año 1953), en la Venezuela de Marcos Pérez Jiménez, y se encontraba a la sazón en la República Dominicana de Rafael (el Chivo) Trujillo. Algunos documentos permiten suponer que bien pudo estar entonces en Cuba donde lo invitaba su más importante ministro (entre febrero de 1946 y julio de 1955) don Ángel Borlenghi exiliado en ese país. La Nación, La Prensa y Clarín -entre otros medios- celebraron la revolución que encabezaba el entonces desconocido Fidel Castro porque terminaba con una dictadura.

En mayo de 1959, cuando el gobierno de Arturo Frondizi cumplía un año, vino a la Argentina Fidel Castro. Su discurso –básicamente el pronunciado representando a Cuba ante el Consejo Económico Interamericano de los 21 de la OEA en el Ministerio de Industria y Comercio – cautivó y se casaba de maravillas con lo ideología desarrollista del presidente argentino. Predicaba la democracia pero, para ello, los pueblos debían salir del subdesarrollo al que parecían condenados. Vale la cita textual: “…las condiciones económicas y sociales de América Latina hacen imposible la realización del ideal democrático de nuestros pueblos, porque quienes sean que ocupen el poder, sea una dictadura de izquierda o sea una dictadura de derecha, lo cierto es que son dictadores y niegan por completo los principios a los que aspiran los puebles de América Latina…No se trata aquí –y en ese sentido encontré correcta la afirmación del delegado de EEUU- de una cuestión de miedo y no se trata de que nosotros vengamos a agitar temores. No…” Castro pidió una suerte de Plan Marshall para América Latina con una inversión no inferior a 30.000 millones de dólares en un plazo de diez años (“…Nadie debe asustarse por esa cifra…”), se pronunció por acabar con poblaciones exclusivamente rurales y promover la industrialización y en favor de la creación –que ocurrió ese año- del Banco Interamericano de Desarrollo. Más allá de las anécdotas (como que Castro y el canciller argentino Carlos Florit, ambos treinta añeros, se detuvieron por pedido de Fidel ya rumbo al Aeroparque para el regreso a Cuba, en un “carrito” para comer choripanes) la ideología expresada por el visitante era la misma que la del Presidente Frondizi con quién se reunió en Olivos.  Ese año ya había visitado Castro a EEUU donde adelantó  lo dicho luego en la Argentina ante autoridades, periodistas, congresistas, alumnos y académicos en la Universidad de Princeton aclarando, para despejar dudas, que no era comunista. Era un desarrollista del trópico no grato, hasta entonces, al peronismo que tampoco comulgaba con Frondizi.

Pero en abril de 1961, luego de establecer relaciones con la URSS y romper con EEUU, por razones ajenas a este testimonio, Cuba se declara el primer país socialista de América y adhiriendo al marxismo-leninismo. A quienes, como en el caso de quién escribe estas líneas, militaban en el desarrollismo, más exactamente en su vertiente izquierdista marxista-leninista con Rogelio Frigerio, Carlos Hojvat (autor de “¿Somos una Nación? Geografía económica-social argentina”) y Juan José “Máximo” Real, entre otros, el fenómeno nos sorprendió. No estaban dadas las condiciones económicas sociales del modo de producción capitalista en Cuba para una revolución campesina y menos proletaria, conforme los textos que frecuentábamos. Había sido una suerte de carambola originariamente impensada de una revolución democrática producida con el implícito acuerdo de EEUU en enero de 1959. Y si eso fuera poco el alma mater del cambio era el argentino Ernesto Guevara (el Che) Lynch de la Serna, hijo de una familia conservadora tradicional cordobesa y que había abandonado el país en pleno peronismo (con el que no parecía acordar). Por entonces no se había lanzado aún el respaldo teórico al nuevo fenómeno que predicaba que no importan las “condiciones objetivas” sino “la voluntad del revolucionario” y por ese atajo había que navegar. Faltaba aún un trecho para que Regis Debray  escribiera “Una revolución en la revolución” y que Guevara nos hablara del “hombre nuevo”. Debray luego de asegurar que hacían falta cientos de Vietnames en América Latina que implicaba la exportación de la revolución del 59 (el foquismo) que trasmutó en comunista, acompañó al Che ya dejado de la mano de Fidel a la aventura en Bolivia . Sin entrar en suspicacias sobre  quién denunció a Guevara (para Aleida Guevara hija del Che y para Ciro Bustos, el francés “hablo demasiado”), salvó Debray su vida por la acción de su madre que era diputada gaullista. Ya en Francia y luego de haber armado ideológicamente a decenas de miles de jóvenes americanos que marcharon a la muerte, sin que se le conozca autocrítica, se incorporó al socialismo francés (obviamente reformista y no revolucionario).

Pero volvamos al país.  No obstante las disidencias con el nuevo Fidel que teníamos los desarrollistas de izquierda, había que evitar toda agresión internacional al régimen cubano. Así también lo entendió el Presidente Frondizi que, a pesar de la interna ofensiva en su contra, se opuso al aislamiento de Cuba.

En ese inolvidable 1961 se produjeron hechos que repercutieron en nuestro país. En agosto se reunió en Punta del Este (ROU) el Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA. Representaba a la Argentina el Ministro de Economía  Roberto Alemann (acompañado por varios funcionarios, entre ellos Camilión subsecretario de la cancillería) y a Cuba el Ministro de Industria Ernesto “Che” Guevara.  En la sesión inaugural  fue leído un mensaje del presidente de  EEUU Kennedy (que comenzaba ese año su mandato) propiciando la ya lanzada y denominada Alianza para el Progreso prometiendo una ayuda anual para las necesidades de los gobiernos de América Latina no inferior a mil millones.  La postura argentina tenía dos vertientes. En cuanto a la ALPRO cuestionar los montos inicialmente propuestos (600 millones de dólares) ya que aparecían como escasos, solicitando que los mismos no tengan destino asistencial (salud, viviendas, educación, etc.) sino que se emplearan en proyectos de desarrollo de los países. El discurso recurrente de Frondizi se basaba en que el desarrollo de los países impediría su adscripción al “comunismo”, el cuco de la época en la no declarada “guerra fría”. En cuanto a Cuba evitar toda sanción como la exclusión de la OEA o bloque civil o militar.

Es necesario aclarar que en la época la más grave acusación a un gobierno era la de “comunista”, y a este latiguillo acudían las fuerzas armadas argentina para fustigar a Frondizi, quién articulaba su defensa señalando que solo el desarrollo  salvaría a las naciones de ese destino. Estos conceptos los discutió personalmente con los presidentes americanos Eisenhower y Kennedy (en Buenos Aires y en la Casa Blanca). En la conferencia de Punta del Este se firmó un documento por el cual EEUU prometía para el ALPRO un aporte de 20.000 millones de dólares, quedando CUBA excluía de este plan por su alianza con la URSS.

Terminada la reunión en Punta del Este el Che voló a Buenos Aires para una reunión secreta con Frondizi  (la pidió Guevara y la aceptó don Arturo). Toda la organización del encuentro estaba armada por la aeronáutica para que el mismo fuera corto y no trascienda, pero circunstancias domésticas (como que Guevara pidió a Frondizi visitar a su madre) prolongó la estadía y se terminó el secreto. En esa reunión se afirma que Frondizi  le propuso a su compatriota mediar ante EEUU para que se reconozca como irreversible la revolución cubana, comprometiéndose Cuba a no exportar la revolución ni entrar en el Pacto de Varsovia. La circunstancia de la visita de Guevara al presidente dio motivos a los más duros integrantes de las fuerzas armadas para acusar a Frondizi  de comunista. Inmediatamente Frondizi dirigió un discurso al país admitiendo que la entrevista había ocurrido a pedido del Che. “…Hubiera sido impropio de la responsabilidad que la familia americana asigna a la Argentina, negarse a recibir al representante de un gobierno americano por más opuestos que sean los criterios sustentados por uno y otro Estado…Existe un problema cubano y es obligación de todos los estados americanos considerarlo y buscar una solución que convenga a la comunidad americana y a sus ideales democráticos…La paz y la tranquilidad de América, la preservación del sistema regional interamericano y la estabilidad política de nuestro continente hacen que no pueda ni deba desaprovecharse un sola oportunidad…” Luego de reafirmar sus conceptos pidió el apoyo de la nación en torno de estos ideales.  

En diciembre del mismo 1961 Frondizi visitó EEUU donde en reuniones de cancilleres e, incluso, con el mismo Kennedy,  sostuvo sus principios en cuanto al desarrollo, al comunismo y a Cuba. Pero antes de las reuniones presidenciales,  el Secretario de Estado Dean Rusk le entregó a Frondizi las llamadas “cartas cubanas”, una serie de fotocopias supuestamente obtenidas por los servicios en la embajada de Cuba en la Argentina, que probarían la injerencia del país caribeño en nuestros asuntos internos. Don Arturo (el Flaco) las examinó y ante la sorpresa del entonces inquisidor las tiro sobre una mesa e, indignado, dijo: “son falsas” Esos mismos documentos los dio a conocer al país el Capitán de Navío Francisco Manrique en su vespertino “Correo de la Tarde” (tan luego Manrique que en enero de 1959 había saludado con alegría a la revolución castrista). Al regreso de Frondizi se convocó a los mejores expertos calígrafos quienes dictaminaron “son falsos”, pero la Asociación Interamericana de Prensa (feroz anticomunista) se pronunció por la autenticidad sin acreditar pericia alguna (Goebbels que de esto la sabía lunga, ya había aconsejado: “miente, miente que siempre algo se cree”).

Frondizi vuelve a tener una entrevista personal con Kennedy a fines de 1961 con una duración de casi dos horas. El presidente americano le reprocha la abstención argentina en la reunión de la OEA que convoca a una nueva reunión de cancilleres en Punta del Este en enero de 1962, con el objeto de considerar el caso cubano que, traducido, significa expulsar a Cuba de lo OEA. Don Arturo se aferra a sus convicciones y le sugiere que ello será un error y que debe considerarse la posición de los grandes del sud (Brasil, México y Argentina) y no solo del resto comprometidos económicamente con EEUU y fieles a sus indicaciones. Insiste también en los planes de desarrollo como único camino para alejar al comunismo. Su posición, además, pretende concretar lo conversado con el Che.

Concurrió en enero de 1962 a la reunión de la OEA en Punta del Este en representación de la Argentina Miguel Ángel Cárcano, que había sido designado recientemente Ministro de Relaciones Exteriores. En los mentideros políticos se propagó la versión que Cárcamo, tradicional anglófilo (había estado entre los asesores de Roca que pactaron con Runciman en 1933 y luego fue embajador ante el Reino Unido) no tenía reparo ideológico alguno en enfrentar a los americanos pero –precavido y experto el hombre- le pidió a Frondizi instrucciones por escrito. Cárcano, reconocido diplomático, con buena verba repite los conceptos de Frondizi y se opone a la expulsión de Cuba que pide Rusk. Finalmente se decidió la expulsión por mayoría  pero con la abstención de Bolivia, Chile, México, Brasil, Argentina y Ecuador. Aunque perdió la posición  Argentina, el resultado indicó que no se había arado en el desierto.  El 3 de febrero en su famoso discurso de Paraná (inaugurando el túnel subfluvial) reiteró Frondizi: “…El derecho internacional americano, elaborado en torno a la autodeterminación, no es una fórmula abstracta que pueda dejarse de lado por razones contingentes o de urgencia…Es la misma razón de la independencia nacional, su cualidad esencial e inseparable donde descansa su noción de soberanía… Se censura a los gobiernos de seis naciones americanas que en la reciente conferencia de Punta del Este se negaron a olvidar los preceptos categóricos de los estatutos legales de la OEA y los principios básicos de autodeterminación y no intervención…La delegación argentina en la reunión de Punta del Este no improvisó su gestión ni actuó a la zaga de los acontecimientos. Fue intérprete de la doctrina nacional y americana elaborada a lo largo de muchos años…” Nadie recogió el mensaje (salvo sus adherentes), ni el resto de los partidos políticos, ni los sindicatos, ni los empresarios y menos aún los militares. Días después, apremiado Frondizi por las fuerzas opositoras  (léase fuerzas armadas), rompió la Argentina relaciones con Cuba para despejar sospechas de filocomunista.

A pesar de la profunda oposición de militares y gorilas, Frondizi se supuso fuerte ya que jugó su destino a la elección de gobernadores y congresistas de fines febrero de 1962. Se consideraba un buen tayador y así arrojó su taba, pero no salió “suerte” y lo derrocó un golpe militar. Así terminó su destino político y su proyecto.

 

*Socio del Club Político Argentino

 

 

 

 

 

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