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FRANCISCO Y BERGOGLIO, ENTRE EL MAGISTERIO ECUMÉNICO Y EL PERONISMO por Luis Alberto Romero*

Con-Texto | 23 noviembre, 2018

El papa Francisco se dedica a grandes causas: los pobres, la lucha contra la pedofilia, la condena al deplorable capitalismo. Un poco, también -es necesario sobrevivir- a la sottopolitica vaticana. Mientras tanto, el padre Jorge Bergoglio se dedica a ser un dirigente peronista. No sabemos si Francisco dejará una huella profunda en el catolicismo. No hay duda, en cambio, de que el padre Jorge se hace sentir, y mucho, en nuestra maltrecha política.

 

Los papas siempre hicieron política: confrontaron con emperadores y reyes, y luego intentaron hacer de Italia un Estado papal. Desde 1871, cuando se encerraron en el Vaticano, concentraron sus energías en el magisterio ecuménico. Desde entonces produjeron grandes encíclicas, con las respuestas católicas para cada uno de los problemas del mundo moderno. Fue su mejor momento. Hablando urbi et orbi ganaron respeto y estimularon discusiones importantes.

 

¿Qué pasa cuando los papas se ocupan de política en sus países? En Italia nadie se sorprende; están acostumbrados desde tiempo inmemorial. En cuanto a los papas no italianos, Juan Pablo II se ocupó a fondo de Polonia, pero defendiendo una causa que la trascendía; Wojtyla nunca dejó de ser Juan Pablo. Hoy tenemos un papa argentino, que se ocupa mucho de su país. ¿Qué lugar ocupa ese quehacer argentino dentro de su ideario, fuertemente pastoral, volcado a los pobres y los excluidos y a la condena del capitalismo?

 

La respuesta no la encontraremos en el papa Francisco, siempre sonriente y ecuménico, sino en el más adusto padre Jorge, porteño y peronista, que en Buenos Aires siempre se dedicó a la política. En primer lugar, a cultivar sus relaciones. Lo aprendí hace unos años, conversando con su hombre de confianza, monseñor Accaputo. Muy locuaz, me describió detalladamente la apretada agenda semanal del cardenal, en la que no faltaba ningún matiz político. Al día siguiente vi a Bergoglio en funciones, clausurando una jornada de la Pastoral Social: adusto, casi enojado, majestuoso, dominando con perfil de líder a la multitud. Una imagen bastante diferente de la de Francisco.

 

También fue conocida la actividad cotidiana del padre Jorge, visitante frecuente de villas y barriadas pobres, a las que llegaba en colectivo o caminando. Curiosamente, siempre había un periodista o un fotógrafo que captaba la escena y la reproducía, sin énfasis pero con reiteración. Sin duda el padre Jorge conocía la importancia de los medios; hasta puede haber sido un precursor de los timbreos.

 

En sus años de arzobispo de Buenos Aires se destacó por su enfrentamiento con los Kirchner. Defendía el derecho de Dios y de su Iglesia frente a competidores que, con un mensaje similar, pretendían ignorarlo. Desde que es papa se ha producido un desdoblamiento: Francisco ejerce el magisterio universal, defendiendo sus grandes temas. Pero cuando se ocupa de la Argentina, desciende al territorio, bastante embarrado, y se convierte en un político peronista, dedicado, como el resto de sus colegas, a unificar un movimiento disgregado.

 

El peronismo carece de jefatura y parte de sus cuadros está diezmada por el vendaval judicial. Ese mundo fragmentado deberá encontrar, en menos de un año, un candidato para enfrentar a Macri. Estamos en la fase de las eliminatorias, donde un aspirante que junta dos o tres fragmentos se lanza a negociar para llegar a la segunda ronda, donde ya está instalada Cristina. Pero los fragmentos están mal pegados y se le desarman. Al igual que Tántalo, este dirigente -empeñoso y patético, como Massa o Solá- vuelve a empezar. A ese barrizal desciende hoy no Francisco sino Bergoglio.

 

Como Perón en el exilio, Bergoglio opera desde fuera del país, lo que le permite mantener más opciones abiertas. El proyecto no tiene por ahora un gran vuelo: se trata de organizar una amplia alianza anti-Macri, alentando a quienes lo identifican con la dictadura, la represión y el neoliberalismo, y agregando temas propios, como el secularismo blasfemo. Por ese camino se acerca a su antigua enemiga Cristina.

 

Bergoglio pone en este emprendimiento parte de su capital papal. Pocas palabras, pero muchos gestos y símbolos: la fotografía con sus visitantes, la expresión -del ceño fruncido a la sonrisa amplia-, los rosarios regalados (con tal generosidad que hasta yo recibí uno), los mensajes en clave. Además utiliza su autoridad papal para reorganizar a su imagen y semejanza los cuadros de la Iglesia argentina; la homofonía del canto gregoriano reemplaza hoy a la productiva polifonía que antes tenía el episcopado local.

 

Como Perón, tiene muchos voceros y delegados, todos fungibles. Pero tiene un nipote, un César Borgia quizá, con la misión de ganar el control del conurbano porteño. Con ese capital, y con probada capacidad, Juan Grabois ha construido un respetable "movimiento social", ducho en lograr que el Gobierno lo financie y capaz de competir con los Pérsico, Tumini o Menéndez, y hasta con los sindicalistas.

 

Todos ellos lograron convocar, para una celebración en Luján, a unos cuantos dirigentes kirchneristas y a los Moyano, padre e hijo, quienes, investigados en varias causas judiciales, se apresuraron a interpretar la misa como una declaración eclesiástica de inocencia. En una sociedad sensibilizada con el tema de la corrupción, la reacción fue fuerte: la iglesia de Bergoglio había ido demasiado lejos. Los responsables se apresuraron a exculpar a Francisco: el Papa no sabía nada. Quizá. Pero Bergoglio, el padre Jorge, nunca ignoró nada de lo que pasaba en Buenos Aires.

 

La católica es una religión de misterios, y la coexistencia de Francisco y Bergoglio es uno de ellos. Ignorante en materia de teología, busqué analogías profanas y literarias. Doctor Jekill y Mr. Hyde quizá, pero era demasiado tétrico para el caso. Más merecedor de una sonrisa, recordé al doctor Merengue y su otro yo, aquel inolvidable personaje de Divito. Esto me llevó a Lino Palacio y su don Fulgencio, "el hombre que no tuvo infancia".

 

En tren de especular -¿por qué no ha de hacerlo un historiador?-, me imaginé a un adolescente que hace setenta años se sintió atraído por la política y por el peronismo, y nunca perdió esa afición. Pero eligió otro camino; le fue muy bien y llegó a la posición más alta posible, con estabilidad vitalicia. Entonces, como don Fulgencio, pudo darse el gusto de volver a la adolescencia y ser, de a ratos, un político peronista. Lo bien que hace, en términos de su propia vida,

 

Y lo mal que le hace al país. Estamos en medio de una crisis, con una institucionalidad frágil y una serie de irresponsables políticos piromaníacos. Con ellos tenemos bastante.

Un político que además es papa, y se dedica a atizar antagonismos, es más de lo que podemos soportar.

 

Los no católicos no nos sorprendemos tanto; muchas veces la Iglesia aprovechó las brechas de una institucionalidad que conserva rastros de confesionalidad. Pero imagino que muchos católicos estarán profundamente desconcertados, no solo porque es el Papa, sino porque, cuando ejerce su magisterio, enuncia ideas apreciables y discutibles. Pero en lo que hace a la Argentina, no.

 

En este mundo terreno, donde las dan las toman. Quizá el padre Jorge gane algo, pero Francisco pierde mucho. Y, finalmente, son la misma persona.

 

*Historiador, Miembro de la Academia Argentina de Historia.


 

Publicado en La Nación, 20-11-2018.

 

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¿CAMBIEMOS LA ECONOMÍA LIBERAL? Por Andrés Ferrari Haines*

Con-Texto | 21 noviembre, 2018

El ministro Nicolás Dujovne recientemente afirmó que Macri será reelecto y que al final de su siguiente “mandato, en 2023, van a estar a la vista los buenos resultados y finalmente vamos ver tasas de crecimiento mucho más elevadas y la discusión va a ser muy distinta. Allí va a ser antipopular proponer cambios radicales a los que venimos haciendo".

En verdad, esa discusión debe hacerse ya: ¿la sociedad argentina quiere o no quiere “la economía liberal”?

Al cumplirse tres años del debate de candidatos presidenciales, se ha intensificado la divulgación de “las mentiras” del actual presidente en dicho encuentro televisivo. Pero esto es una verdad a medias. Es cierto que este gobierno ha hecho y ha generado muchas cosas que ese día Macri dijo que no harían o que no pasarían. Ahora, ¿es cierto que alguien podría haber votado a Macri pensando que no seguiría bastante la ortodoxia liberal como ha hecho?

La pregunta es: ¿la inconformidad de algunos con el gobierno proviene por la política económica que aplica o por los resultados de esta? Si mucha gente coincide con la visión liberal de la gestión económica, seguramente habrá contribuido a lo que Dujovne expresó como “en la Argentina nunca se hizo un ajuste de esta magnitud sin que caiga el Gobierno". No porque que “caiga un gobierno” constituye “la solución”, pero sí porque si se considera “correcto el rumbo”, evidentemente, se le tendrá más aceptación – o paciencia.

De cara a las nuevas elecciones, que permitirían cambiar el rumbo económico sin que haya afrentas al régimen democrático, indagar cuál lógica económica se pretende implementar es crucial.

Para el ministro lo hecho por este gobierno demuestra que "Argentina es capaz de afrontar una situación difícil sin apelar a soluciones mágicas como hizo en el pasado y además han fracasado. Esto se va a plasmar en una recuperación de la actividad que la veremos el año que viene".

Así, apelar al libre-mercado no se considera una “solución mágica” – y esto es totalmente rebatible teórica y fácticamente. También refleja otra faceta clásica del razonamiento libremercadista: se hace una cosa, porque generaría otra. Pero no está garantizado que será así. Simplemente, se considera, se cree, se afirma…

Cuando no se abrazan las fantasías libremercadistas, teórica y fácticamente, se puede dudar de ese optimismo. En especial, cuando el mismo Dujovne anuncia que en 2019 buscarán que el gasto público vuelva a ajustarse 10% en términos reales, todo justificado por el mito de “converger a la meta fiscal que necesitamos” como punto de llegada mágico. El dogma libremercadista hace que Dujovne vea el marco recesivo y deflacionario como existencia de "estabilidad macroeconómica", que dice ser su prioridad, cuando “variables macroeconómicas” como empleo, precios, consumo, actividad e inversión se desploman.

Dujovne detalló el fuerte ajuste que hizo el gobierno de la economía: fiscal de casi 3 % del PBI; del déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos de 5 a 1.5% del PBI; en el tipo de cambio de casi 40%. Acá se unen una verdad y una opción: que en 2015 un fuerte ajuste de la economía era inevitable y que se optó por hacerlo por el método libremercadista.

¿A dónde apunta un ajuste liberal? A corregir precios relativos internos y a alinear éstos con los internacionales. Su método es lo que Keynes llamaba “los duros hechos” – es decir, la larga y penosa presión recesiva. Después de este sufrimiento – porque es presentado casi como un “castigo” por haberse desviado del camino correcto – se supone que aparecerán inversiones que traerán el soleado crecimiento.

Optar por el libremercadismo, así, implica que la sociedad se coloca en manos de tres esperanzas míticas: (i) que la recesión, en algún momento, llegará a dónde se supone “es correcta para el mercado”– lo que Macri repite en sus discursos, como alumno que estudio de memoria en examen oral, “equilibrio”; (ii) que las medidas recesivas tienen cierta ‘justicia social’ porque están determinadas teórica y no políticamente; (iii) que el esfuerzo tiene sentido porque a partir de ahí, habría crecimiento. Pero ninguno de estos aspectos posee otros fundamentos que la fe abstracta.

La pregunta es sí sólo el gobierno y los más convencidos – y beneficiados – adherentes a la lógica económica de este gobierno poseen esta fe en el libre mercado. Recuerdos de un pasado mejor bastante explicados por un contexto económico internacional que no es el de este ni del próximo gobierno no permitirán mucho cambiemos si quién gobierna sigue siendo “el libre-mercado”. Y lo que se está viviendo en Argentina es el libremercadismo liberal. En esto consiste.

Cambiemos las fantasías libremercadistas requiere un debate que sigue ausente: cómo ajustar sin la presión de sus “duros hechos” recesivos. Es decir, cambiemos teorías económicas, ¿o no? 

 

* Profesor UFRGS (Brasil)

@Argentreotros

 

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LA IGLESIA PARECE DISPUESTA A CONDUCIR UNA OFENSIVA POLÍTICA por Loris Zanatta*

Con-Texto | 3 noviembre, 2018

Fuente La Nación 23-10-18

 

BOLONIA.- ¡Qué poca imaginación tiene la Iglesia argentina: siempre el mismo guion! Carga contra el Gobierno. ¿La razón? No es popular, no es nacional. ¿Ganó las elecciones? No importa. Lo que importa es que no tiene “sensibilidad social”. ¿Quién lo decidió? Fue un obispo, él sí tan, tan sensible. Lo dijo desde su pedestal, desde la altura de su superioridad moral: hay que “cambiar el modelo económico”. Como si no fuera un pastor, sino un caudillo político cualquiera, como si su “sensibilidad” fuera la medida de todo. Y pensar que el Papa que en ese pedestal lo puso suele increpar contra el clericalismo. ¡Si esto no es clericalismo…!

Al leer las palabras de monseñor Lugones a los dirigentes peronistas, o las de monseñor Radrizzani a los sindicalistas, recordé a uno de sus antecesores: se llamaba Jerónimo Podestá, era obispo de Avellaneda y no era menos peronista que ellos. Eran los tiempos del general Onganía, un soldado católico en quien tenía grandes esperanzas. Pero cuando se sintió defraudado lo atacó. Entonces Onganía lo llamó a la Casa Rosada y le preguntó qué debería hacer. Tome la Populorum progressio y gobierne con ella, le contestó el obispo. Pobre papa Montini: era un hombre de formación liberal, un demócrata sincero, respetuoso de la saludable separación entre la esfera política y la esfera religiosa: nunca hubiera soñado que su encíclica fuera un instrumento de gobierno. Sin embargo, es lo que la Iglesia hace con Macri.

Podestá se dedicó entonces a incitar a la lucha a “la juventud maravillosa”. Sus epígonos hacen lo mismo con los “movimientos sociales”: no hay armas, por suerte, pero es siempre la misma receta: el “pueblo” contra los ricos en el templo. ¡Pero medio siglo ha pasado! ¿Es posible que la Argentina siga ahí? ¿Que su Iglesia sea tan primitiva? ¿Que insista en querer crear el Reino de Dios en la tierra, ignorando las tragedias causadas en su nombre? Hay obispos que tratan el Evangelio como un manual de macroeconomía: qué banalidad; uno se pregunta si creen en Dios. ¿Cree realmente la Iglesia que su “sensibilidad social” es una receta para gobernar? ¿No la roza la duda de que su “modelo económico” sea la causa, y no la solución, de las plagas del país? ¿De pobreza, asistencialismo, déficit público, inflación, corrupción, clientelismo, baja productividad, colapso de la escuela pública? ¿Quién la eligió como la conciencia moral del país? ¡Como si no tuviera enormes esqueletos en enormes armarios! Más que una Iglesia pobre, la Argentina necesita una Iglesia humilde: con predicar la legalidad y la consolidación institucional sería de gran ayuda al país.

¿Tiene la Iglesia el derecho de opinar? ¡Claro! Y está muy bien que lo haga. Pero una cosa es opinar y otra cosa es conducir la ofensiva política. ¿Es prudente de su parte? ¿Es útil para su país? Sus gestos, acciones y palabras de estos días causarían enorme escándalo en cualquier lugar. Será que con el Papa a sus espaldas se siente fuerte; que el Episcopado es compacto bajo sus órdenes; que el laicado no se atreve a exponersecontra semejante armada. Será que huele la sangre: olfatea la debilidad del Gobierno, quiere cobrar el triunfo sobre el aborto, especula sobre la crisis económica cuyas raíces profundas finge no conocer. La foto de los dirigentes alineados frente a la Basílica de Luján permanecerá en los anales. Un poco como la del Papa al lado de Nicolás Maduro: alguien deseará algún día olvidarla.

Para evitar que la ceremonia religiosa de Luján pareciera política, los obispos pidieron exhibir solo banderas argentinas. ¡Tendrían que respetar un poco más la inteligencia de la gente, no tirar la piedra pensando esconder la mano! Pero la tortilla ya estaba hecha: aquí estamos los verdaderos argentinos, querían decir esas banderas; no como los otros, aquellos que no necesitan que la Iglesia certifique su “sensibilidad”. De la grieta, de la aburrida grieta que en democracia no tendría razón de existir si todos consideraran a todos legítimos, esos obispos se demostraron los mayores partidarios; es su razón de vida, porque la verdadera grieta argentina no es entre peronistas y antiperonistas, sino entre confesionales y laicos, entre los “buscadores de absoluto” que se creen dueños de la verdad y los que se manejan con el mundo por lo que es y no por lo que debería ser según los primeros.

Si más que preocuparse por Dios, la Iglesia se preocupa por administrar sus bienes y dirigir a sus hijos, entonces no es difícil comprender su estrategia política: no es tan sutil. ¿Sus metas? La primera salta a la vista: reunir el peronismo, continuando, sin imaginación, en pensar que es su salvavidas, el ancla a la que aferrarse para salvar a la Argentina de la secularización. La segunda meta también es evidente: quiere dividir el área de gobierno. ¿Cómo? Presionándola hasta el punto de inducir a una parte de ella a diluir el vino liberal en el agua bendita y de empujar a la otra, frustrada, a seguir su propio camino. Por eso podemos decir que la Iglesia lanzó prosaicamente la campaña electoral: unido su frente y dividido su oponente, piensa, la Argentina volverá al cauce de la nación católica. Como si ese cauce le hubiera brindado progreso, prosperidad, paz social y prestigio en el mundo.

Pero hay más en el cancán armado por los obispos; algo que hace adivinar detrás de ellos la mano del inquilino de Santa Marta. Se sabe que el Papa observa con angustia el retroceso de la marea rosada latinoamericana: su silencio sepulcral sobre las tragedias de Venezuela y Nicaragua dice mucho, no menos que su nostalgia por Lula y Correa, y  su premura con Morales. La probable elección de Bolsonaro en Brasil, empujada  además por los votos evangélicos, enturbia su sueño. ¿Cómo no entenderlo? Pero si, en una perspectiva secular, la crisis brasileña es el resultado de múltiples factores, entre ellos el legado de Lula, en la de Francisco tiene otro significado: es el más radical indicio del alejamiento de América Latina del pueblo y de la cultura católicos. ¡Es urgente reaccionar! Para el Papa y para sus voceros, hay gobiernos “populares” y gobiernos “coloniales”; la historia es historia de la salvación, es una guerra eterna entre nosotros y ellos, el bien y el mal. ¿Quizá la caída de los gobiernos “populares” no comenzó con la elección de Mauricio Macri en la Argentina? Así, bajo el papa argentino, la Argentina redescubre el destino manifiesto que su Iglesia siempre le ha asignado: el de liderar la revancha católica.

¿Qué busca la Iglesia? ¿Le interesa la fe o el poder? ¿Le importa el bien de la Argentina o solo el de sus fieles? Y entre ellos, ¿se preocupa por todos o solo por algunos? En realidad, se diría que su único objetivo parece ser preservarse. Se sabe: toda gran organización termina, con el tiempo, por ser gobernada por una lógica de autoconservación. ¿Es tan escandaloso pensar que esto se aplique también a la Iglesia, la organización más grande, compleja y antigua del mundo? Conozco la objeción: no es una empresa multinacional; sobre ella vigila el Espíritu Santo. Será. Pero incluso los más fieles se habrán preguntado qué tiene que ver el Espíritu Santo con Hugo Moyano.

*Historiador, profesor de la Universidad de Bolonia

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