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BRASIL: ALARMA LA POLÍTICA ANTI-INDIGENISTA DEL GOBIERNO DE BOLSONARO por Eric Nepomuceno*

Con-Texto | 20 agosto, 2022

El tema se volvió candente a raíz de la desaparición del indigenista Bruno Pereira y el periodista Dom Phillips

La Fundación Nacional del Indio (FUNAI) está presidida por el comisario Marcelo Xavier y responde a los intereses de los ruralistas en detrimento de los derechos de los pueblos originarios.

Cada día surgen nuevas y robustas pruebas reforzando la certeza de que desde la llegada del ultraderechista Jair Bolsonaro al sillón presidencial la situación de las poblaciones indígenas brasileñas pasó a enfrentar riesgos crecientes. Ya en sus primeras semanas de gobierno la Fundación Nacional del Indio (FUNAI) no hizo más que implementar una política que, en lugar de protegerlos, actúa radicalmente en contra de sus derechos.

A raíz de la desaparición del respetado indigenista Bruno Araújo Pereira y el igualmente reconocido periodista británico Dom Phillips las atenciones se volcaron, reforzadas, hacia la política implantada por el gobierno. Y con eso su actuación negativa salió a la luz.

Una serie de estudios llevados a cabo por el respetado Instituto de Estudios Socio-Económicos y la asociación de servidores de la FUNAI, Indigenistas Asociados, además de otros investigadores, muestran datos considerados alarmantes.

Queda comprobado que, bajo Bolsonaro, la FUNAI está perfectamente alineada a los ruralistas, en claro detrimento de los intereses y derechos de los indígenas.

De las 39 Coordinadoras Regionales de la FUNAI, solamente dos están encabezadas por servidores públicos con experiencia en el tema. Las otras 37 fueron pasadas a oficiales de las Fuerzas Armadas o de la policía.

Además del corte abrupto de recursos, la institución tiene, desde 2020, más puestos vacantes que profesionales en actividad. Y de los activos, buena parte vino de la policía y de las Fuerzas Armadas, sin experiencia en el sector.

A propósito, el presidente de la FUNAI, Marcelo Xavier, es comisario de la Policía Federal y no tiene ninguna formación relacionada al trato y a los derechos de los pueblos indígenas.

Nombrado por Bolsonaro a pocos meses de su llegada al gobierno, Xavier es señalado como el principal ejecutor de la política anti-indigenista de la FUNAI.

Luego de haber impuesto una política interna de acoso y presión a los servidores de carrera, algunos con más de dos décadas de experiencia, la FUNAI pasó a imponer obstáculos para impedir que su actuación corresponda a lo establecido por ley.

Bruno Araújo Pereira, el indigenista desaparecido desde el pasado cinco de junio, ha sido exonerado del puesto de Coordinador-General de Indígenas Aislados de la FUNAI en octubre de 2019, es decir, a diez meses del estreno de Bolsonaro en la presidencia, por haber cometido algo considerado inadmisible en estos nuevos tiempos vividos en el país: organizó y lideró una exitosa operación que expulsó mineros ilegales de la tierra indígena Yanomami en la provincia amazónica de Roraima.

Por si fuera poco, ordenó operaciones que aprehendieron la mayor cantidad de madera ilegal de la historia brasileña. Entre los involucrados por dar guarida, a base de silencio y omisión, a la actividad de los madereros ilegales estaba el entonces ministro de Medioambiente de Bolsonaro, Ricardo Salles, quien fue denunciado criminalmente.

Tal como anunció en la campaña electoral, Bolsonaro no ha demarcado “siquiera un centímetro” de nuevas áreas de reservas indígenas ya aprobadas anteriormente.

De todo lo que se destroza en velocidad alucinante bajo el actual gobierno, la actuación de la FUNAI tiene características especialmente preocupantes, una vez que más allá de los daños tremendos causados a las comunidades indígenas, sus efectos alcanzan al medioambiente.

La escasa e ineficaz presencia de contingentes de las Fuerzas Armadas en la región ni siquiera sirve de pantalla para el discurso gubernamental de “preservar nuestro patrimonio”.

En la dura realidad lo que se ve es que ese patrimonio – la floresta amazónica incluida – está en menos de invasores ilegales, pescadores ilegales, cazadores ilegales, madereros ilegales y, claro, el narcotráfico, especialmente en la región de la tríple frontera entre Brasil, Perú y Colombia.

La desaparición – y cada vez más previsible asesinato – del indigenista brasileño Bruno Pereira y del periodista británico Dom Phillips concentra las atenciones y tensiones por todas partes.

Un comentario amargo y correcto que circula entre los defensores del medioambiente y de los derechos indígenas señala que todo ese rumor y toda esa tensión se deben exclusivamente a un detalle: hay un respetado periodista británico entre las víctimas.

 De no ser por eso, sería solamente otra de tantas tragedias ocurridas gracias a la política establecida por el actual gobierno brasileño. En Página/12, Argentina, 17.06.22

………………………..

*Milton Eric Nepomuceno es un autor, periodista y traductor brasileño. Tradujo al portugués importantes autores latinoamericanos como Jorge Luis Borges, Julio Cortázar y Gabriel García Márquez, entre otros.  Sus traducciones le rindieron tres Premios Jabuti, además de otro recibido por su trabajo investigativo sobre la masacre de Eldorado dos Carajás. Publica sus artículos con regularidad en Pagina/12, Argentina, La Jornada de México, la agencia latinoamericana de noticias ALASEI  y El Clarín de Chile, entre otros medios.

 

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EDITORIAL de www.con-texto.com.ar

Con-Texto | 20 agosto, 2022

Estimados lectores de con-texto:

En los últimos días hemos oído en los medios que las autoridades de educación de la Ciudad de Buenos Aires, condicionaban a los padres a mandar a sus hijos al colegio para no perder los planes sociales.

Nadie, ni autoridades ni comunicadores mencionó la ley 1420, “Ley de Educación Común”, sancionada en 1884 por el denostado Presidente Roca. Sus artículos más importantes decían:

  • La escuela primaria tiene por único objeto favorecer y dirigir simultáneamente el desarrollo moral, intelectual y físico de todo niño de seis a catorce años de edad. …
  • La instrucción primaria, debe ser «obligatoria, gratuita, gradual y dada conforme a los preceptos de higiene”.
  • Art. 3. La obligación escolar comprende a todos los padres, tutores o encargados de los niños dentro de la edad escolar establecida en el artículo primero.

Fue una ley pionera y progresista, ejemplar en el resto de América Latina, poniendo en manos del Estado la obligación de educar para igualar, al mismo tiempo que desde ese momento responsabilizaba a los padres obligándolos a enviar a sus hijos a educarse desde los 6 hasta los 14 años.

O sea que la obligación de los padres de mandar a sus hijos a la escuela   era previa a los planes, desde la sanción de la ley en 1884.

La ley dice también:

Art –6° Castigar la falta de cumplimiento de los padres, tutores, encargados de los niños y maestros á la obligación escolar, matrícula anual, asistencia, o á cualquier otra ley ó reglamento referente á las escuelas del Distrito.

Es llamativo que quienes tienen en sus manos la responsabilidad de encabezar el Ministerio de Educación hayan pasado por alto este hecho histórico de tanta relevancia. 

El domingo 14 de agosto en un magnífico artículo publicado en el diario Clarín, el doctor Rodolfo Terragno es el único que lo menciona:

https://www.clarin.com/opinion/ley-1-420-derechos-obligaciones_0_dSitMHcN8w.html   

Decía también la ley:

Art.8. (956) La enseñanza religiosa sólo podrá ser dada en las escuelas públicas por los ministros autorizados de los diferentes cultos, a los niños de su respectiva comunión, y antes o después de clase.

Lamentablemente el 4 de junio de 1943 un gobierno militar derrocó al gobierno constitucional del presidente Castillo. Según su proclama tenía por finalidad  “acercar a los niños a la doctrina de Jesucristo” y “educar a la juventud en el respeto a Dios” y gobernó  el país bajo estado de sitio.

En un decreto ley 18.411 dispuso que  “En todas las escuelas públicas de enseñanza primaria, postprimaria, secundaria y especial, la enseñanza de la Religión Católica será impartida como materia ordinaria de los respectivos planes de estudio” (sic).

Desde ese momento, se impuso la arbitrariedad como costumbre, por qué no dejar bajo el criterio de cada uno cuál forma religiosa o ninguna, era la elegida para educar a sus hijos. Se rompía coercitivamente la igualdad que fue lo que primó cuando se sancionó la ley. Los alumnos de otros cultos tenían que salir de las aulas durante la hora de religión “católica”.

En la escuela se habían venido  impartiendo  principios morales y se educaba para que todos pudieran adquirir conocimientos y tener las mismas oportunidades. Ahora bajo el amparo tutelar de la iglesia católica, cuyo  vicio entre otros mayores es hacer proselitismo, se discriminaba.

Un conocido escritor nazi-fascista, Gustavo Martínez Zuviría ocupó el Ministerio de  Educación y fue el encargado de redactar el decreto inspirado en la encíclica del Papa pío XI. Como si fuera el imperio Romano actualizado.

La pobre ley 1420, fue vapuleada, derogada, reemplazada, a lo largo de los años. No por eso deja de ser un ejemplo del verdadero progresismo, de quienes quisieron construir un país grande con igualdad de oportunidades.

Acá estamos, con una parte de la población sin capacitación para entender un texto, por lo tanto sin poder acceder al mercado laboral.

Con dirigentes que muchas veces tampoco tienen la capacitación para el lugar que ocupan.

Así surge una pregunta: a los que cobran planes se los retiran si no mandan sus hijos al colegio.

A los que no cobran planes si no mandan sus hijos al colegio, qué les retiran.

Si no existen vacantes suficientes en escuelas públicas de cercanía qué solución se les ofrece.

Convendría leer la ley original en todos sus artículos para darse cuenta de lo que fue esa magnífica ley de educación pensada para igualar y evitar discriminaciones.

Ernestina Gamas

    Directora

 

 

 

 

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¿UNA ARGENTINA, DOS SISTEMAS ECONOMICOS? por José Armando Caro Figueroa*

Con-Texto | 20 agosto, 2022

Los estudiosos locales y extranjeros saben de la existencia de recetas teóricas en condiciones de resolver todos y cada uno de los problemas de esta agobiada Argentina. Se trate de la inflación galopante, del trabajo no registrado, del déficit comercial o fiscal, de la cobertura a jubilados y otros necesitados de ayudas, siempre hay recetas teóricas a mano, disponibles en cualquier biblioteca bien construida.

Dentro de este tipo de recetas las hay que abrevan en el pensamiento liberal, socialista, populista, anarquista, o conservador. Si usted, amable lector, se siente próximo o próxima a la derecha, no se preocupe: encontrará lo que busca y podrá satisfacer sus inquietudes. Otro tanto le sucederá a las ciudadanas y ciudadanos que admiran a Willy Brandt, a Carlos Marx, a León Trotsky o incluso al Gran Timonel.

Las dificultades comienzan cuando se trata de pensar, diseñar o gestionar las transiciones desde una economía colapsada, desde una comunidad paralizada por lo que algunos llaman empates estratégicos, hacia un Nuevo Orden Económico y Social Nacional y Federal.

Pero cuando estas transiciones deben llevarse a la práctica en contexto de graves disensiones políticas (vale decir, cuando las sociedades están agrietadas o sufren la pérdida de confianza en su clase dirigente), las dificultades se agudizan hasta extremos insospechados.

Entramos entonces en un territorio en donde los actores y las masas se mueven sin recetas, y pueden sucumbir a ilusiones como aquella que propugna que “mientras peor, mejor”; o aquella otra que dice: “Dejemos que esto estalle” y así nos será más fácil migrar hacia aquel ansiado e impreciso Nuevo Orden Económico, Social y Federal argentino.

Nuestros grandes fracasos como sociedad han sucedido cada vez (y fueron muchas) que debimos vivir y gestionar transiciones. Ocurrió, sin ir más lejos, en los años de 1970 cuando Perón y Lanusse no atinaron a acordar reglas imprescindibles.

Fijar un rumbo estratégico

El primero de los requisitos para una transición exitosa es conocer con alguna precisión el punto de llegada. Transición ¿hacia a dónde?

Centrándonos en nuestro caso, supongamos que la Argentina se propone llegar a ser una sociedad que funcione de acuerdo a lo que marcan el Preámbulo y el articulado de la Constitución Nacional[1]; demos por cierto que los argentinos aspiramos a vivir en un Estado Democrático, Social, Federal y Constitucional de Derecho.

Como es casi evidente, para alcanzar tamañas metas será necesario derrotar a la inflación; arreglar nuestra abultada deuda con los acreedores financieros (externos e internos), pero también con quienes han visto perecer sus ilusiones vitales; definir cuánto mercado es necesario y cuánto Estado es imprescindible; decidir un modo de estar en el mundo, lo que equivale a superar la improvisación para trazar líneas estratégicas y consensuadas en materia de relaciones políticas y comerciales internacionales.    

La segunda exigencia pasa por una firme apuesta por el diálogo y los consensos amplios o incluso parciales. Necesitamos que los actores políticos (gobernantes y opositores) conversen y se escuchen[2]. Hace falta que transiten el mismo camino los sindicatos, los empleadores y las organizaciones de la economía popular. O sea: Cesar con las descalificaciones y con las alarmas que llaman a combate cada vez que surge un amago de coincidencias.

Pero vayamos “a las cosas”, a los requisitos operativos de la transición que habrá de sacarnos del marasmo y situarnos en el camino de la Argentina tantas veces soñada. Señalo que la apertura de una transición de este tipo requiere, como condición preliminar, el compromiso de respetar y hacer respetar la Constitución nacional, interpretada lealmente.

Permítanme advertir que no hay en las líneas que siguen algún tipo de receta infalible; el lector que decida seguir este texto encontrará solo ideas opinables, abiertas, incluso imprecisas, pese a lo cual estimo que pueden ayudar en estas difíciles circunstancias.

Un país, dos sistemas

La idea central que quisiera esbozar aquí es esta de la Argentina a Dos Velocidades, de “un país, dos sistemas”[3]. De una Argentina que sigue funcionando según los cánones hasta aquí conocidos, mientras levantamos el nuevo edificio con las nuevas reglas, los nuevos incentivos, las nuevas instituciones.

En este escenario, los productores recibirían precios y remuneraciones siguiendo las actuales reglas monetarias y la actual fiscalidad. Pero, todos los incrementos de producción serían comercializados según las nuevas reglas cambiarias e impositivas.

En concreto, los productores y los trabajadores recibirían una parte de sus remuneraciones según el modelo anterior, y los incrementos de cantidades producidas tendrían precios de mercados desregulados, estarían sometidos a la nueva fiscalidad (claramente federal y descendente), y podrían fijarse y cancelarse en cualquiera de las monedas del nuevo modelo económico nacional y federal.

Las rentas y subsidios contributivos y no contributivos se mantendrían en su actual nominatividad, pero participarían de las mejoras que vengan de la mano de los incrementos de producción y productividad.

La transición contemplaría, desde el momento inicial, un nuevo papel de la moneda extranjera (centralmente, el dólar estadounidense) que nos acercaría a un sistema bi o pluri monetario, rodeado de las garantías jurídicas imprescindibles.

La transición hacia la nueva Argentina y el mejor futuro dependen de nuestra capacidad de multiplicar nuestra producción y nuestra productividad para comercializarla según las reglas propias de una economía de mercado.

Esta de más señalar que la salvífica multiplicación de la producción requerirá de reglas claras, de nuevos incentivos a la inversión, la innovación a la educación, a la formación profesional en todos los niveles y a la regionalización de las reglas e incentivos.

La regionalización, entendida como la necesaria perspectiva federal, ha de guiar la transición y se consolidará como uno de los ejes del nuevo modelo económico-social nacional y federal. Esta perspectiva adquirirá especial énfasis en todo lo que tiene que ver con los alimentos, la energía y la minería. Necesitamos lograr que los “desacoples” del mercado mundial, cuando resulten imprescindibles, no se hagan a costa de la rentabilidad ni de los salarios de las regiones con más altos índices de pobreza[4].

En este marco, se impone también la reconstrucción de todas las oficinas del Estado para prepararlas para las nuevas y más complejas responsabilidades (que bien describe Mariana MAZZUCATO) que desbordan centenarias tradiciones de ineficiente burocracia.

La tarea es, como puede intuirse, gigantesca. Reclama mucho diálogo, muchos consensos, mucho dejar de lado sectarismos y odios cainitas. Demanda la reconfiguración libre y autónoma del mapa político argentino. Y la construcción de nuevas coaliciones (la coalición exportadora de la que habla Pablo GERCHUNOFF, por ejemplo) donde convivan legítimos intereses sectoriales en condiciones de subordinarse al interés general.  

Se trataría, en suma, de volver a la vieja (1955) consigna: “Producir, producir, producir” (¿les suena?). 

                                                                                                                                      Salta, 26 de junio de 2022.

 

* Miembro del Club Político Argentino

 

 


[1] El llamado bloque constitucional, federal y cosmopolita contiene -con carácter vinculante- todos los elementos necesarios para construir una nación de hombres libres, una economía con pleno empleo decente, y una sociedad tendencialmente igualitaria y sin discriminaciones. Muchos de estos elementos estaban ya en la Constitución alberdiana y fueron perfeccionados y actualizados con las reformas de 1957 y 1994.

[2] La reciente reunión de la vicepresidenta de la Nación y Carlos MELCONIÁN podría interpretarse como el inicio de este sendero; tanto por las pertenencias políticas de los reunidos, como por la agenda de temas abordados a tenor de la información de prensa.

[3] Deng XIAOPING (1984). En realidad, al finalizar la imaginada transición, la Argentina tendría varios subsistemas regionales, comenzando por uno para el Norte Grande.

[4] En lo que atañe a Salta, urge un inventario de los recursos disponibles, así como de nuestro potencial en materia de energía, alimentos y combustibles. Tal inventario, liderado por la Universidad Nacional de Salta, deberá contar con la participación de los actores económicos y sociales.

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POBREZA Y SALUD, ENTRE PASADO Y FUTURO por Ignacio Katz *

Con-Texto | 20 agosto, 2022

Hace veinte años advertía en una columna de este diario sobre los límites y falencias de la entonces nueva ley de medicamentos genéricos. En plena crisis, se procuraba bajar el precio de “los remedios” como se dice popularmente, pero a costa de empobrecer la prescripción médica. El problema, brevemente, era -y sigue siendo- que nuestro sistema sanitario no ha instrumentado los medios para observar rigurosamente las condiciones que deben cumplir los medicamentos genéricos: biodisponibilidad y bioequivalencia.

Tampoco se ha reforzado la concepción del medicamento como bien social y de consumo preferente, lo cual deja abierta la posibilidad a la aparición de imitaciones de menor calidad y distinta acción clínica. Por otro lado, los precios de los medicamentos están actualmente un 35% por encima de la media latinoamericana, como se señala en una nota especial de mayo sobre el tema en este mismo diario.

La pobreza constituye el indicador más claro de la decadencia argentina. Los números que hace veinte años nos alarmaban son los mismos a los que hoy ya casi nos hemos acostumbrado. Pero la pobreza sintetiza -y simplificauna multiplicidad de factores sinérgicos y confluyentes. Ya no sólo tenemos una pobreza estructural, sino una malnutrición estructural.

En este sentido, la capacidad de defensa inmunológica frente al Covid, lo mismo que frente a otras enfermedades infecciosas, depende en gran medida de la calidad nutricional de la persona. Al margen de la discusión sobre las vacunas específicamente, éstas por definición actúan sobre el sistema inmunológico, y poco pueden hacer si éste se encuentra severamente reducido.

A más de dos años del comienzo de la pandemia, ¿qué se ha hecho para segmentar la atención de la salud de las personas -así como se propone el pago segmentado de tarifas de servicios públicos- atendiendo a las realidades específicas de las crecientes villas, por ejemplo?

 Por el contrario, existe una fragmentación que reproduce la desigualdad social en desigual atención sanitaria. Así, el acceso a medicina prepaga, obras sociales y sola atención pública, reflejan a su manera tres segmentos socioeconómicos.

Pero el empobrecimiento argentino es también institucional, moral y social general. ¿Cómo encarar entonces el futuro sin caer en el más derrotista de los diagnósticos?

Vale reparar en la advertencia de Daniel Innerarity sobre los peligros de la llamada “inteligencia anticipatoria” propia de la inteligencia artificial que pretende predecir el futuro a partir de regularidades del pasado. Si bien muestra resultados correctos en términos estadísticos, quedan los casos incorrectos que ven subsumida su individualidad a la generalidad, cayendo así en prejuicio y fatalidad.

La experiencia recogida en datos está plagada de desigualdades e injusticias que mediante estas previsiones supuestamente normativas resultan reforzadas y reproducidas, en lugar de combatidas y modificadas.

 Debemos romper con la inercia negativa del pasado y atrevernos a avanzar hacia lo desconocido innovando, si no queremos repetir sin cesar los errores del pasado. Decían Adorno y Horkheimer que la estupidez es una cicatriz producto de avanzar en la dirección equivocada, y que estas cicatrices dan lugar a deformaciones.

A la ceguera e impotencia, cuando se limitan a estancarse; a la maldad, obstinación y fanatismo, cuando desarrollan procesos de autodestrucción hacia el interior. Ambas señalan las estaciones en las que la esperanza se detuvo. Sincerémonos: no seamos estúpidos.

 

 *Doctor en Medicina (UBA)

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EL GARANTISMO, SEGÚN EL CRISTAL CON QUE SE MIRE por Loris Zanatta*

Con-Texto | 20 agosto, 2022

Es fácil erigirse en paladines del estado de derecho cuando las víctimas de los abusos son nuestros amigos, menos cuando son enemigos, o como en este caso, en lo que a mí respecta, ni lo uno ni lo otro.

Un “liberal”, sea lo que sea, siempre será “garantista”. No habría necesidad de decirlo. La “presunción de inocencia” no es una opción, sino un derecho fundamental. La absolución de un culpable, aunque irritante, será siempre preferible al encarcelamiento de un inocente.

La ley protege al individuo del abuso estatal, no es el instrumento con el que el Estado se venga o censura. Más que “liberales”, en realidad, estos principios son comunes a toda democracia, a toda “sociedad abierta”. Por eso, muchos nos horrorizamos al enterarnos de las ilegalidades cometidas por el juez Moro contra el ex presidente Lula en Brasil.

Que Lula gustara o no era irrelevante: lo importante era que la división de poderes funcionara y que la Corte Suprema velara por los derechos humanos. No había tenido un “justo proceso”, tenía que ser excarcelado, y el Estado responder por el daño causado. ¿Hubo lawfare? Sí, sus derechos habían sido violados con intención política.

¡Cómo sonó la palabra durante meses! ¡Qué inmensos ejércitos de garantistas movilizados por Lula! Entusiasmados, algunos intentaron aprovecharlo para beneficiar a Cristina Kirchner: en la oscuridad, se sabe, todos los gatos son grises. De todos modos había sido un buen día para la democracia brasileña y, yo esperaba, latinoamericana.

¿A qué edad uno deja de engañarse a sí mismo? Desde entonces ha pasado mucha agua bajo los puentes y muchas otras veces se ha puesto a prueba el “garantismo”. Dos artistas y activistas acaban de ser condenados en Cuba a cinco y nueve años de prisión por “ultraje a los símbolos de la patria, desacato y desórdenes públicos”.

Son imputaciones típicas de las dictaduras fascistas. Habían protestado contra el régimen. Son solo dos de cientos de casos. Para las organizaciones internacionales de derechos humanos, el juicio fue una farsa.

Así ha sido en la isla durante 63 años. ¡El último juicio limpio fue el que benefició a Fidel Castro por el asalto al Moncada! ¿Dónde están, qué dicen los que denunciaron el lawfare contra Lula? ¡Demasiado ocupados quejándose de la exclusión de Cuba de la Cumbre de las Américas!

Lo mismo en Nicaragua. Aún peor. Todos los líderes de la oposición están en la cárcel, incluidos cinco candidatos a las últimas elecciones presidenciales. Las organizaciones no gubernamentales que luchaban por los derechos humanos fueron clausuradas y desalojadas. “Es peor que en la época de Somoza”, denunció una anciana activista que tiene la edad suficiente para haberla vivido.

Muchas instituciones se han expresado sobre la credibilidad de los cargos, las condiciones de detención, la corrección de los juicios. El poder judicial, concluyeron, es un instrumento del régimen. ¿Que dudas cabían? ¿Dónde están, qué dicen los que denunciaron el lawfare contra Lula? ¡Demasiado ocupados, también, quejándose de la exclusión de Nicaragua de la Cumbre de las Américas!

Podría seguir con Venezuela, pero prefiero centrarme en el caso de Jeanine Áñez en Bolivia. Sí, porque es fácil erigirse en paladines del estado de derecho cuando las víctimas de los abusos son nuestros “amigos”, menos cuando son “enemigos”, o como en este caso, en lo que a mí respecta, ni lo uno ni lo otro.

Dejando de lado el mérito procesal, es cada día más evidente que Evo Morales consumó con ella una venganza política. Y que a esta venganza se ha sumado una inhumana saña carcelaria. La Unión Europea objetó y protestó.¿Dónde están, qué dicen los que denunciaron el lawfare contra Lula? ¡Demasiado ocupados quejándose junto al gobierno de Bolivia por la exclusión de Cuba, Nicaragua y Venezuela de la Cumbre de las Américas!

¿Qué decir? ¡Qué mal están las democracias latinoamericanas! ¡Qué lejos estamos todavía del ethos que ya predicaba Pericles hace 2.400 años! Incluso más lejos que la década pasada. En lugar de avanzar, han retrocedido.

Cuántos engaños e hipocresías, cuántas coartadas y dobles medidas. El garantismo es una hoja de parra, se pone o se quita, se acepta o se niega según el gobierno de turno. El estado de derecho es la luz intermitente de un coche estacionado, ahora prendida ahora apagada. ¿A quién le importa? ¿Cuánto? En esto, lamento decirlo, Argentina marcó la pauta.

Ejemplo loable en la época de la CONADEP y el juicio a las Juntas, tiró por la borda el mayor y mejor capital que había ganado a los ojos del mundo. Desde entonces, la “justicia” se ha convertido en un campo de batalla político, los “derechos humanos” en una fábrica de votos, un negocio lucrativo y un laboratorio ideológico, los “juicios” en vendettas mediáticas. Norma Morandini escribe sobre ello en sus recientes, “ruidosas memorias”, una saludable sacudida moral para las conciencias adormecidas.

Aún recuerdo, años atrás, cuando alguien se atrevió a señalar que en un estado de derecho “también los represores tienen derechos”, que “la justicia no es venganza”, que no se pueden violar los derechos humanos en nombre de los derechos humanos. ¡Ábrete cielo! ¡Cómo volvió a rugir la protesta! ¡Quieren “el “olvido”, reflotan la “teoría de los dos demonios”!

Un obispo muy importante dijo: “cuando se torturó y mató no se puede exigir a los demás que le faciliten una vida normal”. Pilatos era menos cínico y más valiente. ¡No se trataba de “vida normal”, sino de “igualdad ante la ley”, no para ellos, sino para todos.

El estado de derecho es esto. Y si no se aplica a todos, entonces era correcta la “teoría de los dos demonios”, que equiparaba la violencia del Estado con la violencia de los ciudadanos. No es lo mismo, ¿verdad? Burlarse del estado de derecho es una barbarie. Hacerlo a corriente alterna es barbarie al cuadrado.

*Loris Zanatta es historiador, profesor de Historia de la Universidad de Bolonia.

 

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REFLEXIONES SOBRE LA REPÚBLICA Y EL PORVENIR por Guillermo Lascano Quintana*

Con-Texto | 16 agosto, 2022

“Obedeciendo a una ley irrevocable, la historia niega a los contemporáneos la posibilidad de conocer en sus inicios los grandes movimientos que determina su época” Stefan Zweig “El  mundo de ayer. Memorias de un europeo”

Esta cita persigue recordar la fragilidad de nuestro conocimiento sobre lo que sucederá y la magnitud de los cambios que se avecinan o pronostican.

Acometeré los párrafos siguientes, a la antigua, sin ayuda de imágenes,  por dos razones: una porque prefiero el discurso hablado, con la ayuda de la lectura y la otra porque temo confundir a la audiencia con la superposición de  imágenes y  palabras.

Abordaré, en esta ocasión, algunos de los temas que ya analicé en un libro que escribí y se publicó en 2005. (“La Argentina ¿Ilusión perdida o nuevo desafío?”, Editorial Lumiere). Todo ello desde la perspectiva del tiempo trascurrido y los cambios sucedidos, aquí y en el mundo.

Sobre el interrogante del título: hasta ahora parecemos una ilusión perdida y el nuevo desafío sigue en ciernes.

Y por eso la cita del ilustre novelista tomada del epígrafe inicial de la novela “Los últimos días en Berlín” de Paloma Sánchez-Guernica.

Parece, pero solo parece, que estamos transitando los inicios de una nueva época en nuestro país y tal vez en buena parte del globo terráqueo. Todo lo que se puede hacer son conjeturas y suposiciones.

El deterioro de la gestión gubernamental, en nuestro país, con sus pésimos resultados y las perspectivas probables, anuncian un cambio, pero el camino hasta él es arduo y el futuro complicado, no sólo por factores internos; también por el panorama internacional.

En lo interno por la fragilidad del gobierno que no se sabe con certeza quién lo ejerce y el desconcierto de la oposición, que en lugar de aclarar oscurece, con mensajes contradictorios entre fuerzas afines.

La guerra entre Rusia y Ucrania suma a su brutalidad, efectos desestabilizadores de orden económico, estratégico y político.

Como dije en la introducción a aquel trabajo “Dentro de la clave política se pone énfasis… en el régimen jurídico formalmente vigente, cuya norma, fundamental es la Constitución Nacional. Pero, además, porque las leyes en sentido amplio, esto es todas las normas jurídicas, son mandatos obligatorios, es decir órdenes que deben cumplirse y por ello, en ese sentido, se considera al derecho – disciplina que analiza las leyes- un técnica de gobierno. En nuestro régimen constitucional, el gobierno emplea las leyes para regular, modelar y sancionar las conductas de los gobernados. Con una nota diferencial, trascendente, respecto de otros  regímenes, tanto pasados como presentes: los gobernantes también están sometidos a las obligaciones que imponen las normas jurídicas.”

En consecuencia el respeto, sin concesiones, a las leyes, es el fundamento del régimen político, social y económico de cualquier país. Lo que, lamentablemente no sucede en el nuestro.

Ha pasado mucho tiempo desde que escribí aquello, las circunstancias han cambiado –dramáticamente- , el futuro se presenta incierto y nuestro país ha continuado con la deriva impuesta, a mi juicio, por el gobierno instalado en 2003.

Veamos entonces cuanto de república tiene nuestra práctica política y si la vida cotidiana  presenta las características que prevé la organización constitucional.

Lo primero que luce evidente es que la república democrática está gravemente cuestionada, a pesar de la invocación en contrario que hacen muchas entidades y algunos dirigentes. Y está cuestionada o ignorada no solo por los ciudadanos; también por corporaciones tales como sindicatos, organizaciones de empresarios y conglomerados sociales, que además, pretenden torcer por métodos ilegítimos, la vigencia del orden legal. Y también por los mismos gobernantes, lo que es mucho más grave e insólito

Estos conglomerados han proliferado y se comportan de un modo violatorio del artículo 22 de la Constitución que establece que el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes, es decir por las autoridades elegidas.

Las manifestaciones públicas en lugares comunes para todos los ciudadanos son una mala costumbre, que paraliza la actividad cotidiana y genera zozobra y descontrol. Están penalizadas, pero las autoridades, que les temen, no las impiden y tampoco se animan a disolverlas, porque, en algunos casos, cuentan con apoyo y conformidad de sectores poderosos.

Han aparecido, además algunas ideas sobre democracia directa que hay que considerar con cuidado porque encierran graves riesgos de desmadres y anarquía.

Esta cuestión se está debatiendo en tiempos recientes por la difusión prácticamente universal de Internet. Pero el tema tiene que ser analizado con cuidado, sin apresuramientos y teniendo en cuenta que la historia prueba que la práctica de la democracia directa es de difícil e inconveniente ejercicio en lo cotidiano de la labor legislativa, que exige mucho más que la ciega adhesión a una tarea de por si compleja. El referendum solo se justifica para temas puntuales donde la respuesta es el sí o el no.

En nuestra región, en América, además, se está presentando una realidad de pronóstico incierto: el acceso a los gobiernos de algunas naciones, de líderes que no provienen de sectores partidarios de las democracias republicanas y que amenazan trastocar la libertad como nervio motor del crecimiento, la paz y la prosperidad. Chile y en Colombia son ejemplos claros, pero hay algunos otros países con atisbos semejantes.

A ello se suman los casos de Cuba, Nicaragua y Venezuela en donde el sufragio se asemeja más que a una elección razonada y libre, a una imposición digitada. Ello sin considerar la violación sistemática y constante de las libertades. 

Esta brevísima referencia al primero de los temas en tratamiento, la república, me da pie  para ligarla con el rol de los partidos políticos que parecen haberse extinguido a la antigua usanza.

Algunos aún recordamos, seguramente, el papel de los partidos políticos tradicionales: radicales, conservadores, socialistas, comunistas y otros, como los justicialistas y los laboristas. Recordamos, también, su presencia y actuación en locales diseminados por todos los barrios de las capitales de la nación y las provincias y en muchos pueblos del interior, en los que se reunían los afiliados y simpatizantes de todas las edades, conversaban, se dictaban cursos y conferencias y había bibliotecas. Muchos de ellos tenían sedes importantes – algunas subsisten-, editaban periódicos y lo más trascendente, a mi juicio, era que generaban ideales, compromisos y propósitos entre los que militaban y también entre aquellos que solo simpatizaban. Y además formulaban planes de gobierno.

Hoy con, algunas excepciones, esas organizaciones, con tales cometidos y costumbres, han desaparecido y con ello la ligazón barrial o ciudadana que generaban y los compromisos de amistad, respeto y confianza que unían a simpatizantes y dirigentes.

Se prefieren las reuniones a puertas cerradas y una tendencia a la exhibición pública, por televisión y otros medios digitales, de individuos que pretenden ser candidatos, en general, sin aportar ideas y limitarse a criticar y exponer sobre abstracciones, con el único propósito de aprontarse para las elecciones, sin importar el tiempo que falte para su realización.

Hay, para ser justos, algunas excepciones, que no nombro para evitar omisiones involuntarias. Pero si señalo que se han constituido algunas organizaciones que estudian las cuestiones más trascendentes que asuelan a la nación y proponen cursos de acción para su gobernabilidad. Tienen inteligencia, experiencia y talento. Solo falta que difundan sus ideas y propuestas. Ello generará, descuento, la discusión pública de las propuestas que enriquecerán el pobre discurso político que ha caracterizado los últimos tiempos.

Tal vez la ausencia de partidos políticos  se deba al  acceso que tiene la ciudadanía a los medios audiovisuales, como la televisión y las redes sociales, que comunican de manera permanente y simultánea los acontecimientos que antes llegaban con retraso o exigían la presencia de quienes estuviesen interesados.

Sin embargo, tengo la sensación, de que no es lo mismo. La opinión pública, aún la interesada y parte de los espacios a los que me referí, se ve sometida  a comentarios, opiniones, discusiones, que no dejan margen para la asimilación y reflexión y ello, además por la vía de aquellos medios, impide o dificulta el análisis con contrapartes.

Han proliferado, reemplazando a los partidos, en algunos casos, completamente, los “espacios”, que a veces asumen las formas de partidos y otras veces son simples agrupaciones sin estructuras, con liderazgos espontáneos y simpatizantes circunstanciales.

Estos espacios asumen formas y comportamientos diferentes y albergan, en algunos casos, partidos políticos a la vieja usanza y personalidades individuales que utilizan los medios audiovisuales señalados, de un modo abrumador.

A lo que se agrega que por la necesidad de prevalecer ante el público, muchos comentaristas confunden en vez de aclarar, dicen tonterías y obviedades, que, en general, son inconsistentes o innecesarias. Todos los involucrados,  gobernantes, políticos, intelectuales, analistas, filósofos y simples comentaristas, tienen a su disposición y utilizan con entusiasmo, los medios audiovisuales, que en vez de aclarar, en muchas ocasiones, oscurecen.

Giovanni Sartori, hace ya varios años, alertó sobre ese fenómeno en palabras que no incluían algunas innovaciones más recientes, como el teléfono celular, señalando “que el video está  transformando al hommo sapiens, producto de la cultura escrita, en un hommo videns, para lo cual la palabra está destronada, por la imagen”. (Hommo videns. “La sociedad teledirigida”. Editorial Taurus). La imagen es estática, dificulta o impide la reflexión y soslaya el análisis racional.

En palabras del ilustre profesor italiano la sociedad de estos tiempos está teledirigida. Esto quiere decir que el gran público, solo se entera de los acontecimientos, ideas y propuestas políticas, por vía de la televisión o el whatsapp, en un cúmulo de información que influye en su pensamiento casi sin elaboración.

Esto no es necesariamente disolvente del régimen republicano, pero el descrédito por el que atraviesa la república y la actividad política es no solo local, sino que se ha extendido sobre buena parte de las naciones del mundo

Pero además la violación de las leyes en que incurren muchos de los principales actores de la política, la actividad económica y la sindical y hasta jueces, funcionarios de jerarquía y fuerzas de seguridad, conforman una situación muy grave.

Pero volvamos a los partidos políticos.

Nuestro sistema electoral requiere, en teoría, la existencia de partidos políticos que elaboren propuestas capaces de aglutinar voluntades que superen lo puramente individual. Para ello, aún con la aparición y consolidación de los espacios y aglomeraciones, siguen siendo, a mi juicio, mecanismos útiles para recoger iniciativas o reclamos ciudadanos. Pero es menester que el régimen electoral  funcione correctamente, para lo cual tiene que haber partidos políticos con planes y propuestas y leyes electorales que respondan a su cometido principal, que es difundir sus ideas y candidatos, que deberán surgir de métodos consentidos, de modo de representar, auténticamente, la voluntad de la ciudadanía, con las limitaciones que cualquier el sistema implica.

Por ello es tan trascendente que los partidos políticos recobren el papel que desempeñaron, para asegurar una democracia plena y moderna que contrarreste o mitigue la catarata de charlatanería que proviene del rol de la televisión y los medios audiovisuales. Debe señalarse que la falta de partidos políticos y su reemplazo por otras agrupaciones sin las características de aquellos, no es un fenómeno local. Se repite en varias otras naciones, lo que implica una extrema volatilidad en sus cometidos.

Hay, además, una cuestión singular por lo insólita: los diputados y senadores son personas casi desconocidas salvo un grupo relativamente pequeño que se destaca, principalmente,  por su aparición en la radio, la televisión y los medios.  (“hommo videns”) Muy pocos de ellos tienen reconocimientos distintos de su posicionamiento en la Cámaras, lo que es auspicioso, pero insuficiente para afirmar que representan a quienes los votaron o tienen la capacidad necesaria para ello. La interacción de los candidatos, en los partidos  y con la gente, si bien es más dificultosa que la ofrecida por los medios señalados, es mucho más efectiva si lo que se busca es el compromiso ciudadano con los partidos políticos.

La ausencia de estructuras jurídicas en aquellos espacios, conspira contra la imprescindible unidad de criterios públicos y la necesidad de tener una voz que aglutine el mensaje del conglomerado que, muchas veces aparece “representado” por voces discordantes.

No es que sean negativas las voces discordantes en un partido político, pero hay momentos cruciales en los que el mensaje tiene que ser unívoco.

Todos ustedes recordarán que la última vez que fue elegida Angela Merkel, su partido, el Demócrata Cristiano, hizo un pacto escrito con otros partidos (Partido Verde y Socialista), con sus propuestas y distribuyeron los cargos ministeriales. Algo similar sucedió recientemente con la renovación sucedida en Alemania en la última elección de jefe de gobierno. Esto importa la certeza de que las propuestas electorales serán cumplidas.

En nuestra realidad desde hace ya muchos años, causando o acompañando la fragilidad de nuestro sistema político, los partidos, sus líderes y sus equipos, no han sabido  o no han podido encauzar las sabias previsiones de la Constitución de 1853 y tampoco las resultantes de la reforma de 1994.

Pero regresemos al comienzo y hablemos de nuestra república, que todos sabemos que en latín es la cosa pública (res publica).

Todos los integrantes de este Instituto y de la Academia del que forma parte, conocen el sentido y la historia de la evolución de lo que hoy es la Nación Argentina, de modo que no abundaré en citas bibliográficas, pero señalaré lo que, a mi juicio, es significativo para nosotros, sus habitantes, en la actual dramática coyuntura de nuestra historia.

Herederos de un Imperio en donde no se ponía el sol, la parte de América que ocupamos  nosotros, entre varias naciones hermanas,  demoró varias décadas, desde su independencia, para dictarse una constitución y algunas más para consolidar la organización nacional.

Aún hoy se generan discusiones sobre el sistema federal que se instituyó en nuestro país y se proponen métodos para mejorarlo y aún modificarlo.

Hay, por supuesto, situaciones que merecen alguna reflexión y hasta eventuales modificaciones, como son la extensión de la provincia de Buenos Aires y el régimen de coparticipación de impuestos. Dos temas álgidos, que generan distorsiones y enfrentamientos. Pero dejaremos eso para quienes se han dedicado a analizar la cuestión y han hecho algunas propuestas (Esteban Bullrich, Enrique Morad, y Jorge Colina ”Una Buenos Aires para renovar el pacto de unión nacional”)

En el extenso período que va desde 1853 hasta hoy, han sido más y más intensos los tiempos en que la república funcionó renga o no funcionó en absoluto. Sobre todo en el estricto y pleno respeto de las formas y el fondo de la arquitectura y el contenido de los preceptos de la Constitución. Pero no me referiré a ello pues desde 1983, con las dificultades que hemos tenido en tan prologando período y con algunas situaciones rayanas en la ilegalidad, hemos logrado un respeto formal de sus preceptos.

Mención especial merece el funcionamiento del Poder Judicial, tanto federal, como provincial o local.

Son muchas las causas del descrédito de uno de los pilares, tal vez el más importante, de la república: el poder judicial. Tanto más grave y significativa por la pérdida de respeto hacia quienes tienen  la noble  y capital función de hacer cumplir el propósito esencial de la leyes, como se decía en la antigua Roma, siguiendo a Ulpiano, que es “honeste vivere, alterum non laedere, suum cuique tribuere” lo que significa: vivir honestamente, no dañar a otro y dar a cada uno lo que le corresponde.

No abordaré este tópico, tan importante y trascendente, por dos motivos: el primero pues la sociedad toda parece haber advertido que sin jueces honestos y competentes no hay destino civilizado y porque es muy reciente la reforma del Consejo de la Magistratura, cuya existencia fuera avasallada por una ley inicua, finalmente declarada inconstitucional por la Corte Suprema de Justicia.

No es mi propósito, ni el sentido de esta reflexión, que hago ante ustedes, extenderme sobre la historia de nuestra nación. El presente y nuestro porvenir son suficientemente preocupantes para abordarlos sin dilación.

Lo que me intriga y sorprende a mí, a muchos  extranjeros y a algunos conciudadanos, es que con los desaguisados que cometen los gobernantes, acompañados por muchas personas y entidades representativas de sectores o intereses, no estemos peor de lo que estamos.

Con un casi 40 % de pobres, y casi 10 % de indigentes (ello según los últimos informes difundidos) inseguridad creciente, educación declinante, inflación galopante, fronteras débiles, por citar solo algunos de los males que padecemos,  deberíamos estar cercanos a una catástrofe. Pero no lo estamos o al menos no lo parece.

A ello se agrega un desmadre gubernamental y operativo en decisiones trascendentales sobre cuestiones políticas, económicas y estratégicas, pocas veces sufrido en nuestra historia reciente; pero como acabo de señalar el caos generalizado que se asoma no parece concretarse.

Para encontrar una razón de por qué no hemos estallado, permítanme una reflexión.

¿Qué subsiste de antiguas grandezas argentinas?

Tierra de promisión, que entre 1890 y 1920 acogió cerca de 6.000.000 millones de migrantes de casi todo el planeta, de los cuales se quedaron, para siempre, más de la mitad (Mauricio Rojas. “Argentina. Breve historia de un largo fracaso”). Aún después de ese aluvión y como consecuencia de guerras y hambrunas, en el mundo, siguieron viniendo muchos más. Hoy mismo viven, estudian y trabajan, en nuestro país, miles de venezolanos, colombianos, paraguayos, chilenos y peruanos, entre otras nacionalidades. Y los gobiernos se ocuparon y se ocupan de educarlos, primero en las escuelas y luego en las universidades y de brindarles hospitales gratuitos.

Sigue habiendo un clase media, disminuida pero no rendida, que ejerce el comercio, estudia en escuelas y universidades, trabaja en diversas profesiones, es industrial, chacarera o estanciera, propietaria de transportes de personas y animales, que produce alimentos, trabaja en o es dueña de pequeños comercios, se incorpora a las fuerzas policiales y militares, ejerce la medicina, la enfermería, la enseñanza y muchos de ellos las artes. Y esto se advierte en toda la geografía del país.

Existen instituciones religiosas que además de profesar sus creencias y cumplir con sus ritos, ayudan a los necesitados de alimento, ropa y alojamiento. Ello, además de otras entidades privadas que brindan similares ayudas. Los hospitales son públicos y gratuitos. Funcionan regular pero funcionan, como se vio durante la pandemia, sobre todo por el esfuerzo de médicos y enfermeros.

Tal vez omita algunos meritos, pero los señalados son suficientes para saber que no todo está perdido y que no nos dirigimos a la extinción como nación.

Deberíamos imitar a quienes idearon, promovieron y lucharon por esa Argentina que fue ejemplar en la educación de su pueblo, que impuso la democracia plena, tuvo una política exterior sensata y coherente, defendió su territorio con el servicio militar y estuvo en paz con sus vecinos.

La mediocridad que parece haberse adueñado de parte de la ciudadanía y que es ensalzada por algunos ignorantes e incompetentes, se contrapone con la calidad, internacionalmente reconocida, de algunas de nuestras universidades y centros de salud e investigación científica. Lo  mismo pasa con los adelantos e innovaciones en maquinarias y otros rubros destinados a la producción agrícola y ganadera y a la cibernética. Algunos “unicornios” nacieron en nuestro país y se destacan en el mundo.

Es cierto que la educación, sobre todo la pública, ha disminuido en su calidad y que la formación de los docentes no tiene los parámetros de antaño, con el agravante de las dificultades que impuso, la pandemia. Pero sigue habiendo bolsones de estudio, investigación, difusión e intercambio con centros internacionales que compensan la declinación. Y la escuela sigue siendo el primer eslabón de la cadena de mejoramiento ciudadano.

Sin embargo la conversación cotidiana, las notas de los periódicos, muchas conferencias y cursos que se dictan diariamente e incontables ensayos, insisten en la declinación como destino ineluctable de lo que una vez fue grande y ejemplar.

No se crea que me conformo con la mediocridad y declinación que acabo de describir. Todo lo contrario.

Entonces, apelando a la infatigable voluntad de nuestros ciudadanos y al coraje de los fundadores y forjadores de la nación, debemos recobrar los atributos de entonces: convicciones políticas y sociales, compromiso y decisión de luchar hasta el último aliento para ofrecer esta tierra de promisión a todos los hombres del mundo.

Y para cumplir con ese cometido se hace imprescindible decir verdades que se han ocultado y proceder a desarmar el discurso basado en que la república democrática está en vías de extinción.

Abogo porque renazcan los espíritus que hicieron grande a nuestra patria. Me limito a señalar que la destrucción de su entramado humano, el combate a la excelencia y al esfuerzo, pueden cesar en cuanto recuperemos los valores de nuestra sociedad y desechemos, para siempre la dádiva, las consignas estériles, el reparto sin merito de responsabilidades gubernamentales y de favores, a los que nos han acostumbrado muchos políticos, gremialistas, empresarios y sus filibusteros.

Así como en los 90 se anunció el fin de la historia mundial que habíamos conocido, de enfrentamientos y hostilidades políticas y militares, hoy se anuncian convulsiones sociales, cambios de conductas y un futuro incierto. Especialmente se pone énfasis en la casi extinción de las clases medias, la explosión de las clases pobres, la concentración de la riqueza en pocas manos, una globalización centrada en las comunicaciones inmediatas.

Esta mirada merece algunas reflexiones finales en concordancia con lo hasta aquí expuesto.

Si analizamos la historia de las naciones, no hay período que no haya sido consecuencia de crisis, enfrentamientos raciales, religiosos, apetencias territoriales por razones económicas, militares y hasta por necesidades de subsistencia de los invasores. La paz perpetua no existe.

El mundo occidental, cuya historia conocemos desde hace varias centurias, que nació con las derrota de los invasores orientales, se consolidó con enormes pérdidas de vidas humanas y desde entonces generó increíbles  adelantos pero también regresiones en términos de convivencia. Nada nuevo bajo el sol.

Los estudiosos de la historia y las ciencias sociales, que ahora pronostican lo que sucederá, lo hacen sobre conjeturas, muchas de ellas basadas en estadísticas, análisis económicos, comportamientos presentes o del pasado reciente, con opiniones respecto del comportamiento humano, lo que es imprevisible como lo prueba la experiencia.

La globalización, los descubrimientos científicos, los adelantos en materia espacial y cibernética suceden mientras una gran cantidad de seres humanos sufren guerras, aunque mucho menos que las ocurridas en toda la historia de la humanidad. Y desde la revolución industrial el hambre en el mundo decreció de manera sorprendente. Es cierto que hay nuevas formas de pobreza, pero también nuevos métodos de distribución de la riqueza, el trabajo, la medicina, los estudios y las comunicaciones.

No es razonable ni previsible que la República Argentina, que fue grande y ejemplar, esté destinada al fracaso y la desaparición. Hemos superado situaciones mucho más graves y dolorosas que las que estamos atravesando.

Y finalmente el futuro depende de nosotros. Porque en frase atribuida a Edmund Burke “lo único que es necesario para qué el mal triunfe es que los hombres buenos no hagan nada”. Y los buenos, que somos más que los malos, estamos tomado conciencia de nuestras responsabilidades y actuando en consecuencia.

Hace pocos días, en ocasión de una conferencia que pronunció, el distinguido intelectual Oscar Muiño, mediante la virtualidad que brindó el Club del Progreso, a una pregunta sobre qué hacer para enfrentar el complicado presente político argentino, contestó que habría que repetir lo que hizo el Club cuando se fundó, esto es un acuerdo entre Mitre, Rosas y Urquiza, que significó el comienzo de una etapa que, con dificultades y enfrentamientos, inició un orden y crecimiento sin precedentes.

*El autor es abogado y miembro del Instituto de Filosofía Política e Historia de los Partidos Políticos de la Academia de Ciencias Morales y Políticas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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