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EL HORIZONTE DEL GRADUALISMO por Alberto Medina Méndez

| 28 enero, 2018

 

La discusión política acerca de la celeridad de las reformas parece absolutamente interminable. La sociedad sigue analizando si estas deberían hacerse con mayor velocidad o el ritmo seleccionado es el adecuado.

 El oficialismo y sus seguidores más lineales sostienen que hacen lo que pueden, que su dinámica es la única políticamente posible, que avanzan en algunos pocos temas y solo bajo ese esquema que han implementado.

 Los que gobiernan dicen que si marcharan con mayor rapidez tendrían que pagar enormes costos sociales porque las transformaciones que solicitan los más ortodoxos implican drásticos recortes que son inviables hoy en día.

 Defienden la estrategia que han elegido aduciendo que recibieron el país en llamas y que lentamente están saliendo de situaciones muy extremas, gracias a su férrea capacidad de dar pasos cortos pero consistentes.

 Recuerdan que no disponen de mayorías parlamentarias propias como para llevar adelante las políticas que desearían y que siempre deben negociar la gobernabilidad con otros partidos políticos, con todo lo que eso implica.

 Entienden que el cambio se ha iniciado porque han instrumentado modificaciones en las formas, con una estética política diferenciadora tratando de dejar atrás los patéticos estilos autoritarios del pasado reciente.

 Del otro lado del mostrador son demasiados los que afirman que se podría hacer muchísimo más, que al gobierno le falta el coraje imprescindible para encarar lo que resulta imperiosamente necesario, haciendo lo correcto.

 Desde estos espacios se plantea que quienes lideran el gobierno, detrás de un discurso aparentemente sensato, priorizan siempre lo electoral por sobre todas las cosas, con el fin último de evitar costos políticos y no sociales.

 El supuesto costo social que se pretende esquivar se termina pagando igualmente con inflación, endeudamiento, falta de empleo y una carga tributaria indefendible que inexorablemente financian los más débiles.

 Eliminar el endémico déficit fiscal, disminuir el tamaño de un Estado dilapidador, derogar miles de regulaciones inservibles, desarticular la corrupción estructural, reformar todos los ineficaces sistemas estatales vigentes es solo  una parte de esa enorme agenda que siempre abruma.

 Dilatar estas cuestiones que requieren solución inmediata no puede ser una opción. No se trata de lo políticamente posible, sino de lo moralmente inaceptable. Millones de personas padecen las consecuencias de estas nefastas políticas con las que se convive, con matices, desde hace décadas.

 Son eternos los debates al respecto. Se pueden verificar tanto en los medios de comunicación tradicionales como en todo tipo de redes sociales y hasta en las charlas típicas de familia o de café entre amigos.

 En realidad, el problema es que se decide ignorar una variable demasiado relevante en esta disputa, que tiene que ver con el horizonte de referencia, con una vital variable que se oculta deliberadamente. Se trata del “tiempo”.

 Ir un poco más rápido o algo más despacio podría ser un debate totalmente irrelevante sino fuera porque la concepción de unos y otros también difiere respecto del plazo que se dispone para alcanzar el objetivo compartido.

 Para los que ahora gobiernan, no hay apuro, porque el camino es suficientemente largo y entonces no existe urgencia alguna para evaluar decisiones y calibrar la ejecución de cada uno de los proyectos en marcha.

 Los más exigentes afirman que apostar todo el futuro de la nación a una dinámica azarosa es muy peligroso. Cualquier suceso circunstancial local o internacional, podría tirar por la borda lo poco que se ha hecho hasta ahora.

 Arriesgarse a tener suerte es jugar con fuego. Si este experimento político y económico sale mal, se habrá empujado, definitivamente, a la sociedad a los brazos de un nuevo populismo de un modo tan burdo como suicida.

 Más allá de la coyuntura y de la eventual ocurrencia un tropiezo externo de cualquier característica, lo cierto es que no se dispone de un período infinito e inagotable, como muchos imaginan y vaticinan como profetas.

 El dilema de tomar el camino de la opción gradualista o girar hacia la búsqueda de políticas más enérgicas tendría sentido si se dispusiera efectivamente de todo el tiempo del mundo. Pero eso es una falacia.

 Se está perdiendo una oportunidad preciosa con esta ridícula polémica que olvida aspectos esenciales y trascendentes. Los intercambios insólitos que se potencian entre sí terminan alejando la chance de encontrar un norte.

 La verdadera discusión política debería pasar por como hacer las transformaciones con la mayor prontitud posible. A estas alturas, la dialéctica tendría que ser eminentemente técnica, intentando hurgar en los mecanismos más eficientes para lograr resultados en un lapso record.

 Sería saludable poner un esfuerzo superior en construir consensos para lograr cambios con mayúsculas y no solo para implementar estos frívolos parches que no resuelven nada postergando los problemas indefinidamente.

 Es hora de correr el eje de la controversia de fondo. Los amantes incondicionales del gradualismo creen, en su ingenuo optimismo, que la buena fortuna  los acompañará en este proceso y eso no es muy realista.

 En vez de consumir energías en estériles deliberaciones, hay que trabajar duro analizando políticas públicas que se aplicaron con éxito en otras latitudes, esas que permitieron hacer modificaciones sustentables sin las brutales consecuencias que imaginan los eternos defensores del status quo.

  

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013

 

 

 

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A TREINTA Y CUATRO AÑOS DEL COMIENZO DE LA DEMOCRACIA por Dr. José Bielicki* 

| 20 enero, 2018

El 10 de diciembre de 1983 finalizaba la dictadura criminal que oscureció la vida de los argentinos. No es fácil comprender, para las nuevas generaciones, cuán complejo era ese instante para una sociedad castigada y oprimida con un resultado sombrío para quienes asumían la conducción del gobierno y, en particular, para el Presidente de la República. Los antecedentes de otros gobiernos surgidos después de situaciones iguales (de facto) fruto de golpes militares, son incomparables con lo recibidos en aquel año. Delitos increíbles con desaparecidos asesinados, aislamiento internacional, pesada deuda externa, deuda social grave, conflicto al borde de la guerra con Chile, y tantos que significaban una pesada y casi imposible situación.

Allí, ese día, en el estrado, estaba ese hombre que abría una esperanza para comenzar la reparación anhelada. Su palabra y compromiso eran sagrados para llevar adelante la tarea de recuperar la paz, pero con la sanción que se debía imponer a los responsables del desquicio intencional producido. Alfonsín, frente a quienes creían que el camino era el olvido y el reconocimiento de la “autoamnistía” que pretendieron darse los que gobernaron el país hasta ese día, con la lucidez de un gran estadista, comprendió que no habría seguridad democrática si los delitos no tenían sanción. La postura contraria la encarnaba el candidato justicialista Italo Luder, quien aceptaba la solución con el olvido que dejaban los militares del proceso.

Hoy, a 34 años y unos pocos días de aquel 10 de diciembre, recuerdo aquella mañana: ese hombre estaba allí, exponiendo su discurso a la Nación, yo estaba a pocos metros en mi banca, con los otros consagrados para acompañar la epopeya que se abría. Eramos los albañiles para sostener la valentía del que había logrado superar, con el apoyo del pueblo, lo que parecía imposible: ganarle al candidato de la fuerza política hegemónica. Allí vale la pena recordar un hecho singular y único, el ofrecimiento del Presidente triunfante a quien había derrotado nada menos que la Presidencia de la Suprema Corte de Justicia. Italo Luder la rechazó. ¡Qué ejemplo y cuánto valor pudo tener el perdedor, controlaba desde otro poder al ganador!

Nuestra emoción y alegría era la expresión acompañada por quienes tuvieron el privilegio de ocupar los palcos y las galerías de la Cámara de Diputados, pero también de las multitudes que rodeaban el Congreso de la Nación. Era la esperanza que renacía y nosotros, los legisladores radicales y peronistas, sentíamos el valor de la recuperación.

Han transcurrido más de tres décadas, el balance es positivo. Podemos hoy sentirnos orgullosos de todo lo actuado. La historia no recogerá a los albañiles, pero cada uno sabe que cuando nos tocó la responsabilidad de cumplir con nuestro juramento, lo hicimos y acompañamos a uno de los grandes. La tarea fue recuperar la vida frente a la muerte y la decadencia. Y no fue fácil.

Debemos recordarla día a día para no caer en gobiernos hegemónicos y corruptos como el que nos tocó vivir hasta hace dos años.

*diputado nacional (mc)

josebielicki@yahoo.com.ar

 

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ABANDONANDO LA DIPLOMACIA, ROBERTO SAVIO HABLA DEL MIEDO COMO INSTRUMENTO DE PODER por Roberto Savio*

| 20 enero, 2018

Esta columna de Roberto Savio es una adaptación de su presentación en el panel sobre migraciones y solidaridad humana, “un desafío y una oportunidad para Europa, Medio Oriente y África del Norte”, realizado el 14 de diciembre en el Centro de Ginebra para el Avance de los Derechos Humanos y el Diálogo Global. 

 

ROMA, Dic 2017 (IPS) Para empezar mi agradecimiento a Hanif Hassan Ali Al Kassim y al embajador Idriss Jazairy, quienes encabezan el Centro para el Avance de los Derechos Humanos y el Diálogo Global, por organizar este panel de discusión en un momento crítico de la historia. El Centro es uno de los pocos actores que trabajan por la paz y la cooperación entre el mundo árabe y Europa. Como representante de la sociedad civil, creo que será más significativo que hable sin las limitantes de la diplomacia y que haga reflexiones francas y sin trabas.

El mal uso de la religión, del populismo y de la xenofobia es una triste realidad, que no se atiende más, sino que se observa con hipocresía y sin una denuncia directa.

Recién ahora los británicos se dan cuenta de que votaron el brexit a partir de una campaña de mentiras. Pero nadie increpó públicamente a Johnson y Farage, los líderes del brexit, después de que Gran Bretaña aceptara pagar, como uno de los muchos costos del divorcio, por lo menos 45.000 millones de euros, en vez de ahorrarse 20.000 millones, como sostenían sus promotores. Y hay pocos análisis sobre por qué el comportamiento político es cada vez más un mero cálculo, sin ninguna preocupación por la verdad ni por el bien del país.

El presidente estadounidense Donald Trump puede ser un buen caso de estudio sobre las relaciones entre política y populismo. Hace unos días, Estados Unidos declaró que se retiraba del Pacto Mundial sobre Migración de la ONU (Organización de las Naciones Unidas). Eso no tiene nada que ver con intereses ni con la identidad de Estados Unidos, un país de inmigrantes. Sino con el hecho de que esa decisión es popular entre los sectores de la población estadounidense que votaron a Trump, como los evangélicos.

Tengo aquí el mensaje que difundieron tras la declaración de Jerusalén como capital de Israel. Esto es lo que dice la Biblia. Si recreamos el mundo creado en ella, Jesus retornará por segunda vez a la Tierra y solo los justos serán recompensados. Y por ello creen que Trump acerca al mundo al regreso de Cristo y, por lo tanto, actúan por el bien de sus creencias.

Los evangélicos son cerca de 30 millones de personas y creen firmemente que cuando Jesús retorne por segunda vez, solo los reconocerá a ellos como los creyentes que están en el camino correcto.

Trump no es evangélico ni ha demostrado interés en la religión. Pero como cada una de sus acciones, es coherente con la visión de su campaña de reunir a todas las personas insatisfechas que lo catapultaron a la Casa Blanca. Todo lo que hace, no es en interés del mundo o de Estados Unidos, solo se concentra en mantener el apoyo de sus electores, quienes no vienen de grandes ciudades ni de la academia ni de los medios ni de Silicon Valley.

Proceden principalmente de sectores empobrecidos y desinformados, que se sienten marginados de la globalización. Creen que los beneficios quedaron en la élite, en las grandes ciudades y en unos pocos ganadores y creen que hay un complot internacional para humillar a Estados Unidos. De ahí que el cambio climático sea para ellos y para Trump un cuento chino. En su primer año, Trump podría bien reunir 32 por ciento de aprobación, la más baja para un presidente de Estados Unidos. Pero 92 por ciento de sus votantes lo reelegirían. Y como solo votan 50 por ciento de los estadounidenses, Trump puede ignorar con comodidad a la opinión pública general. No es este el espacio para profundizar en las tendencias políticas estadounidenses. Pero Trump es un perfecto ejemplo de por qué un gran número de europeos, o incluso de países como Polonia, Hungría y República Checa, ignoran las decisiones de la Unión Europea en materia de migraciones, y por qué crecen el populismo, la xenofobia y el nacionalismo en todas partes.

El miedo se convirtió en el instrumento para llegar al poder.

Los historiadores concuerdan en que los dos motores del cambio en la historia son la codicia y el miedo.

Bueno, nos entrenaron desde el colapso del comunismo a considerar a la codicia como un valor positivo. Los mercados (no los hombres ni las ideas) se convirtieron en el nuevo paradigma. Los Estados se convirtieron en un obstáculo para el libre mercado.

La globalización, solía decirse, pondrá a todos de pie y beneficiará a todos. Pero los mercados sin reglas resultaron autodestructivos y no todos quedaron de pie, sino que los más  ricos quedaron mejor. El proceso fue tan rápido que, hace 10 años, las 528 personas más ricas concentraban la misma riqueza que 2.300 millones de personas. Este año, se transformaron en ocho, y ese número probablemente se achique pronto. Las estadísticas son claras, y la globalización basada en el libre mercado pierde parte de su brillo.

Mientras, perdimos muchos códigos de comunicación. En el debate político ya no se hace referencia a la justicia social, la solidaridad, la participación, la igualdad, los valores en las constituciones modernas, sobre las cuales construimos las relaciones internacionales. Ahora, los códigos son competencia, éxito, beneficio y logros individuales.

En mis conferencias universitarias, me aterra ver una generación materialista, a la que no le interesa votar ni cambiar el mundo. Y la distancia entre los ciudadanos y las instituciones políticas aumenta cada día. Las únicas voces que nos recuerdan la justicia y la solidaridad son las de líderes religiosos como el papa Francisco, el Dalai Lama, Desmond Tutu y el gran muftí Muhammad Hussein, por nombrar a los más destacados. Y con los medios ahora también basados en el mercado como único criterio, esas voces se vuelven cada vez más débiles.

Después de una generación de codicia, pasamos a una generación de miedo. Hay que señalar que antes de la gran crisis económica de 2009, (provocada por la codicia: los bancos pagaron hasta ahora 280.000 millones de dólares en penalizaciones y multas), los partidos xenófobos y populistas siempre eran minoría (con la excepción de Le Pen en Francia). La crisis creó miedo e incertidumbres y las migraciones comenzaron a aumentar, en especial tras la invasión de Libia en 2001 y de Iraq en 2013.

Estamos en el séptimo año del drama sirio, que desplazó a 45 por ciento de su población. Merkel paga el precio por aceptar refugiados sirios, y es interesante señalar que las dos terceras partes de los votos de Alternativa para Alemania, el partido xenófobo y populista, procedieron de la ex Alemania oriental, que tiene pocos refugiados, pero donde los ingresos son casi 25 por ciento inferiores. El miedo, otra vez, fue el motor del cambio de la historia de Alemania.

Europa es responsable directa de esas migraciones. El famoso caricaturista El Roto, del El País, hizo una caricatura de bombas volando por el aire y de barcos con inmigrantes llegando por mar. “Les mandamos bombas y ellos nos mandan migrantes”. Pero eso no se reconoce. Los que escaparon del hambre y de la guerra ahora son considerados invasores. Los países que hasta hace unos años se consideraban sinónimo de virtudes civiles, como los nórdicos, y que gastaban una proporción considerable del presupuesto en cooperación internacional, ahora erigen muros y alambres de púa.

La codicia y el miedo fueron muy bien explotados por los nuevos partidos nacionalistas, populistas y xenófobos, que ahora crecen en cada elección, desde Austria a Holanda, de República Checa a Gran Bretaña (donde se dio el brexit), luego Alemania y, en unos meses, Italia. Los tres Jinetes del Apocalipsis, que en los años 30 fueron la base de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945): nacionalismo, populismo y xenofobia, regresaron con un mayor apoyo popular y con dirigentes políticos que los usan.

Pero lo sorprendente es que ahora tenemos un nuevo elemento de división: la religión, ampliamente utilizada contra los inmigrantes, cuando debería unirnos. La religión siempre se usó para lograr poder y legitimidad. La gente común nunca empezó las guerras de religiones en Europa, sino los príncipes y los reyes. Hace unos años, conmemoramos la expulsión de los judíos, primero, y de los moros, después, de España, donde vivían en armonía y paz con los cristianos, formando una civilización de tres culturas. Hace unas semanas, hubo una gran marcha en Varsovia, ignorada por los medios, con 40.000 personas, muchas procedentes de distintas partes de Europa y de Estados Unidos. Marcharon en nombre de Dios, reclamando la muerte de judíos y musulmanes.

Pero mientras líderes religiosos protestantes, católicos, musulmanes y judíos participan de un diálogo positivo por la paz y la cooperación, numerosos autoproclamados defensores de la fe instalan el miedo, el sufrimiento y la muerte. Y seamos claros, no hay choque de religiones. Es un choque entre quienes usan la religión para conseguir poder y legitimidad, y promueven un sueño histórico irreal. Retornar a un mundo que ya no existe, en el que se reabran las minas, el país retorne a su antigua gloria: un mundo que no sueña un mundo mejor, sino un pasado mejor. África duplicará su población, con 80 por ciento menores de 35 años, mientras en Europa solo será 20 por ciento. No hay esperanza de que Europa sea viable en una economía global  y en un mundo competitivo sin una inmigración sustancial. Y, sin embargo, hablar de eso en el debate político es ahora un beso de la muerte.

En conclusión, debo subrayar que enfrentamos una triste realidad, que ya no se puede ignorar más, aún si no es políticamente correcto. Siempre se usaron los ideales para conseguir apoyo, aun para quienes no creen en ellos.

Y los historiadores nos enseñan de que en los tiempos modernos, la humanidad cayó en tres trampas:

En nombre de Dios, dividir y no dialogar; en nombre de la nación, a menudo reunir apoyo y llevar a los ciudadanos a la guerra; y ahora, en nombre del beneficio. Creo que es hora de realizar nuevas alianzas y de lanzar una gran campaña poderosa de concienciación sobre profetas falsos, con movilizaciones de medios, sociedad civil y políticos legítimos con el fin de educar a la ciudadanía sobre que la inmigración debe regularse, pues es una necesidad con la que Europa debe vivir.

Debemos crear políticas, y aun después de que Trump se vaya del Pacto Global, como dejó el Acuerdo de París sobre cambio climático, seguirá siendo una voz aislada, mientras los ciudadanos lucharán por un mundo mejor, sin miedos, basados en valores comunes. Debemos emprender acciones impopulares, pero vitales, para la educación y la participación. Serán impopulares y difíciles, lo sabemos. Pero si no tomamos ese camino, los seres humanos, los únicos “animales” que no aprenden de sus errores, volverán a pasar por la sangre, el sufrimiento y la destrucción.

————————

* El periodista italo-argentino Roberto Savio es presidente  de Other News, asesor de INPS-IDN y del Consejo Global de Cooperación. También es cofundador y presidente emérito de IPS.

 

 

 

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LIBERALES, NEOLIBERALES Y LIBERTARIOS por Julio Montero*

| 20 enero, 2018


Fuente Clarín 15-01-2018

Los moderados intentos de Cambiemos por equilibrar el gasto público han suscitado un acalorado debate. Como siempre, los términos “derecha”, “liberal” y “neoliberal” son ubicuos en la discusión. La sorpresa es que esta vez algunos analistas han invitado a la fiesta al libertarismo, un misterioso comensal usualmente ausente en el banquete vernáculo.

Si bien en el imaginario local liberalismo, derecha y neoliberalismo son lo mismo, se trata en realidad de categorías bien distintas. El neoliberalismo designa el conjunto de medidas económicas surgidas del Consenso de Washington: reducción del sector público, apertura comercial y eliminación de las distorsiones al mercado, entre otras. En cambio, el liberalismo es una concepción de la política centrada en el respeto por la autonomía de las personas que resulta compatible con un Estado activo. La socialdemocracia europea es liberal e igualitaria a la vez.

Desde una perspectiva histórica, los padres del liberalismo fueron mayormente igualitaristas. John Locke argumentaba que no se podía privar a los demás de los medios de subsistencia; Immanuel Kant sostenía que el estado debía cobrar impuestos para asistir a los pobres si quería que su régimen de propiedad fuera justo; y John Rawls, el gran filósofo liberal del siglo XX, alegaba que el ideal liberal es una democracia de pequeños propietarios. Conclusión, el liberalismo no presupone al neoliberalismo y hasta lo excluye. Si quieren una buena derecha, hay que buscar en otro lado.

A la inversa, el neoliberalismo puede combinarse con una matriz filosófica autoritaria, conservadora y profundamente anti-liberal, como sucedió en los regímenes de Reagan, Tatcher y Pinochet y quizás en la China actual.

El libertarismo es una variante del liberalismo que para muchos niega su esencia. Propone que el estado sea un mero guardián de la libertad y la propiedad privada. La provisión de servicios públicos como la salud, la educación, la asistencia social y la infraestructura representan un robo y un abuso de autoridad. Su versión extrema, el anarco-capitalismo, aspira a la disolución del gobierno: hasta las calles deben ser propiedad privada y cada uno debe velar por su seguridad por sus propios medios contratando la agencia de protección que prefiera. Después de todo, la policía se financia con impuestos y eso implica redistribución del ingreso.

En una cultura pública intoxicada por el populismo, el nuevo invitado nos recuerda que los recursos que el estado distribuye no caen del cielo sino que son producto del trabajo y que el lema “Más estado, menos impuestos” es un invento del pensamiento mágico. Todo indica, sin embargo, que se trata de una postura conceptualmente endeble. No solamente porque en ausencia de gobierno no hay derechos sino ley del más fuerte, sino además porque la propiedad y la riqueza son producto de un sistema de regulaciones que exigen la adhesión de todos y el costo que los excluidos pagan debe ser compensado por los beneficiarios. Algunos insisten en que si consideramos las guerras, la represión y las dictaduras , el estado es el mayor asesino de la historia. Antes de aceptar la conclusión deberíamos estimar cuántas vidas ha salvado y cuántos inocentes hubieran muerto violentamente en la utopía anarquista.

Si algo queda claro es que Cambiemos no es un partido libertario y nunca lo será. Tampoco es un gobierno neoliberal porque mantiene impuestos nórdicos para financiar el mayor gasto social de la historia. En el mejor de los casos, y con mucha suerte, será un gobierno liberal. Libertarios, neoliberales y progrepopulistas saldrán corriendo espantados. La ventaja de los liberales es no tener que pedir disculpas por tener esos compañeros de viaje.

*Julio Montero es filósofo, Doctor en Teoría Política y premio Konex a las Humanidades 2017.

 

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HOMENAJE AL PRESIDENTE ILLIA por Fernando Del Corro*

| 20 enero, 2018

A 35 años de la muerte del ex presidente Arturo Illia

En el caluroso verano de 1983, el 18 de enero, fallecía uno de los presidentes de la Nación más respetados: Arturo Umberto Illia. Al respecto opinó Fernando Del Corro, historiador y periodista de la Agencia Télam.

         Hace 35 años, el 18 de enero de 1963, cuando se avecinaba el fin del “Proceso” cívico-militar instaurado en 1976 que dio lugar a la llegada a la presidencia de Raúl Alfonsín, otro radical, Arturo Umberto Illia, tío bisabuelo de la actual vicepresidente, Gabriela Michetti, que también sucediera a un gobierno de facto en 1963, veinte años antes, concluyó su vida durante la cual desempeñó numerosas funciones siempre en representación de la Unión Cívica Radical (UCR).

         Nacido en Pergamino, Provincia de Buenos Aires, el 4 de agosto de 1900, hijo de inmigrantes lombardos, cursó allí sus estudios primarios pero pronto se trasladó a la hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires donde desarrolló los correspondientes al nivel secundario y luego, en la Universidad de Buenos Aires donde cursó los de la carrera de medicina, durante la cual trabajó como practicante, hasta recibirse en 1927, en el Hospital San Juan de Dios de La Plata.

         Pero fue 1928 el año clave en su vida cuando tuvo la oportunidad de entrevistarse con el recién reasumido presidente Juan Hipólito Yrigoyen a quién le ofreció sus servicios profesionales recibiendo la propuesta de desempeñarse como médico ferroviario para lo cual había disponibilidades en numerosas ciudades entre las cuales Illia eligió Cruz del Eje, en la Provincia de Córdoba, lugar donde desarrolló toda su intensa actividad política que lo llevó a la presidencia en 1963 llevando como compañero de fórmula al entrerriano Carlos Humberto Perette.

         Precisamente en representación de Cruz del Eje desempeñó su primer cargo público, el de senador provincial, entre 1936 y 1940, tras lo cual, entre 1940 y 1943, fue vicegobernador cordobés durante el gobierno de Santiago Horacio del Castillo.

         Posteriormente diputado nacional entre 1948 y 1952 y en 1962 resultó electo gobernador pero no pudo asumir a raíz del golpe que ese año derribara al entonces presidente Arturo Frondizi y estableciera el gobierno de facto de José María Guido.

         Fue esa victoria en Córdoba la única realmente importante de la entonces Unión Cívica Radical del Pueblo lo que determinó a la dirigencia partidaria a nominarlo para la presidencia en las elecciones de 1963 en las que se ubicó por delante de Oscar Alende de la Unión Cívica Radical Intransigente, dejando tercero al teniente general Pedro Eugenio Aramburu, candidato de la oficialista Unión del Pueblo Argentino y del Partido Demócrata Progresista y al resto de los postulantes entre los que se encontraba el socialista Alfredo Lorenzo Palacios.

         Pero Illia no alcanzó la mayoría en el Colegio Electoral, que era el decisor final en la materia en tiempos en que no existía el sufragio directo, por lo que debió apelar al apoyo del Partido Demócrata Cristiano y los ya no existentes Partido Socialista Democrático, Federación Nacional de Partidos de Centro y Confederación de Partidos Provinciales y hasta el voto de tres electores de la UCRI.

         Al asumir la presidencia se encontró con la fuerte oposición del entonces proscripto peronismo y ante la responsabilidad de cumplir con sus importantes promesas electorales entre las cuales se destacaba la anulación de los contratos petroleros que Frondizi había concertado con importantes compañías extranjeras dejando de lado las políticas nacionalistas en la materia desarrolladas a partir de 1923 con la creación de YPF por el entonces presidente radical Marcelo Torcuato de Alvear y sus sucesores.

         Rápidamente puso en marcha el proceso de anulación a partir de la declarada ilegalidad de muchos de ellos, a pesar de lo cual se abonaron 200 millones de dólares estadounidenses (unos u$s 7.000 millones a valores actuales) lo cual no impidió el cuestionamiento de los sectores políticos y económicos opuestos a esa decisión lo que llevó, en su momento, a que ante la dureza de sus planteos, Illia expulsase de la Residencia Presidencial de Olivos al embajador de los Estados Unidos, Robert McClintock, quién se había convertido en un vocero de las empresas por encima de la postura del presidente John Fitzgerald Kennedy.

         Otras cuestiones centrales fueron las decisivas leyes de Medicamentos y de Salario Mínimo, Vital y Móvil, los cambios generados en materia educativa y la posición adoptada en materia internacional sobre todo al avalar la invasión de los Estados Unidos a la República Dominicana pero luego, ante las enormes manifestaciones contra la misma que dieron lugar a alguna muerte, hubo un cambio y no se enviaron las tropas prometidas.

         La “Ley del Salario Mínimo, Vital y Móvil”, al igual que la “Ley de Abastecimiento”, apuntaron a asegurar una retribución básica a los trabajadores, sobre todo para atender a los que tenían niveles más bajos, al igual que en el caso de los jubilados y pensionados para lo cual también se estableció la “canasta familiar”, algo similar a los actuales “precios cuidados”.

         En materia educativa la gestión Illia dio lugar a los mayores porcentajes destinados en la materia en el Presupuesto Nacional que incrementó rápidamente apenas asumido y así se llegó al 12 por ciento en el mismo 1963 para pasar al 17 en 1964 y al 23 en 1965, para algunos el nivel más alto en la historia argentina, que luego fue decayendo rápidamente hasta llegar en algún momento a sólo el 3%, mientras otros que estudiaron el tema señalaron que el máximo, algo por encima del 25% se registró durante la primera etapa de la gestión Alfonsín.

         La otra cuestión clave fue la luego olvidada Ley de Medicamentos, impulsada por el ministro de Asistencia Social y Salud Pública, el salteño Arturo Oñativia, quién hizo que los mismos tuviesen el contenido de bien social lo que impedía el libro manejo de sus precios, lo cual fue complementado, a instancias del mismo Oñativia con la Ley de Reforma del Sistema Hospitalario Nacional y de Hospitales de la Comunidad y con la creación del Servicio Nacional de Agua Potable.

         Aún en medio de una dura oposición mayoritaria que se manifestaba en los reclamos públicos, en las críticas de correligionarios como el historiador Félix Luna, en la persecución a sectores de izquierda como el Partido Comunista, en su confrontación con la CGT y en el resultado de las elecciones parlamentarias de 1965, donde la UCR obtuvo sólo el 28,48 por ciento de los votos un punto menos que el peronismo vestido como Unión Popular, Illia mantenía una cordial relación personal no sólo con grandes personalidades locales y visitantes como el presidente francés Charles De Gaulle sino con los ciudadanos de a pie que transitaban durante los mediodías la Plaza de Mayo donde Illia solía sentarse en algún banco a tomar sol.

         El 29 de junio de 1966 fue derrocado por un golpe militar encabezado por el teniente general Juan Carlos Onganía tras lo cual abandonó la Casa Rosada en un taxi y se instaló en la casa de su hermano en Martínez, para luego radicarse definitivamente en Cruz de Eje donde, al haber renunciado a la pensión de Presidente, consecuente con su tradicional austeridad, volvió a ejercer la medicina y luego atendió la panadería de un amigo, tarea en la que lo sorprendió la muerte, siendo sus restos trasladados al Cementerio de la Recoleta, en la Ciudad de Buenos Aires, donde hoy se encuentran.

*historiador y periodista de la Agencia Nacional Télam

 

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LA NUEVA TESIS ONCE por Boaventura de Sousa Santos*

| 15 enero, 2018

Fuente Other News

 

En 1845, Karl Marx escribió las célebres Tesis sobre Feuerbach. Redactadas después de los Manuscritos económicos y filosóficos de 1844, el texto constituye una primera formulación de su propósito de construir una filosofía materialista centrada en la praxis transformadora, radicalmente distinta de la que entonces dominaba y cuyo máximo exponente era Ludwig Feuerbach. En la célebre undécima tesis, la más conocida de todas, declara: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. El término “filósofos” se utiliza en un sentido amplio, como referencia a los productores de conocimiento erudito, pudiendo incluir hoy todo el conocimiento humanista y científico considerado fundamental en contraposición al conocimiento aplicado.

A principios del siglo XXI esta tesis plantea dos problemas. El primero es que no es verdad que los filósofos se hayan dedicado a contemplar el mundo sin que su reflexión haya tenido algún impacto en la transformación del mundo. Y aunque eso haya sucedido alguna vez, dejó de ocurrir con el surgimiento del capitalismo o, si queremos un término más amplio, con la emergencia de la modernidad occidental, sobre todo a partir del siglo XVI. Los estudios sobre sociología del conocimiento de los últimos cincuenta años han sido concluyentes en mostrar que las interpretaciones del mundo dominantes en una época dada son las que legitiman, posibilitan o facilitan las transformaciones sociales llevadas a cabo por las clases o grupos dominantes.

El mejor ejemplo de ello es la concepción cartesiana de la dicotomía naturaleza-sociedad o naturaleza-humanidad. Concebir la naturaleza y la sociedad (o la humanidad) como dos entidades, dos sustancias en la terminología de Descartes, totalmente distintas e independientes una de la otra, tal como sucede con la dicotomía cuerpo-alma, y construir sobre esa base todo un sistema filosófico es una innovación revolucionaria. Choca con el sentido común, pues no imaginamos ninguna actividad humana sin la participación de algún tipo de naturaleza, comenzando por la propia capacidad y actividad de imaginar, dado su componente cerebral, neurológico. Además, si los seres humanos tienen naturaleza, la naturaleza humana, será difícil imaginar que esa naturaleza no tenga nada que ver con la naturaleza no humana. La concepción cartesiana tiene obviamente muchos antecedentes, desde los más antiguos del Antiguo Testamento (libro del Génesis) hasta los más recientes de su casi contemporáneo Francis Bacon, para quien la misión del ser humano es dominar la naturaleza. Pero fue Descartes quien confirió al dualismo la consistencia de todo un sistema filosófico.

El dualismo naturaleza-sociedad, en razón del cual la humanidad es algo totalmente independiente de la naturaleza y esta es igualmente independiente de la sociedad, es de tal manera constitutivo de nuestra manera de pensar el mundo y nuestra presencia e inserción en él que pensar de modo alternativo es casi imposible, por más que el sentido común nos reitere que nada de lo que somos, pensamos o hacemos puede dejar de contener en sí naturaleza. ¿Por qué entonces la prevalencia y casi evidencia, en los ámbitos científico y filosófico, de la separación total entre naturaleza y sociedad? Hoy está demostrado que esta separación, por más absurda que pueda parecer, fue una condición necesaria de la expansión del capitalismo. Sin tal concepción no habría sido posible conferir legitimidad a los principios de explotación y apropiación sin fin que guiaron la empresa capitalista desde el principio.

El dualismo contenía un principio de diferenciación jerárquica radical entre la superioridad de la humanidad/sociedad y la inferioridad de la naturaleza, una diferenciación radical que se basaba en una diferencia constitutiva, ontológica, inscrita en los planes de la creación divina. Esto permitió que, por un lado, la naturaleza se transformara en un recurso natural incondicionalmente disponible para la apropiación y la explotación del ser humano en beneficio exclusivo. Y, por otro, que todo lo que se considerara naturaleza pudiera ser objeto de apropiación en los mismos términos. Es decir, la naturaleza en sentido amplio abarcaba seres que, por estar tan cerca del mundo natural, no podían considerarse plenamente humanos.

De este modo, se reconfiguró el racismo para significar la inferioridad natural de la raza negra y, por tanto, la “natural” conversión de los esclavos en mercancías. Esta fue la otra conversión de la que nunca habló el padre António Vieira (famoso jesuita portugués, 1608-1697), pero que está presupuesta en todas las demás de las que habló brillantemente en sus sermones. La apropiación pasó a ser el otro lado de la superexplotación de la fuerza de trabajo. Lo mismo ocurrió con las mujeres al reconfigurar la inferioridad “natural” de las mujeres, que venía de muy atrás, convirtiéndola en la condición de su apropiación y superexplotación, en este caso consistente en la apropiación del trabajo no pagado de las mujeres en el cuidado de la familia. Este trabajo, a pesar de tan productivo como el otro, convencionalmente se consideró reproductivo para poderlo devaluar, una convención que el marxismo rechazó. Desde entonces, la idea de humanidad pasó a coexistir necesariamente con la idea de subhumanidad, la subhumanidad de los cuerpos racializados y sexualizados. Podemos, pues, concluir que la comprensión cartesiana del mundo estaba implicada hasta la médula en la transformación capitalista, colonialista y patriarcal del mundo.

En ese marco, la tesis once sobre Feuerbach plantea un segundo problema. Es que para enfrentar los gravísimos problemas del mundo de hoy –desde los chocantes niveles de desigualdad social a la crisis ambiental y ecológica, calentamiento global irreversible, desertificación, falta de agua potable, desaparición de regiones costeras, acontecimientos “naturales” extremos, etcétera– no es posible imaginar una práctica transformadora que resuelva estos problemas sin otra comprensión del mundo. Esa otra comprensión debe rescatar, a un nuevo nivel, el sentido común de la mutua interdependencia entre la humanidad/sociedad y la naturaleza; una comprensión que parta de la idea de que, en lugar de sustancias, hay relaciones entre la naturaleza humana y todas las otras naturalezas, que la naturaleza es inherente a la humanidad y que lo inverso es igualmente verdadero; y que es un contrasentido pensar que la naturaleza nos pertenece si no pensamos, de forma recíproca, que pertenecemos a la naturaleza.

No será fácil. Contra la nueva comprensión y, por tanto, nueva transformación del mundo militan muchos intereses bien consolidados en las sociedades capitalistas, colonialistas y patriarcales en que vivimos. Como he venido sosteniendo, la construcción de una nueva comprensión del mundo será el resultado de un esfuerzo colectivo y de época, o sea, ocurrirá en el seno de una transformación paradigmática de la sociedad. La civilización capitalista, colonialista y patriarcal no tiene futuro, y su presente demuestra eso de tal modo que ella solo prevalece por la vía de la violencia, de la represión, de las guerras declaradas y no declaradas, del estado de excepción permanente, de la destrucción sin precedentes de lo que continúa asumiendo como recurso natural y, por tanto, disponible sin límites. Mi contribución personal en ese esfuerzo colectivo ha consistido en la formulación de lo que denomino epistemologías del Sur. En mi concepción, el sur no es un lugar geográfico, es una metáfora para designar los conocimientos construidos en las luchas de los oprimidos y excluidos contra las injusticias sistémicas causadas por el capitalismo, el colonialismo y el patriarcado, siendo evidente que muchos de los que constituyen el sur epistemológico vivieron y viven también en el sur geográfico.

Estos conocimientos nunca fueron reconocidos como aportes para una mejor comprensión del mundo por parte de los titulares del conocimiento erudito o académico, sea filosofía, sea ciencias sociales y humanas. Por eso, la exclusión de esos grupos fue radical, una exclusión abisal resultante de una línea abisal que pasó a separar el mundo entre los plenamente humanos, donde “solo” es posible la explotación (la sociabilidad metropolitana), y el mundo de los subhumanos, poblaciones desechables donde es posible la apropiación y la superexplotación (la sociabilidad colonial). Una línea y una división que prevalecen desde el siglo XVI hasta hoy. Las epistemologías del Sur buscan rescatar los conocimientos producidos del otro lado de la línea abisal, el lado colonial de la exclusión, a fin de poder integrarlos en amplias ecologías de saberes donde podrán interactuar con los conocimientos científicos y filosóficos con miras a construir una nueva comprensión/transformación del mundo.

Esos conocimientos –hasta ahora invisibilizados, ridiculizados, suprimidos– fueron producidos tanto por los trabajadores que lucharon contra la exclusión no abisal (zona metropolitana), como por las vastas poblaciones de cuerpos racializados y sexualizados en resistencia contra la exclusión abisal (zona colonial). Al centrarse particularmente en esta última zona, las epistemologías del Sur dan especial atención a los subhumanos, precisamente aquellos y aquellas que fueron considerados más próximos a la naturaleza. Los conocimientos producidos por esos grupos, pese a su inmensa diversidad, son extraños al dualismo cartesiano y, por el contrario, conciben la naturaleza no humana como profundamente implicada en la vida social-humana, y viceversa. Como dicen los pueblos indígenas de las Américas: “La Naturaleza no nos pertenece, nosotros pertenecemos a la Naturaleza”. Los campesinos de todo el mundo no piensan de modo muy diferente. Y lo mismo sucede con grupos cada vez más vastos de jóvenes ecologistas urbanos en todo el mundo.

Esto significa que los grupos sociales más radicalmente excluidos por la sociedad capitalista, colonialista y patriarcal, muchos de los cuales fueron considerados residuos del pasado en vías de extinción o de blanqueamiento, son los que, desde el punto de vista de las epistemologías del Sur, nos están mostrando una salida con futuro, un futuro digno de la humanidad y de todas las naturalezas humanas y no humanas que la componen. Al ser parte de un esfuerzo colectivo, las epistemologías del Sur son un trabajo en curso y todavía embrionario. En mi propio caso, pienso que hasta hoy no alcancé a expresar toda la riqueza analítica y transformadora contenida en las epistemologías del Sur que voy proponiendo. He destacado que los tres modos principales de dominación moderna –clase (capitalismo), raza (racismo) y sexo (patriarcado)– actúan articuladamente y que esa articulación varía con el contexto social, histórico y cultural, pero no he dado suficiente atención al hecho de que este modo de dominación se asienta de tal modo en la dualidad sociedad/naturaleza que sin la superación de esta dualidad ninguna lucha de liberación podrá ser exitosa.

En tal escenario, la nueva tesis once debería tener hoy una formulación del tipo: “Los filósofos, filósofas, científicos sociales y humanistas deben colaborar con todos aquellos y aquellas que luchan contra la dominación en el sentido de crear formas de comprensión del mundo que hagan posible prácticas de transformación del mundo que liberen conjuntamente el mundo humano y el mundo no humano”. Es mucho menos elegante que la undécima tesis original, cierto, pero tal vez nos sea más útil. 10 Ene 2018. Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez. Artículo enviado a Other News por el autorel 09.01.18

 

—————————————

*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.  

 

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EL PODER PARA SIEMPRE NO EXISTE por Sergio Ramírez*

| 15 enero, 2018

Fuente:La Jornada

En junio de 1972, la célebre periodista italiana Oriana Fallaci logró entrevistar en su palacio amurallado de Addis Abeba al emperador de Etiopía, Haile Selassie, el León de Judá, quien se proclamaba descendiente de la reina de Saba y el rey Salomón. Al final ella le preguntó: “¿cómo mira a la muerte? El emperador, que tenía 80 años y le faltaban tres para morir, pareció no entender: ¿A qué? ¿A qué? A la muerte, Majestad, insistió ella. Y eso desbordó la paciencia del soberano: ¿La muerte? ¿La muerte? ¿Quién es esta mujer? ¿De dónde viene? ¿Que quiere de mí? ¡Fuera, basta! No cabía en su mente que su poder no estuviera ligado a la inmortalidad. Pero no fue siempre un hombre distraído de la realidad, porque en un tiempo se puso a la cabeza de la lucha en contra de las tropas de Mussolini que invadieron Etiopía. Y al final, depuesto por un golpe militar, no pudo imaginar la clase de muerte que tendría, estrangulado en su propia cama, y enterrado bajo el piso de un baño en su propio palacio imperial. Me ha venido a la cabeza esta historia de alguien que desde su trono eterno se indigna cuando le hablan de la muerte, ante las noticias de la caída del dictador de Zimbabue Robert Mugabe, gracias a otro golpe militar, tras su permanencia en la presidencia durante casi cuatro décadas. Mugabe, un tanto más práctico a sus 93 años, sí aceptaba que un día habría de morir, desde luego que escogió como sucesora a su esposa y antigua secretaria, Gracia Marufu, mucho más joven que él, y a quien la gente llamaba en secreto Desgracia Marufu. También, en lugar del título de primera dama, le daban el de primera compradora, pues se escapaba a París o Londres en excursiones por las boutiques de lujo para hacerse de decenas de trajes y zapatos exclusivos. Dueña del monopolio de producción y distribución de los productos lácteos en el país, alegaba que sus gustos se los pagaba con su propio dinero. La Universidad de Zimbabue le otorgó un doctorado, sin haber puesto nunca un pie en las aulas, siendo el propio Mugabe quien le colocó el birrete en la ceremonia de graduación. Ambiciosa y astuta, mientras su anciano marido se dormía en las reuniones de gabinete, ella iba tejiendo su propia urdimbre de poder. La tentación de quien contempla la historia personal de un dictador, es verla como la de alguien que desde el principio alberga las intenciones de usar el poder para beneficio personal, y quedarse para siempre en el mando a costas de lo que sea, asesinatos, cárcel, exilio de quienes se le oponen, establecer un régimen familiar y designar como sucesor a uno de sus hijos, o a su propia esposa. Pero la vida es más compleja. Tal como Haile Selassie, Mugabe, líder guerrillero del Ejército de Liberación Nacional Africano de Zimbabue (Zanla, por sus siglas en inglés), condujo la lucha de su pueblo para librarse del dominio de la minoría blanca que había establecido un régimen racista igual al de África del Sur. De las penurias del combate pasó a la ruindad de la tiranía, el crimen, el fraude electoral repetido, la corrupción y la opulencia, ya convertido en primer ministro, luego presidente, y al mismo tiempo jefe vitalicio del partido oficial, el ZANU-PF. Y su discurso de los tiempos guerrilleros nunca cambió. Aunque arruinó al país, destruyó la economía, y la inflación llegó a una increíble cota de 231 millones por ciento, no dejó de proclamarse socialista, en lucha abierta contra los demonios del capitalismo y el colonialismo. El paraíso socialista de Mugabe no fue sino un infierno. A su caída, el desempleo alcanza 95 por ciento; 72 por ciento de la población vive en la pobreza, sin acceso a la electricidad y al agua potable; sólo 6 por ciento llega al tercer grado de primaria, y la esperanza de vida es de apenas 56 años. Su pretendida reforma agraria destruyó la organización productiva de las fincas, y sólo trajo escasez y desabasto crónicos. Cualquiera que lo criticara se volvía de inmediato un traidor, algo que en su ya obsoleta retórica revolucionara podía significar una orden de ejecución. Y también tenía a su servicio fuerzas paramilitares entrenadas para garrotear y asesinar disidentes. En 2008 perdió las elecciones ante su oponente Morgan Tsvangirai, y entonces proclamó que solamente Dios podía apartarlo de la presidencia. Dios a su servicio personal de católico practicante que comulgaba devotamente en la catedral de Harare, la capital. Al celebrar sus 91 años, Gracia le organizó una fiesta para 20 mil invitados, que llenaron un estadio de futbol. Por supuesto, los empleados públicos debieron asistir obligatoriamente, bajo pena de despido, pagando su cuota. Se sirvió una parrillada gigante, donde podía elegirse entre lomos de elefante, entrecotes de búfalo, piernas de impala y costillas de antílopes negros, todo un zoológico sobre las brasas. Por lo visto, la dentadura del anciano seguía sana. Ahora todo ha terminado para la pareja. Mugabe destituyó al vicepresidente Emmerson Mnangagwa, buscando dejar libre el camino a su esposa, y el ejército, que él mismo forjó, los detuvo a ambos y los puso con la casa por cárcel. El anciano fue destituido como jefe del partido, y a ella la expulsaron de sus filas. Por último, loEL PODER PARA SIEMPRE NO EXISTE por Sergio Ramírez* Fuente:La Jornada En junio de 1972, la célebre periodista italiana Oriana Fallaci logró entrevistar en su palacio amurallado de Addis Abeba al emperador de Etiopía, Haile Selassie, el León de Judá, quien se proclamaba descendiente de la reina de Saba y el rey Salomón. Al final ella le preguntó: “¿cómo mira a la muerte? El emperador, que tenía 80 años y le faltaban tres para morir, pareció no entender: ¿A qué? ¿A qué? A la muerte, Majestad, insistió ella. Y eso desbordó la paciencia del soberano: ¿La muerte? ¿La muerte? ¿Quién es esta mujer? ¿De dónde viene? ¿Que quiere de mí? ¡Fuera, basta! No cabía en su mente que su poder no estuviera ligado a la inmortalidad. Pero no fue siempre un hombre distraído de la realidad, porque en un tiempo se puso a la cabeza de la lucha en contra de las tropas de Mussolini que invadieron Etiopía. Y al final, depuesto por un golpe militar, no pudo imaginar la clase de muerte que tendría, estrangulado en su propia cama, y enterrado bajo el piso de un baño en su propio palacio imperial. Me ha venido a la cabeza esta historia de alguien que desde su trono eterno se indigna cuando le hablan de la muerte, ante las noticias de la caída del dictador de Zimbabue Robert Mugabe, gracias a otro golpe militar, tras su permanencia en la presidencia durante casi cuatro décadas. Mugabe, un tanto más práctico a sus 93 años, sí aceptaba que un día habría de morir, desde luego que escogió como sucesora a su esposa y antigua secretaria, Gracia Marufu, mucho más joven que él, y a quien la gente llamaba en secreto Desgracia Marufu. También, en lugar del título de primera dama, le daban el de primera compradora, pues se escapaba a París o Londres en excursiones por las boutiques de lujo para hacerse de decenas de trajes y zapatos exclusivos. Dueña del monopolio de producción y distribución de los productos lácteos en el país, alegaba que sus gustos se los pagaba con su propio dinero. La Universidad de Zimbabue le otorgó un doctorado, sin haber puesto nunca un pie en las aulas, siendo el propio Mugabe quien le colocó el birrete en la ceremonia de graduación. Ambiciosa y astuta, mientras su anciano marido se dormía en las reuniones de gabinete, ella iba tejiendo su propia urdimbre de poder. La tentación de quien contempla la historia personal de un dictador, es verla como la de alguien que desde el principio alberga las intenciones de usar el poder para beneficio personal, y quedarse para siempre en el mando a costas de lo que sea, asesinatos, cárcel, exilio de quienes se le oponen, establecer un régimen familiar y designar como sucesor a uno de sus hijos, o a su propia esposa. Pero la vida es más compleja. Tal como Haile Selassie, Mugabe, líder guerrillero del Ejército de Liberación Nacional Africano de Zimbabue (Zanla, por sus siglas en inglés), condujo la lucha de su pueblo para librarse del dominio de la minoría blanca que había establecido un régimen racista igual al de África del Sur. De las penurias del combate pasó a la ruindad de la tiranía, el crimen, el fraude electoral repetido, la corrupción y la opulencia, ya convertido en primer ministro, luego presidente, y al mismo tiempo jefe vitalicio del partido oficial, el ZANU-PF. Y su discurso de los tiempos guerrilleros nunca cambió. Aunque arruinó al país, destruyó la economía, y la inflación llegó a una increíble cota de 231 millones por ciento, no dejó de proclamarse socialista, en lucha abierta contra los demonios del capitalismo y el colonialismo. El paraíso socialista de Mugabe no fue sino un infierno. A su caída, el desempleo alcanza 95 por ciento; 72 por ciento de la población vive en la pobreza, sin acceso a la electricidad y al agua potable; sólo 6 por ciento llega al tercer grado de primaria, y la esperanza de vida es de apenas 56 años. Su pretendida reforma agraria destruyó la organización productiva de las fincas, y sólo trajo escasez y desabasto crónicos. Cualquiera que lo criticara se volvía de inmediato un traidor, algo que en su ya obsoleta retórica revolucionara podía significar una orden de ejecución. Y también tenía a su servicio fuerzas paramilitares entrenadas para garrotear y asesinar disidentes. En 2008 perdió las elecciones ante su oponente Morgan Tsvangirai, y entonces proclamó que solamente Dios podía apartarlo de la presidencia. Dios a su servicio personal de católico practicante que comulgaba devotamente en la catedral de Harare, la capital. Al celebrar sus 91 años, Gracia le organizó una fiesta para 20 mil invitados, que llenaron un estadio de futbol. Por supuesto, los empleados públicos debieron asistir obligatoriamente, bajo pena de despido, pagando su cuota. Se sirvió una parrillada gigante, donde podía elegirse entre lomos de elefante, entrecotes de búfalo, piernas de impala y costillas de antílopes negros, todo un zoológico sobre las brasas. Por lo visto, la dentadura del anciano seguía sana. Ahora todo ha terminado para la pareja. Mugabe destituyó al vicepresidente Emmerson Mnangagwa, buscando dejar libre el camino a su esposa, y el ejército, que él mismo forjó, los detuvo a ambos y los puso con la casa por cárcel. El anciano fue destituido como jefe del partido, y a ella la expulsaron de sus filas. Por último, los militares lo obligaron a renunciar a la presidencia. El júbilo estalló en las calles. Mnangagwa es el nuevo hombre fuerte, con lo cual las sombras ominosas vuelven a cerrarse sobre el país, igual que tras la deposición de Haile Selassie, cuando asumió el poder un nuevo dictador, el teniente coronel Mengistu Haile Mariam, cabeza del golpe de Estado. Mnangagwa, apodado El cocodrilo, por la fama de su crueldad, fue jefe de espionaje de la guerrilla durante la lucha de independencia, y luego ministro de Seguridad, y como tal, jefe de la policía secreta. Pésima costumbre que tiene la historia de repetirse. Guadalajara, noviembre 2017 *Escritor, periodista y político Nicaragüense, Editorialista del diario La Jornada. Ganador del Premio Cervantes 2017. s militares lo obligaron a renunciar a la presidencia. El júbilo estalló en las calles. Mnangagwa es el nuevo hombre fuerte, con lo cual las sombras ominosas vuelven a cerrarse sobre el país, igual que tras la deposición de Haile Selassie, cuando asumió el poder un nuevo dictador, el teniente coronel Mengistu Haile Mariam, cabeza del golpe de Estado. Mnangagwa, apodado El cocodrilo, por la fama de su crueldad, fue jefe de espionaje de la guerrilla durante la lucha de independencia, y luego ministro de Seguridad, y como tal, jefe de la policía secreta. Pésima costumbre que tiene la historia de repetirse. Guadalajara, noviembre 2017

*Escritor, periodista y político Nicaragüense, Editorialista del diario La Jornada. Ganador del Premio Cervantes 2017.

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