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MEMORIA PERSONAL DE BORGES (última parte) por Javier Wimer

Ernestina Gamas | 23 agosto, 2012

 

 

VIAJE AL LADO OSCURO DEL UNIVERSO

Tenía Borges una limitada afición por la música. No era un melómano pero le gustaban algunos clásicos, como Vivaldi o Brahms, el jazz, la milonga y el tango porteño que, con frecuencia, tarareaba o cantaba para ilustrar algún punto de la conversación. Tampoco era un gastrónomo. Se alimentaba de modo simple y frugal, apenas se interesaba por las comidas complicadas y por los restoranes famosos, ostentosa debilidad de muchos artistas, y, desde luego, no bebía ni fumaba. Mostraba asombro, incluso, de que hubiera gente que encontrara placer en embriagarse, en drogarse, en perder la conciencia de sí misma. Aunque generalmente eludía los juicios morales creo que asomaba en éstos alguna veta de puritanismo que le venía de la infancia, de esa educación más o menos victoriana que recibían los hijos de las buenas familias en la Argentina de principios de siglo.

Borges encarnaba el arquetipo del perfecto caballero. Creía sinceramente en la verdad, en el honor, en el coraje, valores de exaltación necesaria pero de práctica incierta. Ejercitaba la cortesía no como convención social sino como deber ético y evitaba hasta el extremo usar los privilegios sociales de su ceguera. En las reuniones siempre se levantaba para saludar y cuando estaba en su departamento acostumbraba acompañar a los invitados hasta la puerta del edificio.

En su viaje anterior a México, Borges se quedó con las ganas de conocer las ruinas mayas de Yucatán. Ahora, en 1981, algunos amigos nos comprometimos a satisfacer su curiosidad. Habíamos preparado todo para el buen éxito del viaje.

Los miembros de la pequeña expedición, integrada por Borges, María Kodama, Adolfo García Videla, Estela Troya, mi mujer y yo, llegamos a Mérida en un mediodía diáfano y singularmente caluroso que era de comentario obligado en la conversación hasta que Borges cerró el tema, al afirmar, con sensatez lapidaria, que cualquier calor presente es mayor que otro pasado. Aproveché la comida para convencerlo de que no podía andar con riguroso uniforme de ciudad en los desiertos y selvas yucatecas y accedió, de buena gana, a despojarse de su vestimenta y ponerse una guayabera y un sombrero de palma.

En Uxmal nos alcanzó el atardecer. Borges preguntaba todo el tiempo por la apariencia, la antigüedad y el significado de las ruinas mientras tocaba y escrutaba las piedras a su alcance. Al día siguiente recorrimos de punta a punta Chichén Itzá: la gran pirámide, los templos y palacios, el juego de pelota y los enormes espacios que dan coherencia y perspectiva al conjunto monumental. Borges no desfallecía, caminaba y preguntaba bajo los rayos de un sol inclemente. Cuando nos deteníamos en alguna sombra momentánea, palpaba la base de los monumentos. Preguntaba y caminaba sin descanso.

El origen libresco de algunos viajes de Borges aumentaba su exigencia de concreción material. Pues Borges, sobreponiéndose a su ceguera y a su percepción literaria del mundo, requería de certidumbres físicas y no se contentaba con sucedáneos, con travesías imaginarias o con realizaciones simbólicas, en el estilo de Des Esseintes, el célebre personaje de Huysmans, sino que se empeñaba en comparar, en confrontar la idea que tenía de un lugar con el lugar mismo, el nombre de la ciudad con la ciudad nombrada.

A Borges le fascinaban los viajes. No siempre estuvo en posibilidad de hacerlos por razones de salud, de familia o de dinero pero cuando las circunstancias cambiaron, cuando comenzó a recibir toda suerte de invitaciones y homenajes, se lanzó al mundo con la ilusión, el ímpetu y el vigor de un hombre joven.

Soportó, sin daño y sin queja, los largos itinerarios que le imponían sus compromisos profesionales y aún encontró el tiempo necesario para visitar los sitios que sólo conocía como palabras. No, en principio, las grandes capitales, sino los santos lugares de su agenda íntima: Edimburgo, Santiago de Compostela, Jerusalén o Machu Pichu.

Aún después de 1981 mantuvo un ritmo intenso de trabajo. Escribe, publica relatos, poemas, prólogos, antologías y traducciones, dicta conferencias, recibe premios y doctorados, dice discursos, responde a las interminables preguntas de las entrevistas. Sigue viviendo en Buenos Aires y viaja con frecuencia.

A fines de 1985 cambia Buenos Aires por Ginebra debido, se decía, a que el gobierno del radical Raúl Alfonsín no satisfacía sus expectativas de antiguo militante de ese partido. Mayor peso tuvo en esta decisión, me parece, el avance del cáncer que ponía un límite cercano e irrevocable a sus días terrenales y que Borges no deseaba desperdiciar en los chismes y conflictos a que lo condenaba su celebridad, su condición de bien nacional, de patrimonio colectivo de los argentinos.

Borges quería reconquistar su vida privada y con tal propósito eligió como lugar de residencia a la aséptica Ginebra y más exactamente a la Vieille Ville, la ciudad de austera piedra, sin adornos, la ciudad de Calvino pero también la ciudad donde podría recuperar la memoria dichosa de sus mocedades y donde podría celebrar, en la intimidad, su matrimonio con María Kodama.

El año de 1986 fue el año de la muerte de Borges. Con el valor y la serenidad que le eran propios se adentró en el lado obscuro del universo.

 

 

 

 

 

 

 

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DE HISTORIA E HISTORIADORES: UN HOMENAJE A PIERRE VIDAL-NAQUET (1930-2006) por Arnoldo Siperman*

Ernestina Gamas | 22 agosto, 2012

 

Estamos en tiempos de refundación, en nuestro país, de una burocracia académica aparentemente destinada a realizar investigaciones históricas, cuyos resultados y conclusiones están fijados de antemano, desde su propio acto constitutivo. En momentos en que ello se concreta, mostrando una vocación de instalar una doctrina histórica oficial, más atada a requerimientos de propaganda del poder político que preocupada por la verdad, parece oportuno recordar a quien, definiendo su propio perfil intelectual, decía que “el historiador no debe permanecer ajeno a la vida de la ciudad”, pero que “entre sus fidelidades políticas partidarias y la verdad debe definirse por la verdad”. Me refiero a Pierre Vidal-Naquet.

Nacido en París, tenía nueve años cuando estalló la guerra, once cuando el ocupante nazi prohibió a su padre el ejercicio de la abogacía forzando el traslado familiar a Marsella y catorce cuando sus padres fueron arrestados por el régimen colaboracionista de Vichy, deportados y asesinados en Auschwitz. Temprano contacto con la Shoah.

Proveniente de una familia judía no religiosa, laica y republicana, Vidal-Naquet se mantuvo ajeno a la política sionista, defendiendo siempre empeñosamente y desde una perspectiva humanista, los derechos judíos a la diferencia y al respeto en la diáspora. Solía recordar que su vida había quedado marcada por el relato que su padre le había hecho, en su infancia, de los acontecimientos del affaire Dreyfus. Se consideraba un dreyfusard pleno, por aquello de injusto y cruel que mostraba el affaire.

Su compromiso moral y actitud frente a la historia, de cara al estudio del pasado y a la vida en el presente, se concreta en hechos cuando en 1958 suscribe el Manifiesto de los 121, un llamado a la desobediencia civil en relación a la guerra de Argelia. Su defensa de los derechos fundamentales y denuncia de quienes los violan fueron una constante de su vida, no se detuvieron ni frente a compromisos políticos ni lealtades nacionales. Lo ratifica hasta en el ocaso de su vida, en 2003, cuando quien tan empeñosamente defendiera a los judíos de la agresión de los nazis y de sus epígonos de posguerra, adhiere con coraje al llamado de intelectuales judíos reclamando mayor respeto por el pueblo palestino.

En los tiempos del Manifiesto publicó su primer libro, L'Affaire Audin, referente al caso del joven universitario comunista Maurice Audin, secuestrado y asesinado por los paracaidistas franceses en Argelia. La denuncia de la tortura, que allí formula, le valió a la vez sinsabores en su actividad universitaria y notoriedad como luchador por los derechos del hombre. También en este tema su estatura moral se señala por el hecho de haber impugnado el empleo de la tortura independientemente de quien la haya utilizado y contra quien. Con igual vehemencia cuando fue herramienta de la represión colonial que cuando se la aplicó a los miembros de la OAS.

En adelante, el nombre de este intelectual comprometido aparecerá toda vez que se trate de denunciar la injusticia, exigir respeto por los oprimidos y defender a los perseguidos. Así ocurrió con respecto a la cuestión de Argelia (que sugirió la publicación de su La razón de Estado), a la represión colonial francesa en Indochina y Madagascar y al régimen de los coroneles en Grecia. Más tarde, en el más amplio plano internacional, con respecto a la guerra de Vietnam y a la de Irak. En lo referente a la política interior francesa, lo académico y lo político se articulan en la reivindicación de la figura de Jean Moulin, el unificador de la Resistencia, cuando fue alcanzada por la calumnia.

Como historiador se especializó en la antigua Grecia y en el análisis de los más característicos fenómenos de esa cultura, la tragedia y la política. De esos estudios provienen algunos de sus trabajos mayores como Mito y tragedia en la Grecia antigua (en coautoría con Jean-Pierre Vernant), Los griegos, los historiadores y la democracia y El espejo roto: tragedia ateniense y política, en el cual la tragedia es estudiada como privilegiada vía de acceso a la verdad. Una reflexión del historiador helenista que arroja luz en su lucha contra el negacionismo: Platón está bajo la tentación totalitaria cuando a la Historia según los hechos pretende suplantarla por la Historia según su pensamiento.

Su reputación como historiador tuvo dimensión internacional. En la École des hautes études en sciences sociales fue profesor y director de estudios entre 1969 y 1990; y dirigió también el laboratorio de investigaciones comparadas sobre las sociedades antiguas. En cuanto a las influencias teóricas sobre su obra, ha rendido especial tributo a Carlo Guinzburg y a Walter Benjamin. De las tesis de este último sobre el concepto de la historia ha rescatado su visión sobre la memoria como el recuerdo que brilla en el instante del peligro. No se trata de la obsesión de la memoria, dice un hombre que tanto ha luchado por evitar que se la desfigurara, sino de la señal movilizadora, del destello convocante en la oscuridad del olvido.

Donde más brilló su talento fue en el combate contra las tendencias neofascistas que incorporaron al debate contemporáneo el llamado revisionismo histórico, la minimización primero y negación después del judeocidio nazi. La tesis central de esa tendencia, desarrollada bajo la bandera de conveniencia de estudios académicos: la Shoah no ocurrió jamás, es un andamiaje de mentiras armado por los judíos. Como historiador y como defensor de los derechos humanos, Pierre Vidal-Naquet le opuso un saber animado por una gran capacidad de indignación moral. Polemizó con los negacionistas, puso en evidencia las falsificaciones y las oscuras motivaciones del ex izquierdista Paul Rassinier y de sus seguidores y perfeccionadores, como el norteamericano Arthur Butz y los revisionistas franceses que, amparándose en la apariencia de estudios históricos, no ocultaban una reivindicación del nazismo, a expensas de la verdad. Particularmente duros fueron los términos de su polémica con Robert Faurisson. Los contragolpes pronazis de este último pueden leerse en sitios islámicos de la Web, publicados a raíz del fallecimiento de Vidal-Naquet, tergiversando el alcance de lo que éste expresara al prologar la traducción francesa del discutido libro del historiador Arno Mayer sobre la "solución final" en la historia.

Aunque ya estaba muy difundida la obra de revisión del nazismo de Ernst Nolte, la primera edición francesa de Los asesinos de la memoria (1985) precede a la plena instalación en Alemania del "debate de los historiadores". Reúne estudios rebatiendo de un modo contundente las falacias del negacionismo: Un Eichmann de papel, De Faurisson y de Chomsky, Del lado de los perseguidos, Tesis sobre el revisionismo y Los asesinos de la memoria. El primero de ellos es uno de los que, según sus declaraciones, más lo convocó pasionalmente; el último proporciona su título al volumen que, para sorpresa del lector argentino, se cierra con la letra completa del tango Cambalache, de Discépolo.

Al tiempo que en 1991 ve la luz la edición francesa original de otro de sus libros, Los judíos, la memoria y el presente, que se integra con un conjunto de artículos y trabajos relativamente breves, la polémica revisionista estaba ampliamente desarrollada en varios países aunque todavía no coronada por el grotesco fiasco del neonazi inglés David Irving. La edición argentina de este libro (selección de los trabajos y nota preliminar de Héctor Schmucler) consta de tres partes: El primero de los veinte siglos (donde se despeja a la conocida historia del sitio de Masada de los aspectos legendarios que trataban de confirmar una lectura descuidada de Flavio Josefo y una arqueología complacientemente militarista y nacionalista), La era moderna: emancipación y antisemitismo y Las oscuridades del exterminio, cada una de las cuales agrupa artículos relativamente autónomos.

Para advertir la importancia de la labor intelectual que enfrenta al negacionismo, no sólo en una defensa de los judíos que bastaría por sí para justificarla, sino en la búsqueda de un mundo donde todos seamos huéspedes bien recibidos, hay que detenerse en el significado de ese mensaje denegador. El revisionismo empezó minimizando a la Shoah, aliviando responsabilidades morales por diversos caminos, disolviéndola en la corriente general de la violencia del siglo XX y concluyó afirmando, contra la lógica interna de su propio discurso, que no era sino un cúmulo de falsedades, que en Auschwitz no ocurrió nada. Hitler no habría asesinado judíos (o, al menos, no en la escala deseada). La destilación final del mensaje: hay que ejecutar ahora lo que el nazismo dejó sin consumar en su plenitud, completar su obra inconclusa. Esa abierta incitación al crimen antisemita, cuya mayor caja de resonancia es la teocracia iraní, se oye en la Europa de hoy y hasta se expande, desde despachos oficiales, en nuestra América del Sud. Se ha convertido en elemento esencial del arsenal antidemocrático.

Vidal-Naquet fue la demostración viva de que hacer historia es una empresa moral. Que requiere estudio serio y sapiencia auténtica. Que no es cosa de aficionados, ni de oportunistas buscadores de best-sellers, ni de paniaguados de objetivos políticos que terminan mostrando a la SS, a los Fasci di Combattimento, a los jihadistas o a la Mazorca como si hubiesen sido instrumentos de emancipación. Poner a la luz del día las mentiras y malversaciones del revisionismo, hacerlo desde el prestigio de una reconocida autoridad académica y desde la dignidad de la consagración a la causa de la verdad y de los derechos humanos, en su más amplia y generosa expresión, es lo que una democracia sincera espera hoy en día de quienes se dedican a los estudios históricos. También, claro está, en nuestra patria.

——————– 

*  ARNOLDO SIPERMAN, Abogado, Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (1958), Profesor en las Facultades de Derecho y de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Profesor, Jefe de Departamento y Vicerrector del Colegio Nacional de Buenos Aires (Universidad de Buenos Aires). Director de publicaciones universitarias, jurado de concursos, miembro del Consejo Superior Universitario (1960/61). Autor de numerosos artículos, monografías y varios libros. Los más recientes:  Una apuesta por la libertad. Isaiah Berlin y el pensamiento trágico, Ed. De la Flor (2000) El imperio de la ley. Política y legalidad en la crisis contemporánea (2002) Ideología. Una introducción (2003) Pensamiento trágico y democracia (2003), El drama y la nostalgia. Racismo político, Wagner y la memoria reaccionaria, Buenos Aires, Ed. Leviatán, 2005 y La ley romana y el mundo moderno. Juristas, científicos y una historia de la verdad, Ed. Biblos (2009).

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RECUERDOS DE IDEA VILARIÑO

Ernestina Gamas | 22 agosto, 2012

 

Cuando decidimos con Ernestina Gamas crear este Sitio y destinarle un espacio a temas culturales, me propuse recordar con breves notas a poetas  que nos brindaron, con su afecto a Mirta, una cálida amistad. Para cumplir con tal propósito comenzamos publicando una nota y  uno de los poemas de Elizabeth Azcona Cronwell y seguimos con igual formato con Olga Orozco y Gladys Castelvecchi. Finalizamos hoy la serie con Idea Vilariño.

Cuando Idea murió, uno de sus amigos que prologó sus libros, escribió en La Nación del 4 de mayo de 2009 una nota con el título "Idea Vilariño, un testimonio". La nota señala que Idea eligió la literatura como vocación y militó dentro de la llamada Generación del 45. Tal ubicación en ambos ámbitos, permite a Gregorich afirmar que la filiación de Idea "debe buscarse en los viejos místicos, en la tradición de la gran poesía femenina que empieza con Safo y en el dramatismo hondo e ingenuo de la canción popular".

Seguramente ese perfil que diseña el comentario, explica la integridad política y moral que tuvo Idea a lo largo de su vida: defendiendo siempre las causas populares que creyó justas. Esto se aprecia en toda su producción literaria pero se acentúa en las letras de canciones de protesta  como en Los Orientales, todo un himno extra oficial del movimiento revolucionario uruguayo.

Recordar a esta mujer sin reconocer cuánto pesó en su formación la impronta anarquista de su padre (tanto en ella como en sus hermanas Poema y Azul) sería ignorar lo más auténtico de sus poemas y de su actitud inspirada las ideas progresistas del normativismo uruguayo.

Formación moral y política, recalca Gregorich, sin olvidar lo que significaron también en la vida de Idea sus vínculos con Mario Benedetti, su compañero de escuela, su amigo de toda la vida, con Juan Carlos Onetti, al que lo unió una " historia de pasión cotidiana y literaria".-

Otra nota del Suplemento "Cultura" del diario Los Andes, de Mendoza, el 23 de mayo de 2009, despide a Idea como "una de las más destacadas figuras del mundo de la poesía uruguaya, con sus creaciones líricas reunidas en obras como La Suplicante, Poemas de Amor, y Poesía ".

El comentario destaca que a su poesía "A una Paloma" le puso música Daniel Viglietti y "la Canción y el Poema" le da letra a una melodía de Alfredo Zitarrosa. Y no omitió señalar que, junto a su poesía popular, Idea se reveló una ensayista y crítica literaria que brilló con luz propia. Lo mismo que como traductora, campo en el que se consagró al llevar al español textos de Shakespeare.

Las palabras de Gregorich son un testimonio doliente y un homenaje. La nota de Los Andes un reconocimiento de una gran poeta.

Nuestra intención de recordarla -como lo hubiera hecho Mirta- no sólo es un testimonio de amistad o una valoración de méritos literarios.

Es nostalgia de visitas en Las Toscas y su playa. Es el pequeño alhajero de porcelana que regaló a Mirta cuando nos casamos; es la añoranza de los veranos en la Laguna del Sauce, es Uruguay y es la amistad.

                                                                           Néstor Grancelli Cha

 ———————————— 

YA NO 

                                                                               poesía de Idea Vilariño

Ya no será

ya no

no viviremos juntos

no criaré a tu hijo

no coseré tu ropa

no te tendré de noche

no te besaré al irme

nunca sabrás quien fui

por qué me amaron otros.

No llegaré a saber

por qué ni cómo nunca

ni si era de verdad

lo que dijiste que era

ni quien fuiste

ni qué fui para ti

ni cómo hubiera sido

vivir juntos

querernos

esperarnos

estar.

Ya no soy mas que yo

para siempre y tu

ya

no serás para mi

mas que tu. Ya no estás

en un día futuro

no sabré dónde vives

con quién

ni si te acuerdas.

No me abrazarás nunca

como esa noche

nunca.

No volveré a tocarte.

No te veré morir.

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DE LA CARTA MAGNA por Néstor Grancelli Cha*

Ernestina Gamas | 22 agosto, 2012

 El 15 de junio de 2015 se cumplirán 800 años de la famosa Carta Magna. Fue ese día del año 1215 cuando Juan I, "por la gracia de Dios, Rey de Inglaterra, Señor (Lord) de Irlanda, Duque de Normandía y Aquitania y Conde de Anjou", saludaba a sus obispos, abates, condes, barones, jueces, gobernadores, corregidores" y personajes con otros títulos, terminando el listado con la mención genérica de "todos sus vasallos", y a su término anunciaba el motivo de la trascendente el ceremonia: el dictado de la Carta Magna. 

Se trataba de la consagración de libertades que hasta entonces no gozaba pueblo alguno en la Tierra.
Con el dato de la fecha podemos advertir que nos estamos acercando a la mitad del camino a cuyo término se asignará a la Carta el título de Documento Milenario.
Así lo destaca una extensa nota de Noam Chomsky en la que destaca, que lo de "magna" puede convertirse en "minor" como de hecho está sucediendo, según su análisis. Este famoso profesor emérito de lingüística y filosofía del MIT parece empeñado en deducir que la calificación de magna ya no se corresponde con lo que hoy entendemos con tal vocablo. Por cierto, si recurrimos a la Real Academia de la Lengua Española, su DRAE define como magno aquello que supera lo regular y como adjetivo (procedente del latin magnus) dice, simplemente, "grande". Sin embargo, es notorio que se sigue identificando con tan pomposo agregado la Carta de 1215.
El crítico comentario que hace Chomsky queda sintetizado en el mismo título de su nota: " Cómo la Carta Magna se convirtió en Minor Carta ".[sic]
Si "minor" -vocablo que no figura en el Diccionario de la RAE- pero expresa lo menor, es decir, lo contrario de magno, habría que aceptar que el actual reconocimiento de los nuevos derechos humanos opaca los pocos logrados hace casi 400 años. Válida o no esta interpretación, el autor de la nota tiene sobrados méritos académicos para fundamentarla, según acostumbra hacerlo como crítico y analista político. Sus escritos son muy polémicos y, si en este caso la crítica a la Carta va formulada en el título mismo de la nota, en el texto reconoce expresamente que la Carta magna es " uno de los grandes acontecimientos de los derechos civiles y humanos". Quizá por ello duda si en un futuro se celebrará, se llorará o se ignorará este documento "que se está haciendo trizas ante nuestros ojos" porque -razona- lo que hagamos o dejemos de hacer hoy, configurará el tipo de mundo que conmemorará el milenio del documento.
Podríamos inferir que Chomsky aprovecha la actual recordación de la Carta para advertirnos que el futuro encierra interrogantes que ponen en duda la vigencia de los derechos reconocidos en ella, al igual que la de los incorporados con posterioridad a ese histórico documento.
Ademas de tales comentarios, la nota aporta datos de época que sólo historiadores especializados han estudiado y no se priva de formular interesantes observaciones sobre el ámbito socio-político de aquellos años iniciales del siglo XI.

DOS CARTAS

Destaca así que, en realidad, se trata de dos cartas (Edición de William Blackstone), la primera "Carta Grande de las libertades", documento que Winston Churchill identificaría como carta "de cualquier hombre que se respetara en cualquier tiempo y lugar", a aludiendo a la reafirmación por parte del Parlamento en la Petición de Derechos (reconocimiento de que es la ley soberana y no el Rey quien lo impone) aunque después Carlos I violó su juramento).-
La segunda -Carta del Bosque- puso límites a las privatizaciones pero complementó aquella primera edición. Ambos documentos habrían sufrido un severo deterioro por acción de roedores, comentario éste que para Chomsky comporta un sombrío simbolismo ante la tarea que las ratas dejaron inconclusa.
En lo relativo al ámbito característico de la época, la nota señala el conflicto entre el Rey y el Parlamento cuando se restauró el poder de la realeza en la figura de Carlos II, destacando el episodio del decapitamiento de Henry Vane un parlamentario que, desde el patíbulo, intentaba arengar a una multitud, denunciando que su delito consistió en redactar una petición al pueblo, "origen de todo poder justo, no al Rey, ni siquiera a Dios". Esa herejía, retomada por otros, como Roger Williams, Milton y Locke,  fueron fundando la doctrina de los derechos reclamados, como el tema de la separación de Iglesia y Estado.
Fueron, sin duda, tiempos turbulentos hasta que la Carta de las Libertades se fortaleció en 1679 con la Ley de Habeas Corpus y una legislación que culmina con la sanción en Estados Unidos de su Constitución republicana. En ella se expresaron principios de la Common inglesa y sus principales normas inspiraron las constituciones de latino América.
El reconocimiento de la libertad de conciencia abrió el camino para otros derechos y los sucesivos pronunciamientos del Tribunal Supremo de los EEUU otorgaron salvaguarda a la libertad.

NUEVO ESPÍRITU

Después de comentar aspectos de los derechos actuales y sus restricciones, Chomsky alude a la doctrina que se atribuye a John Locke como administrador colonial, a las sombrías previsiones de los bienes comunales y a los iniciadores de lo que se dio en llamar Nuevo Espíritu. El autor condena así a dirigentes empresariales que dirigen a la gente hacia las cosas más superficiales de la vida, como el consumo a la moda, y aprovecha para denunciar la atomización de la sociedad. Todo un discurso de críticas a la actualidad para terminar con algunas referencias a la Carta Magna, sin dejar de condenar los procesos con los que se moldea la opinión, mediante una ingeniería del consentimiento.
Su sentencia de cierre: " Queda un largo camino para realizar la promesa de la Carta Magna ".

 DE NUESTRA CARTA MAGNA

Acercando el tema a nuestro país que -(debemos decirlo, no es reino aunque hoy se intente recurrir a sus formas más autoritarias)-
ha perdido su institucionalidad y los derechos fundamentales, deberá también recorrer un largo camino: recuperar la vigencia de la Constitución Nacional, nuestra Magna Carta de convivencia y base insustituible para integrar y desarrollar una Nación.
Este deber nos lleva a dedicar estas últimas reflexiones y comentarios sobre la Carta de 1215 para extenderlas a nuestra institucionalización y principios de la Carta Constitucional que consagran los derechos y garantías.
Se trata de la arquitectura jurídica que nos permite, cuando se cumplen sus normas, vivir en la legalidad de una República democrática.
En todos los antecedentes del constitucionalismo nacional podemos encontrar y reconocer alguna de las libertades y derechos humanos en cláusulas de la Constitución sancionada en 1853 después de Caseros. Desde los pronunciamientos de la Asamblea del año 13, del Estatuto de 1815, el Reglamento de 1817 y las Constituciones del 19 y del 26, se llegó a 1853 para resumir todos los principios inspirados en el movimiento liberal de las Cortes de Cádiz.
También se cita, y con razón, Decretos como el del 20 de abril de 1811 sobre libertad de prensa, sin censura previa, al igual que los proyectos que el Directorio elevó a la Asamblea del año 13 y ésta sancionó. En suma, todos los antecedentes de la CN del 53 y con énfasis, reconocen derechos que ya fueron consagrados en la Carta Magna durante el reinado de Juan I.
Recordemos algunos, como los incluidos en el apartado 39: "Ningún hombre libre podrá ser detenido o encarcelado o privado de sus derechos o de sus bienes, ni puesto fuera de la ley, ni desterrado o privado de su rango de cualquier otra forma, ni usaremos de la fuerza contra él ni enviaremos a otros que lo hagan, sino en virtud de sentencia judicial de sus pares y con arreglo a la ley del Reino"
O el texto del apartado 48, siempre con similar estilo de redacción, estableciendo normas que hoy llamaríamos de defensa del medio ambiente y otras como la reglamentaria del tratamiento de los bosques (61 o) del derecho de propiedad (52) o del procedimiento de los juicios para asegurar la paz y la libertad.
Muchos de nuestros constitucionalistas han compartido una corriente de opinión doctrinaria sosteniendo que nuestra CN tiene profundas raíces que se nutrieron más que de normas inglesas, en las del antiguo Derecho Español. Citan en apoyo de ello, entre otros argumentos, el principio de la separación del poder judicial del poder ejecutivo, modelo atribuido a la doctrina secular española, expresada especialmente en las antiguas leyes de Aragón y de Castilla expresamente reconocidas en el texto de la Constitución de Cádiz y en las sentencias de los tribunales de justicia que fueron sentando el constitucionalismo hispano.
En nuestra América se lo conoció como la "influencia gaditana" aún citada al tratar sobre derechos humanos.
Por el contrario, no abundarían los estudios en profundidad referidos a la medida en la que esa corriente hispana se nutre de antecedentes de otras latitudes y en otras legislaciones precedentes, como es el caso de la Carta Magna en materias específicas como el "habeas corpus" o el régimen ministerial o temas que después pasaron a la Constitución de Estados Unidos.
Todo un régimen de derechos y garantías que nuestra CN prescribe en su artículo 18 y cuyo cumplimiento nos está demando un reclamo permanente, también en un largo camino..-

                                                                                        Agosto 2012

** Néstor Grancelli Cha fue Secretario de Relaciones económico-sociales de la Presidencia de la Nacion (1958/59). Es autor del libro "Eslabones de Militancia" – Editorial Claridad, 2011                                                                    

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LOS DETRACTORES DEL TANGO ARGENTINO por Carlos Manus

Ernestina Gamas | 20 agosto, 2012

 

                                                                                          "A mi me gusta el tango, pero el tango,
                                                                                    aquel que fue tildado de guarango"

                                                                                    Carlos Bahr, Sencillo y compadre

                                                         

                  “Negar la argentinidad del tango es un acto tan patéticamente                                         suicida como negar la existencia de Buenos Aires”.

                                                           Ernesto Sábato

 

 

 Algunos escritores argentinos de fuste se dedicaron a desprestigiar el tango, a negar su origen o a renegar del mismo.  Dado su prestigio o las posiciones relevantes que ocuparon, sus opiniones fueron acogidas en algunos periódicos nacionales y extranjeros, además de ser manifestadas en conferencias y charlas o vertidas en sus libros.

 

En la primera edición de Cosas de negros. Los oríjenes (sic) del tango y otros aportes al folklore rioplatense. Rectificaciones históricas del uruguayo Vicente Rossi -impresa personalmente por su autor en 1926 así como en las sucesivas ediciones publicadas con su título abreviado- éste expresó su asombro y desconcierto ante esa abjuración:

“La ‘arjentinidad’ (sic) del Tango tuvo sus impugnadores; fue un caso curiosísimo; eran arjentinos (sic) de figuración social e intelectual.  (…) Rechazaron indignados la ‘arjentinidad’ del Tango, en varios diarios ingleses y franceses”. [1]

Encabezaban la protesta Enrique Rodríguez Larreta –Ministro Plenipotenciario en Francia (diciembre 1910 a octubre 1916)- y Leopoldo Lugones quienes intentaron demostrar que, si bien el tango procedía de Buenos Aires, era allí un desagradable aparecido y no un nativo.  Ambos explayaron sus agravios en París donde el tango ya se había impuesto, por lo que sus manifestaciones  -contrariamente a lo que en su vanidad esperaban- fueron recibidas con total indiferencia.

Enrique Rodríguez Larreta

 

Entrevistado en París por un periodista, dijo Enrique Rodríguez Larreta:

 “Se baila, en efecto, el tango en nuestro país, pero no en las pampas, sino en ciertas grandes ciudades y sobre todo en Buenos Aires: es un baile especialmente reservado a los lupanares, de donde no ha salido sino para conquistar la Europa… El tango, entre nosotros, es algo como el baile de los apaches, como la ‘chaloupé’ de las barreras…; además el tango es más una especie de aperitivo sensual que un baile… Una ciudad como París, la más delicada y refinada, no podría bailar el tango como la canalla de las pocilgas de Buenos Aires.  Es el mismo baile, los mismos gestos, las mismas contorsiones; pero estoy seguro de que las parisienses ponen en todo eso la templanza, la medida que saben poner en todas las cosas y que hace que, para ellas, nada haya imposible… Hay en París por lo menos un salón donde no se baila el tango argentino y ese salón es el de la legación argentina”.[2]

 

Insistiendo en sus injurias, afirmó en otra oportunidad: 

 

 “El tango es en Buenos Aires una danza privativa de las casas de mala fama y de los bodegones de la peor especie.  No se baila nunca en los salones de buen tono ni entre personas distinguidas.  Para los oídos argentinos la música del tango despierta ideas realmente desagradables.  No veo diferencia alguna entre el tango que se baila en las academias elegantes de París y el que se baila en los bajos centros nocturnos de Buenos Aires.  Es la misma danza, con los mismos ademanes y las mismas contorsiones”.[3]

Leopoldo Lugones

En su ponencia El proyecto nacionalista de los intelectuales del centenario dice María Lourdes Lodi:

 “Siguiendo con otra antinomia representativa del enfrentamiento entre Buenos Aires y el interior que también simboliza las querellas entre ‘nacionalismo y cosmopolitismo’, y entre ‘espiritualismo y materialismo’ encontramos lo que se da entre la ‘música autóctona y el tango’.  En Lugones hay una reivindicación de la música criolla y un denuesto colmado de ironías hacia el tango.’,  “ese reptil del lupanar, tan injustamente llamado argentino en los momentos de su boga desvergonzada…”[4]

El 25 de octubre de 1913, en la sesión pública anual de las cinco Academias  (Francesa, de las Inscripciones y Lenguas Antiguas, de Ciencias, de Bellas Artes, y de Ciencias Morales y Políticas) celebrada en el Instituto de Francia, el poeta y dramaturgo Jean Richepin, delegado de la Academia Francesa, pronunció un elogioso discurso titulado A propos du tango.[5]

 

El café “Los Inmortales”-bautizado así por su gerente, el francés León Desvarnats,[6] debe su nombre al discurso de Richepin: los “inmortales” son los 40 miembros de la Academia Francesa..

 

Lugones, a la sazón en París, replicó ese discurso en “La Nación” de Buenos Aires del 23 de noviembre afirmando:

 “…hay temas imposibles, dada su bajeza, y el tango es uno de ellos…” (…) “… danza prostituta…” (…) “…el talento [del orador], a despecho de su propio dueño y señor, es incompatible con los necios, los degenerados, los advenedizos, que forman la clientela danzante de la macaquería dernier cri…” (…) “… el objeto del tango es describir la obscenidad…” (…) “… [el tango] resume la coreografía del burdel, siendo su objeto fundamental el espectáculo pornográfico…” (…) “…. su éxito proviene de ser exótico conducto de lo indecente…” (…) “… el tango no es un baile nacional, como tampoco la prostitución que lo engendra.  No son, en efecto, criollas, sino por excepción, las pensionistas de los burdeles donde ha nacido.  Aceptarlo como nuestro, porque así lo rotularon en París, fuera caer en el servilismo más despreciable… “ (… ) “… cuando las [damas] del siglo XX bailan el tango, saben o deben saber que parecen prostitutas, porque esa danza es una danza de rameras…” (….) “… el pesado mamarracho lo exagera [el contacto corporal] cuanto puede, haciendo de la pareja una masa tan innoble que sólo el temperamente de un negro puede aguantar su espectáculo sin repugnancia…” (…) “… y para apreciar cuán inferior, cuán innoble, cuán fea, en una palabra, es nuestra sediciente danza nacional, basta saber que su talento [el de Richepin] no ha logrado justificarla…”. [7]

 Disertando sobre “La poesía gaucha”, expresó Lugones:

 

  “Nada más distinto de esos tangos mestizos y lúbricos que el suburbio agringado de nuestras ciudades cosmopolitas engendra y esparce por esas tierras a título de danza nacional, cuando no es sino deshonesta mulata engendrada por las contorsiones del negro y por el acordeón maullante de las ‘tratorías’…”.[8]

 

El desprecio de Lugones por el negro, el mestizo y el mulato no condice con su aspecto achinado y su tez oscura.

 

 Manuel Gálvez

Manuel Gálvez tenía con el tango una relación de amor-odio.   En Crónica general del tango [9], José Gobello cita algunas frases de los libros de Gálvez que revelan esa antinomia:

 

 

 “Hacia 1904 o 1905 tocaba tangos en el piano en la tertulia de Leopoldo Lugones”.[10]  “La danza del arrabal me resultó fácil.  No era extraño:  yo sentía su música, y desde 1900 o 1901 tocaba tangos en el piano.  Quienes me oían se asombraban de que yo, un ‘joven distinguido’, le diese a la música del arrabal tanto sabor.  Lo bailé, pues, y bastante bien, ‘con mucho sentimiento’, según mis cómplices compañeras.  Es que de veras lo sentía; sentía su alma, su color, su gusto a pecado, su voluptuosidad hipócrita”.[11] 

 

 Pero, por otra parte, Gálvez no mezquinó epítetos cuando se refirió al tango en sus novelas:

  “Los vaivenes pecaminosos del tango…” (Una mujer moderna); “Un canallesco tango arrabalero…” (La maestra normal); “Mientras, de la guitarra y el bandoneón surgían las frases compadronas de un tango.  Era una música sensual, canallesca, arrabalera, mezcla de insolencia y bajeza, de tiesura y voluptuosidad, de tristeza secular y alegría burda de prostíbulo, música que hablaba en lengua de germanía y de prisiones y que hacía pensar en escenas de la mala vida, en ambientes de bajo fondo poblados por siluetas de crimen.  La melodía era de líneas desiguales, tan pronto unida como cortada, recta como sinuosa.  Se hacía rígida para quebrarse enseguida.  A veces se precipitaba para interrumpirse de súbito, o marcaba golpes rítmicos y duros para deslizarse al fin oscuramente.  Y a su encanto adormecedor y turbador, a su sabor, que mareaba como un vino fuerte y espeso y que emborrachaba los sentidos, todo el patio bailaba.  Las parejas se movían con lentitud pesada.  Se bajaban, se alzaban, torcían a un lado y luego a otro, seguían tiesas caminando rectamente, y al fin se detenían para hamacarse hacia adelante y hacia atrás, en siluetas grotescas, cada hombre pegado a su compañera: ellas, graves y con los párpados entornados, y ellos con miradas torvas bajo sus chambergos de alas grandes que les caían sobre los ojos…” (Historia de arrabal)[12];  “El litoral ha olvidado su música.  Los inmigrantes, desalojando a los gauchos, han concluido con las canciones y los bailes criollos (…) En cambio tenemos ahora el tango, producto del cosmopolitismo, música híbrida y funesta.  Yo no conozco nada tan repugnante como el tango argentino (…) Su baile es grotesco a fuerza de actitudes torpes y ridículas y significa el más alto exponente de guaranguería nacional.  La música del tango ha penetrado en las más elevadas clases sociales; y en todas partes uno oye como castigo esa música fea y antiartística, prodigiosa de guaranguería y lamentable síntoma de nuestra desnacionalización.  Cuando el argentino se emborracha le entra por hablar en ‘malevo’, por cantar La morocha o El choclo y por hacer odiosas posturas de compadrito orillero.  Todo eso me parece muy natural.  Su borrachera guaranga necesita exteriorizarse en una música y en un baile que son específicamente guarangos”.  (El diario de Gabriel Quiroga, opiniones sobre la vida argentina). [13]

 

 Jorge Luis Borges

 

Jorge Luis Borges también experimentaba una relación amor-odio hacia el tango.  Denostaba públicamente al tango con letra, al que consideraba un engendro lacrimoso, y aseguraba que no soportaba a Carlos Gardel.  Sin embargo, admitió que esos mismos tangos que su intelecto rechazaba le hicieron brotar lágrimas cuando los escuchó en el extranjero[14] y, además, dejó en su “Soneto para un tango en la nochecita” -antecesor de su poema “El tango”- su homenaje a la música de Buenos Aires:[15]

 

 

¿Quién se lo dijo todo al tango querenciero

 

Cuya dulzura larga con amor me detuvo

Frente a unos balconcitos de destino modesto

De ese barrio con árboles que ni siquiera es tuyo?

Lo cierto es que en su pena vi un corralón austero

Que vislumbré hace meses en un vago suburbio

Y entre cuyos tapiales hubo todo un poniente.

Lo cierto es que al oirlo te quise más que nunca.

 

 

Carlos Ibarguren

En De nuestra tierra (Bs.As., 1917, pág. 17), dice Carlos Ibarguren:

“Sin embargo, un producto ilegítimo que no tiene la fragancia silvestre ni la gracia natural de la tierra, sino el corte sensual del suburbio, ha corrido por todo el mundo deleitando a la clientela abigarrada de los hoteles europeos y de los cafés cantantes de las grandes capitales: el tango, que el mundo le ha dado patente de argentino, otorgándole una filiación que, en realidad, no tiene.  El tango no es propiamente argentino; es un producto híbrido o mestizo, nacido en los arrabales y consistente en una mezcla de habanera tropical y de milonga falsificada. ¡Cuán distinto al crudo balanceo del tango es el noble y distinguido de la ‘cueca’, que se desenvuelve con una mímica tan aristocrática como la de una pavana o la de un minuet![16]

 Leónidas Barletta

 

Olvidando, tal vez, que Fulvio Salamanca y Osvaldo Pugliese eran sus conmilitones en el Partido Comunista, afirmó Leónidas Barletta:  “el tango es la música de unos degenerados que se niegan a usar ropas proletarias”.[17]

 Ezequiel Martínez Estrada

 

En Radiografía de la pampa[18] pontifica Ezequiel Martínez Estrada:

   “El tango, la música nocturna, entristece estos lugares de diversión [el cabaret]@

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LA ENTREVISTA COMO ESTRATEGIA EXPOSITIVA por Arnoldo Siperman*

Ernestina Gamas | 14 agosto, 2012

 

 Aspectos del diálogo como estrategia expositiva

 

Ha adquirido un considerable grado de desarrollo, desde hace ya varios años, una estrategia editorial que no podría ser considerada ni nueva ni revolucionaria pero que aparece remozada, consistente en difundir ideas centrales de importantes pensadores -filósofos, científicos de variada especialización, literatos y otros que no se acomodan a las clasificaciones disciplinarias habituales- a través de libros organizados como entrevistas personales. De esa manera se logra aunar la frescura, informalidad y aparente espontaneidad de la oralidad con la presentación y el formato propios del libro, posibilitando una profundización y tratamiento extenso de los temas principales relacionados con la vida y, más que nada, con la obra del entrevistado. Una ventaja importante de esa estrategia expositiva, es que permite desarrollos que, por su amplitud y extensión, no encontrarían buen lugar en las publicaciones periódicas que habitualmente hospedan reportajes.

Tengo en mente, al hacer estos comentarios, a libros en los cuales se publican conversaciones -que sean reales o virtuales es indiferente- dedicados en forma exclusiva a un solo autor, es decir que no pretenden erigirse en “mesas redondas” o "paneles" escritos. Esos son otro géneros, que no dejan de tener sus propios atractivos, pero diferentes de los que adornan a las conversaciones dedicadas a un único pensador. En la mayor parte de los casos, el libro se integra exclusivamente con la entrevista; no obstante, hay en algunos casos prefacios o notas finales de gran utilidad para ubicar al lector en el pensamiento esencial del autor entrevistado.

Este tipo de presentación literaria cuenta con la habilidad del entrevistador, que es siempre un personaje conocido en el ámbito de las actividades de su interlocutor e incluso, en muchos casos, una personalidad casi tan significativa como el entrevistado. En todo caso, está dispuesto a resignar protagonismo, ya que la conversación establecida debe necesariamente, para lograr sus fines, asumir una apariencia claramente asimétrica. De alguna manera alguien pregunta (más o menos brevemente) y el otro contesta (con la necesaria extensión). Se requiere entre ambos una buena sintonía, seguramente afinada por una cuidadosa preparación.

En algunas oportunidades el contenido del libro es una versión más prolija y desarrollada de entrevistas o series de entrevistas presenciales (radiofónicas, televisivas y aún cinematográficas), pero los ejemplos más logrados son los que corresponden a conversaciones ad-hoc, realizadas ya en reuniones personales o directamente bajo la forma escrita. Estas diferencias raramente llegan a conocimiento del lector, al cual se le presenta un libro terminado sin mayores aclaraciones sobre el proceso de su gestación.

El producto resultante es la antípoda de la monografía y tampoco puede confundirse con el ensayo u otras presentaciones afines. No tiene el alto grado de especialización que debería esperarse de la primera ni la textura abierta, en cierta medida inconclusa y con aire de búsqueda, del ensayo. La técnica expositiva que estoy considerando permite al mismo tiempo llegar a sectores de público que podrían acobardarse frente a la extensión, complejidad y vastedad bibliográfica de la obra del entrevistado, sin que sufra demasiado su profundidad y, especialmente, sin que padezca la inmediatez de la autoría.

La exposición bajo la forma de entrevista abre asimismo diversas posibilidades, según el marco que se haya acordado. Por ejemplo, que el escritor trace su biografía personal e intelectual, vaya marcando hitos de su carrera, en sus propias palabras. Es además un buen camino para que el pensador entrevistado evalúe el desarrollo de su propia obra a través del tiempo, comente las reacciones críticas y conecte los diversos momentos de su evolución con las variaciones de sus propias circunstancias personales y del contexto académico y político en el cual produjera sus trabajos más significativos. Incluso puede ser la oportunidad para revisar los puntos vista correspondientes a otro tiempo, establecer relaciones jerárquicas entre los diversos textos que integran su propia obra a partir de la mirada actual, remitir al lector a los libros que su apreciación actualizada sugiere como más relevantes e incluso expedirse sin mayores exigencias de fundamentación detallada sobre otros autores o tendencias.

Es oportuno señalar, por otra parte, que no es menor mérito de esta técnica editorial, la recuperación del lugar eminente del Diálogo (así, con mayúscula). En las palabras del filósofo italiano Giorgio Colli, Platón inventó el diálogo como literatura, como un tipo particular de dialéctica escrita, de retórica escrita, que presenta en un cuadro narrativo los contenidos de discusiones imaginarias a un público indiferenciado. El propio Platón llama a ese nuevo género literario con el nombre de “filosofía”. Pero el diálogo platónico no era una real y efectiva discusión "cara a cara" sino un debate imaginario, un recurso expresivo que implicaba el reconocimiento de la alta categoría humana del debate. La actual recuperación del Diálogo bajo la forma de libro a que me estoy refiriendo es sin duda un homenaje a su inmensa tradición filosófica, así como un voto de confianza en el debate, en el uso creativo de la palabra “interactiva” (perdóneseme el recurso a la moda) y una forma más de la airada pero serena y mesurada respuesta que los intelectuales adeudan al griterío y a la violencia.

El moderno libro dialogado constituye un doble elogio. Por una parte, del diálogo, como aquello que frente al carácter inextirpable de la discrepancia, la remite al espacio del debate civilizado, asigna el debido valor al interrogante y muestra en toda su dimensión como ni el más elaborado de los sistemas de ideas puede pretender la clausura del discurso humano ni erigirse en la versión definitiva de la verdad. Por otro lado, constituye un elogio del valor del libro, como vehículo de trasmisión de las ideas y de educación pública en un mundo en el cual las exageraciones y fantasías tecnófilas y la devaluación cultural parecen haber establecido un espurio pacto en su contra.

Como ya lo he sugerido, hay que poner de relieve el alto nivel de exigencia que tienen estas entrevistas y conversaciones para el entrevistador. Generalmente se trata de algún personaje relacionado con la especialidad o campo de acción intelectual del entrevistado, a veces de alguien relacionado personalmente con él o colega de academias y universidades. Paulatinamente han ido desarrollando una especie de periodismo especializado, practicado por gente que, a su vez, goza de bien adquirido prestigio y acepta desempeñar el papel secundario en la relación dialogal con su entrevistado. Lo cual, dicho sea de paso, da cuenta de una plausible actitud de modestia y respeto hacia el interlocutor. Un ejemplo es el filósofo franco-iraní Ramin Jahanbegloo, que ocupa por sus propios méritos un lugar destacado en el ambiente académico. Se han publicado dos libros de entrevistas, ambos existentes en versión castellana, en los cuales actuó como interlocutor de otras tantas destacadas personalidades. El primero de ellos lo juntó con el filósofo político e historiador de las ideas Isaiah Berlin, quien encontró allí el ámbito para desarrollar los aspectos centrales de su visión del mundo de la política como esencialmente agonal, formulando una apuesta moral por la libertad. En el segundo dialogó con uno de los más prestigiosos críticos y ensayistas contemporáneos, George Steiner. Este último, particularmente generoso en materia de entrevistas, fue también el partenaire del diálogo hecho libro con Antoine Spire, publicado bajo el título de La barbarie de la ignorancia.

Quien quiera aproximarse a la obra de uno de los más proficuos cientistas sociales y asomarse a la experiencia personal de haberse iniciado en la vida universitaria en la Polonia comunista, debería leer el libro que recoge los diálogos de Zygmunt Bauman con Keith Tester (que ha sido también traducida a nuestro idioma, bajo el título La ambivalencia de la modernidad y otras conversaciones). Un aspecto anecdótico, que de alguna manera rescata la lucidez de la llamada tercera edad y pone además de manifiesto la influencia del medio en la creación intelectual, es que la muy abundante obra escrita de Bauman, hoy largamente octogenario, ha sido publicada en su casi totalidad en estos últimos veinte años.

Otro de esos libros de entrevistas es el que contiene los diálogos del filósofo y profesor francés Dominique Lecourt con Philippe Petit, publicado en París bajo el título L'Avenir du Progrès hace ya varios años –en 1997- y que me parece que hubiera debido contar con los honores de su traducción al castellano. Déficit tanto más lamentable en nuestro medio si se recuerda que la primera traducción de una importante obra anterior de Dominique Lecourt, El orden y los juegos, fue publicada en Buenos Aires, en 1984, por Ediciones de la Flor. La primera parte de la entrevista está dedicada a una breve pero aguda y profunda historia de la idea de progreso, en la que contribuye a deshacer algunos mitos. El primero de ellos, que hay una única versión de la idea de progreso, cuyas exageraciones, vaciamientos e instrumentalizaciones lo han convertido en una noción devaluada y engañosa. Otro, derrumbar los prejuicios instalados en torno a Descartes, a quien Heidegger, con su dedo admonitorio antimoderno y antifrancés y su palabra pontifical apoyada en la adoración de sus epígonos, convirtió en "bestia negra" de la modernidad.

Giles Deleuze encontró en el filósofo y político italiano Antonio Negri un entrevistador a la altura de sus grandes méritos intelectuales y de la compleja obra que hizo del primero una de las figuras descollantes del ambiente intelectual francés del último tercio del siglo XX. El libro, publicado en castellano bajo el título Conversaciones constituye una vía de acceso al complejo y poco convencional pensamiento de Deleuze.

Otro filósofo francés, Jacques Derrida, aparece entrevistado por Michel Wieviorka en el libro publicado en nuestro país bajo el título El siglo y el perdón, también por Ediciones de la Flor. Como en el caso citado en el párrafo precedente, las conversaciones con el pensador son una contribución nada despreciable para el conocimiento de algunos aspectos medulares de su pensamiento. Claro está que no reemplazan a una obra extensa y diversificada pero bien pueden ser vistas, al menos, como configurando una introducción que facilite el acceso a una literatura filosófica y política que no se caracteriza ni por su sencillez ni menos aún por sus posibilidades de reducción a esquemas.

Las conversaciones de Hannah Arendt con Günther Gauss, originariamente propaladas por la televisión alemana y publicadas con el título de ¿Qué queda? El lenguaje queda no son tan abarcativas respecto al amplio espectro de las preocupaciones filosóficas y políticas de la entrevistada pero tienen un interés especial: la discusión sobre su famoso informe sobre el juicio seguido en Jerusalén contra Adolf Eichmann en el cual se acuñara su conocida y controvertida expresión "la banalidad del mal", tan próximamente a los hechos como 1964.

El psicoanalista, jurista e historiador Pierre Legendre protagonizó diversidad de entrevistas, publicadas en diferentes medios; una de ellas, sobre el tema de la textualidad lo puso en libro, con la presencia de Catherine Francblin. El historiador Jacques Le Goff conversó con Jean-Louis Schlegel para que su diálogo se hiciera también libro. Vittorio Messori, por su parte, conversó e “hizo libro” con dos Pontífices romanos: Juan Pablo II (Cruzando el umbnral de la esperanza) y Benedicto XVI, cuando era aun Joseph Ratzinger (Entrevistas sobre la fe). 

Son unos pocos ejemplos. Pero alcanzan para demostrar que el formato de libro de entrevista es particularmente propicio para favorecer el desarrollo de un estilo directo y transparente en el cual la llaneza casa bien con la visión aguda del entrevistado, sustentada en un gran saber que no necesita legitimarse ni en citas de autoridad ni en referencias eruditas.

_________________________________

*  ARNOLDO SIPERMAN, Abogado, Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (1958), Profesor en las Facultades de Derecho y de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Profesor, Jefe de Departamento y Vicerrector del Colegio Nacional de Buenos Aires (Universidad de Buenos Aires). Director de publicaciones universitarias, jurado de concursos, miembro del Consejo Superior Universitario (1960/61). Autor de numerosos artículos, monografías y varios libros. Los más recientes:  Una apuesta por la libertad. Isaiah Berlin y el pensamiento trágico, Ed. De la Flor (2000) El imperio de la ley. Política y legalidad en la crisis contemporánea (2002) Ideología. Una introducción (2003) Pensamiento trágico y democracia (2003), El drama y la nostalgia. Racismo político, Wagner y la memoria reaccionaria, Buenos Aires, Ed. Leviatán, 2005 y La ley romana y el mundo moderno. Juristas, científicos y una historia de la verdad, Ed. Biblos (2009).

 

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HIPÓLITO YRIGOYEN Y LA LEY SÁENZ PEÑA por Francisco M. Goyogana*

Ernestina Gamas | 13 agosto, 2012

 

El centenario de la sanción de la ley 8871, conocida como Ley Sáenz Peña, rememora la culminación de un tránsito de la República para que ésta se fusionara definitivamente con la Constitución de 1853-60, a través de una reforma sustancial de  la materialización de la política positiva por medio del voto secreto, libre, individual y obligatorio.

Un precedente de la Ley Sáenz Peña estuvo constituido por el proyecto de reforma electoral de Joaquín V. González aprobada por el Congreso Nacional en 1902, con la ley 4161, que contemplaba el secreto del voto y la sustitución de la lista completa por la de circunscripciones uninominales, a la que el senador Carlos Pellegrini se opuso por considerar que el voto secreto no se adecuaba a la totalidad de la población, debido a la inclinación de sectores importantes que sufragarían más por sentimientos y creencias que por ideas. Con la sanción de esta ley apareció entonces el voto pignoraticio, como consecuencia del valor adquirido por el voto, que no respondía al valor ético, sino al precio  que las partes le fijaban para su compra-venta. Con la asunción del presidente Quintana, el sistema regresaría a la situación anterior de lista completa y el reemplazo del sufragio cantado por el escrito, con lo cual se restringía el voto de los ciudadanos analfabetos.

La lucha por el espacio público y el derrocamiento del sistema basado en el fraude y en la exclusión política antidemocrática de los ciudadanos, requería la instalación de una alternativa libre de componendas y contubernios. La vigencia de los derechos políticos se reclamaría en los episodios del Jardín Florida en 1889, ratificados más tarde  en la asamblea del Frontón de la Cancha de Pelota en 1890, con la consecuente aparición de la Unión Cívica y su proyección poco después a la Revolución del Parque de 1890, con la gestación del nuevo partido político Unión Cívica Radical.

El rédito de las luchas reformistas de 1890, 1893 y 1905 se encontrarían con la aporía, con el camino sin salida, de la antinomia. No obstante, el presidente electo Roque Sáenz Peña se reúne con Hipólito Yrigoyen, oportunidades en las que éste plantea la necesidad de que el pueblo pueda votar libremente. La misión de Yrigoyen no estuvo exenta de dificultades, pues su idea de la reforma electoral no era compartida por Carlos Pellegrini y  tampoco por Miguel Juárez Celman, Manuel Quintana, José Figueroa Alcorta, el mismo Roque Sáenz Peña, todos ellos pertenecientes a la masonería al igual que Yrigoyen, pero con ideas políticas contingentes que debían ser muy discutidas.  Por esto, la persuasión ejercida por Yrigoyen sobre sus interlocutores fue decisiva para conseguir la ley 8871, en una tarea de fina alta política. El resultado obtenido también tendría que ver con las características de hombres de cultura superior, todos ellos, para llegar a un acuerdo sobre el tema, que en otros temas llegó a dirimirse con el uso de las armas.

Hipólito Yrigoyen no asistía en soledad a sus reuniones con Sáenz Peña, sino con la firme compañía del espíritu de Karl Christian Friedrich  Krause ( 1781 – 1832 ) y su doctrina ética. La percusión   de las ideas debía encontrar un camino desde el pensamiento de la doxa  a la actividad racional de la episteme, y de allí a la acción transformadora de la praxis. El sendero debía ser recorrido desde una idea primordial  hasta concluir en un resultado práctico lo más aproximado a una realidad estimada posible.

El compañero espiritual de Yrigoyen fue el filósofo alemán Krause, que plasmaría su visión metafísica en Vorlesungen   über  das System  der Philosophie  ( 1828 ).  La idea impulsora de Krause estuvo representada por el panenteísmo, término acuñado por él mismo, debido a que se vio obligado a inventar para protegerse de las acusaciones de panteísmo con que señalaban a su doctrina en la Universidad de Gotinga. Esta doctrina consistía en una estructura metafísica  que procuraba la conjugación de inmanencia  y la trascendencia de Dios sobre el mundo. Con la extensión de la idea  en el terreno social, defendía la autonomía de las distintas esferas humanas, como eran los casos de la educación y de la ciencia, así como precursor de la igualdad de derechos de ambos géneros, del derecho del niño, y de los derechos de la naturaleza, a modo de pionero del ecologismo. Siguiendo el pensamiento panenteísta, unía los tres términos temporales de naturaleza, espíritu y humanidad en una totalidad orgánica, concepto que Krause desarrolló como Mensch-heitsbund, unión del género humano, a partir de una idea tomada de la francmasonería. Su historicismo  alcanzaba el acmé  en el retorno del género humano a Dios, como última etapa de todo progreso. Consideraba Krause que se llegaba al Ser Supremo por medio de un proceso superior  que llama sintético  u objetivo, que parte de Dios mismo y da lugar al Universo, y no a través del proceso crítico común, inductivo,  que llamaba analítico y subjetivo.                                                 

Krause ejerció una gran influencia en el mundo de lengua castellana, tanto en España como en Hispanoamérica, a través de sus doctrinas, que en la Península divulgó Julián Sáenz  del Río, y su aplicación  a través de su discípulo  Francisco Giner de los Ríos en la prestigiosa y renovadora Institución Libre de Enseñanza, que tuvo repercusión en Buenos Aires, con Fernando de Castro.

La difusión de las ideas de Krause en la Argentina arraigó en la intelectualidad liberal moderna y librepensadora de la segunda mitad del siglo XIX, y contribuyó fundamentalmente en la construcción de los cimientos sobre los que se levantaría la Unión Cívica Radical de Leandro Nicéforo Alem y su sobrino Hipólito Yrigoyen.

Hipólito Yrigoyen, entre otras actividades, ejerció como profesor de filosofía, y fue un estudioso e intérprete de la corriente de pensamiento de Krause, reformista y democrática, como base para el desarrollo humano sobre la base del perfeccionamiento moral. Esa concepción sostenía su política como un apostolado y resultó el apoyo necesario para consolidar los aspectos doctrinarios de la Unión Cívica Radical.

El pensamiento yrigoyenista se había nutrido en innumerables y sólidas lecturas, como se desprende de la evidencia que surge de los autores presentes en su biblioteca, en la que se encontraban reunidos Aristóteles, Kant, Rousseau, Montesquieu, Le Bon, Bossuet, Stuart Mill, Spencer, Emerson, Story  y, por supuesto,  Karl  Christian Friedrich Krause y su discípulos Ahrens, Thibergen y los españoles Sáenz del Río y Giner de los Ríos, así como muchos otros.

En la historia de las ideas  políticas de la América española, Yrigoyen fue un prosélito de Krause a la distancia, que tuvo la mayor relevancia y un ejemplo de la puesta en práctica del pensamiento filosófico aplicado a la política, con su profundo perfil reformista y democrático y sus rasgos específicos de filosofía ética y modalidad de vida. Con ese contenido, Yrigoyen, el más filósofo de los presidentes argentinos del siglo XX  y el siguiente, no se limitó a  la contemplación metafísica, sino a las realidades conducentes de una vida política de la Nación, con la debida práctica  de la moral y de la ética.

El humanismo ético de Yrigoyen, sustentado en el ideal krausista con su aptitud para definir la realización nacional como Estado y la idea de la política como creación ética, se corporizó en el ejemplo de vida filosófica, para dar forma al espíritu yrigoyenista impregnado de ética e intransigencia. Ese espíritu respondía al proyecto de continuar  la antigua línea Mayo-Caseros para abrirle paso a la civilización, así como al eje Rivadavia-Sarmiento en el mismo sentido. Cuando la demografía alcanzó un punto determinado, era la hora de cumplirse el apotegma sarmientino de un país con ciudadanos y no meros habitantes, y la población originaria sumaba a  la inmigración y sus hijos, con la capacidad para gobernarse por sí mismos. La flecha lanzada por la ley 1420 de educación común, dibujaría su trayectoria con la Reforma Universitaria de 1918 en plena primera presidencia de Yrigoyen.

Yrigoyen, no ya solamente en su dimensión política, sino como hombre filósofo, vislumbraba la participación  del pueblo todo en una lucha reformista para que se reconociera el voto universal, secreto y obligatorio como plataforma para la erección de una democracia argentina moderna.                                                              El centenario de la Ley Sáenz Peña es precisamente la cristalización filosófica del pensamiento de Hipólito Yrigoyen, nervio y motor de ese nuevo capítulo de la Historia en el que el pueblo comenzaría a ejercer su propia voluntad, proceso del que no era ajena la inspiración  de Karl Christian Friedrich Krause.                                                                    

En definitiva, la Ley Sáenz Peña  es también una ley que tuvo a Yrigoyen como protagonista, y que bien puede ser considerada como la Ley Yrigoyen, de la que surgiría  como un símbolo la primera magistratura de un presidente cabalmente próximo  a la modernidad política democrática.

                                                                                              Agosto de 2012

* Francisco M. Goyogana cursó estudios de Farmacia y Bioquímica; oficial de la Armada Argentina, retirado como Teniente de Navío Bioquímico; tuvo una prolongada trayectoria en la industria farmacéutica, miembro de la Farmacopea Argentina y redactor asociado del nuevo Capítulo "Biotecnología"en su última edición. Simultáneamente, ha publicado una cantidad de artículos científicos y en el tema histórico, diversos trabajos aparecidos en publicaciones como el Boletín del Centro Naval, Todo es Historia, etc. Ocupó el cargo de vicepresidente del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia y Rector de la Cátedra Argentina Sarmiento. Autor de "Sarmiento y la Patagonia" Lumière (2006), "El Paradigma de la crisis" Lumière (2007), "Sarmiento y el Laicismo. Religión y política" Claridad (2011) y otros. Premios "Domingo F. Sarmiento" y "José B. Collo" otorgados por el Centro Naval.  

 

 

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HOMENAJE A OLGA OROZCO * por Néstor Grancelli Cha

Nestor Grancelli Cha | 12 agosto, 2012

 

* Al cumplirse el 15 de agosto de 2012, trece  años de su desaparición

El 29 de agosto de 1999, en la primera página del Suplemento Cultura de La Nación se expresaba: "Hace dos semanas una de las voces más importantes de la poesía argentina de este siglo se adentró definitivamente en la oscuridad, que para ella era otro sol. Su producción, reconocida en todo el mundo de habla hispana, refleja la osadía de una creadora que se aventuró en el peligroso reino de lo sagrado para satisfacer su sed de absoluto".

Así se refería el diario a Olga Orozco y publicaba en el mismo Suplemento notas de sus amigos y críticos. "Olga Orozco reconoció siempre que, para ella, la muerte era una obsesión hostil contra la que luchaba con su maravilloso sentido del humor", recordaba Antonio Requeni- "Cuando debió afrontarla, ya había escrito mucho de lo que le dictaba su pasion creadora".

"Siempre -escribió Cristina Piña- buscó recuperar en el amor, la escritura y el esoterismo, la unidad perdida del alma y de lo divino: Ese anhelo la llevó a convertir su propia vida en un poema".

En uno de sus libros, editado por Losada en 1951 con ilustraciones de J.Batlle Planas, que tituló Las Muertes, Olga recuerda aquello de Crommelynck: Carina "yo morí de un corazón hecho cenizas" . El título del libro es el del primer poema que lo integra; el último lleva simplemente su nombre como título "OLGA OROZCO".

Hoy, en otro aniversario de su muerte, los publicamos en recuerdo de quien nos brindó su cálida amistad.

                                                               Néstor Grancelli Cha

 

 

L A S  M U E R T E S

He aquí unos muertos cuyos huesos no blanqueará la lluvia,

lápidas donde nunca ha resonado el golpe tormentoso
de la piel del lagarto,
inscripciones que nadie recorrerá encendiendo la luz
de alguna lágrima;
arena sin pisadas en todas las memorias.
Son los muertos sin flores.
No nos legaron cartas, ni alianzas, ni retratos.
Ningún trofeo heroico atestigua la gloria o el oprobio.
Sus vidas se cumplieron sin honor en la tierra,
mas su destino fue fulmíneo como un tajo;
porque no conocieron ni el sueño ni la paz en los
infames lechos vendidos por la dicha,
porque sólo acataron una ley más ardiente que la ávida
gota de salmuera.
Esa y no cualquier otra.
Esa y ninguna otra.
Por eso es que sus muertes son los exasperados rostros
de nuestra vida.

                                                          _____________________

 

O L G A   O R O Z C O

 

Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.

Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,

el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,

la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre

alucinaciones

y tambien el pequeño temblor de las bujias en el anochecer.

Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las

tatuaron.

De mi estadía quedan las magias y los ritos,

unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,

la humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,

y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me

conocieron.

Los demás aún se cumple en el olvido,

aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en

mi igual que en un espejo de sonrientes praderas,

y a la que tú verás extrañamente ajena:

mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.

Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,

en un último instante fulmíneo como el rayo,

no en el túmulo incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada

entre los remolinos de rtu corazón.

No: Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.

No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.

Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte

porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura que

los cambiantes sueños,

allá, donde escribimos la sentencia:

" Ellos han muero ya.

Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.

Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer

aposento ".

 

§  «Primer Premio Municipal de Poesía» (1963)

§  «Premio de Honor de la Fundación Argentina» (1971)

§  «Premio Nacional de Teatro a Pieza Inédita» (1972) por Y el humo de tu incendio está subiendo

§  «Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes» (1980)

§  «Premio Esteban Echeverría»

§  «Gran Premio de Honor» de la SADE

§  «Premio Nacional de Poesía» (1988)

§  «Premio Gabriela Mistral» de la OEA (1988)

§  «Premio Konex de Platino de la Fundación Konex» (1994)

§  «Láurea de Poesía de la Universidad de Turín»

§  «Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo» (1998).

§  «Premio Konex de Honor» (2004).

 

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«… Y ME LLEVÉ HASTA TELÉMACO, MI PERRO» por Albino Gómez

Ernestina Gamas | 12 agosto, 2012

 

Un espacio en el exilio de Héctor Tizón  

 

El periodista y diplomático, Albino Gómez, rememora una anécdota del escritor jujeño,  Héctor Tizón, cuando decide exiliarse con su familia en Europa, en la época de la dictadura cívico militar argentina, en 1976.

No es necesario que mencione la enorme importancia de este gran narrador argentino nacido  en Yala, Provincia de Jujuy, en 1929. Tampoco que me refiera a sus extraordinarias novelas y cuentos, o a sus años de eficaz labor diplomática durante el gobierno de Frondizi, que abandonó cuando el presidente fue derrocado. Sin embargo, no puedo dejar de recordar que recibió los premios "Academia Nacional de Letras" y "Consagración"; que el gobierno francés le otorgó la Orden de las Artes y las Letras y que al volver al país, después de un largo exilio, como también era abogado, integró como juez el Tribunal Superior de Justicia de su provincia, donde acaba de morir a los 83 años. Pero hoy, para rendirle un modesto homenaje, sólo quiero transcribir parte de lo que me contó en una tarde del mes de julio de 1982, durante su exilio madrileño: 

“Cuando me fui lo hice con todo: con la madre de mis hijos y con mis hijos. Como nos fuimos todos, ni siquiera dejamos a Telémaco (la mascota) como guardián, lejos de la contienda, que esto es lo que su nombre significa. 
Tampoco creíamos -creo yo- los que entonces nos fuimos, en buscar ni encontrar un mundo nuevo, quizás porque en nuestras vidas ya no había tiempo ni ganas de hacerlo.
Cuántas veces en mi juventud primera había soñado con nuevos mundos, con lugares remotos donde vivir al menos por un tiempo. Desde entonces las estaciones ferroviarias y los puertos fueron una atracción milagrosa en mis sueños. Después ya no tanto puesto que, como divagaba Unamuno, los propósitos, como las nubes, van cambiando conforme se resuelven, según se deshacen en lluvia. 
Un exiliado no es un viajero, tampoco es un emigrante y es lo contrario de la casi obscena condición de ser turista.
Al poco tiempo del comienzo de aquello que serían los largos años de nuestro exilio, fui a visitar a un gran escritor rumano radicado en Madrid del cual rechazaba todo, menos su excelencia como escritor. Me refiero a Vintila Horia, ahora completamente olvidado e incluso temo que muerto. No hacía mucho, entonces, que había ganado el premio Goncourt y a raíz del revuelo que se montó por ello, ya que se le consideraba una especie de protofascista, renunció a ese galardón otorgado por su magistral novela Dieu est né en exil. Fui a visitarlo con mi hijo Ramiro, nos recibió con generosa amabilidad y nos regaló un ejemplar de esa novela, que aún conservo. Era, o es, una autobiografía supuesta de Ovidio, desterrado por el emperador Augusto en los extremos  del Imperio, y el libro comienza con esta frase: "Cierro los ojos para vivir".
Esas palabras fueron como un impacto para mi ánimo, como una síntesis y, tal vez, como un propósito o como una profesión de fe. 
Cerraba los ojos para vivir. Nada de lo de afuera, ni los paisajes ni las cosas ni la gente podría perturbar el mundo, la tierra que había dejado atrás, de la cual me arrojaron con un empujón injusto e inaceptable. 
Y entonces, al cabo de maldigerir el dolor, por momentos ciego y rencoroso, me decía que aunque perdimos mucho, mucho nos quedaba y aunque no éramos ya lo que antes habíamos sido y quizás nunca más lo seríamos, aquella fuerza que en los viejos días hacía prever para todos un destino mejor que esta indigencia, éramos los que aún éramos o, en rigor, lo que debíamos ser: un temple igual, debilitado por el extrañamiento y la desdicha, pero en todo caso tendríamos que ser, como en el poema de Tennyson, fuertes de ánimos para aspirar, buscar, hallar y no ceder. 
To strive, to seek, to find, and not to yield.
Así pasaron los años, unos detrás de otros, pero no como una suma o como el tiempo cuyas cifras un preso escribe y anota en los muros de su celda, sino como la soterrada, oscura y no dicha (¿desdicha?) esperanza de volver. 
Cuando ocurrió el hecho tenebroso de la estúpida y cruel guerra de las islas, desatada por los genocidas, entre ese estruendo y el dolor y la vergüenza, sentimos de inmediato que de esa ignominia nacía un alba diferente. La eterna aurora del eterno ocaso, como diría también el viejo Unamuno, tantas veces transterrado pero de corazón obstinadamente sedentario, tercamente atado a su terruño.
Y después, al final, los asesinos desarmados, convertidos de pronto en ridículas quimeras sobrevivientes de tan dilatada pesadilla y el país arrasado pero libre y otra vez dueño de su destino, es decir, de aquello que entre todos pudiéramos hacer de él.
Aunque en muchos corazones de los que en los días aciagos nos fuimos hubo algún amague de duda o de cansancio, ninguno -recónditamente- creyó que iba a ser para siempre. Ninguno aceptó la pérdida de una patria como se llega a aceptar la muerte, aunque a unos pocos, bien a su pesar ésta los alcanzó. Pero los demás, todos o casi absolutamente todos, estamos de regreso aquí, donde, claro está, cerraremos los ojos. Pero cuando nos dé la gana.”
Ahora cerró sus ojos para siempre, pero nos dejó una extraordinaria obra literaria, para siempre.

*Periodista, escritor y diplomático

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PREHISTORIA DE CARLOS FUENTES* por Javier Wimer

Ernestina Gamas | 12 agosto, 2012

Al cumplirse el 15 de agosto, tres meses del fallecimientos de Carlos Fuentes este es nuestro homenaje a través de la palabra de Javier Wimer  publicadas en  la Revista de la Universidad de México, agosto 2007.

 


 

 

A lo largo de muchos años, tantos como los que me separan de mi juventud universitaria, he mantenido una relación de amistad con Carlos Fuentes.  Tengo memoria de reuniones en nuestras casas o en las casas de amigos comunes y también memoria de actos académicos y mundanos en que ha sido figura principal.  Pero todos estos encuentros me remiten, de modo natural, a los primeros que tuvimos en la vieja Facultad de Derecho.

Ahí se había inscrito, en 1951, con la anticipada intención de especializarse en derecho internacional.  Llegaba envuelto en los prestigios de la Universidad de Ginebra y en las cautelas del explorador que ingresa en territorio bárbaro.

 A pesar de su juventud y de sus persistentes ausencias del país, ya lo precedía o acompañaba cierta fama de escritor.  La debía a la dispersa práctica del periodismo cultural y, en circuito cerrado, a Enrique Moreno Tagle, su maestro de literatura en el Colegio Francés Morelos, quien no se cansaba de propalar el talento del joven que ganaba todos los premios en los concursos de la escuela.

 En la primavera de 1952, Mario de la Cueva, entonces Director de la Facultad de Derecho, convocó a una reunión en su despacho para dar forma a una nueva revista estudiantil. La revista se llamaría Medio Siglo y daría nombre a nuestra generación.

Entre los muros del viejo edificio de San Ildefonso y en la ola de entusiasmo que acompaña toda publicación juvenil, comenzó a formarse una red  de relaciones amistosas que duraría toda la vida. Por ahí andaban, además de Carlos Fuentes, Salvador Elizondo, Víctor Flores Olea, Arturo González Cosío, Marco Antonio Montes de Oca, Porfirio Muñoz Ledo, Sergio Pitol, Rafael Ruíz Harrell  y Genaro Vázquez Colmenares.

Esta amistad y aun cierto espíritu de pandilla se sostenían en un vasto campo de afinidades.  Teníamos los mismos maestros, leíamos los mismos libros y en materia política nos inspiraban las mismas líneas de pensamiento:  el nacionalismo de izquierda, la crítica de las revoluciones traicionadas, los planteamientos del francoexistencialismo y del marxismo occidental.

Carlos interpretaba, cuando lo conocí, varios papeles.  Actuaba, simultánea o sucesivamente, como estudiante, funcionario de la cancillería, crítico de cine, sacerdote en ritos humorísticos y, siempre, lector y escritor implacable.  Era reservado y tímido.  Manejaba sus relaciones personales con extremo cuidado, como gato en casa ajena, pero después de la inspección de campo, se dejaba llevar por su inclinación al diálogo y al humor compartido.

En verdad, no le faltaban  condiciones para  convertirse en un diplomático-escritor en el estilo de José Gorostiza o de Jaime Torres Bodet. Tenía todos los arquetipos a la mano, empezando por su padre, el distinguido Embajador Rafael Fuentes, por su padrino Alfonso Reyes y por Octavio Paz, una especie de hermano mayor con quien colaboraba en la Secretaría de Relaciones Exteriores.

 En esta advocación era, en suma, un joven de buena familia, de buena apariencia y de buen porvenir. Y para que nada faltara en este cuadro de idílicas predestinaciones burguesas era novio de una hermosa joven de la sociedad limeña.

Al lado de esta vida más o menos convencional, Carlos participaba en las aventuras de una comunidad frívola que andaba en busca de experiencias ontológicas en cantinas y cabarets de buena y de mala muerte. Era el tiempo del ser del mexicano y  del  laberinto de la soledad y, también, el tiempo del mambo, del Waikikí, del Leda y de Las Veladoras. Producto sincrético de esta etapa es el vasfumismo, parodia mundana del existencialismo francés y que hoy solo recuerdan sus oficiantes o raros eruditos, como una inteligente embajadora argelina, doctorada con una tesis sobre Carlos Fuentes, que me sorprendió en una cena  hablándome con naturalidad del pasado vasfumista del escritor.

En estas andanzas y en las que corresponden al retrato de un artista adolescente, Carlos perdió la timidez de su primer personaje y el atuendo de joven diplomático con corbata de regimiento para convertirse, no se exactamente cuando, en un conferencista de elocuencia excepcional. Del origen de sus estudios y de sus trabajos literarios solo cabe decir que siempre supo combinar una furiosa disciplina de trabajo, que el mismo califica de calvinista, con sus compromisos sociales y algunos excesos nocturnos. Cuando tuvo que escoger entre una y otros eligió el camino del trabajo.

Parte de las actividades del nuestro grupo consistía en reunirnos periódicamente en el Restaurant Bellinghausen de Hamburgo con nuestros queridos maestros Mario de la Cueva y José Campillo Sáenz. Ahí discutíamos interminablemente de filosofía, política y literatura hasta que el restaurant cerraba. Luego los jóvenes nos embarcábamos en gloriosas parrandas que, a veces, culminaban en nuestras casas familiares. En alguna ocasión asaltamos la numerosa cava de la familia Fuentes y en otra despertamos a todo el vecindario de la familia Flores Olea.

En 1954 se celebró el IV Centenario de la Facultad de Derecho y se convocó al Primer Concurso del Pensamiento de la Juventud. Carlos ganó un primer lugar con un ensayo de aliento spengleriano que inauguraba con una cita de  T.S.Elliot. La publicación de este texto señala el fin de sus más visibles actividades universitarias pues, en adelante, habría de acelerar su lenta aproximación a una vida centrada en la creación literaria.

 Se propuso, en primer término, conocer el país y la ciudad que había dejado tantas veces y a la que ahora volvía con la doble mirada  del hijo pródigo y del cosmopolita  versado en comparaciones. Leía sin tregua y visitaba los barrios más miserables y desolados de la ciudad. Barrios que eran ignorados por la propaganda oficial, por la prensa y por el ingenuo nacionalismo de una época que veía en los denunciantes de nuestra miseria, a los agentes de una conspiración universal contra el México revolucionario. Carlos se ponía una camisa deportiva, los tenis, la gorra, y se iba a caminar por los rumbos olvidados de la ciudad.

Carlos asumía, tramo a tramo,  su condición de escritor profesional y empezó a descartar hábitos y compromisos que perturbaran su oficio, empezó a cambiar de piel. Se alejó de los cursos universitarios que no le interesaban, de la diplomacia y aún de los excesos mundanos que perturbaban sus tareas.  Ahora dedicaba más tiempo a sus proyectos de fondo y a sus textos críticos en publicaciones periódicas, como México en la Cultura dirigida por su amigo, nuestro amigo, Fernando Benítez. También entonces comenzó a colaborar con el cineasta Manuel Barbachano haciendo o corrigiendo guiones, al lado de Gabriel García Márquez y de Juan Rulfo.

En 1954 publicó Los Días Enmascarados, un espléndido conjunto de relatos que apareció en una colección de estirpe artesanal dirigida por Juan José Arreola, y, en 1955, fundó, con Emmanuel Carballo, la Revista Mexicana de Literatura. Abandonó otras preferencias y ambiciones y, por así decirlo, se puso su uniforme de escritor, cerró sus maletas y se sumó a los artistas que, a falta de barrio latino, eligieron San Ángel como lugar de residencia

Los años de 1951 a 1955 fueron decisivos en la vida y destino de Carlos Fuentes.  Durante este período, que corresponde al tiempo de sus estudios universitarios, integró los elementos básicos de su visión del mundo y eligió un destino personal no impuesto por circunstancias externas sino por una voluntad de independencia que se muestra, asimismo, en la deslumbrante desmesura de La Región Más Transparente, la primera de sus novelas y el espacio donde se encuentran las claves de su dilatada producción literaria.

Se puede decir que este tiempo de mutaciones concluye alrededor de 1955, cuando Carlos Fuentes ya se había definido como escritor profesional,  o bien, hablando generacionalmente,  en 1956, cuando todos o casi todos nos fuimos a estudiar a Europa.

                                                                                                                    31de octubre de 2003

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

*  Publicado en la Revista de la Universidad de México, agosto 2007.

 

 

 

 

 

 

 


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