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EL ABRAZO por Boaventura de Sousa Santos*

Con-Texto | 2 octubre, 2021

 

 

Lo que sentí no tiene descripción posible. Fue un acto incondicional, una presencia demasiado intensa para ser objeto de planificación o representación. Sentir mis manos deslizarse y apretar otro cuerpo contra el mío resultaba tan familiar como extraño. El placer de otro cuerpo contra el mío era más que erótico. Era la verdad carnal de la existencia, una prueba de ser. Luego vino el miedo, pero ¿era miedo o castigo por el placer? ¿Fue un acto irreflexivo e innecesariamente arriesgado? ¿Era necesario volver a entrenar los sentidos y reaprender a lidiar con las emociones del contacto físico y la comodidad desafiante que deriva de ellas? ¿Acaso había estado sujeto a una privación prolongada del tacto y del tacto de otros seres vivos distintos de los estrictamente familiares, entre humanos, gatos y perros? ¿Por qué no se me ocurrió durante la larga privación pandémica abrazar árboles, como hacen muchos ecologistas para sentir la energía de estos maravillosos seres vivos que conectan tan naturalmente las profundidades de la tierra y la altura del cielo, algo tan difícil para los humanos educados en la cultura occidental? ¿Por qué abrazar los árboles (y hay muchos en mi pueblo), que podía abrazar sin miedo de que me transmitieran el coronavirus, no me proporcionaría la misma emoción indescriptible que me invadió al abrazar y sentir el cálido cuerpo de un ser humano amigo? ¿Por qué esta verdad carnal de la vibración incontenible de un abrazo escapa a la reflexión y solo invade la conciencia como una sorpresa en forma de una avalancha suelta e «irracional», de modo menos predecible que un tsunami o un terremoto? Teniendo en cuenta que en determinadas culturas hay quienes no pueden ser tocados, ya sea porque son demasiado superiores o demasiado inferiores, ¿cómo funcionará la vibración de los cuerpos sin tacto?

Esta verdad carnal de los cuerpos y las relaciones humanas es el día a día de todos los seres humanos que no hacen del cuerpo (propio o ajeno) y de las relaciones humanas un instrumento de diagnóstico científico, un objeto de lucro o un motivo de especulación filosófica, pero rara vez ocurre o se impone a intelectuales y filósofos. Cuando esto ocurre, lo que es muy raro, los convierte en seres muy especiales. Recuerdo a Michel de Montaigne quien, en sus Ensayos, fechados en torno a 1570, escribe sobre lo que verdaderamente conoce, su cuerpo y las sorpresas y contradicciones de las relaciones humanas. Por ello dedica un ensayo al arte de la conversación y la confrontación oral en el que habla del placer de comer ostras, a pesar de sufrir los cólicos que pueden provocar.

Aunque el caso más notable es el de Albert Camus y su incesante lucha contra las ideas abstractas, a las que contrapone la verdad carnal de la muerte y el sufrimiento concretos. En una sesión en la Universidad de Estocolmo, con motivo de la entrega del Premio Nobel de Literatura de 1957, cuando un activista islámico le preguntó agresivamente por la independencia de Argelia y la cuestión de la violencia, Camus respondió: “Siempre he condenado el terrorismo. Debo condenar también un terrorismo que opera de forma ciega en las calles de Argel, y que cualquier día puede golpear a mi madre o a mi familia. Creo en la justicia, pero defenderé a mi madre antes que a la justicia”. Su madre valía más para él que cualquier idea abstracta.

El abrazo y la cultura

La verdad carnal del abrazo después de tanto desuso y la emoción con la que me estremeció me hizo reflexionar sobre el abrazo. Desde siempre, los poetas han contemplado las ambigüedades del abrazo. Florbela Espanca canta, en uno de sus sonetos, al “lánguido y dulce” abrazo de “Doña Muerte”. Pablo Neruda le dedica un poema de amor: “En tu abrazo yo abrazo lo que existe, / la arena, el tiempo, el árbol de la lluvia, / y todo vive para que yo viva: / sin ir tan lejos puedo verlo todo: / veo en tu vida todo lo viviente”. António Ramos Rosa se niega a posponerlo, y al amor: “No puedo aplazar este abrazo / que es un arma de dos filos / amor y odio”. Ana Luísa Amaral canta a la nostalgia rupestre del “abrazo fresco y doloroso”. Shakespeare ya había demostrado que un derrotado Enrique VI no tenía más remedio que «abrazar la amarga desgracia». Por su parte, el gran poeta, matemático, astrónomo y filósofo persa del siglo XI, Omar Khayyam, se atrevió a preguntarse por el maternal y último abrazo que todo apacigua. Muchos siglos después, el gran poeta turco, Nâzim Hakmet, cantaría al deseo de su pueblo –“honesto, trabajador, valiente, medio saciado, medio hambriento, medio esclavo…”– de abrazar todo lo que era “moderno, bello y bueno”.

Entretanto, descubrí que psicólogos, etólogos, antropólogos y estudiosos de la cultura han dedicado largas páginas al estudio de un fenómeno tan simple, tan común entre los humanos como entre los animales, pero con tantas variaciones y significados tan diferentes. El término proviene del latín, bracchia collo circumdare, poner los brazos alrededor del cuello de alguien. Es un acto que transmite afabilidad, simpatía, ausencia de hostilidad, un gesto que entre humanos puede darse tanto al inicio de un encuentro como en la despedida. Los animales también se abrazan, pero, a diferencia de los humanos, se abrazan de frente y por la espalda y, al menos los animales domésticos, no parecen abrazarse nunca en el momento de despedirse.

La fenomenología del abrazo es muy compleja y ha sido objeto de estudio exhaustivo: los movimientos de aproximación, las expresiones corporales, la fijación de la mirada, la duración, la mayor o menor presión de los cuerpos apretados en el abrazo, el contacto o no de zonas tabú en el encuentro de cuerpos de diferente sexo, el tacto en la cabeza o la cara, el alcance del deslizamiento de las manos sobre la espalda o los hombros de la persona abrazada sin incomodarla. El contacto corporal es fundamental para los recién nacidos y el abrazo de la madre se identifica rápidamente con sentimientos de alegría, comodidad y confianza, que luego se reproducen cuando abrazan muñecas o juguetes. Por otro lado, existe una rama del conocimiento, la proxémica, dedicada a estudiar la distancia relativa que personas de diferentes culturas o con diferentes características psicológicas consideran necesario mantener entre sí y otra persona, en una interacción normal, sin sentirse incómodas. Por ejemplo, las personas extrovertidas requieren menos distancia que las introvertidas o con trastornos psicológicos. La distancia entre los cuerpos en el abrazo se considera la zona íntima, entre 0 y 15 cm. Hoy en día, se considera que esta distancia está relacionada con la genética, el medio ambiente, las prácticas culturales, los roles sociales, la infancia, la religión. En el mundo occidental (especialmente anglosajón), los hombres tienden a preferir el apretón de manos al abrazo, mientras que las mujeres prefieren el abrazo entre ellas. Todo esto me parece fascinante, aunque no me diga nada sobre lo que sentí cuando abracé al visitante bienvenido y a quien extrañé tanto. Tampoco me explica por qué, en ese preciso momento, un simple apretón de manos (sobre todo si va seguido de desinfección), lejos de ser un acto afectivo, significaría distancia, malestar e incluso hostilidad. La ciencia del abrazo no enseña a abrazar, ni es ese su propósito. Pero no deja de ser interesante conocer los diferentes significados culturales que puede tener un acto tan común. Después de todo, el abrazo solo dejó de ser ordinario cuando la pandemia lo volvió problemático, y fue entonces cuando, ante su pérdida, comenzamos a apreciarlo verdaderamente.

El significado del abrazo está inscrito en muchas culturas. En la Biblia, es mediante el abrazo que Esaú y Jacob se reconcilian: “Entonces Esaú corrió a su encuentro, lo abrazó, se lanzó sobre su cuello y lo besó; y lloraron”. Se sabe que los pueblos latinos y africanos tienen una mayor necesidad o disponibilidad para abrazarse y de hacerlo de manera más efusiva, aunque en los países africanos de cultura islámica los abrazos solo se dan entre humanos del mismo sexo. La duración del abrazo siempre está vinculada con la intensidad de la emoción, que puede estar relacionada con felicitaciones o condolencias. Mientras que en Rusia, Francia y ciertas regiones de Europa del Este es común el abrazo entre hombres seguido de beso en la mejilla, esto no sucede en otros países. Y en tanto que en el sur de Europa el abrazo es un saludo común, en el norte de Europa el saludo común es un apretón de manos. En las diferentes culturas islámicas, el contacto corporal entre hombres y mujeres en el espacio público es más raro, la distancia en la interacción tiende a ser mayor e incluso los abrazos pueden estar prohibidos.

La población blanca de Estados Unidos es tan poco propensa a abrazarse, al menos en público, que Kevin Zaborney propuso en 1989 que el 21 de enero se hiciera el Día Nacional del Abrazo para desarrollar sentimientos de confianza y seguridad entre familiares y amigos. No es de sorprender que los sesenta millones de latinos que viven en Estados Unidos, que tan felizmente muestran su diferencia con la población blanca abrazándose profusamente entre sí, hayan sufrido tanta privación psicológica durante la pandemia. Según algunos informes, la propagación de la infección entre los latinos estuvo relacionada, entre muchos otros factores, con los abrazos y la proximidad corporal, tan arraigados en la cultura que no se podía prescindir de ellos, a pesar de los riesgos.

El abrazo y salud

Ahora se conocen los beneficios del abrazo para la salud. Mencioné anteriormente que Kevin Zaborney propuso el Día Nacional del Abrazo para mejorar la comunicación humana y reducir los niveles de estrés y hostilidad. Curiosamente, Brasil también celebra el Día Anual del Abrazo, pero el 22 de mayo, y no es porque falten abrazos en las relaciones entre los brasileños y las brasileñas. Es solo para celebrar la magia del contacto corporal de la amistad y del afecto y del apoyo mutuo, tan necesarios en la actualidad. Los efectos físicos más conocidos del abrazo son la producción de oxitocina, considerada la hormona del amor por su papel en la disminución de la ansiedad, la mejora del estado de ánimo y el aumento de la afectividad. También disminuye la agresión humana masculina, haciéndola más amable, generosa y social. El abrazo reduce la presión arterial y, según algunos expertos, aumenta la inmunidad del cuerpo, lo que no deja de ser irónico e incluso cruel en tiempos de pandemia: cuanto más necesitamos abrazarnos, más peligroso se vuelve por la posibilidad de contagio. El ser humano en pleno laberinto de su potencia y limitación. La inconformidad prometeica con tal contradicción llevó a la ingeniería del abrazo a nosotros mismos como si fuéramos otra persona. Me refiero al invento de Sense-Roid, el maniquí cubierto de sensores táctiles, un traje táctil con motores de vibración y músculos artificiales que recrean la sensación de un abrazo. Sense-Roid fue creado por la Universidad de Electrocomunicaciones de Japón y se puede comprar en Amazon. A primera vista, parece que estamos al borde de la distopía poshumana. Pero, al fin y al cabo, ¿la extrañeza que nos provoca será diferente a la que provocaron al inicio de su comercialización los vibradores sexuales, considerados hoy en día un accesorio común? Frente a este arreglo tecnológico, que convierte al solitario en un espejo perverso de lo solidario, el hábito de abrazarse para sentirse más apoyado, más íntimo y más cariñoso parece crecer entre los jóvenes. En tiempos de pandemia, tal vez corran riesgos, pero ¿el mayor riesgo no será vivir como se muere? Solo.


Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial.

 

 

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EL MUNDO NECESITA CON URGENCIA UNA NUEVA CLASE DIRIGENTE por Loris Zanatta*

Con-Texto | 26 agosto, 2020

Primero fueron las filminas, ahora la vacuna. ¿Mañana? Durante meses, armado con su varita, el Presidente sermoneó que la Argentina era la mejor, que los chilenos eran un desastre, que los suecos, peor; que todos fueran a la escuela. "¡No pasará!", pareció gritarle al virus. Tenía el viento a favor: gracias a la experiencia asiática, dada la tragedia europea, había cerrado las fronteras y decretado una cuarentena preventiva. Aplausos. Contener la pandemia, aislar el virus, parecía menos imposible que en otros lugares. Aunque muy concentrada alrededor de la capital, la densidad de la población argentina es muy baja, la distancia entre las principales ciudades, enorme; el flujo humano y comercial, limitado en comparación con China, o Europa, la costa este de Estados Unidos o las metrópolis indias. ¿Un éxito anunciado? Así lo esperamos muchos.

Pero algo ha salido mal, es evidente: la cuarentena ha resultado ser un escudo de hojalata y la Argentina sube en el ranking de víctimas, contagios, recesión. Las provincias han sido alcanzadas, a su vez. Es difícil no deducir que no se aprovechó el tiempo ganado con el cierre anticipado, que se falló en el objetivo de frenar la pandemia, que la Argentina está como muchos otros: algunos lo han hecho peor, otros mejor. ¿Tendrá sentido hacer cuentas y asignar notas de calificación? Mejor no dar cátedra, ¿verdad?

Ahora le toca a la vacuna: la Argentina la producirá pronto, anunció el Presidente. Tiene científicos de primera clase, esto es notorio, así que en "seis meses", tal vez "un año", estará disponible. Ojalá. Más aplausos. Falta mucho, sin embargo, y lo mismo prometen en todos lados. Un poco de prudencia no estaría de más. Pero prometer no cuesta nada, y cuanto más oscura es la noche, más anhelado el amanecer

¡Qué va! Ahora le toca a la vacuna: la Argentina la producirá pronto, anunció el Presidente. Tiene científicos de primera clase, esto es notorio, así que en "seis meses", tal vez "un año", estará disponible. Ojalá. Más aplausos. Falta mucho, sin embargo, y lo mismo prometen en todos lados. Un poco de prudencia no estaría de más. Pero prometer no cuesta nada, y cuanto más oscura es la noche, más anhelado el amanecer: de "el virus no pasará" a "el virus se irá".

En cambio, uno esperaría explicaciones sobre lo que no funcionó, sobre errores y deficiencias, propuestas y plazos, diagnósticos y planes. Pero no: se viene la "solución final", un nuevo capítulo en la eterna batalla contra el dragón, otra promesa de salvación, el espejismo de un nuevo primado argentino, de la tierra prometida para el "pueblo elegido". Espero que no sea el espectro de Ronald Richter, que, medalla peronista al cuello, revolotea sobre la isla de Huemul; o del presidente Perón, que anuncia al mundo que la Argentina "produce energía atómica".

No hay nada de qué reírse, dadas las circunstancias, pero la tentación es fuerte. ¿Por qué esta ansiedad para primar? ¿Por qué tanta viril exhibición? ¿Qué falencia debe compensar? ¿No será un reflejo cultural? Porque el caso argentino es uno entre muchos, un caso ordinario: medio mundo presume de éxitos contra el Covid, decenas de gobiernos anuncian milagros inminentes. ¡Trump y Bolsonaro incluso creen en las virtudes taumatúrgicas de la cloroquina! ¡López Obrador e Iván Duarte, en el de los amuletos y los íconos religiosos! Hasta el gobierno italiano está convencido de haber hecho maravillas, y se infla el pecho si The New York Times se lo reconoce. ¿Y Putin? Llueven alabanzas sobre su Sputnik: la Santa Madre Rusia nos salvará. La historia es siempre la misma: ¿acaso Fidel Castro no prometió la vacuna contra el sida? Bueno, un poco de paciencia.

Así funciona el populismo, no me cansaré de repetirlo, tal es la esencia de la mentalidad populista: a la prosa del buen gobierno prefiere la lírica de la redención, a la imperfección de la historia la ilusión de la providencia, a la competencia la fe, a la crítica la lealtad, a la realidad el relato. ¿Tendrá esta "cultura" algo que ver con sus fracasos? El régimen cubano nunca derrotó al sida, pero acaba de crear "brigadas" contra los "coleros" y un nuevo sistema de apartheid económico; prometía el cielo, creó un orden primitivo. Es lo que pasó con el primer Sputnik, el de 1957: todos aplaudieron la superioridad tecnológica soviética; luego se descubrió que ocultaba un sistema opresivo y estancado, que había sido la flor de un día. Sospecho que volverá a suceder lo mismo, aunque Putin se burle de los protocolos científicos acatados por los demás. Por otro lado, no me parece que la cloroquina haya beneficiado a Estados Unidos y Brasil, que la Virgen haya protegido a México y Colombia, que el eslogan "cuarentena o muerte" haya impermeabilizado a la Argentina.

Ante este panorama desalentador, resuena más que nunca la respuesta del embajador sueco a Alberto Fernández cuando este, en mayo pasado, comparó con desdén los "éxitos" argentinos con los "fracasos" suecos. Es un pequeño pero precioso manual de cultura antipopulista. No tanto por el contenido: la vía sueca contra el coronavirus no es ningún triunfo, ha sido objeto de críticas y autocríticas. Sino por el método, el espíritu, el tono. Por el método porque el diplomático no pretendió dar lecciones a nadie. En Suecia, escribió, "estamos aprendiendo"; en lugar del dogma populista, el criterio científico: experimentación, error, aprendizaje, corrección. Por el espíritu porque no invocó la abstracta "salud del pueblo", sino la concreta "responsabilidad" de los ciudadanos, su "confianza" en las instituciones, fruto de una larga historia de relaciones horizontales y transparentes, no verticales y clientelistas. ¡Qué gran diferencia! La diferencia entre una sociedad jerárquica y paternalista y otra abierta y democrática. Por el tono, finalmente: "Siempre estamos abiertos a dialogar con otros países para que podamos aprender unos de otros"; un pinchazo de elegancia e ironía que desinfló la pedantería del presidente argentino: no es "forma", sino "estilo", una manera de concebir la vida y de vivir la historia.

¿Entonces? Tarde o temprano el tiempo pasa factura. Al pretender sobresalir, no se ganan amistades, estima ni respeto. Más bien se siembran rencores de los que otros pagarán un día la cuenta. La lucha contra el Covid no es un concurso de premios, nadie será el ganador y todos necesitaremos a todos. Ojalá se convierta para algunos en escuela de civismo, realismo, sobriedad, humildad, virtudes a las que el populismo es inmune. El mundo necesita con urgencia una nueva clase dirigente.

 

                                                                                                                                                                                               20 de agosto de 2020

* Historiador, profesor de la Universidad de Bolonia

 

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DESVENTURAS TOTALITARIAS Hacia una vida en libertad por  Martín Esteban Uranga*

Con-Texto | 30 mayo, 2020

 

“Alguien anda pintando el cielo de rojo y anunciando lluvia de sangre. Alguien que ronda por ahí, padre. Son monstruos de carne con gusanos de fierro. Asómese, y les dice que usted nos tiene a nosotros. Y les dice que nosotros no tenemos miedo, padre. Pero asómese porque son ellos los que están matando la tierra. Padre deje usted de llorar, que nos han declarado la guerra.”

                                                                                                                                                                                                                        Pare, Joan Manuel Serrat

 

INTRODUCCIÓN

Vivimos en Estado de excepción. Difícil imaginar medidas más radicales. Países que se cierran, fronteras infranqueables, ciudades apartadas, familias confinadas. Suspensión de libertades constitucionales elementales: de tránsito, de reunión, de trabajo. Economía paralizada. El mundo en estado de pánico. Es razonable pensar que medidas maximalistas suponen causas de extrema gravedad. ¿Acaso estamos ante ellas? No entraré aquí en consideraciones epidemiológicas ni de sanidad. Tomo como referencia el sentido común y las palabras del infectólogo Pablo Goldschmidt a las que no haré aquí alusión. Sólo diré al respecto que el año pasado, según cifras de la OMS, fallecieron en el mundo 650.000 personas de gripe influenza. En Argentina, durante 2018, la influenza se cobró alrededor de 32.000 vidas. A todas luces, entiendo que las medidas puestas actualmente en vigor son desproporcionadas. Ahora bien. ¿A qué obedece tal desproporción? Tengo una hipótesis. El sistema político está en proceso de descomposición. Agrietado y en estado de derrumbe. La incredulidad en cualquiera de sus expresiones es manifiesta. Ni los poderes del Estado, ni los partidos políticos, ni instituciones otrora prestigiosas y consagradas, ni las referencias académicas despiertan la adhesión ni la confianza popular. Sabemos que las instituciones siguen vigentes por inercia. Ahora bien. Cómo todo cuerpo amenazado, genera anticuerpos. Tal reacción puede ser autodestructiva para el mismo organismo que lo genera, pero eso no implica que pueda dejar de producirlos. Así como un cuerpo biológico afectado por un agente patógeno puede autodestruirse en la explosión de fiebre o de un crecimiento desmesurado de glóbulos blancos, del mismo modo el cuerpo político responde con medidas extremas, defensivas y esencialmente inconscientes, cuando se siente en situación de derrumbe o amenaza, que lo pueden llevar a su propia autodestrucción. Apela al garrote, tal como un padre puede recurrir a la violencia extrema cuando dejó de ser creíble para su hijo. No es que la crisis actual sea generada por gente malévola que está pensando en provocar una crisis para lograr un beneficio. No lo creo así. Entiendo que es un mecanismo autodestructivo, inconsciente, de rasgos totalitarios, y fundamentalmente tangencial a la voluntad de los actores políticos y de las ideologías.

Vuelvo atrás. ¿Y si las medidas estuvieran justificadas? ¿Si estuviéramos ante una pandemia sin precedentes que ameritara las medidas más extremas? Pensemos por un momento que es así. Ahora bien: ¿la experiencia de control social y disciplinamiento unánime y fundamentalmente acrítico pasaría sin huella? Un sistema político desesperado por controlar una humanidad que desborda todos los resortes institucionales, ¿acaso no tomaría registro de los modos eficaces para disciplinar sin disidencia y con aplauso incluido? Sólo es cuestión de agitar el estado de pánico permanente para poder lograr el ansiado poder. Los medios de comunicación, solícitos a la tarea y agradecidos de poder seguir multiplicando los infinitos carteles catástrofe de URGENTE y ÚLTIMO MOMENTO. Más allá de lo justificable o no de las medidas, es indispensable una lectura política de la experiencia que estamos atravesando. La repetición de las medidas de control con motivaciones contingentes de aquí en más es una posibilidad cierta. No vaya a ser que aparezcan próximamente virus que tengan como portadores a determinados sectores étnicos y sociales y nos veamos llevados por “necesidad” a construir ghettos “sanitarios” de nacionalidad o de clase.

Avanza inexorablemente, no es de ahora, el control social, el estado de pánico permanente, el disciplinamiento con vocación de unanimidad, el ensimismamiento virtual, la percepción del prójimo como peligroso, la policía del pensamiento, y el acoso al narcisismo amenazado como fantasma fundamental.

Si frente a la amenaza del virus corona se toman las medidas más extremas y atentatorias a libertades elementales. ¿Qué medidas tomar frente a la epidemia de la pobreza que mata 10000 chicos menores de 15 años por día, sin contar a los adultos? Del mismo modo, una vez transcurrida la epidemia del coronavirus, ¿las fuerzas políticas del mundo conminarán a los sectores  económicos dominantes de renta extraordinaria con medidas restrictivas a la altura de las que nos fueran aplicadas en el cercenamiento de nuestras libertades para levantar el tendal de ruina que dejará esta experiencia de catástrofe social? ¿O la libertad económica y el privilegio del 1% de la población mundial que acapara más del 50% del PBI mundial sigue siendo sagrada e inalterable y no entra dentro del registro de la solidaridad tan pregonada en nuestros días? ¿Y qué decir de nuestros acaparadores vernáculos?

A mediados del siglo pasado se dijo desde la “ciencia” oficial alemana que los judíos eran parásitos y que Europa necesitaba una desinfección. El resultado ya lo sabemos. ¿Lo sabemos realmente en todo su alcance y magnitud? No sólo la tarea “sanitaria” fue ejecutada desde el poder político, sino que millones de personas la acompañaron gustosamente y con convicción desde distintos lugares, muchos, demasiados, con sus propias manos. Aún hoy, todos lo sabemos, el prejuicio antisemita tiene absoluta vigencia.

En palabras de Hamlet: “The time is out of joint”.

                                                                                           

                                                                                                                                                                                                                                        Marzo de 2020

AVANCE DEL TOTALITARISMO

La locura estalla cuando nos encontramos frente a una realidad que no podemos afrontar. Si una situación desborda nuestros recursos simbólicos así como nuestra capacidad de actuar en pos de lo que nos acontece, la locura se torna posible como salida fallida, como refugio frente a lo que nos urge. Hace tiempo que el mundo está en situación de urgencia. Es claro que desde la primera guerra mundial la barbarie fue avanzando, y, con ella, la miserabilidad en las distintas dimensiones de lo humano. En este camino hacia lo abismal, hay grandes hitos a señalar: la llamada gran guerra, la segunda guerra mundial, la consolidación del stalinismo, la globalización post caída del bloque soviético. El mundo debe afrontar desafíos ineludibles: pobreza generalizada, muerte de a cientos de millones por hambre, crisis del ecosistema, acumulación inaudita de riqueza, decadencia moral, violencia extrema a nivel masivo, pérdida de estímulos vitales, ausencia de perspectiva y proyección de un futuro auspicioso y vivible, crisis de los procesos de socialización, estado de guerra permanente, etc. El desafío es inmenso. Los cambios a instrumentar para construir un mundo distinto requieren de una apuesta difícil y decidida, que implicaría, de asumirse, una reestructuración de nuestras vidas a todo nivel. Frente a esta dificultad, que pareciera que vamos significando como imposibilidad, surge como recurso la locura. En un mundo en que la emergencia sanitaria es estructural, donde millones mueren de enfermedades prevenibles y curables por no poder tener siquiera un mínimo acceso a los sistemas de salud, resulta que ante la aparición de un virus gripal de proporciones muy menores frente a otras epidemias y causas constatables de muerte, el sistema político decide frenar el mundo. Todo se suspende. Todo se sacrifica en pos de la causa sanitaria. Pareciera no tenerse en cuenta los incuantificables daños ocasionados: los infartos, ACV, suicidios, la imposibilidad de asistir en los hospitales a los seres queridos, la herida irreparable de la gente que murió sola, la afrenta de no poder darle un digno entierro a nuestros muertos, el no poder diagnosticar una enfermedad a tiempo o seguir tratamientos ya emprendidos, los millones que pierden su sustento económico, los 270.000.000 (según estima la OMS) que padecerán pobreza con riesgo cierto de muerte como consecuencia del confinamiento mundial, la pobreza extrema y las enfermedades consecuentes, las depresiones invalidantes, la agudización de los trastornos mentales, las consecuencias psicológicas de la pérdida de libertades esenciales, el auge de la delación, la exaltación de la voluntad de servidumbre y de la dependencia, la percepción del prójimo como peligroso, los que quedaron solos y aislados en sus casas, el colapso del sistema de salud que sobrevendrá como efecto de las enfermedades que hoy no están pudiendo ser tratadas más las que surgirán como efecto de la cuarentena, el endurecimiento de los afectos, la pérdida de hábitos esenciales de comunión y encuentro, el control policial, el ensimismamiento virtual, el deterioro de los lazos sociales, etc, etc, etc. Es decir, hay un tratamiento totalmente desproporcionado y enloquecido que sacrifica en holocausto generalizado y genocida las diferentes dimensiones de lo humano. ¿Por qué esta locura? En primer lugar, no debe extrañarnos tanto. Las locuras colectivas siempre han formado parte del devenir de la humanidad. Basta recordar en nuestra historia reciente la acción convencida que llevó al exterminio de tres cuartas partes del pueblo judío, en el que intervinieron, es bueno recordarlo, no solamente los aparatos político- estatales con sus clásicas estructuras burocráticas, sino también ciudadanos, vecinos, y, en general, gente del común. Los diferentes grados de actuación y complicidad se cuentan por millones. Algo similar ocurrió con el stalinismo. El hecho de salvar la revolución y terminar con la inequidad capitalista (¡quién puede negarla!) llevó, nuevamente, a través de una mortífera alianza entre pueblo y dirigencia política, a los campos de concentración, la aniquilación y el terror en todas sus dimensiones. Todas estas gestas totalitarias padecen de un potente grado de destrucción explosiva e implosiva. Destruyen y se autodestruyen. Es necesario señalar aquí que dichos procesos exceden largamente los cálculos de conveniencia y racionalidad que muchos se empeñan en encontrar de manera inexcusable en el desarrollo de los procesos históricos. Hoy en día es muy frecuente escuchar, frente a las consecuencias de las medidas de cuarentena por el coronavirus: “¿Pero ésto a quién le sirve?, ¿no ves cómo se derrumba la economía?, ¿vos pensás que a EEUU le conviene pasar a tener millones de desocupados…?”, etc, etc, etc. La conclusión que sacan es estrictamente lógica: las consecuencias de estas medidas perjudican al poder político-económico; ergo, las tomaron porque eran necesarias. Lástima que la historia no se desarrolle de acuerdo a parámetros tan lineales, ingenuos y voluntaristas. A veces pareciera que Freud predicó en saco roto cuando hace ya más de un siglo habló del inconsciente. ¡cómo nos cuesta advertir los procesos de alto componente destructivo y autodestructivo que rigen nuestras vidas individuales y colectivas! Pareciera que seguimos pensando que es posible analizar los procesos humanos desde la voluntad, la racionalidad y la conveniencia. ¡Cuánta razón tenía Freud cuando hablaba de las resistencias persistentes e ineliminables frente al inconsciente! Es tal la herida que produjo su develamiento que no queremos afrontar sus consecuencias… ¿Podemos acaso dejar al inconsciente de lado cuando buscamos entender un proceso histórico?, ¿no vamos a tener en cuenta la dimensión autodestructiva de la condición humana?, ¿dejaremos sin considerar la multiplicidad de cosas que hacemos (y bastaría para advertirlo una somera revisión de nuestra vida personal) en contra de nuestra conveniencia e intereses más profundos?, ¿miraremos para otro lado, una vez más, frente a la irrecusable verdad que nos compete como humanos acerca de cómo llevamos adelante tramitaciones tanáticas y enloquecidas de los conflictos que consideramos irresolubles?

Tal cual van las cosas, el poder destructivo avanza a pasos acelerados. Lo viene haciendo desde hace, como mínimo, un siglo. El poder político-estatal va perdiendo progresivamente su cobertura libidinal, quedando al desnudo su núcleo de pulsión de muerte. Sólo tiene aniquilamiento para ofrecer, incluyendo, quizás, el suyo propio. De lo que en algún momento la política pudo ofrecer como un cierto espacio de realización vital, sólo queda la mímesis paródica de un cuidado represivo que deja en evidencia la burla que supone prescribir cuarentena y barbijos (encierro y mordazas) mientras se van dinamitando todos los lazos de sociabilidad.

Volviendo a la pregunta anteriormente planteada. ¿Por qué esta locura? En primer lugar, como veíamos recién, no tiene nada de inaudito. En segundo lugar, el mundo se ha transformado, antes del covid 19, en un lugar invivible, con pandemias varias, amenazas bélicas, sociales y ecológicas, urgencias humanitarias por doquier, descreimiento generalizado, y automatización de la vida que lleva a un carpe diem posmoderno que trueca el disfrute por la compulsión. Frente a esta situación, ante la cual pareciera que no podemos instrumentar una salida valorable y sustentable, la humanidad reacciona de diferentes modos: con protestas de diversa laya, con movimientos multitudinarios de migrantes que desbordan la acción represiva de los estados, con una multiforme y extensísima violencia social y doméstica, con apatía y/o repudio por la política, con un descreimiento generalizado en las instituciones, con angustia, adicciones, etc, etc. El sistema político, cual un organismo atacado, registra estas reacciones como amenaza y reacciona en consecuencia. En algunos casos con políticas más o menos calculadas y proyectadas. En otros, como en el caso de la crisis actual, actúa de modo inconsciente en su fundamento último, generando una locura a escala global, acorde a la situación globalizada del mundo posmoderno, que auspicia una complicidad entre los aspectos desnudamente tanáticos del poder político y la voluntad de seguridad y servidumbre siempre al acecho en los seres humanos.

Aparece así la escalada totalitaria. Encierro, mordaza, horarios reguladores, salidas por documento, prohibición de reuniones, y cualquiera de las otras variedades de disciplinamiento que los distintos estados han instrumentado, con diferentes matices, en lo que va del desarrollo de los acontecimientos. La causa se presenta como inapelable. Todos, al fin, detrás de una justa causa. Clima de epopeya. Fiesta patriótica. Subordinación y valor.

El desencadenamiento de la locura genera efectos destructivos. De manera extensiva, para la sociedad en su conjunto, y de modo centrípeto para el sistema político en tanto tal. Caídos los resortes libidinales del sistema (que desde hace tiempo han ido mermando de modo fuertemente progresivo), queda un núcleo mortífero al desnudo. El modo destructivo de defensa que impulsa el sistema político amenaza su propia supervivencia. Es que tal cual está dada la situación, no puede instrumentar otro modo de defensa menos riesgoso para sí mismo. Las cosas han llegado demasiado lejos. El sistema viene dando claros signos de agotamiento terminal. La reacción que puede provocar no puede ser sino severa y de alto gradiente destructivo, también para sí mismo. La locura se presenta como la resolución fallida. Funciona así para el sistema político y también para la sociedad en su conjunto. Uno intenta perpetuarse aún a costa de la agudización de su crisis, la otra anhela encontrar una seguridad y una causa al no haber podido construir en el terreno social el horizonte de una vida mejor. Alianza peligrosa que podría desencadenar en un pacto siniestro entre un poder totalitario y una sociedad altamente masificada, automatizada, subordinada y regimentada.

ANTECEDENTES RECIENTES DE LA ESCALADA TOTALITARIA

Desde hace un tiempo relativamente breve asistimos al avance de las llamadas políticas de género. Su avance en el poder político así como en gran parte de la conciencia social trajo aparejados cambios relevantes en leyes, aspectos pedagógicos, hábitos sociales, conductas eróticas, etc. De hecho, hoy en día, su defensa, es claramente un signo inequívoco de lo políticamente correcto. Ha hecho pie fundamentalmente a través de diversos movimientos feministas. La paradoja es la siguiente. La legítima búsqueda de las mujeres de una vida más digna y protagónica, de larga y honrosa historia, así como el reclamo genuino ante situaciones de opresión y violencia padecidas desde hace milenios, quedan subsumidos, en muchos casos, por ideologías que en su búsqueda frenética por romper el binarismo sexual, terminan desconociendo la propia esencia particular de lo femenino. Porque una cosa, y muy valiosa por cierto, es defender la libertad de vivir la sexualidad tal como a cada quien le parezca. Pero otra, muy distinta, es repudiar la diferencia sexual binaria, y, con ella, la particular valoración de la condición femenina, así como el enigma mismo de la vida y de la muerte, fundamento de toda libertad humana. Un exponente simbólico de la disolución de lo femenino promovida por esta tendencia, nada desdeñable por cierto, es el llamado lenguaje inclusivo. El “todes”, en nuestra lengua castellana, supone la destitución de la diferencia sexual, y, con ella, de la femineidad en tanto tal, en pos de una expresión que pretende unificar los sexos hasta hacerlos indistinguibles. ¿Acaso el lenguaje está destinado a significarlo todo sin resto, diferencia, ni equívoco? Es, paradójicamente, la pretensión machista y estatal. Es la pretensión totalitaria. Vayamos al lenguaje de signo patriarcal. El “todos”, incapaz de subsumir a la mujer en el lenguaje patriarcal debido a que la declinación femenina persiste fuera de su pretensión hegemónica, deja en evidencia, a la par que impone su categoría sexual, la imposibilidad de encasillar lo femenino que escapa, en parte, a su afán de nominación. Si en el lenguaje patriarcal la mujer deja testimonio de su presencia sustrayéndose en parte a la pretensión hegemónica, en el “todes” queda desaparecida detrás de una expresión que, al confundir la diferencia, promueve la unicidad, milenaria pretensión machista. El “todes” no solamente realiza los atávicos sueños de una masculinidad opresiva, sino que, yendo más allá, entifica una categoría transexual y metafísica que consagra la idolatría de un lenguaje que deja de testimoniar acerca de la imposibilidad de significar el mundo sin resto. Transexual porque atraviesa la diferencia sexual destituyendo su entidad, y metafísica porque le sustrae al lenguaje su condición humana más esencial: la de ser una manifestación de la imposibilidad de significarlo todo. Cuando se cae en la pretensión de que el lenguaje todo lo abarque, la única inclusión que se logra es la que acontece en los campos de concentración, donde todas las diferencias son borradas en pos de un número (al fin la matemática, la cifra, logra lo que el lenguaje nominal resiste). El “todes” tiene la pretensión del número. Hacer del significante signo, es decir, significar la totalidad arrasando con las diferencias. Supone, en términos de alienación y opresión, un incremento cualitativo respecto del machismo. Es, podríamos decir, el machismo hecho metafísica totalitaria.

La pérdida de registro de la diferencia sexual genera como efecto la proliferación infinita de la diversidad. Estamos en el mundo de lo diverso. Sólo que esta diversidad está construida sobre los escombros de la diferencia, constituye una parodia respecto de la diversidad que podría surgir sobre los cimientos de la diferencia reconocida. Así, asistimos a procesos de masificación y de indistinción creciente. Somos “todes” tan diversos que cada vez somos más parecidos. Si el lenguaje no puede nominar la diferencia en un significante, peor para el significante. Diluimos la diferencia y transformamos el significante en signo. Así, creamos un lenguaje de cifras, cosificamos lo humano y matematizamos la existencia. Perdemos el significante en tanto tal, es decir, la dimensión del lenguaje que inscribe la imposibilidad de la significación absoluta. Eclipse de la libertad.

No hay significante que pueda significar la diferencia sexual sin resto. Esta posibilidad sólo está abierta al signo o a la cifra. La expresión “todes” es concentracionaria, presume de una nominación acabada que incluye sin equívoco, resto ni diferencia. En sentido contrario, la palabra “todos” incluye sin nominar la totalidad. Al decir “todos”, sabemos que incluye a las mujeres, sólo que el género rector, el masculino, por tratarse de un sistema patriarcal, asume la representación desde su égida. De ser un sistema matriarcal, quizás podría ser “todas” la expresión que sobreentendiera la presencia de lo masculino sin ser nominado en tanto tal. Sería infinitamente más auspicioso que el “todes”. Es más, sería quizás expresión de un orden social donde las mujeres tuvieran un protagonismo desde el cuál podríamos probablemente vivir una sociabilidad que atemperara la tendencia hacia la violencia tan propia de los hombres y del sistema estatal y patriarcal.  

Lo imposible de significar es lo que abre el espacio de la libertad y de la ética. Y lo imposible de significar en tanto tal, se hace patente, tiene su raíz, en la diferencia sexual irreductible, que es, podríamos decir así, la diferencia por antonomasia ¿Por qué? Porque está íntimamente ligada a la reproducción de la especie y por lo tanto a la muerte. Sexualidad y muerte, puntos ciegos para la significación que encuentran su modo de expresión, es decir, su manera de hacer valer su dimensión irreductible al sentido, en torno a la diferencia entre los sexos. Los sexos muestran límites infranqueables de uno en relación al otro. Su diferencia tiene un estatuto ontológico que la cultura sólo podrá desconocer al precio de ocluir la libertad. Es en torno al espacio indescifrable que habita la no significación de la diferencia sexual que fecunda la creatividad y la diversidad verdaderamente plural. La diversidad que desconoce la diferencia es un polimorfismo vacuo que promueve entes fetichísticos de apetencia totalitaria. Las consecuencias del avance (en las distintas dimensiones de lo social) de la concepción hegemónica de género en detrimento de la diferencia sexual, no han tardado en hacerse notar. En coherencia con la entraña totalitaria que la anima, la concepción “inclusiva” ha generado: endurecimiento del aparato represivo, oficinas administrativas que sancionan expresiones consideradas discriminatorias acotando así las posibilidades de opinión, censura de expresiones artísticas varias, entre otras lindezas. Cuando el Estado, y nosotros mismos, nos convertimos en agentes de censura explícita o tácita, dirimiendo acerca de qué película es conveniente ver o no, qué canciones se pueden escuchar, qué libros conviene leer, de qué podemos reírnos, o qué expresiones verbales pueden usarse, estamos en una senda muy riesgosa. Habrá seguramente expresiones de mejor o peor gusto, manifestaciones más o menos adecuadas e incluso muchas de dudoso valor moral, pero constituirnos en una policía del pensamiento, con toda certeza, no nos llevará a buen puerto.

Una parte del feminismo quedó captado por la hegemonía generista, dejando constancia, lamentablemente, de una victoria más del sistema estatal y político siempre proclive a subsumir a las mujeres. En este caso la política va más allá de la subordinación histórica. Directamente, promueve la disolución de la femineidad. Se dirige así hacia el totalitarismo, verdadera fase superior del patriarcado.

 

RESONANCIAS TOTALITARIAS

Este fenómeno reseñado, con matices, tiene alcance global, como la pandemia covid 19. Sin entrar en detalles, diremos que en ambos casos encontramos: a) la extrema susceptibilidad frente a la amenaza narcisista, siendo el fantasma del acoso un eje regulador de la relacionalidad que instituye al prójimo como peligroso, b) la elaboración delirante de un núcleo de verdad frente a la imposibilidad de un abordaje adecuado de las problemáticas en cuestión. Su confrontación genuina implicaría una revisión total de nuestro modo de vida, c) el impacto estadístico, fiel a nuestra época matemática y tecno científica, d) la enloquecedora y manipuladora cobertura mediática, e) el pánico, vinculado a la amenaza, como factor emocional de base, f) la consagración de causas con pretensión de incuestionabilidad, g) la puesta en marcha de fuertes mecanismos de disciplinamiento social de variado alcance (jurídico, relacional, emocional, conciencial, etc).

Veamos algunas paradojas que entrelazan llamativamente a las teorías inclusivistas y al fenómeno pandemia. Hemos escuchado hasta el hartazgo a los generistas decir, de una manera u otra, que hablar de biología es reaccionario. Que la biología tiene poco, más bien nada que decir respecto a la conformación de la identidad sexual. El constructo cultural repudiando a la biología. Ironías del destino. O, quizás, más bien, retorno de lo reprimido, hoy la biología, pandemia mediante, es un amo absoluto. Es lo único que importa. La gran desplazada, menospreciada y vituperada como reaccionaria, hoy es aquella en cuyo altar todo se sacrifica. Revancha de la biología. Feroz retorno de lo reprimido. Todo se sacrifica por ella. La vida es vida biológica, y, por ella, todas las otras dimensiones de la vida, quizás las más auténticamente humanas, son despreciadas y entregadas en holocausto: economía, trabajo, afectos, sociabilidad, encuentro amoroso y amical entre las personas, interacción con el medio, espacios lúdicos y de diversión, cuidado de los enfermos, compañía a los que están solos, la tan humana y ancestral costumbre de enterrar a los muertos (Antígona dio su vida por ello), etc, etc, etc.

Repudio de la biología y feroz retorno. Rostros solidarios y pendulares de la locura posmoderna. Con ropaje inclusivo o sanitarista, asoma la triste utopía de la unanimidad. “Todes” con barbijos, marchando derechito y tomando distancia, muy iguales y bien pero bien disciplinados, gozando de nuestra infinita diversidad.

¿QUÉ HACER?

Si la pregunta pone el acento en las posibilidades de acción política, vamos mal encaminados ¿Podremos animarnos a pensar en vías diferentes de acción? ¿Podremos además aventurarnos a pensar en la dimensión del ser sin por ello descuidar la praxis? Quizás no se trata de promover o proyectar acciones determinadas, sino más bien de pensarnos respecto de cómo queremos ser, de qué vida queremos para nosotros mismos y en relación a los demás, y de ser capaces de prefigurar en nuestras propias vidas nuestros deseos. El sistema político está agotado. Sólo tiene para ofrecer destrucción, muerte y totalitarismo (que es quizás su núcleo más esencial). La política y su forma permanente de organización, el Estado, padecen de un pecado de origen que hoy en día muestra todo su potencial negativo. Frente a esto, tal vez sea momento de llevar adelante prácticas de sustracción de los modos políticos de vida. La política no es sólo la de los partidos, los tiranos y las burocracias en general. Es la que llevamos dentro en nuestro modo de ser y proceder. Allí dónde hay prepotencia jerárquica, censura del pensamiento, manipulación, mercantilización de los vínculos humanos, desconocimiento de la dignidad del prójimo, explotación (en sus distintas formas) del semejante en provecho propio, afán triunfalista, slogans masificantes, conciencia irreflexiva, tendencia al pensamiento hegemónico, acatamiento servil, y lógica de guerra, hay política. Para cambiar el estado de situación hay que vulnerar la concepción estatalista en el terreno de la vida cotidiana, de las prácticas asumidas, de las relaciones construidas con los otros tanto en los microespacios familiares y amicales como en los diferentes ámbitos de la vida social. Pensar con los otros de manera frontal, sin espíritu de batalla aunque sí con pasión y convicción. Dialogar sin reservas poniendo por delante el deseo de libertad y la clara conciencia de que la emancipación del prójimo de la política es tan urgente y necesaria como la nuestra propia. Alentar la expresión en todas sus formas y dimensiones: íntima, colectiva, profesional, literaria, artística, intelectual, etc. No pensar en filosofías rectoras ni en agrupamientos jerárquicos, mucho menos partidarios, con programas y doctrina. Sin epopeyas heroicas, violentas, colectivistas ni patrióticas. Encontrarnos en las diferencias, aún, y sobre todo, en las profundas. Aprender a escucharnos, a valorarnos, a defender nuestra libertad frente a toda forma de imposición. Aprender a regularnos, a gestionar nuestra vida, a proyectar nuestro futuro pero viviendo intensamente el presente. Inspirarnos en los que  enfrentaron a lo largo de la historia toda forma de opresión, más allá de las diferencias ideológicas. Estar abierto a lo que nos deparen los nuevos vínculos que podamos comenzar a configurar a partir de este trabajo personal y social a realizar. Estar atento a nuevas formas de sociabilidad que puedan alumbrar a partir del cambio que podamos empezar a instrumentar en la modificación de nuestras propias vidas. Creer en que un nuevo pentecostés sea posible. Un espacio en que aquellos que hoy en día manejamos lenguajes distintos, podamos empezar a escucharnos y entendernos más allá de nuestras diferentes creencias y referencias teóricas.

Es una tarea que puede resultar muy placentera: degustando la libertad, sabiendo que vamos emancipándonos, entendiendo que vamos recuperando nuestras vidas expropiadas y alienadas en el lazo político. Si empezamos a hacer introspección y a revisarnos, podremos entrar en relación con zonas amputadas de nuestra existencia, oprimidas, deformadas y profundamente alteradas por la lógica política, que como una mancha de aceite tiende a impregnar nuestras vidas de las maneras más reconocibles hasta las más sutiles e imperceptibles a primera vista. Es una tarea digna, ardua, que puede conllevar momentos de profunda satisfacción. Implica seguramente también desafíos difíciles, propios de todo intento de conmover hábitos establecidos y pensamientos profundamente coagulados. No es una tarea resultadista, sino más bien procesual y existencial.

Sino, seguimos así…distrayéndonos con grietas improcedentes, apostando (aunque sea sin convicción) por el voto periódico y el rito eleccionario, alimentando la metafísica del Estado, la fragmentación artificiosa, preservándonos de pensar nuestra orfandad, creyendo que el cambio viene de afuera, apostando por lealtades afectivas e irreflexivas, buscando la ventaja mínima a través del cambio de gobernantes (cada vez menos posible), sosteniéndonos en la queja crónica, y, fundamentalmente, persistiendo en nuestro modo de ser sin revisar nuestra complicidad en todo este asunto y siendo así los mismos de siempre.

El Estado y el sistema político que le es inherente no domina sólo por su fuerza represiva y económica, sino, fundamentalmente, porque creemos en él. Deconstruir pacientemente la creencia en el Estado, principalmente, aunque no sólo, a través de la crítica del Estado que todos llevamos dentro, es parte esencial de la tarea existencial que tenemos por delante si es que somos capaces de elegirla. Podrán decir que se trata de una nueva utopía. No es un desmérito. Al menos no requiere de altares ni de sacrificios humanos.

La historia va dejando a su paso un tendal de ruinas que algunos llaman progreso. Campos de concentración, guerras, gulags, ghettos, explotación, marginalidad, exclusión, han sido, con matices, flujos y reflujos, la invariable espiral en ascenso. Marx decía que la revolución es la locomotora de la historia, sin apreciar que lo importante era advertir que la barbarie anidaba en los coches de la formación, y que, de este modo, la locomotora sólo aceleraba el camino hacia el precipicio. La alternativa no parece ser la locomotora sino más bien, como dijo Walter Benjamin, el freno de mano que podamos instrumentar. Parar la locura y el camino destructivo. Pensarnos y hacernos de nuevo sostenidos en nuestros deseos,  abiertos a las múltiples experiencias de aquellos que en todos los tiempos confrontaron al poder opresivo desde los lugares más diversos. Hacer operativa, diría Benjamin, la memoria de los vencidos. Traerla a la luz para que no sea un mero recuerdo de homenaje en solemnes actos de aniversario, sino una potencia actual que clame al cielo (de acuerdo a la expresión bíblica) por su redención, y ayude a configurar activamente una nueva vida posible para la generación nuestra. Si será posible o  no torcer esta pendiente depende en gran medida de cada uno de nosotros.   

 

*Psicoanalista

 

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¿Y SI LA PRISIÓN DE LULA NO DETIENE LA “IDEA LULA”? por Andrés Ferrari Haines*

Con-Texto | 8 noviembre, 2019

Este artículo fue publicado en con-texto el 18 de abril de 2018

 Diecinueve minutos tardó el Juez Moro en decretar la prisión de Lula después de recibir oficialmente la notificación que no se le había concedido el Habeas Corpus. Así, puso fin a la tregua implícita bajo la cual la sociedad convivía: la posibilidad de elegir a Lula constituía la respuesta al gobierno que tomó el poder con el Impeachment a Dilma Rousseff en 2015. Los posibles desenlaces de corto plazo, el conflicto abierto, que la prisión de Lula puso en marcha son muchísimos y de cualquier espectro. Uno de estos, inclusive, quizás difícil de imaginar en Argentina, es que “no pase nada”; es decir, que a Lula se le impida participar en las elecciones de octubre, manteniéndose o no su prisión, y que triunfe en comicios normales algún candidato ajeno al Partido de los Trabajadores (PT).

Esta posibilidad, que fue la jugada de la elite, derivaría de una extendida actitud social fuertemente arraigada en la historia brasileña. La percepción de ajenidad de los asuntos sociopolíticos por gran parte de la población e incluso los riesgos elevados personales de inmiscuirse. Adicionalmente, apuesta a los efectos culturales difundidos por grandes medios de comunicación, en particular la red Globo, que aplica una táctica de intensa “ignorancia” del tema – es decir, ni tratarlo – con un discurso unilateral en la cual Lula es el jefe de la organización criminosa PT, “el partido político más corrupto de la historia de Brasil”. Este históricamente influyente holding mediático también difunde la idea que cuestionamientos al Poder Judicial constituyen actos de violencia contra la estabilidad social en el país. No es un discurso sin fuerza en un país tan apegado al orden y a la autoridad.

Por otro lado, el “genio político” de Lula, precisamente, consiste en haberse convertido en esa figura nacional – e internacional – cuestionadora de esos mecanismos dentro de esas mismas estructuras. Que un simple obrero de un pequeño pueblo de uno de los estados más pobres del país, sin instrucción universitaria, posea semejante trayectoria política resulta creíble fundamentalmente por ser verdad.  En ese sentido, los medios a disposición de Lula y del PT son muchos más de lo que dispuso para llegar a la presidencia.

Pesos y medidas

El 16 de noviembre de 2005 en São Paulo, Angélica Aparecida Souza, empleada doméstica de 19 años fue condenada, después de haber quedado efectivamente 128 días presa, a cuatro años de prisión en régimen semi-abierto por robar un pote de manteca. En Minas Gerais, 11 ministros del Supremo Tribunal Federal debatieron hasta acordar condenar un año y diez días de prisión al ladrón de un par de sandalias de R$16. También en San Pablo, otra mujer acusada de robar un kilo de pollo y un huevo de pascuas, para darle de comer a tres hijos menores de 12 años, fue condenada a tres años, dos meses y tres días en régimen cerrado.

Este caso llamó la atención porque recibió una pena superior a siete condenados por la Operación Lava-Jato. Además, mientras estuvo con libertad provisoria, fue madre nuevamente, aunque no tuvo la misma suerte de recibir prisión domiciliaria como Adriana Ancelmo la mujer del exgobernador de Rio de Janeiro, Sergio Cabral, condenados, respectivamente 18 años y tres meses y 45 años y dos meses de prisión, ambos acusados de esquemas de corrupción y lavado de dinero, entre otros, en más de R$224 millones.

El propio Juez Moro absolvió a Claudia Cruz, mujer del expresidente de la Cámara, Eduardo Cunha, porque dice que no fue probado que la cuenta que tenía en Suiza, con más de un millón de dólares, eran recursos provenientes de Petrobrás. En base a un criterio opuesto al que utilizó para condenar a Lula con el tríplex de Guarujá, Moro afirmó que ella debería haber percibido que llevaba un nivel de vida elevado, inconsistente con los ingresos y cargo de Cunha, por lo que su comportamiento fue “altamente reprobable”, sin esto ser suficiente para condenarla.

Antonio Pimenta Neves, ex jefe de Redacción del O Estado de Saõ Paulo, mató el 20 de agosto del 2000 a su novia y colega Sandra Gomide con dos tiros por la espalda. A pesar de confesar haberla matado a sangre fría y de haber sido condenado a 19 años – reducidos luego a 15 años – en 2006, recién en 2011 pasó a prisión efectiva. No obstante, el 18 de febrero de 2016 se le concedió el régimen abierto por "buen comportamiento". El caso de Neves es paradigmático en Brasil, y por eso fue utilizado, entre sus ejemplos, por Luís Roberto Barroso, uno de los seis ministros del Supremo Tribunal Federal que le negó el Habeas Corpus a Lula, como justificativa de quiénes han escapado de la prisión usando recursos jurídicos.

Sin embargo, el ministro no mencionó en su lista otros casos notorios, y actuales de quienes se encuentran en libertad pese a ser sancionados por la justicia, como el senador Aécio Neves (PSDB) y el exgobernador de Minas Gerais, Eduardo Azeredo (PSDB). Este último condenado a más de veinte años de prisión en 2015 en primera instancia y en segunda instancia en 2017, recién tendrá su recurso atendido por el Tribunal de Justicia de ese estado el próximo 24 de abril y su causa prescribe este año…

Azeredo fue condenado por el escándalo del “mensalão”, el sistema denunciado de corrupción de la Cámara de diputados que se desató en 2005. En ese momento surgió el “mensalão tucano” – como se los llama a los integrantes del Partido Social Demócrata de Brasil (PSDB) y el “mensalão petista” – referido a miembros del Partido de los Trabajadores (PT). Ambos comenzaron judicialmente en 2007. Veinte petistas fueron condenados; sólo Azeredo lo fue entre los tucanos – no llegó a estar preso y la causa puede prescribir. Tres de los otros 11 acusados del PSDB vieron el plazo prescribir y uno ya falleció.

País PPPP

Son estos episodios que hacen popular en Brasil la expresión que en el país las cárceles son para los PPPP: Pobres, Pretos (negros), Prostitutas y Petistas (del PT). En los crímenes de personas no políticas, el Departamento Penitenciario Brasileño señaló que entre 1992 y 2014 la población carcelaria aumentó 531,6%. Aunque la población negra constituye 51% del total de Brasil, dentro de las cárceles crece a 67%. Además, 53% no terminó la primaria. Esto en un total de 607.731 personas presas, 230 mil más que su capacidad. Cerca de un tercio están presos en relación al tráfico de drogas y 15% por homicidio; 20% por robo y 10%, hurto – “otros”, 11%. Muchos son pequeños delitos, pero el sistema no separa a éstos quienes cometieron violentos delitos.

Más del 40% de los actuales presos ni siquiera fueron condenados. Esto es fuente de otra importante diferencia de trato. El Código Procesal Penal brasilero separa presos provisorios según su nivel de escolaridad desde 1941 junto a otros criterios selectivos, como abogados, delegados de policía, magistrados, miembros do Ministerio Público, ministros de confesión religiosa, embajadores, parlamentarios, concejales, intendentes, gobernadores e incluso quienes fueron miembros de Tribunal de Juri. Estas personas tienen derecho a celda especial. Si bien generalmente están acompañados con otros beneficios, ya los libera de la superpoblación. Sólo 1% de los presos de Brasil son universitarios. Este período de prisión sin condena, cuando no se les concede la libertad provisoria, puede llegar a durar años. El Ministro Gilmar Mendes declaró en una reciente entrevista que llegó a conocer dos personas que estuvieron presas más de diez años sin haber sido condenados.

Las condiciones de los no-beneficiados son tales que, José Eduardo Cardozo, hace unos años cuando era Ministro de Justicia, declaró que el sistema penitenciario brasilero era “medieval” y que prefería morir a pasar años en cárceles brasileñas. En un reciente informe del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Brasil es señalado como el país que menos gasta en su sistema penitenciario, equivalente a 0,06% del PBI, entre los 17 países de América Latina y el Caribe. En enero del año pasado, un conflicto en la prisión Anísio Jobim en Amazonas dejó 56 muertos. El Consejo Nacional de Justicia después de haber visitado la unidad en octubre de 2016 había clasificado la unidad “pésima”. El cura Valdir Silveira le dijo a la BBC Brasil, tras tres visitas en 2015, que la misma era “una fábrica de tortura, que produce violencia y crea monstruos. Un ambiente de tensión y barbarie constante". Además, declaro que esto sucede en todos los Estados: “bombas-reloj que pueden explotar a cualquier momento a lo largo del país entero”. Estos episodios, de hecho, son frecuentes.

La diferencia de trato dado a los PPPPs es llamativa. Por ejemplo, el Tribunal Regional Federal que el 24 de enero confirmó – y aumentó – la condena en primera instancia a Lula lo hizo en 196 días; tiempo récord para Brasil y la más rápida de todas las apelaciones de la Operación Lava-Jato, Esto llevó al sociólogo y cientista político Emir Sader a tuitear que “El revisor del proceso de Lula leyó 250 mil páginas en 6 días. Esto es, leyó 2 mil páginas por hora, sin dormir, durante 6 días”. Ese mismo Tribunal aún no se expidió sobre el incendio del 27 de enero de 2013 en la ciudad de Santa Maria, en Rio Grande do Sul, dentro del boliche Kiss que mató a 242 personas y dejó 636 heridos – episodio similar al de Cromañón.

Dentro de la Lava Jato están investigados políticos prominentes del PSDB, como los senadores Aécio Neves y José Serra (quién además recientemente se le archivó un proceso) y Geraldo Alckmin. Fueron considerados posibles candidatos del partido a estas elecciones de 2018. El mismo día que se dictó la prisión a Lula fue detenido Paulo Vieira de Souza, llamado Paulo Preto, a quien se considera operador del PSDB y figura cercana a Serra e Alckmin, ambos ex-gobernadores del Estado de San Pablo, marcó en el cual actuó y se le acusa de desviar R$ 7,7 millones. A pesar de que el PSDB expidió una nota afirmando no tener vínculo con Souza, es tomada por muchos como manera de enfrentar la visión PPPP. Sin embargo, ayer el Superior Tribunal de Justicia que podía investigar a Alckim sin fueros de privilegio porque acabó de renunciar como gobernador de San Pablo, para poder ser candidato presidencial, retiró la investigación a los responsables de la Lava-Jato de San Pablo, que habían solicitado con urgencia el proceso, para que sea tratada por la Justicia Electoral de ese estado. Esto es visto como un blindaje a Alckim quien fue acusado por ex ejecutivos de Odebrecht.

 

PPPP + KKK?

"Tirá esa basura por la ventana” se escuchó en las grabaciones de las frecuencias de la torre del aeropuerto de San Pablo, del avión que llevaba Lula a ser detenido a Curitiba. Tanto las FFAA como la Secretaría Nacional de Aviación Civil brasileñas declararon que alguien entró en la frecuencia y no tienen capacidad para descubrir el autor. Oscar Maroni, dueño de la casa nocturna Bahamas en San Pablo, distribuyó cervezas gratis para tres mil personas para festejar la prisión de Lula. También prometió un mes de cerveza gratis si Lula es ejecutado en prisión. Estos episodios se juntan a los tiros y piedras que recibió la Caravana de Lula mientras recorría el Sur de Brasil y a las amenazas del general Villas Boas expresadas en vísperas de tratarse el pedido de Habeas Corpus de Lula, que el ejército repudiaba “la impunidad”, abriendo la posibilidad de una intervención militar en el caso que Lula fuese electo presidente.

El vice-presidente del PT, Luiz Dulci declaró que mientras ningún líder o militante de derecha fue asesinado, “en el último mes hubo más de diez muertes en Brasil, todas personas progresistas o de izquierda”. El caso más notorio es del de Marielle Franco, la concejal carioca, pero también lo fue Alexandre Pereira Maria, líder comunitario que declaró como testigo en esa causa. Esto refleja un creciente clima de intolerancia y de “normalidad” en actos violentos contra el PT y otros partidos que se oponen a la elite que hace recordar prácticas del Klux Klux Klan en el sur de Estados Unidos.

Las elecciones de este año ponen presión a este ambiente. La jugada de la prisión de Lula implicaba que sus votantes optarían por otros candidatos aceptables para la elite. La movilización en favor de Lula y contra los usos judiciales en privilegio de la elite ponen en duda que esto suceda. Sin embargo, en una sociedad políticamente apática, gran parte de ella se mantiene al margen del conflicto. Así, un riesgo es que la polarización, que implica defender la causa Lula, genere un polo opuesto violento y de rasgos fascistas. Este camino puede incluso poner como opción un golpe militar. Un camino intermedio parece difícil de ser encontrado a esta altura.

La aceptación a la prisión de Lula como si nada anormal ha sucedido, implica que nada haya cambiado. Que siga el país PPPP. Esto también parece difícil, aún si la elite consigue electoralmente sus propósitos este año. Fundamentalmente, porque los juzgadores por primera vez están siendo juzgados por parte de la sociedad. Esto es parte de la ‘idea Lula’ que se instaló en mucha gente en Brasil y, como el propio Lula manifestó, ya no depende de su persona: preso o libre; vivo o muerto.

*Profesor UFRGS (Brasil)

 

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SALUDO DE FIN DE AÑO www.con-texto.com.ar

Con-Texto | 22 diciembre, 2018

Amigos lectores:

                          Podría haber elegido hacer un inventario de los sucesos que jalonaron este año.

                          A partir de allí, podría también trazar un panorama posible para el próximo.

                          Pero ya que he contado siempre con la compañía de ustedes, sólo quiero mandarles mi agradecimiento y  mis deseos de que pasen las fiestas en armonía, haciendo un paréntesis en la difícil  realidad  que nos toca en lo local,  en un contexto mundial no tan alentador.

¡¡¡FELICES FIESTAS!!!

Ernestina Gamas

     Directora

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SUJETO POLÍTICO, ¿UNA UTOPÍA? Por Ernestina Gamas*

| 26 junio, 2017

En teoría, la  democracia es el régimen que posibilita al individuo  transformase  en sujeto político. Este sujeto es el que  se interesa en trascender del ámbito individual al  ámbito colectivo, en pasar del ámbito privado al público y se interesa también por  participar en forma responsable  en la construcción y transformación de su propia realidad  y la de su entorno. El sujeto político autónomo, solidario  y responsable se construye  a partir de un recorrido  entre ambos espacios y luego convive en una simultaneidad  entre  las dos esferas sin confundirlas y manteniéndose en esa tensión sin abandonar las reglas.

El Estado como forma de organización política está  dotado de poder soberano e independiente, que integra a  la población de un territorio. El Estado Democrático garantiza  el respeto a  las libertades civiles y está administrado en sus distintos organismos, por sujetos políticos. Es impersonal ya que el estatus de ciudadano con sus gobernantes no depende de  vínculos personales de parentesco o de amistad. Es de suponer que los que se encargan de la administración del Estado llegan por méritos, formación o conocimientos técnicos.

Hasta acá la teoría, lo deseable.  

Vale aquí introducir  una observación del incisivo Jorge Luis Borges  reflejada en una frase:

“El estado es impersonal: el argentino sólo concibe una relación personal. Por eso, para él, robar dineros públicos no es un crimen. Compruebo un hecho, no lo justifico o excuso”

Esta mirada hace que nos preguntemos si podemos albergar la esperanza de alcanzar alguna vez niveles  de transformación de cultura ciudadana  para acercarnos a estas pautas y  para poder conseguir verdaderos sujetos políticos  que puedan convivir en un estado de derecho respetando  las leyes. Hasta ahora los habitantes del país se han mostrado  indolentes ante lo público e indiferentes ante  la corrupción cuando no, partícipes.

Esa confusión que hace que los dineros públicos se deslicen hacia patrimonios privados por el sólo hecho de administrarlos, produce un permanente estado de  malversación, tanto  de plata como de valores. Administrar da poder y ni bien se le toma el gusto produce adicción y  hay que retenerlo mediante   sistema de alianzas o complicidades que  se alimentan del reparto del botín a espaldas de la ley. Resulta una costumbre dispendiosa que además y a cualquier precio necesita satisfacer el deseo de todos los estamentos de la sociedad para así posponer el juicio y alimentar la indiferencia de los que cada tanto los convalidan con su voto.

Una relación complementaria de amos y de esclavos. Es en épocas de bonanza, real o ficticiamente sostenida, cuando  probablemente  cada uno pretenda perseverar en su rol. Durante las épocas de abundancia, cuando el ciudadano de nuestro país tiene excedentes que le permiten consumir más de lo necesario, en esa relación personal con su deseo no hay escollo que se le interponga. Con las defensas altas, no queda espacio para reflexionar si su conducta  significa un salto al vacío para los tiempos que siguen y mucho menos para protegerse de  ese virus llamado corrupción.

En épocas de bonanza no se invierte pensando en el largo plazo, no se educa en una cultura de la austeridad para que los frutos de ese bienestar se sostengan en el tiempo. No se educa en ningún sentido y los grupos  postergados están desvinculados  de la idea de formar un ciudadano que pueda participar en las decisiones que lo llevarían junto con  su entorno a situarse en una corriente social ascendente. Lejos de eso, se lo incita al consumo de  lo inmediato, al placer de lo fácil.

Esas clases más sumergidas, acostumbradas a la dádiva y vivir en la indolencia no están adiestradas para pensar en la posibilidad de convertirse en sujetos políticos ya que esa figura no existe  en su universo conceptual.  Ese sujeto con estados de precarización intermitentes ni siquiera es consciente de que en relación a sus ingresos es un gran contribuyente ya que sin capacidad ni cultura del ahorro todos sus oscilantes beneficios van directamente a consumo con un gravamen  demasiado  alto en términos relativos.  Si lo advirtieran tal vez reclamarían por el uso que se le da a lo que ellos aportan.

Pero las épocas de escasez llegan directamente proporcionales a la ficción con que ha sido sostenida la bonanza. Y es  el desconsolado bolsillo de cada uno el que limita el deseo. Ante la potencia limitada aparece  el miedo y la percepción de la precariedad de nuestros anticuerpos éticos. Alguien con sus tropelías fue el culpable  de nuestro estado, jamás nuestro descuido y ceguera. Y es en este punto en que la observación de Borges alimenta el escepticismo de todos aquellos que   nunca abandonan  la mirada crítica y que vaticinan el desastre.

El 20 de junio, día del festejo de nuestra insignia patria, unos cuantos ciudadanos  nos juntamos frente a los Tribunales reclamando decencia, en todas sus acepciones. Casi no asistieron jóvenes menores de 45 años. Lamentable la proyección de esta demanda  corporizada en gente que en su mayoría había cruzado  la mitad de la vida, hizo de este reclamo  un vacilante deseo para legar a futuras generaciones en ese momento ausentes.

Qué puede esperarse de esta falta de participación de los más jóvenes  en temas que nos atañen a todos. Es trillado decir que la corrupción es una mancha que se extiende contaminando hasta los intersticios menos visibles. La corrupción es extorsiva porque aún sin quererlo, si no se tienen convicciones y conocimiento suficiente hace caer en su redes hasta a los mejor intencionados.

Es fundamentalmente la ignorancia,  la falta de cultura cívica, el descuido de las reglas, hasta de las más elementales,  las que deshilachan la convivencia y el tejido social. Las que dificultan reconocer al otro que integra junto a cada uno de nosotros una trama que forma la comunidad republicana y democrática. 

*escritora y Directora de este Blog

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BREVE INTRODUCCIÓN A LA CUESTIÓN DEL MONISMO OCCIDENTAL  por Arnoldo Siperman*

| 22 diciembre, 2016

                                                                   Para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas.

                                                   René Descartes, filósofo francés (1596-1650)

A partir de la existencia de disenso sobre la fundamentación de validez en materia cognitiva o ética entre miembros de diferentes comunidades lingüísticas, políticas o culturales ¿puede suponerse que existen criterios objetivos en cuanto a la Verdad o el Bien o por el contrario, hay que suponer verdades y valores siempre relativos, cuya respectiva validez depende de algo que les es exterior? A esos interrogantes trata de atender la cuestión del llamado monismo.

1. La cultura occidental está fundada en la generalizada aceptación de la idea de que existen criterios de verdad excluyentes, objetivos y permanentes, así como valores universales, inherentes a la naturaleza humana, que se encuentran al abrigo de las contingencias históricas. Esa idea es consustancial con el espíritu del cristianismo, cuyas verdades esenciales excluyen a cualquier otra pretensión de ese carácter que pudiera tratar de oponérsele; espíritu que empapa a toda la cultura occidental. Preside tanto a los discursos cognitivos cuanto a los valorativos, los que por otra parte no se presentan siempre como fácilmente distinguibles.

Esa idea fundamental, de que es posible afirmar verdades intemporales tanto como tener la certeza de criterios objetivos de justicia y razón, reflejándose en que a cada conflicto corresponde una única solución correcta, es lo que ha sido denominado monismo. Se proyecta hacia un ámbito de gran amplitud, ya que pone en la conversación el tema de la posibilidad de valores universales, por una parte, o bien, por la otra, su reducción a entornos temporales y espaciales. Para la primera alternativa, propiamente monista, suele reservarse la designación de metafísica, para la segunda la calificación de relativismo. Expresiones muchas veces utilizada, con ánimo peyorativo, desde la posición que la enfrenta.

2. Conviene reiterar, como punto de partida, que la cultura occidental ha estado fundamentalmente adherida a una idea monista, a un sistema de principios e ideas único, que rechaza alternativas. Se piensa a sí misma atendiendo a una referencia central presentada como indiscutible. Aunque al interior del sistema conviven diversos puntos de vista y opiniones ampliamente dispares, el conjunto exhibe una persistente insistencia en la única irrefutable Verdad y una no menos irrebatible definición sobre el Bien y el Mal.

Sin embargo, gran parte del desarrollo de las aventuras intelectuales que jalonan su historia provienen de los detractores de ese cuerpo de tradiciones y de los debates que en torno a ello se suscitan. Para decirlo de un modo muy general: el antónimo de monismo suena a pluralismo y el de uniformidad a diferencia. Es cierto, por lo demás, que en la potencia monista y uniformadora se incluye la estrategia de hacer de gran parte de sus impugnaciones nuevos monismos y renovadas uniformidades. Aun de signo contrario, así de complejas son estas cuestiones.

Siempre hay la posibilidad de extremos. En las presentaciones intolerantes y exasperadas de los defensores de la universalidad de la verdad y del bien –y a veces en sus oponentes- se detectan los fanatismos, que se definen como una negativa a toda forma de diálogo, a la reproducción indefinida de afirmaciones con independencia de fundamentaciones y como recurso a la violencia contra lo que pudiera oponérseles. El objetivo del fanático no es convencer; y el de la violencia que le es consustancial no es siquiera humillar y someter; es destruir.

3. El monismo, que en él prevalece, no es un complejo cultural exclusivo del ámbito occidental. También el Islam, por ejemplo, se fundamenta en verdades tenidas por universales y en principios de conducta marginados de toda posibilidad de discusión. Cuando se presentan disidencias (y claro que las hay y bien pesadas por cierto) cada grupo se asigna la titularidad de la “verdadera” doctrina y denuncia en el otro sus desvíos y desarreglos. Y en eso consiste lo más claro y relevante de la actitud monista. Ahora bien, el Islam será una cultura, una política incluso pero, sobre todas las cosas, es una religión.

En el espacio europeo el tema presenta características diferentes. En particular, el hecho de admitir, a partir de un cierto momento de su historia y como forma predominante, una versión laica y secular que no se presenta como una religión tradicional ni como una nueva que suceda a otra. Aunque en su historia ocupa un lugar central el monoteísmo judeo-cristiano y mantiene éste una nada despreciable influencia en el mundo contemporáneo, es la versión secular del monismo la que domina en el terreno de la ciencia y de la tecnología y en el estado actual de su tendencia a extenderse en dimensión planetaria. Es decir, lo que más intensamente reclama una concepción fuerte de Verdad no se muestra como tributario de un orden supramundano.

4. La genealogía de lo que denominamos Occidente pasa por el profetismo judío, la lógica griega y la normatividad romana. Ese trípode sostiene una vocación de universalidad que plasma en dos realizaciones: imperio y cristianismo. Precisamente esa vocación es la que no solamente motivó sus recíprocas justificaciones –la versión especular del dios único en el cielo y el emperador en la tierra desde los tiempos de Constantino el Grande– sino también recurrentes enfrentamientos. Esa dialéctica, en el medioevo, se hacía fuerte en la Ley humana por un lado y en las Escrituras por el otro. Sus respectivos paladines fueron los juristas y los teólogos. En todo caso, se tradujo en el rechazo de los medios sacramentales y mágicos de búsqueda de verdad y salvación. Pero la Cruz estaba por encima de todo. Iluminaba tanto al pontífice como al emperador. Cuando competían lo hacían invocando ambos la universalidad de sus respectivos argumentos y potestades. En esas luchas la Gran Referencia permanecía. Configuraba el marco en el cual los contendientes reclamaban para sí la supremacía, el poder. Y el poder, recordemos, reclama sumisión.

5. La irrupción de la modernidad produjo, según las palabras puestas en circulación por el sociólogo alemán Max Weber, el desencantamieno del mundo, el más amplio acontecer histórico-religioso que, pese a la lógica de ruptura con el orden de un credo trascendente, retuvo de ese vasto y complejo cuerpo de tradiciones una gramática universalizadora y transhistorizadora. Ese proceso, que se desplegó en la fundación de la ciencia moderna y en la gran reforma política de transferencia de la soberanía, constituye lo que denominamos “secularización”. Su figura dominante es el Estado (particularmente, no siempre, el Estado de Derecho), su inspiración es la Razón. A favor de esos vientos medraron políticos, filósofos y científicos. Se generó el espacio público y se definió el de la privacidad como su correlato.

El monismo occidental, a veces con pasión y otras a regañadientes, se fue alejando de la religión; la modernidad se fundó y sostuvo sin su concurso. Proclamó un hiato. Fe y Razón bien separadas. La religión y la ciencia tenían a la sazón sus propias pretensiones de universalidad, con radicales discrepancias en sus respectivos fundamentos. Dos monismos que se enfrentan, dos pretensiones universales de verdad. En líneas generales: el poder político se afilió a la Razón, buscó monopolizar el espacio público y relegar la fe al ámbito de la privacidad. Lo logró, en algunos países, no en otros.

6. Examinemos las bases del monismo cuando se independiza del discurso teológico y no se conforma, entonces, con recurrir a la Palabra Sagrada para justificar la Verdad.

Se expresa afirmando que la tendencia dominante en el orden filosófico-político de la cultura occidental reposa sobre tres aserciones axiomáticas. La primera, que todas las preguntas que se puedan plantear respecto del mundo son susceptibles de ser contestadas y que para cada pregunta auténtica hay una única respuesta correcta, que excluye a todas las otras, consideradas entonces erróneas. Las preguntas se suceden (los humanos somos curiosos). La respuesta es siempre posible aunque no la conozcamos todavía. Es precisamente en la búsqueda de respuestas aún no logradas que reside la posibilidad del progreso cognitivo. En este punto se inserta el llamado imperativo galileano, que se muestra como la proyección normativa, volcada a lo que habrá de configurarse como modernidad, del principio de cognoscibilidad: frente a todo lo susceptible de ser conocido se instala el deber, como una exigencia ética, de hacer cuanto sea posible para llegar a aprehenderlo. Porque para la ciencia la Verdad no se muestra como final y definitiva, como lo pretendía en cambio la religión. La ciencia arrasa con las evidencias que ocultan las cosas; pero el resultado deviene nueva evidencia y así de seguido. Es insaciable.

La segunda aserción básica afirma que el logro de la respuesta acertada correspondiente a cada uno de los interrogantes depende de la utilización del método adecuado, necesariamente único respecto del tipo de problema que se ha planteado; la clave de la cuestión reside en que es el método lo que garantiza el ajuste lógico de la solución propuesta. Para ello debe satisfacerse una doble exigencia: elegirlo adecuadamente y emplearlo con la necesaria destreza. Se requiere “saber hacer”. Y, finalmente, se afirma en el tercero de los postulados, en cierta forma como corolario, que las respuestas a las diversas preguntas, las soluciones de los problemas que plantea el mundo, deben ser compatibles entre sí, de modo que ellas configuren un todo coherente, asegurándose de tal manera una visión ordenada y libre de contradicción. Compatibilidad que opera como refuerzo de la garantía de veracidad de cada una de las respuestas particulares. No es éste el lugar para mayores desarrollos, pero es sin embargo oportuno señalar que una cosa es “pregunta” –que demanda respuesta- y otra “problema” que exige solución. La respuesta suele ser provisoria, sujeta a nuevas indagaciones; la solución de un problema es necesariamente definitiva; un problema resuelto deja de existir, no hay más problema, se encontró su solución…final.

7. Hoy en día nos asomamos a la realidad circundante desde una plataforma que se apoya sobre la trabazón de estos tres postulados. La experimentamos, en el secular, “desencantado”, mundo occidental, sub specie científica, conviviendo con una complejidad tecnológica que es su más fiel testigo, la confirmación de su productividad social. Curiosidad, técnica metódica, codicia cognitiva -y de la otra- ilimitadas. Se lo proyecta al plano ético, se lo denomina “progreso” y bajo ese nombre se lo auspicia (y se pagan sus costos sociales). Eso es la modernidad. O al menos uno de sus rostros, aplaudido y también objetado, contestatarios ha habido siempre y en todos los terrenos del quehacer humano.

Un breve rodeo. El nacimiento de la ciencia moderna no solamente debió enfrentar el saber dogmático de la religión sino también el recurso a los saberes ocultos y mágicos que, de alguna manera, la prologaron. Reemplazar conjuro y simpatía cósmica por observación y experimento controlado fue una revolución, tanto metodológica como ontológica, desplazando intercesiones mágicas en el acceso al mundo material tal como era éste percibido. Así, hubo química donde había habido alquimia y astronomía donde interrogación a misterios astrales. Todo barrido por la ciencia y por la razón. Pero algo quedó. Lo supérstite, de donde viene superstición, en ritos y liturgias, cábalas y creencias difundidos en todos los medios sociales. Lo mágico sigue vivo en los más variados ámbitos, desde el arte a las actividades deportivas. El mito, despreciado por la racionalidad, sobrevive como dato de la cultura del que no es posible prescindir. Además, pegoteando algunos de sus reflejos populares a la política. Tema para meditar: ¿son los mitos políticos residuos de arcaísmo o sutiles creaciones –o recuperaciones, tal vez- sostenidos por los medios de difusión de cada época, medios hoy potentes y variados como nunca lo habían sido? ¿O ambas cosas?

8. Retornemos a esos principios (cognoscibilidad, método y coherencia), los que definen al monismo, el que ya hemos visto hunde profundamente sus raíces en el monoteísmo. Predomina la idea de que existen criterios de verdad excluyentes, objetivos y permanentes, así como valores universales, inherentes a la naturaleza humana, que se encuentran al abrigo de las contingencias históricas.

Galileo aprendió literalmente en carne propia la intensidad de la vigencia excluyente de las verdades recibidas, en tiempos de la contrarreforma conducida por la Iglesia romana. Su desquite, por así llamarlo, consistió en sustentar el triunfo del cuestionamiento a la visión normativa del universo, según la cual los astros giran en sus órbitas en cumplimiento de las leyes prescriptivas impuestas por el Creador. Esto es: demostró que la humana “descripción” puede reemplazar a la creencia en la divina “prescripción”. El camino del saber no es la ruta de la fe.

Por nuestra parte, aprendimos de lo que él experimentó que contradecir a las verdades consagradas no es algo que se encuentre en algún limbo epistémico sino una cuestión política, de las que se debaten en los oscuros y generalmente crueles espacios del poder. No es que la doctrina copernicana lastimara el orgullo de algún príncipe eclesiástico, ni que el materialismo galileano generara dificultades en el discurso teológico que la hábil retórica eclesiástica no pudiera soslayar; se trata de que una y otro afectaban el poder de la Iglesia. En la figura del oponente de Galileo -que antes lo había sido de Giordano Bruno, a quien condujo a la hoguera en el año 1600-, el cardenal jesuita Roberto Belarmino, encarna ese poder retardatario que tantas veces mostró su imagen brutal, sostenida por el fanatismo y el prejuicio, pero también por una percepción alerta de lo que estaba en juego. Tal como, en su momento, lo había sido el abominable Torquemada.   

9. La respuesta dominante, entonces, respecto de la pregunta sobre la verdad, a la que se agrega la correspondiente a los valores universales, ha sido por siglos la afirmativa: no puede haber más de un sistema cognitivo (hoy la Ciencia en tanto tal, no así sus contenidos, sujetos a la ley del progreso) y ético válido. Vale para todos y en todo tiempo. Parece que el monismo fuese, entonces, la confluencia de los sistemas culturales que cimentan todo el edificio principal de Occidente. En efecto, es imposible no ver en su base a ese Dios celoso y exigente de la Biblia judaica, fundador de la ética de la obediencia. Tampoco puede dejarse de lado que una de sus fuentes es la metafísica parmenídica de la cual, según comenta el filósofo italiano Sergio Givone, habría pasado a la inconmovible estructura de la lógica y de ahí a la ciencia. Hay que reservar, en este cuadro, el pertinente lugar de la ley, del orden civil de la civilización, legado de Roma aureolado de sacralidad, unido al credo que Jesús predicara entre judíos y Pablo entre paganos en el clima de la herencia helenista de la metafísica griega.

10. La respuesta monista que sigue hoy predominando viene de antiguo. Puede encontrársela en Atenas desde que, como lo subrayó Nietzsche, el socratismo ahogó la voz escénica de la tragedia y se impuso el volcamiento erótico hacia el saber. Reina desde Platón y Aristóteles hasta en el pensamiento contemporáneo, pasando por Agustín de Hipona, Tomás de Aquino, los escolásticos e Ignacio de Loyola, por la Ilustración, Condorcet, Hegel y Marx, por el humanismo filosófico, por el positivismo. Los tránsitos, hay que marcarlo, casi nunca claros, definidos ni apacibles.

Empiristas y racionalistas disputaron sobre el método. Nada hay en el intelecto que no haya sido previamente percibido por los sentidos, argüía en Inglaterra  John Locke; salvo el propio intelecto, corregía Leibniz, quien estaba convencido de que también había verdades de razón. Pero coincidieron en la certidumbre del resultado una vez utilizado exitosamente el que cada uno de ellos favorecía. Kant, a su vez, postuló un sujeto trascendente capaz de aportar las categorías para acceder a los fenómenos del mundo y de configurar un imperativo moral apto para conmover al filósofo tal como lo hacía el brillo de las estrellas en el cielo. El monismo como el Espíritu Absoluto culminación de la historia fue la convicción de Hegel, preámbulo, si puedo tomarme la libertad de decirlo, de ese mundo de relaciones sociales transparentes en el que cada cual aportaría según su capacidad y recibiría según su necesidad soñado por Karl Marx.

11. Retrocedamos un poco en el tiempo. El iluminismo nació y se desarrolló en términos de crítica radical al orden político, social, religioso, cultural, de su tiempo. Es decir, antimonista en su origen. De manera que su posterior vocación homogeneizante debería ser juzgada sin olvidar su espléndido aporte emancipador. De algo de esto se habla cuando se alude a “dialéctica de la Ilustración”. Por otra parte, pensadores de la Ilustración, como Voltaire y Montesquieu en algunas de sus obras, mostraron clara consciencia de la relatividad de los valores esenciales del iluminismo francés que es pasada por alto, por cierto que no solamente por el interesado pensamiento de los réactionnaires franceses y de los románticos alemanes, sino incluso por muchos defensores de los valores sustantivos del pensamiento y la sensibilidad ilustrados. El segundo citado sostenía que las circunstancias geográficas, el clima y otros factores de contexto material condicionaban los contenidos éticos y legales de las sociedades humanas. Se lo podría tildar de relativismo, pese a la monista afirmación de que las leyes son las relaciones necesarias derivadas de la naturaleza de las cosas.

12. El monismo, la convicción sobre saberes y valores indiscutibles, se trasvasa del cristianismo al pensamiento ilustrado, del idealismo filosófico al naturalismo positivista y da la plenitud de su sentido a la posición dominante que ocupa la ciencia en la vida moderna. Aunque es necesario tener en cuenta que en todo esto hay siempre límites, los que hacen a la infinita variedad del pensamiento humano; hay muy diferentes maneras de navegar, incluso cuando todos lo hacen a favor de la corriente. Por eso el monismo occidental, esencialmente secular, puede ser compatible con la diversidad ideológica, el respeto al diferente, la tutela del débil; pero puede ser también autoritario, intolerante y hasta totalitario.

Por otro lado, tanto el imperativo evangelizador cristiano como el programa civilizatorio teñido de Ilustración han sostenido, en sus momentos de esplendor, a la gran aventura colonizadora. Monismo en estado puro, la afirmación de una cultura frente a la cual las alternativas son ceder o sucumbir. Lo que en materia cultural es bastante parecido. Una empresa –la colonial- cargada de hipocresía en la expresión pública de propósitos como de explotación, depredación y crueldad en la realidad de su práctica. También allí hubo quienes lo denunciaron. En el nombre de uno de ellos va el recuerdo de todos los luchadores de la disidencia: fray Bartolomé de Las Casas.

13. La actitud monista permanece en su papel rector, pese a que la historia occidental muestra la recurrencia de diversidad de pensamientos objetores y contestatarios, de quienes han corrido los riesgos de la navegación contra la corriente, especialmente en el terreno valorativo. Que, por lo demás, contribuyeron en buena medida, precisamente en razón de sus disidencias, a la salud y esplendor de la cultura occidental. Entre esos perturbadores de la fe en los valores recibidos y de la sacralidad de los poderes que los respaldan se encuentran, en un rápido recorrido histórico, los filósofos cínicos y los escépticos griegos, los herejes medievales, los milenaristas, los pensadores nominalistas en Occidente, los iconoclastas en el Oriente bizantino, los fratricelli. Vale recordar asimismo a los a veces prudentes y a veces audaces humanistas, de Marsilio a Pico de la Mirándola, del papa Piccolomini a Erasmo, a los grandes pensadores escépticos como Michel de Montaigne, Blaise Pascal y David Hume, al Vico de la Scienza Nuova de la historia, al Herder de las nacionalidades.

En lugar clave Maquiavelo, quien a inicios del siglo XVI oponía a la moral cristiana que dominaba el medioevo, la del amor, la caridad, la misericordia, el perdón al enemigo y la remisión a la justicia divina, la de una idealizada Roma republicana, no universalista sino cívica, heredera de la polis. Era una moral colectiva, comunal, según la cual la calidad de humano es idéntica a la de miembro de una comunidad, en la que los fines del individuo no son separables de la vida colectiva. En palabras del filósofo e historiador de las ideas Isaiah Berlin, la moral del mundo pagano; sus valores son el coraje, el vigor, la fortaleza ante la adversidad, el logro público, el orden, la disciplina, la felicidad, la fuerza, la justicia y por encima de todo la afirmación de las exigencias propias y el conocimiento y poder necesarios para asegurar su satisfacción; aquello que para un lector del Renacimiento equivalía a lo que Pericles había visto personificado en su Atenas ideal, lo que [Tito] Livio había encontrado en la antigua república romana…

Lo que se pone en circulación es que la historia demuestra que hay más de un sistema moral posible. Se puede optar: en los extremos, ¿satisfacer las convicciones a costa de los fines o lograr los resultados a expensas de las convicciones?

14. Si algún movimiento perturbó en profundidad la paz del monismo fue la reforma protestante, al menos en la instancia originaria de poner en crisis la doctrina pontifical de la Verdad. Lutero enseñó que más valía el directo acceso a las Escrituras en lengua vulgar que las obras de obediencia y los ritos en el arcano latino. Calvino, que la gracia y la predestinación no podían estar mediadas por vicariato alguno.

Pero esas rupturas del monismo papal en Occidente no significaron pluralismos doctrinarios en sus respectivos interiores ni tolerancia frente a sus antagonistas. Lutero persiguió hasta la muerte a los anabaptistas y Calvino no se privó de hacer uso de la hoguera, durante su dictadura teocrática, tal como lo venía haciendo la Inquisición a la cual denostaba. El librepensador Miguel Servet terminó sus días en Ginebra como años antes el fanático Savonarola en Florencia.

15. En también gran medida, pero cuestionando ahora al racionalismo, alcanzando tanto a fieles católicos como Chateaubriand, como a descreídos como Byron, contribuyó el romanticismo a alterar la paz de lo recibido, en su cuestionamiento a los principios y consecuencias de la Ilustración y a partir de la noción de que no hay valores preexistentes, sino que los crea cada grupo, nación, clase, cultura y que son ellos entonces diversos y diferentes. Pasional y esteticista, valorizador de lo histórico y contingente frente a lo tenido por universal y necesario.

Lugar importante ocupan también, en el bando contestatario, los marxistas no dogmáticos, los auténticos agonistas, los pensadores de la sospecha, como Nietzsche y Freud, los pragmatistas como John Dewey y Richard Rorty, Ludwig Wittgenstein y los filósofos de la existencia. También los multiculturalistas, tan à la mode en ciertos momentos y lugares, incurriendo incluso en nada plausibles extremismos de inconmensurabilidad.

En todo caso, hay que remarcarlo, desembocando en muchas ocasiones quienes lo objetaban en su propia y excluyente visión monista de las cosas. Y esto vale para una amplia gama de esos objetores. Es que la aspiración a la visión monista no es fácilmente descartable: es un orden de cosas que disipa dudas, tranquiliza, aleja sospechas y diluye angustias. A veces, proporciona consuelo.

Hay en el monismo un cierto predominio de pensamiento de la identidad que coloca a la justicia y a la verdad, juntas, en un mundo eterno e inmutable; pensamiento del que tampoco se libera parte considerable de sus impugnadores. En muchas y bien diversas corrientes de ideas se advierte que tienen en común que, en cada uno de sus respectivos universos, la justicia y la verdad se mantienen iguales a sí mismas. En línea, hay que reiterarlo, con esa idea romana que definía de una vez y para siempre que justicia era, después de todo, dar a cada uno lo suyo y que coronaba su ordenamiento tautológico poniendo a la verdad como el efecto de un iudicium proferido en el ámbito de los procedimientos de la ley.

16. La ciencia y el lugar que ocupa en la sociedad moderna como medio de encontrar la verdad (¿o crearla? ¿Aletheia o Poiesis?) y como el discurso que la expresa, por una parte; y por la otra la idea según la cual los mecanismos prácticos de resolución de situaciones de antagonismo a través de las funciones legislativa y jurisdiccional importan la tentativa de realización de un bien universal llamado justicia, se asocian íntimamente a los tres postulados de la visión monista. La ciencia y el derecho aparecen, en sus respectivas esferas pero con tendencia expansiva hacia otros espacios discursivos, a los que contribuyen a conformar, monopolizando la posibilidad de asegurar que dadas ciertas circunstancias haya un alto grado de probabilidad de que se produzcan determinadas consecuencias.

Esto es esencial para esa “calculabilidad” del mundo que Max Weber señalaba como rasgo dominante del espíritu del capitalismo. En su núcleo se aloja, se decía no sin razón, el saber y la lógica del mathema, que es igual a sí misma en todas las latitudes. Lo cual tenía, en la especulación intelectual, prestigiosos antecesores: ya Leibniz suponía que la Creación era la mejor posible, como lo demostraba que era susceptible de ser leída en términos matemáticos. Condorcet estaba convencido de que el mundo era reductible a un sistema matemático en el que un cálculo de probabilidades regiría los motivos de creer y, por lo tanto, las elecciones prácticas de los individuos. Los utilitaristas comparaban posibles resultados y, se sabe, comparar implica medir. Saint-Simon, el precursor de la sociología, confiaba en el advenimiento de un estado de cosas en el cual la tecnología haría de la abundancia –cuestión cuantitativa, después de todo- la tumba de la miseria y, como consecuencia, del conflicto socialmente relevante.

Auténticas prefiguraciones, hoy casi paródicas, de un mundo que se pretende regido por encuestas, ranking y evaluaciones, adorador de la razón técnica y generador de profecías autorrealizadas, en el que algunos, especialmente en el campo de las ciencias sociales, atribuyen a tecnología y conocimiento la potencialidad de contener –y tal vez revertir- el desbarajuste ecológico de dimensión planetaria en cuya etiología se encuentra, paradójicamente, ese mismo desborde energético y tecnológico. Pero que sigue gobernado por la calculabilidad y, con su concurso, con el ideal de eficiencia.

17. Si hay una época del mundo en la cual el monismo adquiere su mayor intensidad es la del predominio de la ciencia y la tecnología, el que estamos transitando; época desangelada, mediática, presidida por la obsesión del consumo, donde controles, vigilancia y terror se disfrazan de libertades. Dominado el todo por la racionalidad instrumental y por las herramientas de operación tecno-genética y robótico-digital.

Los modernos somos insaciables y, además, impacientes. Lo queremos todo y lo queremos ya. Ni siquiera sabemos qué hacer con lo que ayer deseábamos y hoy descartamos. Esa es la cultura que nos habita, renuente a tolerar que los principios de eficiencia que la alimentan sean cuestionados. La efficiency es más que un objetivo técnico o un requerimiento económico: ha devenido norte de la brújula moral.

Desplazó a la democracia del “final de la historia”, en la que desde la conversión china hasta las crisis occidentales hacen cada vez más difícil creer. La impresión es que, además, estuviéramos transitando del predominio del ordenamiento posesivo cuyo objetivo vital es “tener” a uno competitivo que se le superpone, impregnado por el imperativo de “ganar”. Todo, con vocación planetaria. Tal vez sea la palabra “globalización” la que más ajustadamente da cuenta del estado actual de ese modo de abordar el mundo al que denominamos monismo occidental.

18. Actualmente articulamos estos temas con la dupla saber/poder y podemos decir que las complejas cuestiones en torno ella transitan por los espacios que ni el monismo ni sus objetores logran cegar. Así, se proyectan esos temas al mundo concreto en el que se desarrolla la vida social y niegan para la verdad y la justicia la pretensión universalista sustentada en las tradiciones jurídicas y en las del idealismo filosófico. Enfoques traídos a un primer plano del estudio por la reflexión marxiana, por la llamada sociología del conocimiento y por la crítica de los grandes teóricos del Instituto de Frankfurt, han sido revaluados contemporáneamente por autores tan disímiles como Michel Foucault y Richard Rorty, para mencionar solamente a dos de los más difundidos en el pensamiento de los últimos años del siglo XX. Desde perspectivas muy diferentes, incompatibles, pero coincidiendo en poner a la vista la contingencia histórica y su articulación social. La centralidad de la cuestión del poder, que somete aquello que la violencia no puede, no sabe o no desea aun destruir y del precio de proyectos y utopías.

En ese contexto, el  drama del monismo es su impostación en términos éticos y políticos. En las palabras del ya citado Berlin: Pedir una fundamentación válida erga omnes probablemente constituya una necesidad metafísica profunda e incurable; pero permitir que ello determine nuestra práctica es síntoma de una inmadurez política y moral igualmente profunda y más peligrosa. Esa presunta "necesidad metafísica" de fundamentos tan incuestionables como universales, agrego, es la que ha inspirado el sacrificio de vidas humanas en el altar de las abstracciones, la aceptación de la miseria y la desdicha actuales a cambio de la promesa del futuro Bien Supremo, llámese la comunidad racial, la sociedad sin clases, el mundo gobernado por la "mano invisible" o el tiempo mesiánico.

19. Para nosotros los modernos, desilusionados hasta la náusea de las solicitaciones de los grandes sistemas, de los proyectos tranquilizadores, de los consuelos metafísicos y de las promesas vanas, se nos hace indispensable hacernos cargo de la contradicción y tratar de instalarnos en ella, desde la perplejidad y hasta desde la desesperación. Rechazar los fundamentalismos -religiosos, económicos, tecnológicos- y su oferta engañosa de seguridades imposibles, unanimidades desoladas y futuros dominados por esas seguridades y unanimidades. El engañoso monismo que los tiempos de hoy despojan de contenido y señalan la vacuidad de sus promesas. Reivindicar, por el contrario, la convivencia con la discrepancia y más aún, su elogio, su más convencida apología. Tomaré un riesgo: Nietzsche anunció la muerte de Dios. ¿Qué enfermedad terminal podríamos nosotros anunciar hoy?

20. Una propuesta. Asumir una condición trágica. Pensamiento destilado de la gran tradición de la obra de Esquilo, Sófocles y Eurípides que ponía en escena a las contradicciones indecidibles y que el monismo ahogó durante más de dos milenios (aunque sin poder impedir conmociones ilustres, como el shakespeareano Hamlet). La propuesta es que la recuperación plena de la dimensión trágica del pensamiento puede asumirse como base sustentatoria de un discurso contrahegemónico, articulado en la tensión entre las diferencias saldables en el terreno de la convivencia política y aquellas otras fundamentales y básicas e insolubles con las cuales debemos convivir. No deberíamos sentirlo como una condena sino recibirlo con el alborozo -y la prudencia- con que acogemos a la infinita variedad instalada en la aventura humana. Estoy convencido de que la democracia moderna, la que puede luchar contra sus acechanzas internas, la banalización, la corrupción, la colonización por el poder del dinero y las mafias de ocasión; contra su reducción a la mera formalidad periódica electoral, es el espacio que ha demostrado históricamente ser el más adecuado para el desarrollo de ese discurso y la puesta en obra del deseo que moviliza. Lo que conlleva ejercitar el compromiso de apostar, jugarse, arriesgar, teniendo como límite el que señalan nuestras propias incertezas y las certezas que adjudicamos a los demás.

Con todas sus imperfecciones, que no son pocas, la democracia desplegando las actividades sociales en el marco de las instituciones que le son propias, configura el único invento político adecuado a la modernidad que puede ser compatible con las variadas voces de la verdad y del bien y, por lo tanto, con el ejercicio de las correspondientes opciones vitales.

                                                                                                                          Diciembre de 2016

 

* Arnoldo Siperman es autor de LA LEY ROMANA Y EL MUNDO MODERNO, Juristas, científicos y una historia de la Verdad, Ed. Biblos, Buenos Aires, 2008.

 

 

 

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EL FLAUTISTA DE HAMELIN por Ernestina Gamas*

| 29 noviembre, 2016

 

“Y entonces entró… el más extraño personaje que se puedan imaginar……. El pelo le caía lacio y era de un amarillo claro, en contraste con la piel del rostro que aparecía tostada….. es que he venido a ayudarlos….
 

No nos dimos cuenta o la mayoría no se detuvo a contemplar el rumbo que tomaba el  comportamiento individual y colectivo de las últimas décadas. Antes de los años 90 no había Internet para consumo masivo. Al poco tiempo ya nos manejábamos con el correo electrónico… Es difícil darse cuenta cuando se está en medio de  la vorágine: globalización, avances tecnológicos, acontecimientos  que   se empujan unos a otros  con niveles de aceleración nunca antes imaginados. Durante esa década el pensamiento filosófico estaba embriagado de “post-modernidad”, crítico del racionalismo, detractor de ideologías y  de compromiso social.

Cinco siglos antes de nuestra era, el filósofo presocrático Heráclito de Éfeso, después de largas observaciones dijo: “Nada es permanente, sólo el cambio”.  Pudo detenerse y tuvo tiempo de cavilar frente a la naturaleza para desarrollar su teoría de los contrarios “No comprenden cómo lo divergente converge consigo mismo: armonía de tensiones opuestas, como el arco y la lira”.

Hoy el mundo ha roto su armonía y  muestra un aspecto sin noción de conjunto y tan provisorio que ni Heráclito podría haber sido ser capaz de imaginar. Resulta una paradoja que en el tiempo de la globalización, de la híper conectividad, lo que más  ha crecido es el individualismo, la aislación y la incertidumbre. En el tiempo de la  comunicación vertiginosa hasta la forma de  relacionarse ha cambiado. Amigos virtuales diseminados en la red, con una proximidad engañosa, distante. Relación pobre en alteridad, donde el yo se encuentra comunicado pero  aislado, fundamentalmente solo consigo mismo.  Las noticias de distintas partes del mundo llegan en tiempo real y  apabullan  impidiendo  la perspectiva  para la observación, para  una evaluación más crítica de los acontecimientos.  Las relativas certidumbres que se habían alcanzado en un mundo que parecía próspero, han estallado dejándonos desamparados. El proyecto de trabajo y de familia  tiene que ser rearmado constantemente a lo largo del tiempo de vida, produciendo un desarraigo constante. Sólo lo resisten  personas de “identidad flexible” que se adaptan o enloquecen.

El capitalismo, generador de riquezas, pudo después de la segunda guerra distribuir  bienestar, asistencia social, capacitación,  derechos laborales y posibilidad de que cada generación estuviera mejor que la de sus antecesores. Fue como un espejismo. Porque un fenómeno presagiado por  Marx empezó a cumplirse: La inexorable  capitalización del capital y con ello la desigualdad en su distribución  ha venido  tendiendo   a incrementarse cada vez más rápido, sin piedad.  La mitad de la riqueza mundial está en manos del 1% más rico. Prevaleció “la lógica del capitalismo financiero en general y de la banca de inversiones en particular con una mirada  miope y orientada al corto plazo. Su objetivo es acelerar las tasas de circulación de capital a cualquier precio de tal manera que erosionan las condiciones para las inversiones estratégicas a largo plazo “reales” y productivas”. (Hartmut Rosa- Alienación y Aceleración –Katz 2016) 

Desde hace décadas, las fábricas se  deslocalizan y se reubican en pos del máximo rendimiento y de los salarios más bajos. Se mudan sin mirar atrás. No sea cosa que les alcance la maldición bíblica que alcanzó a la mujer de Lot.  Esta mayor “eficiencia”, resultado de  la automatización y  digitalización, condiciona la cantidad y calidad del empleo porque la robotización  reemplaza los brazos,  en otro momento imprescindibles. Además las máquinas no se sindicalizan. Van dejando en el camino mano de obra con retribución  depreciada u ociosa,  necesidades insatisfechas, en muchos casos las más elementales.

En algún lugar virtual se acumulan y se concentran los medios que antes estaban disponibles de manera tangible para calmar el deseo. Porque  el individuo de la modernidad  tardía, se lanzó a un consumismo exacerbado y ya no tolera la frustración. Poseer da poder y aleja el miedo.  Alguien vino a arrebatarle el paliativo para la ansiedad. 

Es entonces cuando  aparece el vendedor de ilusiones, líder inescrupuloso que acusa al “otro”, “el diferente”, “el extranjero”, de haberse instalado adentro y afuera para  frenar la rueda y para desalojarlo de su fantasía de progreso.

Faltaba el  salvoconducto  para que eclosionaran sentimientos potenciales, dormidos o acallados por los resabios del imperativo kantiano: «Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal”. Da lo mismo. Hace falta un enemigo culpable para neutralizar al súper yo dejando al yo a merced de sus pulsiones,  para justificar   expresiones misóginas, discriminatorias, xenófobas, bestiales. Violentas.  Moral kantiana y súper yo neutralizados. Total: es en defensa propia.  El enemigo es imprescindible para cohesionar  cualquier  organización  fascistoide.

El miedo, el resentimiento por la desigualdad, por la pérdida de bienestar encolumna a la gente detrás del líder salvífico, como siguieron los niños al  Flautista en Hamelín.  La historia no es nueva pero hay que conocerla. El siglo XX tuvo algunos ejemplos, algunos atroces.  Pero ninguno escapó  de escenarios violentos.

Trump, es un emergente más y asoma con todo su peligro. Supo cómo canalizar detrás de  sus slogans la frustración de grupos humanos de identidades rígidas, postergados por la nueva lógica distributiva. Así como  Berlusconi, ambos personajes soberbios que supieron amasar  cantidades obscenas de dinero, compran voluntades y mujeres que consideran  como  objetos de uso. Eso en vez de rechazo, produce fascinación.   

Sus seguidores, seducidos por el encantamiento de sus promesas, sin demasiada educación, desencantados, se fanatizan y van detrás del embrujo. No tienen capacidad de análisis al recibir  mensajes sin complejidad que repite un líder que se les parece. Trump es un patán inculto y grosero aunque rodeado por un halo de magnificencia y que  conoce el negocio  del marketing  del reality show. Además peligrosamente narcisista.

En su loca mentira, promete un mundo del pasado imposible de recuperar. Para quienes vienen  de frustraciones, sin saberlo irán hacia otras. El odio que pregona no puede traer más que violencia. Trump  sabe que el mundo está gobernado por especuladores financieros y trasnacionales que no permiten el retroceso. Él es uno de ellos. El peligro que se nos presenta ahora es que a los estados los gobiernen los “locos”  

No es un fenómeno aislado. En Europa florecen los mismos discursos  exacerbando  pasiones  violentas contra cualquier intruso.  Replegarse sobre nacionalismos superados es una idea romántica para grupos humanos alienados por una profunda distorsión de la relación del sí mismo con el mundo. Como si poner rejas en una casa protegiera de las goteras.

 “Postverdad” llaman ahora a esta “modalidad en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”: Relato maniqueo sobre globalistas y nacionalistas.  

En este  estado  de cosas, la única manera en que puede sostenerse la mentira es a través de la violencia, uno  de los tantos efectos colaterales que se ciernen sobre la humanidad desconcertada.  Un  sendero de sentido único que no muestra la mano de retorno. Asoman en las expresiones más diversas, sostenidas por fundamentalismos y megalomanías que en su ceguera no explican su in-humanidad.

Un mundo demasiado veloz para los que quedaron rezagados, sin ideología pero apegados a fuertes creencias y formatos religiosos, para quienes no existe el compromiso social sino la seguridad que da integrar la masa.

…..yo soy capaz, mediante un encanto secreto que poseo, de atraer hacia mi persona a todos los seres ….. Todos ellos me siguen, como ustedes no pueden imaginárselo…. De pronto se paró. Tomó la flauta y se puso a soplarla……”  (Fábula alemana documentada por los hermanos Grimm

Los hechos están sólo parcialmente planteados. Tenemos al flautista y encolumnada una masa  que lo sigue. No sabemos hacia dónde van ni en qué punto cesará el embrujo

*escritora y directora de con-texto

 

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UN PAPA POPULISTA por Loris Zanatta*

| 20 mayo, 2016

Publicado en Revista Criterio mayo 2016

En cuanto no creyente, me impresiona ver las bofetadas que resuenan en la Iglesia; como historiador, me incomoda volver a encontrar en las trincheras los ejércitos que se batían durante el Concilio: el mundo está tan cambiado desde entonces… Después de haber estudiado durante veinte años a la Iglesia argentina, me sobresalto viendo la figura del papa Francisco utilizada por unos y otros. Por lo tanto, creo que es útil reflexionar a partir del lugar del que él proviene: el catolicismo argentino. Y hacerlo desde lejos, esquivando las disputas que agitan a la Iglesia sin la pretensión de enseñar nada, sino sólo señalar el contexto histórico y cultural donde se ubica la parábola de Bergoglio.
Antes, dos premisas. Una se refiere a la célebre etiqueta de “Papa peronista” que desde el primer momento Bergoglio carga consigo. Muchos bromearon con ello, pocos se esforzaron por comprenderlo. Será porque del peronismo los italianos tenemos nociones vagas, y suele pensarse como un fenómeno exótico de lugares remotos. Error: el peronismo es el caso más típico de populismo latinoamericano, y dado que para los italianos es el pan cotidiano, haríamos bien en tomarlo en serio. ¿Bergoglio es peronista? Absolutamente sí. Pero no tanto porque adhirió a él en su juventud. Más bien en el sentido de que el peronismo es el movimiento que determinó el triunfo de la Argentina católica frente a la liberal, que salvó los valores cristianos del pueblo frente al cosmopolitismo de las elites. Por lo tanto, para Bergoglio el peronismo encarna la saludable conjugación entre pueblo y nación en la defensa de un orden temporal basado en los valores cristianos, e inmune a los liberales. En pocas palabras, Bergoglio es hijo de una catolicidad embebida de antiliberalismo visceral, que se erigió a través del peronismo en guía de la cruzada católica contra el liberalismo protestante, cuyo ethos se proyecta como una sombra colonial en la identidad católica de América latina.
Entonces, ¿Bergoglio es populista? Absolutamente, a condición de que ese concepto sea entendido como se debe. Llámese peronismo o de otra manera, los rasgos ideales del populismo antiliberal son siempre los mismos. En efecto, el populismo del Papa no tiene nada original, salvo la proyección global que su cargo le confiere. Pero antes de ver sus contenidos, corresponde señalar la segunda premisa. ¿El tema? El universo terminológico del Papa: en sus grandes viajes del año pasado –Ecuador, Bolivia, Paraguay; Cuba y los Estados Unidos; Kenia, Uganda, República Centroafricana– Francisco pronunció 356 veces la palabra pueblo. El populismo del Papa está ya en sus palabras. Menos familiaridad tiene en cambio Bergoglio con otros términos: democracia la mencionó apenas 10 veces, individuo 14 veces, y generalmente en su acepción negativa. La palabra libertad la repitió más a menudo, 73 veces, y en la mitad de los casos en los Estados Unidos. En Cuba la pronunció sólo dos veces.

¿Son números sin sentido? No tanto. Confirman lo que se intuía: que la noción de pueblo es el arquitrabe de su imaginario social. No tiene nada malo: pueblo es una hermosa palabra, potente y evocadora. Pero también resbalosa y ambigua. ¿Cuál es la idea de pueblo en Francisco? Su pueblo es bueno, virtuoso, y la pobreza le confiere una innata superioridad moral. En los barrios populares, dice el Papa, se conservan la sabiduría, la solidaridad, los valores evangélicos. Allí está la sociedad cristiana, el depósito de la fe. Más aún: ese pueblo no es para él una suma de individuos sino una comunidad que los trasciende, un organismo viviente animado por una fe antigua, natural, donde el individuo se disuelve en el Todo. En cuanto tal, ese pueblo es el Pueblo Elegido que custodia una identidad en peligro. No por nada la identidad es otro de los pilares del populismo de Bergoglio: una identidad eterna e impermeable frente al devenir de la historia, propiedad exclusiva del pueblo; una identidad ante la cual toda institución o Constitución humana debe inclinarse para no perder la legitimidad que le confiere el pueblo.
Es claro que tal noción romántica de pueblo es discutible y que también lo es la superioridad moral del pobre. No hay que ser antropólogo para saber que las comunidades populares tienen, como toda comunidad, vicios y virtudes. Y lo reconoce, contradiciéndose el mismo Pontífice, cuando establece un nexo de causa y efecto entre pobreza y terrorismo fundamentalista; un nexo por otra parte improbable. Pero idealizar al pueblo ayuda a simplificar la complejidad del mundo, en lo cual los populismos no tienen rivales. El límite entre Bien y Mal se presentará entonces tan diáfano que puede desatar la enorme fuerza ínsita en toda cosmología maniquea. Es así como el Papa contrapone el pueblo bueno y solidario a una oligarquía depredadora y egoísta. Una oligarquía transfigurada, carente de rostro y nombre, esencia del Mal en cuanto rinde culto al dios pagano del dinero: el consumo es consumismo; el individuo, egoísta; la atención al dinero, adoración sin alma. Tal es el enemigo del pueblo para Bergoglio; sí, enemigo, como en un tiempo lo definía la “racionalidad iluminista”, la “pretensión liberal” de homogeneizar la creación.
¿Cuál es el peor daño provocado por esta oligarquía? La corrupción del pueblo. La oligarquía mina las virtudes, la homogeneidad, la espontánea religiosidad, como un Diablo tentador. Vistas así, las cruzadas de Bergoglio contra la oligarquía, por más que repitan el lenguaje de la crítica post-colonial, son herederas de la cruzada antiliberal que los católicos integristas llevan adelante desde hace dos siglos. Algo que no debe extrañar: el antiliberalismo católico que en el plano secular simpatizó con las ideologías antiliberales de turno, fascismo y comunismo in primis, es natural que hoy abrace con ardor la vulgata no global. Ciertamente hay en la historia del catolicismo una fuerte tradición católico-liberal, interesada en la laicidad política, los derechos del individuo, la libertad económica y civil. Pero no fue esa la familia que vio crecer a Francisco. Si el colegio de cardenales hubiera elegido un Papa chileno quizás hubiera podido encontrarlo en ese universo cultural. Pero la Iglesia argentina es la tumba de los católicos liberales, muertos por la ola nacional popular.

¿Tiene fundamento la visión populista del mundo propia de Bergoglio? ¿Será eficaz para volver a darle a la Iglesia y a su mensaje el relieve perdido? ¿Para resistir a la progresiva secularización del mundo? No está dicho. Si es cierto que el mundo sufre desigualdades crónicas, no lo es que las causas sean precisamente aquellas a las que el Papa señala su dedo. Tampoco está tan polarizado como su esquema maniqueo pretendería. En los últimos quince años, en muchos países desarrollados ha crecido la distancia entre ricos y pobres pero también se ha dado una discreta redistribución de las riquezas entre el norte y el sur del mundo. En Asia y en América latina decenas de millones de personas han ingresado en la clase media: son más instruidas y secularizadas que el pueblo que ama Bergoglio. Una cronista le preguntó al Papa por qué nunca habla de la clase media. ¿Qué rol tendrá en el mundo bipolar del populismo papal? Con amabilidad, Francisco le agradeció la sugerencia y le prometió decir algo al respecto. Luego recordó que algo había dicho en el pasado. Y es verdad: la clase media es una clase colonial que contagia al pueblo con el ethos individualista. Por lo tanto nunca escondió su predilección por los movimientos políticos y sociales populares y su rechazo a las clases medias. A Cristina Kirchner le concedió cinco audiencias en un par de años no porque la amara sino porque es peronista, el partido del pueblo. A Mauricio Macri ni siquiera lo felicitó cuando ganó las elecciones: explicó que así lo exigía el protocolo; él, que se ríe de las formas. Es obvio: Macri representa a la clase media porteña, laica y cosmopolita, y tuvo el descaro de avalar en la Argentina el matrimonio gay. Habrá que aprender a vivir en libertad, dijo, ganándose una turbulenta reunión con Bergoglio para el cual estas leyes violan la catolicidad del pueblo, su identidad, su sentido moral. Por más que después el pueblo, el soberano que vota, haya elegido a Macri.
En esa visión de pueblo se apoya el resto de los elementos del populismo de Francisco. En primer lugar, la idea de que la democracia es un concepto social, y solamente social. Y que, por lo tanto, es democrático todo orden que respete el Evangelio realizando la Justicia Social; admitiendo que ésta exista. En ese caso, la forma que adquiera el régimen político es secundaria: una autocracia popular que distribuya la riqueza y sea respetuosa de la religiosidad del pueblo seguramente será una democracia; incluso cuando deba exagerar poniendo bajo su control a los medios, los tribunales, el Parlamento, las finanzas públicas, etcétera. La dimensión política e institucional de la democracia, el delicado equilibrio de los poderes del Estado de derecho, la tutela jurídica de las libertades individuales, no son temas ante los cuales Bergoglio haya sido muy sensible. En las pocas oportunidades en las que los trata, acostumbra proponer la antigua distinción entre democracia formal y sustancial. Y, sin embargo, precisamente la violenta historia latinoamericana tendría que haber enseñado que en democracia la forma es sustancia. Las “democracias participativas” latinoamericanas de nuestros tiempos son enésimas reediciones del más reaccionario patrimonialismo del Estado, con un corolario de abusos clientelares, autoritarismo político, desastres económicos. Lo recuerda el drama venezolano.

Unas pocas anécdotas de los momentos en que el Papa se aparta de los textos escritos ilustran lo dicho. En Paraguay, como se sabe, Bergoglio cometió una gaffe. Le pasa también a los papas, amén. Pero una gaffe se presta a consideración. En pocas palabras: alguien le pidió a Francisco de realizar un llamado por la liberación de un prisionero. Él dio por descontado que se trataba de un abuso del Estado y recriminó al Presidente de Paraguay. Pero después descubrió que el prisionero en cuestión estaba en manos de un grupo terrorista y que el Estado paraguayo, por defectuoso que sea, no tenía nada que ver. Su reacción espontánea y de buena fe nos sorprende. Por lo pronto revela las predilecciones del Papa: bueno o malo, el Gobierno paraguayo no entra dentro de la calificación de gobiernos del pueblo que ama Bergoglio; a diferencia de los de Ecuador y Bolivia, donde se mostró muy cauto con las autoridades locales, de las que no puede decirse que sean inmaculadas. El episodio demuestra que el silencio mantenido luego sobre los derechos humanos en Cuba o Uganda no se debe a una precisa voluntad de evitar tensiones con las autoridades políticas. Cuando lo considera oportuno, Bergoglio no teme llamarlas al orden, tal como sucedió en Paraguay y en la República Centroafricana. La convicción de que algunos regímenes tutelan la esencia religiosa del pueblo mejor que otros sería su brújula.
A propósito de Cuba, viaje que merecería un capítulo aparte, sobresalen algunos pasajes. El primero es el discurso de Bergoglio a los jóvenes cubanos. No sólo no hay mención a la libertad y a la democracia, sino que el Papa los alertó: atención con el consumismo, les dijo a quienes apenas saben qué es el consumo; cuídense del individualismo, alertó allí donde el individuo está obligado a hacer lo que dice el Estado, arriesgando la cárcel si desobedece. Parecerían chistes grotescos si no respondieran a su idea de pueblo: sabe bien que el castrismo es hijo legítimo de la tradición populista; que el comunismo de Castro es una desviación secular del mensaje evangélico, fenómeno difundido en toda la catolicidad latina. En efecto, lo que dice el Papa recuerda los largos discursos en los que Fidel Castro ilustraba la transformación de Cuba como una reducción jesuítica de nuestros tiempos. Lo que le preocupa a Bergoglio es mantener a Cuba en el recinto populista evitando que el pueblo pierda la religiosidad que ese régimen tan austero ha preservado, si bien bajo otro nombre. El imperativo no es liberarlo, sino salvarlo de las sirenas capitalistas, del contagio liberal.
Pero la manera en que el Papa mira a Cuba se manifestó con candor cuando un periodista le preguntó por qué no había recibido a los disidentes. ¿Sabe que muchos fueron arrestados para que no se encontraran con usted? No sé nada, respondió Francisco, y de todas maneras no concedió entrevistas privadas a nadie, “No sólo los disidentes pidieron audiencias, incluso un jefe de Estado lo hizo”. Así, puso en el mismo plano la foto con el Papa que un dignatario esperaba llevar a su país y los familiares de los prisioneros políticos en busca de consuelo. ¿Cómo es posible? Él mismo nos ayuda a entenderlo: poco antes había dicho que los derechos humanos no se respetan en muchos países del mundo. Para luego agregar: hay países europeos que por diferentes motivos no te permiten siquiera llevar signos religiosos. Por lo tanto, las leyes laicas francesas, ya que a ellas aludía Bergoglio, violarían los derechos humanos no menos que la sistemática negación cubana de todo derecho civil y político. ¿Una enormidad? Claro que sí. Pero así son las cosas para el Papa: la medida de la legitimidad del orden social es su fidelidad o no a la identidad religiosa del pueblo, entendido como lo entiende el populismo. De laicidad ni siquiera el sabor.
A esta altura, no sorprende que Francisco repita a menudo uno de sus mantras más amados: el Todo es superior a la Parte. Es una manera de decir que el pueblo, entidad mítica y divina, trasciende al individuo. Aún menos sorprende que tal condena del individualismo haya servido históricamente para legitimar numerosas tiranías ejercidas en nombre del pueblo, prontas a sacrificar los derechos individuales en el altar de una justicia social de la que nunca se vio huella: peronismos, castrismos, chavismos y otros. Otro momento de un viaje pontificio ilustra este punto: al menos dos veces en África el Papa avaló la subordinación de la parte al todo, del individuo al pueblo, de los derechos de una minoría a la supuesta identidad del pueblo. En primer lugar en Uganda, donde Francisco no les concedió voz ni audiencia a los gay, amenazados de ir a la cárcel por el “delito” de homosexualidad; medida felizmente derogada por la Corte constitucional. Desde la óptica populista, el reconocimiento de los derechos de los homosexuales es un típico ejemplo de colonialismo ideológico, de contagio de la santa religiosidad del pueblo africano con caprichos inmorales del decadente Occidente. En términos similares Bergoglio había reaccionado frente al matrimonio gay en la Argentina.
Están también las sorprendentes consideraciones de Francisco sobre el SIDA. A un periodista alemán que le preguntó si la Iglesia no debería cambiar de posición a propósito de los profilácticos, Bergoglio respondió: “El problema es mayor. La malnutrición, la explotación de las personas, el trabajo esclavo, la falta de agua potable… esos son los problemas. No nos preguntemos si se puede usar tal o cual banda adhesiva para una pequeña herida. La gran herida es la injusticia social”. Si bien el SIDA compromete a millones de individuos, no es sino una “pequeña herida” frente a la titánica tarea de restaurar el imperio de la justicia en el mundo. Hay una humanidad por salvar, ¿por qué perderse tras los individuos que probablemente hayan pecado?

Si este es el prisma ideal a través del cual el Papa interpreta el mundo, tiene razón quien señala su línea apocalíptica, cuya otra cara es la redentora. Es un nudo clave porque el binomio apocalipsis-redención es el alma de la visión maniquea del mundo típica del populismo; una visión hostil de las aproximaciones pragmáticas a los problemas del mundo, donde Francisco ve la amenaza del imperio “tecnocrático” que domina a todos.
¿Qué decir del aspecto apocalíptico del Papa? Francisco tiene toda la razón cuando denuncia las desigualdades, las injusticias, las nuevas marginalidades, los abusos contra los migrantes, las guerras, la bomba ambiental. Al mismo tiempo, no recuerdo épocas en las que no haya estado presente el fantasma del apocalipsis. ¿Acaso vivimos un tiempo más trágico, decadente y enfermo que otros? Podría ser, aunque no lo creo. Depende mucho de cómo se mida. Si la medida es el Reino de los Cielos, no hay época que escape a la ira de Dios. Pero si se trata de la medida laica y desencantada, esta época es como todas las demás: un vaso medio vacío y medio lleno. Pero el análisis apocalíptico del mundo induce al Papa a evocar una consigna redentora: “hagan lío”, les dice a los jóvenes; sigan grandes valores, imiten a los mártires, luchen por la utopía evangélica. Se dirá que ese es su oficio. Es verdad, pero el terreno de las utopías redentoras es uno de los más delicados. Por más que se diga, los hombres tienden a legitimar la violencia y a entablar guerras en nombre de tales utopías, más que meros intereses económicos. En lo que se refiere a los tremendos efectos de las utopías redentoras, tan amadas por los movimientos sociales ante los que el Papa lanza encendidos discursos, la historia argentina viene en ayuda: ese país sufrió sus efectos como pocos. Militares, peronistas, Iglesia y guerrilleros se enfrentaron violentamente en nombre de la nación católica y de la catolicidad del pueblo, con desprecio por la democracia burguesa y el Estado de derecho. El resultado es conocido por el mundo.
Tomemos en consideración un episodio citado por un vaticanista italiano. Escribe que Bergoglio recuerda conmovido al padre Vernazza, de cuyo apostolado permanece viva la memoria en las villas de Buenos Aires. Es verdad: como otros sacerdotes, Vernazza le había dedicado la vida a los pobres. Pero tal dedicación tenía también otros aspectos. Vernazza viajó en el avión que en 1972 llevó de vuelta a Perón a su patria, entre políticos, sindicalistas, guerrilleros y religiosos peronistas. Estaba incluso Licio Gelli en ese avión. Todos pensaban que la Argentina era una nación católica inmune al virus liberal, que el peronismo encarnaba la catolicidad del pueblo y que Perón habría restaurado el orden cristiano; un orden sobre el cual no había acuerdo, y que provocó que terminaran disparándose entre ellos. Del baño de sangre sobre el que después los militares colocaron una horrible lápida participaron también los amigos de sacerdotes llenos de buenas intenciones como Vernazza. Los Montoneros, grupo armado peronista que veía reflejado el Evangelio en el socialismo, y que en su nombre mataba sin vacilaciones, se habían formado en las parroquias. Eran jóvenes que “habían hecho lío”.
Esto sucede donde se impone el populismo: la defensa de la identidad del pueblo, especie de ave fénix, oscurece el Estado de derecho, cuyos principios son considerados inapropiados instrumentos de las clases coloniales contra la virtud del pueblo. El populismo vuelca así su impulso maniqueo en la arena política. Resultado: la dialéctica política se transforma en guerra entre pueblo y anti pueblo; el Apocalipsis es una profecía auto cumplida; la redención sigue siendo un sueño insatisfecho. Lo cual no impide, sin embargo, que Francisco, afligido por la idea de que la globalización infecta y mata las identidades del pueblo, diversas entre ellas pero todas signadas por la religiosidad, invoca una defensa a ultranza. A ello apunta cuando se rebela contra la uniformidad que el capital impondría al mundo; cuando reclama pluralismo, un concepto que Bergoglio conjuga de manera personal: nuevamente como pluralidad de pueblos y no de individuos; por más que muchos pueblos no admitan pluralismo en su interior. No obstante es obvio que las identidades no son inmunes al cambio, que están sujetas a mezclarse entre sí. La imputación del Papa que acusa a la globalización de colonizar la identidad del pueblo fue antes dirigida a la cristiandad, cuando se plasmaron las identidades populares que hoy Francisco defiende como si fueran eternas y estáticas.
Pero cuántas charlatanerías abstrusas, se me dirá: la sustancia es que el Papa defiende a los pobres y denuncia a los poderosos. El resto es artificio intelectual, actividad que Francisco ama tan poco que a menudo repite que la Realidad es superior a las Ideas. La tradición populista es, por otra parte, anti-intelectual por definición. El argumento es tan fuerte, tan definitivo al poner a quien lo afirma en una posición de superioridad moral, que no deja mucho margen a las objeciones. Al laico, enfermo de dudas, a quien el estudio de la historia le ha enseñado que a menudo las mejores intenciones hacen más daño que el granizo y alejan los objetivos que se querían alcanzar, algunas preguntas le surgen espontáneamente. La primera es si las imprecisas ideas que el Papa expone sobre economía son las más adecuadas para reducir las desigualdades sociales y la pobreza. Lo dudo. Y sé que muchos también lo hacen. El Papa no es un economista y no está obligado a dar recetas. Me parece justo. Pero dado que es sacrosanto y se manifiesta sobre tales materias, también será lícito expresarse sobre si están fundados o no sus diagnósticos y las terapias a las que alude: en síntesis, mucho menos mercado, mucho más Estado; la economía tendría que basarse en principios morales y no en la lógica de los beneficios. Lo cual, digámoslo, no constituye una gran novedad. El hecho es que los modelos económicos populistas a los que alude Francisco nunca dieron buenos resultados: ni en términos de creación de riqueza para distribuir, ni en la reducción estructural de las desigualdades. Las economías populistas fabricaron pobreza en nombre del pobre y su herencia suele pesar sobre las generaciones futuras. ¿No será excesiva la hostilidad del Papa por el mercado?

El más intrigante nudo del pensamiento social de Francisco nos lleva a su reflexión sobre los pobres, entendidos como categoría sociológica, y al Pobre, en el sentido espiritual. El dilema es claro: por un lado, el Papa lanza dardos contra el injusto sistema económico, causa de la difundida pobreza en el mundo; pero, por otro lado, señala al Pobre como la quintaesencia de las virtudes que hay que preservar. ¿Francisco suscribiría la famosa frase de Olor Palme, “Nuestro enemigo no es la riqueza, sino la pobreza”? Frente al riesgo de que con la pobreza desaparezcan las virtudes cristianas del Pobre, ¿prefiere entonces un mundo de pobres? Esto se desprende de su explícita postura frente a la pobreza. No queda claro. Bergoglio se expresa algunas veces contra la pobreza, y en otras, en defensa del Pobre. Quizás piense, como Fidel Castro, que cuando la riqueza comienza a corromper y a contaminar al pueblo, entonces hay que preservar algo más potente que el dinero: la conciencia. Lástima que esto presuponga la existencia de un Estado ético que se arrogue el derecho de plasmar la “conciencia” del pueblo y de establecer lo que está bien o mal para él: un Estado totalitario, heredero del antiguo ideal del Estado confesional, por el cual no excluyo que Francisco sienta nostalgia.
Mientras tanto, suceden muchas cosas y se plantean enormes interrogantes sobre los fundamentos de su visión del mundo y sobre la noción de pueblo que lo inspira; y, por ende, sobre la eficacia de que la Iglesia restituya su relevancia perdida. Las sociedades modernas, también en el sur del mundo, siempre son más articuladas y plurales. Hablar de un pueblo que protege identidades puras e intrínsecas de religiosidad es ha menudo un mito que no se corresponde con la realidad. No tiene sentido seguir considerando a las clases medias, que han crecido enormemente y están ansiosas por poder consumir más y tener mejores oportunidades, como clases coloniales enemigas del pueblo. Muchos pobres de ayer hoy forman parte de las clases medias. El mercado religioso se encuentra en una rápida evolución y la secularización avanza a pasos agigantados. Incluso en el plano político, los populismos con los que el Papa comparte muchas afinidades, sufrieron muchos golpes, especialmente en América latina, tanto que lleva a sospechar si no están quedando huérfanas del pueblo que invocan. No casualmente Francisco pareció desorientado cuando un periodista le pidió su opinión sobre la elección de Mauricio Macri y el nuevo curso antipopulista que algunos piensan que se está dando en América latina. “He escuchado alguna opinión –murmuró el Papa–, pero de esta geopolítica en este momento no sabría qué decir. Hay muchos países latinoamericanos en esta situación de cambio, es verdad, pero no sabría explicarlo”. Es evidente que no se mostró entusiasta considerando el perfil más secular y cosmopolita de las fuerzas que se proponen suplantar a los populismos en crisis. Pero con ellas deberá confrontarse el Santo Padre. Adorado por los fieles pero también huérfano, al menos un poco, de pueblo.

*El autor es profesor de Historia de América latina en la Universidad de Bolonia, autor de numerosos trabajos sobre el peronismo y la Iglesia argentina.

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REGRESO AL ÁPEIRON por Ernestina Gamas*

| 22 febrero, 2016

 

El principio (arché) de todas las cosas es lo indeterminado, ápeiron. Ahora bien, allí mismo donde hay generación para las cosas, allí se produce también la destrucción, según la necesidad; en efecto, pagan las culpas unas a otras y la reparación de la injusticia, según el orden del tiempo.

Anaximandro

 

Una misteriosa sustancia, distinta a todas las que el hombre conociese debería ser el elemento básico del Universo.  Anaximandro,  (610 aC) al no poder describirla la llamó ápeirón. Todo sale y todo vuelve al ápeiron según un ciclo necesario. El Universo se había formado de la unión de un suministro ilimitado de apeiron. Algún día, siempre y cuando el Universo fuese destruido, todo se convertiría de nuevo en apeiron.

Para Tales (625 a C) el agua era el sustento de todo, en tanto Anaxímenes  (584 aC)  consideró el aire como principio de  las cosas. Jenófanes ( 570 a C?) creía  que era la tierra principio y fin.  Heráclito de Éfeso (535 a C) quien escribía en forma aforística y metafórica hablaba del  fuego como elemento en constante movimiento y cambio,  el mundo en una estructura de contrarios porque fluye permanentemente

Más tarde Empédocles (495 a C) en su “Teoría de las cuatro Raíces”, juntó     tierra, agua,  aire y  fuego que mezclados  en los distintos entes  representaban respectivamente lo sólido, lo líquido, lo vaporoso y la mutabilidad. Todo sometido a dos fuerzas: generación y corrupción. El amor que las une y el odio que las separa. El universo armónico sólo se da en presencia del amor. El hombre es un microcosmos, “lo semejante conoce a lo semejante” ….. "Vemos la tierra por la tierra, el agua por el agua, el aire divino por el aire y el fuego destructor por el fuego. Comprendemos el amor por el amor y el odio por el odio." Dos fuerzas opuestas: atracción y repulsión, amistad y enemistad.

Un siglo después, Aristóles, nacido en el 384 a C, en su teoría económica  dijo que el ser humano sólo necesitaba procurarse lo necesario para cubrir sus necesidades, tanto para el  sustento de la familia como para el del Estado. Ya en ese momento percibió como “trastorno de la economía”  a la crematística.  “Mucha gente cree que son idénticas, pero no es así … este enriquecimiento es el uso antinatural de las habilidades humanas “  y señaló que esa insaciabilidad era la  que pretendía incrementar su dinero hasta lo infinito. Lo asociaba con el oficio de los usureros porque “obtienen su ganancia del dinero mismo. No se orientan en la naturaleza sino sólo pretenden la explotación”.

Lejos habían quedado la teoría de Empédocles y las prevenciones de Aristóteles  cuando Tito Maccio Plauto (254 a,C.) comediógrafo romano, decía “lobo es el hombre para el hombre, cuando desconoce quién es el otro”, popularizada  por Thomas Hobbes en su “De Cive” publicada en 1642, en circunstancias tremendas de la guerra en Inglaterra en el siglo XVII, la fórmula “el hombre es el lobo del hombre” suena todavía en nuestros oídos cuando nos enteramos de la capacidad de destrucción del ser humano.

Es después de la Edad Media cuando se produce un vertiginoso avance tecnológico  hasta llegar a la Revolución Industrial. A partir de allí el uso y abuso de combustibles fósiles  y la explotación intensiva de los recursos naturales   del planeta se convirtieron en una carrera cuya  meta se fue corriendo ante la ambición ilimitada de riqueza.

Debido a la combustión, la concentración de  CO2 está aumentando desde fin del siglo XIX saturando  la atmósfera y el ritmo se acelera sin que se tomen las medidas urgentes necesarias para frenarlas ya que este ritmo  aumentó a fines del siglo XX. A pesar de la entrada en vigencia del Protocolo de Kyoto, las emisiones de dióxido de carbono  no sólo no  han disminuido sino que la temperatura del planeta  derrite la nieve en las montañas y el nivel de las aguas marítimas sube.

Agua, aire y tierra, amenazadas por el fuego  de poder y de dominio de grandes concentraciones económicas que no respetan fronteras éticas ni consideran la vida para las generaciones futuras.

Es sabido que en las  últimas décadas en nuestro país   se ha desarrollado una nueva ofensiva minera operada por grandes empresas transnacionales. “En el 2015 el lobby empresarial minero también hizo campaña.  A través de la Cámara Argentina   de Empresarios Mineros (CAEM) estos sectores presentaron una agenda de diez puntos a los candidatos presidenciales exigiéndoles garantías “para fortalecer el sector” entre los cuales se destacaba la eliminación de las retenciones (5%) y la pretensión de avanzar con proyectos de minería a cielo abierto en las provincias donde existe resistencia popular y leyes que restringen la actividad”  Maristella Svampa – Revista Ñ 20-2-2016.

El Laboratorio de Análisis Instrumental de la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional de Cuyo  detectó  que en el suministro local de agua de la localidad de Jachal; Provincia de San Juan, sí hubo contaminación de cianuro originada por una válvula rota de una cañería del sistema industrial instalado por la minera Barrick Gold, en plena cordillera sanjuanina. Ante la protestas de los habitantes la repuesta fue la represión.

"El vertido furtivo del 13 de septiembre (de 2015) producido por la minera Barrick en Veladero contaminó al agua de los ríos de deshielo. Se encontraron aluminio y manganeso (en gran proporción), además de arsénico, boro, cloruros y sulfatos, peligrosos para cualquier tipo de vida en la zona. Además, se detectaron bacterias muy nocivas y difundidas, como la Escherichia coli, en el fluido en la zona donde se originan los ríos montañosos". Diario Perfil 6-10-2015. Meses después  un informe de la Asamblea “Jachal no se toca”  comprobó que un niño había sido el primer contaminado por el derrame tóxico de Veladero, detectándole arsénico   y mercurio en la sangre.

Siendo que la compañía minera paga u$s 1,70 por cada u$s 100 de minerales que extrae, lo que en concepto de regalías es un aporte de menos del 1% del presupuesto sanjuanino, está bien “premiarla” con el retiro de retenciones del 5%. Una  ganancia  obscena que se va del país, dejando a cambio cianuro en el agua. 

Publicó el diario El Comercio de Perú que el impacto ambiental provocado por la rotura de dos diques de contención de residuos de la industria minera en Mina Gerais, en el sureste de Brasil, puede compararse al causado por el accidente en la planta nuclear de Fukushima, ocurrido en Japón en 2011. Dijo el biólogo brasileño André Ruschi que "Al llegar al mar, se convierte en el mayor desastre ambiental del mundo, sólo comparable al accidente en Fukushima, debido a la extensión de la contaminación en el mar".  La avalancha de más de 62 millones de metros cúbicos de desechos contaminantes, que se precipitaron a través del río Doce desde la ciudad de Mariana hasta el norte del estado de Espírito Santo, vecino de Río de Janeiro, llegó días después al océano Atlántico.

El impulso del  capitalismo neoliberal fue mostrando sus diferentes fases, sobre todo  en América Latina: una marcada desregulación económica, ajuste fiscal, política de privatizaciones de servicios  públicos e hidrocarburos y la introducción generalizada de agronegocios. Cultivo de transgénicos a través de Siembra directa. Un Estado “pícaro”  de doble discurso como metaregulador, no ausente como se publicitó en los 90 fue creando las normas jurídicas necesarias para garantizar la presencia y permanencia de grandes corporaciones transnacionales.

“Podemos entonces describir el rol de la región en el sistema productivo global. Antes, debemos aclarar que la mención a esta aparente “bipolaridad” entre “Estado” y “Mercado”, residente en el imaginario colectivo latinoamericano, sólo se ha correspondido con el relato de  los distintos gobiernos de turno en la región. Resalto este carácter meramente discursivo, debido a que, tanto la permisividad como las políticas de adaptación institucional para la comodificación sin límites, no han sido interrumpidas por los distintos gobiernos en la región. Es difícil obviar que éste sea paradójicamente un rasgo homogeneizador, ya que de alguna manera, en los temas que nos ocupan, se erosiona la discriminación entre “izquierdas” o “derechas”, o inclusive, entre gobiernos que han surgido a raíz de la elección popular o por vías no democráticas” Iván Greco- con-texto Diciembre 2015.

Todas las fuentes de oxígeno y energía, selvas, oceános selváticos han sido taladas o quemadas. Las cadenas biológicas alteradas, privadas las poblaciones locales de su sustento natural han sido obligadas a dejar sus lugares originales. Los cultivos transgénicos modifican las plantas y alteran el ecosistema mientras que la caza o la pesca industriales exceden la capacidad de reproducción de las especies. En síntesis las políticas extractivistas gozan de buena salud. 

Mientras el comportamiento del hombre sobre la tierra en su afán crematístico ha dejado  al planeta Tierra en terapia intensiva,  es necesario recuperar   el equilibrio elemental de los opuestos, de la vida con el medio ambiente,  para que tanta destrucción no nos conduzca de nuevo al ápeiron de Anaximandro. O a una muerte segura si no se introduce algo de amor por nuestro hábitat.

*Ernestina Gams es escritora y Directora de con-texto

 

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