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LAS DEMOCRACIAS, EN JUEGO por Carlos Gabetta*

Con-Texto | 30 mayo, 2020

Fuente: Perfil

Sigo prefiriendo morir libre a vivir esclavo”. Tal el comentario de un lector a esta columna (https://www.perfil.com/noticias/columnistas/crisis-post-pandemia.phtml). En ciertas circunstancias es preferible esa opción, pero no es la que planteaba el texto. Simplemente, se subrayaba la mayor eficacia ante la pandemia demostrada por las dictaduras capitalistas ex socialistas y el desafío que la crisis económico-social planetaria pospandemia planteará a las democracias republicanas.

En los días que siguieron, Estados Unidos devino el país más afectado y acabó recibiendo alguna donación de material sanitario… de China, al igual que varios países de Europa y el mundo. En PERFIL, Hebe Schmidt documentó el pronóstico pospandemia: desglobalización y proteccionismo (https://www.perfil.com/noticias/elobservador/despues-de-la-pandemia-la-desglobalizacion.phtml). 

Proteccionismo inducido por las circunstancias. Pero, ¿y después? Lo ya conocido, ahora agravado por un exceso de oferta que torna insuficiente casi cualquier mercado interno: violencias y represión; conflictos y enfrentamientos regionales y una posible conflagración mundial, con las consecuencias que cualquier escenario acarresría en tiempos de hiperdestructivo armamentismo convencional, por no hablar de una deriva nuclear y/o químico-bacteriológica. Un horror que la humanidad experimentó luego de la crisis de 1929, pero que hoy la retrotraería al tiempo de las cavernas.

Variados síntomas de esto se evidenciaban ya en todas las democracias antes de la pandemia, producto del crecimiento exponencial de las desigualdades generadas por robots y tecnologías que reducen costos y aumentan la producción, pero destruyen demanda al generar desempleo, reducciones salariales y marginación masiva. Así, en las últimas décadas se ha acentuado la impotencia de todas las variantes republicanas ante la crisis capitalista, llevando al actual proceso de desintegración de la Unión Europea; a neofascistas esperpénticos al frente de potencias como Estados Unidos, Gran Bretaña y Brasil, los casos más notorios de toda una variedad.

El neoliberalismo hace oídos sordos a todo esto, que no ha hecho más que empezar. Para citar un ejemplo actual entre muchos en todos los rubros de producción y servicios, los grandes fabricantes de vestimenta de EE.UU. y Europa cancelan compromisos con países asiáticos en los que se benefician de mano de obra muchísimo más barata (http://www.other-news.info/noticias/2020/04/las-marcas-de-ropa-abandonan-a-los-trabajadores-de-asia/).

Un comentarista de CNN afirmó que en el mundo harán falta cambios “éticos y económicos”. Veamos lo primero con un ejemplo local: el kirchnerismo propone ahora un razonable impuesto a las grandes fortunas. ¿Pero esos fondos los manejaría La Cámpora o el sindicalismo peronista? Solo pensarlo da espanto. “Libertad, igualdad, fraternidad”. Es lo que se supone practican las democracias, pero una ojeada al planeta verifica que, con raras excepciones, nada de eso existe, ya que la libertad de elegir y opinar no garantiza el cumplimiento de los otros presupuestos. En el actual marco neoliberal es todo lo contrario, lo que explica las derivas hacia populismos de ultraderecha o pretendidamente “de izquierda”.

Las democracias están, pues, en juego. Para ganar la partida deberán encarar de conjunto una guerra al corazón neoliberal: la corrupción, la especulación, las grandes fortunas, los paraísos fiscales, el gasto armamentista, los bienes de instituciones como la Iglesia Católica y otras. Garantizar además el manejo y la distribución eficaz, honesta y bajo control social de esos fondos. En definitiva, todo lo que el socialismo democrático propone desde mediados del siglo XIX. Es eso, o la debacle a corto o mediano plazo. Por no mencionar el cambio climático, una pandemia que si llega a instalarse no habrá vacuna capaz de derrotar.

*Escritor y periodista.

 

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Editorial

Con-Texto | 30 mayo, 2020

Antes que nada quiero rendir un homenaje a un muy querido y lúcido amigo Arnoldo Siperman que nos dejó hace poco. Tuvo la prudencia de no tener coronavirus pero igual murió solo, aislado en una Unidad Coronaria. Su corazón no resistió  no tener cerca  ni a su familia más cercana.  Dadas las circunstancias de aislamiento tampoco pudimos acercarnos a darle un último y merecido adiós.  Seguidor, colaborador  y consejero de este sitio. Fue su vida una continua acumulación de sabiduría y erudición. Haberlo perdido implica un inmenso vacío para todos los que lo conocieron.

Ahora, el editorial con que acompaño los últimos artículos publicados

Lectores de con-texto:

“El miedo es nuestro y lo llevamos siempre escondido en el revés de nuestra piel. Miedo al dolor, a las privaciones, al castigo, a las persecuciones, a lo que  nos impida  decir lo que creemos o lo que sentimos. Miedo a la exclusión,  a la soledad, a la pérdida del trabajo, a la violencia. Basta poner en escena algunos símbolos que lo activen y  aquello que está alojado en la trastienda de nuestro inconsciente aparece  de manera impiadosa y nos avasalla.  Despertarnos  ese miedo es  una forma de disciplinamiento cuando se lo hace desde el poder, porque el miedo social es el arma más poderosa  con que cuenta.” (Esto lo escribí en septiembre de 2014. El resaltado es actual).

Hoy,  con  los mismos  actores encaramados nuevamente  en el poder, el “vamos por todo” de entonces, dicho frente a las cámaras sin el más mínimo pudor, resuena en nuestros oídos, ya que han venido a completar la tarea.

“Todo” significa arrasar  las instituciones, hacerse de suculentas cajas que la emisión descontrolada alimenta y, dadas las circunstancias que no buscaron pero que están aprovechando,  despertar nuevamente nuestro miedo. Es innegable que un virus que sólo se puede ver utilizando un microscopio que pocos tienen a su alcance, pasa a ser un fantasma del que  se conoce su alcance a través de cifras y datos que nos difunden. Cabría  preguntarse si su efecto podría haberse disminuido  apartando a tiempo en el ingreso al país a personas que venían de los lugares que ya sabíamos contaminados y que al llegar presentaban sólo  una declaración jurada que muchas veces ni siquiera era recibida por personal idóneo. Si a esas personas se las hubiera aislado antes de que interactuaran con otros, como se hizo más tarde, los efectos habrían sido “exponencialmente” (palabra con que nos impresionan) menores. En ese momento ya contábamos con “el diario del lunes”

El discurso, como acción social, tiene una estructura simbólica e imaginaria que lo sostiene.  En el contexto de la sociedad  produce un campo de efectos posibles.  A veces no hace falta echar mano a políticas violentas o represivas.  Se atemoriza, se arrincona, se neutraliza a la sociedad de muchas maneras diferentes. Y el distanciamiento social es una forma de disciplinamiento.

Se nos presentó desde el gobierno un falso dilema. Cuidar la salud, evitar los muertos, es mucho más importante que atender al mismo tiempo las consecuencias económicas. Gobierno de poca capacidad abarcadora, digamos gobierno de un solo ministerio al parecer, de un solo equipo de consulta: “los científicos de la salud”. Por eso es sorprendente ahora que se haya despertado interés por otras áreas, no tan urgentes por cierto. Reformar la Justicia, retirar como querellante a la Oficina Anticorrupción en juicios donde los corruptos están involcrados, pretender ampliar el número de miembros de la Suprema Corte. Hay tiempo también,  para  ofender  a otros países con comparaciones innecesarias y datos falsos, países todos ellos con instituciones más sólidas que las nuestras.

Cuál es el límite moral donde se empieza a hacer más daño que bien y con el discurso de cuidar a la población se la inmoviliza en su actividad laboral y económica que dejará muchas más víctimas de las que suponemos. Es entonces cuando  deberíamos recordar la frase de Montaigne “lo que más temo es el miedo”  

Cómo defenderse frente a esto antes de que sea demasiado tarde. A nosotros, a todos los que valoramos las instituciones, los poderes independientes, la vida republicana y nuestra libertad, nos cabe la tarea de estar alerta. Porque a esto sí debemos temerle. A un gobierno autoritario que se acostumbre a gobernar por decreto mientras se hace esa parodia de sesiones en ambas cámaras, mientras los jueces decentes prefieran retirarse a gozar de su jubilación, ante la amenaza de ser desplazados por una justicia militante.  

Dejo en ustedes la inquietud y les alcanzo como siempre los últimos artículos publicados en el sitio.

        Ernestina Gamas

              Directora

 

 

 

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¿LA EMISIÓN GENERA SIEMPRE INFLACIÓN? EL MANTRA MONETARISTA SE CHOCA CONTRA LA REALIDAD por Andrés Ferrari Haines y André Moreira Cunha*

Con-Texto | 30 mayo, 2020

Hay muchos amigos del pensamiento práctico; en economía suelen creer que corresponde al insistentemente sostenido por los economistas defensores del libre mercado. La continua presencia mediática de economistas de esta línea repitiendo sus dogmas va construyendo un saber que parece indiscutido y lógico y, por lo tanto, coherente con la realidad. Así, al hombre que quiere ser práctico en la resolución de los problemas económicos, el hecho de que se lo cuestione le resulta irritante, un discurso tendencioso e innecesario de algún economista académico que no ayuda a resolver problemas concretos.

La visión económica de los adeptos al mercado libre acaba siendo tan trillada que se hace un saber común. En los años 80 el periodista Bernardo Neustadt desde el púlpito televisivo consiguió consagrar como ‘correcta’ la comprensión de la economía que tenía a ‘Doña Rosa’ –prototipo del ‘ama de casa’— porque afirmaba los preceptos de los economistas de libre mercado. Es decir, esos economistas y Doña Rosa coincidían en lo que deberían ser las decisiones económicas prácticas que se debían implementar — lo que lleva a preguntarse, siendo así, para qué hay economistas…

John M. Keynes cierra su famosa Teoría General alertando sobre el problema del saber consagrado dado que “los hombres prácticos, que se creen bastante libres de cualquier influencia intelectual, generalmente son esclavos de un economista fallecido”. En economía, las ideas base de la visión de libre-mercado fueron fundamentalmente establecidas en el siglo XIX y desde entonces la función de estos economistas consiste en reafirmarlas—por lo general en formas matemáticamente más complejas — y no cuestionarlas. Esto, sin dudas, es un peculiar proceso de “conocimiento científico” …

Pero las ideas de Keynes, como economista también fallecido, pueden de igual forma estar esclavizando a quien hoy desea ser práctico. En particular, frente al duro impacto económico de la pandemia del Covid-19. Para salir del impasse, el mejor camino es observar qué decisiones concretas están tomando las principales naciones del mundo. En especial porque se constata que el axioma clave -muy apreciado por la visión de libre mercado-, “la emisión genera inflación”, ha sido radicalmente dejado de lado.
Estados Unidos: el de mayor riqueza, el de más muertes…

El Departamento de Trabajo acaba de informar las mayores cifras de desempleo desde la Gran Depresión: 14,7 por ciento. El asesor económico de la Casa Blanca Kevin Hassett, en entrevista a CBS, dijo que cree que la tasa de desempleo aumentará a "cerca de 20 por ciento" en el próximo mes. Por su parte, el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, sostuvo que, como espera que el segundo trimestre sea aún peor que el primero, podría llegar a 25 por ciento—lo que llevaría la tasa de desempleo a un nivel mayor a la registrada durante la Gran Depresión. Aun así, Mnuchin expresó su confianza en los fundamentos de la economía –es decir, el movimiento libre de la oferta y demanda de trabajo— que harían que el mercado de trabajo se corrija a sí mismo para septiembre.

Robert Reich, Ministro de Trabajo de Bill Clinton entre 1993-97, en su columna titulada “Bajo Trump, el excepcionalismo estadounidense significa pobreza, miseria y muerte” del 10 de mayo en The Guardian denunció que “con el 4,25% de la población mundial, Estados Unidos tiene la trágica distinción de representar alrededor del 30% de las muertes por pandemia hasta el momento. Y es la única nación avanzada donde la tasa de mortalidad sigue subiendo”.

Sobre el estado económico de los estadounidenses condenó que “en ninguna otra nación avanzada el Covid-19 ha obligado a tantos ciudadanos a la pobreza tan rápidamente. El Urban Institute informa que más del 30% de los adultos estadounidenses han tenido que reducir su gasto en alimentos”. Reich señala que en el mejor de los casos, los estadounidenses han recibido por única vez u$s 1200, lo que equivaldría a una semana de sus gastos normales. Además, destaca que “pocos están cobrando seguro de desempleo porque las oficinas de desempleo están desbordadas por las solicitudes”, y los que lo consiguieron recibieron menos en el primer año que en cualquier otro país avanzado.

Reich afirma que el coronavirus ha sido especialmente potente en Estados Unidos porque es la única nación industrializada que carece de atención médica universal. Esto ha hecho que muchas familias hayan sido reacias a ver a médicos o acudir a salas de emergencia por temor a confrontarse con grandes gastos. Para él, el duro impacto sobre los trabajadores de su país también se debe a que es la única entre las 22 naciones avanzadas sin licencia por enfermedad paga, lo que hizo que muchos continuaran yendo a sus trabajos cuando deberían haberse quedado en sus casas. Pero Reich resalta que los lugares de trabajo estadounidenses antes del Covid-19 presentaban tasas de mortalidad más altas que la de los europeos porque eran más inseguros.

Resulta llamativo que en el país más rico y poderoso del mundo la pandemia presente estos resultados, y en países con menos –y bastante menos– recursos no sea así. A priori, un hombre práctico puede creer que se debe a una cuestión de capacidad económica o la coherencia de EE.UU., a pesar de todo, en seguir “la correcta visión económica de libre mercado”. Pero la verdad es que el gobierno Trump mediante un enorme gasto económico —el mayor de la historia— ha intervenido fuertemente.

De hecho, Reich denuncia que el "programa de protección de ingresos" del Congreso ha sido un desastre porque, como los fondos se han distribuido a través de instituciones financieras, “los bancos han recaudado dinero para sí mismos y recompensado a sus clientes favoritos. De los u$s 350.000 millones originalmente destinados a pequeñas empresas, u$s 243,4 millones han ido a grandes empresas de acciones”.

En consecuencia, mientras Steven Mnuchin, el secretario del Tesoro, ha expresado su confianza en que el mercado de trabajo estadounidense autocorrija el tremendo desempleo, Reich advierte que “el Tesoro y la Fed están rescatando a las grandes corporaciones de las deudas que acumularon en los últimos años para recomprar sus acciones”.

Por lo tanto, “el saber de la economía de mercado libre” sólo se aplicó a los trabajadores y a pequeñas y medianas empresas. Los grandes bancos y corporaciones han tenido que sufrir las consecuencias de que no se les aplicaran los conocimientos de esa visión que sistemáticamente se manifiesta contra la intervención del Estado, salvo cuando es en casos como este.
La doble moral de la emisión

Lo que Reich denuncia del disímil comportamiento del gobierno Trump para los trabajadores y para las grandes corporaciones resulta más nítido al analizar la política monetaria de Estados Unidos, como también la de otras grandes economías avanzadas y emergentes, porque quedan en evidencia la protección a los rentistas y la doble moral de la teoría económica de libre mercado.

Básicamente se observa que cuando se trata de proporcionar liquidez al sistema financiero y preservar el valor de sus activos no hay límites a la expansión monetaria.

El 10 de septiembre de 2008, pocos días antes de la quiebra del banco de inversión Lehman Brothers, que agravaría la crisis de las hipotecas de alto riesgo (subprime), la FED (Reserva Federal) tenía US$ 926 mil millones en activos; una década más tarde, US$ 4,2 billones. Es decir, más que se cuadruplicó. El 14 de mayo de este año, llegó a US$ 6,9 billones.

Por lo tanto, en 12 años la FED inyectó US$ 6 billones en la economía estadounidense, lo que generó el ciclo alcista más grande en los precios de las acciones de la historia. Por otra parte, los precios de los bienes y servicios seguían comportándose bien. Es decir, la emisión no produjo inflación, y, muchos menos, hiperinflación…

Algo similar se puede ver en otros países de altos ingresos o grandes naciones emergentes como China. Los bancos centrales de Estados Unidos, la zona del euro, Japón y China tenían u$s 23,3 billones en activos a finales de abril de 2020, un 370 por ciento más que en 2007 (véase: Central Banks: Balance Sheets, Yardeni Research, 15 de mayo de 2020). En ninguna de estas economías hay señales de presión inflacionaria. Por el contrario, fue un período de lucha contra la deflación.

En Estados Unidos, los medios de pago crecieron 650 por ciento entre 2008 y 2020, mientras que el índice de precios al consumidor varió sólo 17 por ciento de forma acumulativa. El mercado de valores acumuló un lucro promedio de alrededor de 300% entre febrero de 2009 y febrero de 2020. El mantra monetarista de que la expansión de la liquidez promovida por los gobiernos siempre genera inflación no encuentra refugio en la realidad.

Evidentemente, el economista de libre mercado argumentará casos en que el elevado aumento de la emisión generó alta inflación. Existe una gran diferencia en decir que la expansión monetaria siempre genera inflación y decir que en algunas circunstancias puede suceder y en otras no. La diferencia entre "siempre" y "puede" es que impacta en la magnitud de empleos, negocios y vidas que se pueden salvar.

Además, en el conocimiento científico la contraprueba de una ley la descalifica. Por lo tanto, el hombre práctico ansioso por soluciones debería demandar una explicación al economista liberal acerca de por qué no hay hiperinflación en Estados Unidos y demás países habiendo habido una tremenda emisión monetaria.

Es menester destacar que la deuda pública también creció fuertemente en ese período. Antes de la crisis subprime, la deuda federal bruta de Estados Unidos ascendía al 64% del PBI, a fines de 2019 subió al 107% y el FMI calcula que será de 130% del PBI a fin de este año. Por otro lado, su costo ha disminuido sistemáticamente por la fuerte expansión de liquidez. Las tasas largas (tasa de vencimiento constante del Tesoro a 10 años) que se situaron entre el 4% y el 5% p.a. en 2007 alcanzaron el 0,7% en marzo de 2020. Un fenómeno similar ocurrió en otras economías, en particular las de ingresos altos.

La fuerte expansión de la relación deuda/PBI fue un efecto directo de la crisis financiera mundial. Muchos países han nacionalizado las deudas de los grandes bancos privados. El rescate fue acompañado por las caídas de ingresos de la recesión posterior a la crisis y el aumento del gasto, como el seguro de desempleo. Sin embargo, una vez que la crisis financiera privada se convirtió en un problema fiscal, las voces de austeridad se hicieron más fuertes. Después de salvar los activos de los rentistas, los costos del ajuste se socializaron a través de presupuestos cada vez más restrictivos y esos mismos rentistas –generalmente a través de sus voceros, ‘los economistas’ — pasaron a poner el grito en el cielo por el gigantesco gasto fiscal y el peligro de una hecatombe inflacionaria.
Estado interventor para pocos; teoría de mercado libre para muchos

El argumento de los economistas del libre mercado sobre la equivalencia ricardiana (teorema de Barro-Ricardo) -que es la base teórica para la crítica del activismo fiscal-, volvió al léxico político y periodístico. Según esta larga tradición, el gasto público siempre es negativo, ya que resta ingresos privados. Por lo tanto, la expansión del gasto público podría financiarse ya sea mediante aumentos de impuestos en el futuro o por la expansión de la deuda. En un mundo de pleno empleo e información perfecta, las familias y las empresas reaccionarían ante la perspectiva de mayores impuestos en el futuro, disminuyendo sus gastos actuales. Con esto se neutralizaría el estímulo fiscal. Además, si la deuda pública aumenta, sube la tasa de interés, lo que también reduciría los incentivos para las inversiones privadas —nuevamente neutralizando el efecto del estímulo fiscal-.

El debate técnico sobre estas cuestiones es recurrente entre los economistas. La tradición keynesiana señala el hecho de que, contrariamente a lo que se supone en el teorema Barro-Ricardo, las economías no siempre están en pleno empleo —en realidad, es raro que lo estén. Además, está el multiplicador del gasto público. Si este es mayor que la unidad, los aumentos en el gasto público generan variaciones más que proporcionales positivas en los ingresos. Por lo tanto, la acción del Estado no sería un juego de suma cero en el que, dado un cierto nivel de ingresos, "más Estado equivale a menos sector privado". A veces más Estado puede venir asociado con más mercado.

En otras ocasiones, más Estado es la única manera de preservar a las familias y las empresas, que es, de hecho, lo que viene sucediendo. La diferencia es quién recibe la intervención estatal y quién los preceptos de la negatividad de la acción del Estado elefante. Lo curioso es que las beneficiadas, ante el silencio de los economistas de libre-mercado, sean las más grandes corporaciones –mono u oligopólicas muchas de ellas— y cuya existencia en sí misma es la principal violación del axioma fundamental de su teoría de libre mercado.

En realidad, incluso los adeptos al libre mercado aceptan la lógica keyensiana cuando la gravedad de la crisis es capaz de hacer capitular la propia economía. "Realmente no hay límite en lo que podemos hacer con estos programas de préstamos", dijo el 16 de mayo pasado el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, "Hay mucho más que podemos hacer para apoyar la economía, y estamos comprometidos a hacer todo lo que podamos todo el tiempo que necesitemos".

Powell se expresó así para advertirle al Congreso que tendrá que gastar más para evitar daños duraderos a la economía al no haber aprobado que billones de dólares adicionales fuesen destinados a socorrer empresas y consumidores, y preocupado luego de la encuesta de la FED (https://www.federalreserve.gov/newsevents/pressreleases/other20200514a.htm) que mostraba que uno de cada cinco trabajadores estadounidenses perdió su empleo en marzo, quedando así incluido casi el 40 por ciento de los de hogares de menores ingresos.

Hasta la ex Directora del FMI Christine Lagarde, que ahora preside el Banco Central Europeo, ante la crisis aplica la visión keynesiana a la hora de querer ser práctica. En entrevista a El Mundo, Lagarde afirmó que habrá un plan europeo de recuperación ‘rápido y masivo’ ayuda de entre 1 y 1,5 billones de euros sólo para 2020 porque “la prioridad hoy en día es ayudar a las economías a recuperarse. Los Estados gastan y las deudas aumentan en consecuencia, y la relación deuda/PIB subirá porque estamos en recesión”. En este marco, sostiene que se debe asegurar que “la política monetaria se transmita a todos los países de la zona del euro, en todos los sectores”, acomodándose lo que sea necesario.

A veces el hombre práctico considera que Argentina es diferente, por lo que la teoría de libre mercado es universal porque es válida para la Argentina, que representó en 2019, según el FMI, entre 0,5 y 0,6% de la economía mundial.
Libertad de elegir…cómo interviene el Estado

Las experiencias de la crisis financiera mundial de 2008 y Covid-19 dejan importantes lecciones:

   — los Estados pueden actuar activamente para mitigar los efectos de las rupturas económicas y sociales, a pesar de los supuestos límites impuestos por la teoría económica convencional;
    — estas políticas generaron beneficios y costos que se distribuyeron de manera desigual en la sociedad;
    — como eso ha sido una opción política porque no posee ningún fundamento teórico, este tipo de decisiones sobre qué segmentos deben priorizarse por las políticas públicas y sobre la        

          financiación de la acción estatal son eminentemente políticas y morales;

   — la teoría puede ayudar en las opciones sobre cómo hacer; la moral nos dice qué hacer.

La moral de los rentistas del libre mercado es simple: el Estado debe proteger nuestra riqueza, no importa lo que haga falta. Esto lo explicitó claramente en la Conferencia Mundial de Inversiones en Londres el 26 de julio de 2012 Mario Draghi, cuando era presidente del Banco Central Europeo (BCE), en su famoso discurso sobre la crisis de la deuda europea: "Dentro de nuestro mandato, el BCE está dispuesto a hacer lo que sea necesario para preservar el euro. Y créanme, será suficiente".

Frente a esta confesión de parte y a la evidencia de la realidad, del ansioso hombre práctico – a quien cualquier cuestionamiento a la evidente verdad de la teoría de mercado le resulta un innecesario divague intelectual—sólo se puede decir que es como El hombre de ningún lugar de los Beatles: “Tan ciego como se puede ser, sólo ve lo que quiere ver”, y que crea a reventar que “la emisión genera inflación”.

(Profesores FCE-UFRGS/Brasil)

@argentreotros

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EL DESCRÉDITO POPULISTA por Jorge Galindo*

Con-Texto | 30 mayo, 2020

El populismo se presenta a sí mismo como salvador de mayorías ante situaciones extremas. Vive de proporcionar soluciones simples a problemas complejos. Muchas veces, ni siquiera eso: su único sostén es la equivalencia de enfados, la búsqueda de enemigos del pueblo o de la nación, de los que esta puede librarse mediante su acción unilateral soberana. Pero las últimas semanas prueban que los fantasmas que conjura se desvanecen fácilmente: cuando llega el momento de la verdad, cuando un desafío realmente global e inabarcable llama a las puertas de la humanidad, los populismos se quedan sin recursos, añorando la vuelta de sus fantasmas manejables.

Una pandemia global asociada a un parón severo de la actividad económica cumple precisamente con estas características: es un problema complejo tanto técnica como moralmente, de obvio alcance global. No admite alternativas obvias, y crecerá alimentándose de divisiones internas artificiosas, de fronteras entre grupos, pueblos o naciones.

Sucede además que científicos y médicos mantienen una credibilidad considerable, a diferencia de políticos, periodistas, opinólogos y otras voces más habituales en el coro que rodea la toma pública de decisiones. En la medida en que estos últimos hagan caso a los primeros, prestando atención, amplificando las voces de la epidemiología, la virología y el manejo especializado de crisis sanitarias, podrán navegar la crisis con mayor acierto. También, en el camino, les recaerá algo del beneplácito con el que cuenta la comunidad médico-científica. Los economistas, por cierto, no deben quedar fuera de escena: esta será una buena oportunidad para aportar al bien común, recuperando el prestigio perdido en la década pasada.

Pero si cedemos ante la tentación simplista, si nos sobrepasa el miedo, entonces el círculo se cerrará devolviéndonos al punto en el que entramos tras la Gran Recesión: una debacle ofrecerá un nuevo escenario para que los populismos recuperen su menú de agravios, enemigos, soluciones obtusas. La catástrofe puede venir tanto del frente sanitario de esta crisis como del económico y social. Este es el estrecho, trágico filo por el que transitaremos los próximos meses, tratando de no caer en ninguno de los dos abismos. No podemos, ni debemos, hacerlo sin escuchar a las personas que tienen alguna luz que arrojar sobre el incierto camino.

                                                                                                                                                                                                                                      Mar 19 2020

 

* Jorge Galindo es un pintor y artista español. Desde 1999 vive y trabaja en Borox, Toledo.

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DESVENTURAS TOTALITARIAS Hacia una vida en libertad por  Martín Esteban Uranga*

Con-Texto | 30 mayo, 2020

 

“Alguien anda pintando el cielo de rojo y anunciando lluvia de sangre. Alguien que ronda por ahí, padre. Son monstruos de carne con gusanos de fierro. Asómese, y les dice que usted nos tiene a nosotros. Y les dice que nosotros no tenemos miedo, padre. Pero asómese porque son ellos los que están matando la tierra. Padre deje usted de llorar, que nos han declarado la guerra.”

                                                                                                                                                                                                                        Pare, Joan Manuel Serrat

 

INTRODUCCIÓN

Vivimos en Estado de excepción. Difícil imaginar medidas más radicales. Países que se cierran, fronteras infranqueables, ciudades apartadas, familias confinadas. Suspensión de libertades constitucionales elementales: de tránsito, de reunión, de trabajo. Economía paralizada. El mundo en estado de pánico. Es razonable pensar que medidas maximalistas suponen causas de extrema gravedad. ¿Acaso estamos ante ellas? No entraré aquí en consideraciones epidemiológicas ni de sanidad. Tomo como referencia el sentido común y las palabras del infectólogo Pablo Goldschmidt a las que no haré aquí alusión. Sólo diré al respecto que el año pasado, según cifras de la OMS, fallecieron en el mundo 650.000 personas de gripe influenza. En Argentina, durante 2018, la influenza se cobró alrededor de 32.000 vidas. A todas luces, entiendo que las medidas puestas actualmente en vigor son desproporcionadas. Ahora bien. ¿A qué obedece tal desproporción? Tengo una hipótesis. El sistema político está en proceso de descomposición. Agrietado y en estado de derrumbe. La incredulidad en cualquiera de sus expresiones es manifiesta. Ni los poderes del Estado, ni los partidos políticos, ni instituciones otrora prestigiosas y consagradas, ni las referencias académicas despiertan la adhesión ni la confianza popular. Sabemos que las instituciones siguen vigentes por inercia. Ahora bien. Cómo todo cuerpo amenazado, genera anticuerpos. Tal reacción puede ser autodestructiva para el mismo organismo que lo genera, pero eso no implica que pueda dejar de producirlos. Así como un cuerpo biológico afectado por un agente patógeno puede autodestruirse en la explosión de fiebre o de un crecimiento desmesurado de glóbulos blancos, del mismo modo el cuerpo político responde con medidas extremas, defensivas y esencialmente inconscientes, cuando se siente en situación de derrumbe o amenaza, que lo pueden llevar a su propia autodestrucción. Apela al garrote, tal como un padre puede recurrir a la violencia extrema cuando dejó de ser creíble para su hijo. No es que la crisis actual sea generada por gente malévola que está pensando en provocar una crisis para lograr un beneficio. No lo creo así. Entiendo que es un mecanismo autodestructivo, inconsciente, de rasgos totalitarios, y fundamentalmente tangencial a la voluntad de los actores políticos y de las ideologías.

Vuelvo atrás. ¿Y si las medidas estuvieran justificadas? ¿Si estuviéramos ante una pandemia sin precedentes que ameritara las medidas más extremas? Pensemos por un momento que es así. Ahora bien: ¿la experiencia de control social y disciplinamiento unánime y fundamentalmente acrítico pasaría sin huella? Un sistema político desesperado por controlar una humanidad que desborda todos los resortes institucionales, ¿acaso no tomaría registro de los modos eficaces para disciplinar sin disidencia y con aplauso incluido? Sólo es cuestión de agitar el estado de pánico permanente para poder lograr el ansiado poder. Los medios de comunicación, solícitos a la tarea y agradecidos de poder seguir multiplicando los infinitos carteles catástrofe de URGENTE y ÚLTIMO MOMENTO. Más allá de lo justificable o no de las medidas, es indispensable una lectura política de la experiencia que estamos atravesando. La repetición de las medidas de control con motivaciones contingentes de aquí en más es una posibilidad cierta. No vaya a ser que aparezcan próximamente virus que tengan como portadores a determinados sectores étnicos y sociales y nos veamos llevados por “necesidad” a construir ghettos “sanitarios” de nacionalidad o de clase.

Avanza inexorablemente, no es de ahora, el control social, el estado de pánico permanente, el disciplinamiento con vocación de unanimidad, el ensimismamiento virtual, la percepción del prójimo como peligroso, la policía del pensamiento, y el acoso al narcisismo amenazado como fantasma fundamental.

Si frente a la amenaza del virus corona se toman las medidas más extremas y atentatorias a libertades elementales. ¿Qué medidas tomar frente a la epidemia de la pobreza que mata 10000 chicos menores de 15 años por día, sin contar a los adultos? Del mismo modo, una vez transcurrida la epidemia del coronavirus, ¿las fuerzas políticas del mundo conminarán a los sectores  económicos dominantes de renta extraordinaria con medidas restrictivas a la altura de las que nos fueran aplicadas en el cercenamiento de nuestras libertades para levantar el tendal de ruina que dejará esta experiencia de catástrofe social? ¿O la libertad económica y el privilegio del 1% de la población mundial que acapara más del 50% del PBI mundial sigue siendo sagrada e inalterable y no entra dentro del registro de la solidaridad tan pregonada en nuestros días? ¿Y qué decir de nuestros acaparadores vernáculos?

A mediados del siglo pasado se dijo desde la “ciencia” oficial alemana que los judíos eran parásitos y que Europa necesitaba una desinfección. El resultado ya lo sabemos. ¿Lo sabemos realmente en todo su alcance y magnitud? No sólo la tarea “sanitaria” fue ejecutada desde el poder político, sino que millones de personas la acompañaron gustosamente y con convicción desde distintos lugares, muchos, demasiados, con sus propias manos. Aún hoy, todos lo sabemos, el prejuicio antisemita tiene absoluta vigencia.

En palabras de Hamlet: “The time is out of joint”.

                                                                                           

                                                                                                                                                                                                                                        Marzo de 2020

AVANCE DEL TOTALITARISMO

La locura estalla cuando nos encontramos frente a una realidad que no podemos afrontar. Si una situación desborda nuestros recursos simbólicos así como nuestra capacidad de actuar en pos de lo que nos acontece, la locura se torna posible como salida fallida, como refugio frente a lo que nos urge. Hace tiempo que el mundo está en situación de urgencia. Es claro que desde la primera guerra mundial la barbarie fue avanzando, y, con ella, la miserabilidad en las distintas dimensiones de lo humano. En este camino hacia lo abismal, hay grandes hitos a señalar: la llamada gran guerra, la segunda guerra mundial, la consolidación del stalinismo, la globalización post caída del bloque soviético. El mundo debe afrontar desafíos ineludibles: pobreza generalizada, muerte de a cientos de millones por hambre, crisis del ecosistema, acumulación inaudita de riqueza, decadencia moral, violencia extrema a nivel masivo, pérdida de estímulos vitales, ausencia de perspectiva y proyección de un futuro auspicioso y vivible, crisis de los procesos de socialización, estado de guerra permanente, etc. El desafío es inmenso. Los cambios a instrumentar para construir un mundo distinto requieren de una apuesta difícil y decidida, que implicaría, de asumirse, una reestructuración de nuestras vidas a todo nivel. Frente a esta dificultad, que pareciera que vamos significando como imposibilidad, surge como recurso la locura. En un mundo en que la emergencia sanitaria es estructural, donde millones mueren de enfermedades prevenibles y curables por no poder tener siquiera un mínimo acceso a los sistemas de salud, resulta que ante la aparición de un virus gripal de proporciones muy menores frente a otras epidemias y causas constatables de muerte, el sistema político decide frenar el mundo. Todo se suspende. Todo se sacrifica en pos de la causa sanitaria. Pareciera no tenerse en cuenta los incuantificables daños ocasionados: los infartos, ACV, suicidios, la imposibilidad de asistir en los hospitales a los seres queridos, la herida irreparable de la gente que murió sola, la afrenta de no poder darle un digno entierro a nuestros muertos, el no poder diagnosticar una enfermedad a tiempo o seguir tratamientos ya emprendidos, los millones que pierden su sustento económico, los 270.000.000 (según estima la OMS) que padecerán pobreza con riesgo cierto de muerte como consecuencia del confinamiento mundial, la pobreza extrema y las enfermedades consecuentes, las depresiones invalidantes, la agudización de los trastornos mentales, las consecuencias psicológicas de la pérdida de libertades esenciales, el auge de la delación, la exaltación de la voluntad de servidumbre y de la dependencia, la percepción del prójimo como peligroso, los que quedaron solos y aislados en sus casas, el colapso del sistema de salud que sobrevendrá como efecto de las enfermedades que hoy no están pudiendo ser tratadas más las que surgirán como efecto de la cuarentena, el endurecimiento de los afectos, la pérdida de hábitos esenciales de comunión y encuentro, el control policial, el ensimismamiento virtual, el deterioro de los lazos sociales, etc, etc, etc. Es decir, hay un tratamiento totalmente desproporcionado y enloquecido que sacrifica en holocausto generalizado y genocida las diferentes dimensiones de lo humano. ¿Por qué esta locura? En primer lugar, no debe extrañarnos tanto. Las locuras colectivas siempre han formado parte del devenir de la humanidad. Basta recordar en nuestra historia reciente la acción convencida que llevó al exterminio de tres cuartas partes del pueblo judío, en el que intervinieron, es bueno recordarlo, no solamente los aparatos político- estatales con sus clásicas estructuras burocráticas, sino también ciudadanos, vecinos, y, en general, gente del común. Los diferentes grados de actuación y complicidad se cuentan por millones. Algo similar ocurrió con el stalinismo. El hecho de salvar la revolución y terminar con la inequidad capitalista (¡quién puede negarla!) llevó, nuevamente, a través de una mortífera alianza entre pueblo y dirigencia política, a los campos de concentración, la aniquilación y el terror en todas sus dimensiones. Todas estas gestas totalitarias padecen de un potente grado de destrucción explosiva e implosiva. Destruyen y se autodestruyen. Es necesario señalar aquí que dichos procesos exceden largamente los cálculos de conveniencia y racionalidad que muchos se empeñan en encontrar de manera inexcusable en el desarrollo de los procesos históricos. Hoy en día es muy frecuente escuchar, frente a las consecuencias de las medidas de cuarentena por el coronavirus: “¿Pero ésto a quién le sirve?, ¿no ves cómo se derrumba la economía?, ¿vos pensás que a EEUU le conviene pasar a tener millones de desocupados…?”, etc, etc, etc. La conclusión que sacan es estrictamente lógica: las consecuencias de estas medidas perjudican al poder político-económico; ergo, las tomaron porque eran necesarias. Lástima que la historia no se desarrolle de acuerdo a parámetros tan lineales, ingenuos y voluntaristas. A veces pareciera que Freud predicó en saco roto cuando hace ya más de un siglo habló del inconsciente. ¡cómo nos cuesta advertir los procesos de alto componente destructivo y autodestructivo que rigen nuestras vidas individuales y colectivas! Pareciera que seguimos pensando que es posible analizar los procesos humanos desde la voluntad, la racionalidad y la conveniencia. ¡Cuánta razón tenía Freud cuando hablaba de las resistencias persistentes e ineliminables frente al inconsciente! Es tal la herida que produjo su develamiento que no queremos afrontar sus consecuencias… ¿Podemos acaso dejar al inconsciente de lado cuando buscamos entender un proceso histórico?, ¿no vamos a tener en cuenta la dimensión autodestructiva de la condición humana?, ¿dejaremos sin considerar la multiplicidad de cosas que hacemos (y bastaría para advertirlo una somera revisión de nuestra vida personal) en contra de nuestra conveniencia e intereses más profundos?, ¿miraremos para otro lado, una vez más, frente a la irrecusable verdad que nos compete como humanos acerca de cómo llevamos adelante tramitaciones tanáticas y enloquecidas de los conflictos que consideramos irresolubles?

Tal cual van las cosas, el poder destructivo avanza a pasos acelerados. Lo viene haciendo desde hace, como mínimo, un siglo. El poder político-estatal va perdiendo progresivamente su cobertura libidinal, quedando al desnudo su núcleo de pulsión de muerte. Sólo tiene aniquilamiento para ofrecer, incluyendo, quizás, el suyo propio. De lo que en algún momento la política pudo ofrecer como un cierto espacio de realización vital, sólo queda la mímesis paródica de un cuidado represivo que deja en evidencia la burla que supone prescribir cuarentena y barbijos (encierro y mordazas) mientras se van dinamitando todos los lazos de sociabilidad.

Volviendo a la pregunta anteriormente planteada. ¿Por qué esta locura? En primer lugar, como veíamos recién, no tiene nada de inaudito. En segundo lugar, el mundo se ha transformado, antes del covid 19, en un lugar invivible, con pandemias varias, amenazas bélicas, sociales y ecológicas, urgencias humanitarias por doquier, descreimiento generalizado, y automatización de la vida que lleva a un carpe diem posmoderno que trueca el disfrute por la compulsión. Frente a esta situación, ante la cual pareciera que no podemos instrumentar una salida valorable y sustentable, la humanidad reacciona de diferentes modos: con protestas de diversa laya, con movimientos multitudinarios de migrantes que desbordan la acción represiva de los estados, con una multiforme y extensísima violencia social y doméstica, con apatía y/o repudio por la política, con un descreimiento generalizado en las instituciones, con angustia, adicciones, etc, etc. El sistema político, cual un organismo atacado, registra estas reacciones como amenaza y reacciona en consecuencia. En algunos casos con políticas más o menos calculadas y proyectadas. En otros, como en el caso de la crisis actual, actúa de modo inconsciente en su fundamento último, generando una locura a escala global, acorde a la situación globalizada del mundo posmoderno, que auspicia una complicidad entre los aspectos desnudamente tanáticos del poder político y la voluntad de seguridad y servidumbre siempre al acecho en los seres humanos.

Aparece así la escalada totalitaria. Encierro, mordaza, horarios reguladores, salidas por documento, prohibición de reuniones, y cualquiera de las otras variedades de disciplinamiento que los distintos estados han instrumentado, con diferentes matices, en lo que va del desarrollo de los acontecimientos. La causa se presenta como inapelable. Todos, al fin, detrás de una justa causa. Clima de epopeya. Fiesta patriótica. Subordinación y valor.

El desencadenamiento de la locura genera efectos destructivos. De manera extensiva, para la sociedad en su conjunto, y de modo centrípeto para el sistema político en tanto tal. Caídos los resortes libidinales del sistema (que desde hace tiempo han ido mermando de modo fuertemente progresivo), queda un núcleo mortífero al desnudo. El modo destructivo de defensa que impulsa el sistema político amenaza su propia supervivencia. Es que tal cual está dada la situación, no puede instrumentar otro modo de defensa menos riesgoso para sí mismo. Las cosas han llegado demasiado lejos. El sistema viene dando claros signos de agotamiento terminal. La reacción que puede provocar no puede ser sino severa y de alto gradiente destructivo, también para sí mismo. La locura se presenta como la resolución fallida. Funciona así para el sistema político y también para la sociedad en su conjunto. Uno intenta perpetuarse aún a costa de la agudización de su crisis, la otra anhela encontrar una seguridad y una causa al no haber podido construir en el terreno social el horizonte de una vida mejor. Alianza peligrosa que podría desencadenar en un pacto siniestro entre un poder totalitario y una sociedad altamente masificada, automatizada, subordinada y regimentada.

ANTECEDENTES RECIENTES DE LA ESCALADA TOTALITARIA

Desde hace un tiempo relativamente breve asistimos al avance de las llamadas políticas de género. Su avance en el poder político así como en gran parte de la conciencia social trajo aparejados cambios relevantes en leyes, aspectos pedagógicos, hábitos sociales, conductas eróticas, etc. De hecho, hoy en día, su defensa, es claramente un signo inequívoco de lo políticamente correcto. Ha hecho pie fundamentalmente a través de diversos movimientos feministas. La paradoja es la siguiente. La legítima búsqueda de las mujeres de una vida más digna y protagónica, de larga y honrosa historia, así como el reclamo genuino ante situaciones de opresión y violencia padecidas desde hace milenios, quedan subsumidos, en muchos casos, por ideologías que en su búsqueda frenética por romper el binarismo sexual, terminan desconociendo la propia esencia particular de lo femenino. Porque una cosa, y muy valiosa por cierto, es defender la libertad de vivir la sexualidad tal como a cada quien le parezca. Pero otra, muy distinta, es repudiar la diferencia sexual binaria, y, con ella, la particular valoración de la condición femenina, así como el enigma mismo de la vida y de la muerte, fundamento de toda libertad humana. Un exponente simbólico de la disolución de lo femenino promovida por esta tendencia, nada desdeñable por cierto, es el llamado lenguaje inclusivo. El “todes”, en nuestra lengua castellana, supone la destitución de la diferencia sexual, y, con ella, de la femineidad en tanto tal, en pos de una expresión que pretende unificar los sexos hasta hacerlos indistinguibles. ¿Acaso el lenguaje está destinado a significarlo todo sin resto, diferencia, ni equívoco? Es, paradójicamente, la pretensión machista y estatal. Es la pretensión totalitaria. Vayamos al lenguaje de signo patriarcal. El “todos”, incapaz de subsumir a la mujer en el lenguaje patriarcal debido a que la declinación femenina persiste fuera de su pretensión hegemónica, deja en evidencia, a la par que impone su categoría sexual, la imposibilidad de encasillar lo femenino que escapa, en parte, a su afán de nominación. Si en el lenguaje patriarcal la mujer deja testimonio de su presencia sustrayéndose en parte a la pretensión hegemónica, en el “todes” queda desaparecida detrás de una expresión que, al confundir la diferencia, promueve la unicidad, milenaria pretensión machista. El “todes” no solamente realiza los atávicos sueños de una masculinidad opresiva, sino que, yendo más allá, entifica una categoría transexual y metafísica que consagra la idolatría de un lenguaje que deja de testimoniar acerca de la imposibilidad de significar el mundo sin resto. Transexual porque atraviesa la diferencia sexual destituyendo su entidad, y metafísica porque le sustrae al lenguaje su condición humana más esencial: la de ser una manifestación de la imposibilidad de significarlo todo. Cuando se cae en la pretensión de que el lenguaje todo lo abarque, la única inclusión que se logra es la que acontece en los campos de concentración, donde todas las diferencias son borradas en pos de un número (al fin la matemática, la cifra, logra lo que el lenguaje nominal resiste). El “todes” tiene la pretensión del número. Hacer del significante signo, es decir, significar la totalidad arrasando con las diferencias. Supone, en términos de alienación y opresión, un incremento cualitativo respecto del machismo. Es, podríamos decir, el machismo hecho metafísica totalitaria.

La pérdida de registro de la diferencia sexual genera como efecto la proliferación infinita de la diversidad. Estamos en el mundo de lo diverso. Sólo que esta diversidad está construida sobre los escombros de la diferencia, constituye una parodia respecto de la diversidad que podría surgir sobre los cimientos de la diferencia reconocida. Así, asistimos a procesos de masificación y de indistinción creciente. Somos “todes” tan diversos que cada vez somos más parecidos. Si el lenguaje no puede nominar la diferencia en un significante, peor para el significante. Diluimos la diferencia y transformamos el significante en signo. Así, creamos un lenguaje de cifras, cosificamos lo humano y matematizamos la existencia. Perdemos el significante en tanto tal, es decir, la dimensión del lenguaje que inscribe la imposibilidad de la significación absoluta. Eclipse de la libertad.

No hay significante que pueda significar la diferencia sexual sin resto. Esta posibilidad sólo está abierta al signo o a la cifra. La expresión “todes” es concentracionaria, presume de una nominación acabada que incluye sin equívoco, resto ni diferencia. En sentido contrario, la palabra “todos” incluye sin nominar la totalidad. Al decir “todos”, sabemos que incluye a las mujeres, sólo que el género rector, el masculino, por tratarse de un sistema patriarcal, asume la representación desde su égida. De ser un sistema matriarcal, quizás podría ser “todas” la expresión que sobreentendiera la presencia de lo masculino sin ser nominado en tanto tal. Sería infinitamente más auspicioso que el “todes”. Es más, sería quizás expresión de un orden social donde las mujeres tuvieran un protagonismo desde el cuál podríamos probablemente vivir una sociabilidad que atemperara la tendencia hacia la violencia tan propia de los hombres y del sistema estatal y patriarcal.  

Lo imposible de significar es lo que abre el espacio de la libertad y de la ética. Y lo imposible de significar en tanto tal, se hace patente, tiene su raíz, en la diferencia sexual irreductible, que es, podríamos decir así, la diferencia por antonomasia ¿Por qué? Porque está íntimamente ligada a la reproducción de la especie y por lo tanto a la muerte. Sexualidad y muerte, puntos ciegos para la significación que encuentran su modo de expresión, es decir, su manera de hacer valer su dimensión irreductible al sentido, en torno a la diferencia entre los sexos. Los sexos muestran límites infranqueables de uno en relación al otro. Su diferencia tiene un estatuto ontológico que la cultura sólo podrá desconocer al precio de ocluir la libertad. Es en torno al espacio indescifrable que habita la no significación de la diferencia sexual que fecunda la creatividad y la diversidad verdaderamente plural. La diversidad que desconoce la diferencia es un polimorfismo vacuo que promueve entes fetichísticos de apetencia totalitaria. Las consecuencias del avance (en las distintas dimensiones de lo social) de la concepción hegemónica de género en detrimento de la diferencia sexual, no han tardado en hacerse notar. En coherencia con la entraña totalitaria que la anima, la concepción “inclusiva” ha generado: endurecimiento del aparato represivo, oficinas administrativas que sancionan expresiones consideradas discriminatorias acotando así las posibilidades de opinión, censura de expresiones artísticas varias, entre otras lindezas. Cuando el Estado, y nosotros mismos, nos convertimos en agentes de censura explícita o tácita, dirimiendo acerca de qué película es conveniente ver o no, qué canciones se pueden escuchar, qué libros conviene leer, de qué podemos reírnos, o qué expresiones verbales pueden usarse, estamos en una senda muy riesgosa. Habrá seguramente expresiones de mejor o peor gusto, manifestaciones más o menos adecuadas e incluso muchas de dudoso valor moral, pero constituirnos en una policía del pensamiento, con toda certeza, no nos llevará a buen puerto.

Una parte del feminismo quedó captado por la hegemonía generista, dejando constancia, lamentablemente, de una victoria más del sistema estatal y político siempre proclive a subsumir a las mujeres. En este caso la política va más allá de la subordinación histórica. Directamente, promueve la disolución de la femineidad. Se dirige así hacia el totalitarismo, verdadera fase superior del patriarcado.

 

RESONANCIAS TOTALITARIAS

Este fenómeno reseñado, con matices, tiene alcance global, como la pandemia covid 19. Sin entrar en detalles, diremos que en ambos casos encontramos: a) la extrema susceptibilidad frente a la amenaza narcisista, siendo el fantasma del acoso un eje regulador de la relacionalidad que instituye al prójimo como peligroso, b) la elaboración delirante de un núcleo de verdad frente a la imposibilidad de un abordaje adecuado de las problemáticas en cuestión. Su confrontación genuina implicaría una revisión total de nuestro modo de vida, c) el impacto estadístico, fiel a nuestra época matemática y tecno científica, d) la enloquecedora y manipuladora cobertura mediática, e) el pánico, vinculado a la amenaza, como factor emocional de base, f) la consagración de causas con pretensión de incuestionabilidad, g) la puesta en marcha de fuertes mecanismos de disciplinamiento social de variado alcance (jurídico, relacional, emocional, conciencial, etc).

Veamos algunas paradojas que entrelazan llamativamente a las teorías inclusivistas y al fenómeno pandemia. Hemos escuchado hasta el hartazgo a los generistas decir, de una manera u otra, que hablar de biología es reaccionario. Que la biología tiene poco, más bien nada que decir respecto a la conformación de la identidad sexual. El constructo cultural repudiando a la biología. Ironías del destino. O, quizás, más bien, retorno de lo reprimido, hoy la biología, pandemia mediante, es un amo absoluto. Es lo único que importa. La gran desplazada, menospreciada y vituperada como reaccionaria, hoy es aquella en cuyo altar todo se sacrifica. Revancha de la biología. Feroz retorno de lo reprimido. Todo se sacrifica por ella. La vida es vida biológica, y, por ella, todas las otras dimensiones de la vida, quizás las más auténticamente humanas, son despreciadas y entregadas en holocausto: economía, trabajo, afectos, sociabilidad, encuentro amoroso y amical entre las personas, interacción con el medio, espacios lúdicos y de diversión, cuidado de los enfermos, compañía a los que están solos, la tan humana y ancestral costumbre de enterrar a los muertos (Antígona dio su vida por ello), etc, etc, etc.

Repudio de la biología y feroz retorno. Rostros solidarios y pendulares de la locura posmoderna. Con ropaje inclusivo o sanitarista, asoma la triste utopía de la unanimidad. “Todes” con barbijos, marchando derechito y tomando distancia, muy iguales y bien pero bien disciplinados, gozando de nuestra infinita diversidad.

¿QUÉ HACER?

Si la pregunta pone el acento en las posibilidades de acción política, vamos mal encaminados ¿Podremos animarnos a pensar en vías diferentes de acción? ¿Podremos además aventurarnos a pensar en la dimensión del ser sin por ello descuidar la praxis? Quizás no se trata de promover o proyectar acciones determinadas, sino más bien de pensarnos respecto de cómo queremos ser, de qué vida queremos para nosotros mismos y en relación a los demás, y de ser capaces de prefigurar en nuestras propias vidas nuestros deseos. El sistema político está agotado. Sólo tiene para ofrecer destrucción, muerte y totalitarismo (que es quizás su núcleo más esencial). La política y su forma permanente de organización, el Estado, padecen de un pecado de origen que hoy en día muestra todo su potencial negativo. Frente a esto, tal vez sea momento de llevar adelante prácticas de sustracción de los modos políticos de vida. La política no es sólo la de los partidos, los tiranos y las burocracias en general. Es la que llevamos dentro en nuestro modo de ser y proceder. Allí dónde hay prepotencia jerárquica, censura del pensamiento, manipulación, mercantilización de los vínculos humanos, desconocimiento de la dignidad del prójimo, explotación (en sus distintas formas) del semejante en provecho propio, afán triunfalista, slogans masificantes, conciencia irreflexiva, tendencia al pensamiento hegemónico, acatamiento servil, y lógica de guerra, hay política. Para cambiar el estado de situación hay que vulnerar la concepción estatalista en el terreno de la vida cotidiana, de las prácticas asumidas, de las relaciones construidas con los otros tanto en los microespacios familiares y amicales como en los diferentes ámbitos de la vida social. Pensar con los otros de manera frontal, sin espíritu de batalla aunque sí con pasión y convicción. Dialogar sin reservas poniendo por delante el deseo de libertad y la clara conciencia de que la emancipación del prójimo de la política es tan urgente y necesaria como la nuestra propia. Alentar la expresión en todas sus formas y dimensiones: íntima, colectiva, profesional, literaria, artística, intelectual, etc. No pensar en filosofías rectoras ni en agrupamientos jerárquicos, mucho menos partidarios, con programas y doctrina. Sin epopeyas heroicas, violentas, colectivistas ni patrióticas. Encontrarnos en las diferencias, aún, y sobre todo, en las profundas. Aprender a escucharnos, a valorarnos, a defender nuestra libertad frente a toda forma de imposición. Aprender a regularnos, a gestionar nuestra vida, a proyectar nuestro futuro pero viviendo intensamente el presente. Inspirarnos en los que  enfrentaron a lo largo de la historia toda forma de opresión, más allá de las diferencias ideológicas. Estar abierto a lo que nos deparen los nuevos vínculos que podamos comenzar a configurar a partir de este trabajo personal y social a realizar. Estar atento a nuevas formas de sociabilidad que puedan alumbrar a partir del cambio que podamos empezar a instrumentar en la modificación de nuestras propias vidas. Creer en que un nuevo pentecostés sea posible. Un espacio en que aquellos que hoy en día manejamos lenguajes distintos, podamos empezar a escucharnos y entendernos más allá de nuestras diferentes creencias y referencias teóricas.

Es una tarea que puede resultar muy placentera: degustando la libertad, sabiendo que vamos emancipándonos, entendiendo que vamos recuperando nuestras vidas expropiadas y alienadas en el lazo político. Si empezamos a hacer introspección y a revisarnos, podremos entrar en relación con zonas amputadas de nuestra existencia, oprimidas, deformadas y profundamente alteradas por la lógica política, que como una mancha de aceite tiende a impregnar nuestras vidas de las maneras más reconocibles hasta las más sutiles e imperceptibles a primera vista. Es una tarea digna, ardua, que puede conllevar momentos de profunda satisfacción. Implica seguramente también desafíos difíciles, propios de todo intento de conmover hábitos establecidos y pensamientos profundamente coagulados. No es una tarea resultadista, sino más bien procesual y existencial.

Sino, seguimos así…distrayéndonos con grietas improcedentes, apostando (aunque sea sin convicción) por el voto periódico y el rito eleccionario, alimentando la metafísica del Estado, la fragmentación artificiosa, preservándonos de pensar nuestra orfandad, creyendo que el cambio viene de afuera, apostando por lealtades afectivas e irreflexivas, buscando la ventaja mínima a través del cambio de gobernantes (cada vez menos posible), sosteniéndonos en la queja crónica, y, fundamentalmente, persistiendo en nuestro modo de ser sin revisar nuestra complicidad en todo este asunto y siendo así los mismos de siempre.

El Estado y el sistema político que le es inherente no domina sólo por su fuerza represiva y económica, sino, fundamentalmente, porque creemos en él. Deconstruir pacientemente la creencia en el Estado, principalmente, aunque no sólo, a través de la crítica del Estado que todos llevamos dentro, es parte esencial de la tarea existencial que tenemos por delante si es que somos capaces de elegirla. Podrán decir que se trata de una nueva utopía. No es un desmérito. Al menos no requiere de altares ni de sacrificios humanos.

La historia va dejando a su paso un tendal de ruinas que algunos llaman progreso. Campos de concentración, guerras, gulags, ghettos, explotación, marginalidad, exclusión, han sido, con matices, flujos y reflujos, la invariable espiral en ascenso. Marx decía que la revolución es la locomotora de la historia, sin apreciar que lo importante era advertir que la barbarie anidaba en los coches de la formación, y que, de este modo, la locomotora sólo aceleraba el camino hacia el precipicio. La alternativa no parece ser la locomotora sino más bien, como dijo Walter Benjamin, el freno de mano que podamos instrumentar. Parar la locura y el camino destructivo. Pensarnos y hacernos de nuevo sostenidos en nuestros deseos,  abiertos a las múltiples experiencias de aquellos que en todos los tiempos confrontaron al poder opresivo desde los lugares más diversos. Hacer operativa, diría Benjamin, la memoria de los vencidos. Traerla a la luz para que no sea un mero recuerdo de homenaje en solemnes actos de aniversario, sino una potencia actual que clame al cielo (de acuerdo a la expresión bíblica) por su redención, y ayude a configurar activamente una nueva vida posible para la generación nuestra. Si será posible o  no torcer esta pendiente depende en gran medida de cada uno de nosotros.   

 

*Psicoanalista

 

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TRISTEZA por Diana Sperling*

Con-Texto | 30 mayo, 2020

La noticia de la muerte de Arnoldo Siperman me sorprendió como una estocada, en medio de una clase en que acababa de nombrarlo. Lo supe por una querida alumna y amiga común. Yo decía, en mi clase (para un grupo sobre la Ley), que en cuanto pasara la cuarentena tenía la idea de invitar a Arnoldo para conversar con él y que pudiera explicarnos aspectos arduos del tema que tratamos. Allí mi alumna me atajó y me dio la triste nueva. Siperman había fallecido la noche anterior.

Ya antes, y preparando el material para ese grupo, yo había retomado algunos de sus textos. Ahora, después de saber que ya no está y que no contaré con su "viva voz" para enseñarme y dialogar, vuelvo a sus páginas con renovada fruición y con una admiración creciente.

La ley romana y el mundo moderno es un libro luminoso. Arnoldo, además de erudito, era un excelente escritor. Su estilo es amigable, pero sin caer nunca en una falsa simplificación de problemas complejos. Página tras página el interés crece, el desarrollo de los temas se va encadenando con lógica impecable, sus propias ideas y posiciones se expresan con sutileza y discreción para no opacar la información histórica y los datos objetivos de lo que trata. El libro se publicó en 2001, año en que organicé, junto a un equipo de amigos y colaboradores, el Coloquio Internacional Deseo de Ley. Arnoldo fue uno de nuestros asesores. El libro fue una coedición del grupo Deseo de Ley con la editorial Biblos. Hoy reivindico con orgullo ese logro.

Arnoldo fue, junto a otros maestros que ya no están (Enrique Marí y Enrique Kozicki), discípulo y transmisor de las doctrinas del jurista Pierre Legendre. Ellos introdujeron las innovadoras ideas del francés en la Argentina y abrieron un espacio para pensar las cuestiones de la ley desde perspectivas inéditas. De Legendre se dice que es un "pensador maldito": no se acomoda a ninguna etiqueta, no forma parte de parroquias ni se priva de trenzar los discursos del Derecho con otras disciplinas, en una fructífera provocación y en combinatorias inéditas. Un poco al modo de Freud, ese "atravesador de fronteras" y, por eso mismo, capaz de decir algo nuevo que obliga a repensar todo lo (que se creía) sabido hasta entonces.

Siperman tenía bajo perfil pero una bien definida personalidad. Era -a la manera de un George Steiner- un verdadero humanista, en el mejor sentido del término. Un hombre de vasta y refinada cultura a la vez que de un notable sentido del humor. 

No lo frecuenté tanto como hubiera deseado: sus ocupaciones y las mías impedían que nos reuniéramos más seguido. Varias veces, sin embargo, nos encontrábamos en el consultorio de mi entrañable y siempre extrañado amigo David Kreszes (Z"L) y compartíamos horas de charlas, lecturas, discusiones e inquietudes. 

Estoy convencida de que Arnoldo merecía más notoriedad y su obra más difusión de lo que se le ha dado. En épocas de famas instantáneas y pensadores on demand, y en comparación con muchos opinólogos y pseudointelectuales del momento, su estatura es inmensamente mayor y su calidad, inconmensurable. Ojalá el tiempo le haga justicia (ya que se trata de un pensador de la ley) y las

maravillosas páginas de sus múltiples libros alcancen a miles de lectores. No sacarán más que ganancias de ello.

Toda muerte duele. Todo ser querido que parte deja una pena en los que quedamos. Pero hay muertes que, además del dolor afectivo, producen la sensación de una falta que afecta y afectará el pensamiento. El mío, sin duda, será más pobre ahora que ya no tengo la posibilidad de consultarlo y de contar con su afable disposición.

No me queda más que seguir recorriendo sus textos, interrogarlos, subrayarlos, releerlos y enseñarlos. Es el mejor homenaje del que soy capaz, el modo que los escritores/pensadores/intelectuales tenemos de honrar a quienes nos han marcado. Y creo que a él no le disgustaría. Gracias Arnoldo Siperman por tu transmisión. Que tu memoria sea bendita, y tu obra se esparza como semilla fecunda. Z"L.

 

                                                                                                                                                                                                                        Bs. As, abril 2020

*La autora es filósofa

 

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