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LA HORA DE LA VERDAD por  Carlos Gabetta*

| 30 septiembre, 2018

Fuente, Diarios Perfil

La historia se desarrolla en círculos sucesivos”, concluyó Giambattista Vico hace cuatro siglos. Incuestionable, si por ejemplo uno observa la historia argentina de los últimos cien años: una sucesión republicana de gobiernos liberales y populistas, trufada de dictaduras cívico-militares nacional-populistas o liberales. Círculos sucesivos… Pero Vico sugería que ese ir y venir era una espiral hacia adelante, mientras que a Argentina la define el retroceso. Sus tragedias o calamidades nunca son nuevas, sino las mismas, agravadas. En situaciones así, Ursula Buendía, el inolvidable personaje de García Márquez,  se resignaba diciendo que  “el mundo no hace más que dar vueltas en redondo”. Hace menos de un mes, el presidente Mauricio Macri dijo que acababa de pasar “los peores seis meses” de su vida, aludiendo a la “tormenta” económico-social que atraviesa el país, como él metaforiza una crisis grave. Luego, logró que la mayoría de los gobernadores, peronistas o no, aprobaran su presupuesto nacional de ajuste para 2019, basado en las clásicas recetas del Fondo Monetario Internacional, que debe ser refrendado por el Congreso. Al escribirse este artículo, el Presidente y su ministro de economía anunciaban con gran pompa una ampliación de la ayuda del FMI y sus exigencias, reconociendo al mismo tiempo que el precio económico a pagar será alto en términos de recesión y que la inflación tardará en ceder, si es que cede. Si se deja de lado evocar los sucesivos fracasos de las políticas liberales aquí y en todas partes –con las variantes del caso– y se tiene en cuenta que aquí y en todas partes las alternativas al populismo y al liberalismo brillan por su ausencia, es posible convenir que, en la coyuntura argentina de 2015, el ajuste liberal era el único “remedio” a la vista. Pero el presidente Macri prefirió no explicar a la ciudadanía la situación heredada con cifras y detalles precisos, y aplicar su receta en dosis homeopáticas. O sea, ni chicha ni limonada y, como resultado, aumento de la inflación y la pobreza, recesión y las consiguientes protestas sociales que ahora, tres años después, “reviven” o mantienen vigentes a personajes política y moralmente siniestros como Cristina Fernández de Kirchner.    Lo que debería haber sido dicho y hecho al asumir, cuando los datos de la crisis económica, social, política, ética y moral herencia del peronismo eran evidentes para casi cualquiera, comienza a decirse ahora, cuando esos datos se han agravado y solo es destacable un mejor funcionamiento de la Justicia y un mayor respeto a la libertad de expresión. El populismo engaña a la gente haciendo concesiones económicas y sociales imposibles de sostener, en la medida en que no altera las estructuras vigentes y, al contrario, las consolida y daña al mismo tiempo con un incremento desmesurado de la corrupción. El liberalismo, que hoy por hoy solo expresa a la especulación financiera (de allí lo de “neo”), “hace política” aplicando el recetario Durán Barba: “No proponer, no explicar, no atacar, no defenderse”, tal como denunció un economista afín al macrismo. Por ejemplo: “Si vos explicás qué es la inflación, vas a tener que decir que la emisión monetaria genera inflación; que entonces debería reducirse la emisión y que si hacés eso tendrías un ajuste fiscal donde la gente va a perder su trabajo y eso no queremos que lo digas. Cuando seas gobierno hacé lo que vos creas, pero no lo digas ahora, en medio de un debate” (https://www.clarin.com/politica/duran_barba-consejos-sturzenegger-debate_televisivo-coaching_0_ryaJUHFD7l.html).  O sea, engañemos a todo el mundo. ¿Qué hay detrás de todo eso? “Lo que está bien concebido se expresa claramente, y las palabras para decirlo acuden fácilmente”, señaló Nicolás Boileau en su Arte poético, también cuatro siglos atrás. Hoy, ni populistas ni neoliberales nada claro tienen que decir, porque nada tienen bien concebido.  

*Periodista y escritor.

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CONVERTIBILIDAD/DOLARIZACIÓN OTRA VEZ: PRIMERO LA AVIVADA; DESPUÉS LOS GUANTES (OTRA VEZ) por Andrés Ferrari Haines*

| 19 septiembre, 2018

El gobierno lo desmintió, pero habría que ser muy ingenuo para no pensar que existen interesados detrás de los rumores que andan circulando en favor que la Argentina vuelva a aplicar un régimen de convertibilidad con el dólar, o que simplemente se dolarice. Se le puede creer al gobierno, si se quiere, que no está pensando o debatiendo esta posibilidad. Aún así, difícil no pensar que para sectores, tanto del país como externos, la propuesta, evidentemente, les resulta atractiva…

No obstante, convertibilidad/dolarización como propuesta sólo surge porque las disputas internas en Argentina no conducen a ningún punto de encuentro o marco en común. Bajo ese contexto social belicoso es muy factible que se termine adoptando la convertibilidad/dolarización –- por decisión o, simplemente, decantación.

Esto se debe a que una de las consecuencias de las disputas internas es la ruptura del orden monetario – y una sociedad de mercado capitalista no puede existir sin orden monetario. Sin unidad monetaria que sea la referencia para determinar los precios de las mercancías no puede haber actividad económica, lo que lleva al colapso a esa sociedad porque los individuos sólo pueden acceder a los bienes que necesitan para vivir por medio del mercado intermediado por la moneda. Keynes le atribuía a Lenin la estrategia más inteligente para lograr el colapso del capitalismo: corromper la moneda.

Convertibilidad/dolarización: ¿viveza criolla?

Aquí no se trata, evidentemente, de una crisis monetaria del sistema capitalista, sino sólo de la Argentina. Pero el razonamiento es el mismo para un país: es inevitable que la continua deformación del orden monetario derive, finalmente, en el uso de uno alternativo. La adopción del orden monetario de otro país acaba siendo el recurso habitual. Y, por diversas causas, el dólar aparece como opción “natural”. En primera instancia, en esto consiste la idea de convertibilidad/dolarización.

Muchos creen que este cambio significa “problema resuelto”. Significa ese problema resuelto, no todos los problemas que motivaron los conflictos que hicieron inevitable llegar a la convertibilidad/dolarización. El hecho que, sin orden monetario no es posible que haya actividad económica, no significa que un nuevo orden monetario no tenga impacto sobre la actividad económica.

Es decir, la adopción de un orden monetario afecta cómo será la actividad económica. Y, como se verá, con convertibilidad/dolarización, lejos se estará de atenuar las causas que derivan en los actuales embates sociales; más bien, lo contrario: el marco será más grave, y los instrumentos para resolverlo, menos y de capacidad más limitada.

Por esta razón es que los países se resisten a adoptar un sistema tipo convertibilidad/dolarización. Así, si llegara la Argentina a implementarlo, la primera conclusión que debe quedar clara es que se trata del fracaso social en encontrar una salida que le sea más conveniente a la mayoría.

Esto porque lo segundo que debe concluirse es que implica fuertes consecuencias económicas – y por lo tanto, sociales. Nada de esto debería sorprender: si convertibilidad/dolarización fuera una opción inteligente de sociedades sólidas, ¿porque los demás países no la implementan? ¿Será por locos o estúpidos?

Convertibilidad/dolarización: ¿laurel que supimos conseguir?

Dado que la convertibilidad/dolarización pasa a ser el nuevo orden monetario, esto determina, a su vez, la política monetaria. Es decir, cuánto dinero estará disponible para la actividad económica.

Este es el primer costo de la propuesta, aunque sus adeptos la presentan como su principal virtud: la política monetaria deja de ser una decisión del gobierno propio y pasa a ser determinada por la cantidad de la moneda del otro país que la actividad económica interna consigue obtener.

Esto significa una sociedad que por decisión propia renuncia a una prorrogativa. Por eso se considera convertibilidad/dolarización una renuncia de soberanía nacional—y por eso debe incluirse en la lista de formas de perder soberanía en cualquier otro aspecto que se pueda considerar. Cantar el himno con amor y pasión en un partido mundialista no produce soberanía de forma que compense esta pérdida de soberanía.

Soberanía para una sociedad significa tener autonomía para poder adoptar las decisiones que considera que le son más convenientes. Renunciar a la soberanía de la política monetaria, así, sólo puede ser visto como un fracaso de esa sociedad—y sabiendo que implica un costo.

Aún quienes argumentan que “otra no queda”, por el comportamiento de tal grupo político o sector social, deben entender que una cosa no quita la otra. Los costos vienen igual. Y, optar por aceptar la convertibilidad y no la dolarización para seguir amando ‘la celeste y blanca’ sin culpas, tampoco modifica el hecho de que entre ambas hay muchísimas menos diferencias económicas, que psicológicas.

Convertibilidad/dolarización: el problema que habremos sabido conseguir.

Así, mediante la convertibilidad/dolarización, si se quiere, se cambia un problema por otro. Que la oferta monetaria dependa de la disponibilidad interna de la moneda externa significa que de su cantidad resultará el nivel de actividad interna—este nivel puede ser tanto excesivo o insuficiente, como adecuado.

Pero, entre las monedas del mundo, se quiere optar por el dólar; la más importante del mundo. Por lo que inevitablemente su cantidad será baja. Es decir, al implementar una convertibilidad/dolarización la Argentina se estará obligando a vivir bajo una política monetaria fuertemente restrictiva. Ese será el nuevo problema.

Una política monetaria restrictiva no es un mero detalle. Como explica John K. Galbraith, existe el… “curioso mito que la política monetaria es socialmente neutral, una proposición curiosamente en conflicto con la tendencia de la gente que presta dinero de tener más que aquellos que toman prestado dinero. Una activa política monetaria restrictiva es afirmativamente dañina para la eficiencia económica, la productividad y el crecimiento”.

Aún así, la Argentina podría, de todas formas, optar por la misma política monetaria fuertemente restrictiva sin caer en una convertibilidad/dolarización como decisión propia autónoma soberana. Por lo que hacerla vía convertibilidad/dolarización, sólo puede entenderse como un costo que la sociedad asume de su incapacidad de solucionar sus problemas.  

Lo mismo sucede con todas las supuestas ventajas de la convertibilidad /dolarización: podrían obtenerse con diálogo social. Ellas son formas más costosas de obtener lo que la sociedad argentina es incapaz de lograr por si misma.

Convertibilidad/dolarización es una cosa; tener dólares, otra.

La Argentina no emite dólares, EEUU no es un destino importante de sus exportaciones y, como el saldo comercial con ese país suele ser negativo, la tendencia es que de esta relación bilateral se genere regularmente una salida más que un ingreso de dólares. Esto es: una continua restricción adicional sobre la política monetaria restrictiva.

Así, Argentina tendría que obtener los dólares teniendo saldo comercial positivo con otros países para evitar convivir con una fuerte restricción monetaria. Pero la estimada “estabilidad cambiaria” con convertibilidad/dolarización— si tiene sentido la expresión dado que se renunció a la moneda propia— no significa que se la haya logrado con los demás países.

Como éstos mantienen su soberanía monetaria, pueden seguir alterando sus políticas de acuerdo a cómo crean que les es más conveniente. A diferencia de Argentina que se empecina en perseguir “dólares baratos”, la mayoría prefiere lo opuesto. Así, hacen su producción interna más accesible a los consumidores extranjeros, incrementan sus exportaciones y desarrollan sus estructuras económicas.

Por lo tanto, es lógico esperar que los demás países, cuando enfrenten situaciones de desequilibrio externo, diferentemente de la Argentina que pretende referenciarse en dólares, hagan lo opuesto: devalúen sus monedas para lograr mayor competitividad externas de su producción nacional, reducción de sus importaciones y de sus gastos superfluos en el exterior.

Evidentemente, las personas de esos países se privarán de irse de compras a Miami, recorrer exóticos destinos turísticos, hacerle el aguante a la selección personalmente en los mundiales y de otros consumos indispensables. En contrapartida, habrán optado por preservar tanto capacidad productiva interna como puestos de trabajo: cosa de locos…

Convertibilidad/dolarización: Valorizando los costos.

Bajo convertibilidad/dolarización la Argentina sólo podría experimentar los efectos que otros países consiguen devaluando si EEUU decide devaluar el dólar. Caso contrario, ante la devaluación de algún país, Argentina, de manos atadas por la convertibilidad/dolarización, nada podrá hacer salvo soportar consecuencias—que Estados Unidos no le gusta soportar, por lo que viene desde hace años, como ahora Trump, presionando a China para que valorice su moneda.

Para que quede claro: las dos principales economías del mundo se preocupan en que su moneda esté demasiado valorizada; Argentina, no.

Por otro lado, siendo el principal país del mundo persiguiendo objetivos geopolíticos, en ocasiones Estados Unidos ha valorizado su moneda. Si llegara a decidir esto nuevamente, la economía argentina iría como vagón de tren enfrentándose al comercio mundial con precios elevados internacionalmente.

Adicionalmente, este marco será agravado ante una convertibilidad/dolarización por la evolución de las diferencias de productividad y competitividad entre la economía argentina y la EEUU. Innecesario es abundar en detalles dado que es obvio que la diferencia es abismal. No sólo eso, casi ningún país suele sobrepasar a EEUU en los rankings mundiales que se difunden al respecto. Esto le permite a Estados Unidos que sus productos, a lo largo del tiempo, puedan ser vendidos a menor precio—sin alteración cambiaria.

Por la convertibilidad/dolarización, Argentina vendería su producción a la misma cotización internacional del dólar pero sin los efectos de esa productividad-competitividad que la economía estadounidense tiene, pero la argentina, evidentemente, no. Es decir, las exportaciones argentinas les saldría muy caras a la mayor parte del mundo.

Convertibilidad/dolarización: fe en productividad

Año a año esta situación empeorará por sus efectos acumulados. Para compensar esta diferencia los precios de los productos argentinos deberán bajar al valor correspondiente como si tuvieran incorporada esa productividad que no tienen. Es decir, vía deflación; es decir, recesión. En otras palabras, la Argentina se sumerge en el estado de recesión permanente.

Claro, se puede tener fe en los delirios de un  megalómano como Domingo Cavallo que sobre este asunto exhortó a los argentinos a que se tengan fe en poder lograr una economía con productividad superior  a la de EEUU—superior, porque no sólo debe alcanzar ese nivel, sino compensar los efectos de la inferioridad anterior acumulada. Si de fe se tratara, indudablemente, su razonamiento es impecable.  

Ahora, si con fe solamente no se resuelve el inmenso diferencial de productividad, lo que sucederá es que las importaciones resultarán muy baratas en el mercado interno. Esto resulta agradable y conveniente inicialmente, pero luego sin capacidad de competir cierran las empresas sus actividades y, luego, los comercios también porque pierden sus clientes. La actividad interna encuentra dificultades porque opera en contextos en que sus costos—medidos en dólares—son muy altos y se enfrentarán con importaciones que fueron producidas bajo costos—medidos de en dólares— muy inferiores.

Por eso, prácticamente cualquier pavada tendrá sentido económico importarla, porque compensará inclusive los gastos comerciales adicionales de venderla en el mercado argentino. Así, desplazarán la producción interna.

 Por otra parte, la menor actividad interna reducirá la recaudación tributaria y el gobierno se verá obligado a reducir sus gastos—realimentando el proceso recesivo.

Convertibilidad/dolarización, menos señoreaje

Los que festejan la reducción del gasto fiscal se olvidan de que a su vez se está reduciendo la demanda interna que deriva del gasto público. Así, la actividad privada que le vende al Estado o al empleado público también se ve afectada. Y la menor actividad deriva en una menor recaudación tributaria, por lo que surge – de parte de los que tienen esa visión económica—la demanda por más recortes, que reducirá más la demanda interna, la recaudación tributaria… y así continuará la espiral recesiva.

Las cuentas públicas, en verdad, presionarán más la actividad interna porque todo su financiamiento será con impuestos—o endeudamiento que después presiona la recaudación tributaria—porque se habrá renunciado, bajo convertibilidad/dolarización, al señoreaje. El señoreaje es la forma más barata de pagar el gasto público. Consiste en el valor total que un estado puede emitir de su moneda—descontando los ínfimos sus costos de hacerlo — para gastar.  

Si la sociedad aumenta precios y salarios continuamente—generando inflación—evidentemente el valor total real de su impresión de moneda es inferior que su valor nominal. Igualmente es el caso cuando las personas, al tener su moneda la cambia, continuamente, por la moneda emitida por otro Estado, lo que ocurre cuando se compran dólares con pesos. En ese caso, el beneficio de financiarse vía señoreaje pasa a ser de ese otro Estado –aquí, Estados Unidos.

Así, el financiamiento por señoreaje que el Estado argentino pierde deberá hacerlo vía tributación. O reducir más sus gastos. En ambos casos la demanda interna global disminuirá en un contexto ya recesivo, importaciones baratas, exportaciones caras, y créditos caros. Los vaivenes económicos serán cambios, mayores o menores, positivos o negativos, de ese marco recesivo que será la marca distintiva de la economía argentina.

Convertibilidad/dolarización: la panacea de vivir ajustaditos.

Considerando que hubo convertibilidad/dolarización entre 1991-2001, es llamativo que, ante lo que sucedió, pueda volver a ser mencionado.  Algunos de sus fans argumentan que en aquella ocasión “funcionó al principio”, pero después—con ese delicioso lenguaje preciso que caracteriza a los economistas liberales—“se hicieron las cosas mal”…

En fin, en los 90 la convertibilidad/dolarización fue siempre lo que es. Inicialmente, al sustituir la moneda nacional por el dólar (la externa), los argentinos – mágicamente—aumentan su capacidad de compra a nivel mundial, lo que permite una fiesta de importaciones y turismo externo. Esa fiesta dura mientras dura la capacidad de conseguir dólares.

En los 90, la fuente principal fueron las privatizaciones—porque las empresas públicas fueron adquiridas por extranjeros. Esto se reforzó porque la restricción monetaria derivó en altísimas tasas de interés en dólares que atrajo capital financiero especulativo de corto plazo de afuera.

Cuando ambas causas se agotaron, en 1995, la convertibilidad/dolarización mostró lo que es sin esa fuente de ingreso externo de dólares: una política monetaria fuertemente restrictiva. Es decir, no hubo momentos en que “funcionó” y momentos “que se hicieron las cosas mal”. Siempre hubo convertibilidad/dolarización, y punto.

Esto significa que el ingreso de dólares, porque es la nueva moneda, alivia la política monetaria restrictiva—pero mantiene el alto poder de compra internacional de los ingresos de los argentinos.

Paradójicamente, para eso no hace falta en convertibilidad/dolarización. Basta mantener un tipo de cambio muy apreciado y endeudarse externamente, como mostraron otras fiestas como la Plata Dulce o como fue entre 2010-17. O que pasó, como en 2004-09, que alguien, como hizo China, demande mucho y a alto valor un producto de la capacidad productiva existente a precios internos dolarizados.

Así, con convertibilidad/dolarización Argentina pone todas sus fichas a la Pampa Húmeda y, quizás alguna otra forma de recibir algún commodity bendito —única posibilidad ser competitivos con los niveles de precios dolarizados que surgirán.

Para evitar clasificar a todos de locos y masoquistas, nobleza obliga reconocer que para algunos, como sucede con cualquier política económica, les resultará más que benéfico. Para el resto, no tan afortunados,  como también sucede con cualquier política económica, les quedará cruzar los dedos para que ningún evento climático afecte esa producción bendita, esperar que se definan precios y demandas de nuestras exportaciones para saber, parafraseando a Aldo Ferrer, cuánto será lo nuestro con lo que se tendrá que vivir…y por cuya distribución empezar a pelearse.

 

*Profesor UFRGS (Brasil)

 @Argentreotros

http://argentinaentreotros.wordpress.com

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45 AÑOS DEL GOLPE MILITAR QUE DESTRUYÓ LA DEMOCRACIA EN CHILE Por Roberto Pizarro*

| 17 septiembre, 2018

Han sido lamentables las referencias sobre Allende de Piñera. Dijo, sin antecedente alguno, que el presidente Allende había utilizado métodos no democráticos y que había promovido la violencia. Palabras injustas que no corresponden a la realidad.

 

El 11 de septiembre se cumplen 45 años del golpe militar que destruyó la democracia en Chile. Políticos y empresarios de derecha, con el apoyo de funcionarios norteamericanos, utilizaron a las fuerzas armadas para derrocar el gobierno de Salvador Allende, que todavía no cumplía tres años de mandato. Militares de infantería, tanques de combate y aviones de guerra atacaron La Moneda, exigiendo la renuncia del presidente.

La respuesta no se hizo esperar: “¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado, a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.” Así se dirigía al país el presidente Allende por radio Corporación, la única que quedaba en el aire. Entregaba su vida en defensa de la república.

El nombre de mi padre, Oscar Pizarro, aparece en el acta de fundación del Partido Socialista de Chile. Era miembro de una de las cinco organizaciones que se unieron para formar ese Partido en el año 1933. Su militancia me permitió conocer a Salvador Allende por primera vez, en el año 1958, en torno a su segundo intento por alcanzar la presidencia. Fue en mi casa de la calle Club Hípico, muy cerca del centro de Santiago. Me impresionó su elegancia y voz microfónica.

Pero, en realidad, el contacto más directo que tuve con Allende fue en octubre de 1971, cuando ya era presidente. El Centro de Estudios Socioeconómicos, de la Universidad de Chile, que yo dirigía, había invitado a un grupo destacado de intelectuales a un seminario sobre la transición al socialismo y la experiencia chilena. Allí estuvieron Paul Sweezy, economista norteamericano, director de la revista Monthly Review, la intelectual italiana Rossana Rosana, resistente antifascista y fundadora de la revista Il Manifesto y Lelio Basso, destacado dirigente del socialismo italiano.

Al término de nuestras actividades, el presidente Allende nos invitó a almorzar a la casa de gobierno. Sentados frente a frente, y en presencia de los invitados al seminario, me pidió que le contara sobre el trabajo realizado. Le dije que las ponencias y discusiones habían sido muy interesantes y, en mi opinión, un aporte para el proceso de transición al socialismo, que vivíamos en nuestro país. Pero, le manifesté mi molestia, porque el diario Puro Chile, de orientación progubernamental, había criticado duramente algunas opiniones, con cierto sesgo izquierdista, de nuestros invitados. Les había otorgado el “Huevo de Oro”[1].

Sin vacilar un momento el presidente me dijo textualmente: “Roberto, yo también he recibido el “Huevo de Oro”, por opiniones e incluso iniciativas que he impulsado. Pero, eso no debe molestarnos. Nunca debes olvidar que nuestra propuesta política, la vía chilena al socialismo, se caracteriza por la más irrestricta libertad de prensa y que nuestro país debe ser un ejemplo de funcionamiento pleno de la democracia”.

Esa afirmación ponía de manifiesto el tipo de socialismo que Allende quería para Chile. Transformar radicalmente el capitalismo y construir una nueva sociedad, con plena vigencia de la democracia y libertades.

Allende y el gobierno de la Unidad Popular impulsaron un programa de transformaciones, profundamente revolucionario. La nacionalización del cobre permitió recuperar los miles de millones de dólares que se llevaban las empresas transnacionales; la profundización de la reforma agraria, que permitió a campesinos y mapuches beneficiarse de las tierras que trabajaban; el control público de la banca y de las empresas monopólicas para terminar con la usura en el crédito y los precios injustos a los consumidores; la enseñanza pública y gratuita, que se multiplicó a todos los jóvenes; y, una inédita participación popular en las decisiones políticas del país.

Pero, al mismo tiempo, esas transformaciones, que apuntaban a sustituir el capitalismo, se impulsaban sin violencia, mediante el ejercicio pleno de las libertades democráticas y el respeto a los derechos humanos. Transformar radicalmente, pero en el marco de las instituciones vigentes.

Allende trascendía el pensamiento de su época. Mientras la revolución cubana empujaba a las juventudes latinoamericanas a adoptar la lucha armada para transformar las estructuras oligárquicas, Allende insistía en utilizar las instituciones democráticas para impulsar transformaciones. Reconocía en Fidel Castro un ejemplo de lucha, pero no asumía sus métodos.

En el Pleno Nacional del Partido Socialista, el 18 de marzo de 1972, sostiene: “No está en la destrucción, en la quiebra violenta del aparato estatal, el camino que la revolución chilena tiene por delante. El camino que el pueblo chileno ha abierto, a lo largo de varias generaciones de lucha, le lleva en estos momentos a aprovechar las condiciones creadas por nuestra historia para reemplazar el vigente régimen institucional, de fundamento capitalista, por otro distinto, que se adecue a la nueva realidad social de Chile.”

Esa concepción de Allende es la que permite que durante los mil días de la Unidad Popular la democracia y las libertades públicas se ampliaran como nunca en la historia republicana. Periódicos, radios y canales de TV de variado tinte político, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda; trabajadores, que nunca antes habían podido manifestarse, multiplicaban los sindicatos y hablaban de igual a igual con los patrones, y participaban en las decisiones de las empresas; estudiantes eran miembros de los consejos de dirección de las universidades; campesinos se organizaban y reunían libremente para acceder a la propiedad y cultivo de la tierra; y, mujeres y hombres en los barrios se organizaban en juntas de vecinos.

Durante el gobierno de Salvador Allende no sólo se desplegaron en plenitud las libertades de la democracia representativa. Había nacido algo más. Se construía un tipo de democracia que favorecía la participación de todos los ciudadanos y que, con formas directas, incorporaba a en la construcción del país a quienes en el pasado habían sido excluidos. La democracia y las libertades se habían multiplicado.

Los intereses internacionales y nacionales no aceptaron el desafío que les impuso el gobierno de Salvador Allende. No aceptaron retroceder en el control absoluto del poder económico y político que habían detentado durante toda la historia de Chile. Y a partir de ese momento llega la violencia. La derecha golpista, sin capacidad civil para enfrentar a la mayoría popular, comprometió a los militares en la sucia tarea de restaurar la injusticia.

Fue triste y trágico el 11 de septiembre de 1973. Triste, porque Allende, el mejor de los nuestros, moría en La Moneda, en medio de la metralla de soldados chilenos. Hasta el último minuto de su vida defendió la república y ratificó su promesa: “únicamente muerto impedirán que cumpla mi compromiso con el pueblo”. Trágico, porque con el golpe civil-militar se clausuraba abruptamente el ciclo de ascenso del movimiento popular, que alcanzaría su máxima expresión con el gobierno de la Unidad Popular.

Se inauguró así un periodo oscuro, que impuso el crimen de Estado y que, al mismo tiempo, decidió eliminar todos los derechos económicos, sociales y políticos, que el movimiento popular había conquistado durante largas décadas.

Las transformaciones en favor de las mayorías y el desborde de alegría popular que caracterizaron el gobierno de Allende terminaron abruptamente y se inició la restauración conservadora. El sistema político excluyente y el modelo económico de desigualdades, instaurado por Pinochet, han hecho retroceder a nuestro país en muchas décadas.  En la actualidad, son unos pocos grupos económicos los que monopolizan la riqueza que producen todos los chilenos y su inmenso poder les ha permitido además poner a su servicio a gran parte de la clase política.

La figura de Allende permanece en la memoria colectiva del pueblo chileno. Su consecuencia y valentía han trascendido las fronteras de Chile. No sólo los humildes de nuestro país, sino los demócratas del mundo entero reconocen en Allende al líder que se propuso transformar a la sociedad chilena por medios pacíficos y respeto a las libertades públicas. Su proyecto de construir una sociedad más igualitaria se conoce en los más diversos países y su nombre está presente en calles y plazas.

Por ello han sido lamentables las referencias sobre Allende del actual presidente de Chile, Sebastián Piñera. Dijo, sin antecedente alguno, que el presidente Allende había utilizado métodos no democráticos y que había promovido la violencia. Palabras injustas que no corresponden a la realidad. Ofenden la memoria del demócrata y revolucionario que quiso, por medios pacíficos, terminar con las desigualdades en el país.

La violencia y los mecanismos no democráticos fueron impuestas por los civiles y militares que controlaron el gobierno mediante un golpe de Estado. Y a partir de ese momento el odio contra el pueblo y los crímenes de lesa humanidad caracterizaron la dictadura de Pinochet.

Los asesinatos, el exilio, la represión y el neoliberalismo que caracterizaron la dictadura de Pinochet no podrán borrar de nuestra memoria que durante los mil días de la Unidad Popular, los obreros, los campesinos, los jóvenes y los desamparados pudieron expresarse con plenitud, hablar de igual a igual con los dueños del capital y desafiar a aquellos que por siglos habían usufructuado de la riqueza y el poder en nuestro país. Ese periodo de felicidad no será olvidado. Y se lo debemos a Salvador Allende.

Se podrá discutir en torno a los errores del gobierno de la Unidad Popular. Pero, lo indiscutible es que el presidente Allende estuvo siempre del lado de los trabajadores y de las libertades de los chilenos.

Lamentablemente gran parte de la generación política, que acompañó a Salvador Allende en su lucha transformadora, ha terminado administrando el régimen político de injusticias y el modelo económico de desigualdades que instaló el dictador Pinochet. Las anchas alamedas todavía no se han abierto para el pueblo chileno.

 

[1] Podría traducirse como una medalla al bobalicón.

——————–

*Economista, con estudios de posgrado en la Universidad de Sussex (Reino Unido). Investigador Grupo Nueva Economía. Fue decano de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile, ministro de Planificación, embajador en Ecuador y rector de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano (Chile).  Columnista de MUNDIARIO y de diversos medios, entre ellos El Desconcierto.

 

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BULLSHIT JOBS por Luis Casado*

| 17 septiembre, 2018

Fuente Other News

Las novedades en la economía no están donde uno se imagina. Luis Casado nos cuenta que un investigador yanqui muestra y demuestra que de 35% a 45% de los asalariados estima que su trabajo no sirve de y para nada… Amazing!

No invento nada: es el título del último libro de David Graeber, doctor en antropología, economista, profesor en la London School of Economics y en el Goldsmith College de la Universidad de Londres. Para más inri Graeber es estadounidense. Pero anarquista, lo que sin duda constituye una circunstancia atenuante, como lo es su precedente libro Deuda: 5000 años de historia, del cual te contaré algún día.

Bullshit jobs puede ser traducido al francés como Boulots à la con, al italiano como Lavoretto del cazzo, al español como Curro puñetero si estás en Madrid, Laburo tostero o Laburo en solfa si caminás por Corrientes o por la cashe Florida, Chamba calembe si vas por por el Estado de Falcón en Venezuela, o bien Pega fulera (1) o Pega alpedo (2) si estai en Chile poh, ¿catchai? (3)

Graeber percibió que una significativa proporción de asalariados estima que hace un trabajo absurdo, inútil, superfluo e incluso nefasto. Que quede claro: no es un tercero el que expresa un juicio de valor relativo al empleo de tal o cual. Es el propio asalariado quien juzga que lo que hace, o no hace, para ganarse la bistecca no tiene sentido, carece de utilidad social, es prescindible, innecesario e inservible.

En la materia conviene ser cuidadoso con el significado que porta el significante, o sea escoger bien las palabras y su contenido semántico. Un Curro de mierda, una Chamba de mierda, un Laburo de mierda o una Pega de mierda hacen pensar en un trabajo penoso y mal pagado.

Pero que puede ser socialmente útil. Eso no es lo que describe Graeber. Él habla de empleos inútiles, equivalentes a los “inspectores de atmósfera”.

El mismo Graeber, en su libro, ofrece un ejemplo luminoso. En algún momento, en New York, coincidieron dos huelgas. La de los basureros, esos humildes asalariados que recogen los desechos, la basura, la mugre y las inmundicias que deja la población de las grandes ciudades viviendo su vida cotidiana. Y la huelga de los bancos, del “ejecutivo de cuentas” al trader, pasando por los estrategas financieros, los analistas de activos, los magos de los swaps, de los LBO, de los seguros y otros productos derivados.

Según Graeber, New York comprendió rápidamente qué oficio era realmente útil, y cuales eran los Bullshit jobs que no aportaban absolutamente nada. Sacar basura es un empleo socialmente útil, necesario, imprescindible e irremplazable. Mientras que los trapecistas de la moneda…

Curiosamente, cada vez que hizo falta dinero líquido los neoyorquinos se las arreglaron para emitir un cheque recibido en pago, que era a su vez aceptado como moneda por algún proveedor, algún trabajador o un prestador de servicios. Pero… limpiar la ciudad, evitar los olores, la degradación de desechos orgánicos, la proliferación de ratas e insectos, la difusión de miasmas intolerables… solo los basureros.

Graeber procedió pues a realizar un estudio en serio, sistemático, masivo, entrevistando a miles de asalariados, para verificar la dimensión del fenómeno. A su gran sorpresa, entre 35% y 45% de los entrevistados declaró ejercer un trabajo absurdo e insensato, o bien no hacer nada o prácticamente nada que pudiese ser considerado socialmente útil. La pregunta siguiente caía de cajón: ¿Es Ud. feliz haciendo ese trabajo? La respuesta, invariablemente, fue “No”.

Peor aun, cientos de miles, millones de asalariados sufren y se ven aquejados de depresión, estados de ansiedad, diversos tipos de neuropatías, al tiempo que ven desarrollarse en torno a sí mismos comportamientos sadomasoquistas que frecuentemente llevan al suicidio en la misma empresa.

Uno de los entrevistados declara:

“Para mí, verme obligado a levantarme todas las mañanas para ir a hacer un trabajo que encuentro absurdo se reveló psicológicamente agotador. La experiencia me deprimió completamente. Progresivamente, perdí todo interés por mi trabajo. Me ponía a mirar filmes y a leer libros para colmar el vacío. Actualmente me escaqueo varias horas al día sin que nadie se de cuenta de nada.”

Lo que me recordó mi propia experiencia en una multinacional. Mi responsabilidad de gerente comercial consistía mayormente en preparar los presupuestos trimestrales, en examinar el consumo telefónico de mi veintena de colaboradores, en asistir a reuniones de coordinación de los gerentes de la división en lujosos hoteles y mesas bien servidas, en redactar informes (que nadie leía) sobre las tres actividades ya descritas, en distribuir el informe a mis superiores, en hacer una copia para el controlador de gestión, y en volver a empezar el trimestre siguiente.

Con la evidente intención de facilitar la comprensiva, Graeber procede a la clasificación de los Curros puñeteros, y establece cinco categorías, sin necesariamente ser exhaustivo:

1.- El sirviente o criado, que tiene como único o principal objetivo, hacer que el superior parezca o se sienta importante. “Tráeme un café”, “Resérvame un vuelo”, “Avísale a fulano que…”, son tareas reservadas al sirviente que podría perfectamente hacer la persona “importante”.

2.- El “pistolero”, cuyo trabajo comporta una dimensión agresiva. Este tipo de Bullshit job existe fundamentalmente porque otros ya lo crearon. Típicamente, cada país tiene un ejército porque el país del lado tiene un ejército. La definición vale para los lobistas, los agentes de relaciones públicas, los tele-vendedores y los abogados de negocios.

3.- El “manitas” o “chapuza” es aquel cuya labor consiste mayormente en arreglar dificultades, problemas y disfuncionamientos que no debiesen existir. Este tipo de Laburo en solfa abunda entre los fabricantes de software. Una parte de los genios de la informática conciben sistemas complejos, y una proporción inimaginable de los mismos genios pasa su tiempo intentando hacer que “el sistema no se caiga”.

4.- El “entrevistador” o “llenador de QCMs”, o sea la persona que pasa el día respondiendo a cuestionarios de opciones múltiples. Su principal objetivo consiste en permitirle a una empresa hacer creer que hace lo que no hace. Betsy, empleada en una casa de reposo, declaró: “Lo esencial de mi trabajo consiste en entrevistar a los residentes para anotar sus preferencias en materia de pasatiempos. Luego entro esos datos en un computador que procesa la información y hace cálculos que son impresos para ser enviados directamente al tacho de la basura. Nunca nadie tomó en cuenta la opinión de un residente para elaborar el programa de pasatiempos…”

5.- Los “jefecitos”, “petimetres” o “cómo jefes” se dividen en dos categorías. Los de la primera se limitan a asignarles tareas a los de la segunda. Si el “cómo jefe” de la primera categoría estima que sus subordinados pueden arreglárselas solos, se evita incluso la tarea inútil de asignar tareas. El “cómo jefe” de la primera categoría es un sirviente al revés: es tan superfluo como el otro, pero en vez de ser subordinado es un “superior”.

El “cómo jefe” de la segunda categoría pasa su tiempo inventando otras Chambas calembes para tener a quien darle instrucciones y a quien supervisar. Tú ya sabes, los supervisores, los fiscalizadores, los controladores y otros reguladores constituyen el prototipo del “inspector de atmósfera”.

Cada cual puede libremente identificar los Curros puñeteros que ejerce, o que ve ejercer a su alrededor. Personalmente aun no me repongo de la impresión que me causó saber que existen “ejecutivos de cuentas”, o sea una suerte de “cómo jefes” de escrituras contables. El tema trae tela, y podríamos pasar horas sumergidos en un mar de boludez sistemática.

Lo que me pareció mucho más importante en el trabajo de Graeber es la consecuencia psicopatogenética de los Bullshit Jobs. El asalariado se deprime no haciendo nada, o bien haciendo un trabajo inútil y absurdo. Para cada trabajador es muy importante tener algún valor a sus propios ojos. De ahí una férrea voluntad que lo impulsa a ofrecerle a la sociedad un trabajo útil.

Esto, de cara a las teorías de la economía neoclásica, es un golpe fatal, una sentencia de muerte. Si leíste mi libro No hay vacantes, sabes que toda la teoría neoliberal sobre el desempleo reposa en una afirmación gratuita e inverificable: el trabajador es un haragán consumado, y su principal utilidad consiste en tirárselas todo el día.

Para arrancarlo del ocio, el corajudo emprendedor se sacrifica voluntariamente, arriesga su capital con el generoso objetivo de permitirle al currante ganar su vida produciendo lo que otros currantes necesitan. Un emprendedor es una Sor Teresa de Calcuta que se ignora…

He aquí que un estudio serio, realizado por un antropólogo formado en el Imperio, demuestra exactamente lo contrario: el ser humano no vive intentado eternizar el ocio, sino que necesita y busca un trabajo socialmente útil para dignificarse ante sí mismo, condición sine-qua-non de una vida sana.

¿Te comenté que entre las Pegas alpedo se cuenta la de economista?

 

*Nació en Chile. Es ingeniero del Centre d’Etudes Supérieures Industrielles (CESI – París). Ha sido profesor invitado del Institut National des Télécommunications de Francia y Consultor del Banco Mundial.

Editor de Politika, ha publicado varios libros en Chile y en Europa, en los que aborda temas económicos, lingüísticos y políticos.

 

Notas del editor de Other News:

(1). Pega: Trabajo. Fulera: Hecha de manera engañosa,  tosca , grosera  y  chapucera ,  al referirse a una persona que es embustera, falsa o hace trampas.

(2). Alpedo: una actividad llevada a cabo a la ligera, a la rápida, sin mucha dedicación o interés.

(3) ¿Catchai? : ¿Te das cuenta?

(Fuente : Diccionario Farlex)

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LA DESIMAGINACIÓN DE LO SOCIAL  Por Boaventura de Sousa Santos*

| 16 septiembre, 2018

Lo social es el conjunto de dimensiones de la vida colectiva que no pueden reducirse a la existencia y la experiencia particular de los individuos que componen una determinada sociedad. Esta definición no es neutral. Define lo social por la negativa, lo que permite atribuirle una infinidad de atributos que varían de época a época. Es, por otra parte, una definición eurocéntrica porque presupone una distinción categorial entre lo social y el individuo, una distinción que, lejos de ser universal o inmemorial, es específica de la filosofía y de la cultura occidentales, donde solo se volvió dominante con el racionalismo, el individualismo y el antropocentrismo renacentista del siglo XV, que tuvieron en Descartes a su teórico más brillante. Tanto es así que la máxima expresión de esta filosofía –cogito, ergo sum, “pienso, luego existo”– no tiene traducción adecuada en muchas lenguas y culturas no eurocéntricas. Para muchas de estas culturas la existencia de un ser individual es tan problemática como absurda. Es el caso de las filosofías del África austral y de su concepto fundamental, ubuntu, que puede traducirse por “yo soy porque tú eres”, o sea, yo no existo sino es en mi relación con otros. Los africanos no necesitaron esperar a Heidegger para concebir el ser como ser-con (Mitsein).

Muy esquemáticamente, podemos distinguir en la cultura eurocéntrica que sirvió de base al capitalismo moderno dos interpretaciones extremas de lo social. Por un lado, la interpretación reaccionaria, que confiere total primacía al individuo y lo concibe como un ser amenazado por lo social. Los individuos, lejos de ser iguales, son por naturaleza diferentes y esas diferencias determinan jerarquías que lo social debe respetar y ratificar. Entre esas diferencias, hay dos fundamentales: las diferencias de raza y las diferencias de sexo.

En el otro extremo está la interpretación solidarista, que confiere primacía a lo social y lo concibe como el conjunto de reglas de sociabilidad que neutralizan las desigualdades entre los individuos. Entre estos dos extremos fueron muchas las interpretaciones intermedias, en particular las interpretaciones liberales (en plural), que vieron en lo social la garantía de la igualdad de los individuos como punto de partida, y las interpretaciones socialistas (también en plural), que vieron en lo social la garantía de la igualdad de los individuos como punto de llegada.

Entre estas dos interpretaciones fueron posibles varias combinaciones. Con las revoluciones francesa y americana las dos últimas interpretaciones pasaron a ser las únicas legítimas en el plano ideológico. Con base en ellas se inició la lucha contra la esclavitud y la discriminación contra las mujeres. Sin embargo, al contrario de lo que se supone, la interpretación reaccionaria de la desigualdad natural-social entre los individuos siempre se mantuvo como corriente subterránea. Hasta hoy. Y es intrigante que sea así tras dos siglos de luchas contra la desigualdad y la discriminación. ¿Ha habido progresos? Y, si los ha habido, ¿por qué los retrocesos ocurren recurrente y aparentemente con tanta facilidad? ¿Estamos hoy en una fase de retroceso histórico en la que la interpretación socialista se deshace en el aire y la interpretación liberal parece peligrosamente amenazada por la interpretación reaccionaria?

Las respuestas a estas preguntas dependen de la consideración de varios factores. Me limitaré a uno de ellos y, por tanto, asumo desde el principio que mi respuesta es incompleta. Lo que el pensamiento liberal designó por sociedad moderna democrática y el pensamiento marxista por sociedad moderna capitalista fue, de hecho, una sociedad cuyo modelo de desarrollo económico exigía dos tipos de explotación de la fuerza de trabajo: la explotación de seres humanos teóricamente iguales a sus explotadores y la explotación de seres humanos inferiores o subhumanos. De aquí se derivan dos tipos de devaluación del trabajo, una devaluación controlada en tanto que está regulada por el principio de igualdad, y por ello basada en derechos supuestamente universales, y una devaluación más intensa considerada “natural”, ejercida sobre seres ontológicamente degradados, seres racializados y seres sexualizados, básicamente, negros y mujeres. El capitalismo no inventó ni el colonialismo (racismo, esclavitud, trabajo forzado) ni el patriarcado (discriminación sexual), sino que los resignificó como formas de trabajo superdevaluado o incluso no pagado y sistemáticamente robado. Sin esta superdevaluación del trabajo de poblaciones tenidas por inferiores no sería posible la explotación rentable de la fuerza de trabajo asalariado en la que tanto liberales como marxistas se concentraron, o sea, el capitalismo no se podría mantener y expandir de forma sostenida.

Pero, si así fue, ¿no habrá sido solamente en los albores del capitalismo? En mi criterio, no, y solo el dominio del pensamiento liberal y del pensamiento marxista nos impidió ver que desde el siglo XV, por lo menos, hasta hoy, vivimos en sociedades capitalistas, colonialistas y patriarcales. Obviamente que a lo largo de los siglos hubo luchas y movimientos sociales que eliminaron algunas de las formas más salvajes de devaluación humana, pero solo el dominio de aquellas dos formas de pensamiento moderno fue capaz de crear la ilusión de que la eliminación de esa devaluación sería progresiva y hasta terminaría un día, incluso a pesar de no acabar el capitalismo. Infausto engaño. Lo que sucedió fue la sustitución real o simplemente jurídica de algunos instrumentos de devaluación por otros, o el desplazamiento del ejercicio de la devaluación de un campo social a otro o de una región del mundo a otra. No tener esto en cuenta hizo que confundiésemos el fin del colonialismo histórico (de ocupación territorial por un país extranjero) con el fin total del colonialismo, cuando de hecho el colonialismo continuó bajo otras formas: neocolonialismo, colonialismo interno, imperialismo, racismo, xenofobia, odio antiinmigrante y antirrefugiados y, para espanto de muchos, la propia esclavitud, como reconoce hoy la ONU. De la misma forma que la discriminación contra las mujeres dejó de manifestarse en el sufragio electoral y en los derechos sociales, pero continuó en forma de salario desigual por el mismo trabajo, acoso sexual y violencia, desde la ejercida dentro del núcleo familiar a las violaciones en grupo y el feminicidio. Esta ceguera analítica nos impidió dar relevancia a la composición etnocultural de la fuerza de trabajo desde el inicio, por ejemplo, a las diferencias entre trabajadores ingleses e irlandeses, o entre trabajadores de Castilla y de Andalucía.

¿Por qué razón este argumento es más fácilmente aceptado hoy que hace dos décadas? A mi entender, esto se debe al hecho de que la actual fase del capitalismo exige en la actualidad, tal vez más que nunca, la superdevaluación de la fuerza de trabajo y el sometimiento de vastas poblaciones a la condición de poblaciones descartables, poblaciones a las que se puede robar el trabajo y obligar al trabajo forzado o “análogo” al trabajo esclavo; poblaciones eliminadas por guerras donde solo mueren civiles inocentes, abandonadas a su “suerte” en caso de fenómenos climáticos extremos o encarceladas, como ocurre a buena parte de la población joven negra en Estados Unidos. Estos hechos se deben a la conjugación de dos factores de época y, por tanto, de larga duración: las revoluciones electrónicas y digitales y el dominio global del capital financiero, el sector del capitalismo más antisocial por crear riqueza artificial con escasísimo recurso a la fuerza de trabajo.

La superdevaluación de la fuerza de trabajo y el carácter descartable de vastas poblaciones están siendo hoy ideológicamente respaldadas por la reemergencia del pensamiento reaccionario de la desigualdad natural-social entre los individuos, que se mantuvo siempre como corriente subterránea de la modernidad occidental. Y reemerge bajo formas tan diferentes que fácilmente se disfrazan de desvíos coyunturales o idiosincrasias sin significado. Aflora en el crecimiento de la extrema derecha europea y brasileña y del supremacismo blanco en Estados Unidos. Aflora en la chocante virulencia clasista, racista, sexista y homofóbica de organizaciones brasileñas de extrema derecha, algunas de ellas financiadas por agencias públicas y privadas norteamericanas. Brota en la generalización de la precariedad del trabajo asalariado y de la transformación de los derechos de los trabajadores en privilegios ilegítimos. Aflora en sentencias judiciales que invocan la Biblia para justificar la inferioridad de las mujeres. Surge en el aumento del trabajo esclavo. Y emerge, espántese, en la relegitimación del colonialismo histórico, un fenómeno que por su aparente novedad merece una referencia especial.

No me refiero a políticos como el presidente Nicolás Sarkozy, que en 2007 disertó en Dakar sobre las ventajas del colonialismo para los pueblos africanos, cuya tragedia es no haber entrado hasta hoy en la historia. Me refiero a la justificación científica del colonialismo histórico y a su invocación como solución  para los “Estados fallidos” de nuestro tiempo. Me refiero al artículo de Bruce Gilley, profesor del Departamento de Ciencia Política de la Universidad Estatal de Portland, publicado en 2017 en la respetada revista Third World Quarterly dedicada a los problemas poscoloniales. El artículo, titulado “The Case for Colonialism”, defiende el papel histórico del colonialismo y aboga por que se vuelva a recurrir al mismo a fin de resolver problemas que los “Estados fallidos” de nuestro tiempo no pueden resolver. Específicamente, propone tres soluciones: “Recomendar modos de gobernanza colonial; recolonizar algunas áreas; crear nuevas colonias de raíz”. La polémica que el artículo suscitó fue tan grande que el autor acabó retirándolo (se eliminó de la versión electrónica de la revista, pero puede leerse en la versión impresa). Mi sospecha es que el artículo, lejos de ser solo una prueba de las deficiencias del sistema de evaluación “anónima” de artículos científicos, es un síntoma de la época, y la polémica que generó no quedará ahí.

Lo que designo como desimaginación de lo social es la imaginación antisocial de lo social. Según ella, en una sociedad de desigualdad natural-social entre los individuos, la responsabilidad colectiva por los males de la sociedad no existe. Lo que hay es la culpa individual de los que no quieren o no pueden competir por aquello que la sociedad nunca ofrece y solo concede a quien lo merece. Los que fracasan, en lugar de apoyarse en la sociedad, deben apoyarse en las religiones que predican por ahí la teología de la prosperidad y el consuelo para quien no prospera. La educación, en vez de crear la ilusión de la responsabilidad ciudadana y de la solidaridad social, debe enseñar a los jóvenes a ser competitivos y saber que están en una guerra de todos contra todos.

Si no queremos esto, es bueno que tengamos clara la noción del enemigo contra el cual debemos luchar con todas las fuerzas democráticas, y sin complacencia. 14.12.17.

Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

———————–

*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial. Artículo enviado a Other News por el autor. 

 

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DÓNDE ESTÁS RIQUEZA DE MI PAMPA HÚMEDA…QUE YA NO TE ENCUENTRO por Andrés Ferrari Haines

| 16 septiembre, 2018

El principal problema en evaluar las medidas que adoptó el Gobierno para enfrentar la crisis económica es el diagnóstico de la causa de la crisis. Las medidas anunciadas resultan del mero tire-y-afloje entre quienes sufren la lógica económica del gobierno Macri y un gobierno que por definición sólo acepta una visión única de gestión de la economía. Es decir, las medidas son parches para ir tirando para darle tiempo a este “único camino” …

¿Cómo se entiende en la sociedad argentina la razón de la actual situación económica? Desde todos los espectros surgen análisis otorgándose comprensión por haber llegado a esta situación. En este marco declaratorio, se puede proponer, por ejemplo, tanto una fuerte desvalorización como una dolarización total de la economía; o, también, una total apertura comercial o un gran cierre. Un punto central es el nivel del dólar: ¿se lo quiere caro o barato? Si surge la noticia de que hubo una desvalorización, ¿es para preocuparse o alegrarse?; la política “déficit cero”, ¿error o acierto?

Grosso modo, pareciera que la combinación “Dólar barato + déficit cero + no-inflación + apertura externa” tiene bastante aceptación social. Por eso, el anuncio de las medidas del gobierno no recibió un rechazo tan fuerte dado el ambiente existente en el momento que fueron anunciadas. Las protestas, en verdad, comienzan a brotar, en forma creciente, a medida que esta estrategia se revela como fuerte ajuste para mucha gente. La única manera de paliar esto es con entrada de dólares para que la actividad interna se dinamice un poco. Esto debido a que esa combinación significa una política monetaria muy restrictiva. Así se entiende que el gobierno busque que el FMI le permita usar US$ 29.000 millones y anuncie medidas de asistencia a los sectores más vulnerables para contener una crisis social. Como será insuficiente, las medidas irán acompañadas con algunas protestas y reclamos y, seguramente, algo de represión. Así funciona el “parches-para-ir-tirando”: un poquito de cada cosa hasta que el camino obsecuentemente perseguido “funcione” – que sería que mágicamente lleguen inversiones privadas externas.

Visto socialmente, ¿es lógico endeudarse fuertemente con el FMI para mantener un nivel de tipo de cambio simplemente para que calme las ansias por el dólar, pasándolos del Estado a manos privadas, incrementando la deuda externa y, quizás, hasta volviendo a salir del país, a la espera que “el libre-mercado” se calme y decida invertir?… Porque esa combinación más aceptada lleva a esta lógica de parches

Estos parches como “solución” para calmar las aguas es, además, un punto intermedio entre los que demandan implementar este “camino único y correcto” en forma más radical (“no al gradualismo”) y los que lo quieren tan suave – que consideran que puede existir sin ajuste alguno.

Así, es evidente que no hay espacio en discutir otro camino. En momentos en que Trump acusa a China de desvalorizar a propósito su moneda, en Argentina la devaluación se considera catastrófica. Se la toma como “pérdida del poder de compra del salario” o de explicación evidente de la instabilidad macroeconómica. Difícil debe ser hallar otro país que tan testarudamente se aferra a valorizar su moneda. También seguramente es encontrar alguno que con tanta facilidad abraza el libre-mercado como por siendo el camino seguido por los países ricos por definición, sin ninguna necesidad de averiguar si realmente fue así. O que considera que la injerencia del Estado en la economía es malo y punto y ver esto prácticamente como una distorsión autóctona argentina sin investigarlo. En suma, todas las otras combinaciones seguidas por otros países son descartas por una visión que parece mucho más compartida de lo que hacen creer que las virulentas disputas.

Qué queda? La pugna por distribución. Argentina vive presa de creerse un país rico, fantasía alimentada por la experiencia singular de principios del siglo pasado cuando, sin dudas, lo fue. La Argentina se otorga demasiados méritos por un crecimiento experimentado que tuvo su explicación en una coyuntura externa que le favoreció…pero que se acabó. En gran medida, la Argentina que se constituyó como sociedad y país a partir de la integración de la Pampa Húmeda a los mercados internacionales – tras un largo período de disputas internas – brotó en forma simultánea a ese espectacular crecimiento. Quizás de ahí, surgió la fantasía que el país es naturalmente rico – y no que lo fue en ese momento. Queda la impresión que las disputas, mordaces como son en innúmeros aspectos, no discuten cómo se generará riqueza, porque es como que coinciden que ésta ya existe – o no existe simplemente por la manipulación o la intencionalidad política del otro.

Este punto no es una novedad en el pensamiento económico argentino. Durante décadas ha sido señalado por importantes economistas, como Marcelo Diamand, Adolfo Canitrot o Aldo Ferrer. Incluso Jorge Sábato y Guido Di Tella se expresaron sobre las limitaciones a la que llegó la acumulación de riqueza que surgió a partir de la explotación de la Pampa Húmeda para la década de 1920. Pero parece para ese momento ya estaba instalada en Argentina “la explicación” de la confrontación dicotómica del por qué uno no goza la riqueza que le corresponde: “La causa contra el régimen”, la chusma radical, la Década Infame, el populismo peronista, los gorilas… Política, social y éticamente las visiones subjetivas sobre estos momentos pueden ser preservados. Y en esos sentidos, la confrontación puede seguir adelante – si se quiere…

Pero estos enfrentamientos no explican, por más que se insista, la caída de la riqueza argentina. Las disputas y las gestiones, es claro, pudieron agravar su disminución como así también, de hecho, favorecer un sector en perjuicio de otro. Sin embargo, no explican la disminución en el nivel de riqueza de la Argentina. Ésta, desde el fin de esa esplendorosa etapa, pasó a ser mucho menor. Recreando lo que alguno considera que fueron políticas correctas en esta etapa, aún si cierto, tampoco la regenerará. Sólo parece que existe, durante cortos espasmos, cuando la economía argentina recibe un poco de aire gracias a un incremento de demanda externa de productos primarios, como durante las dos guerras mundiales o recientemente con la soja para China – o cuando “artificialmente” se crea un como-si-existiera-riqueza apreciando fuertemente la moneda nacional (Plata Dulce, Convertibilidad, 2009-2017).

En esos momentos, resulta chocante como en los argentinos, en seguida de haber salido fuertes crisis económicas, rápidamente se encarnan pautas de consumo de país rico como si ese fuera el marco natural – y la crisis recién vivida, artificial. Como si se les estuviese devolviendo un nivel de consumo que les correspondiera que había sido hurtado por una gestión política. Así, la riqueza, cuando no está, es ‘culpa de ese otro’, cuando, en verdad, no está porque, simplemente, no existe. Y la discusión debería ser cómo generarla… sabiendo que, con la Pampa Húmeda sola, ya no alcanza.

* Profesor UFRGS (Brasil)

 @Argentreotros

http://argentinaentreotros.wordpress.com

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