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Editorial  noviembre 2020

Con-Texto | 25 noviembre, 2020

El miedo  es una forma eficaz para controlar a la gente. Como hemos pasado  casi todo el año bajo la amenaza del Covid-19 que comenzó de a poco y se propagó en forma descontrolada,  se optó por mensajes presidenciales que atemorizaron a la población  imponiendo una  cuarentena grotescamente alargada que causó más daño que resultados, dadas las  falsas opciones planteadas desde un principio. En ese momento teníamos la experiencia de Europa y había pocos casos en el país. Se sabía ya cuáles eran las medidas de cuidado y se podrían haber trasmitido con insistencia para que  la gente las pusiera en  práctica y supiera cómo cuidarse, en lugar del “quedate en casa” tantas veces repetido.   Si se hubiera implementando la supervisión cuando entraron  los  viajeros procedentes de los lugares infectados,  con los test correspondientes y seguimiento de contactos,  habría sido más fácil sitiar al virus.   Pero se optó por  sitiar  a la economía asestándole un golpe   cuyos efectos hicieron caer a muchos definitivamente y  dejaron a otros tantos con heridas de las que  será complicado recuperarse, si es que se logra.

Hay heridas más profundas  que inexplicablemente se profirieron a los que deberían ser la promesa  para el futuro de una sociedad. Un Ministro de Educación de turbios antecedentes, aliado con sindicalistas desaprensivos decidió la suspensión de las clases presenciales, en todos los niveles de educación y en todo el país.  Niños y jóvenes privados de contacto con sus pares recibieron –sólo los más afortunados- clases brindadas a distancia durante todo el ciclo lectivo  y con el auxilio imprescindible de sus padres. Los menos afortunados, los que no contaban con conexión y si acaso con una sola computadora para toda la familia, fueron abandonando el apego al estudio que en nuestro país es obligatorio desde los 4 años y en los niveles primario y secundario. Eso resulta irrecuperable y una política de  daños incalculables.     

Ahora con el virus aparentemente retrocediendo, no se está libre de un rebrote, aunque la posibilidad de otro encierro parece tan traumática como impracticable.  El daño psicológico  causado por las políticas adoptadas, tanto sanitarias, educativas  como económicas no se tuvieron en cuenta a pesar de que algunos “expertos”,  fuera del entorno presidencial lo estaban advirtiendo.   Resultado fue una enorme cantidad de muertos que nos puso entre los primeros en el ranking internacional,  una salud pública arrinconada, la educación mutilada y una economía destruida.

Convenía tener a todos guardados para dar lugar a  prioridades gubernamentales muy alejadas de las de la gente. Temas sin urgencia para la población pero sí para el dúo gobernante, fueron continuos embates contra las instituciones, ignorando a los que padecían la creciente recesión.  

Cabe reflexionar sobre esto. Mientras el presidente ponía marcha un relato lleno de inexactitudes y contradicciones, la Vicepresidente permanecía impasible frente al sufrimiento de la población, sin emitir palabra para solidarizarse con los padecimientos. La megalomanía es una característica de los que tienen delirio de poder y por consiguiente carecen de empatía. Con un  arrogante narcisismo por momentos muy  agresivo, se dedicó a alcanzar sus  metas de persecución y  venganza y  a despejar el camino hacia la propia impunidad.  Desde la omnipotencia se desconocieron los problemas cotidianos de la gente.   Aunque las causas por enriquecimiento están en marcha y ese enriquecimiento fue consecuencia de llevarse puestos  caudales del Estado.

Las propiedades adquiridas por las cabezas de una oligarquía estatal rápidamente enriquecida, fueron el producto del desvío de fondos que podrían haber sido dirigidas a fortalecer el sistema de salud, a invertir en infraestructura y mejorar los sueldos de los maestros.  Durante tres períodos seguidos se  inauguraron  cáscaras vacías y algunas veces  telones que ocultaban obras inexistentes sin inversión  de ningún tipo.  Profundas  falencias de todo tipo en materia de protección social para un gobierno que se dice nacional y popular,  la pandemia marcó  las grandes desigualdades  estructurales en el  país poniendo en evidencia que los sistemas de salud estatales vienen siendo desmantelados y descuidados sistemáticamente.   Por eso, en muchos casos las estrategias han sido dirigidas a  frenar la afluencia de contagios sobre lugares asistenciales saturados y con escasez de personal  capacitado para atenderlos.  Testeos y seguimiento a nivel nacional, bien gracias.

En nuestro país,  una casta política, enseñoreada en todos los niveles del estado es  otra epidemia que  nos aqueja desde hace años. Con el nuevo gobierno, montada estratégicamente sobre el Coronavirus,  nada mejor que un relato para justificar  la parálisis del Congreso y del Poder Judicial. Esta oligarquía, tan afecta a avanzar sobre los dineros públicos, nos ha mostrado durante la cuarentena, todo tipo de  trapisondas entrelazadas despiadadamente, desconociendo la necesidad de los más sumergidos. Sobreprecios en la compra de alimentos para los más necesitados, desvíos de alimentos destinados a ser distribuidos entre los más pobres para ser vendidos “más baratos que en los negocios”, contratos espurios para todo tipo de compras sin licitación,  aludiendo a la urgencia y ya nos enteraremos de más.

Sólo nos queda esperar con qué eufemismos nos sorprenderán para explicar lo inexplicable  mientras nos exprimen, resultado de la impericia, el oportunismo y la deshonestidad.

 Ernestina Gamas

 Directora

 

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A 57 AÑOS DE LA POLÉMICA VISITA DEL COMANDANTE GUEVARA por Albino Gómez *

Con-Texto | 24 noviembre, 2020

 

Aunque no se cumplan como se estila, 50, 55 0 60 años, motiva que haya decidido volver a referirme a un hecho histórico, que resultó uno de los innumerables motivos que utilizaron nuestras FF.AA para derrocarlo, entre tantos otros episodios o decisiones del entonces Presidente Arturo Frondizi.  Lo hice, porque leyendo un muy interesante libro de la periodista y  escritora María Seoane, titulado Bravas, publicado por Sudamericana, y dedicado a la muy apasionada acción política e intelectual de Alicia Eguren de Cooke y de Susana Piri Lugones, dice en la página 173, que …”nunca trascendieron los detalles de lo conversado entre Frondizi y el Che…”. Pero lo que más llamó mi atención, fue que su autora, con quien se puede estar de acuerdo o no con sus posiciones histórico-políticas, es una gran profesional, muy cuidadosa en sus citas, y sobre todo, hacer erróneamente una afirmación tan rotunda, cuando ella misma le dedicó una reseña muy elogiosa y de página entera en la Revista Ñ, a mi libro Arturo Frondizi, el último estadista, donde precisamente transcribo lo conversado entre Frondizi y el Che, por lo menos, en la única versión escrita, jamás desmentida en ningún otro medio, y que años más tarde, también fue tomada textualmente como fuente, por varios autores, entre otros, por el embajador Juan Archibaldo Lanús, en su libro De Chapultepec al Beagle. Para esclarecer cómo tuve acceso a lo conversado, debo señalar, que durante los dos últimos años de la presidencia de Frondizi, mi tarea comenzaba temprano cada mañana en el despacho del Presidente, en la Quinta de Olivos. Porque como funcionario del Servicio Exterior de la Nación, había sido adscripto a la Secretaría General de la Presidencia, como asesor,  y cuando el Dr. Frondizi, cerca del mediodía, partía hacia la Casa de Gobierno, yo me dirigía a la Cancillería para brindar y recibir información. Luego almorzaba en la Casa de Gobierno y generalmente, a partir de las cuatro de la tarde volvía a trabajar con el Presidente hasta cerca de las ocho de la noche, hora en que el doctor Frondizi solía regresar a Olivos. Ese horario no se alteraba, a menos que se produjera alguna grave crisis, que las hubo y muchas. En esos casos, debía regresar a la Quinta a eso de las nueve o diez de la noche y permanecer allí el tiempo que fuera necesario.

       Así las cosas, en la fría mañana del 18 de agosto de 1961, cuando llegué a Olivos a las 8.30 para iniciar mis tareas habituales, el Presidente me informó que estaba por llegar desde Uruguay el ministro de Cuba, Comandante Ernesto Guevara. Al advertir mi sorpresa, no desprovista de preocupación, me preguntó qué pensaba al respecto, y yo le contesté que me imaginaba una nueva crisis con las Fuerzas Armadas. El Presidente asintió y me dijo simplemente que habría que afrontarla.

 

El encuentro con Guevara

      Cuando se produjo su arribo, salí a recibirlo para introducirlo en el despacho presidencial y me quedé afuera con un embajador cubano de apellido Aja Castro, Director de Asuntos Latinoamericanos de la Cancillería Cubana, que lo había acompañado en el viaje de avión desde Punta del Este, con quien también fuera el verdadero organizador de tal entrevista, el argentino Jorge Carretoni. 

        Terminada la conversación, que se prolongó por una hora y media, Frondizi me dio su versión y me pidió que la transcribiera. Esa tarde le entregué mi texto, que el Presidente aprobó y me indicó que le hiciera una copia para el Canciller y otra para el ministro de Defensa. El Presidente se quedó con mi texto original y yo, con su autorización, con otra copia para mí archivo personal. Pasemos pués al texto: 

       “Guevara  comenzó diciendo que él no podía hablar con la sinceridad que deseaba por la diferencia de nivel que existía entre ellos dos. (además. agrego yo. de los 20 años de diferencia entre ellos, ya que Guevara de 1928  y Frondizi de 1908).Pero Frondizi le contestó que dejara los niveles y las formas de lado, pues consideraba que estaba frente a un americano y que él era antes que nada argentino y americano. Le pidió que pensara que iba a hablar simplemente con un hombre. Quería que la conversación fuera absolutamente abierta y sincera y que como él estaba dispuesto a dar la vida en la lucha por el país, no tenía nada que ocultarle.

        El Che se explayó entonces y dijo que Cuba quería  permanecer en el Sistema Interamericano y que estaba dispuesta a entenderse con los Estados Unidos siempre y cuando ello ocurriera de una manera digna, y que también querían independizarse de los soviéticos. Aceptó el hecho de que recibían de ellos  mucha ayuda y algunas veces, directivas e instrucciones, pero que Cuba quería construir un estado socialista con autonomía absoluta de la Unión Soviética. En cuanto a la forma de llegar al socialismo, entendía que no había otro camino para los países chicos y pobres que el de la violencia.

        Frondizi le dijo que además de no estar él de acuerdo respecto de esto último, pensaba que su  posición era incluso errónea desde el punto de vista teórico comunista. Cuando le preguntó si había leído mucho sobre comunismo y teoría marxista, Guevara le contestó que no, pero afirmó que de todos modos y más allá de lecturas y teorías, ellos consideraban que el único camino era el de la violencia. Reconoció, sin embargo, que los fusilamientos no habían dado resultado pues gestaban “héroes” muy especiales. Agregó que el reparto de tierras también había fracasado ya que aparecían jefes indisciplinados que actuaban como caciques, con independencia del gobierno central. Pero aun así, a pesar de esos inconvenientes, estaban dispuestos a seguir adelante. Dejó entrever que querían que la Argentina trabajara por una mediación entre Estados Unidos y Cuba.

         Frondizi le expuso su pensamiento y nuestra política muy claramente. Le dijo que precisamente habíamos tomado un camino distinto y opuesto al de Cuba y que por esa vía resolveríamos nuestros problemas.

        La entrevista fue muy cordial y Guevara, según la opinión de Frondizi, se mostró  mesurado y sincero.”

 

La reacción de los militares

        La visita de Guevara provocó esa misma tarde gran revuelo, preocupación e inquietud en algunos sectores de las Fuerzas Armadas. A la mañana siguiente, el Presidente recibió al Jefe de Policía, capitán Recaredo Vázquez, quien le informó sobre el resultado de las deliberaciones que habían tenido lugar entre altos jefes de Marina: el Presidente debía renunciar.

         Le comunicó también que el general Poggi había planteado a varios almirantes la necesidad de que se  solicitara al Presidente la renuncia a su cargo, pero no había logrado concitar unanimidad de criterio entre los jefes de Marina y Aeronáutica consultados. Señaló sin embargo que prevalecía en todos ellos la opinión de que al menos eran necesarias las renuncias del canciller, del subsecretario de Relaciones Exteriores y del embajador en Uruguay. Al respecto, le hizo saber que altos jefes de Marina proponían como sustituto del doctor Mujica al señor Laferrere, al almirante Hartung o al doctor Bonifacio del Carril. Tal sustitución se requería como una manera de evitar la renuncia del Primer Magistrado. El Presidente hizo responder que no estaba dispuesto a renunciar, por cuanto era privativa del Presidente de la Nación la conducción de la política exterior del país, ni tampoco a sustituir al canciller, aunque este, que había estado totalmente ajeno a todos los largos preparativos, sintió, naturalmente,  que debía renunciar.   

          Al fin de esa tarde se solicitó al doctor Frondizi una reunión con los secretarios, los comandantes en jefe y los jefes de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, para pedirle explicaciones acerca de la visita de Ernesto Guevara. Dicha reunión se llevó a cabo a partir de las 20.45 en la residencia de Olivos y finalizó a las 23.30.

          Antes de iniciarse la reunión, el Presidente deliberó en privado con los tres secretarios de las FFAA y el ministro de Defensa. Los tres primeros expresaron que la situación era muy delicada, que existía en las tres armas una verdadera conmoción como consecuencia de la entrevista mantenida por el señor Presidente con el ministro cubano, así como por la falta de consultas que la habían rodeado.

     El doctor Frondizi manifestó que no estaba dispuesto a dirigir  la política internacional del país con restricciones de ninguna clase. Al consultar luego a los presentes sobre el método más adecuado para la reunión, se le sugirió escuchar la palabra de los altos jefes militares asistentes.

 

La reunión

      Al comenzar, hizo uso de la palabra el general Rosendo Fraga quien, brevemente, dio cuenta de la profunda perturbación provocada en las FFAA por la conferencia entre Frondizi y Guevara. El almirante Clément, con el acuerdo tácito de los demás, dio a entender que para evitar la repetición de hechos como el ocurrido en la mañana anterior, era necesario establecer un mecanismo de consulta que precediera a todo acto o decisión del Presidente de la República en materia de política internacional.

Inmediatamente después, el general Poggi dijo que el Presidente de la Nación había perdido la confianza del Ejército, calificando de ‘increíble’ la celebración de aquella conferencia en el preciso momento en que reinaba plena tranquilidad en las filas del Ejército, así como en el resto de las FFAA.

            El almirante Vago se expresó a continuación en el mismo sentido. Por su parte, el brigadier Cayo Alsina se expidió también sobre la existencia de profundas perturbaciones en su arma. Los demás asistentes ratificaron de una u otra manera la misma idea. A continuación, el general Pica señaló que todo estaba destruido y que los jefes del Ejército que eran partidarios de la legalidad así como los oficiales con mando de tropa estaban “desolados” por la entrevista. Nuevamente hizo uso de la palabra el general Fraga para reiterar la conmoción producida en el Ejército por la visita y comenzó a elogiar en forma poco usual “las notables virtudes del Presidente de la Nación, demostradas en la conducción del país y en política internacional”, subrayando la amplitud de los campos que el Presidente estaba abrazando y el prestigio que había dado a la República esta política. Pero señaló que la visita de Guevara, en la forma inconsulta en que había sido llevada a cabo, había roto la tranquilidad del Ejército en un solo instante, y que si el Presidente hubiese hecho saber a sus ministros militares de la presencia del Ministro cubano, la cosa habría sido diferente. Que él no concebía que un “atorrante” como Guevara pudiese llegar personalmente a conversar con el Presidente de la Nación, y que hubiera preferido ser él mismo quien por indicación del Presidente hablara con Guevara, para evitar el “contacto personal” entre el ministro cubano y el doctor Frondizi.

       Luego el general Spirito manifestó que él estaba de acuerdo con que el Presidente de la República no podía conducir la política internacional maniatado pero que, de todas maneras, el Presidente debía considerar la existencia del frente interno, que era susceptible de deterioro por cualquier hecho de política exterior. Se excusó diciendo que él hablaba con la más absoluta franqueza y con la energía de un soldado y que no podía hacerlo de otra manera.

El Presidente responde

                Ante ello, el doctor Frondizi manifestó que él no era un soldado pero que su condición de hombre civil le imponía también hablar con la más absoluta franqueza y con la energía de un soldado.

         Comenzó por señalar las implicaciones de la actitud de las Fuerzas Armadas. Expresó que la primera de ellas era de carácter constitucional, es decir, que el Presidente de la Nación no podía ejercer la facultad constitucional de conducir la política exterior del país con las manos atadas. Enfáticamente subrayó que la segunda implicación era de orden personal. Al respecto aludió que le había sido transmitida la gestión efectuada por diversos jefes de las FFAA para obtener la renuncia del canciller. En ese sentido les expresó que por razones de honor y por la forma en que se había producido la entrevista con Guevara, el Presidente era el único responsable. Que el canciller se había limitado a cumplir órdenes que le impartía el Presidente. Que el doctor Mujica era un leal colaborador, gran ejecutor de su política y hombre de las más altas condiciones intelectuales y morales. Afirmó que él no estaba dispuesto a aceptar que se convirtiera al canciller en chivo emisario porque no era posible cargar supuestas culpas a quien no correspondía. A continuación indicó con particular energía que el Presidente de la Nación tampoco iba a continuar cargando con culpas ajenas como había ocurrido en muchas ocasiones anteriores. En tal sentido, al mencionar como ejemplo lo sucedido con la Ley Pro Defensa de la Democracia, de la que eran autores las FFAA y que se había convertido en un motivo de ataque e insultos personales al Presidente, señaló que no aceptaría en lo sucesivo las consecuencias de los desaciertos ajenos. De inmediato puso especial énfasis al destacar que la actitud de la FFAA introducía una profunda alteración en la política internacional del país.

       A esta altura del encuentro, el doctor Frondizi desarrolló en su exposición los siguientes puntos:

– Que la Argentina no era  un satélite de los Estados Unidos sino un país amigo de los Estados Unidos.

– Que la Argentina no era aliada de los países occidentales sino que formaba parte de Occidente, y en consecuencia no actuaba dentro del sistema occidental como satélite sino como Nación con autonomía y personalidad propias.

– Que el Presidente no pensaba en modo alguno renunciar a ninguno de los atributos de hecho y de derecho derivados de su investidura, para terminar de ese modo convirtiendo a la Argentina en un país dependiente de cualquier potencia extranjera.

Luego pasó a referirse a las entrevistas y a las relaciones que el Presidente de la Nación había mantenido y estaba manteniendo con cada uno de los jefes de las grandes naciones del mundo y con el Papa.

              Agregó que como consecuencia de la evolución de la política mundial y la circunstancia de estar en posesión de datos y antecedentes relativos a importantes hechos mundiales, después de tres años de gobierno él no podía malbaratar la gravitación internacional de la Argentina en el concierto mundial para someterla a ninguna dependencia externa.  Dijo entonces: “Se lo voy a explicar al país con pelos y señales; voy a poner en conocimiento del país y del mundo todo lo que sé”, dejando implícito que las FFAA de la Argentina serían responsables del gravísimo hecho de que un presidente revelase secretos de Estado en detrimento de la tranquilidad internacional. Después de estas palabras, se generalizó el debate.

            El general Fraga reiteró que estaba orgulloso de la conducción de la política internacional por parte del presidente Frondizi, pero sostuvo que el recibimiento de Guevara por parte de aquél había sido un hecho desacertado que echaba por tierra el prestigio de esa política con relación al Ejército. Añadió que era posible que en dos o tres meses, el Ejército y el pueblo comprendieran la conveniencia de esa visita, así como había ocurrido con la entrevista de Uruguayana -con Quadros- y con otros actos internacionales del Presidente a los que las FFAA se habían opuesto en un principio u opuesto reparos. Pero que de todas maneras, no podía menos que señalar la conmoción que la visita había causado en las filas del Ejército.

          El almirante Vago fue particularmente intransigente y enfático en el sentido de que el país debería asumir una “política espiritual”, capaz de excluir claramente toda inclinación a la Tercera Posición. A su turno, el almirante Palma reflexionó en voz alta sobre el hecho de que quizá fuera conveniente sacrificar a Cuba para salvar al resto de América en sus principios occidentales, aunque subrayó que esta reflexión no implicaba consejo alguno.

              El Presidente se refirió entonces a la posición de los países con relación a los problemas de principios por un lado y a los problemas contingentes por otro. Señaló que si bien Cuba podía ser aislada, y aun segregada jurídica y económicamente del Sistema Interamericano, no lo sería en los hechos, desde el punto de vista geográfico y político; y que nada evitaría la influencia en el resto de América, y aun en el mundo, del “hecho de Cuba”. Vinculando esta afirmación con la visita de Guevara, señaló que aunque existiera una única posibilidad de que Cuba fuera ganada para la democracia, la paz y el derecho americano, él no dudaría en usarla en beneficio de todos los países del hemisferio.  

           Las explicaciones dadas por el doctor Frondizi, los argumentos esgrimidos y la defensa intransigente de los atributos de la institución presidencial aniquilaron los objetivos de la reunión, que era la renuncia del Presidente o su alternativa, el establecimiento de un cinturón de hierro y la sustitución del canciller así como la eliminación del conjunto de “jóvenes amigos y asesores” del doctor Frondizi. A ello contribuyó decisivamente el desafío agresivo del Presidente de informar al país de todo lo actuado, no sólo en la reunión, sino con relación a las comunicaciones con otros jefes de Estado y a la posesión de datos forzosamente reservados y secretos. Los concurrentes quedaron pues, no creo que convencidos, pero al menos desconcertados.

         El general Fraga solicitó se diera un comunicado de la reunión que expresara que el Presidente “había invitado” a los secretarios y jefes militares para informarles sobre la visita de Guevara. Frondizi aceptó esa solicitud e hicimos un comunicado de prensa.

        Además del ministro de Defensa, Justo P. Villar,  y de su subsecretario José Rafael Cáceres Monié, que por supuesto fueron parte de la reunión, yo fuí el único civil que permaneció en la Quinta, aunque fuera del encuentro, con el objetivo de avisar de inmediato a la llamada “Usina” (o sea a Rogelio Frigerio y equipo) sobre cualquier cosa que pudiera haber ocurrido, ya que tal como se presentaba la situación al comenzar la reunión, no se podía descartar que el Presidente fuese apresado, produciéndose entonces el siempre amenazante golpe de Estado. A tal punto se consideraba esa posibilidad, que se había grabado un discurso del Presidente que habría sido transmitido de inmediato por los canales oficiales.  

     Frondizi se quedó un rato charlando conmigo, luego se dispuso a cenar y me pidió que fuera a buscar a los amigos. Partí entonces para la casa del ex canciller Carlos Florit, muy cerca de allí, donde me esperaban Rogelio Frigerio, Arnaldo Musich, Cecilio Morales y Oscar Camilión. Ya en la Quinta, Frondizi hizo un pormenorizado relato de la reunión con las Fuerzas Armadas, del cual acabo de hacer una síntesis en esta nota, y dio las bases para que el equipo trabajara en el discurso que pronunciaría la noche siguiente en la Casa de Gobierno, obviamente vinculado a la política exterior y a la visita del Comandante Guevara. Eran las dos de la mañana.

Siete meses después, el presidente Arturo Frondizi era derrocado por las Fuerzas Armadas.

                                                                  

   *El autor es periodista, escritor y diplomático

 

 

 

 

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EL CONFLICTO DEL SAHARA OCCIDENTAL: ¿POLÍTICA O DERECHO? por María López Belloso*

Con-Texto | 24 noviembre, 2020

El pasado 13 de noviembre Marruecos desplegó sus fuerzas armadas en el paso de El Guerguerat para detener el bloqueo que la población civil saharaui ejercía en la zona desde el 21 de octubre al tráfico de mercancías y personas. Este acto supuso una ruptura del alto el fuego vigente en la zona desde 1991.

Las fuentes marroquíes, principalmente a través de su agencia nacional de prensa, y muchos medios de comunicación, han minimizado la transcendencia de este hecho y sobre todo, han atribuido esta decisión a una estrategia del Frente Polisario para desbloquear el conflicto.

Sin embargo, esta lectura de la realidad ignora la gravedad de las actuaciones de Marruecos en una zona catalogada por el Acuerdo Militar nº1, firmado en 1997 entre ambas partes y la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum del Sahara Occidental (MINURSO), como “zona de amortiguación”.

Una zona de amortiguación de cinco kilómetros

Según dicho acuerdo, en los 5 kilómetros que constituyen esta “zona de amortiguación” está restringida la “entrada de personal de las Fuerzas Armadas Reales (FAR) y las Fuerzas Militares del Frente Polisario (FMFP).

En el momento de la firma del mencionado acuerdo, no existía ningún paso a través de esta franja, y su apertura ni siquiera para actividades civiles como el tráfico de mercancías o personas se contemplaba en dicho acuerdo.

De hecho, fue la propia MINURSO la que denunció en 2001 la actividad de Marruecos en la zona, y así se recogió en dos informes del secretario general de dicho año: S/2001/398 y S/2001/613.

Tal y como refleja el Secretario general en ambos documentos, las autoridades militares marroquíes informaron a la MINURSO de su intención de «comenzar a construir una carretera asfaltada (…) a través de la franja de amortiguación”, acto que tanto el propio Secretario general como su enviado especial, en aquel momento William Eagleton, y el comandante a cargo de la MINURSO, Claude Buze, calificaron de situación “difícil” y susceptible de constituir “violaciones del acuerdo de alto el fuego”.

Tras esta primera mención en 2001, en 2016 se repitió la situación cuando Marruecos retomó las obras de asfaltado de la carretera, y nuevamente la mediación de las Naciones Unidas consiguió rebajar la escalada de tensión en la zona, y el Consejo de Seguridad, en su Resolución 2351 de 2017, afirmó que dichas tensiones constituían “cuestiones fundamentales relacionadas con el acuerdo de alto el fuego y acuerdos conexos.

Sin embargo, ahora, tras la incursión marroquí en la zona para desalojar a la población civil que se manifestaba allí, todos estos precedentes parecen ignorarse, no sólo por numerosos medios de comunicación, sino también por parte de Marruecos, y lo que es más grave, por parte de Naciones Unidas y de la propia MINURSO.

Esta circunstancia pone de manifiesto que el del Sahara Occidental es un conflicto político, en el que una de las partes está dispuesta a obstaculizar cualquier solución que no sea de su conveniencia, incluso contraviniendo la solución que para este caso determina el Derecho Internacional.

La dimensión jurídica del conflicto del Sahara Occidental

Para entender el conflicto del Sahara Occidental y su reactivación tras los incidentes de la semana pasada es necesario aclarar algunas cuestiones clave relativas al contexto y al origen de la controversia. Estas cuestiones son determinantes para definir el marco regulador que se aplica y si este es capaz o no de proporcionar una vía de solución.

En primer lugar es necesario aclarar la naturaleza del territorio. El Sahara Occidental es un Territorio No Autónomo, pendiente de descolonización según el listado de Naciones Unidas. España, potencia administradora del territorio, había iniciado en 1974 los trámites para la organización del referéndum de autodeterminación que resolvería el futuro del territorio y de su población. Pero la inestabilidad política en España en ese momento, con el dictador Francisco Franco gravemente enfermo, y la presión de Marruecos y Mauritania, motivaron que en lugar de resolver la situación conforme al derecho internacional, España firmara los denominados «Acuerdos de Madrid”, a través de los que cedía la administración del territorio a ambos países. Estos acuerdos resultan nulos a la luz del derecho internacional, según el cual España no podía ceder un territorio sobre el que no tenía soberanía.

En segundo lugar, es necesario definir el papel que juegan las partes. Marruecos ocupa desde 1975 el territorio. La firma de estos acuerdos se produjo después de la denominada “Marcha Verde” que trató de presentarse a la comunidad internacional como una marcha pacífica de población civil marroquí sobre el territorio, pero que en realidad supuso la ocupación del territorio por parte de ambos Estados norteafricanos, a pesar de que el Tribunal Internacional de Justicia había determinado que no existían vínculos de soberanía entre ninguno de ellos y el territorio del Sahara Occidental. Esta marcha fue condenada por el Consejo de Seguridad (Res UNSC 377/1975) y desde entonces ningún Estado de la Comunidad Internacional ha reconocido la soberanía de Marruecos sobre el territorio, mientras que las Naciones Unidas ha catalogado a este país como “potencia ocupante del territorio” (Res UNGA 34/37 de 1979).

En tercer lugar, es necesario recordar que el referéndum de autodeterminación fue acordado por las partes. Tras haber derrotado a Mauritania en 1979, el Frente POLISARIO consiguió forzar un alto el fuego en 1988, auspiciado por la entonces Organización de la Unidad Aficana, a pesar de que, al inicio de la guerra de liberación nacional en 1975, pocos apostaban por las posibilidades del Movimiento de Liberación Nacional Saharaui. Dicho alto al fuego cristalizó en 1991 con la firma del Plan de Arreglo y la constitución de la MINURSO para la realización del referéndum que desde entonces se ha ido retrasando sine die.

La dimensión política del conflicto del Sahara Occidental

A pesar del acuerdo suscrito por las dos partes, Marruecos comenzó a dilatar el proceso de la celebración del referéndum desde la firma del mismo, tratando de modificar los criterios para la celebración del censo (S/23299de 19 de Diciembre de 1991, Anexo parr. 25) .

Tanto es así que el tan mencionado estos días Acuerdo Militar nº1 se firmó entre las partes en 1997, en el contexto de las negociaciones de Lisboa y Houston, auspiciadas por el Enviado Especial del Secretario General, el norteamericano James Baker.

Estas negociaciones llegaron en un momento en el que nuevamente parecía que el alto el fuego no iba a perdurar por las continuas alegaciones de Marruecos sobre el listado de votantes y la consiguiente reacción del Frente Polisario ante esta actitud. Estas negociaciones supusieron la consolidación de una nueva vía para la resolución del conflicto, la vía política, que se concretó en el “Código de Conducta” anexo al informe del Secretario General de Naciones Unidas del 24 de Septiembre del 1997 y que exponía las normas de comportamiento a las que tendrían que someterse las dos partes durante el desarrollo de la campaña del referéndum.

A pesar de este nuevo acuerdo, una vez más Marruecos obstaculizó la materialización del referéndum y, por ende, la resolución del conflicto, y desde Naciones Unidas y las potencias aliadas comenzó a apostarse por una “vía política” para resolver la controversia.

Esta vía política tuvo un claro reflejo en el lenguaje empleado por las Naciones Unidas, que, como muy bien analizaba Vicenç Fisas, pasó a introducir alusiones a una solución “pronta, duradera y convenida” (Res UNSC S/1301/2000), “mutuamente aceptable” (Res UNSC S/1309/2000) hasta que el propio referéndum de autodeterminación desapareció de las formulaciones para solucionar el conflicto ( UNSC Res 1429 de 2002; UNSC Res 1541 de 2004, etc…).

A pesar de estas dificultades, el proceso de la confección del censo continuó hasta su conclusión en diciembre de 1999. Fue publicado en enero de 2000 y contemplaba el derecho a voto a 86 386 personas de entre 198 469 candidatas entrevistadas por las comisiones de identificación.

Este censo tampoco satisfizo las expectativas marroquíes, y nuevamente bloquearon el proceso y rompieron los compromisos adquiridos. Ante este nuevo bloqueo, lo que hizo Naciones Unidas fue solicitar la suspensión del Plan de Arreglo (Informe del SG, S/2000/131, de 17 de febrero de 2000).

En 2001, el entonces Secretario general, Kofi Annan, presentó el denominado “Acuerdo Marco” que trataba de proponer una vía intermedia para dar solución a la situación del territorio, que como muy bien argumenta Juan Soroeta “ignoraba la doctrina y práctica descolonizadora de Naciones Unidas” y que fue rechazada de plano por el Frente Polisario. Ante este nuevo fracaso negociador, James Baker realizó una nueva propuesta, conocida como “Plan Baker II”, que, a pesar del riesgo que suponía para la parte saharaui por implicar una administración del territorio previa a la celebración del referéndum, fue aceptada por ésta y, contra todo pronóstico, rechazada por Marruecos, a pesar del respaldo del Consejo de Seguridad a la propuesta de Baker.

Tras este nuevo revés, pocos avances se han producido en la solución del conflicto, a pesar de varios intentos de retomar las negociaciones, como los auspiciados por el último Enviado especial Horst Köhler antes de dejar el puesto hace más de año y medio.

Cambio de reglas: ¿fin de la partida?

De todo lo expuesto, podemos comprobar que a lo largo de los 45 años de duración del conflicto no es una circunstancia nueva que los hechos que se producen se lean y analicen al margen de los precedentes y del derecho internacional y lo que es más importante, al margen de lo que los acuerdos entre las partes establecen.

Como decíamos en un artículo anterior, existen muchas razones para pensar que la población saharaui y el Frente Polisario no están dispuestos a que esta partida se alargue de forma indeterminada, ni tampoco sería aceptable que se modifiquen las reglas acordadas por las partes y determinadas por el derecho internacional.

Si se realiza una lectura fiel a los hechos y acorde al derecho, la irrupción de Marruecos en el Guerguerat el pasado 13 de noviembre constituyó una ruptura del alto al fuego y cualquier intento de minimizar la repercusión de esta acción o la responsabilidad de Marruecos es claramente un acto político que contribuye a la perpetuación de la dimensión política del conflicto.

El pueblo saharaui y su representante, el Frente Polisario, han visto fracasar todos sus intentos para resolver este conflicto de forma pacífica, pero su apuesta por un juego limpio no puede traducirse en una renuncia incondicional a sus demandas.

No cabe duda de que la vuelta al escenario armado no es nunca una buena noticia, pero no podemos olvidar dos cuestiones fundamentales: la primera, que el derecho internacional ampara la defensa del derecho de autodeterminación del pueblo saharaui, y la segunda, que también cuando en 1975 España abandonó el territorio, se afirmó que la guerra era inviable para el Frente POLISARIO por la supuesta “superioridad técnica y numérica” marroquí. Está por ver si, como entonces, estamos subestimando la capacidad del pueblo saharaui o si esta vez la guerra traerá el fin del conflicto.

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*María López Belloso trabaja como investigadora en el proyecto GEARING Roles, financiado por el programa H2020 (GA 824536), Universidad de Deusto.

 

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PERÚ: NO ES UNA GENERACIÓN CUALQUIERA por Alonso Mesía Macher*

Con-Texto | 24 noviembre, 2020

Desde Lima. No parecía un momento especial. Parecía solo un momento. Un momento como cualquier otro en la historia de este país. Un robo más de saco y corbata, otra fechoría del carterismo político, la indignación de siempre que usualmente muere en un puño cerrado frente a la televisión. La impotencia de toda la vida que, con el pasar de las horas y de los días, se convierte en resignación para el olvido.

Parecía un momento cualquiera, pero no lo era.

El pasado 9 de noviembre, con 105 votos frente 19 en contra, el Congreso del Perú había destituido al presidente Martín Vizcarra a pocos meses de que acabara su mandato. Al día siguiente, el 10, con un discurso vacío, pero perfectamente interpretable como reaccionario e indiferente a las demandas sociales, asumía la presidencia Manuel Merino, quien hasta entonces había sido el presidente del Congreso.

Parecía un momento cualquiera, pero no lo era. Porque de pronto, las calles se llenaron de jóvenes. De adultos y de ancianos también, pero sobre todo de jóvenes. Para la tarde, pese a ser uno de los países latinoamericanos más sacudidos por la pandemia, las vías principales del centro de la capital del Perú se agolparon de gente. En las provincias, las calles reflejaban el mismo repudio frente a una clase política que desnudaba sus intenciones más innobles.

Para cuando cedió el día, el cielo naranja, iluminado por los faroles del centro de Lima, se manchaba del humo del gas lacrimógeno y la voz de protesta intentaba ser doblegada por perdigones. Esa noche cerró con un saldo considerable de heridos, pero todavía con ningún muerto.

Para los días siguientes, se esperaba una represión aún más brutal. Los jóvenes peruanos —hoy llamados la Generación del Bicentenario— se ordenaron mejor y empezaron, incluso, a organizar brigadas para desactivar las bombas lacrimógenas. Con solo información extraída de TikTok, de Youtube y de otras plataformas digitales, se autoeducaron para ser la primera línea frente a la represión policial.

Aún entonces, pese a los innegables abusos de la autoridad, el ministro del Interior, Gastón Rodríguez, negaba los hechos, mientras el primer ministro peruano, Ántero Flores-Aráoz, acudía a extender su respaldo a la policía. Desde el ala más conservadora de la política, de la prensa y la sociedad, todavía se hablaba de terrorismo infiltrado en las marchas, un recurso muy usado en el Perú para desvirtuar los movimientos sociales. Es una paradoja para la que no hace falta mayor explicación: a la generación de peruanos que desactiva bombas, le empezaron a llamar terroristas.

El sábado 14 la protesta entró en ebullición. Fue el día más salvaje en cuanto a represión policial y se saldó con dos asesinatos: el de Inti Sotelo Camargo, de 24 años, y el de Bryan Pintado Sánchez, de 22. Al día siguiente, tras la renuncia de casi todos sus ministros, Manuel Merino, ya sin piso, presentó la renuncia a su cargo.

Ya no parecía un momento cualquiera. La gente celebraba la renuncia en las calles y sus casas. Pero una generación de muchachos y muchachas, aun en medio de lo que parecía un gran triunfo, seguía sintiendo la agonía. Dos jóvenes muertos a manos de la policía, solamente recordó cómo la política y el sistema peruano son cómplices de los homicidios que sufre con desgraciada frecuencia esta generación. No exclusivamente en medio de las protestas, sino en todos los aspectos de la sociedad.

A los jóvenes peruanos los mata la debilidad de la salud pública, la brecha de la desigualdad, la delincuencia, la pobreza y el frío. Los crímenes de odio: se matan mujeres, homosexuales y transexuales con absoluta impunidad. Y si no se les mata a los jóvenes, directamente, se les obvia o se les explota, como ocurre en la educación, el mercado laboral y las políticas públicas. En 2017, todo el mundo presenció la muerte de Jovi Herrera Alania, de 21 años, y Jorge Luis Huamán Villalobos, de 19, dos chicos a los que sus jefes mantenían trabajando encerrados en un container y que murieron en medio de un incendio. Y, hace menos de un año, Alexandra Porras y Carlos Gabriel Campos, ambos de 18 años, murieron electrocutados mientras trabajaban en un local de McDonalds. La lista puede continuar con infinidad de nombres.

La tarde de ayer, 17 de noviembre, el centrista Francisco Sagasti, se convirtió en el nuevo presidente del Congreso para asumir en breve la presidencia de la República. En su discurso, reconoció la labor de protesta de la Generación del Bicentenario y prometió justicia para los jóvenes asesinados por la policía. La calle respiró cierta tranquilidad, pero ha resuelto continuar con las movilizaciones hasta que esa promesa sea cumplida y hasta que el número de jóvenes reportados como desaparecidos vuelvan a sus casas.

No es un momento cualquiera en el Perú, porque esta no parece ser una generación cualquiera.

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*Periodista y escritor

 

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FASCISMO 2.0: CURSO INTENSIVO por  Boaventura de Sousa Santos*

Con-Texto | 24 noviembre, 2020

 Es imposible predecir qué va a pasar en Estados Unidos durante las próximas semanas. Hay varias preguntas cruciales en el aire que por ahora no tienen respuesta. ¿Hubo o no fraude electoral? Si lo hubo, ¿fue suficiente para invertir los resultados? ¿Será la transición de Trump a Biden una transición de Trump a Trump? ¿O una transición de Trump a un acuerdo de compromiso en el Congreso como el que, tal y como aconteció tras las disputadas elecciones presidenciales de 1876, el candidato ganador asume la presidencia con la condición de aceptar el compromiso extraelectoral? ¿Habrá violencia en las calles sea cual sea la solución, ya que cualquiera de ellas margina a una parte importante y polarizada de la sociedad? Por ahora, todo esto son incógnitas.

No obstante, hay algunas certezas muy sombrías para el futuro de la democracia. Me concentro en una. Me refiero al curso intensivo de fascismo 2.0 que Donald Trump ha impartido a lo largo de estos cuatro años a los aspirantes a dictadores, a líderes autoritarios y fascistas. El curso tuvo su momento más álgido en la clase magistral que Trump comenzó a dar desde la Casa Blanca a las 2.30 de la madrugada (hora de Washington D. C.) el pasado 4 de noviembre. El tema general del curso es «cómo utilizar la democracia para destruirla». Se divide en varios subtemas. En este texto me referiré brevemente a los principales. Las tres primeras lecciones se refieren a las elecciones y el resto, a la política y el gobierno. El objetivo general del curso es inculcar la idea de que la democracia solo sirve para llegar al poder. Una vez en el poder, ni la gobernación ni la rotación democrática son aceptables. 

1. No reconocer resultados electorales desfavorables. El tema de la clase del día 4 fue cómo rechazar los resultados electorales cuando no nos convienen, cómo crear confusión en la mente de los ciudadanos, inventando sospechas de fraude que, independientemente de los hechos (que incluso podrían existir), para surtir efecto tienen que formularse de la manera más extrema y delirante. Ya en la campaña electoral de 2016 Trump había abordado este tema y la lección había sido seguida por sus alumnos predilectos (a quienes considera amigos personales), Rodrigo Duterte de Filipinas y Jair Bolsonaro de Brasil. Este último dijo en septiembre de 2018: «No acepto un resultado diferente de mi elección». Sin embargo, muchos de los alumnos restantes estuvieron muy atentos esa madrugada. Entre otros, Recep Tayyip Erdoğan, en Turquía y, en Egipto, Abdel Fattah al-Sisi, que Trump considera «mi dictador favorito», así como Narendra Modi en la India. Otro alumno atento fue Yoweri Museveni, el presidente de Uganda, que está en el poder desde 1986 y tiene la intención de volver a presentar su candidatura el próximo año. En Europa, la clase fue numerosa e incluyó a Viktor Orbán, Matteo Salvini, Marine Le Pen, Santiago Abascal y André Ventura.

2. Transformar mayorías en minorías. Cada vez que las mayorías electorales no favorecen la causa fascistizante, es urgente convertirlas en minorías sociológicas. De esta manera, las elecciones pierden legitimidad y la democracia se convierte en una maniobra de los grandes intereses económicos y mediáticos. El alumno portugués, André Ventura, aprendió esta lección más rápido que cualquier otro.  En declaraciones concedidas al diario Expresso (7-11), declaró sobre la victoria de Biden: «Me temo, sin embargo, que haya ganado la voz de las minorías que prefieren vivir a costa del trabajo de los demás».

3. Dobles criterios. Nada de lo que es desfavorable para la causa puede evaluarse con los mismos criterios que se aplican a lo que resulta favorable. Por ejemplo, si se sabe con gran probabilidad que la gran mayoría de los votos por correo son a favor de la causa fascistizante, estos deben considerarse no solo legales, sino especialmente recomendables en tiempos de pandemia. De lo contrario, hay que insistir en que son un instrumento de fraude que priva a los votantes del momento único de proximidad física y social a la democracia. La prueba del supuesto fraude no importa, siempre que la sospecha sea lanzada de inmediato y con la invención de estrategias fraudulentas imaginarias.

4. Nunca hay que hablar ni gobernar para el país, sino siempre y solo para la base social. Esta lección es crucial porque es la que más directamente contribuye a socavar la legitimidad de la democracia. Si la lógica es promover una corriente de opinión antisistema, no tiene sentido gobernar para quienes, a pesar de tener quejas, aún no han renunciado a verlas atendidas por el sistema democrático. Idealmente, la base social debería ser al menos del 30% y cultivar su lealtad de manera inequívoca en el tiempo, tanto en la oposición como en el Gobierno. El contacto con la base debe ser directo y permanente. La base permanecerá unida y organizada en la medida en que deje de confiar en otra fuente de información. A partir de ahí, los hechos que desmienten al líder dejan de ser relevantes. A lo largo de cuatro años, Trump fue capaz de mantener su base, como Orbán en Hungría y Modi en la India.  Lo mismo puede decirse de Bolsonaro.

La autoestima de la base social es el único servicio político serio.   Los eslóganes que invocan la autoestima y la grandeza deben reciclarse. «Make America Great Again» fue utilizado antes por Ronald Reagan. Las consignas de las dictaduras también se pueden reciclar, sobre todo porque con el tiempo estas se fueron legitimando. El reciclaje puede ser integral («Brasil: ámalo o déjalo») o modificarse (en lugar de «Angola es nuestra», «Portugal es nuestro»).

5. La realidad no existe. El líder muestra control de los hechos principalmente (1) cuando detiene la realidad supuestamente adversa, o (2) cuando, al no poder detenerla, le quita todo su dramatismo. Trump mostró el camino: detiénese la pandemia si de deja de hablar de ella, y para dejar de ser grave, basta dejar de hacer pruebas intensivas. Tener miedo a la pandemia es un signo de debilidad. Trump quiso salir del hospital con la camiseta de Superman; según Bolsonaro, tener miedo a la pandemia es cosa «de maricas». A su vez, la pandemia se devalúa comparándola con las pandemias que generó el sistema (desempleo, pérdida de soberanía, falta de acceso a los servicios de salud, etc.) o, en versión tropical, apelando a la fatalidad de la muerte (Bolsonaro: “algún día moriremos todos”).

Como para el fascismo la mentira es tan verdadera como la verdad, cuanto más dramático sea el contraste de la invención con la realidad, tanto mejor. Ejemplos de verdades «irrelevantes»: la administración Trump aumentó en lugar de reducir las desigualdades sociales; durante la pandemia, la riqueza de los multimillonarios aumentó en 637 mil millones; en los últimos meses, 40 millones de estadounidenses perdieron sus trabajos; 250.000 murieron con Covid-19, la tasa de mortalidad más alta del mundo; la hambruna en las familias se triplicó desde el año pasado y el aumento de niños desnutridos fue del 14%; se ha levantado la moratoria sobre los desalojos y millones pueden ser lanzados a la calle. Todo lo que no se puede negar es natural o humanamente incontrolable. El altísimo número de muertes en Brasil es obra del destino y lo mismo ocurre con los incendios en la Amazonía, ya que, por definición oficial, los incendios son incontrolables y nadie es responsable de ellos.

6. El resentimiento es el recurso político más preciado. Gobernar contra el sistema es imposible, dado que parte del propio sistema es el que financia el fascismo 2.0. Por eso, es fundamental ocultar las verdaderas razones del descontento social y hacer creer a las víctimas del sistema que los verdaderos agresores son otras víctimas. La base organizada quiere ideas simples y juegos de suma-cero, es decir, ecuaciones intuitivas entre quién gana y quién pierde. Por ejemplo, el aumento del desempleo se debe a la entrada de inmigrantes, aunque sea mínima y realmente irrelevante; hay que hacer creer al trabajador blanco empobrecido que su agresor es el trabajador negro o latino aún más empobrecido que él; la crisis de la educación y de los valores se debe a la astucia de los pobrecillos que, gracias a los “empresarios de los derechos humanos”, tienen más derechos, sean mujeres, homosexuales, gitanos, negros, indígenas. No faltan chivos expiatorios; solo es necesario saber cómo elegirlos. Ésta es la habilidad máxima del líder fascista.

La política del resentimiento requiere, además de chivos expiatorios, teorías de la conspiración, demonización de los oponentes, ataque sistemático a los medios de comunicación, a la ciencia y a todo el conocimiento que invoque una pericia especial, la incitación a la violencia y el odio para eliminar argumentos, la auto-glorificación del líder como único defensor confiable de las víctimas.

7. La política tradicional es el mejor aliado sin saberlo. Desde el momento en que la alternativa socialista desapareció del escenario político, la política perdió credibilidad como ejercicio de convicciones. Ese momento coincidió con el fortalecimiento del neoliberalismo como nueva versión del capitalismo. Esta versión, una de las más antisociales de la historia del capitalismo, provocó la destrucción o erosión de las políticas de protección social y de las clases medias donde existían, la creciente concentración de la riqueza y la aceleración de la crisis ecológica. Los valores liberales de la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad) fueron perdiendo sentido para la gran mayoría de la población, que se considera abandonada, marginada, sea cual sea el partido en el poder. Con el descrédito de los valores liberales, perdieron sentido las ideologías democráticas asociadas a ellos, como la convivencia pacífica, el respeto a los adversarios políticos, la moderación y contradicción en la argumentación, la rotación del poder, el acomodo y la negociación. Estos valores e ideologías, que siempre han correspondido a la experiencia práctica de solo una pequeña porción de la población, son ahora basura histórica que hay que barrer. El vacío de los valores permite tanto el desprecio por la verdad como la imposición de valores alternativos, como la prioridad de la familia, la jerarquía de razas, el nacionalismo étnico-religioso, el mito de la edad de oro, aunque el pasado haya sido, en realidad, de plomo. Este es el caldo de cultivo para la cultura de la polarización.

8. Polarizar, polarizar siempre. El centrismo político murió y solo la radicalización compensa. En las circunstancias actuales, la polarización siempre refuerza a la derecha y a la extrema derecha. La polarización ya no es entre izquierda y derecha. Es entre el sistema (deep state) y las mayorías desheredadas, entre el 1% y el 99%. Esta polarización fue intentada en los últimos años por la izquierda institucional y extrainstitucional, pero alguna de ellas acabó sometiéndose servilmente a las instituciones. Cuando se rebeló, fue neutralizado. Esto no le puede pasar al fascismo 2.0 porque sencillamente, lejos de estar en contra del 1%, es financiado por él. La polarización contra el 1% es meramente retórica y pretende disfrazar la verdadera polarización, entre la democracia y el fascismo 2.0, para que el fascismo prevalezca democráticamente.

La vieja derecha piensa que domestica a la extrema derecha, pero, de hecho, sucederá lo contrario. Un ejemplo portugués: el partido de centro derecha, PSD (Partido Social Demócrata), está dispuesto a asociarse con el partido Chega, de extrema derecha, «si este se modera». Respuesta inmediata del líder de Chega: no es Chega el que se va a moderar, es el PSD el que se va a radicalizar. En este caso, el aprendiz del fascismo 2.0 es el mejor profeta de la época. Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

                                                                                                                                                            Nov 17 2020

 

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*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial. Artículo enviado a Other News por el autor, el 16.11.2020.

 

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LA PANDEMIA, EL AUTORITARISMO IMPOTENTE Y LOS RIESGOS DEL CAOS por Jorge Ossona*

Con-Texto | 24 noviembre, 2020

Nuestra propia experiencia histórica acredita que coyunturas como las actuales atizan las tentaciones autoritarias. Sin embargo, su resultado sería esta vez bien diferente al mentado por lo sesudos ideólogos de nuevos contratos sociales y demás extravíos regeneracionistas. Rastreemos sus antecedentes históricos  comparando, primero, la pandemia con otros impactos mundiales semejantes, y luego ajustando el concepto de autoritarismo.

La Primera Guerra Mundial le confirió a nuestra democracia  de masas  inaugurada en 1912 un tono providencial que en el nuevo contexto no dejaba de incubar peligros. Quedaron circunscriptos a cierto desprecio por las instituciones de la Republica y a un ejecutivismo de contornos místicos. La crisis de 1930 fue mucho más allá: acabo mediante un putch cívico militar con el orden constitucional consolidado durante los setenta años anteriores generando una tensión durante los diez siguientes entre dos autoritarismos: uno republicano y otro corporativista en boga en buena parte de Europa. La Segunda Guerra barrió con ese dilema y genero una nueva  experiencia democrática que redujo a la Republica solo en las formas como concesión realista a los vencedores de la contienda. El ataque del 11S de 2001 acelero la crisis de la democracia inaugurada en 1983 y sentó las bases de un nuevo autoritarismo disimulado bajo los pliegos del restablecimiento de la institución presidencial horadada por el colapso de ese año fatídico.

 Llegados a este punto, deberíamos afinar un poco el concepto de autoritarismo. A lo largo de nuestra historia como nación moderna hubo un autoritarismo  fundacional de finalidades republicanas acordes al espíritu de nuestra Constitución luego de la larga dictadura rosista. Si hubo una coyuntura que amerita la idea de “proyecto” fue aquella cuya realización requería de una burocracia estatal fuerte y eficaz enolumnada detrás de un Poder Ejecutivo dotado de amplias facultades por momentos en tensión con espíritu republicano. Proyecto que requería de dos condiciones muy difíciles de lograr dada nuestra situación geopolítica y nuestra trayectoria desde el fin del virreinato: gente para forjar cuantitativamente una sociedad posible, capitales para movilizar nuestra riqueza potencial e insertarnos en las corrientes  comerciales de la revolución industrial, y un ideal nacional para los hijos de esos inmigrantes y a las propias poblaciones provinciales que no reconocían otra patria que su terruño local.

La idea empezó a materializarse durante las dos últimas décadas del siglo XIX  no sin trastornos como los devenidos en 1890 de cierta ignorancia para el sostén material de una burocracia densa y organizada según el sistema federal de gobierno: la triple disciplina fiscal, monetaria y financiera. Esos aprendizajes reforzaron la conciencia de que si bien el edificio nacional estaba cobrando cimientos sólidos, era tanto lo que restaba por hacer que el protagonismo ejecutivista y su matiz autoritaria debían continuar de la mano de un funcionariado ilustrado. No obstante, la propia movilización ciudadana  suscitó una demanda de perfeccionamiento democrático de las practicas electorales que luego de dos décadas de discusiones se plasmó en la sanción de  la Ley Sáenz Peña de 1912. Con el acceso del radicalismo al gobierno cuatro años más tarde en plena  guerra mundial comenzó un ciclo democrático  que concluiría con el derrocamiento del peronismo en 1955. Durante su transcurso, se libró una batalla entre dos  vertientes autoritarias: una plebiscitaria  de vocación corporativista, y otra republicana reticente a la democracia prescripta por la Ley de 1912.

De ese juego de empates y desempates nació el largo interregno comprendido entre 1955 y 1983. Una saga cuyas consecuencias fatales ni los sinceros aunque tardíos reconocimientos recíprocos de sus dirigentes más veteranos pudieron detener: la violencia como ideología, más allá de sus inspiraciones doctrinarias. Durante su transcurso también se fueron marchitando los últimos estertores de desarrollo material y social de nuestro proyecto primigenio. La democracia estrenada en 1983 se edificó sobre una sociedad que había perdido su consistencia inclusiva y el desmoronamiento de la sólida y ejecutiva burocracia estatal que tan eficazmente dio respuestas a las sucesivas coyunturas desde mediados del siglo XIX. De ahí, el curso anomico de nuestras bases materiales sumidas en el estancamiento.

Su impacto sobre la novel democracia habría de mellar a la Republica aunque por razones diferentes a aquellas de nuestra construcción nacional. La crisis económica crónica requirió de sucesivas leyes de emergencia plasmadas en un autoritarismo fofo e incompetente para cimentar una normalidad perdurable eincapaz de dirigir ningún proceso colectivo de fuste. Sus causas estriban en la colonización facciosa de su maquinaria estatal  por intereses parasitarios entre los que se destacan los de una corporación política proclive a enmascarar sus intereses facciosos con los de un “pueblo” imaginario.

 La Argentina  actual constituye un ejemplo concluyente de la “ley de hierro de las oligarquías” de Robert Mitchell. Así lo exhiben impúdicamente términos consignas como “ir por todo”. “Todo” que aspira a terminar de colonizar el vértice de la esfera pública: el Estado y sus instituciones representativas. Dadas nuestras condiciones materiales y sociales, la consigna incuba el ideal social de un dominio hegemónico por una clase dominante de dinastías multimillonarias enriquecidas merced a las mieles del erario público que cínicamente declama representar a “los que menos tienen”.  

Dados todos estos antecedentes, no es difícil advertir que la  tentación autoritaria esta ahí. Tanto como el límite de la impotencia de nuestra clase dirigente a raíz de la decadencia de su propia burocracia publica colonizada por sus intereses caquistocraticos contrarios al saber y al mérito.  Baste como ejemplo el hecho de que se haya tenido que recurrir a un equipo de sanitaristas por fuera de un Estado que hasta hace algunas décadas era una cantera de funcionarios que constituían un modelo en la materia para toda la región.

El peligro seguir apretando el pie en el acelerado de esa pulsión con su saga de enemigos y de batallas imaginarias será entonces menos la imposición de un orden vertical impracticable por carencia de personal y mala praxis de funcionarios ineptos, que el despliegue de sus luchas facciosas.  En medio de una inflación indomable y de una depresión sin precedentes de  aquella de 1929-30 con su corolario de empresas quebradas o en fuga, y de trabajadores desocupados que  atizaran niveles de pobreza e indigencia aún mayores que en 2001 y 2002. Todo lo contrario a recomponer el flujo de inversiones interrumpidas hace décadas con su secuela de un estancamiento  en el que estamos empantanados hace casi medio siglo por desaprender el legado de 1890.

La grand finale de una clase dirigente incapaz de gestionar  la traba histórica de nuestra particular estructura económica y social y de su inserción en el mundo. Su responsabilidad no recaerá solo en los reflejos unanimistas de oficialismo loteado entre bandos en pugna  sino también en una oposición a la defensiva y fragmentada que no acierta en proveer a la ciudadanía libre lo que el gobierno carece: un discurso propositivo en sustitución de su relato providencial y de un programa de políticas que supongan el punto de partida de una idea de país  posible de país para las próximas generaciones de argentinos.

*Miembro el Club Político Argentino

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TODO, O CASI, A LA DERECHA por Carlos Gabetta*

Con-Texto | 14 noviembre, 2020

Fuente Diario Perfil

Las expectativas sobre las medidas del presidente electo Joe Biden

Respecto al resultado de las elecciones estadounidenses, se puede acudir a la fácil disyuntiva del vaso medio lleno o medio vacío y su conclusión: el vaso está por la mitad. Y aunque la victoria de Joe Biden sobre Donald Trump fue amplia y clara, también puede decirse que la sociedad estadounidense está partida al medio, ya que en política las cifras cuentan relativamente, sobre todo cuando un derrotado candidato de extrema derecha obtuvo más votos que nunca, como en este caso. Acerca de Trump pueden decirse y se han dicho muchas cosas, incluso que está algo loco  (https://bit.ly/perfil-gabetta-donald), pero el dato que importa es que lo votó casi medio electorado de la primera potencia mundial (grosso modo, 71 millones, contra 74 millones a Biden), en unas elecciones con concurrencia récord

No se trata aquí de la negativa de Trump a reconocer el resultado electoral, ya que todo parece indicar, al menos hasta hoy, que no tendrá efectos concretos. Este domingo, el expresidente republicano George Bush felicitó a Biden por “su victoria en una lección honesta, con un veredicto claro” (Le Monde, París, 8-11-20), actitud que también han asumido otros republicanos y la mayoría de los medios de comunicación, además de muchos dirigentes mundiales de diversa orientación política. No obstante, algunos dirigentes, como el presidente mexicano Manuel López Obrador, o medios como la cadena CNN, prefieren aguardar la confirmación del Colegio Electoral de Estados Unidos, aunque dan por sentada la victoria de Biden.

De lo que se trata pues es del auge de la extrema derecha estadounidense, aunque por supuesto no son de ese “palo” todos, quizás siquiera la mayoría, de los que han votado por Trump: “(…) se han visto en Michigan milicias armadas hasta los dientes, las mismas que hace poco habían complotado para secuestrar y ‘juzgar’ a la gobernadora demócrata de ese Estado, hasta que el FBI la puso en custodia” (Le Monde, ibid). Eventos que se han repetido en muchas ciudades y Estados y que anuncian una transición complicada. Por no hablar del auge de la extrema derecha, o de caudillismos populistas que siempre acaban en eso, en casi todo el mundo. Solo en Europa, “fuerzas en su mayor parte de derecha o extrema derecha, arañan o superan el 10% en 22 países, incluso escandinavos (…); superan el 20% en Bélgica, Letonia, Lituania y Suiza y se sitúan por encima del 30% en Hungría, Italia, Polonia, Checoslovaquia y Eslovaquia (…); monopolizan el poder en Hungría y Polonia  y participan en coaliciones de derechas en Italia, Checoslovaquia, Bulgaria, Lituania y Estonia (Dominique Vidal y varios autores: “Los nacionalistas al asalto de Europa” L’Harmattan, París, 2020).

En fin, un panorama complejo en el que nada puede darse hoy por seguro, salvo que el futuro es amenazador para las democracias, el orden y la paz mundial. En Estados Unidos, que jugará un rol primordial en este proceso, el próximo presidente no será precisamente un socialdemócrata, aunque comparado con Trump, que lo acusa de “socialista” y hasta de comunista, lo parece. Biden tiene una experiencia de décadas en la administración pública (fue senador y vicepresidente entre otros cargos) y aunque tanto durante la campaña como al conocerse el resultado asumió una inteligente y sincera postura de unidad nacional y prometió retornar a la política internacional de Barak Obama, la oposición interna no le hará fácil la tarea

Biden tiene además numerosos antecedentes que lo ubican en el centro derecha, detallados en numerosos análisis (bit.ly/elecciones-estados-unidos-biden) y hacia los que se inclina la mayor parte del Partido Demócrata, aunque un sector socialdemócrata, liderado por Bernie Sanders, ha ganado un gran terreno en las últimas dos décadas, lo que resulta una promisoria novedad en ese país. “El pasado ha muerto y el presente es fugaz. Sólo el futuro nos pertenece”, según Nicolás Repetto. La pregunta de siempre, de hoy sobre todo, es cómo será ese futuro.

*Ensayista y escritor.

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EL CICLO PERONISTA DEL KIRCHNERISMO por Luis Alberto Romero*

Con-Texto | 14 noviembre, 2020

Fuente : Los Andes, 25 de octubre y 8 de noviembre de 2020

Peronismo: ¿Hora de renovar el liderazgo?

A setenta y cinco años de su nacimiento, el peronismo está en una encrucijada. Es cierto que las condiciones del país son poco propicias para su estilo de gobierno. Pero el principal problema es que no tiene un líder definido, algo grave para un  movimiento en cuyo ADN está la conducción. ¿Donde está hoy el jefe que conduzca a todo el pueblo peronista a la victoria y lo mantenga en el poder?

Ocurre que algo está llegando a su fin. No el peronismo, al que -con Borges- juzgo tan eterno como el agua y el aire. La que está amenazada es su actual franquicia, a la que no se si llamar kirchnerista o cristinista.

Una de las razones de la larga y exitosa supervivencia del peronismo ha sido su capacidad para adecuarse a las diversas circunstancias de un país que ha cambiado enormemente desde 1945, y ofrecer en cada caso una propuesta triunfadora. Los peronistas no han dudado en cambiar lo que sea necesario para mantener su marca en el tope, invistiendo en cada caso al conductor adecuado.

En 1945 Perón fundó la marca, la condujo exitosamente y le imprimió un sello indeleble. Después de 1955, con un líder en el exilio, los sindicalistas y los montoneros libraron una guerra por la franquicia peronista, que terminó catastróficamente. En 1983 la vuelta a la democracia tomó mal parado al peronismo, que sufrió una derrota electoral inédita, pero en 1989 ya habían dominado los secretos de la política democrática. Entonces Carlos Menem encabezó una nueva franquicia, con propuestas audaces que funcionaron durante una década.

A la salida de la crisis de 2001, Néstor Kirchner se hizo cargo de la franquicia: reconstruyó laboriosamente el centro del poder, amplió las bases del peronismo y gracias a la soja retomó la política populista. Un elemento clave fue el novedoso discurso político, el relato, de gran eficacia para cohesionar un movimiento con muchos recién llegados.

Cuando Cristina Kirchner recibió la franquicia las cosas empezaron a cambiar. El estilo de conducción se hizo más tosco y prepotente, y el discurso más confrontativo y agonal. Atrajo a nuevas capas generacionales pero también sembró dudas en el peronismo más tradicional, acentuadas por las derrotas electorales de 2013 y 2015.

La franquicia -que ya podría denominarse “cristinista”- se mantuvo firme en la “resistencia” al gobierno de Macri, pese a que la jefa era acosada por la justicia y se esbozaban liderazgos alternativos. Respaldada por un discurso revigorizado con la premisa “Macri es la dictadura”, pudo aglutinar todas las críticas y obstaculizar exitosamente al gobierno.

En 2019 el peronismo volvió al poder, transfigurado en el Frente de Todos, una exitosa jugada electoral que reunió la franquicia kirchnerista y el resto de los sectores peronistas, sin dejar claro cómo convivirían el presidente y su vicepresidente y socio mayoritario.

El gobierno de A. Fernández afronta una aguda crisis económica, agravada por la pandemia pero sobre todo por la incertidumbre acerca de quién está gobernando efectivamente.

Cristina marca errores y veta alternativas pero no está realmente a cargo, no se preocupa de cohesionar el frente interno, donde afloran las disidencias.

Concentrada en sus problemas judiciales, explora atajos que aumentan la inseguridad jurídica. Los militantes de la Cámpora, que la obedecen, se ocupan más de expandir su poder que de dar coherencia a la gestión. Los defensores de derechos varios -la igualdad de género, el acceso a la tierra, las comunidades aborígenes-, agrupados bajo el paraguas kirchnerista, también salen a ocupar posiciones.

El kirchnerismo controla el poder pero no fija un rumbo ni tiene una táctica, salvo la repetición de sus mantras discursivos, que comienzan a desgastarse.

Ya son muchos los peronistas que advierten que la franquicia ha perdido eficacia y que su jefa virtual los está conduciendo a un estrepitoso fracaso. En suma, el peronismo hoy no tiene conducción.

Visto en perspectiva, parece indudable que la renovación de la franquicia es inevitable. Pero esta visión no nos dice nada sobre cuándo y cómo ocurrirá.

En el peronismo hay indicios de preocupación y se oyen “sordos ruidos”. Pero allí el poder de Cristina hoy es enorme, en parte por su extenso círculo de fieles pero sobre todo -lo señaló V. Palermo- por su extrema audacia, entre egoísta e inconsciente, en el “juego de la gallina”.

Entre los peronistas el temor a “quedar en orsai” es por ahora mayor que su preocupación por el destino del movimiento. Para un ajeno no es fácil interpretar la lógica de sus realineamientos. Solo ellos pueden explicarlo.

 

¿Es peronista el kirchnerismo?

¿Cuál es la relación entre el kirchnerismo y el peronismo? Son conocidas las opiniones poco favorables de Cristina Kirchner sobre Perón y el PJ. Pero a la vez, el kircherismo suele presentarse como la “fase superior del peronismo”.

La frase podría haber sido dicha por Menem, Firmenich o Vandor. Cada uno, es su momento, se propuso llevar al movimiento hacia nuevos horizontes, sin desprenderse del viejo tronco, todavía generoso en savia.

Cada uno fue el licenciatario de una marca bien instalada en el mercado, el gestor de una franquicia que funcionó durante un tiempo, luego se agotó y fue remplazada por otra.

Las “reformas por cambio de firma”, iniciadas en 2003, le permitieron a Néstor Kirchner superar su debilidad inicial. Aprovechando la fluidez reinante en el campo político, fue ampliando sus bases. Pronto captó al “setentismo” peronista. Hizo acuerdos pragmáticos con la mayoría de las organizaciones piqueteras. Sorpresivamente, convocó a las organizaciones de derechos humanos, las subió al palco y asumió sus reivindicaciones y su discurso. Más tarde se fueron sumando los defensores de “nuevos derechos” -los pueblos originarios, los homosexuales…- que encontraron allí un paraguas político.

Sobre esas bases, se produjo un trasvasamiento gradual desde el campo “de izquierda” o “progresista”, que incluyó la incorporación en bloque del casi disuelto partido Comunista. Fracasó en cambio la operación más audaz: captar al radicalismo.

¿Que tiene el kirchnerismo para atraer a sectores tan diversos? Pasar de los márgenes al centro del poder ya es una razón importante, sobre todo si se simpatiza con el estilo de gobierno. El kirchnerista es una variación menor del estilo peronista básico: liderazgo decisionista, legitimación plebiscitaria, rechazo de la tradición republicana y anti liberalismo.

Su práctica fue eficaz. Construyó en el conurbano bonaerense  una base electoral dependiente del Estado. Controló a los gobiernos provinciales regulando las partidas presupuestarias, pero les dejó libre acción en el plano local. Suprimió todo control o limitación administrativo o judicial.

En suma, un poder muy fuerte, con mucho para dar. Pero todo eso sería insuficiente sin el “relato”. Se trata de una construcción admirable, en la que cada uno de este multifacético frente puede reconocerse: Juana Azurduy, por ejemplo, es mujer, mestiza, latinoamericana y guerrillera.

A lo Carl Schmitt, el relato divide categóricamente el campo: el otro es la “oligarquía”, una y varias. Sobre esta antinomia se construye la épica agonal, que masajea los sentimientos de quienes se unen al triunfante carrusel. No es fácil resistir la tentación de sumarse.

El relato interpela muy eficazmente a los jóvenes de la clase media educada, que conocen el setentismo y la dictadura por los relatos, no tienen vivencias de la democracia de 1983 pero  además suponen, como sus padres y abuelos, que la educación y la capacidad son premiadas con el éxito laboral.

Hoy esas posibilidades son mínimas y se concentran en el empleo estatal. Para obtenerlo, más que el mérito importan los amigos políticos. ¿Por qué no adherir a un relato que, además de la utilidad, colma sus necesidades de ideales y de enemigos a batir en simbólicas gestas heroicas?

Un grupo específico son los jóvenes de la Cámpora. Son parte de la clase política construida desde 1983, tan profesionalizada como flexible en materia de ideario. En la Cámpora esto es extremo: entre el discurso declamado y el puesto político obtenido no media ni la discusión ni la reflexión. Son puros ejecutores de una estrategia ajena, que colma sus aspiraciones profesionales e imaginarias. 

Para los viejos peronistas, obligados hoy a encolumnarse disciplinadamente, las cosas no son fáciles. Ven al sindicalismo radiado por las organizaciones sociales, a los políticos del PJ arrinconados por los jóvenes camporistas, y a los varones por las mujeres y los géneros diversos.

Las ideas radicales les sientan mal. Muchos de ellos elegirían hoy una convivencia más amable con sus adversarios opositores. Pero Cristina y los suyos, en principio dueños de los votos ganadores, les inspiran un terror paralizante.

Hoy, cada grupo tiene una porción del poder político, desde donde trata de ganar posiciones. Una secretaría de Vivienda impulsa tomas de tierra; el Inadi alienta a los mapuches y el ministerio de las Mujeres obtiene un presupuesto que envidia el Conicet. Cristina habla poco pero tiene fija la mirada en la víctima elegida: la justicia.

Si le agregamos las limitaciones del presidente y de su equipo, la impresión es que el liderazgo actual no asegura la unidad de un movimiento usualmente heterogéneo pero disciplinado. Parece claro que, mientras el país camina por la cornisa, la franquicia está agotándose.

*Historiador

 

 

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