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LA LLEGADA ES SÓLO EL COMIENZO por Ernestina Gamas*

| 31 octubre, 2015

La democracia que se inventó en Grecia tuvo el propósito fundamental  de permitir la vida en libertad por oposición a vivir bajo una dictadura. En su forma moderna  es un sistema político formal  donde se puede vivir en libertad porque el poder está dividido y porque existen los mecanismos de control para evitar excesos. También es una sistema donde debe imperar la ley. Aunque la democracia es una constante duda que las tiranías no tienen.

 El acto electoral es sólo el principio para legitimar a quienes van a dirigir los intereses de todos y que  impidan que los de unos pocos o los de las mayorías prevalezcan por encima de  los  de cada uno de  los que  integran  una sociedad. Esta legitimidad de origen es imprescindible para habilitar  a quienes van a administrar   las contradicciones que tensan la convivencia y para mediar  según las reglas entre las distintas tendencias que conducen a la discordia.

Hemos  pasado recién  la primera etapa de este acto y el resultado sorprendió a ganadores y a perdedores. A elegidos y a electores.  No se trata en este momento de confrontar posturas  irresponsablemente exitistas o irremediablemente pesimistas. Sí,  se trata ahora de afrontar una actitud cauta y  de no bajar los brazos.

Los integrantes del gobierno  están atemorizados. Lo que se juega es su futuro en libertad,  como consecuencia de  la ceguera de la ley  o la posibilidad de que en algún momento jueces y fiscales apunten su mirada para denunciar y juzgar los flagrantes atropellos que habilitó el “vamos por todo”. La falsa dicotomía entre  público y privado enmascaró una  guerra contra el patrimonio moral de la ciudadanía, mientras se  vaciaban arcas públicas en beneficio de arcas  privadas. El torreón donde se enarbolaba  la bandera de “lo nacional” para defendernos del ataque extranjerizante, sólo ocultaba los túneles por donde se escapaban las cuantiosas ganancias de coimas, sobre precios en obra pública y beneficios de negocios ilegales.  

Sólo estamos a mitad de camino. El acto electoral no ha sido totalmente consumado. Su miedo puede producir desastres y  la disgregación  de la tenue luz que algunos estamos esperanzados en  vislumbrar  y  que todos tenemos obligación de resguardar. La pregunta de la convocatoria final a las urnas es si se quiere seguir viviendo en democracia y si sabemos qué es lo que esto significa.

Si consideramos que la democracia es riesgo, tenemos que saber que no sólo basta la legitimidad de origen sino después, durante el ejercicio de los mandatos, tiene que construirse la legitimidad de ejercicio. De otra manera la democracia estará incompleta.  El camino que sigue no será fácil y al concluir el acto electoral sólo se habrá llegado al principio de una ruta minada por una cultura en descomposición y a la que hay que ayudar a reconstruir con valores y reglas que se cumplan  y que llenen la democracia de contenido.

La tarea es de todos ya que sería muy perjudicial ampararnos en el pensamiento mágico que ante el primer problema,  sólo conoce la demanda,  sin esfuerzo ni sacrificio personal.

Es una tarea de respeto a un orden jerárquico ganado por mérito. Es tarea de los intelectuales, de los que enseñan y de los que van a aprender, de jefes y de subordinados: preservar un clima de libertad  para empezar a ejercitar una conducta de no agresión.

 Con-texto colabora a continuación con la publicación de artículos que fueron escritos inmediatamente antes de las elecciones y de otros escritos después.

Parece importante leer el análisis de ambos momentos, de distintas visiones  y llegar a esta segunda etapa que sólo conduce al comienzo, con una mirada crítica que ayude a continuar un camino fuera de todo relato. Un camino duro de realidad

                                                                                  31 de octubre de 2015

*Directora de con-texto

NO BAJAR LA GUARDIA por Alberto Medina Méndez

http://www.con-texto.com.ar/?p=1835

POTENTE RUGIDO DE LA ARGENTINA MODERNA  por Ricardo Lafferriere

http://www.con-texto.com.ar/?p=1830

         

LA TENTACIÓN DE LA SOLEDAD  por Antonio Camou

http://www.con-texto.com.ar/?p=1828

LA MISIÓN DEL DÍA DESPUÉS por Alberto Medina Méndez

http://www.con-texto.com.ar/?p=1825

CLAVES PARA ENTENDER LAS PRÓXIMAS ELECCIONES EN LA ARGENTINA por Roberto Cortés Conde

http://www.con-texto.com.ar/?p=1823

NUEVA BIOGRAFÍA SOBRE LEANDRO N. ALEM por Fabiana Mastrangelo

http://www.con-texto.com.ar/?p=1820

LOS DETALLES DEL DIABLO por Antonio Camou

http://www.con-texto.com.ar/?p=1818

LA ILUSIÓN MÍTICA DEL 2015 por Francisco M. Goyogana

http://www.con-texto.com.ar/?p=1813

 

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POTENTE RUGIDO DE LA ARGENTINA MODERNA por Ricardo Lafferriere*

| 31 octubre, 2015

Publicado en SENTAKU el 26 de octubre de 2015

“Atlántica”, supo calificarla Daniel Larriqueta, para diferenciarla de su versión “tucumanesa”. “Liberal”, se le dijo después para cotejarla con la conservadora. “Socialdemócrata” o “progresista”, fue la enunciación más acotada de los últimos años para enfrentarla a la “autoritaria”, “nacionalista” y aún a la presuntamente “neoliberal”. Cualquiera sea la nomenclatura –siempre de bordes difusos y nunca exacta- sus notas características son parecidas.

 

Es la Argentina del litoral y la pampa gringa, de los inmigrantes y la Capital Federal, de los emprendedores y la educación, en suma, de las grandes clases medias que hicieron el país moderno al imbricarse con los gérmenes revolucionarios de los padres fundadores criollos. Giran alrededor de la ley, el ciudadano, el estado de derecho, el pluralismo, la tolerancia, la solidaridad voluntaria, la apertura al mundo.

 

Ese país convive con su karma: la herencia colonial del poder autoritario. Es el que trae los ecos de la colonización temprana, la que resultó de la simbiosis entre las culturas precolombinas y los reinos medioevales europeos. Esos ecos acercan la tendencia al poder sin límites, a la decisión del que manda como superior a la ley misma, a la construcción clientelar, a la intolerancia ante la discrepancia, a la idea de que el poder no puede ser plural sino homogéneo, a la búsqueda de la unanimidad aceptada o forzada.

Ambas forman el país que tenemos. Tienen obvias imbricaciones recíprocas y no se presentan en “estado puro”, justamente porque están condenadas a convivir, condena que configura tal vez el dato más fuerte de la identidad argentina. El gran desafío, que no ha podido resolverse exitosamente en dos siglos, es su articulación virtuosa. Esa convivencia, sin embargo, es la que obliga –a ambas- a renunciar a sus aristas más cortantes.

La elección del domingo significó el bramido de la Argentina atlántica, ante los reiterados desbordes de quienes llegaron con la crisis de cambio de siglo, que ante la sensación de caos reclamaba reconstruir el poder. Las tendencias autoritarias no tardaron en hacer corto-circuito con el país moderno. Su primer choque tectónico se dio en el 2008, con la rebelión del campo. Fue en ese instante que el país moderno notificó a la Argentina vieja que su poder tenía límites que no permitiría sobrepasar. También anunció a sus propias representaciones políticas la necesidad de ponerse en línea con su identidad.

Durante el siglo XX, la Argentina atlántica encontró su canal de expresión en el radicalismo, que desde Yrigoyen adquirió la virtud de imbricar en su seno ambas vertientes fundacionales. En los últimos años, sin embargo, la irrefrenable obsesión del viejo partido en abrazar una identidad ideológica de impronta europea –sin advertir que ese camino había sido ensayado sin éxito durante varias décadas por el socialismo- lo llevó a dejar libre ese espacio de representación política, que fue detectado inteligentemente por el PRO. 

Desde su original característica vecinalista fue transformando su imagen en la de un partido nacional. Consolidó su representación capitalina –donde reemplazó el vacío político dejado por el radicalismo, al que los ciudadanos porteños habían convertido tantas veces en su canal de expresión claramente mayoritaria-, y se expandió hacia las regiones más caracterizadas de la Argentina atlántica.

El interior de la provincia de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza, Santa Fe, Entre Ríos, se fueron sumando así al fuerte enraizamiento porteño. Su base social era la misma, la que el radicalismo había abandonado tras su decisión de limitar su mensaje al sólo testimonio de su nueva buscada identidad, la que carecía de carnadura social en el país. Y hasta implantó presencia en el conurbano, región que para el radicalismo se había convertido en inaccesible. La sociedad, que requiere un juego político de mayorías y relevos, construyó su propia alternativa.

Gualeguaychú –anécdotas aparte- significa el comienzo de un retorno radical a sus fuentes históricas, no ya por el resultado, sino por el propio debate. Las dos posiciones que allí compitieron implicaron ambas regresar a la identidad de un partido funcional al equilibrio virtuoso de la democracia de alternancias. Ese debate debió condicionarse, sin embargo, a una realidad dura: ya había dejado de ser la fuerza más importante de referencia de los sectores medios. No estaba en condiciones de imponer más condiciones que las que puso.

Posiblemente la alternativa de tender puentes ampliados a la recuperación de las clases medias de origen peronista hastiadas de las deformaciones del poder absoluto hubiera facilitado el camino. O tal vez no. La historia contrafáctica es indemostrable. Pero eso lo hubiera podido hacer cuatro años antes, cuando a partir del “voto de Cobos” había recuperado una clara visibilidad nacional, y cuando el PRO aún no había profundizado su expansión territorial. 

Lo dijimos en su momento: 2011, 2012, 2013. El radicalismo debía asumirse como la columna vertebral de la alianza alternativa al populismo autoritario, abriendo sus brazos en una convocatoria que llegara desde el PRO hasta el socialismo. Pero perdió lastimosamente tres años en una aventura sin destino, mientras sus votantes naturales buscaban otras referencias en las que reflejarse. Dio –por así decirse- tres años de ventaja. Y cuando decidió hacerlo, llegó débil.

Así llegamos a hoy. La Argentina Atlántica, abierta y tolerante, emprendedora y ciudadana, la del estado de derecho y la honestidad, la de la ley y los jueces independientes, la de la libertad de prensa y la inclusión social sin clientelismo, encontró su expresión política en Cambiemos. Puede ganar o perder, pero está claro que lo ya logrado es trascendente: darle a la política Argentina el equilibrio de una fuerza equiparable a la de la Argentina vieja. No sólo eso: recuperó el control de los espacios más importantes del país productivo: la provincia de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, Mendoza, la Capital Federal, avanzó claramente en Entre Ríos y la Patagonia y puso su “pica en Flandes” en el extremo norte el país, mostrando el incontestable resultado exitoso de una alianza más amplia.

Lo que falta es tan complicado como lo que se recorrió, porque hay una afirmación que debe reiterarse: ahora es Cambiemos el que debe recordar que el país tiene dos “mitades” y no olvidarlo, como lo hizo el kirchnerismo al frente de la Argentina vieja. En su aventura, la herencia “K” deja un poder reconstruido –lo que es positivo, luego del derrumbe político del cambio de siglo-, pero sobre bases deformes, porque ignoró ese dato fuerte de la identidad nacional que en lugar de procesar, se dedicó a utilizar en forma aparcera, clientelar, patrimonialista. Inmoral.

Unidad nacional. La venimos buscando desde Urquiza. Que digo, desde la Revolución de Mayo. Quiera Dios iluminar el patriotismo de los grandes protagonistas y les de sabiduría para acordar –Macri, Scioli, Massa, el radicalismo, el peronismo, el socialismo pero también las fuerzas minoritarias- las bases sólidas de un acuerdo de características neo-constituyentes sobre el que edificar una etapa de convivencia y crecimiento que dure décadas.

El otro camino, el de ceder a los “halcones” de sus respectivas formaciones, simplemente reciclará la historia y potenciará la decadencia, aunque en el presente parezca más tentador.

*Abogado, legislador, diplomático, escritor, docente, consultor

 

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LA TENTACIÓN DE LA SOLEDAD por Antonio Camou*

| 29 octubre, 2015

Nunca ha sido fácil distinguir el “éxito” de un resultado político respecto de la “adecuada” (o inadecuada) estrategia para lograrlo. Prestar alguna atención al asunto puede parecer ocioso al exitista (lo único que importa es ganar), e incluso molesto al triunfador. Pero vale la pena detenerse en el asunto para elaborar algunas reflexiones que tal vez sirvan a la hora de enfrentar los arduos desafíos por venir.  Dicho mal y pronto la imperfecta pregunta se deja escribir así: ¿Fue adecuada la estrategia política de Cambiemos (básicamente Macri más el sector liderado por Sanz de la UCR) de “ir solos, mejor que mal acompañados”?

La pregunta se recorta sobre el telón de fondo de la “tesis del error”: no haber hecho una coalición con ciertos sectores del peronismo (Massa), al menos en la provincia de Buenos Aires, fue una equivocación estratégica. No sólo para acrecentar las chances electorales del espacio, sino sobre todo por la capacidad de generar condiciones de gobernabilidad a futuro (tanto a nivel nacional como –sobre todo- a nivel provincial), y en tal sentido, incidir activamente en la definición de un nuevo eje de poder justicialista (en contra del kirchnerismo).

De acuerdo con esta posición, entre la Convención radical de Entre Ríos y la presentación de las alianzas electorales a principios de junio, Macri debía elegir entre dos males: o bien compartir poder con un ambicioso aunque debilitado sector del peronismo provincial, o bien avanzar en solitario (sin sumar aliados peronistas anti-K), arriesgándose a perder la provincia a manos de un enemigo kirchnerista. La decisión era extremadamente compleja y sus consecuencias bastante inciertas, pero al no acordar con un aminorado Massa en ese momento, continúa diciendo la tesis, se arriesgó a perderlo todo.

Sin duda, no pactar con Massa pudo ser producto de una respetable e indiscutida   valoración política (“no es confiable y nos traicionará en cuanto pueda”; “es incompatible con otros miembros de nuestra coalición que preferimos priorizar”, “queremos construir una coalición republicana y progresista, por lo tanto, los intendentes massistas no tienen nada que hacer aquí”, etc.). Pero más bien parece haber sido el resultado de un análisis político de corte electoral con bases algo más frágiles: por un lado, se pensó que el caudal de votos de Massa se iría diluyendo con el tiempo, en una parte menor a favor de Scioli y en una parte mayoritaria a favor de Macri; por otro lado, se creyó que Massa no tendría capacidad política para sostener la polarización que lo terminaría condenando a la insignificancia.

Con el diario del lunes en la mano, la cuestión es hoy “abstracta” –como dijeran los juristas- pero no el modo de resolverla, porque la forma de resolución encierra rasgos de un modelo de toma de decisiones que vale la pena indagar a futuro: ¿Fue la tesis de “ir solos” (con la UCR) la que convenció a Macri, o Macri la eligió porque se ajustaba mejor a sus preferencias ya definidas, a su modo de hacer política? ¿La decisión fue pensada desde el Pro o la organización siguió los dictados de la mesa chica del jefe? ¿Qué participación tuvieron los otros socios (UCR, Carrió) en la definición de la estrategia? ¿Primó más la valoración que el análisis, o una combinación de ambas cosas? ¿Las relaciones personales entre los dirigentes tuvieron un papel decisivo? 

Como contrapartida, podría decirse que la lectura adecuada de Macri fue elegir a María Eugenia Vidal como su candidata en la provincia (dicho sea de paso, aquí corrigió sobre la marcha un significativo error: una primera fórmula exclusivamente integrada por cuadros capitalinos del Pro fue reemplazada por otra donde le daba cabida a un veterano dirigente bonaerense de la UCR). Apostó a una figura joven, nueva para el gran público pero con experiencia de gestión, y que con enorme entrega recorrió la provincia de punta a punta, poniéndole el cuerpo sin desmayo a una elección casi imposible, que lucía perdida de antemano. Sin embargo, aunque la realidad no admite contrafácticos, el análisis los requiere para aprender del camino recorrido y mirar hacia adelante: ¿Si el contrincante hubiera sido Florencio Randazzo (lo que era lógico y fue una desconcertante sorpresa –para todos y todas- su abdicación), se hubiera mantenido el resultado que tuvimos el último domingo? ¿Y si en las PASO hubiera ganado Julián Domínguez (un candidato sin muchas luces pero con cara de buen hombre de familia, aceptado en general en el territorio,  no del todo ineficiente como gestor, con una relación aceptable con el campo, bendecido por la Iglesia, etc.), no hubieran mejorado las chances presidenciales del candidato del FpV?

Es cierto que M.E. Vidal tuvo más votos que Scioli (39,49 para la gobernación sobre 37,13 que obtuvo el ex-motonauta), pero aquí la indagación retrospectiva se vuelve más vidriosa ya que es necesario separar, al menos, tres fenómenos diferentes: a) la buena campaña de Cambiemos (las dos veces que –estando en el poder- el peronismo bonaerense perdió con alguien, lo hizo con una mujer que no provenía del territorio…); b) el efecto de voto castigo al pésimo gobierno de Scioli, reconocido incluso por muchos de sus propios y desganados adherentes, que le impuso un techo casi inamovible; c) el espanto de la ciudadanía independiente ante la candidatura de Aníbal Fernández (y el rechazo al interior del peronismo bonaerense de la figura de Sabbatella), que no sólo promovió el corte de boleta, sino que posiblemente contaminó la papeleta entera del FpV, motivando la fuga a otro espacio.

Podrían agregarse otras preguntas y cuestiones al análisis, pero lo central pasa ahora por poner en perspectiva de futuro la tesis de “ir solos, acompañados por la UCR (y Carrió), pero no mal acompañados por el peronismo anti-K”. Ciertamente, el juego de gobernar es muy diferente al de ganar elecciones, pero ciertas modalidades –tanto organizacionales como personales- de toma de decisiones suelen subyacer a ambos.

Aún a la espera del balotaje, los resultados del 25 de octubre abren desde ahora una “ventana de oportunidad” para reequilibrar el sistema político argentino, que venía tambaleándose desde mediados de los ’90 y que explotó con la crisis del  2001, a través de dotar de competitividad al sistema de partidos. Mucho dependerá de la capacidad dirigencial de Cambiemos para pensarse “hacia adentro” como una fuerza nueva, fruto de una convergencia de historias, culturas políticas y proyectos distintos, pero que hoy deben compartir esfuerzos, decisiones y resultados con todos sus integrantes, al modelo de la coalición chilena, de la que mucho se puede aprender. El desafío “hacia afuera” será inicialmente su capacidad de diálogo para forjar acuerdos de gobierno con el peronismo no kirchnerista. 

En ausencia de reglas, tradiciones o diseños prefijados, las malas experiencias del pasado reciente y los imprescindibles vínculos de confianza entre los principales dirigentes del nuevo espacio, pueden convertirse en la clave de bóveda de una renovada arquitectura política. Como contracara, la propensión a “cortarse solos” –comprensible en algunos que consideran que el triunfo es mayormente propio, o que desconfían de socios recientes- puede ser un lastre gravoso ante los difíciles tiempos por venir.

La tentación de la soledad puede ser letal no sólo para el futuro de Cambiemos, sino también para la gobernabilidad democrática de nuestro país.

 

                                                           La Plata, 29 de octubre de 2015.

* Sociólogo (UNLP – UdeSA). Miembro del Club Político Argentino.

 

 

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LA MISIÓN DEL DÍA DESPUÉS por Alberto Medina Méndez*

| 24 octubre, 2015

 

El clima electoral suele nublar la visión y distorsionarlo todo. A algunos los inunda la euforia de ese posible triunfo y los entusiasma en demasía. Otros luchan contra su propia impotencia. Se esmeraron mucho para romper con la inercia de la continuidad, pero casi todas las señales afirman lo opuesto.

Es saludable comprender que un proceso electoral es solo una instancia de la democracia moderna, pero no necesariamente la más relevante. Claro que el resultado importa y establece cierto sesgo que inclina la balanza hacia alguna parte, pero no es lo más determinante.

La manifestación expresa de la voluntad popular es solo una fotografía del instante en el que se deciden quienes serán los que tendrán la responsabilidad de administrar la representatividad de una comunidad. Lo que verdaderamente muestra el camino a recorrer es la actitud cotidiana de la sociedad.

El modo en el que transcurrirán los hechos posteriores a los comicios depende exclusivamente de la disposición de los individuos. La historia reciente dirá que la gente cree, equivocadamente, que en ese momento se juega a todo o nada, a cara o ceca. Es por esa visión que muchos hacen esfuerzos denodados para definir elecciones y luego se retiran sumisamente para convertirse en cómodos espectadores de las decisiones ajenas.

El sistema democrático, con sus luces y sombras, con sus indisimulables imperfecciones, no se sostiene únicamente sobre la realización de elecciones libres y periódicas. Ese es un ingrediente primordial, pero no es siquiera el más importante.

No es que no deba dársele la importancia debida a la decisión en las urnas. El tema pasa por no caer en la trampa de creer que después del escrutinio los ganadores imponen su voluntad y los perdedores solo se someten.

El equilibrio del poder no pasa porque ganen unos u otros, porque la diferencia numérica sea significativa o exigua. La concentración del poder en pocas manos solo se plasma cuando la ciudadanía asume un rol eminentemente pasivo, absolutamente secundario, cuando se convierte en servil y se deja subyugar bajo los designios de los funcionarios.

Los vencedores del próximo turno electoral, deben saber que solo habrán conseguido un paso hacia la toma del poder formal. Sostener ese aval popular y darle legitimidad es una tarea bastante más compleja.

Los que realmente tienen sobre sus espaldas la labor más difícil son los que pierden la elección. Ya no solo los partidos políticos que quedan fuera del reparto, sino fundamentalmente la gente, los electores, los votantes.

Los gobiernos solo hacen lo que se les deja hacer, lo que se les permite. Por lo tanto, la batalla no termina el día de las elecciones. Ese es solo un hito, que una vez superado será sucedido por una larga lista de anuncios que requieren de una validación tácita o explícita por parte de la ciudadanía.

Sería un error darle más valor que el real al acto electoral. No se trata de minimizarlo, sino de asignarle su justa medida. No se ha llegado hasta aquí, a este grado de enorme deterioro, por la sucesión de victorias de los oficialismos, sino por la irresponsable e indiferente postura de una ciudadanía muy dócil que ha aceptado ser atropellada una y otra vez.

Que el futuro sea mejor o peor no depende tanto de los políticos del presente, sino de la determinación cívica para afrontar lo que viene. La idea mágica de que todo es cuestión de suerte o de elegir a un líder mesiánico es una simplificación que no se ajusta a la realidad, ni a la evidencia empírica.

Thomas Jefferson decía que "cuando los gobiernos temen a la gente hay libertad, y cuando la gente teme al gobierno hay tiranía". Si eso no cambia, nada se modificará, independientemente de las circunstancias electorales.

Falta muy poco para las elecciones, pero también para la decisión más vital, esa que no tiene que ver con las urnas, pero sí con la opción más trascendente. La tarea cívica no se agota al momento de sufragar. Allí termina un capítulo y empieza el siguiente. Si el resultado electoral acobarda a los ciudadanos, entonces se está frente al abismo. Cualquier desenlace debería invitar a todos a un mayor compromiso.

Es importante decidir con inteligencia el voto, pero mucho más trascendente es hacer los deberes y comenzar a hacer la lista de las acciones que se deberán encarar ni bien culmine este proceso electoral.

Si se quiere interrumpir la interminable secuencia de eternas frustraciones, es tiempo de empezar a hacer todo de otro modo. La democracia no es solo ir a las urnas cada tanto y expresar una opinión aislada. La tarea pasa por involucrarse, meterse hasta los huesos, tener responsabilidad cívica, asumir los problemas de la sociedad como propios y hacer algo al respecto.

Si no se está dispuesto a aportar dinero, trabajo o tiempo para vivir en comunidad, pues entonces el acto electoral será un mero formalismo sin relevancia superior. Va siendo tiempo de empezar a pensar en grande, a actuar con integridad y diseñar la misión del día después.
 

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013


 

 

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CLAVES PARA ENTENDER LAS PRÓXIMAS ELECCIONES EN ARGENTINA por Roberto Cortés Conde*

| 20 octubre, 2015

Publicado en El Imparcial el 18-10-2015

Al tiempo de escribir estas líneas faltan pocos días para las elecciones generales donde se elegirán nuevo Presidente, legisladores nacionales provinciales y municipales .Hasta hoy las encuestas reflejan la misma indefinición de las primarias de octubre por lo que no se sabrá probablemente hasta el día del comicios si se consagra un Presidente en primera vuelta, o si habrá que esperar a una segunda en noviembre. Sin embargo, los otros cargos, – a los que casi no se presta atención- autoridades ejecutivas provinciales o comunales quedarán elegidos el próximo domingo , las ejecutivas provinciales como en Buenos Aires por mayoría simple y las legislativas por representación proporcional. Y aquí está el problema, salvo para el Presidente esta elección es definitiva. Por eso le cuesta tanto a la oposición ponerse de acuerdo para coincidir en un solo candidato.

El régimen electoral que rige para las presidenciales , un ballotage sui generis producto de la picardía local fue concebido en la reforma constitucional de 1994 por el que con el 45 % de los votos, o un 40 % si lleva más de 10 puntos al segundo se gana la elección. En las primarias de octubre no se produjo la concentración de los votos en los dos primeros ya que el oficialista Scioli (kirchnerista) obtuvo poco menos del 40 %, y las coaliciones de cada uno de los dos opositores Macri cerca de 30 % a Massa un 20 % . Contrariamente a lo esperado las encuestas en las semanas siguientes no registran que los votos opositores se volcaron al segundo y si, en cambio, los votos del tercero se resten del segundo (los dos opositores ) ganaría el candidato oficialista, cuando, si hubieran ido juntos , los opositores habrían ganado. Las encuestas hasta hoy muestran diferencia mínimas respecto a octubre por lo que dado los errores de muestreo no dicen nada. Todo demasiado ajustado para hacer pronósticos .

El peculiar “ballotage” argentino en la elección presidencial fue pensado para favorecer al partido mayoritario en el gobierno. Si se agrega el hecho que se reúnen en una misma elección las de Presidentes y legisladores, uno con doble vuelta y otros con una simple, los que no tienen posibilidades de obtener la presidencia todavía tienen la necesidad de defender a sus miles de candidatos a legisladores nacionales provinciales , municipales que no solo se votan al mismo tiempo sino en una lista común (la sabana) donde resulta muy difícil cortar para discriminar el voto según los cargos. Como la costumbre es que los electores no cortan boleta, la figura del candidato a Presidente arrastra a las demás, lo que explica porqué a la oposición le cuesta ponerse de acuerdo en un candidato común a la primera magistratura, ya que sin él en su propia boleta tendría muchos menos votantes para los otros cargos, que es donde se coloca la estructura territorial de los partidos. Por eso puede darse el caso, que parece absurdo, que los partidos opositores se dividan sabiendo que así dejan ganar al que menos quieren. Los lleva a ello la mecánica de elecciones conjuntas con regímenes diferentes pero sobre todo una boleta en que están todos los cargos, en vez de tener boletas separadas por cada uno.

En el régimen político argentino que se va acercando al de un partido hegemónico han quedado definidas dos coaliciones , una de los que están en el gobierno ( en las distintas versiones transformistas del peronismo) en las jurisdicciones nacional, provincial y municipal y otra la de las varias fuerzas políticas opositoras que tienen la común identidad de que su destino en el juego es perder. En la práctica las reglas y el uso de los dineros del estado hacen que la competencia sea muy desigual. Los que están en el poder tienen a su favor una endiablada complejidad electoral, con reglas de juego diseñadas para que ganen dejando a los que están afuera el derecho a participar para cumplir con el deber de perder.

En el ámbito de la economía , con no escasa incidencia electoral y con no poca habilidad del gobierno, usando las reservas del Banco Central se evitó un estallido con una gran devaluación y se ha logrado difundir una sensación de normalidad tan irreal como la de muchos europeos en vísperas de las guerras mundiales. Pero los enormes desequilibrios que deja esta administración , déficit fiscal, emisión inflación, casi agotadas las reservas son más que nubes amenazantes para los próximos meses. Casi seguramente como pasó con Dilma Russeff el que tome el timón en diciembre se verá con grandes dificultades.

Probablemente en los próximos días un porcentaje muy pequeño del electorado se moverá en una u otra dirección consagrando al nuevo presidente o postergando la decisión para noviembre y en una u otra fecha se sabrá si al país se le abre el camino a una razonable alternancia o continúa con los mismos que desde hace doce años han mostrado una voluntad férrea por perdurar en el poder.

*Profesor Emérito Universidad de San Andrés

Presidente de la Academia de Historia

 

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NUEVA BIOGRAFÍA SOBRE LEANDRO N.ALEM por Fabiana Mastrangelo*

| 20 octubre, 2015

 

Presentación en el Club del Progreso

El libro “Alem: caudillo popular, profeta de la República” (Emecé, 2015) del historiador Miguel Angel De Marco rescata del pasado una figura cuyo legado político es esencial mantenerlo vigente y actualizado en estos tiempos. El autor [1] – con la seriedad profesional que caracteriza su obra –  logra una descripción integral y certera sobre la personalidad y la misión política de Alem. Expone documentación primaria relevante y también argumentos de diferentes historiadores  sobre circunstancias particulares de la vida del caudillo.  Interpreta los hechos con una mirada integral, luego de fundamentarlos con diversas fuentes.

La obra fue presentada en los primeros días de octubre en Buenos Aires en uno de los señoriales salones del Club del Progreso, en cuyo hall de entrada se encuentra una pintura al óleo de Alem, cuyo rostro ha elegido el autor como imagen de tapa. 

Otras razones históricas significativas unen a Alem con esa institución. Fue un activo y distinguido socio del Club del Progreso donde solía reunirse para conversar con sus amigos. Entre su casa y ese club fue el último camino que recorrió en vida. Era un lugar amigable y lo eligió para su destino final. De Marco describe ese trayecto: “Salió a la calle [desde su casa] envuelto en una boa de vicuña y con el sombrero puesto. Subió a un carruaje que estaba en la puerta y le ordenó al cochero: ´¡Al Club del Progreso!´. El carruaje se puso en movimiento y al detenerse en el destino indicado, uno de los empleados abrió la portezuela y se encontró con el cadáver del caudillo (…) En uno de los bolsillos de su saco negro se encontró un papel suelto que expresaba: ´Perdónenme el mal rato pero he querido que mi cadáver caiga en manos amigas (…)” (p.325).

Hoy, en la entrada del Club como testimonio de aquel socio que luchó por la decencia cívica y la República, se encuentra la mesa – junto a su figura en óleo – con una placa de bronce donde se lee: “Sobre esta mesa descansaron los restos del Dr. Leando N. Alem instantes después de su deceso. 1ro. de julio de 1896”.

De Marco en su libro cita la expresión del historiador Felix Luna: “toda la República oyó ese balazo”. Alem era un ferviente defensor de los principios constitucionales de la república y el federalismo. Se opuso sistemáticamente a la práctica común del fraude electoral. Éste era el modo en que los gobernantes llegaban al poder sin apoyo popular y con acuerdos de cúpula. También alzó su voz contra la instalación de la Capital Federal en Buenos Aires. Avizoraba que el centralismo porteño crecería en forma desmedida en detrimento de las provincias. De Marco señala: “parecería que mientras enunciaba las dificultades que acarrearía concentrar el poder en Buenos Aires hubiese contemplado en su mente el país macrocéfalo que se formaría en torno a lo que, a partir de 1880, se denominó Capital Federal” (pp. 9-10). Alem pensaba que el país se convertiría en un pulpo con una enorme cabeza (Buenos Aires) y pequeños brazos (las provincias).

Sus ideales los mantuvo hasta el último instante de su vida: la defensa del voto popular sin fraude electoral, el respeto por el federalismo y la división de poderes. Su testamento político – transcripto por De Marco en sus últimas páginas –  daba cuenta de la necesidad de continuar con la defensa de los principios republicanos. Su situación y su estado anímico se lo impedían. Pero otros debían continuar la misión principista. Estimula principalmente a los jóvenes, sus valientes y entusiastas seguidores. En las líneas finales de su testamento realiza su última exhortación: “¡Adelante los que quedan! (…) [el partido] todavía puede hacer mucho. Pertenece principalmente a las nuevas generaciones.   Ellas les dieron origen y ellas sabrán consumar la obra: ¡deben consumarla!”.

Así fue, veinte años después, en 1916 su sobrino Hipólito Yrigoyen llegó a la presidencia de la República. Era la primera vez que un presidente era elegido sin fraude y por la ley del voto secreto, obligatorio y universal (masculino). También era la primera vez  que la Unión Cívica Radical, el partido creado por Alem,  llegaba al poder nacional. Su obra estaba consumada.

Es un buen momento para leer la biografía de este profeta de la República, a casi 100 años de la aplicación de la ley que consagró al primer presidente elegido por el voto popular y a pocos días de elegir a un nuevo presidente de la República.

* Historiadora y educadora

 

[1] Miguel Angel De Marco es miembro de número y ex – presidente de la Academia Nacional de la Historia, miembro de número de la Academia Sanmartiniana, es también correspondiente de la Real Academia de Historia de España, de la Real Academia Hispanoamericana de Cádiz y de la Academia Portuguesa da Historia. Profesor emérito de la Universidad del Salvador en el Doctorado en Historia y Premio Konex de Historia 2014. 

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LOS DETALLES DEL DIABLO por Antonio Camou*

| 19 octubre, 2015

Aníbal Domingo Fernández es uno de los políticos con peor imagen entre los bonaerenses, entre los argentinos y las argentinas, y quizá también dentro del más amplio espectro del género humano. Sin embargo, a menos que surja un claro consenso para votar al candidato/a con mayor potencialidad para derrotarlo, el actual Jefe de Gabinete nacional tiene grandes chances de ser elegido la próxima semana Gobernador de la Provincia de Buenos Aires.

Hay muchos factores políticos que concurren a explicar esta desgraciada paradoja, pero hay un rasgo institucional que sobresale a ojos vista: la persistencia del engorroso, obsoleto y manipulable sistema de “lista sábana”. Son de sobra conocidas las diversas estratagemas fraudulentas que la política criolla ha pergeñado a lo largo de su historia, lejana o reciente, en torno al manejo de las boletas: todo vale allí donde la fiscalización es tenue y la avaricia de poder carece de límites.

Pero la otra cara del asunto se refiere al impacto negativo que este anticuado procedimiento electoral tiene sobre la calidad de la democracia. Como es sabido, la lista sábana permite que bajo el ala de unos pocos nombres conocidos (en algunos casos, solamente uno), vayan “colgados” candidatos que jamás serían votados de tener los ciudadanos y ciudadanas una opción práctica de elegirlos a través de categorías electivas separadas. Ciertamente, se nos dirá que siempre queda abierta la posibilidad del corte de boleta, pero el diablo está en los detalles: los papeles no están troquelados, es necesario llevar tijera o hacer el corte desde nuestras casas, las boletas no siempre llegan a los domicilios, y en el mejor de los casos sólo tienen la logística para hacerlo los grandes partidos, o los oficialismos locales, y una larga cadena de negativos etcéteras.

Asimismo, el sistema permite que los candidatos impresentables sean “guardados” en el período electoral debajo de los que están en mejores condiciones de mostrar la cara. Esta circunstancia lesiona severamente tanto el vínculo representativo entre representantes y representados, como el sentido federal de la competencia por el gobierno: el/la candidato/a poco agraciado/a no tiene necesidad de mostrar su programa a los potenciales votantes de su distrito o su región, ni debatir en paralelo con sus competidores en el mismo nivel gubernamental, ya que su suerte está atada –por lo general- al liderazgo de quien tracciona la boleta “desde arriba”.

Al oficialismo nacional le gusta pavonearse en Tecnópolis o hacernos creer que inventó el satélite, sin embargo, no puso un gramo de esfuerzo tecnológico por modernizar este sistema electoral, aunque la promesa de modernización fue usada como arma para disciplinar a los caciques bonaerenses. En su momento, el presidente Néstor Kirchner amenazó a los intendentes del conurbano con el voto electrónico, pero luego se echó atrás para convalidar un sistema que tantas pingües y deshonestas ganancias electorales le ha dado al partido de gobierno.

También la administración bonaerense lanzó al voleo una ristra de promesas incumplidas. Hace unos años, y a tono con la necesidad de dar respuesta al clamor popular que demandaba “que se vayan todos”, la gestión provincial presentó una serie de propuestas de reformas estatales y políticas que entre otros ejes incluía la implementación del voto electrónico. No es éste el lugar para considerar con detenimiento las virtudes y los defectos de esas iniciativas, pero baste saber que esas propuestas de reforma cayeron en saco roto: la enorme mayoría de las que se propusieron nunca fueron votadas, y las pocas que se votaron (por caso, un nuevo régimen de compras y contrataciones) nunca fueron reglamentadas. 

Estas cuestiones ubican en el centro de la consideración pública el vínculo estructural que une a la provincia con la Nación. En virtud de su peso socioeconómico y político-institucional, una reforma política de nivel nacional requiere, como componente necesario, una reforma política en la Provincia de Buenos Aires; y una reforma del Estado a nivel nacional también requiere la reforma del Estado bonaerense. En otros términos: no hay reforma política nacional sin reforma de la política provincial, ni reforma del Estado nacional sin una reforma del amplio, oscuro y heterogéneo aparato de Estado provincial.

Estos y otros adeudos que aquí huelga detallar marcan a trazo grueso los lineamientos de un programa para después del 10 de diciembre, ya sea desde el gobierno o desde la oposición: trabajar por una reforma política y estatal en serio –tanto en el nivel nacional como provincial, que otorgue más transparencia, eficiencia y responsabilidad a la política y al Estado, frente a una ciudadanía con mayores y mejores herramientas de control. En cualquiera de los casos, Aníbal Domingo Fernández no es parte de la solución, es parte del problema.

 

                                                                                     La Plata, 19/10/2015.

* Sociólogo (UNLP – UdeSA). Miembro del Club Político Argentino

 

 

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LA ILUSIÓN MÍTICA DEL 2015 por Francisco M. Goyogana*

| 17 octubre, 2015

Nada hemos olvidado, pero nada hemos aprendido en la escuela de la adversidad. Del mismo modo que Epiménides, en Cnosos, la ciudad más importante de la civilización minoica, dormimos largas décadas con los ojos abiertos, mientras el tiempo imperturbable, como un inmenso océano, ha ido arrastrando entre sus olas a los hombres y a los sucesos. En tanto, la Esfinge, el monstruo mitológico que destruía a todos aquellos que no pudieran adivinar sus acertijos, todavía en el siglo XXI, y a pesar que la mitología la cuenta como muerta, continúa proponiendo sus misterios, sin que podamos adivinarlos.

Sin embargo, el mito está incompleto porque falta Edipo para responder al reto de la terrible Esfinge, y hacer que pueda pronosticar el arcano que la obligue a estrellar su cabeza contra las rocas del Plata, como la Esfinge de la fábula lo hizo contra las rocas del Ismeno, pero que por algún recóndito misterio, a pesar de su muerte en el relato, sigue perturbando a un pueblo austral de América.

Tamaña empresa, como la de Edipo, sólo podía ser encomendada a los esfuerzos gigantes del patriotismo, vedada para los ánimos apocados o para los brazos endebles que no pueden herir con la espada. La tragedia mitológica proyectada a la actualidad, carece de una figura que como la del mítico rey de Tebas, que en su momento fue salvador de su reino, al librarlo de las garras de la Esfinge.

El Edipo esperado, hijo del porvenir, como el del mito, debería tener por nodriza a la Libertad, y por bautismo, la sangre de un nuevo y fecundo sacrificio.

Los grandes problemas políticos no han sido resueltos, porque no han sido planteados. Los enigmas de la Esfinge renacida figuradamente en junio de 1943 por una revolución totalitarista, han sido indescifrables, porque los argentinos nos hemos atenido al significado natural de las palabras, cuando en realidad, las palabras han sido el disfraz de las ideas, en una suerte de portada dorada propia de un libro abominable.

Por eso es que las viejas cuestiones siguen de pie, al borde del camino que aspiramos nos lleve hasta la regeneración.

Nosotros hemos visto una interrogación extraña e indefinible donde sólo había una cuestión política. En pos de ella vamos marchando todavía sin despedirnos para siempre de la esperanza, porque la esperanza es la conciencia del porvenir, y el porvenir es la conciencia del progreso. El mito quedó atrás, y ahora seguimos preguntando a la historia por la aparición de un nuevo Edipo que represente el poder de la razón, y la historia nos contesta con el lenguaje de la pasión. No hemos dejado de preguntar lo mismo a los hombres, que luego de pasar a nuestro lado se dispersan como un hato de sonámbulos.

Y la causa del mal, permanece en el camino de la organización social, como la Esfinge mitológica al costado de la senda que llevaba de Delfos a Tebas. Y sin un renovado Edipo que aparezca para salvarnos.

Ya en tiempos actuales, la Res Publica no cesa de recorrer el camino que la proteja de las zarpas de la Esfinge, que asola un país que llegó a ser modelo para el mundo y dejó de serlo. La angustia no alcanza a vislumbrar una combinación posible de la democracia con la tradición republicana del Estado constitucional de derecho, cuando ahoga a la sociedad la corriente de la inestabilidad, al profundizar la dislocación del régimen representativo. La alternativa parece impregnar los espíritus, sobre otras formas y estilos políticos alejados de la división democrática de los poderes señalados por Montesquieu, como si entre nosotros prevaleciera una inclinación por el carisma de liderazgos que cruzasen fronteras institucionales, para fundirse, con las tan usadas mayorías nacionales y populares.

El contrapunto entre las inclinaciones autoritarias y las anárquicas ya tiene una edad que se acerca al siglo en pocos años. Si bien su deflagración de origen fue repentina, la explosión fue capitalizada con el auxilio dirigente vacante de los antiguos partidos. Con diferentes lenguajes ecuménicos procuraron arrastrar al pueblo en un nuevo sistema que comenzó con un liderazgo y que, con el tiempo, se encarriló por los arreglos y reparto de puestos y candidaturas. Así se instaló un mecanismo que históricamente constaba de un liderazgo consagrado; luego la cooptación de los contrarios de la víspera, y por fin, de ser posible, el triunfo definitivo en las urnas y la voluntad nefasta de ir por todo.

Los espíritus reflexivos trataban, por su lado, descubrir ese nuevo universo, tratando de identificar lo real de lo ilusorio, para alcanzar el valor más aproximado a la verdad total. Pero en la práctica parece que esos espíritus expectantes, con dominio de la historia y de sus leyes, llegaban a colegir múltiples interpretaciones, y todos juntos con la totalidad de los ciudadanos, en un conjunto singular, caían en una postura que ha tratado lo cotidiano con admirable irreflexión. La lectura de la realidad a la luz de la lógica matemática es una cosa, pero la lectura en el terreno de las ciencias sociales y de las artes no permite visiones más concretas, salvo cuando se hacen al amparo de la moral y de la ética. La lectura de la realidad política parece cada vez más distante del acierto de su visión confundida de las doctrinas de aplicación probadas en bien del género humano. Aún con la mejor explicación, el asunto quedaría probablemente sin resolver. Como se dice que ocurrió con un cuadro de Picasso cuando un observador pretendía descifrar la obra: ¿Quiere que le explique este cuadro? Es una tarea difícil porque seguramente entenderá la explicación, pero no el cuadro. Con la distancia que existe entre la pintura y la política, los profesionales de la política parecen emular a Picasso. Y así estamos.

En muy pocos lugares del mundo el marxismo tiene una presencia corriente, más allá de las arqueologías académicas. Más aún, en estos ámbitos, con independencia de ser revisitados con alguna frecuencia, el pensamiento de Marx tiene una relevancia menor frente a otras formas de considerar lo social y lo político. Es precisamente ahí donde se ha puesto el pensamiento del filósofo de Tréveris en la consideración pública, con el dirigismo del Estado en camino de transformarse en absoluto, y la planificación de las actividades particulares, independientes del Estado, aún admitiendo su control por parte de éste. Después de todo, la historia natural muestra que el hombre, desde la organización tribal, mantenía una característica relacionada directamente con su condición individual, conectada con la agrupación de semejantes sin que existiera otra organización social, que recién llegaría mucho después.

Esa clase de estructura, como concepto político referido a una organización social, económica, política soberana y coercitiva, formada por un conjunto de instituciones no voluntarias, con poder para regular la vida de una nación en un territorio determinado, con el reconocimiento de la comunidad, se manifestaría en tiempos relativamente modernos, con variada fortuna. Con rotundos fracasos, pero también con resonantes triunfos, cuando el principal ingrediente de la política ha sido sencillamente el sentido común, el buen sentido.

En los Diálogos de Platón se expone la estructura del Estado ideal, pero recién sería Maquiavelo el introductor de la palabra Estado en su célebre obra El Príncipe, con la aplicación del vocablo italiano stato, evolución a su vez del término latino status. Es decir, que con el tiempo, el hombre crearía un instrumento para mejorar su vida en sociedad. La desviación arribaría luego con la concepción extrema de que el hombre era sirviente de su propia creación, y por consiguiente, con los medios para que la monstruosa Esfinge torturase a los hombres una vez más a pesar de su muerte mítica.

Empero, Edipo reaparece circunstancialmente o se encuentra ausente a pesar de las esperanzas de los hombres. Esperanzas que trascienden las circunstancias comunes, porque abrigan la ilusión de una vida mejor en función de la evolución y el progreso, o postergan sus sueños y deseos frente a la desolación de un árido yermo. Ya no se trata de un diálogo entre optimistas y pesimistas, tal como pude ocurrir con el caso de un recipiente con un contenido de su volumen total dividido por dos, donde para unos se presenta como medio lleno y para otros como medio vacío. La lógica formal, la de Edipo, dispone de otra perspectiva cuando exalta el poder de la razón que no sugiere cualquiera de esas posibilidades, sino la realidad cruda de que el contenido ocupa simplemente un volumen que es la mitad del continente, resaltando a la idea por encima del mero sentimiento.

Del mismo modo, los optimismos y pesimismos desprovistos del valor de la razón resultan meras sensaciones o especulaciones alejadas de la realidad objetiva, aún cuando razón deba permanecer atada a la esperanza. Cabe preguntarse todavía, si lo mismo que Dante Alighieri en el umbral del Infierno, encontraremos la leyenda que rezaba: lasciate ogni speranza, voi ch’entrate.

Particularmente, el examen de las contrapuestas teorías axiológicas habrá de conducir a una aproximación a los conceptos que aspiran a interpretar la vida concreta de la Res Publica de la Argentina, en el cambio anhelado y esperanzado para el año 2015. Pero sin olvidar la necesidad de emplear el sentido común, el buen sentido, que es la percepción necesaria para eludir la posibilidad de causar daño al hombre y a su hábitat, y de consuno, tampoco desligarse, de modo preventivo, de la amenaza de la maldad de la Esfinge, mientras ignoramos todavía la eventual aparición de Edipo.

Tengamos presente como principio que nada hemos olvidado, pero que nada hemos aprendido en la escuela de la adversidad. De todos modos, el año 2015 nos espera con la ilusión deseada del retorno a la Res Publica.

 

                                                                                                                      19 de junio de 2015

*  Miembro de Número del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia

 

 

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LOS PUENTES DE LA BRECHA QUE SE DEBEN CERRAR por Jorge L. Ossona*

| 16 octubre, 2015

Quienes anhelamos un país de veras democrático que articule los niveles de modernización económica acumulados durante  el último cuarto de siglo con una sólida democracia nos resistimos a admitir como natural un índice de casi 30 % de pobres estructurales. Es más, estimamos que en la normalización de ese fenómeno sociocultural estriba no poco de la correlativa pobreza de las instituciones republicanas y de la calidad de las políticas públicas en prácticamente todos los órdenes. Las políticas “administrativas” de la pobreza mediante programas focalizados incuban una trampa: las consecuencias culturales de su perpetuación en el tiempo tanto para sus beneficiarios como para sus gestores. Es ahí en donde que se sustancia una verdadera alianza social entre un estamento político multimillonario reclutado en las capas integradas de la sociedad y los excluidos cuya definición supone muchas más cosas que aquellas reducidas al término “clientelismo”.

Un aspecto poco abordado y eclipsado por el abuso por momentos cínicos del término “inclusión” durante los últimos años reside en los niveles de explotación en los que reposa esa coalición de ricos o semirricos y pobres. No se trata de una expoliación directa sino indirecta  disimulada a través de un sistema de eslabones que bien podrían representar “los puentes de la brecha”. Los abusos respecto de grupos sumergidos en la subsistencia son nítidamente observables en el último eslabón; precisamente aquel menos visible, y que solo aparece bajo la forma de revulsivos sociales en situaciones dramáticas como saqueos, ocupaciones territoriales, disturbios callejeros motivados por barrabravas o actos delictivos salvajes. Lo curioso es que las dos orillas del ancho rio de la brecha apenas si se tratan y suelen despreciarse recíprocamente sin dejar de configurar esa curiosa alianza. En el medio, aparecen toda una sucesión de intermediarios de extracción también popular que, sin dejar de ser pobres –al menos, la mayoría-, constituyen una suerte de elite dotada de emblemas de distinción dentro de los microcosmos barriales y de niveles de consumo diferenciados. Sus denominaciones son múltiples según actividades en las que lo económico necesariamente confluye con lo político. Porque una de las claves de la “administración” de la pobreza estriba en sustentarse en franquicias diferenciadas en las que el principio de igualdad ante la ley, esa gran conquista de las revoluciones liberales de los siglos XVIII y XIX, queda, en el mejor de los casos, puesto entre paréntesis.

Una de las notables sabidurías de quienes desde la política se propusieron encarar las políticas de contención de la pobreza desde los 80 fue advertir los rígidos códigos jerárquicos arraigados en las creencias de los sectores populares procedentes de un interior feudal o de países limítrofes. Estos criterios ancestrales se reforzaron por las necesidades de reciprocidad generadas por la subsistencia. Esa sabiduría sirvió para lograr la proeza, en el amanecer de la democracia, de contener a los sectores empobrecidos sin comprometer una gobernabilidad política. Los peligros se pusieron bien de manifiesto en situaciones límites como la hiperinflación de 1989 o la depresión de 2001. Mientras tanto, en las etapas intermedias, se convivió con un sistema de tensiones latentes y potencialmente explosivas pero, al cabo, administrables para recolectar  votos seguros. Estos le garantizaban una legitimidad trabajosa pero robusta.

Los estamentos intermedios entre los más desheredados y los privilegiados fueron complejizando y estratificando a ese sector difuso que hemos dado en denominar pobreza. Seria largo y desbordaría los límites de este articulo enumerar detalladamente sus indicadores. Simplemente, señalaremos dos rasgos básicos; uno económico y otro cultural. El primero es una informalidad contrastante con los niveles de “ciudadanía social” conquistados por el país desde el peronismo histórico. Esta excluye a millones de personas de cobertura de salud y educación pese a los esfuerzos de la actual administración saliente en recomponer; aunque poco eficazmente. El segundo es una naturalización de esa condición social que va mucho más allá de la resignación porque, en muchos casos, implica un orgullo, una forma de ser y una estigmatización que deviene en positiva en virtud de la temeridad que genera en “el otro”. Es cuestión de recorrer los contenidos de algunas de sus expresiones estéticas para percatarse de ello. No fortuitamente estas proceden de jóvenes más sensibles a las imágenes y a las miradas etiquetadoras y quienes más han naturalizado su situación luego de tres generaciones de precariedad laboral.

Las denominaciones de aquellos que encarnan los puentes de la brecha son múltiples y diversos según el recorte de la fragmentación que administren: “administradores” –como los capos feriales de La Salada-; “filtros”, entre las autoridades de los clubes de futbol y los capos de las barrabravas; estos últimos, a su vez, subordinan a diferentes niveles de sus respectivas  “tropas”; “popes”, en el caso de los jefes delictivos o narcotraficantes; “referentes” o “punteros” en el orden político territorial, etc. No será tarea fácil desandar este camino; aunque tampoco imposible. Se requerirá de una burocracia estatal idónea y atenta a las exitosas modalidades de remisión en otras partes del mundo y de sectores de la sociedad civil de veras interesados en contribuir a erradicar y no solo a “administrar” la pobreza. Más allá de las farisaicas expresiones de las militancias “pobristas” existen ongs sumamente sensibles, virtuosas y exitosas en contribuir a una tarea cuya prioridad deberá ser eliminar precisamente a los puentes de la brecha y achicarla; esto es, a los intermediarios que la explotan y la sostienen al servicio de sus mandantes políticos, empresariales o deportivos. Experiencias como las cooperativas de cartoneros de la CABA durante la última década dan prueba de ello.

* Club Político Argentino-UBA

 

 

 

 

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LA NOCIVA POSTURA DE LOS PESIMISTAS por Alberto Medina Méndez*

| 13 octubre, 2015

 

Frente a las verdaderas dificultades los extremos suelen ayudar bastante poco. Un pesimismo crónico solo invita a cruzarse de brazos, a rendirse y por lo tanto a claudicar. En la contracara, un optimismo irracional que solo se basa en una retórica seductora, tampoco parece conducente.

La euforia que estimula a buscar lo mejor frente a cada situación tiene muchos adeptos. Esa mirada, algo ingenua, genera ilusión allí donde la desazón suele ganar, pero solo con discursos no se logra lo esperado.

La mera intención de que todo sea un poco mejor y una férrea voluntad no alcanzan para torcer el rumbo. Son ingredientes necesarios para progresar, pero aisladamente, sin un norte definido, sin diagnósticos claros y estrategias correctas, no permiten conseguir las metas deseadas.

Del otro lado, quienes han sido secuencialmente derrotados en varias ocasiones, no tienen esperanzas y creen que no vale la pena hacer algo al respecto. Dicen haberse esforzado lo suficiente sin obtener lo pretendido.

No solo están enojados con el sistema, con los gobiernos y la política. También viven enfadados con la sociedad, por su apatía, por la abulia, por el desinterés manifiesto y la falta de acompañamiento a los que realmente hacen mucho para alterar la inercia de los acontecimientos.

En ese grupo de decepcionados abundan los añosos. Esas personas han vivido mucho tiempo y han convivido con funestos personajes del pasado y el presente. Es lógico que se sientan frustrados frente a lo evidente.

Lo vieron casi todo. Su desilusión tiene demasiado de racional, pero también de emocional. Han perdido libertades, dinero y fueron defraudados por esos líderes políticos que les dijeron que con ellos todo sería diferente.

Inclusive algunos intentaron ser parte de la política. En algún momento de sus vidas fueron tentados con aquella consigna que sostiene que los cambios se logran desde adentro del sistema y no desde afuera.

Pusieron mucho empeño, pero tampoco lo consiguieron. Ingresaron a la política, creyeron en un proyecto existente o se sumaron a esos partidos que emergen mágicamente, y con idéntica velocidad, desaparecen.

No solo se han quejado, sino que han hecho un esfuerzo adicional para ser parte de ese proceso de sano involucramiento, de mayor compromiso, pero por innumerables motivos finalmente fracasaron.

Tal vez no tuvieron el talento, ni la paciencia y perseverancia imprescindibles. Posiblemente siguieron los caminos tradicionales y no probaron otras variantes más creativas. Cualquiera sea la razón, sienten que lo han intentado y, pese a la dedicación, les ha ganado el desencanto.

Los de más avanzada edad tienen la certeza de que, aun con éxito, no lograrán ver el resultado de sus sacrificios y eso los desalienta. No tienen vocación de héroes, ni están dispuestos a esmerarse para que las generaciones futuras puedan continuar con las transformaciones iniciadas por ellos. No los moviliza la idea de dejar un legado para los que vienen.

Una inteligente frase atribuida a William Ward recuerda que "el pesimista se queja del viento; el optimista espera que cambie; el realista ajusta las velas". Esa reflexión orienta todo el análisis hacia el lugar apropiado.

Algunos no comprendieron aún la cuestión de fondo. Claro que llegar a buen puerto importa y mucho, pero a veces lo trascendente, lo significativo tiene que ver con dar la batalla, con no doblegarse ni capitular, con tropezar y aprender de cada caída para no repetir los mismos desaciertos.

Winston Churchill decía que "un optimista ve una oportunidad en toda calamidad y un pesimista ve una calamidad en toda oportunidad". Un pesimismo a ultranza no suma nada. Desalienta a los que lo intentan, los colma de sentimientos negativos y solo consigue amedrentar a los pocos ciudadanos dispuestos a encarar ese épico gesto de inmolarse.

Los cándidos optimistas que solo recitan frases hechas pero jamás pasan a la acción tampoco contribuyen demasiado. En su favor habrá que decir que al menos no se ocupan de bastardear a los que tratan de hacer algo.

Va siendo tiempo de asumir la actitud adecuada. La tarea es muy compleja. Nada es simple. Los cambios requieren de tenacidad. La ansiedad no es una aliada en esto. El cambio indudablemente demandará tiempo. A veces se avanza a paso decidido y otras más lentamente. Inclusive en algunas ocasiones se retrocede para volver a tomar fuerza y seguir evolucionando.

Hay que ser ingenioso e innovar mucho para tratar de transitar el recorrido más exitoso, pero siempre bajo el realismo de asumir lo que se tiene delante sin minimizar los datos concretos y sin sobrestimarlos tampoco.

Es importante tener los pies sobre la tierra, pero es preferible siempre convivir en ese sendero con los más optimistas. Al menos ellos son menos dañinos. Es posible que no aporten mucho, pero al menos no son un escollo. Definitivamente es vital distanciarse de la toxica actitud de algunos. Si se pretende construir un futuro mejor, es imprescindible alejarse de la nociva postura de los pesimistas.
 

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013

 

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