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  ¿UN BONO PERPETUO? Por Enrique Carrier*

| 29 junio, 2017

    Nuestro gobierno acaba de emitir un nuevo título de duda, esta vez a 100 años de plazo, que paga una tasa de interés compatible con la reconocida en las últimas emisiones de estos papeles por la presente administración.   La emisión ha recibido ya unos 2750 millones de dólares de oferta de compra.    

    Creo que aún falta una reflexión amplia y con atención a la experiencia global en títulos a largo plazo, antes de emitir juicios de valor acerca de la oportunidad y conveniencia de tal emisión.   Las pocas líneas que siguen aspiran a echar algo de luz adicional sobre el tema.

    Desde hace ya un cierto tiempo se viene acariciando la idea de emitir un bono perpetuo, en  países con características económicas, sociales y culturales muy especiales, p. ej. Japón.   Este país – que podríamos calificar de hiperdesarrollado (perdón por el neologismo) tiene una monumental deuda pública (más del 260% del PBI), fundamentalmente interna, cuyo servicio insume anualmente una parte considerable, y creciente, del presupuesto fiscal; una población en acelerado envejecimento, que demanda cada vez mayores gastos en previsión social y – entre otras características – compañías de seguros, cajas de jubilaciones  y otros sujetos del mercado de capitales – en general muy conservador -que requieren certeza en el flujo de sus ingresos a mediano y largo plazo.

    Esto se combina con una coyuntura financiera mundial que ostenta  plétora de capitales, que choca con una demanda escasa y raleada  acompañada de una baja secular espectacular de tasas de interés.   Pues bien, la idea de un bono perpetuo vendría a encajar adecuadamente con  las necesidades específicas actuales de la economía japonesa, y es en general bien recibida.

    Veamos ahora algunas de las ideas subyacentes en la emisión argentina:

a) Luego del cambio de gobierno, el país, aprovechando circunstancias favorables, en especial su reinserción en los mercados internacionales de capital, ha emitido deuda por valores del orden de los 70.000 millones de dólares  a corto y mediano plazo, con aceptables tasas de interés.   Desafortunadamente, la mayor parte de las divisas así entradas al país se han dedicado a cancelar obligaciones pendientes y en general pasivos internos, especialmente déficits fiscales, en lugar de concurrir a la mejora de las condiciones productivas del país.   Esta situación ha hecho que ya comiencen a oírse voces que previenen contra una deuda creciente, en divisas, a  plazos reducidos, sin contrapartida productiva, es decir, una repetición a mediano o  largo plazo, de situaciones análogas a las que llevaron varias veces a la  Argentina en el pasado a no respetar sus obligaciones financieras, y  a hacer considerar al país como "defaulteador serial".   El bono a 100 años respondería a estas críticas: muy largo plazo de vencimiento y, gracias a ello, un servicio por interés perfectamente compatible con las posibilidades normales de pagos del país.

b) El ingreso de los 2500 millones de dólares, a todos sus efectos  prácticos, equivaldría a una ampliación del reciente blanqueo, correspondiente, en principio, a 27.500 millones de capitales originales preblanqueo, fuera del circuito financiero nacional: un ingreso no previsto y en condiciones altamente favorables para el país.

    Lo único que me entristece (y no encuentro mejor expresión para reflejar mi decepción) es la casi certeza de que esos fondos, lejos de destinarse a la mejora de las condiciones de competitividad de nuestro aparato productivo, caerán en el agujero negro del déficit fiscal, ya que anunciar su control a mediano plazo, sin haberse alterado las condiciones económicas y sociales productivas del país, equivale a una promesa "ad kalendas graecas".

   

                                                                                                                             Junio de 2017

*Abogado, ex funcionario del Ministerio de Economía, Consultor privado

 

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SUJETO POLÍTICO, ¿UNA UTOPÍA? Por Ernestina Gamas*

| 26 junio, 2017

En teoría, la  democracia es el régimen que posibilita al individuo  transformase  en sujeto político. Este sujeto es el que  se interesa en trascender del ámbito individual al  ámbito colectivo, en pasar del ámbito privado al público y se interesa también por  participar en forma responsable  en la construcción y transformación de su propia realidad  y la de su entorno. El sujeto político autónomo, solidario  y responsable se construye  a partir de un recorrido  entre ambos espacios y luego convive en una simultaneidad  entre  las dos esferas sin confundirlas y manteniéndose en esa tensión sin abandonar las reglas.

El Estado como forma de organización política está  dotado de poder soberano e independiente, que integra a  la población de un territorio. El Estado Democrático garantiza  el respeto a  las libertades civiles y está administrado en sus distintos organismos, por sujetos políticos. Es impersonal ya que el estatus de ciudadano con sus gobernantes no depende de  vínculos personales de parentesco o de amistad. Es de suponer que los que se encargan de la administración del Estado llegan por méritos, formación o conocimientos técnicos.

Hasta acá la teoría, lo deseable.  

Vale aquí introducir  una observación del incisivo Jorge Luis Borges  reflejada en una frase:

“El estado es impersonal: el argentino sólo concibe una relación personal. Por eso, para él, robar dineros públicos no es un crimen. Compruebo un hecho, no lo justifico o excuso”

Esta mirada hace que nos preguntemos si podemos albergar la esperanza de alcanzar alguna vez niveles  de transformación de cultura ciudadana  para acercarnos a estas pautas y  para poder conseguir verdaderos sujetos políticos  que puedan convivir en un estado de derecho respetando  las leyes. Hasta ahora los habitantes del país se han mostrado  indolentes ante lo público e indiferentes ante  la corrupción cuando no, partícipes.

Esa confusión que hace que los dineros públicos se deslicen hacia patrimonios privados por el sólo hecho de administrarlos, produce un permanente estado de  malversación, tanto  de plata como de valores. Administrar da poder y ni bien se le toma el gusto produce adicción y  hay que retenerlo mediante   sistema de alianzas o complicidades que  se alimentan del reparto del botín a espaldas de la ley. Resulta una costumbre dispendiosa que además y a cualquier precio necesita satisfacer el deseo de todos los estamentos de la sociedad para así posponer el juicio y alimentar la indiferencia de los que cada tanto los convalidan con su voto.

Una relación complementaria de amos y de esclavos. Es en épocas de bonanza, real o ficticiamente sostenida, cuando  probablemente  cada uno pretenda perseverar en su rol. Durante las épocas de abundancia, cuando el ciudadano de nuestro país tiene excedentes que le permiten consumir más de lo necesario, en esa relación personal con su deseo no hay escollo que se le interponga. Con las defensas altas, no queda espacio para reflexionar si su conducta  significa un salto al vacío para los tiempos que siguen y mucho menos para protegerse de  ese virus llamado corrupción.

En épocas de bonanza no se invierte pensando en el largo plazo, no se educa en una cultura de la austeridad para que los frutos de ese bienestar se sostengan en el tiempo. No se educa en ningún sentido y los grupos  postergados están desvinculados  de la idea de formar un ciudadano que pueda participar en las decisiones que lo llevarían junto con  su entorno a situarse en una corriente social ascendente. Lejos de eso, se lo incita al consumo de  lo inmediato, al placer de lo fácil.

Esas clases más sumergidas, acostumbradas a la dádiva y vivir en la indolencia no están adiestradas para pensar en la posibilidad de convertirse en sujetos políticos ya que esa figura no existe  en su universo conceptual.  Ese sujeto con estados de precarización intermitentes ni siquiera es consciente de que en relación a sus ingresos es un gran contribuyente ya que sin capacidad ni cultura del ahorro todos sus oscilantes beneficios van directamente a consumo con un gravamen  demasiado  alto en términos relativos.  Si lo advirtieran tal vez reclamarían por el uso que se le da a lo que ellos aportan.

Pero las épocas de escasez llegan directamente proporcionales a la ficción con que ha sido sostenida la bonanza. Y es  el desconsolado bolsillo de cada uno el que limita el deseo. Ante la potencia limitada aparece  el miedo y la percepción de la precariedad de nuestros anticuerpos éticos. Alguien con sus tropelías fue el culpable  de nuestro estado, jamás nuestro descuido y ceguera. Y es en este punto en que la observación de Borges alimenta el escepticismo de todos aquellos que   nunca abandonan  la mirada crítica y que vaticinan el desastre.

El 20 de junio, día del festejo de nuestra insignia patria, unos cuantos ciudadanos  nos juntamos frente a los Tribunales reclamando decencia, en todas sus acepciones. Casi no asistieron jóvenes menores de 45 años. Lamentable la proyección de esta demanda  corporizada en gente que en su mayoría había cruzado  la mitad de la vida, hizo de este reclamo  un vacilante deseo para legar a futuras generaciones en ese momento ausentes.

Qué puede esperarse de esta falta de participación de los más jóvenes  en temas que nos atañen a todos. Es trillado decir que la corrupción es una mancha que se extiende contaminando hasta los intersticios menos visibles. La corrupción es extorsiva porque aún sin quererlo, si no se tienen convicciones y conocimiento suficiente hace caer en su redes hasta a los mejor intencionados.

Es fundamentalmente la ignorancia,  la falta de cultura cívica, el descuido de las reglas, hasta de las más elementales,  las que deshilachan la convivencia y el tejido social. Las que dificultan reconocer al otro que integra junto a cada uno de nosotros una trama que forma la comunidad republicana y democrática. 

*escritora y Directora de este Blog

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LITIGIOSIDAD, EMPLEO Y RELACIONES LABORALES por José Armando Caro Figueroa*

| 20 junio, 2017

 

Según el presidente Macri, uno de los principales factores que, en la Argentina, retrasan la creación de empleo es la elevada litigiosidad en el fuero del trabajo, fruto, a su vez, de la connivencia entre ciertos abogados y ciertos jueces.

Un argumento de extensión provinciana bastaría para mostrar su error: Si fuera cierto que la baja litigiosidad promueve el empleo y la productividad, Salta -que registra muy pocas demandas judiciales por accidentes o enfermedades del trabajo[1]-, sería una zona con pleno empleo y alta competitividad. Algo que la realidad cotidiana desmiente.

Me permito, entonces, afirmar que el diagnóstico presidencial ignora los profundos problemas que -en el ámbito de las relaciones laborales- paralizan a nuestra economía, promueven el desempleo, y alientan la baja productividad.

La apreciación presidencial contribuye, más allá de intenciones, a deslegitimar el Sistema de Riesgos del Trabajo[2], ignorando que en su diseño estructural están las bases tanto para promover la seguridad y la salud laboral como para crear relaciones equitativas entre los daños y su reparación.

Con el añadido de que los dichos del jefe del Estado extienden un peligroso manto de sospecha sobre amplios segmentos de la justicia del trabajo, y sirven a los intereses de quienes sueñan con trabajadores mansos, dotados de derechos nominales, pero sin instancias (judiciales ni de autotutela) que garanticen su vigencia efectiva[3]. 

Un diagnóstico superficial y equivocado

Se impone, pues, corregir aquel diagnóstico. Para lo cual hará falta reconocer que el vigente y vetusto sistema argentino de relaciones del trabajo (incluyendo sus ajustes de inspiración kirchnerista y los recientes retoques impulsados por Cambiemos), traba el empleo y asfixia la producción . Es bueno recordar que, tras 18 meses de Gobierno Macri-, la economía y el empleo funcionan en lo sustancial siguiendo las rutinas del régimen anterior.

Tenemos, todavía, una economía industrial y de servicios que ha renunciado a ser competitiva en términos internacionales. Un mercado de trabajo que funciona con el 40% de empleo no-registrado, y con las condiciones de trabajo congeladas en los convenios colectivos pactados en 1975. Conservamos el modelo sindical monopólico que, además, gestiona sin control recursos equivalentes al 1,5% del PBI merced a las obras sociales.

Retoques y alternativas conservadoras

Las medidas impulsadas por el Gobierno Macri en materia de empleo y relaciones laborales son insustanciales y fragmentarias, carecen de un plan orientador, y se alejan de lo que se supone es un ideario republicano y constitucional.

En vez de haber procurado un acuerdo tripartito sobre metas y reformas[4], Macri impulsó unos pocos compromisos sectoriales en materia de competitividad (caso Vaca Muerta o industria del automóvil). Por encima del acierto de estos acuerdos, me permito dudar de que uno o varios sectores industriales reformados puedan funcionar satisfactoriamente en un entorno regulatorio, impositivo y laboral que se mueve bajo parámetros antagónicos.

En lo que se refiere a las instituciones y principios fundamentales, el Gobierno de Cambiemos se ha mostrado peligrosamente inconsecuente con la Constitución y los Tratados Internacionales: Adoptó medidas contrarias al derecho de huelga, omitiendo reconducir la normativa kirchnerista a los principios de la OIT[5]; paralizó la inscripción de nuevas organizaciones obreras surgidas al amparo de la Libertad Sindical[6]; interfirió en la negociación colectiva (por ejemplo, en el sector bancario); cuestionó el derecho de trabajadores y sindicatos a la tutela judicial efectiva.

En el terreno de las condiciones de trabajo, optó por tolerar el trabajo no-registrado como uno de los ejes del penoso modelo productivo argentino; prefirió denunciar la litigiosidad, sin mostrar interés alguno en la prevención y el control en materia de riesgos del trabajo; habló de la necesidad de que las partes renueven los convenios colectivos vigentes desde 1975, sin dar los pasos promocionales necesarios.

Las ideas que circulan en materia de política laboral

Las alternativas reformistas que circulan entre empleadores, sindicalistas y expertos son también reiteración de recetas confrontativas del pasado: Mantener aislada a la Argentina o devaluar nuestra moneda. Ratificar el no escrito y añejo pacto sindical-industrial, o avanzar contra todas las formas de acción sindical[7]. Conservar la segmentación entre trabajadores registrados y no-registrados, o instaurar el despido libre y rebajar las cargas sociales hasta desfinanciar la Seguridad Social. Alentar las subas salariales para que funcione el mercado interno, o congelar los salarios. Acotar la negociación colectiva a la carrera inflacionaria, o abrir la negociación de todas las condiciones de trabajo.

En su tácita decisión de administrar la herencia kirchnerista e introducir breves retoques, el gobierno de Cambiemos parece guiado por el ideario de la patronal argentina que, como sabemos, incluye la conservación de las prerrogativas de los sindicatos oficiales contrarias al derecho fundamental a la Libertad Sindical y al principio federal.

Sucede, sin embargo, que el ideario de la patronal más representativa es inviable. Tanto desde el punto de vista político como desde una óptica atenta al bienestar social. Es sencillamente absurdo pensar que la competitividad de la Argentina haya de alcanzarse devaluando nuestra moneda o instaurando el despido libre, cancelando las protestas y el derecho de huelga, manteniendo el trabajo en negro y el ejército de excluidos como variables de ajuste, sometiendo la negociación colectiva a cepos que frenan o a incentivos que sirven a los propósitos de la Argentina autárquica y, por ende, pobre y estancada.

¿Es posible construir y consensuar un programa reformista?

Pienso que además de posible, tal programa consensuado resulta imprescindible para superar la larga crisis económica y cerrar los caminos a través de los cuales pretende regresar el peor populismo del que tengamos memoria.

No obstante, será preciso aclarar dos cuestiones previas:

En primer lugar, definir si el anhelado programa reformista ha de inscribirse dentro de la Constitución Nacional y de los Tratados vigentes (el llamado bloque constitucional, federal y cosmopolita) en materia de derechos sociales fundamentales, o se intentará dentro de la nebulosa antirrepublicana en la que malvivimos desde hace años.

En segundo lugar, establecer si la Argentina y sus actores representativos se proponen construir una economía internacionalmente competitiva y socialmente justa, o prefieren seguir experimentando con esta autarquía que nos empobrece material y culturalmente.

                                                    Vaqueros (Salta), 19 de junio de 2017.

*Ex Fiscal de Estado de la Provincia (1973), ex Ministro de Trabajo de la Nación (1993/1997)

 

 

 


[1] Entre 2010 y 2015 en los tribunales de Salta ingresaron menos de 100 causas por año.

 

[2] Este Sistema nació en 1995, siendo yo Ministro de Trabajo en el Gobierno del Presidente Menem y tras un pacto entre el Gobierno, la CGT y el Grupo de los 8. Los lineamientos del pacto inspiraron la Ley 24.557/95 (Véase GIORDANO, O. y TORRES, A. “Riesgos del Trabajo”, Editorial Fundación del Trabajo, Buenos Aires – 1966). Esta Ley recibió fuertes cuestionamientos de las asociaciones de abogados laboralistas que obtuvieron sentencias de la CSJN declarando inconstitucionales algunos de los ejes del nuevo Sistema. Más adelante y tras un inicial rechazo al SRT, el Gobierno de Cristina Kirchner cedió a las presiones de la patronal y modificó parcialmente la Ley de 1995, a través de la Ley 26.733/12. Recientemente, el Gobierno Macri impulsó otra reforma que fue aprobada mediante Ley 27.348/17, tras un pacto con empresas y la CGT. Todo parece indicar que, luego de estas dos sucesivas modificaciones, el Sistema de Riesgos de Trabajo ha recuperado buena parte de sus atributos para continuar reduciendo la siniestralidad y para brindar, de aquí en más, adecuada y oportuna reparación a los daños.   

 

[3] Al hacerse cargo de la Secretaría de Trabajo y Previsión PERÓN dijo que la revolución, más que en sancionar nuevas leyes, consistía en hacer cumplir las vigentes. De modo que la eficacia de las leyes es una legítima aspiración de los trabajadores, y una seña de identidad de toda democracia constitucional.

 

[4] Loa acuerdos entre la CGT y el Gobierno Macri se ciñeron a atender las demandas de los sindicatos oficiales relacionados con los fondos de las obras sociales. Entre bambalinas, el Gobierno de Cambiemos efectúa concesiones a estos sindicatos, sin asegurarse compromisos de paz social, ni obtener concesiones en materia de reformas estructurales.

 

[5] Véase el Tomo II de mi “Tratado sobre la Huelga y el Derecho de Huelga”, en la obra dirigida por Raúl ALTAMIRA GIGENA, Editorial LA LEY, Buenos Aires – 2015. En este asunto vital, el Gobierno Macri (también varios gobiernos provinciales) oscila entre la impericia y la negligencia. Así, por ejemplo: Debió poner en marcha la Comisión de Garantías garantizando su independencia y no lo hizo. Debió reformar su Reglamento, y no lo hizo. Debió reconfigurar el catálogo de servicios esenciales y servicios de inaplazable necesidad en línea con los criterios de la OIT, y no lo hizo. Debió reforzar el procedimiento de conciliación obligatoria, y no lo hizo.

 

[6] En sintonía con esta visión, la CSJN impulsó recientemente interpretaciones restrictivas a los Tratados sobre libertad sindical. Casos “Orellano” (que analizo en un artículo publicado en la Revista Derecho del Trabajo, Editorial La Ley, de 7 de julio de 2016), y “Sindicato Policial de Buenos Aires” de 11 de abril de 2017 (que analizo en el último numero de la misma Revista).

 

[7] Sobre todo, contra las protagonizada por la izquierda o por los delegados de fábrica o seccionales territoriales que se rebelan frente a sus vértices.

 

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EL AMBIENTE SE PARTIÓ AL MEDIO. CATÁSTROFE ECOLÓGICA, INEQUIDAD SOCIAL Y CEGUERA POLÍTICA por Walter A. Pengue*

| 10 junio, 2017

 

Buena  parte de la humanidad conmemora el 5 de Junio como el Día Mundial del Medio Ambiente. Un día sobre 365 es bastante poco, para realizar todo lo que se debería transformar antes del gran colapso humano. La sociedad global amerita de un cambio civilizatorio, que pareciera estar cada vez más lejos que cerca del andarivel de al menos una mejor y cercana sustentabilidad.

 

La declamación política y las metas del desarrollo sostenible a cumplirse allá por el 2030, están desde hace dos días más lejos que cerca y por la decisión de pocos hombres, si elegidos en un marco democrático, pero la mirada atónica de un mundo impávido y parlanchihablante. 
No es un tema menor, cuando la economía está por encima de la estabilidad planetaria. Pareciera para la mediocridad política que la pauta siga siendo el crecimiento económico por encima de una sociedad que se salvará aún con más humanismo y quizás sí, con el apoyo de ciencia y tecnología comprometida, pero no sometida a los arbitrios y tenacidad del mercado. 

El ritmo del crecimiento económico mundial es más acelerado que la propia expansión de la especie humana. Mientras entre 1950 a 2010 el PBI mundial pasaba de 10 a 80 billones de dólares (según datos del Banco Mundial), la población humana lo hacía desde los 3.000 a los poco más de 7.000 millones, lo que equivale a decir que mientras la economía global se multiplicaba casi ocho veces, la población del mundo solamente se duplicó.

Sea por la economía marrón, a la que parecemos volver, o por la remanida economía verde, en la que algunos sueñan, como un eje de transformación planetaria, lo que no está en la mente y corazón de la población humana y sus dirigentes, es la imprescindible necesidad de un viraje rotundo, sobre este sistema que promueve el comerse el mundo.

Esta geofagia planetaria y la escasa mirada y oferta de estadistas mundiales y nacionales, nos hacen sentir el frio cercano del ensombrecimiento global más que la tibia luz de esperanza por una sociedad que pelee por sus cambios. A pesar de tanta tecnología, nos seguimos comiendo el mundo. Es una guerra del hombre contra el planeta. La economía y su consumo (consumismo) de materiales, energía, agua y recursos naturales crecen mucho más que la propia expansión de la especie humana. Fue a través de ese crecimiento económico que se generaron cambios importantes y fuertes presiones sobre los recursos de base (tierras, suelos, agua y biodiversidad), sobre los intangibles ambientales que prácticamente nunca entraron en las cuentas de ganancias y pérdidas de las contabilidades nacionales y por supuesto sobre los mismos humanos, explotados y desnaturalizados de su razón de ser. 

El cambio climático y ambiental global, junto con la demanda de recursos y el cambio de uso del suelo, nos muestran que a pesar de los tibios esfuerzos de algunos, seguimos destruyendo el planeta de la especie humana y de todas las otras especies, que ciertamente, no lo desean pero lo sufren. 

La humanidad “se come”, más de una tercera parte del plato mundial de la producción de biomasa de todo el planeta. Antes, esta producción se distribuía más equilibradamente entre todas las especies del globo. Además del drástico cambio en el uso del suelo, el resultado se refleja en la pérdida importante de la diversidad biológica, que cuenta con menos territorios y menos alimentos. 
En América Latina, la transformación de recursos naturales ha sido notable. En Argentina, entre 1970 y 2009 la extracción de materiales pasó de 386 millones a 660 millones de toneladas, con una tasa de crecimiento superior a la de la población del país. 

Esto significa que el aumento en la extracción de materiales no está impulsado por el consumo doméstico (interno en sí mismo) sino fundamentalmente por la exportación de commodities (agricultura, forestal, ganadería, energía y minería). Siendo la biomasa un producto muy importante en las cuentas de exportación de las economías latinoamericanas y en especial de Argentina, es llamativo que desde las políticas públicas, como también desde la investigación más integral que incumbe a los territorios, se haya prestado menor atención a los impactos y procesos que derivan en la cancelación de relevantes prestaciones ambientales. Entre estos impactos están los efectos sobre los ciclos biogeoquímicos y la contribución de Argentina y de la demanda mundial a estas alteraciones. Asimismo en un país que basa su desarrollo en el sector agropecuario, no hay reflexión sobre los efectos de contar con un territorio de altísima calidad productiva que es a la vez muy susceptible a las transformaciones. 

Es más, hasta ahora, se promovió el cambio de uso del suelo (mayor deforestación), para producir también biocombustibles (biodiesel y bioetanol), bajo una muy falsa premisa de sustentabilidad, al usar el argumento de la producción de energías limpias. El gobierno anterior y el actual, siguiendo incluso las premisas y mensajes de algunos líderes a los que admiran, promovieron estas prácticas sin analizar estrategias, coyuntura y lo más importante, no sólo el producto, sino las bases de los recursos involucrados, en especial, la tierra involucrada. 

Hoy día, cuando ya el mayor país de la tierra se sale por la decisión de su gobierno de los Acuerdos de París (2015) sobre Cambio Climático, los mismos promotores de estas energías se rasgan las vestiduras, indicando la imprudencia de la decisión, pero más que por conciencia real, por la mera preocupación de un mercado que promovieron, sin revisar la inevitabilidad del desastre.

Estados Unidos es la mayor economía del mundo, hasta ahora, seguida muy de cerca por China, que lo alcanzará en breve. En términos absolutos muestran la huella de carbono más grande del planeta (7.479.646 kt) y la tercera per cápita (24.830 kg por persona). Es un importador neto de tierra, agua y materiales incorporados en productos y por cierto, un enorme emisor, derivado en especial de su propio estilo de vida. Los grandes territorios de algunas economías suelen diluir de alguna manera el fuerte impacto de la demanda de recursos de estos países. No obstante la demanda de recursos básicos se sigue multiplicando. Consume además tres veces más agua (665 m3/capita) que el promedio mundial (250 m3), lo mismo que los materiales (29.476 kg/capita), representa casi el 25 % del PBI global en 2015 (18 billones), y cuenta con poco más del 5 % de la población global (301.231.207 millones).

La coyuntura de la vida hizo que estuviera en Washington el mismo día que el presidente Trump decidía retirar a su país de los acuerdos de Paris, en otro foro, aquel que revisa decisiones para acompañar al planeta por una mayor sustentabilidad en la producción de sus alimentos. Que dicotomía. Seguramente es un momento inolvidable. Que no se resuelve con la esperanza de volver, en algún momento, a un acuerdo que no es brillante ni de máxima, sino un tibio concilio mundial, por un tema que no se atreven a promover en sus cambios profundos. Una mirada reduccionista y parcial, sobre un tema global y complejo. Pero no es un problema de solo un país en contra y otros 194 en favor, sino de lo que sucederá de aquí en más. De lo lejos, y no lo cerca en que estamos, cada día que pasa, por encontrarnos con un mundo que garantice nuestra estabilidad civilizatoria. Quizás pueda rememorarlo a mis nietos, sobre los impactos de la decisión de este día allí, en la capital del mundo occidental. Quizás no. Pero lo que si es seguro, que para este cambio no será útil ni práctico promover como gran cambio al reciclado de papelitos, el guardado de tapitas, o las ciclovías, sino el cambio es más profundo y complejo. Es el cambio civilizatorio para el que parece, ningún estadista está dispuesto a enfrentar. Quizás sí, frente a la gran crisis, se esconda detrás la esperanza…

*Científico argentino que integra el Panel Internacional de los Recursos de Naciones Unidas. Es titular de la cátedra de Economía Ecológica de la Universidad de General Sarmiento, miembro del Grupo de Ecología del Paisaje y el Medio Ambiente de la Facultad de Arquitectura, e integrante del Diplomado en Periodismo y Comunicación Ambiental Andrés Carrasco.

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EL FALLO DE LA CORTE: UNA OPINIÓN CONTRA LA CORRIENTE por Luis Alberto Romero*

| 10 junio, 2017

Soy un optimista constitutivo, y como el doctor Pangloss de Voltaire creo que finalmente todo será para bien. Pero cada cierto tiempo choco con la Argentina realmente existente, y además de desilusionarme, me siento extraño, ajeno y un poco solo. Esto me acaba de ocurrir ante la reacción generalizada que suscitó el fallo de la Corte Suprema relativo al 2 por 1. Lo que en mi opinión fue un fallo luminoso, despertó no solo un rechazo muy amplio sino, peor aún, pocos apoyos explícitos.

¿En que otras situaciones recuerdo haber chocado con un consenso tan amplio? Una de ellas fue en 1979, cuando el gobierno militar lanzó la consigna “Los argentinos somos derechos y humanos”, como réplica a la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. La denuncia de la “conspiración antiargentina” fue exitosa. Se pegaron cientos de miles de obleas; casi todas las organizaciones sociales y profesionales repitieron la fórmula del gobierno; el relator deportivo José María Muñoz convocó a unir el repudio a los intrusos con la celebración de una copa mundial de fútbol. En suma, la “argentinidad” afloró en su máxima expresión.

Pero a la vez mucha gente, desafiando la represión, concurrió a entrevistarse con la Comisión, y eso alcanzó para que otros muchos, pese a ser una minoría, nos sintiéramos confortados y seguros, como Pangloss, de que al final triunfarían la verdad y el bien.

El 2 de abril de 1982, con la invasión a Malvinas, las cosas fueron más difíciles. Fueron dos meses de puro nacionalismo, soberbio y paranoico.  Quienes no estábamos de acuerdo -mi recuerdo es que éramos pocos- nos sentimos solos en la multitud. Todos los días debíamos escuchar: “¿Cómo no vas a sumarte? ¿No sos argentino?

La frase es justa porque, además del arraigado nacionalismo malvinero, funcionó la imagen del pueblo argentino unido. Para sentirse bien había que juntarse, sumarse, integrarse, amucharse. Acallar -quien la tuviera- la voz de la razón crítica y dejar fluir la pasión. Para los menos, fueron dos meses de espanto, hasta que, con la rendición, surgió la realidad de lo sucedido. Quienes creíamos que el apoyo a la aventura militar era una locura supimos que no estábamos locos.

Desde octubre de 1983, en el nuevo contexto democrático republicano, la emotiva consigna de los Derechos Humanos impulsó las causas, más abstractas, de la Justicia y el Estado de Derecho. Se posibilitó así lo que sigue siendo el mayor logro de la democracia en este terreno: los Juicios a las Juntas de 1985. Después -es sabido- los caminos entre los derechos humanos y el Estado de derecho comenzaron a divergir, pero tardaron en separarse y enfrentarse, como acaba de ocurrir. Pese a la intolerancia y los escraches,  mucha gente mantuvo un sentimiento común por ambas causas.

La reapertura de los juicios de lesa humanidad en 2004 podría haber vuelto a articular ambas causas. Pero en cambio, abrieron una brecha difícil de cerrar. Para la mayoría, los represores debían pagarla, de acuerdo con la idea que cada uno se hacía de la justicia, ignorante de leyes y códigos. Por eso, los juicios resultaron una suerte de prolongación de los escraches.

Hace algunas semanas, ese consenso volvió a manifestarse en contra del fallo de la Corte. Algo tiene que ver con una floración del setentismo. Pero se basó sobre todo en dos convicciones más generales, ajenas a la idea de gobierno de la ley. Por un lado, se cree que la ley tiene que ajustarse a lo que la mayoría entiende que es justo. Por otro, se está convencido de que quien tiene el poder dicta las condiciones.

Me atrevo a pensar que este es un rasgo cultural profundo del país, pues anteriormente también sustentó el razonamiento de los militares terroristas. Hasta es posible que unos cuantos que compartieron esta idea con los dictadores, o la aceptaron con naturalidad, hoy trasladen su lealtad al campo contrario, para lavar antiguas tibiezas o complacencias.

En 2015, con el cambio de gobierno, se esperaba que hubiera un avance firme en favor de la ley, la justicia y el estado de derecho. En ese contexto, la Corte Suprema consideró la situación de un condenado por delitos de lesa humanidad, particularmente despreciable como persona. La Corte, o su mayoría, dijo que solo cabía atenerse a la ley, y aplicar la norma más benigna para el reo. No se combate a la barbarie con otra barbarie, dijo.

La reacción contra el fallo fue tan masiva como la del 2 de abril de 1982: la ley debía ajustarse a lo que la mayoría creía que era justo. Esta opinión se expandió vertiginosamente. El kirchnerismo usó el tema como un ariete en contra del gobierno, y la militancia de los derechos humanos enarboló la bandera de la retaliación eterna. La ola empujó a muchos, que cambiaron su idea inicial y se sumaron; otras voces responsables se olvidaron de la ley;  legisladores y juristas se preocuparon por emparcharla y los funcionarios se lavaron las manos, mientras la multitud liberaba a Barrabás y crucificaba la ley. Aunque hubo voces autorizadas que disintieron, nadie logró convocar otra movilización, explicando clara y convincentemente que las razones de los tres jueces eran las del Estado de derecho.

Para entender lo sucedido hay que explorar los comportamientos de la multitud, que a fines del siglo XIX estudió Gustave Le Bon. Muchos sobreactuaron, temiendo que se dudara de sus convicciones. Entre ellos, quienes no las manifestaron en su momento y, como Néstor y Cristina Kirchner, simpatizaron con los dictadores militares. Pero sobre todo, nadie quiso quedarse solo, enfrentando lo que consideraban la infalible voz del pueblo. Todos trataron de sumarse, integrarse, darse un baño de corrección política. Los políticos emparcharon las cosas, atándolas con alambre y se sumaron a esta expresión de argentinidad. Todos contentos. La ley fue pisoteada otra vez, pero como dijo Carlos Nino, lo normal en nuestro país es vivir al margen de ella.

¿Cuantos somos los que nos sentimos decepcionados y extrañados ante este modo de ser de los argentinos? No creo que seamos los suficientes como para organizar una corriente con peso político. Quizá debamos conformarnos con armar un grupo de autoayuda: legalistas anónimos.

                                                                                  Los Andes, 5 de junio de 2017

* Historiador

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POBREZA Y NUEVAS DEVOCIONES POPULARES por Jorge Ossona*

| 1 junio, 2017

III. La Umbanda (Primera Parte)

Suele asociarse a la umbanda con la nueva pobreza emergente desde la reestructuración socioeconómica comenzada a mediados de los 70. Se trata de una asociación apresurada. Así como los primeros pentecostales procedieron de la gran inmigración italiana de fines del siglo XIX y principios del XX para extenderse a los provincianos recién hacia los 40; los orígenes de ese abanico de credos denominados genéricamente como “umbanda” no van más allá de mediados de los 60. Y a instancias menos de inmigrantes  brasileños que de uruguayos en donde estos cultos ya estaban difundidos. A diferencia de los pentecostales, la umbanda describe solo parcialmente orígenes cristianos pues su traza más gruesa procede de los cultos de los esclavos africanos llegados a Brasil colonial. El sincretismo umbandista contiene, además, ingredientes de otras vertientes como el espiritismo de Alan Kardec y  cultos  aborígenes locales; sobre todo, los de origen guaraní. De ahí sus vasos comunicantes  con el Gauchito Gil y San La Muerte.

Esa fragua deviene, según algunos especialistas, del tránsito de la sociedad brasileña desde una estructura de castas  étnicas con sus respectivos cultos africanos oriundos de Angola y de Nigeria,  a otra de clases más abierta y flexible. Los orígenes de esta última comunión se registrarían en 1910 cuando el líder espiritista de Niteroi  Zelio de Moraes  “incorporo” o “fue ocupado” en su cuerpo y espíritu por divinidades africanas, depurándolas de los crueles sacrificios de animales. De ahí la adopción del color blanco de la pureza y santidad con el que se identifica la umbanda que literalmente significa “gente de Dios” (“Um”, Dios; y “banda”, gente).

 En suma, en torno del significante “umbanda” podrían hallarse varios significados yuxtapuestos: su sesgo moderno, abierto y menos críptico que los africanismos étnicos primigenios; su fusión con el espiritismo; sus vínculos con el catolicismo de origen ibérico; y su carácter transicional en el camino de aquellos dispuestos a convertirse desde el cristianismo u otras religiones a las distintas líneas africanistas ya despojadas de toda concesión sincrética.

Desde esta perspectiva,  la umbanda  constituye una suerte de marca genérica; una franquicia abarcativa de diversas religiosidades unidas por nexos muy débiles. En la Argentina, por caso, su carácter abierto habilito a sus variantes a conjugarse con cierta comodidad respecto del catolicismo y de  creencias ancestrales del nordeste argentino. Esa compatibilidad explica, entonces, algunos comunes denominadores  conceptuales que operaron como tierra fértil para su propagación.  Recorramos  brevemente solo algunos.

En primer lugar, su monoteísmo ambiguo que conjuga a un Dios creador del universo  y del mundo –“Olorum”-  aunque distante y absentista quien delega su armonización en divinidades menores bajo la forma de distintos fenómeno naturales: los denominados “orixas” o santos. El mar, los ríos, la selva, el viento, los relámpagos, el hierro, el aire y el fugo, trasmiten, a su vez, sus cualidades básicas en los distintos seres vivientes: desde las plantas y los animales hasta los humanos unidos en mancomunion por sus fuerzas energéticas. Los distintos orixas ordenan  taxonomías de plantas, animales, rasgos caracterológicos humanos; e incluso, diversas partes del cuerpo. Por caso, el orixa que domina la cabeza coexiste no siempre en armonía con otros  que gobiernan otros órganos. La vida es energía; y como tal es eterna y solo cambia de estados. De ahí que vivos y muertos convivan en el mundo alineados con el resto de los seres en la órbita de los distintos orixas.

En segundo lugar, su anti fatalismo porque la voluntad humana pude torcer ciertas inercias recurriendo a la intervención de los orixas  o de los espíritus  de personas fallecidas; aunque a costa de un desgaste energético que la moral africanista exige  restituir mediante diferentes rituales y ofrendas. Estas suelen proceder del  sacrificio de animales de granja (de dos patas) evitándoles todo tipo de sufrimiento  que supone un insulto al orixa. El residuo material de esas ofrendas –en las que se utiliza predominantemente la sangre- se cocina y se consume en las congregaciones rituales a los efectos de  recomponer los equilibrios vitales. Cada ritual está regido por una disciplina rigurosa de días, horarios y comidas en los “terreiros” o “congas”, como se denominan a sus a veces improvisados sitios de culto.

La igualdad entre los seres humanos es muy relativa; predominando  los lazos jerárquicos.  Hay vivos y muertos espiritualmente superiores e inferiores. Aquellos mancomunados en grupos consistente y bienhechores, unidos por el reconocimiento reciproco y fundados en el amor, son los más poderosos. Pero también están los menos sociables, los solitarios, que a la manera de almas en pena están  siempre dispuestos a ofrecer sus servicios “non sanctos” a cambio de ofrendas y sacrificios macabros. Hemos ahí un aspecto marginal  de estos cultos que le valieron la trivial generalización como “diabólicos”.

En el ámbito del mundo de los muertos como en el de los vivos se definen estamentos: las denominadas “líneas” o “naciones” de acuerdo a su origen africano. Cada una de estas se halla encabezada por un santo –orixa- que subordina, a su vez, a otras divinidades o espíritus subalternos de personas que han transitado por este mundo y cuya nobleza se confirma por integrar una “legión”.

Cada falange constituye una expresión de fuerza y superioridad sobre la que subyace una ética y un orgullo distintivo. Las legiones se hipostasian en este mundo merced a la mediación de los iniciados de cada línea. El sincretismo umbandista no encuentra demasiadas dificultades en traducir estas agrupaciones jerárquicas  a los relatos bíblicos  de ángeles, arcángeles, querubines y serafines.

No cualquiera, a su vez, puede establecer ese vínculo entre estos y los vivos: solo aquellos dotados  de cualidades de intermediación a quienes se denominan “gente de blanco” –por su ropa ritual que debe ser blanca impecable,  radiante y bastante costosa- o “hijos de la religión”. Como representantes en la tierra de sus respectivos santos identifican a sus agregados barriales también como una falange o legión. No fortuitamente sus jefes suelen denominarse “comandantes”.

De ahí, que el miembro de cada célula –que puede reunir hasta cien personas- sea bautizado con un nombre ritual al que se le añade el de su referente bajo la forma de “de” (por ejemplo, X “de Inae” o “de Oxala”).

Estos, asimismo, configuran una escala que asciende desde los conversos de probadas facultades mediumicas –y solo en ámbito religioso- hasta los jefes llamados “paes o maes de santo”. Una vez consagrados por sus superiores pueden fundar sus propios templos  y comenzar la adopción de “hijos de religión”.

Cada agregado se configura en una red genealógica compleja cuyos ascensos y descensos están determinados por el grado de compromiso y observancia con las “obligaciones” reciprocas rigurosamente supervisadas por paes y maes de santo y demás cacicazgos intermedios. Pero la verticalidad absoluta es solo un ideal utópico. La identificación con un poder superior suele suscitar conflictos por las jerarquías motivando guerras entre iniciados que se extienden fácilmente a otras identidades territoriales: desde las familiares hasta las deportivas pasando por las musicales.

 El trasfondo social de estos conflictos se evidencia cuando un grupo “le declara la guerra” a otro interno o externo en sesiones definidas por determinados ritmos tamboriles, las “macumbas”. Los referentes territoriales los saben reconocer como anticipo de enfrentamientos serios que los pone en estado de alerta para evitar escaladas de violencia que pueden arrojar un saldo de heridos, muertos y de enemistades intervecinales a veces atizadas por competidores políticos.

Los líderes religiosos, a su vez, concentran funciones múltiples: en parte, pueden “incorporar” corporalmente espíritus que por su intermedio se comunican con los demás asistentes, curar enfermedades (o al menos predisponer espiritualmente a curas luego concluidas por los profesionales de la medicina),  asistir a los desesperados, y anticipar el futuro según su concepción integral que es juzgada como “la verdad” indiscutible e irrebatible. Su compromiso con el culto es total; todo lo interpretan según su visión del mundo  y  del universo.

 A veces, cuando no es posible, renuncian  a modificar los hábitos y conductas  desviadas de sus consultantes creyentes;  aunque acompañándolos incondicionalmente en su lucha por la supervivencia en todas las circunstancias. De ahí, la dilucidación de otro de los prejuicios más extendidos: que se trata de religiones de delincuentes, drogadictos y depravados. En realidad, solo los “acompañan” sin abandonarlos a su suerte cuando se exhiben incorregibles.

Otra especificidad es su concepción de la sexualidad habida cuenta de que en el espectro de divinidades existen algunas que conviven y operan como parejas homofilicas. De ahí, la popularidad de los africanismos  entre los homosexuales en general en un medios social fuertemente homofóbico. Muchos paes y maes de santo son gays y travestis; y si bien reclutan clientelas diversas, una parte sustancial de ellas son pares que encuentran en sus terreiros y ceremoniales un ámbito de contención y defensa en un mundo familiar y barrial hostil.

A diferencia del catolicismo, el pentecostalismo y demás grupos evangélicos, la umbanda es la única religión  que concibe a la homosexualidad y a sus prácticas concomitantes como una gracia amorosa y saludable, y no como una enfermedad mortificante  sobrellevable a costa de sacrificios y privaciones. Hasta aquí los contenidos  básicos del genero religioso “umbandista”. Sus orígenes históricos, su introducción en la Argentina, y las causas de su éxito en los sectores populares más humildes durante las últimas dos décadas serán abordados en la próxima presentación.

*Historiador . Miembro del Club Político Argentino

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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