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LA RECETA DE ABRAHAM LINCOLN por Franciso M. Goyogana*

Con-Texto | 9 noviembre, 2022

Los países del mundo han debido transitar dificultades en procura de sus propios futuros. La República Argentina se encuentra en 2022 con problemas semejantes. Los resultados obtenidos no parecen haber tenido éxito a largo plazo. Sin embargo, aquellos que utilizaron las mejores ideas de estadistas eximios han alcanzado en muchos casos los objetivos racionalmente perseguidos, mientras que otros Estados, carentes de ideas y capacidades, se han perdido en el tiempo, y hasta en su desaparición de los mapas.

Un Presidente que alcanzó el triunfo de su país, llevándolo al nivel de potencia global fue Abraham Lincoln (1809-1865) quien rememoró tormentosos años en el discurso del 19 de noviembre de 1863 en Gettysburg. El mensaje de Lincoln mencionaba que “nuestros padres crearon en este continente una nación concebida en libertad y dedicada a la proposición de que todos los hombres son iguales”. Señalaba también que en aquella ocasión su país se encontraba inmerso en una gran guerra civil que ponía a prueba su propia supervivencia, pero que restaba la dedicación a una gran tarea que quedaba por delante, con muertos honrados que dieron su vida en postrer sacrificio. La tarea pendiente era la de resolver un nuevo nacimiento de libertad para los norteamericanos, con el renacimiento de una nación libre, con un gobierno del pueblo por el pueblo, para que el pueblo no desaparezca de la tierra. La histórica alocución de Gettysburg se fusionaría entonces con el no menos célebre decálogo de valores que constituyó la estructura básica del progreso por venir. El plan de Lincoln fue breve, pero amplio en su alcance: solamente faltaba encontrar la receta correcta para alcanzar el cambio de la situación existente y llegar al éxito. La fórmula aplicada había sido la siguiente, simplemente el decálogo de Abraham Lincoln:

1.- No se puede crear prosperidad desalentando la iniciativa privada

2.- No se puede fortalecer al débil, debilitando al fuerte.

3.- No se puede ayudar a los pequeños, aplastando a los grandes.

4.- No se puede ayudar al pobre, destruyendo al rico.

5.- No se puede elevar al asalariado, presionando a quien paga el

     salario

6.- No se puede resolver el problema mientras se gasta más de lo
     que se gana.

7.- No se puede promover la fraternidad de la humanidad
     admitiendo e incitando al odio de clases.

8.- No se puede garantizar una adecuada seguridad con dinero
    prestado.

9.- No se puede formar el carácter y el valor de un hombre
     quitándole su libertad e iniciativa.

10.- No se puede ayudar a los hombres realizando por ellos
      permanentemente lo que ellos pueden y deben hacer  por
      sí mismos.

 

*Vicepresidente , Academia Argentina de Historia
 

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EN BUSCA DE RAÚL ALFONSÍN por Daniel Nieto*

Con-Texto | 2 noviembre, 2022

Fuente Seúl

En “el planisferio invertido”, Pablo Gerchunoff encuentra el tono justo para mirar con lupa y entender mejor la figura del ex presidente radical y su enorme potencia política.

 

Raúl Alfonsín: el planisferio invertido, de Pablo Gerchunoff, es un libro importante para quienes se interesan por la historia de nuestro país y, además, aparece justo en un momento en el que se vuelven a discutir episodios relevantes de los años de Alfonsín en el gobierno. El año pasado, Una temporada en el quinto piso, de Juan Carlos Torre, generó impacto por la minuciosidad con la que analizaba en primera persona las tortuosas relaciones entre los funcionarios de Economía y el ala política de aquel gobierno. En estos días, el estreno de Argentina, 1985 volvió a reabrir el debate sobre aquellos años. En ambos casos, se destacan con justicia las figuras de Juan Vital Sourrouille y Julio César Strassera, dos de los principales protagonistas del alfonsinismo, al mismo tiempo que la figura del propio Alfonsín queda relativamente al margen. En este sentido, el libro de Gerchunoff permite debatir de manera más integral aquellos años y hacer justicia con la enorme potencia política que tuvo y tiene aún el pensamiento del presidente radical sobre el proceso político argentino.

El libro se organiza en cuatro partes. La primera (la más breve) oficia de introducción a la figura de Alfonsín y en las tres siguientes se segmenta su vida política en tres períodos: desde su ascenso a la primera línea radical y la evolución de su pensamiento político hasta llegar al gobierno en 1983; la experiencia de gobierno, con sus logros y frustraciones; y los años posteriores, en los que Alfonsín desde el llano seguirá siendo un protagonista principal de la vida política argentina. Es un acierto del autor haber recuperado fuentes sobre el pensamiento de Alfonsín no muy conocidas, expuestas en una sección de “testimonios” en donde aparecen cartas, columnas y documentos que tienen un enorme valor histórico para comprender el pensamiento del biografiado y apreciar su enorme intuición política. En este sentido, Gerchunoff recurre a una cita deliciosa de Isaiah Berlin para describir el talento de Alfonsín: “Una sensibilidad excepcional a cierta clase de hechos… Como si tuviera antenas que le comunican los contornos y las texturas específicas de una situación política o social particular”.

 

1. Menos nacional, más liberal

El planisferio invertido permite reconstruir, a partir del pensamiento de Raúl Alfonsín, muchos de los momentos y debates más relevantes de la historia contemporánea. En primer lugar, se destaca la originalidad del ideario del ex presidente al poner la democracia en el centro de su propuesta. La democracia como estrategia, como medio y fin al mismo tiempo, supuso una ruptura con las ideas dominantes en la política argentina del siglo XX. Ya en los años ‘70 Alfonsín tuvo claro que la democracia debía ser el centro del proyecto que sacara a la Argentina de la violencia política y social. Sin embargo, aún mantenía la convicción de que los fracasos económicos estaban relacionados con los intereses de las minorías oligárquicas que concentraban la riqueza del país. En este sentido, sus ideas económicas seguían ancladas en la Declaración de Avellaneda, que una parte del radicalismo había firmado en 1945. A partir de la apertura política, y sobre la necesidad de pensar cómo confrontar con el peronismo, Alfonsín dio otro paso más en su ruptura conceptual sobre la cuestión argentina. Buscaba sacar la cuestión social de las barricadas, pero también “des-corporativizarla” para poder contenerla dentro del proceso democrático y hacerla compatible con un proceso de acumulación de capital que dinamizara el desarrollo económico..

El grupo Esmeralda y el discurso de Parque Norte, de 1985, le dieron un nuevo marco conceptual para salir de las categorías tradicionales del pensamiento radical. En ese sentido, el equipo económico de Juan Vital Sourrouille contribuyó con un plan de estabilización (que funcionó por un tiempo) y una alternativa superadora a las viejas ideas económicas del consenso nacional-popular que tan bien había descripto Adolfo Canitrot en 1975. Sin embargo, Alfonsín carecía de una hoja de ruta integral para llevar adelante su programa anti-corporativo. Por un lado, la estabilidad económica parecía una condición necesaria pero no suficiente. Pero por otro, no lograba construir un programa integral de reformas que terminara con el corporativismo. Un sistema de reformas que incluyera, por ejemplo, reformar el Estado, las regulaciones laborales y el proteccionismo económico: construir un sistema económico más liberal, un sistema de protección social más universal y un Estado más inteligente para proveer bienes públicos de calidad.

¿No le habremos pedido demasiado a Alfonsín en su estrategia reformista? Gerchunoff insinúa que sí, por dos razones. Primero, porque las circunstancias históricas en las que le tocó gobernar hacían sumamente difícil alcanzar al mismo tiempo los objetivos de la reforma económica y social con la consolidación de la democracia. Segundo, porque el propio Alfonsín y su partido no habían procesado por completo la transformación ideológica que suponía salir de las categorías nacional-populares de la política del siglo XX para adentrarse en los laberintos del reformismo social de carácter liberal-socialdemócrata.

La presentación que hace Gerchunoff de estas circunstancias es uno de los momentos más sustantivos del libro, por la vigencia que mantienen algunos de los dilemas descriptos en lo que el autor denomina el “el triángulo móvil sobre la cuestión corporativa”: el problema militar, la cuestión sindical y las demandas económicas determinadas por los acreedores externos. Alfonsín entendía que era crucial terminar con las tutelas militares sobre la política, comprendía perfectamente que el corporativismo había alcanzado con Onganía su máxima expresión y también había comprendido que la dictadura de Videla había llevado la represión a niveles jamás alcanzados en la historia argentina. Su figura había crecido en aquellos años justamente por ser la que más claramente significaba terminar con la participación de las Fuerzas Armadas en la política argentina. Su intuición lo había llevado hasta ahí y por eso había ganado en 1983. Ahora esa empresa necesitaba compatibilizarse con la administración de la economía y de las relaciones sociales para consolidar el proyecto democrático.

En el problema militar tenía muy claro que se necesitaba un proceso amplio de verdad y justicia que comenzara derogando la autoamnistía que los militares se habían dictado con acuerdo del Partido Justicialista y los sindicatos. Pero también tuvo claro que ese proceso debía ser acotado en lo instrumental, porque no era posible poner a todos los integrantes de las Fuerzas Armadas en el banquillo de los acusados. Eso era lo que había dicho en la campaña cuando exponía sus ideas sobre los diferentes niveles de responsabilidad, lo que con el tiempo se conocería como la “obediencia debida”. Gerchunoff expone con claridad la frustración expresada por Carlos Nino, el cerebro jurídico de aquella iniciativa, cuando en las leyes enviadas al Congreso para comenzar con los procesos judiciales la cuestión de la obediencia debida no queda expresada como se había diseñado en el proyecto original. “Un desastre”, en el decir de Nino, que condicionaría al gobierno de Alfonsín hasta su final y que le recortaría margen de maniobra para lidiar con los sindicatos y las circunstancias económicas.

FALTA ENVIDO A LOS SINDICATOS

¿“Desperonizar” el movimiento obrero o “descorporativizar” las relaciones laborales? En el plano de la cuestión sindical es donde Gerchunoff insinúa su mayor desencanto con la manera en que Alfonsín pasó de la confrontación abierta con los gremios —con el intento de la Ley Mucci— al pacto radical-sindical que derivó en el ingreso de los Gordos de aquella época al gobierno y que, como muchos piensan, intentó ser un golpe estratégico para consolidar la estabilidad económica alcanzada con el Plan Austral. En la cuestión sindical Alfonsín priorizó una confrontación por los estatutos de los gremios, la denominada “democratización sindical”, por encima de los proyectos reformistas de las relaciones laborales, (elaborados por Hugo Barrionuevo y Armando Caro Figueroa) y del sistema de obras sociales (elaborado por Aldo Neri). La historia es conocida: la Ley Mucci perdió por un voto su trámite en el Senado y el peronismo le pudo aplicar así el primer golpe al gobierno radical.

Desde allí en adelante, el sindicalismo peronista terminaría obteniendo leyes que consagraron los formatos anacrónicos de regulación laboral que perduran hasta la actualidad y, también, su poder económico, basado en el control de los fondos destinados a las obras sociales. En política, el orden de los factores altera el producto. Tal vez, con el diario del lunes, otras deberían haber sido las prioridades. Acordar otro modelo de relaciones laborales y otro tipo de gestión de los fondos destinados a la salud habría permitido “des-corporativizar” aspectos relevantes del funcionamiento de la sociedad, aunque los gremios siguieran siendo manejados por sus burocracias. Al fin y al cabo, esas mismas burocracias pactarían con Menem la reforma neoliberal unos años después.

El manejo de la economía y el Juicio a las Juntas le dio en 1985 el mayor triunfo electoral que la UCR tuvo en su historia desde los tiempos de Yrigoyen y Alvear. Nunca más desde entonces el radicalismo ganaría sin alianzas una elección nacional. Sin embargo, esa efervescencia duraría poco. La estabilidad económica alcanzada sería efímera y la impronta del Juicio a las Juntas quedaría desdibujada por las asonadas militares que reclamaban una amnistía y los avatares de las leyes que buscaban encauzar un proceso que amenazaba desmadrar la transición democrática. Contener los reclamos militares suponía pactar con los sindicatos, y pactar con los sindicatos significaba romper el Plan Austral. El “triángulo móvil de la cuestión corporativa”, diría el autor, comenzaba a acorralar al gobierno de Alfonsín.

A esta altura, Gerchunoff se hace una pregunta crucial: ¿en qué medida tenía Alfonsín una convicción profunda sobre la necesidad de encarar la reforma del Estado? ¿Era posible encontrar una diagonal entre las demandas contrapuestas de los acreedores externos y los reclamos sociales sin que se saliera por arriba de ese laberinto impulsando una reforma económica profunda? ¿No quiso, no pudo o no supo Alfonsín encarar esta cuestión? Es cierto que en amplios sectores de la UCR estas ideas no sólo no estaban maduras, sino que eran ampliamente rechazadas. Pero también es cierto, y Gerchunoff lo menciona, que durante el gobierno de Alfonsín se impulsaron varios proyectos orientados a la modernización del Estado. En este sentido, llama la atención que tanto en el libro de Torre como en éste de Gerchunoff no haya muchas referencias al papel que tuvo en el gobierno la figura de Rodolfo Terragno, quien con su best-seller La Argentina del Siglo XXI había cautivado la mente de Alfonsín. Como todos sabemos, Terragno fue designado como ministro de Obras Públicas para llevar adelante las ideas expresadas en su libro.

Por encima de los avatares de la gestión de gobierno, Gerchunoff expone con nitidez la mirada estratégica que tenía Alfonsín sobre cómo transformar la sociedad argentina en el plano de sus instituciones. El Consejo para la Consolidación de la Democracia, con Carlos Nino como presidente y con Enrique Nosiglia como director ejecutivo, fue una herramienta para encontrar los denominadores comunes entre las fuerzas políticas y sociales para la fundación de la “Segunda República”. Las ideas que Alfonsín bosquejaba para esta empresa reformista incluían una reforma constitucional de espíritu parlamentarista, la reforma administrativa y la descentralización territorial (que implicaba su proyecto de traslado de la Capital Federal a Viedma), pero también la división de la provincia de Buenos Aires. Como en otros aspectos, las ideas estratégicas de Alfonsín tenían claridad y potencia, aunque sus instrumentos tácticos para lograrlas no siempre fueran todo lo efectivos que tenían que ser. Estas ideas serían un hilo conductor en la acción política de Alfonsín aún después de dejar el gobierno y algunas de ellas lograrían concretarse años después.

 

2. El pacto y la convertibilidad

El retrato del Alfonsín en el llano que expone Gerchunoff tiene su punto más alto en la relación forjada con Carlos Menem para acordar la reforma constitucional. En este plano el libro describe muy bien cómo Alfonsín pudo obtener la reforma de la Constitución que le permitió alcanzar sus objetivos estratégicos, mientras que al riojano sólo le concede la posibilidad de la reelección, intuyendo que esto sería de poco valor en el futuro inmediato. En este aspecto, el autor nos sugiere que Alfonsín lo jodió a Menem, por más que los costos políticos que tuvo que pagar por el Pacto de Olivos no fueron pocos. En el plano interno, Alfonsín debió ceder protagonismo a manos de dirigentes como Fernando de la Rúa y, en el plano electoral, la UCR perdió votos en el AMBA a manos del FREPASO. Alfonsín tuvo la Constitución que quiso, pero a cambio tuvo que compartir el poder. Si se tiene en cuenta que Menem hubiese podido reformar igualmente la Constitución sin el acuerdo con su antecesor y, por lo tanto, sin el núcleo de coincidencias básicas negociado entre ambos y sin la legitimidad que finalmente tuvo, el Pacto de Olivos gana, en perspectiva histórica, un lugar relevante entre los éxitos de la vida política de Alfonsín.

El resto de la relación entre Alfonsín y Menem, o mejor dicho de la relación de Alfonsín con los años ‘90, es presentada en “El planisferio invertido” a partir de la adhesión del radical a la socialdemocracia y sus críticas al modelo económico “neoliberal” que se implementaba. Alfonsín expresaba dos convicciones en los ‘90: que las reformas neoliberales de Menem estaban predestinadas a generar mayor desigualdad social y exclusión económica; y que la convertibilidad volaría por el aire más o menos rápidamente. La primera convicción era más política que económica, pero en lo sustantivo tuvo razón. La segunda convicción era más económica que política, y estuvo equivocado. Pero no fue el único: casi todos sus asesores económicos pensaban lo mismo. Por lo tanto, la estrategia de Alfonsín de ubicarse como opositor acérrimo del modelo menemista desde una perspectiva socialdemócrata le permitía mantener la identidad de su proyecto político.

En esos años, Alfonsín llevó al radicalismo hacia la socialdemocracia no para que la UCR fuera más de “izquierda”, sino para que fuera más liberal. Para sacarla del nacionalismo popular de la Convención de Avellaneda y ponerla en el reformismo social y liberal. ¿Cómo no sería éste un marco conceptual y simbólico apropiado, a partir del cual la UCR podía simultáneamente defender su convicción democrática y criticar una modernización económica salvajemente excluyente en lo social? La confrontación con el menemismo vitalizó a las organizaciones estudiantiles radicales, seriamente debilitadas por las rupturas por izquierda y el avance de las agrupaciones liberales de la UCeDé. La adhesión de la UCR a la familia del socialismo democrático internacional se daría en todas sus líneas y, con el paso del tiempo, le daría un paraguas internacional y latinoamericano a la Alianza para relacionarse con casi todos los gobiernos relevantes de la región y de Europa. Al final de la década, Alfonsín podía sentirse satisfecho de haber consolidado al sistema democrático, haber reformado la Constitución Nacional en un sentido republicano y haber colocado a la UCR en el plano progresista de la globalización.

CONTRA EL ‘UNO A UNO‘

Las polémicas sobre la convertibilidad que protagonizó Alfonsín durante esa época aparecen en el libro, pero dejando la sensación de que habría más tela para cortar al respecto. Con la victoria en las elecciones de 1997 la Alianza se constituyó como la opción más probable de gobierno para 1999, y ya en ese entonces se hacían evidentes las enormes dificultades económicas que el gobierno entrante tendría para manejar a un país sumido en una profunda depresión económica, al límite de otra crisis de deuda y sin demasiados instrumentos para reactivar la economía dentro de los márgenes que la propia convertibilidad establecía. Alfonsín fue un crítico feroz de aquel régimen y sólo se mantuvo callado al respecto entre 1997 y el momento en que José Luis Machinea abandonó el gobierno de Fernando de la Rúa. En el libro no se expone cuáles fueron los argumentos de aquel equipo económico que a principios de los ´90 esperaba una crisis rápida de la convertibilidad pero que, a fines de la década, con la economía ya en depresión, se aferró a la idea de que era posible gobernar sin salir de ese modelo. O, lo que es lo mismo: que salir de ese modelo llevaría inevitablemente a una crisis de gobernabilidad y que, por lo tanto, Alfonsín debía callar sus opiniones económicas.

Gerchunoff absuelve a Alfonsín de las acusaciones de haber conspirado contra De la Rúa. Explica bien cómo sus intenciones eran más bien buscar un acuerdo con el PJ que permitiera salir de la convertibilidad sin una crisis política demasiado grave que arrastrara a la UCR hacia el desastre. La relación tortuosa entre el presidente y su vice (que llevaría a la renuncia de Chacho Alvarez) y la firmeza de De la Rúa para sostener el modelo aún a costa de intentar salvarlo llevando al gobierno a Domingo Cavallo no le dejaron mucho espacio a Alfonsín para alcanzar ese acuerdo con el PJ, el cual sólo se volvió posible cuando, finalmente, con el “corralito” Cavallo decreta el final de la convertibilidad realmente existente y al poco tiempo renuncia De la Rúa. Como en la transición de 1989 con Menem, la debacle radical le aportó gobernabilidad y apoyo parlamentario al gobierno justicialista que lo sucedió. Sin embargo, a diferencia de 1983, cuando Alfonsín tuvo claro que lo crucial era establecer la democracia y desde ahí, con aciertos y errores, articuló su gobierno, la Alianza no comprendió en 1999 que su leit motiv debía ser salir de la depresión económica a la que la convertibilidad estaba sometiendo a la sociedad argentina. En este sentido, debe haber habido discusiones al respecto entre Alfonsín y los economistas de la FADE, sobre las cuales los lectores del libro no tenemos muchos detalles.

Las páginas finales relatan los últimos momentos de la vida política de Alfonsín. Su renuncia al Senado, sus enojos –con Elisa Carrió, por los ataques a la UCR, y con los Kirchner, por las provocaciones en el campo de la memoria por la lucha de los derechos humanos–, los armados para las elecciones de 2007 y los sucesivos homenajes en vida de los que fue objeto.

Para quienes acompañamos el proyecto de Alfonsín en varios de los momentos relatados por el libro, es difícil dejar la emoción de lado y cerrar la lectura de El planisferio invertido. En este sentido, el libro de Gerchunoff tiene el tono justo, uno que permite la reflexión y acompaña con recuerdos y anécdotas de la vida de Alfonsín, que nos vuelve a encandilar con su enorme figura de líder sin igual. La mirada retrospectiva nos deja el balance de un político que pudo transformar la sociedad argentina en el plano de sus instituciones, siendo esto casi lo único que nos queda de todo lo que se intentó desde 1983 hasta acá. Es cierto que la reforma económica la terminó haciendo Menem, pero de esa reforma económica en la actualidad no queda nada. En cambio, el legado de Alfonsín sigue vigente, nos moldea a todos los que hacemos política, nos obliga a buscar consensos, a ganar elecciones, a formar coaliciones. Nos interpela a seguir soñando en cómo hacer para conciliar los beneficios de la libertad con las aspiraciones de progreso y justicia social.

                                                      16 de octubre de 2022

*Daniel Nieto. Economista (UBA). Subsecretario de Desarrollo Inclusivo en el Ministerio de Desarrollo Económico y Producción (GCBA). Ex presidente de la FUA.

 

 

 

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EL «ERROR DE CÁLCULO» DEL BREXIT Y SU ENORME INFLUENCIA EN LA TURBULENCIA POLÍTICA QUE VIVE REINO UNIDO  por Redacción BBC News Mundo

Con-Texto | 1 noviembre, 2022

Reino Unido solía ser considerado un país políticamente estable, pero con cinco primeros ministros en seis años, tres de ellos en los últimos dos meses, es claro que algo está funcionando mal dentro del parlamento de Westminster.

Desde las elecciones generales del Reino Unido en 2015, que ganó el Partido Conservador, ha habido múltiples ocupantes en la residencia oficial de Downing Street.

Antes de la llegada del actual primer ministro, Rishi Sunak, Liz Truss renunció al cargo que ocupó durante solo 45 días, el período más corto en la historia del país.

Truss reemplazó a Boris Johnson cuando este dimitió en septiembre, quien a su vez ocupó el cargo que dejó Theresa May tres años antes, en 2019.

May fue nombrada líder del Partido Conservador y primera ministra cuando David Cameron anunció su dimisión en 2016.

¿Qué ocurre en Westiminster? Algunos analistas apuntan a las profundas divisiones dentro del Partido Conservador, que, seis años después del Brexit, la salida de Reino Unido de la Unión Europea, no ha logrado encontrar la dirección que debe seguir este país.

«Ciertamente para explicar la inestabilidad del Partido Conservador y de la política británica en general tenemos que regresar a 2016, cuando se votó para dejar la Unión Europea», dice Tim Bale, profesor de Política de la Universidad Queen Mary de Londres y autor del libro The Conservative Party after Brexit: Turmoil and Transformation («El Partido Conservador después del Brexit: turbulencia y transformación»).

«Desde entonces realmente no hemos tenido un período largo de estabilidad», agrega. «Quizás no habíamos visto tanto caos como el que hemos tenido en las últimas semanas, pero desde (2016) hemos vivido una situación inherentemente volátil», le dice el experto a la BBC.

“Error de cálculo”

Los analistas consideran que el mayor «punto de inflexión» en la historia política, económica y diplomática reciente de Reino Unido ocurrió en 2013, cuando el entonces primer ministro conservador, David Cameron, prometió celebrar un referendo sobre la pertenencia de Reino Unido a la Unión Europea (UE) si su partido ganaba la siguiente elección general.

«La decisión de Cameron para comprometerse al voto no fue porque la población del país estuviera reclamando votar, sino porque una minoría significativa de sus propios parlamentarios le estaban exigiendo que lo hiciera», señala el profesor Bale.

Algunos de estos parlamentarios conservadores se sentían amenazados con el ascenso del UKIP, un partido populista y antieuropeo que estaba ganando cada vez más simpatizantes. Otros eran los eternos conservadores antieuropeos que estaban aprovechando esos temores para favorecer su causa.

Cameron, que apoyaba la permanencia en la UE, esperaba que el referendo pusiera fin a esa «guerra civil» dentro de su partido y mantuviera a los conservadores en el poder. Y también pensaba que podía ganar.

Pero fue un error de cálculo de enormes proporciones.

David Cameron subestimó el poder de la campaña a favor del Brexit, señala el profesor Tim Bale.

Como explica el profesor Bale, Cameron perdió por muchas razones. Pero una de ellas fue que «subestimó la forma como la campaña a favor de salir de la UE fue capaz de movilizar a sus seguidores para que salieran a votar, incluso aquellos que normalmente no solían hacerlo».

El resultado no solo puso de manifiesto las profundas divisiones entre los votantes y dentro de los partidos, sino también cambió el curso de la política exterior, económica y comercial del país.

Tras el voto del Brexit, muy pronto se hizo claro que los arquitectos del proyecto para salir de la UE, incluido su defensor más famoso, Boris Johnson, no tenían un plan real para desenredar décadas de vínculos económicos, comerciales y legales con Europa.

«Después de pasar años presionando por el Brexit o tratando de evitarlo, la élite política británica no tiene una visión del futuro de Reino Unido después de abandonar la UE o de cómo lograr un papel significativo en el mundo», señala el profesor Matthew Flinders, profesor de Política de la Universidad de Sheffield, Inglaterra.

Actualmente en la política británica existe una «falta de visión nacional coherente» sobre lo que se quiere lograr y cómo se quiere lograrlo, afirma el experto. Y esta falta de visión coherente en la última década en la política británica, agrega, ha resultado en un vacío político.

«Creo que este vacío político surgió con el Brexit», le dice a BBC Mundo el profesor Flinders. «El Reino Unido tenía un imperio. Perdió un imperio y encontró a la UE. Dejó a la UE y ahora realmente no sabe hacia dónde va o por qué debe ir hacia algún lado».

Las disputas sobre la relación del Reino Unido con Europa dentro del Partido Conservador ya existían décadas antes del Brexit.

Pero la salida de la UE puso de manifiesto las distintas visiones y las ideologías opuestas sobre el rumbo que debía seguir el país.

David Cameron tuvo que renunciar al no lograr persuadir a los votantes de permanecer en la UE. May se vio obligada a dimitir cuando muchos dentro de su partido consideraron que estaba promoviendo un «Brexit suave», mostrándose demasiado conciliadora sobre el compromiso que el Reino Unido debía aceptar para salir de la unión.

Y con Boris Johnson, que dirigió la campaña para salir de la UE, quedaron al frente los conservadores de línea dura que abogaron siempre por un «Brexit duro».

Johnson, que llegó al poder en julio de 2019 tras la renuncia de May, convalidó su liderazgo con una rotunda victoria en las elecciones generales de diciembre de ese año, en las que consiguió una amplia mayoría para su partido.

Liz Truss tampoco logró unir a su partido con una visión clara sobre el rumbo del país post Brexit.

Y tampoco le ayuda al país que no solo es el partido en el poder el que atraviesa inestabilidad e incertidumbre. También el principal partido de oposición, el Laborista, se muestra debilitado y sin un propósito claro.

Según un sondeo a principios de octubre de YouGov cuando se le preguntó a la gente si pensaba que el Partido Laborista tenía un sentido de propósito claro, solo el 34% respondió que sí.

La pregunta que muchos se plantean ahora es si los conservadores podrán decidir qué rumbo debe seguir el país y adónde debe llevar el Brexit. Y, sobre todo, se cuestionan si el país podrá salir de este caos político.

Hasta ahora esta inestabilidad ha dañado la economía del país, su credibilidad en los mercados y su reputación alrededor del mundo.

Como señala el profesor Matthew Flinders de la Universidad de Sheffield, el momento en que ocurre esta turbulencia política en el Reino Unido está definido por la volatilidad y la incertidumbre alrededor del mundo, marcadas principalmente por las consecuencias de la pandemia de Covid y la guerra de Vladimir Putin en Ucrania.

Pero también, dice, hay un problema «sistémico y estructural» en el sistema de gobierno británico -un sistema parlamentario que favorece el bipartidismo- que «no está alineado con las necesidades de una población cada vez más diversa y progresista».

¿Podrán los políticos británicos, en este contexto, renovarse y restaurar la credibilidad global y la confianza de sus ciudadanos?

«Esperaría la renovación y el surgimiento de una nueva generación de políticos que fueran más hábiles para trabajar en un contexto digital y que entendieran la necesidad de forjar nuevas conexiones con el público», le dice el experto a BBC Mundo.

«El gran problema es que el sistema electoral (británico) mantiene un estilo de política muy inmaduro, pero ninguno de los dos partidos principales tiene intención de cambiarlo. Esta es la gran ‘trampa’ de la que nadie habla realmente. ¿Podría este enorme caos centrar la atención en una reforma electoral? Lo dudo». 27 octubre 2022

 

 

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BRASIL: GOLPE DE ESTADO CONTINUADO por Boaventura de Sousa Santos*

Con-Texto | 1 noviembre, 2022

El domingo pasado quedó claro que en Brasil se está produciendo un Golpe de Estado. Se trata de un nuevo tipo de golpe cuyo curso talvez no sea afectado sustancialmente por el resultado de las elecciones. Por cierto, con la difícil victoria de Lula da Silva su ritmo será ciertamente afectado. Se trata de un golpe que comenzó a ponerse en marcha en 2014 con la impugnación de los resultados de las elecciones presidenciales ganadas por la presidenta Dilma Rousseff; continuó con el impeachment de la presidenta Rousseff en 2016; y con el encarcelamiento ilegal del ex presidente Lula da Silva en 2018 para impedirle presentarse a las elecciones que ganó el presidente Bolsonaro, principal beneficiario del golpe en su fase actual. Con la elección de Bolsonaro terminó la primera fase del golpe y comenzó una segunda. Al igual que Adolf Hitler en 1932, Bolsonaro dejó claro desde el primer momento que había utilizado la democracia exclusivamente para llegar al poder y que, una vez conseguido este objetivo, ejercería el poder con el objetivo exclusivo de destruirla. En esta segunda fase, el golpe tomó la forma de un lento vaciamiento de la institucionalidad democrática y de la cultura política, cuyos principales componentes fueron los siguientes.

En el ámbito de la institucionalidad: la explotación de todas las debilidades del sistema político brasileño, en particular del poder legislativo, profundizando la mercantilización de la política, la compra y venta de votos de los representantes del pueblo en el período entre elecciones y la compra y venta de votos de los electores durante los períodos electorales; la complicidad del poder judicial conservador, incapaz de imaginar la igualdad de los ciudadanos ante la ley y acostumbrado a convivir tanto con el imperio de la ley como con el imperio de la ilegalidad, según los intereses en juego; la captura de las fuerzas armadas a través de la distribución masiva de cargos ministeriales y administrativos.

En el ámbito de la cultura política democrática: la apología de la dictadura y sus métodos represivos, incluida la tortura; el uso masivo de las redes sociales para difundir fake news y promover la cultura del odio y una ideología del bienestar vaciada de cualquier contenido que no sea el del malestar o el sufrimiento infligido al «otro» construido como enemigo; la capilarización en el seno del tejido social del imperialismo religioso conservador estadounidense (evangelismo neopentecostal) vigente desde 1969 como política contrainsurgente preferente.

Esta fase concluyó al final de la primera vuelta de las elecciones presidenciales el pasado 2 de octubre. A partir de entonces, entró en una nueva fase basada en un ataque frontal al núcleo duro de la democracia liberal, al proceso electoral y a las instituciones encargadas de garantizar su normal desarrollo. Esta fase es cualitativamente nueva debido a dos factores.

En primer lugar, se ha puesto de manifiesto la internacionalización del ataque a la democracia brasileña a través de organizaciones globales de extrema derecha originadas y financiadas por la plutocracia estadounidense. Brasil se ha convertido en el laboratorio de la extrema derecha mundial donde se pone a prueba la vitalidad del proyecto fascista global en el que el neoliberalismo se juega un nuevo (¿último?) aliento. El objetivo principal es la elección de Donald Trump en 2024. Informaciones fiables nos dicen que las empresas de desinformación y manipulación electoral vinculadas al notorio fascista Steve Bannon se instalaron en dos pisos de una de las principales calles de Sao Paulo desde donde dirigían las operaciones.

En esta fase electoral, las dos estrategias principales fueron las siguientes. La primera fue la intimidación para evitar el «voto equivocado» y los beneficios a cambio del «voto correcto» ofrecidos por la clase empresarial baja y los políticos locales. La segunda, utilizada durante mucho tiempo por las fuerzas conservadoras de EE.UU. bajo el nombre de vote supression. La supresión del voto consiste en un conjunto de medidas excepcionales, siempre bajo el barniz de la normalidad legal, destinadas a impedir que los grupos sociales más proclives a votar al candidato opuesto a los golpistas ejercieran su derecho al voto: bloqueos de carreteras, exceso de celo en el control de los vehículos que transportaban a los potenciales votantes, intimidación para provocar el abandono, suspensión del transporte gratuito decretado por la ley electoral para promover el ejercicio del derecho al voto de los más pobres.

¿Y ahora qué, Brasil? La democracia brasileña ha sobrevivido a esta nueva fase del golpe de Estado en curso. A ello contribuyó la notable e intrépida implicación de los demócratas brasileños, que vieron en su voto la prueba de una vida mínimamente digna, la afirmación de su autoestima en términos de civilización y el principio activo de la energía democrática para los difíciles tiempos que se avecinan. También contribuyó la firmeza de las instituciones de justicia electoral, en medio de presiones, desautorizaciones e intimidaciones de todo tipo. Pero sería una locura irresponsable pensar que el proceso golpista ha terminado. No ha terminado y entrará en una nueva fase porque las condiciones y las fuerzas nacionales e internacionales que lo reclaman desde 2014 siguen vigentes y no han hecho más que reforzarse en estos últimos años.

El golpe de Estado continuado entrará en una nueva fase. En lo inmediato, será probablemente la impugnación de los resultados electorales para compensar el fracaso de los golpistas en conseguir los resultados que querían con sus múltiples fraudes. Después, el golpe adoptará otras formas, a veces más subterráneas, con la utilización del crimen organizado para intimidar a las fuerzas democráticas, y a veces más institucionales, con la movilización artera del poder legislativo para crear una situación de ingobernabilidad permanente, es decir, con la amenaza de destitución del gobierno elegido y de las altas esferas del sistema judicial.

Aunque el objetivo de los golpistas a medio plazo es impedir que el presidente Lula da Silva complete su mandato, el proceso golpista continuará y sólo será verdaderamente neutralizado cuando los demócratas brasileños se den cuenta de que la vulnerabilidad de la democracia es en gran medida autoinfligida, por la arrogancia en pretender ser la única condición para la legitimidad del poder en lugar de asumir que su legitimidad estará siempre al borde del colapso en una sociedad socioeconómica, histórica, racial y sexualmente muy injusta.

Traducción de Bryan Vargas Reyes

…………………………..

*Académico portugués. Doctor en sociología, catedrático de la Facultad de Economía y Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coímbra (Portugal). Profesor distinguido de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE.UU) y de diversos establecimientos académicos del mundo. Es uno de los científicos sociales e investigadores más importantes del mundo en el área de la sociología jurídica y es uno de los principales dinamizadores del Foro Social Mundial. Artículo enviado a OtherNews por la oficina del autor, el 31.10.22

 

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