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¿SUBSISTEN LOS APARATOS ELECTORALES? por Jorge Ossona*

| 26 junio, 2015

 Tales fueron los cambios experimentados por la sociedad argentina durante las últimas décadas que muchos de sus transformaciones subterráneas no han sido del todo estudiadas; optándose por interpretaciones propias de la sociedad industrial clausurada hace, por lo menos, treinta años. El abuso de la Historia como fuente referencial para entender procesos contemporáneos puede responder a dos designios ampliamente usufructuados en la actualidad: los mitos heroicos y gloriosos que, más allá de sus victorias o su derrotas –también convertidas, en victorias- sirven como marco legitimador para los que ejercen el poder; o bien la idea menos nociva pero inconveniente de transpolar situaciones por analogía coyuntural. El caso de los procesos electorales es bien elocuente respecto de esta última vertiente. Se parte del supuesto de una ciudadanía constituida por individuos libres e iguales que votan por múltiples razones entre las que se destacan la publicidad y la presencia actuada de los candidatos en los medios de comunicación. Los procesos electorales, pese a sus torsiones, respondieron en la Argentina a esa dinámica entre la Ley Sáenz Peña y los años 80. La sociedad era más homogénea en cuanto a su incorporación al mercado de consumo de bienes, al trabajo regular, y a la participación política. Pero a poco de inaugurarse la democracia irrumpió con crudeza un fenómeno que se venía incubando durante los quince años anteriores: la pobreza estructural resultante de una movilidad social descendente tanto en las clases medias “caídas del mapa” como en los antiguos trabajadores, industriales o no. A más de treinta años de comenzada la experiencia democrática más estable de la historia argentina el Estado administra cincuenta y dos planes de emergencia solo en el orden nacional que involucran a dieciocho millones de beneficiarios. Estos datos, evocativos de la pobreza de casi una tercera parte de la población, requieren explicar sociabilidades nuevas de fuerte impacto en la política y en los procesos electorales. Las necesidades de vastos segmentos suburbanos se han tendido a procesar a lo largo de los últimos decenios de acuerdo a sucesivas formulas pero análogas en lo relativo a la dependencia respecto del Estado. Jefaturas fuertes de colectivos de diverso tamaño -que abarcan desde familias extensas hasta comunidades étnicas y religiosas entre muchas otras- han tendido a relacionarse con el Estado subsidiario que fue reemplazando alternativamente bolsas de alimentos, de remedios y de pequeños –también de grandes, como lo prueba La Salada- espacios en la vía pública para el comercio irregular por planes y programas de urbanización barrial más estables; pero igualmente volátiles. De entre estos referentes emergen agentes vinculados a la política predominantemente municipal que los convierte en empleados formales o informales –a veces, hasta funcionarios- que los pone en contacto con alguna dependencia pública regida por algún burócrata con aspiraciones electorales. Desde allí, negocian recursos estatales que se derraman en sus respectivos grupos, y en cuya persistencia se juegan subsistencias más o menos holgadas además de su estabilidad, su honor, y su consistencia. Los denominados “punteros” proceden de ese segmento; pero su prestigio y eficacia puede determinar que también referencien a otros, aunque siempre acotados territorialmente. Sus liderazgos no residen solo en satisfacer materialidades sino también en representar pasiones que le confieren sentido a la existencia de sus miembros quienes se reconocen más como tales que como personas individuales. Para quienes operan desde los municipios, la preservación de este régimen de prestaciones y de contraprestaciones electorales define ciudadanías colectivas que se expresan tanto en actos proselitistas como en comicios. Debidamente organizados estos últimos requieren de fiscalizaciones para constatar resultados o traiciones casi siempre procedentes de la competencia dentro de la esfera dirigencial por ampliar su influencia. Las técnicas a tales efectos son múltiples y variadas; y arrancan mucho entes del acto comicial en sí, digitando, por caso, padrones obtenidos con anticipación a los plazos legales en el Juzgado Electoral provincial para diseñar estrategias de movilización e influir en el nombramiento de los presidentes de mesa, luego acompañados de fiscales generales como para que el proceso sea lo más previsible posible. Esto último, incluye la producción de conflictos allí donde las perspectivas son dudosas manipulando por la fuerza mesas y sobres para forzar el resultado esperado. La máquina social y territorial no ha hecho más que perfeccionarse durante los últimos veinte años. Es una de las consecuencias de la impresionante reestructuración social acaecida en el país. Dos ideas ampliamente extendidas sobre los procesos electorales contemporáneos deben ser, así, reconfiguradas. En los bolsones suburbanos de pobreza se opta menos por candidaturas que por la preservación de recursos de subsistencia garantizados por los “políticos” locales; léase los punteros. El voto individual no puede ser entendido sin la pertenecía de los sufragantes a colectivos más amplios debidamente “encuadrados” por los municipios. Son los dos pilares básicos de la política territorial del actual “partido de gobierno”. La robustez de los aparatos oficialistas construidos a lo largo de estas últimas décadas es sólida pero tampoco irreductible. Preservar en el tiempo la lealtad de colectivos no es tarea sencilla: la pobreza no es homogénea y registra diversos estratos en los que hay privilegiados –como los punteros, referentes y sus respectivos sequitos- y marginados dispuestos a expresar su insatisfacción con garra en tanto aparezcan operadores y referentes nuevos que bien pueden proceder de fuerzas opositoras. En la actualidad, ningún partido suscita las pasiones y devociones militantes de otrora, mucho menos sus dirigentes. Por lo tanto, también en los sectores pobres se abre un enorme campo de posibilidades para fuerzas opositoras con voluntad de ganar. Pero para ello es menester lanzarse a las calles, reunirse con grupos cruciales –no solo la marketinera técnica de tocar timbres casa por casa- y proceder a interpretar, comprender y hasta querer a los grupos a los que se dispone a representar.

                                                                                                    Junio 2015

*CEINLADI- UBA-Club Político Argentino

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RENUNCIAR A LA INOCENCIA por Alberto Medina Méndez*

| 15 junio, 2015

 

Es habitual que los seres humanos caigan en la trampa de confundir los deseos con la realidad. A veces, las ansias de que algo suceda, hacen que se pueda creer que todo va en esa dirección y que es inexorable que esa percepción personal sea compartida por la inmensa mayoría de la sociedad.

La realidad siempre se ocupa de poner las cosas en su lugar. Lo que parecía evidente se derrumba y los hechos refutan todo con absoluta contundencia. En casi cualquier ámbito de la vida se puede convivir con esa ingenuidad casi eternamente, pero en la política lo empírico se presenta de un modo aplastante y no deja más alternativa que reconocer el error de perspectiva.

A veces, el anhelo es tan potente que la gente prefiere continuar desorientada por algún tiempo adicional, intentando explicar lo ocurrido y apelando a aspectos secundarios, existentes, pero no determinantes.

Hace tiempo que la sociedad considera que la política dejó de ser la herramienta de las transformaciones para convertirse en un instrumento de sometimiento, abusos y corrupción. Por eso se enfada y con razón.

Frente a esos inaceptables atropellos, reacciona casi heroicamente y asume un legítimo protagonismo que aspira a modificar la situación actual y encauzar entonces, aquello que nunca debió salirse de rumbo.

El ciudadano medio cree, con convicción, que la democracia es el camino para dirimir las discrepancias de una comunidad. Pero también percibe que ese sistema de gobierno ha sido cooptado por una casta, una corporación de personajes que se han apropiado de la conducción de esa maquinaria.

Es por eso, que esa ciudadanía enojada e indignada, con bronca e impotencia, entiende que debe hacer algo al respecto y asume la responsabilidad de liderar ese proceso de reformas indispensables.

Ese análisis, pese a su simplicidad, no es incorrecto, pero es insuficiente, porque no mensura con seriedad las variables más relevantes que explican el presente y el modo preciso en el que opera la política contemporánea.

Por obvio que parezca, nada se supera si no se comprende primero su dinámica y se entienden sus reglas básicas. Recién entonces se puede plantear una estrategia adecuada y tener así una posibilidad cierta de lograr resultados. Las ganas son necesarias, pero no alcanzan si no se les agrega una importante dosis de profesionalismo y una perseverancia sistemática.

Lo que ocurre en el presente es la consecuencia de una serie bastante prolongada de situaciones que derivaron en esta actualidad. No se ha llegado hasta aquí de la mano de casualidades o circunstancias inconexas.

El entramado actual es complejo, sofisticado y la maraña de ingredientes que lo componen lo hace casi inaccesible. No puede ser encarado con éxito solo apelando a rudimentarios recursos y maniobras primitivas.

El fraude estructural, las regulaciones que condicionan la participación política de los ciudadanos, los privilegios de la partidocracia, el financiamiento de las campañas son solo algunos de los condimentos cuyo replanteo de fondo es esencial. Sin embargo, la posibilidad concreta de lograrlo pronto parece políticamente inviable y fácticamente imposible.

A la farsa propia del sistema se agrega la apatía de una ciudadanía abatida por su extensa nómina de derrotas individuales y colectivas, situación que molesta a muchos, pero que es el desenlace esperable de un esquema que fue montado intencionalmente para que derive en esa postura general.

La desesperanza cívica no es un incidente fortuito, sino que es el resultado  de una planificada y exitosa estrategia de quienes ostentan el poder para evitar que la sociedad retome el mando. En una comunidad empoderada, ninguno de los despropósitos del presente, tendrían viabilidad alguna.

Quienes ejercen el poder, los que orientan los destinos de la política y llevan décadas en esto, no serán derrotados en las urnas por principiantes. Ellos pueden no saber gobernar, pero tienen la destreza para retener poder indefinidamente y son expertos en quitarse de encima a los aficionados.

El aparato político de los gobiernos, el clientelismo estructural, el asistencialismo vigente, la discrecionalidad con la que administran los dineros del Estado y cierto talento en el juego electoral son demasiadas ventajas para que un grupo de improvisados ciudadanos bien intencionados puedan destronar a los que han hecho de la política su forma de vida.

Siempre cabe la posibilidad de que los poderosos tropiecen, de que la soberbia les juegue una mala pasada, que un hecho inesperado los debilite y sean víctimas de sus andanzas, pero no es razonable pretender triunfos que dependan solo de una combinación infinita de errores ajenos.

Ningún desafío debe ser descartado, por difícil que parezca. Pero para encararlos se debe tener los pies sobre la tierra. Se precisa de bastante inteligencia, de una sabiduría inagotable para superar los escollos y de una actitud a prueba de casi todo para transitar el sendero a recorrer.

La idea no es caer en el desanimo sistemático y bajar los brazos. No es ese el planteo. Pero es vital e imprescindible entender profundamente como funciona el sistema, dimensionar su complejidad y comprender sus intrincados mecanismos para dar la batalla de un modo conducente. Se precisan de muchas cualidades para emprender ese recorrido. Pero el requisito número uno para enfrentar al régimen es renunciar a la inocencia.

*Periodista.Consultor Privado en Comunicación, Analista Político,Conferencista Internacional, Presidente de la FUNDACIÓN CLUB DE LA LIBERTAD, Miembro de la Comisión Directiva de la RED POR LA LIBERTAD,Columnista de INFOBAE en Argentina,Columnista de DIARIO, EXTERIOR de España, Columnista de EL CATO de EEUU,Conductor del los ciclos radial  y televisivo EXISTE OTRO CAMINO.Ha publicado más de 470 artículos en 15 países de habla hispana

Premio a la Libertad de la Fundación Atlas 2006

Premio Periodista del Año de Corrientes, por Fundación Convivencia en 2002 y 2011

Premio Corrientes por la labor periodística en 2013


 

   
 
 


 

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