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ENFERMEDAD por Antonio Camou*

| 11 noviembre, 2015

 

Estoy vencido/a porque el mundo me hizo así
no puedo cambiar…

Andrés Calamaro

 

"¡Viva el cáncer!, escribió alguna mano enemiga en un muro de Buenos Aires”, mientras Evita agonizaba en la residencia presidencial. El recuerdo de Eduardo Galeano en sus Memoria del Fuego parecía hasta hace poco anclado en un lejanísimo pasado, consumido en el encono, estancado en el odio, marcado por la persistente negación del otro. Sin embargo, la reciente amenaza del ignoto Ministro de Salud de la Nación, propalada por las redes sociales, nos retrotrajo sin aviso a una de las peores jornadas de ese tiempo remoto: "Los 12 nuevos centros de radioterapia para tratamiento del cáncer continuarán adelante si Scioli es presidente. Pensá bien tu voto".

Que el ministro de un gobierno que se dice peronista apele a ese chantaje nos habla de la profunda descomposición de ciertos sectores de la clase política argentina, y de su catadura moral e intelectual. También nos advierte que nada detendrá una desesperada campaña para aferrase al poder y a los privilegios de la impunidad. De hecho, es una de las pinzas de la tenaza maestra que el kirchnerismo ha pergeñado de aquí al 22 N: el viejo truco del “policía bueno y el policía malo”. Por un lado, Scioli tratará de mostrarse más receptivo y propositivo (“escucharé las propuestas de Massa”), pescando votos fuera de su redil. Por su parte, desde la Casa Rosada se blandirá el látigo, se meterá miedo y se intentará galvanizar la tropa golpeada por los resultados del 25 de octubre.

Ignoro los efectos concretos que esta doble maniobra termine ejerciendo sobre el resultado final. A unos los empujará  a un voto para mantener lo conseguido; a otros los orillará a la vereda de enfrente apostando por el cambio. Con el antecedente reciente de los últimos comicios mal haríamos en presumir certezas en un mar de incertidumbre. Pero más allá de su discutible eficacia, la estrategia del temor nos permite entrever cómo se perciben a sí mismos, y a la propia competencia democrática, quienes agitan el rebenque.   

Es claro que el ultimátum de un funcionario estatal -que utiliza los recursos públicos para exclusivo provecho de la fracción gobernante-  es un caso extremo e inaceptable de intimidación. Que ese discurso, además, sea avalado por el mensaje “destituyente” que destila la presidenta cada vez que se refiere a un eventual gobierno de la oposición, debería ser motivo de preocupación. Algo más sutil, en cambio, es la larga cadena de declaraciones de órganos de gobierno de instituciones públicas –que por principio deben permanecer equidistantes de cualquier preferencia partidaria- en apoyo al candidato del Frente para la Victoria (FpV). 

Estas manifestaciones tienen un formato común. De un lado se exaltan logros de la gestión K (reales algunos, supuestos otros, sesgados varios), luego se pasa a colorear –con tintes muy oscuros- a las figuras de la oposición, finalmente el silogismo concluye con un llamado a defender la continuidad de lo que hay. En algunos casos, además, los declarantes se deslizan peligrosamente a identificarse con la única opción capaz de encarnar los destinos de la Nación. De ahí a la negación de la pluralidad de la política, y de esa negación a la impugnación de la alternancia y al autoritarismo, nos separan pocos pasos.

Pero hay algo más. En esta inflamada retórica de balotaje llama la atención una ausencia, una fisura discursiva que se vuelve más estridente por la reiteración del esquema de inferencia: no se habla de las virtudes del candidato propio ni de sus propuestas.  La vindicación del “modelo” (o más bien, del pasado del modelo) se confronta directamente con los rasgos “terribles” de los opositores que podrían llegar al gobierno, y de rebote se aterriza en el voto a favor del postulante oficialista. Cuando se conjuga algún verbo en futuro se habla de Macri no de Scioli.

Creo que no debería extrañarnos que esa trama simbólica haya calado hondo en diversos sectores del “campo progresista”, que pasaron a abroquelarse en una especie de “sciolismo a ultranza”.  Tampoco debería asombrarnos encontrar entre sus defensores a grupos que hablaban pestes del ex motonauta  y político noventista un puñado de días antes, y que jamás lo identificaron con el modelo “nacional y popular”.

Tengo para mí que este sobreactuado sciolismo de retaguardia –a medio camino entre la lógica política y la disonancia cognitiva-, requiere como necesidad intrínseca que el líder de Cambiemos sea un ogro espeluznante que viene a comerse a los niños crudos. La orfandad de uno debe ser largamente compensada por el espanto –real o ficticio- que engendra el otro.

Aunque ya es tarde para llorar sobre leche derramada, vale la pena conjeturar un escenario contrafáctico: quizá de haber contado con un candidato más cercano a su ideario, los defensores del kirchnerismo no hubieran precisado rebajarse a la semántica de la mera repulsión, la diatriba y el julepe. “No queremos que este nuevo experimento neoliberal mastique la carne de nuevas generaciones de argentinos”, escribieron sus literatos por allí.

Sea como fuere, tal vez al final del día haya que agradecerle al impresentable Ministro de Salud que nos legara una metáfora útil para pensar estas exasperadas semanas por venir.  Más por la forma ideológica de su exabrupto, que por su contenido, les ha hecho un gran favor a muchos que no se atreven a ponerle palabras a lo indecible. Y siempre es bueno hablar de lo que duele.

Porque para descubrirle alguna virtud a un programa de gobierno que hace agua por los cuatro costados, y a un candidato que tiene tan poco para ofrecer, sus defensores de última hora no encuentran mejor consuelo que compararlos con la pérfida resonancia de una cruenta enfermedad. 

* Sociólogo. Miembro del Club Político Argentino. La Plata, 11 de noviembre de 2015.

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