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CORRUPCIÓN, LA TRAGEDIA ARGENTINA por Ernestina Gamas*

Ernestina Gamas | 21 mayo, 2012

 

Si sólo tuviéramos  una visión nihilista de la vida, diríamos que la tragedia de la condición humana es nacer,  estar destinados a padecer sufrimientos inmerecidos, incomprensibles y  arbitrarios y por fin morir, aunque sin saber cómo ni cuándo. Esta única perspectiva nos haría la vida insoportable si no se nos presentaran  al mismo tiempo otras posibilidades: crear arte, hacer ciencia,  acceder a  logros que mejoren nuestra calidad de vida,   amar y  ser amados y sobre todo, tener  la facultad de reconocernos en los otros y de ser al mismo tiempo, reconocidos por ellos. Esto que  puede  producir placer y   satisfacción,  es  lo que nos   impulsa a insistir en la existencia  a pesar de su sino negativo y es lo que neutraliza la   acuciante  frustración del sinsentido.

La tragedia por definición tiene un desenlace funesto.   En la tragedia griega, antiguos relatos o  mitos eran representados por  personajes que  se debatían en medio del conflicto.  Una pugna entre su voluntad, sus pasiones, el poder  y  el destino con que el oráculo los había marcado, un constante vaivén en la dicotomía  entre libertad y necesidad.  En ese afán de escapar a los laberínticos designios,  caían inexorablemente en lo mismo que trataban de evitar con un padecimiento que provenía más de sus errores de juicio que  de una conducta maléfica.  Las tragedias tenían la intención de transmitir un significado inexorable de  fatalidad. De acuerdo con esto, la característica fundamental  de la tragedia es  la falta de alternativa para su conclusión.  Es peligroso utilizar esta palabra para toda situación desgraciada, porque  puede llevar a una apreciación errónea de circunstancias que pueden ser nombradas de otra manera.   

Un suceso eventual que altera el orden regular  puede llamarse accidente.  Puede ser una acción de la que involuntariamente resulta un daño para las personas o las cosas. Es imprevisible, inesperado. Puede ocasionar  la muerte, la incapacidad o la salida de servicio de personas u objetos. Por eso hay compañías que se dedican  a  otorgar un beneficio para indemnizar a sus asegurados en caso de eso que se llama accidente.  Con ese fin se suscribe una póliza,  un contrato,   donde figuran  las condiciones especificadas para el resarcimiento. Una póliza que no cubre lo que no está previsto en sus cláusulas y objeta lo que pudo haber evitado el riesgo.   

Catástrofe es la traducción de Shoá. Por eso  que hay que ser extremadamente  cuidadosos en la  utilización de esta palabra. Es que los crímenes  perpetrados por el  nazismo nos dejan  sin lenguaje.  Por lo tanto  Shoá,  sin su traducción, debería ser  la palabra  que sostenga  toda la carga simbólica de ese horror de la industria de la muerte y de la crueldad.  El término catástrofe suele  asociarse con el de desastre.  La catástrofe  desencadena un desastre.  Un  suceso cuyas consecuencias  pueden producir cambios permanentes en la sociedad o en el territorio  Siempre se trata de un hecho negativo que afecta  la vida y que, en ocasiones, produce cambios permanentes en la sociedad o en el medio ambiente. Un suceso que conlleva  gran destrucción. Puede ser natural, un cataclismo como  un tsunami,  una sequía o una inundación. Aún así, hoy con los adelantos de la técnica, si se trata de causas naturales, su aparición puede ser pronosticada de antemano para limitar  el   alcance del desastre y así, al actuar a tiempo, ahorrar daños y salvar vidas humanas.  Pero cuando se trata de efectos del obrar humano, el término catástrofe solo puede ser aplicado a algún episodio de gran envergadura, como guerras, manipulaciones nucleares, incendios.

Cómo llamar entonces al episodio de un tren que como un bólido se abolla contra la estación en forma inesperada, que   retuerce sus fierros para  devorar  cuerpos. Cómo encontrar las palabras cuando un supuesto beneficio como lo es un medio de transporte  en segundos se convierte  en un monstruo que separa  y quiebra brazos y piernas, deforma rostros, suprime y mata. Es un tren lleno de gente que no se detiene cuando  llega a destino y se convierte en cambio en último destino para muchos. Es cierto que pudieron evitar subirse  a él.  Algunos afortunados fueron llamados por su intuición para no abordarlo. Pero a esa hora es el  apuro el único tirano que marca el rumbo. Hay que  cumplir con la marca de un reloj que les asegura el premio de un salario a fin de mes.  Hay que llegar a ponerse la ropa de trabajo para cobrar el jornal. Hay que cumplir con la asistencia a clase, para obtener una  preparación de estudios que dan la esperanza de una vida mejor o aunque sea digna. Si hubiera habido un oráculo a quien consultar, aun con un mensaje enigmático, hubiera alertado sobre el peligro. De cualquier manera  no quedan demasiadas alternativas para cubrir esas distancias, desde donde se vive hasta esa  “Cabeza de Goliath”, según la llamó Ezequiel Martínez Estrada,  donde se  concentran las posibilidades más rentables. Porque la gente “por suerte tiene adonde ir, ahora trabaja”. Nos dijeron hace poco desde la cima del poder.

Entonces, ¿puede llamarse  tragedia  a que ese montón de chatarra obsoleta  se estrellara contra el lugar de llegada? ¿Puede llamarse accidente a lo que era previsible y  evitable, de haberse tomado los recaudos necesarios?  ¿Puede llamarse catástrofe a la acción deliberada de los que irresponsablemente hacen reparar los vagones con chapa más endeble, menos resistente al impacto? ¿Puede  llamarse responsables   a los no tenían otra opción que cumplir con antelación su destino trágico sin esperar el recorrido de la vida? ¿Puede llamarse crecimiento a la involución y al atraso?

Esto es peor que negligencia, es peor que impericia, es peor que imprudencia. Es CORRUPCIÓN.  Es el efecto asesino de llevarse en los bolsillos cada vez más ganancia a costa de la vida de otros. Es el efecto de un estado ausente porque el gobierno no se ocupa de él, pero sí de sus amigos.   Hubiera bastado con  hacer rodar un tren que cumpliera los requisitos necesarios. Un tren con vagones  para transportar y que  de paso  se  parecieran un poco a  esos del   tren de los sueños imposibles,  el que está  secuestrado en una exposición desde hace meses, únicamente  para ser exhibido. Ese al que supo subir una rapsoda, “Ella”,   para contarnos su sueños.  Porque en este país suelen cumplirse los sueños y la hija “feminista y moderna” de un colectivero, puede convertirse en rapsoda y subir a un vagón de doble piso, como quien sube a una carroza. Vagones de un tren de fantasía,  “de dos pisos, con un confort diferencial, con aire acondicionado,  wifi” y hasta  “asientos símil cuero”.

Cómo se hace entonces para poder reconocernos en las víctimas, aunque por ahora no nos haya tocado serlo y para que ellas sepan que en esto estamos todos comprometidos aunque no lo sepamos. Porque la vida es trágica a pesar nuestro, pero tenemos la capacidad de juicio, de experiencia y  de demanda. No pueden seguir  estafándonos, usando nuestro tiempo útil, nuestra necesidad y nuestro aporte para el proyecto espurio de unos pocos. Es hora de ordenar y de frenar, porque la tragedia es desorden, pero adelantarse a los hechos para prevenir desgracias es obra de la imaginación, no de la fantasía ni del desenfreno. Tenemos que empezar a hacerlo para demorar nuestro destino trágico. Se trata de considerar de una vez por todas que es la CORRUPCIÓN la que genera  nuestro destino trágico.

*Ernestina Gamas es escritora

                                                                                                                                                                                                    

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