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LOS NUEVOS GODOS (sobre la nota de Pérez Reverte*) por Ricardo Lafferriere**

| 23 septiembre, 2015

La crisis de los refugiados que golpea a Europa, al poner en escena un drama que con diversos protagonistas tiene ya varios años, ha desatado opiniones que buscan encuadrarla en interpretaciones más amplias, históricas, sociológicas o económico-políticas de los caracteres más diversos.

Las redes sociales son el vehículo facilitador de miradas románticas, nacionalistas, chauvinistas y también solidarias que invocan la representación del conjunto europeo, en la mayoría de las veces asumiendo una mirada homogénea que dista de ser representativa de las más de cuatrocientas millones de personas que integran el conglomerado multinacional abarcados por el sustantivo “Europa”.

Entre ellas se ha hecho lugar en estos días la nota de Pérez-Reverte, cuyo núcleo argumental consiste en interpretar el actual proceso emparentándolo con lo ocurrido hace mil quinientos años, en ocasión del derrumbe del Imperio Romano de Occidente.

Los “godos” serían, en su mirada, los actuales migrantes sirios que estarían llegando a un imperio en decadencia –Europa-, no sólo débil sino también incapaz de mantener mínimos estándares de autodefensa ante una invasión que estaría buscando cambiarle su alma.

Es cierto que la historia tiende a mostrar procesos similares. Mirar hacia atrás buscando similitudes facilita la comprensión banal, en tanto la mente humana se conforma con encontrar patrones con resonancias conocidas para interpretar los fenómenos que no llega a comprender de una mirada rápida. Sin embargo, también suele ser engañoso. No hay procesos iguales. Todos son diferentes en su morfología más profunda, aunque muestren similitudes en su dinámica.

Nada hay más diferente que la Europa de hoy con el Imperio Romano de ayer. Nada hay más diferente que los emigrados sirios con las tribus germanas, organizadas, con jefes guerreros, que aunque eran empujadas por los invasores “hunos”, conformaban sociedades estructuradas que emigraban en grupo, con lo que significa como sujetos portadores de conciencia, voluntad y hasta proyectos compartidos. Y que, en última instancia, querían parecerse lo más posible al imperio que conquistaban.

Europa es el espacio del confort y la seguridad, que enmarcó el “aburguesamiento” de sus ciudadanos, parece decir con algo de resignación y molestia Pérez Reverte. Estaría, en su visión, condenada al derrumbe ante los “nuevos bárbaros”, que, ignorantes de sus valores y sofistificación, la someterían a una tensión cuyo resultado sería la desaparición de su alma democrática, solidaria, pacífica.

Sin embargo, Europa es también el continente de las guerras y las intolerancias. Los dos mayores conflictos de la historia de la humanidad, que cobraron entre ambos más de setenta millones de muertos, se produjo por intemperancia entre europeos. Europea fue la Inquisición. Europeo fue Hitler. Europeo fueron los nazis y los fascistas. Europeos fueron Mussolini y Franco, Oliveira Zalazar, los coroneles griegos y Milosevich, con su “limpieza étnica”. Europeos fueron los que traicionaron en Srebrenica y los que, aprovechando la traición -¡de las Naciones Unidas!- masacraron a cientos de inocentes.

Tampoco los “godos” terminaron siendo tan malos. Los reinos godos originaron los países europeos modernos –entre ellos, España-. Fueron el vehículo de transmisión del cristianismo, y también los que detuvieron la invasión musulmana en el siglo VIII. No sería errado afirmar que sin los “godos” no existiría Europa, tal como la conocimos y la conocemos.

Digresión al margen: los países en los que la influencia de los “godos” persistió con más fuerza son los que hoy muestran no sólo mayor desarrollo económico sino mayor calidad institucional, mayor acumulación de conocimientos científicos y mayor equidad en su convivencia. Cuanto más hacia el norte fijemos la mirada, más observaremos este fenómeno. Los países más cercanos a la herencia del viejo imperio romano –los mediterráneos, tan cercanos a nuestros afectos- son los menos consolidados, aún con sus intensas contradicciones a las que no son ajenas sus condiciones fronterizas con el otro gran espacio civilizatorio, el del Islam.

No pareciera entonces correcto cargar las tintas forzando identificaciones en un momento tan delicado para la convivencia del mundo cercano. Los que están llegando a Europa pidiendo refugio no son las “hordas godas”. Son personas  equiparables a un ciudadano medio europeo, que vivían con la relativa tranquilidad que podían lograr en sociedades sometidas a dictaduras feudales o patrimonialistas, a las que les llegó el horror de la guerra político-religiosa terminando con su normalidad.

Los refugiados de hoy no están llevando a cabo ninguna invasión, sino que escapan de la muerte, con la desesperación que esta angustia conlleva. Si hubiera que buscar similitudes, tal vez serían más equiparables a la angustiosa huida de los judíos que buscaban escapar de las persecuciones nazis –tan europeas, ellas…-, de los “pogromos” polacos, húngaros, rusos o ucranianos, que no eran precisamente musulmanes, o de las “limpiezas étnicas” en la exYugoeslavia, ahí nomás, hace dos décadas…

Y tampoco Europa es el carcomido imperio romano del siglo V, centralizado en un imperio personalizado y absolutista a pesar de la “modernidad” que había desparramado por la vieja Europa de los pueblos celtas, a cuyas poblaciones llegó con Villas y Baños, foros y acueductos, caminos y ley. La Europa de hoy tiene innumerables problemas, pero también es el espacio en el que la humanidad ha logrado mayores niveles de riqueza y perfección política, económica y social.

Es injusto –y peligroso- atacar a Europa por lo de bueno que tiene –el estado de derecho, el repudio a la violencia, los espacios de equidad y humanismo, su disposición a recibir emigrados y tender una mano- uniendo esa crítica a la que le realizan los que desean volver a la fuerza de los Estados fascistas, a la intolerancia de la Inquisición y a desinteresarse por la situación de los perdedores en la lucha por la vida que, aun así, son seres humanos, “únicos e irrepetibles” como lo dijera hace algunos años un líder religioso de la Europa buena.

No es defendiendo “los centuriones” que custodian “las fronteras del imperio”, que “son unos hijos de puta, pero nuestros hijos de puta” como debe actuar una sociedad que en las últimas décadas ha marcado el rumbo de desarrollo solidario, democrático y tolerante. Más bien parece que si así lo hiciera, añorando a Kadafi, respaldando a Al Assad y aplaudiendo la represión de los policías húngaros sobre niños de cinco años, sería ella misma la que se habría condenado a dejar de ser lo que es, lo que la ennoblece, lo que la hace valiosa y envidiable. Muy poco respetable terminaría siendo si hace depender su futuro de los mercenarios que la cuidan, mientras ella mira para otro lado para no enterarse.

Más que repetirse, la historia avanza. Los problemas de nuestros hijos –a los que, coincidiendo en esto con Pérez-Reverte, debemos darle las herramientas del conocimiento, la reflexión y la disposición a la autodefensa- serán diferentes a los actuales. Los europeos de hoy son así porque son los hijos de las guerras que destrozaron el continente. Por eso abrieron sus puertas a los perseguidos políticos, a los sociales, a los económicos.

Miles de compatriotas -y latinoamericanos- están vivos por la mano que les tendió España, Suecia, Alemania, Francia, Italia. El hecho maldito de que esta situación de hoy se produzca justo en el momento en que el sistema económico global enfrenta un ajuste del tremendo disloque que le generó su globalización des-normatizada no puede conducirnos a olvidar la esencia del alma humana, europea y también nuestra en muchos valores compartidos.

Los problemas deben enfrentarse. La política debe hacerlo, teniendo en cuenta todos sus matices, sus particularidades, sus consecuencias. Todas sus dimensiones –no sólo la económica, sino la política, la moral, la sociológica, y hasta la de seguridad- deben contemplarse,  por supuesto, evitando el reduccionismo que empobrece y embrutece.

Una sociedad desarrollada, con cuatrocientos millones de habitantes, no puede poner el grito en el cielo porque medio millón o un millón de personas golpeen sus puertas, con desesperación, pidiendo ayuda no por un resfrío, sino porque los matan.

Y tampoco puede asustarse.

* http://www.lanacion.com.ar/1828991-llegan-los-godos-al-imperio-vencido

**Abogado, legislador, diplomático, escritor, docente, consultor

 

 

 

 

 

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