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VÉLEZ SARSFIELD Y SARMIENTO DISCRIMINADOS por Francisco M. Goyogana

| 25 octubre, 2014

Como introducción al tema del título, vale expresar que un señor Marcelo Tinelli, que dice ser conductor televisivo y vicepresidente del Club San Lorenzo de Almagro, ha recibido el título de Personalidad Destacada de la Ciudad de Buenos Aires en el ámbito de la Cultura, acompañado en ocasión de la ceremonia de entrega por otras personalidades destacadas de la Cultura, entre las que se destacó la señora Moria Casán y su perrito Cristóbal.

La Legislatura porteña otorgó la distinción mencionada por ley de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, a propuesta del legislador del PRO Oscar Moscariello, que resultó sancionada con veintinueve votos positivos, cuatro negativos y cinco abstenciones.

El legislador Moscariello, vicepresidente del Club Atlético Boca Juniors tuvo el acierto de señalar que culturalmente no todos sabrán valorar esta distinción, porque existe una concepción particular sobre la cultura. No obstante, quedó pendiente en la aclaración definir el concepto que corresponde a Cultura para una mejor interpretación del fenómeno aludido.

Por supuesto, si se considera que se trata de un premio cultural, el tema requeriría una revisión  particular a fin de determinar la precisión del alcance del concepto; y en el caso no específico de carácter antropológico, visto en términos amplios como que todo es cultura, se asemeja al llanto discepoliano de la Biblia contra un calefón en la vidriera irrespetuosa de los cambalaches donde se ha mezclado la vida.

Sin embargo, el mismo recipiendario de la premiación porteña, magister dixit, despejaba las incógnitas: Hay doscientas formas de interpretar la cultura, doscientas explicaciones. Me inclino por ésta (…) Significa una comprensión muy respetuosa de todos los seres humanos. Y la cultura, fundamentalmente, va contra la discriminación. No hay Hombres cultos y hombres incultos. Creo que todos tenemos diferente cultura.

La Real Academia Española de la Lengua estima al respecto que Cultura es el Resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de afinarse por medio del ejercicio de las facultades intelectuales del hombre. Esta definición es una idea y no una creencia. Y en el difícil arte de ver y acosar las ideas, arte al que se reduce el método filosófico, debe aceptar que los valores aplicados por el hombre en el juego con los elementos que constituyen el quehacer filosófico, circulan por dos niveles. En un nivel superficial, se llaman ideas. Las ideas se proponen y se discuten, se definen o se cambian. En un nivel profundo, los valores se llaman creencias. Las creencias no se discuten, simplemente se tienen. A las ideas las sostenemos. Las creencias nos sostienen. Don José Ortega y Gasset parece haberlo experimentado, tal como se desprende de lo hondo de su reflexión:  Así como el hombre conjuga corazón y cerebro en el existir cotidiano, no puede evitar que en el hacer intelectual deba fundir íntimamente el sentir al pensamiento.                             Alguna  vez Ortega y Gasset recordó que Platón llamaba thereutes al filósofo, por la razón de esa mente bien alerta que todo meditador debe mostrar. Como el cazador en el fuera absoluto, que es el campo, el hombre filósofo es el hombre alerta en el afuera absoluto dentro de las ideas, que son también una selva indómita y peligrosa. Ortega mismo se sentía cazador en su visión y acoso de las ideas. Todo ese proceso de búsqueda y aprehensión estaba inmerso en el profundo y complejo tema del conocimiento. Subyacía lo lógico demostrativo, convincente, que no admite contradicción, que se resume en el contenido de la palabra apodíctico, o bien, dicho de otro modo, en la episteme, es decir un saber irrefutable.                   La episteme, saber verdadero y concluyente sobre el mundo y la naturaleza de las cosas, sólo está, para los presocráticos, al alcance de los dioses.                                                                                           La doxa, conjetura susceptible de incesantes perfeccionamientos, es todo lo que el hombre puede elaborar acerca de ese mismo mundo y de esa misma naturaleza de las cosas: en consecuencia, la sabiduría es exclusivo atributo de los dioses.                                                       La opinión, entendida como hipótesis, es un ineludible destino humano que, no obstante, puede combatir su propia precariedad elaborando nuevas teorías, desplegando incesantemente la crítica y rebelándose contra la seducción del dogmatismo.  Y aunque no pueda alcanzar a la episteme, combatirá contra el encierro de la inmovilidad de un conocimiento falaz y estéril a fuerza de no ver sus propias limitaciones.                                                                                            En términos de rigor, sólo los pensamientos deben ser considerados como ideas. Mientras que las ideas deben responder a mecanismos dependientes de la razón, las creencias pertenecen a un orden propio del sentimiento.                                                                                Una idea es verdadera cuando corresponde a la idea que se tiene de la realidad. Pero la idea que tienen los hombres de la realidad, no es la realidad de los hombres.                                                                            La creencia es un estado de la mente o proceso mental que consiste en asentir a una proposición o conjunto de proposiciones. En la vida cotidiana, con frecuencia, la creencia es independiente de la verdad. En la matemática, la ciencia, la tecnología y en la propia filosofía, se cree únicamente lo que puede demostrarse de un modo concluyente, o que implica proposiciones verdaderas. En otros dominios, como la religión, la política y el arte, las mayoría de las personas cree acríticamente lo que se le ha enseñado: no se molestan en averiguar y es verdad o eficaz. Por tanto, el concepto de creencia es una categoría psicológica, no semántica ni epistemológica.

La creencia de la nueva Personalidad Destacada de la Cultura porteña con respecto a la inexistencia de hombres cultos y de hombres incultos, que se reduce a la posesión o pertenencia a diferentes culturas, carece, entonces, de bases rigurosas para el establecimiento de parámetros culturales.

Poco tiempo atrás, y debido a otro fenómeno de características parentales que comprometía a la concepción de Cultura, la Gazeta del Club del Progreso, que se puede consultar por Internet, publicaba un artículo que tenía por título La invención de la cultura. Ahora, ya fuera del ámbito nacional y restringido al espacio del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el otorgamiento de una distinción a una supuesta destacada personalidad cultural, merece la reflexión de que ambos hechos pudieran significar una relación temática entre las voluntades culturales del Poder Ejecutivo Nacional y la actividad legislativo del gobierno metropolitano, o bien que obedezcan a una casual circunstancia de coincidencia.

El análisis de la designación liviana de una Personalidad Destacada dentro de un cuadro de futilidad deja, en consecuencia, el camino abierto para la comprensión axiológica de las personalidades de peso que han ganado consideración en base a la seriedad de sus contribuciones. Más aún, prescindiendo de figuras actuales, para establecer los valores de personalidades precedentes en la historia y que merecen los honores del reconocimiento de quienes han resultado en definitiva herederos de sus elevados logros.

Ejemplos para aplicar un homenaje como Personalidades Destacadas de la Cultura, post mortem, existen en la Historia Argentina, como para la valorización y recuerdo a través del tiempo. Y en esa categoría, el Gobierno de la Ciudad, no haría más que retribuir ingentes servicios prestados a la Nación. Vale entonces rememorar a los hombres del pasado como verdaderos ejemplos de vida para las generaciones contemporáneas que aspiren a ser Personalidades Destacadas de la Cultura. Los prohombres argentinos, constructores de la República, tienen permanentemente una deuda para que se los recuerde y se los aleje del olvido. Gozan, además, de Derechos Humanos retroactivos, que los eximen de toda discriminación.

El 31 de marzo de 1873, Domingo Faustino Sarmiento pronunció una memorable oración fúnebre en las exequias del doctor Dalmacio Vélez Sarsfield, que en su último tramo expresó lo siguiente:

(…) Cultivó tres tramos del saber humano, penetrando hasta sus profundidades en todos ellos. De la Eneida hizo la piedra de toque para medir la inteligencia que en dos siglos habían desplegado sus traductores al francés, inglés, italiano y español, de la lengua que hablaron Cicerón y Virgilio.

El estudio del latín lo llevó del Derecho Romano, y éste a la legislación comparada de las naciones modernas. Sus Códigos y la apreciación que de uno de ellos han hecho los jurisconsultos europeos, muestran que nada más allá del punto a que él llegó había alcanzado el mundo. Era jurisconsulto tan completo en Francia, Alemania y Estados Unidos, como lo creían sus propios compatriotas en su país. La Economía Política, ciencia nueva en el mundo, y que Rivadavia le encargó estudiar especialmente, ha tenido en él uno de sus más avanzados órganos; y en las leyes que contribuyó a sancionar, en los Bancos que creó, la más fecunda aplicación de sus principios.

Un testimonio de gratitud, que quiero depositar sobre su tumba, debo a la memoria de mi amigo de treinta años, pues data nuestra amistad del sitio de Montevideo, pagando en él la parte que toca a otros dos amigos, el mártir Aberastain y el ex presidente Montt de Chile. Déboles, a cada uno de ellos sucesivamente, no obstante su superior instrucción clásica, no obstante la disconformidad de su educación con la mía –tan fuera de los caminos trillados-, haberme ayudado con su estimación en mis primeros pasos en la vida pública, dándome a mí mismo la confianza de que necesita un joven que no puede mostrar una patente universitaria para dar prestigio a su palabra o a su pensamiento. Sin estos arrimos, no obstante y a causa de sus posiciones y de la justa idea que de su propio valer debieron tener en sus tiempos y países, no creo que hubiese tenido valor para arrostrar las contrariedades que a tantos cierran el paso.

Cuando en 1868, el nuevo presidente indicó al Dr. Vélez su deseo de que tomase parte de la Administración que el voto de la Nación le confiaba, ¿ Viene Vd. Buscando el latín ¿, fue su espiritual respuesta y su cordial aceptación. Era en efecto el latín, el derecho, lo que se necesitaba, y en lo civil, eclesiástico y comercial, él lo personificaba ante la opinión y la historia de la ciencia.

¡ Que descansen en paz las cenizas de mi amigo, del gran servidor de su país ¡  Con ellas desaparece todo lo que a la fragilidad humana pertenece. Quedan con nosotros, y las sentirán las generaciones futuras, las poderosas emanaciones de su alma, hechas carne en el desarrollo comercial, en el bienestar que difunde el crédito, en la justicia que extirpa el mal por la aplicación práctica de las leyes.

Estrecha como es la vida del hombre, y limitada a una corta época y a un reducido espacio de tierra, la gloria –no lo olviden los jóvenes-, es el arte de prolongar y extender la existencia en la historia, haciendo por grandes e incuestinables servicios rendidos a la humanidad, que mayor número de hombres que los que lo conocieron, lo estimen, y que la losa que cubre sus restos no raye su nombre de entre los vivos, ni sepulte su memoria.

El Dr. D. Dalmacio Vélez Sársfield, con el asiduo trabajo de medio siglo, estas barreras naturales, y su nombre, sus trabajos y sus libros, lo harán vivir con nosotros, nuestros hijos y los de otros países, por una larga serie de años, sino por siempre, mientras haya leyes, crédito y comercio, que tanto favoreció.

¡Adiós, viejo Vélez!¡  ( 1 )

He aquí un modelo de Personalidades Destacadas de la Cultura, para tener en cuenta por parte del Gobierno de la Ciudad para designarlos en su condición ad vitam aeternam y también para que sirvan de prototipos para las Personalidades Destacadas de la Cultura que vengan en el futuro.

                                                                                   Octubre de 2014

( 1 )  Domingo F. Sarmiento, Obras Completas, Imprenta y   Litografía “Mariano Moreno”, Buenos Aires, 1899, t. XXII : pp. 5-8.

*Miembro de Número del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia

 

 

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