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LA ELOCUENCIA DEL SILENCIO por Ernestina Gamas*

| 14 febrero, 2015

En febrero de 1948 Jorge Eliecer Gaitán, líder liberal de Colombia,  convocó a una marcha para expresar el duelo por los crímenes cometidos por  la policía política del presidente conservador Ospina Pérez que habían costado la vida a opositores políticos de su gobierno. La consiga era el silencio y cuentan los testigos  que tuvo  un dramatismo inconmensurable. La elocuencia de ese silencio dejó tal sonido en la memoria colectiva que los enemigos de Gaitán pretendieron acallarlo con disparos que le provocaron la muerte el 9 de abril de ese mismo año.*

En Catamarca se produjo el incomprensible homicidio de  la estudiante María Soledad Morales y se sospechaba que sus autores eran los hijos del poder de la provincia. El 14 de septiembre de 1990 la población empezó a movilizarse para reclamar la investigación de ese infame crimen y marchó alrededor de la plaza en absoluto silencio. Los padres de la adolescente encabezaban la marcha y en sus rostros se podía ver la marca del profundo dolor que no admitía otra cosa que un silencioso pero imperativo reclamo.**

Cuando en 1997 el  reportero gráfico José Luis Cabezas fue vilmente asesinado, miles de personas caminaron  desde Corrientes y Talcahuano hasta la Plaza de Mayo en señal de protesta por ese crimen que no debía quedar impune. En medio de la  marcha se pidió un minuto de silencio para honrar  su memoria. Esa multitud desplazándose codo a codo y sin  ningún sonido produjo un efecto sobrecogedor.***

Hace casi un mes, la violenta desaparición de un Fiscal de la Nación en vísperas de la presentación ante un grupo de legisladores, de una denuncia que afecta a las más altas autoridades de la Nación,  ha dejado a la opinión pública en estado de estupor. Estamos a pocos días de la convocatoria a una movilización.

La consigna vuelve a ser  el silencio. Silencio que tendrá un valor simbólico, una razón poderosa. Porque se trata de un duelo, porque es necesario  para rendir homenaje. Porque las palabras desgastadas han perdido valor frente a los hechos.  Es importante recordar antes de plegarse a esa manifestación que promete ser muy numerosa, que tenemos que recuperar la capacidad de callar cuando el sólo hecho de nuestra presencia, de nuestro silencio tendrá más fuerza que cánticos, bocinas o cacerolas. Porque no será un silencio cómplice sino un silencio demandante. Pidiendo por recuperar el respeto a la Constitución, por el restablecimiento de poderes independientes y por recobrar la institucionalidad bastardeada. Tengamos esta marcha en paz y en silencio.

Febrero de 2015.

* Siendo diplomático de carrera, mi padre estaba destinado en 1948,  como funcionario de la Embajada Argentina en Bogotá y testigo de estos acontecimientos.

** En un viaje a Catamarca tuve la ocasión de presenciar una de estas marchas y saludar al señor Morales

*** Participé en esta marcha y no olvidaré jamás ese momento de silencio

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2 Comentarios a “LA ELOCUENCIA DEL SILENCIO por Ernestina Gamas*”

  1. Luis De Stefano dice:
    17 febrero, 2015 a las 20:28

    Hubieron muchos asesinatos que en forma imprevista para sus autores, acabaron cambiando la realidad mas alla de loque cualquiera hubiese inicialmente imaginado.  Siempre me acuerdo del de Julio Cesar, que habilmente manipulado por Antonio, acabo mal para sus autores Brurto y Casio, y al final termino con el orden establecido, marcando el fin de la Republica Romana y el encumbramiento del sobrino-nieto del finado, Augusto como emperador romano.  Esperemos que aca suceda otro tanto. Aca las instituciones crujen y no dan para mas

    Responder
  2. Horacio Encabo dice:
    19 febrero, 2015 a las 11:49

    Ernestina: por lo visto hemos participado en más de una marcha, en la de ayer también, todavía has de estar húmeda, supongo. Pero te gano, no por ideología seguramente, por senectud.

    En mi primera yo tenía 13 o 14 años y fue cuando se liberó París, creo que en el 44 en plaza Francia. Estuve con mi madre y mis tías y, para variar, nos corrió la policía, eso sí, a caballo.

    Un beso, Horacio 

    Responder

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